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Full text of "Eduardo Acevedo"

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EDUARDO  ACEVEDO-AÑOS  1816-1863 


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El  doctor  Acevedo  en  I860 

(Pertenece  al  srupo  fotosráfico  &  que  hace    referencia 
la  p&slna  247  de  cata  obra) 


EDUARDO  ACEVEDO 


ANOS  1815-1863 


Su  obra  como  codificador,  ministro,  legislador 

y  periodista 

i^.o.\  dio  A  Ou>^dc^  I  *^H'  -    \ 


MONTEVIDEO 
¡mp.  "El  Siglo  Ilustrado",  it  tíariño  y  Caballero 

Xt— CALLB  18  DB  JOUO— '28 

1908 


\ 


^l^'=¡^^hS.\ 


■  il^iuí      i'     '^(■^itr¿i 


ADVERTENCIA 


Con  frecuencia  se  me  piden  datos  biográficos  de  mi 
padre  ó  antecedentes  relativos  á  alguno  de  los  periodos 
culminantes  de  su  vida. 

He  creído j  en  consecuenciaj  que  debía  reunir  los 
materiales  ya  publicados  en  €ÍMi  Año  Político?  del 
doctor  Alberto  Palomeque  y  en  los  <í  Anales  de  la 
Universidad^  y  muchísimos  otros  todavía  inéditos  y 
de  positiva  importancia  que  he  extractado  en  diversas 
épocas. 

Nada  más  necesito  decir  acerca  del  plan  del  libro. 
No  pudiendo  redactar  yo  la  biografía,  presento  la  do- 
cumentación necesaria  para  que  esa  biografía  pueda 
hacerse  en  cualquier  momento. 


Montevideo,  diciembre  de  1907. 


Eduardo  Acevedo. 


CAPÍTULO  I 


Homenaje  universitario 


Montevideo,  julio  21  de  1892. 

Habiéndose  señalado  el  día  24  del 
corriente,  á  la  una  de  la  tarde,  para 
que  tenga  lugar  la  entrega  del  retrato 
del  jurisconsulto  oriental  doctor  don 
Eduardo  Aeevedo  á  las  autoridades  de 
la  Universidad  nacional,  á  objeto  de 
colocarlo  en  el  aula  de  Derecho  Civil 
de  la  Facultad  de  Jurisprudencia,  co- 
mo un  homenaje  á  su  memoria,  los 
que  suscriben  tienen  el  honor  de  invi- 
tar á  tísted  para  aquel  acto. 

Gonzalo  Ramírez— Al- 
berto Palomeqüb— En- 
rique Azaróla. 

De  los   «Anales  de  la  Universidad»,   de  Montevideo,  correspon- 
dientes al  mee  de  agosto  de  1892: 

«El  doctor  Enrique  Azaróla,  Secretario  de  esta  Universidad,  tuvo 
el  feliz  pensamiento  de  iniciar,  principalmente  entre  los  miembros  de 
nuestro  foro,  una  suscripción  con  el  objeto  de  hacer  pintar  un  retrato  al 
óleo  del  doctor  don  Eduardo  Aeevedo  y  regalarlo  á  la  misma  Univer- 
sidad, para  ser  colocado  en  el  aula  de  Derecho  Civil.  El  retrato  fué 
pintado  por  nuestro  compatriota  don  Julio  Freiré  (muerto,  desgracia- 
damente» poco  después  de  haberlo  concluido),  y  el  día  24  del  mes  de 
julio  último  fué  entregado,  en  acto  solemne  presenciado  por  nume- 


8  SDCABDO  ACKTSDO 

roaa  y  dÍHtÍDguida  coDcurroncia,  á  las  autoridades  uiiiversitaríaa.  usa- 
ron de  la  palabra  en  dicho  acto  loe  doctores  don  Oonsalo  Ramíres, 
(presidente  de  la  Comiaión  especial  de  Buscrípción  j  catedrático  de 
Derecho  Internacional  Prírado),-  don  Eduardo  BriU)  del  Pino  (decano 
de  la  Facultad  de  Derecho  j  Ciencias  Sociales),  don  Enrique  Azb> 
rola,  don  Alberto  Palomeque  j  don  Juan  Pedro  Castro  (catedrático 
de  Derecho  Civil).  Publicamos  en  se^idfl  todos  esos  diecuraoe,  me- 
nos el  del  doctor  Palomeque.  Este  último  discurso  no  fué  escrito:  fué 
pronunciado  sobre  la  base  de  simples  apuntes,  y  por  tal  raz6n  do 
ha  podido  facilitárnoslo  su  autor,  lo  que  sobremanera  sentimos.  El 
doctor  Palomeque  tuvo  párrafos  verdaderamente  conmoyedores,  so- 
bre todo  cuando  estudió  la  personalidad  del  doctor  Acavedo  consi- 
derada dentro  del  hogar  de  la  familia.  La  colocación  del  retrato  del 
doctor  Acevedoen  la  Universidad,  ea  un  justo  homenaje  rendido  á 
la  memoria  de  aquel  ciudadano  ilustre,  j  un  medio  de  inculcar  en 
el  espíritu  de  la  juventud  estudiosa  el  recuerdo  que  debe  conser- 
varse perennemente  de  aquel  not&ble  jurisconsulto  que  tuvo  la  glo- 
ria de  redactar,  en  medio  del  fragor  de  los  combates,  el  primer  pro- 
yecto de  Código  Civil  para  la  República  Oriental  del  Uruguay. 
He  aquí  los  discursos  á  que  hemos  hecho  referencia»; 

DiBcnrM»  del  doctor  Oonzalo  Ramírez. 

SeHores:  Nuestra  legislación  civil  y  comercial  no  lleva  el  nombre 
del  primero  de  nuestros  lef^stas,  pero  el  país  eabe,  y  si  lo  ignora  no 
es  labor  ardua  hacérselo  saber,  que  no  se  había  aún  disipado  la  hu- 
mareda del  último  disparo  que  cerró  el  período  de  nuestra  más  larga 
y  aciaga  guerra  civil,  y  ya  estaba  escrito  en  la  República  por  el 
doctor  don  Eduardo  Acevedo,  el  primer  proyecto  de  codificación  del 
derecho  privado,  en  el  que  tanto  y  tan  bueno  tendrían  que  aprender 
los  codificadores  del  Rfo  de  la  Plata  que  más  tarde  debían  acom- 
psíiarlo  y  sucederle  en  la  misma  patriótica  tarea. 

El  doctor  Acevedo  publicó  su  proyecto  de  Código  en  1851,  pero  pa- 
san quince  aSos  antes  de  que  se  le  ofrezca  la  oportunidad  de  poner 
en  evidencia  la  Importancia  da  los  trabajos  de  legislación  á  que  había 
dado  cima.  No  será,  por  cierto,  su  patria  la  que  primero  aproveche  el 
inmenso  caudal  de  conocimientos  jurídicos  que  había  almacenado  en 
su  eximia  y  equilibrada  inteligencia,  no  obstante  la  borrascosa  ju- 
ventud que  t«có  en  lote  á  todos  los  hombres  de  su  época,  en  aquellos 
días  de  prueba,  en  que  se  vivía  sobra  las  murallas  de  lae  ciudades 
sitiadas,  en  el  campo  de  batalla  ó  en  el  vivac  de  los  campamentos. 

Fué  el  Estado  de  Buenos  Aires  quien  recibió  las  primicias  de  la 
robusta  inteligencia  del  insigne  legista,  al  acometer  la  reforma  de  su 
legislaciÓD  comerdal,  llevada  á  cabo  y  sancionada  en  octubre  de  1859. 


HOMflHAJE  UNIVERRITÁRIO  9 

Más  tarde,  en  12  de  septiembre  de  1862,  consolidada  definitivamente 
la  que  es  hoy  Bepública  Argentina,  el  Código  de  Comercio  del  Es- 
lado  de  Buenos  Aires  pasó  á  formar  parte  integrante  de  sus  leyes 
nacionales,  y  recién  en  1865,  con  modificaciones  casi  todas  de  mera 
forma,  la  Bepública  Oriental  lo  incorpora  á  su  organismo  institucio* 
nal,  unificándose  así  la  legislación  comercial  en  el  Río  de  la  Plata. 

Estudiemos  á  grandes  rasgos  la  gestación  de  tan  importante  obra 
de  codificación,  en  la  que  tanto  debía  destacarse  la  figura  del  jurista 
uruguayo. 

Apenas  cerrado  el  primer  período  de  sus  guerras  nacionales,  se 
produjo  en  los  gobiernos  que  surgieron  en  la  República  Argentina, 
la  idea  de  reformar  fundamentalmente  sus  antiguos  códigos,  dándose 
preferente  atención  á  la  legislación  comercial,  que  más  que  ninguna 
otra  reclamaba  ser  puesta  en  armonía  con  las  necesidades  de  la  épo- 
ca, y  el  rápido  desenvolvimiento  del  comercio  en  los  tiempos  mo- 
dernos. Por  decreto  de  20  de  agosto  de  1824  se  dispuso  la  formación 
de  un  Código  de  Comercio,  y  se  encomendó  su  redacción  á  una  Co- 
misión compuesta  de  los  doctores  Somellera  y  Vidal,  y  de  los  seño- 
res Sarratea  y  Rojas,  bajo  la  presidencia  del  ministro  doctor  Oarcía. 
Esa  Comisión  ni  siquiera  dio  principio  á  los  trabajos  que  le  fueron  co- 
metidos. 

Ocho  años  después,  2  de  junio  de  1832,  se  designaba  con  idéntico 
objeto  una  nueva  Comisión  compuesta  de  los  señores  doctor  don  Vi- 
cente López,  don  Nicolás  Anchorena  y  don  Faustino  Lezíca.  Tampoco 
esa  vez  quedó  más  adelantado  el  pensamiento  de  la  reforma  de  la 
legislación  comercial  en  la  República  Argentina.  Transcurren  veinte 
años,  y  el  24  de  agosto  de  1852,  dándose  mayor  amplitud  al  pensa- 
miento de  reforma  por  dos  veces  fracasado,  se  intenta  abordar  la  obra 
de  la  codificación  en  todos  los  ramos  de  la  legislación  positiva,  desig- 
nándose con  tal  propósito,  diferentes  Comisiones  compuestas  de  juris- 
consultos distinguidos  y  hombres  eminentes  en  el  foro  y  comercio 
argentino.  Una  vez  más  no  condujo  á  nada  práctico  tan  importante 
iniciativa. 

Bien  se  comprende  que  un  propósito  tan  laudable,  no  podía  que- 
dar indefinidamente  como  una  noble  aspiración  de  espíritus  genero- 
sos y  progresistas,  dada  la  importancia  del  pensamiento  que  envolvía 
y  el  creciente  desenvolvimiento  del  comercio  en  el  antiguo  Estado 
de  Buenos  Aires.  Nuevas  iniciativas  tendrían  necesariamente  que 
producirse:  y  esta  vez  iban  á  ser  seguidas  del  éxito  más  completo, 
con  la  inmediata  promulgación  de  un  Código  de  Comercio  del  que 
ha  podido  decirse  con  justicia,  y  nada  más  que  con  estricta  justicia, 
que  en  el  momento  de  su  aparición  estaba  muy  arriba  de  la  legisla- 
ción existente  en  los  demás  pueblos  de  Europa  y  de  América. 

En  junio  de  1856  el  gobierno  del  Estado  de  Buenos  Aires  encarga- 


10  EDÜÁBDO  ÁOEYEDO 


ba  á  los  doctores  don  Dalmacio  Vélez  Sarsfiold  y  don  Eduardo  Aoe- 
vedo  la  redacción  de  un  proyecto  de  código  en  materia  comercial.  La 
Comieión  debía  expedirse  en  el  término  de  un  afifo,  j  esta  vez,  más  fe- 
liz que  las  anteriormente  nombradas,  daba  fin  á  sus  toreas  y  cum- 
plía ampliamente  el  mandato  recibido,  un  mes  antes  de  expirar  el 
plazo  que  se  le  había  señalado. 

En  presencia  de  un  trabajo  de  codificación  en  ten  breve  tiempo 
confeccionado,  y  que  encerraba  lo  mejor  y  más  nuevo  en  la  materia, 
se  diría  que  los  doctores  Acevedo  y  Vélez  Sarsfield,  tenían  ya  en  su 
mesa  de  estudio,  en  la  fecha  en  que  recibían  el  nombramiento  de  co- 
dificadores, el  borrador  del  Código  de  Comercio  cuya  redacción  se  les 
encomendaba  dentro  de  un  término  angustioso  y  perentorio. 

Verdad  es  que  si  ese  código  no  se  había  escrito  cuando  se  dictoba 
el  decreto  que  ordenó  su  redacción,  estoba  ya  ^n  preparación  en  el 
privilegiado  cerebro  de  quienes  debían  redactorlo,  y  tenía  por  mate- 
riales adaptobles  á  tan  magna  obra,  veinte  afíos  de  estudios  acumu- 
lados. 

£1  jurisconsulto  argentino  doctor  don  Manuel  Obarrio  ha  modela- 
do á  grandes  toques  el  busto  jurídico  de  los  eminentes  legistos,  pre- 
cursores de  la  codificación  civil  en  el  Bío  de  la  Plato. 

He  aquí  los  términos  en  que  se  expresa  aquel  distinguido  jurista, 
con  respecto  á  los  miembros  de  la  Comisión  redactora  del  Código  de 
Comercio  argentino: 

«14  o  podía,  dice,  ser  más  acertodo  el  nombramiento  de  esto  Comi- 
sión. El  doctor  Vélez,  que  á  la  sazón  desempeñaba  el  puesto  de  Mi- 
nistro de  Gobierno,  era  un  jurisconsulto  distinguido,  una  ilustración 
notoria  de  nuestro  foro,  y  cuya  merecida  reputoción  vino  á  confirmar 
para  siempre  su  obra  monumental  del  Código  CHvil  de  la  República. 
El  doctor  Acevedo,  más  joven  que  su  colega,  pero  con  no  menos 
competencia  jurídica,  había  consagrado  la  mayor  parto  de  su  vida  al 
estudio  concienzudo  del  derecho.  Durante  el  largo  sitio  de  Montevi- 
deo había  preparado  un  proyecto  de  Código  Civil  para  la  República 
Oriental  del  Uruguay,  y  en  el  cual  no  sólo  reveló  la  amplitud  de  sus 
conocimientos  científicos,  sino  sus  relevantes  cualidades  de  codifica- 
dor. La  claridad,  la  corrección  y  la  concisión  en  el  estilo,  eran  una 
de  las  dotes  características  de  su  inteligencia* 

«El  doctor  Acevedo  después  de  algún  tiempo  había  vuelto  á  Bue- 
nos Aires,  donde  se  había  educado  hasto  obtener  su  título  profesio- 
nal. Por  una  distinción  merecida  fué  elegido  presidente  de  la  Acade- 
mia teórico-práctica  de  Jurisprudencia  en  1855,  puesto  que  conservó 
durante  varios  años  por  la  voluntod  reiterada  de  sus  miembros.  Allí, 
en  aquel  centro  de  enseñanza  que  encerraba  entonces  un  núcleo  de 
jóvenes  inteligencias  que  debían  descollar  más  tarde  en  el  foro,  en  la 
magistratura,  en  los  parlamentos  y  en  los  altos  puestos  de  la  Admi- 


mOUESAJE  UNITER8ITARIO  11 

nÍ8trací6n  públii^a»  allí  mostró  el  doctor  Acevedo  su  distinguido  ta- 
lento, su  ^asta  erudición  científica  y  la  justicia  con  que  había  con- 
quistado su  alta  reputación  en  las  dos  repúblicas  del  Plata.» 

El  mismo  doctor  Obarrio,  depositario  hoy  de  los  primitivos  borrado- 
res del  Código  de  Comercio  argentino,  nos  dirá  cómo  se  consagraron 
aquellas  dos  eminencias  de  la  ciencia  jurídica  al  lleno  de  la  obra  que 
se  les  había  encomendado: 

«El  procedimiento  observado  por  la  Comisión,  dice,  en  el  desem- 
pefio  de  8u  mandato,  fué  el  de  dividir  las  funciones  de  sus  miembros, 
encargándose  el  doctor  Acevedo  de  la  preparación  del  proyecto  y 
ejerciendo  el  doctor  Vélez  la  de  revisador  ó  consultor.  La  Comisión 
se  reunía  una  ó  dos  vaces  por  semana.  La  orden  del  día,  si  podemos 
llamarla  así,  era  formada  por  el  título  ó  títulos  designados  de  ante- 
mano. El  doctor  Acevedo  presentaba  sus  trabajos  á  la  consideración 
de  su  colega,  quedando  aceptados  ó  modificados,  según  las  conclu- 
siones á  que  llegaban  después  de  maduro  y  detenido  examen. 

«La  exactitud  de  nuestros  informes  respecto  á  esta  manera  de  pro- 
ceder, agrega  el  doctor  Obarrio,  la  encontramos  confirmada  por  el 
señor  Sarmiento  en  la  sesión  de  30  de  junio  de  1859  del  Senado  de 
Buenos  Aires*  Después  de  recordar  la  forma  en  que  el  gobierno  de 
Chile  había  hecho  preparar  el  Código  Civil,  decía  textualmente,  ocu- 
pándose del  proyecto  de  Código  de  Comercio:  «El  gobierno  de  Buenos 
Aires  ha  procedido  por  este  mismo  sistema,  aunque  con  mucha  más 
sinoiplicidad,  encargando  al  señor  Ministro  de  Gobierno  que  lo  era  en- 
tonces el  doctor  Vélez,  que  fuera  examinando  los  trabajos  confiados 
al  doctor  Acevedo,  poniéndoles  el  vistobueno  y  su  aprobación  con 
las  reformas  que  creyere  oponer  á  cada  uno  de  sus  artículos,  según 
iba  confeccionando  el  Código.» 

A  estar  á  esta  exposición  del  doctor  Obarrio,  había  que  reconocer 
que  correspondió  al  doctor  Acevedo  la  exclusiva  redacción  del  Códi- 
go de  Comercio  argentino^  y  que  el  doctor  Vélez  Sarsfield  fué  única- 
mente el  miembro  consultor  de  la  Comisión  á  quien  se  había  enco- 
mendado esa  codificación. 

Pero  ¿cuál  fué  en  realidad  la  importancia  de  la  colaboración  del 
doctor  Vélez  en  los  trabajos  de  codificación,  que  título  por  titulo  le 
presentaba,  como  base  de  estudio,  el  doctor  Acevedo? 

Existen  antecedentes,  á  nuestro  juicio  irrecusables,  de  que  el  Có- 
digo de  Comercio  argentino  no  recibió  modificación  alguna  funda- 
mental en  los  trabajos  de  preparación  y  redacción  que  fueron  con- 
fiados al  doctor  Acevedo. 

El  informe  con  que  fué  presentado  el  Código  de  Comercio  del  Es- 
tado de  Buenos  Aires  consigna  las  siguientes  consideraciones  al  dar 
una  idea  somera  do  las  fuentes  en  que  habían  bebido  los  codifica- 
dores, las  doctrinas  jurídicas  qué  formaban  la  parte  fundamental  de 
sus  trabajos  de  codificación. 


12  EDUARDO  ACEVEDO 


«En  el  estado  actual  de  nuestro  Código  Civil*  dicen  los  doctores 
Vélez  Sarsfield  y  Aceyedo,  era  imposible  formar  un  Código  de  Co- 
mercio, porque  las  leyes  comerciales  suponen  la  existencia  de  las  le- 
yes civiles;  son  una  excepción  de  ellas,  y  parten  de  antecedentes  ya 
prescriptos  en  el  derecho  común.  No  podemos  hablar,  por  ejempJo,  de 
consignaciones,  sino  suponiendo  completa  la  legislación  civil  sobre  el 
mandato;  era  inútil  caracterizar  muchas  de  las  obligaciones  mercan- 
tiles como  solidarias,  si  no  existían  las  leyes  que  determinasen  el  al- 
cance y  las  consecuencias  de  este  género  de  obligaciones.  Pero  estas 
y  otras  diversas  materias  no  estaban  tratadas  en  los  Códigos  civiles, 
ó  la  legislación  era  absolutamente  deficiente  respecto  de  ellas,  guián- 
dose los  tribunales  por  la  jurisprudencia  general.  Hemos  tomado  en- 
tonces el  camino  de  suplir  todos  los  títulos  del  derecho  civil  que  á 
nuestro  juicio  faltaban  para  poder  componer  el  Código  de  Comercio. 
Hemos  trabajado  por  esos  treinta  capítulos  del  derecho  común,  los 
cuales  van  intercalados  en  el  Código,  en  los  lugares  que  lo  exigía  la 
naturaleza  de  la  materia.  Llenada  esa  necesidad,  se  ha  hecho  también 
menos  difícil  la  formación  de  un  Código  Civil  en  armonía  con  las  ne- 
cesidades del  país». 

Pues  bien:  esos  treinta  capítulos  del  Derecho  Qivil  que  se  incorpo- 
raban á  la  legislación  comercial,  y  que  debían  comprender  más  de 
una  tercera  parte  del  Código  de  Comercio  argentino,  fueron  tomados 
del  proyecto  de  Código  Civil  del  doctor  Acevedo,  sin  que  la  obra  del 
legista  oriental  recibiese  del  eminente  jurisconsulto  argentino  reforma 
ni  ampliación  de  ningún  género,  respetándose  no  sólo  el  espíritu  y  la 
letra  de  sus  disposiciones,  sino  también  el  orden  de  colocación  de  los 
artículos,  la  distribución  de  incisos,  y  hasta  las  palabras  subrayadas 
que  el  articulado  contiene. 

Y  no  es,  señores,  que  las  múltiples  tareas  que  reclamaban  la  acti- 
vidad del  hombre  público,  obligasen  al  jurisconsulto  argentino  á  ha- 
cer acto  de  limitada  confianza  en  el  talento  y  saber  de  su  colega  de 
codificación,  aceptando  sin  mayor  examen  el  trabajo  de  preparación, 
que  una  ó  dos  veces  por  semana  sometía  al  examen  de  su  sabio  y 
alto  criterio. 

Precisamente,  he  tenido  á  la  vista,  con  relación  á  esa  parte  de  la 
materia  civil,  incorporada  transitoriamente  al  Código  de  Comercio  ar- 
gentino, una  carta  dirigida  al  doctor  Acevedo  por  el  doctor  Vélez 
8arsfield,  la  que  no  tiene  fecha,  pero  cuyo  argumento  determina  por 
sí  solo  los  momentos  en  que  fué  escrita. 

Dice  así: 

«Doctor  Acevedo:  Le  mando  el  título  2.o  libro  2.o  (contiene  los  ca- 
pítulos del  mandato  y  las  comisiones  y  consignaciones).  No  le  he  he 
cho  observación.  Creo  que  se  podrá  copiar  sin  numeración.  Me  quedo 
con  el  título  1.®  (el  título  de  los  contratos  y  obligaciones)  porque  todo 


flOBtBNAJE  ÜNTVBBSrtABIO  ít 


en  él  es  nuevo  y  no  podré  entregárselo  hasta  el  sábado.  Viendo  así 
un  título  entero  del  Código  Civil  injertado  en  el  Código  de  Comer- 
do,  me  ocurre  la  idea  que  someto  al  juicio  de  usted,  de  poner  por  se- 
parado, y  precediendo  ai  Código  de  Comercio,  los  títulos  que  ha  sido 
preciso  escribir  del  Derecho  Civil.  Es  decir,  sacarlos  de  aquel  código, 
como  se  han  de  sacar  alguna  vez,  dándoles  desde  ahora,  sin  embargo, 
una  posición  especial.  No  le  diré  que  esto  sea  muy  bueno,  pero  tam- 
bién es  muy  impropio  poner  en  un  Código  de  Comercio  títulos  de 
Derecho  Ovil.  Aparecen  como  si  en  un  Código  Civil  se  pusiese  un 
título  de  naufragio.» 

£1  doctor  Acevedo  debió  sin  duda  persuadir  á  su  ilustre  colega,  de 
que  no  existía  la  impropiedad  que  seSLalaba,  y  que  en  todo  caso  la 
imponía  la  necesidad  de  que  la  nueva  codificación  comercial  armo- 
nizase con  los  principios  generales  de  legislación  civil  que  debían  ser 
sancionados  con  relación  á  la  vasta  materia  de  las  obligaciones,  el 
día  que  se  abordase  la  reforma  de  esa  rama  del  derecho  privado.  De 
otra  manera  no  se  explica  que  el  título  cuya  colocación  había  sido 
observada  por  el  doctor  Véiez  Barsfieid,  quedase  allí  mismo  donde 
el  doctor  Acevedo  había  creído  conveniente  colocarlo,  y  esto  sin  que 
se  alterase  en  lo  más  mínimo,  el  fondo  de  sus  disposiciones  ni  la 
forma  de  su  redacción. 

El  doctor  don  Manuel  Obarrio  ha  dicho  que  habría  error  en  creer 
que  el  doctor  Vélez  limitase  su  intervención  á  juzgar  del  mérito  de 
las  disposiciones  proyectadas,  aceptando  ó  proponiendo  á  su  respecto, 
correcciones  óenmieudas.— «No, --agrega;— algunas  veces  tomó  la  ini- 
ciativa y  preparó  el  trabajo,  invirtiéndose  entonces  los  roles»  y  cita 
como  principal  ejemplo  la  parte  del  Código  que  se  ocupa  de  los  princi- 
pios fundamentales  de  la  letra  de  cambio. 

El  doctor  don  Amancio  Alcorta  ha  sido  todavía  más  explícito  á  ese 
respecto,  que  su  compatriota  el  doctor  Obarrio: 

«Cuál  fué  la  doctrina  que  adoptó  el  Código,  con  relación  á  la  letra 
de  cambio?  se  pregunta  el  doctor  Alcorta.  Las  Ordenanzas  de  Bilbao, 
dice,  obedecían  á  las  antiguas  teorías  que  el  Código  francés  había 
aceptado  con  las  antiguas  Ordenanzas  de  Luis  XIV,  pero  ios  usos  y 
costumbres  comerciales  de  la  plaza  de  Buenos  Aires,  seguían  las  que 
Inglaterra  y  los  Estados  Unidos  consagraban  y  la  ley  alemana  de 
1848  había  incorporado  á  sus  preceptos,  en  mucha  parte  con  la  expo- 
sición de  Einert.  ¿Se  adoptarían  aquéllas  ó  éstas? 

«Los  codificadores  lo  explicaron  en  la  nota  con  que  remitieron  su 
proyecto,  y  siguiendo  en  parte  las  doctrinas  alemanas  y  las  costum- 
bres de  Inglaterra  y  Estados  Unidos,  formaron  una  teoría  mixta,  que 
después  de  más  de  veinte  años  se  presenta  por  los  jurisconsultos  como 
el  desiderátum  de  la  legislación  sobre  estas  materias. 

«No  fué  la  teoría  francesa,  porque  aceptó  las  letras  de  cambio  como 


14  EDUARDO    ACEVEbO 


documento  de  plaza,  no  obstante  la  existencia  de  los  vales  6  pagarés, 
el  endoso  en  blanco,  la  no  expresión  del  valor  entregado  como  re- 
quisito esencial,  el  giro  al  portador,  etc. 

«No  fué  la  teoría  alemana,  porque  legisló  sobre  la  provisión  de 
fondos,  no  admitió  el  endoso  después  del  protesto,  y  estableció  é  hizo 
posible  la  letra  al  portador  contra  la  expresa  prohibición  que  aquélla 
determina. 

«No  fué  la  teoría  inglesa,  porque  confundió  la  letra  de  cambio 
verdadera  y  la  letra  de  plaza  en  un  mismo  nombre  y   con  iguales 
requisitos,  y  se  apartó  del  formalismo  que  aquélla  acusaba. 

«La  teoría  del  Código,  concluye  el  doctor  Alcorta,  es  una  teoría 
mixta  como  hemos  dicho  antes,  y  que  responde  á  los  principios  más 
adelantados  de  la  legislación  y  de  la  ciencia  económica,  y  compete  al 
doctor  Vélez  Sarsfield  el  honor  de  la  doctrina  por  haber  sido  el  ex- 
clusivo redactor  de  esa  parte  del  Código.» 

Señores:  abordamos  con  completa  despreocupación  de  ánimo  esta 
parte  espinosa  de  la  cuestión  de  honores  distribuidos  con  tan  distinta 
medida  á  los  jurisconsultos  igualmente  ilustres  que  colaboraron  en 
la  confección  del  Código  de  Comercio  argentino. 

Pero  nos  parece  que  hay  absoluta  falta  de  equidad  en  la  manera 
cómo  se  aprecia,  según  satisface  más  ó  menos  un  mal  entendido  or- 
gullo nacional,  la  distinta  labor  de  aquellos  preclaros  legistas. 
Cuando  se  reconoce  que  era  el  doctor  Acevedo  quien  habitualmente 
redactaba,  título  por  título,  el  que  iba  á  ser  Código  de  Comercio  ar- 
gentino, á  nadie  se  le  ocurre  desconocer  la  importancia  de  la  colabo- 
ración que  ha  debido  llevar  á  la  obra  común  la  alta  inteligencia  y  sa- 
bia preparación  del  doctor  Vélez,  y  entretanto  cuando  se  supone  que 
fué  este  último  jurisconsulto  quien  redactó  exclusivamente  el  título 
de  la  letra  de  cambio,  tan  justamente  elogiado. . .  ¡ah!  entonces  la  dis- 
tribución de  honores  se  hace  con  distinta  medida,  adjudicándose  por 
entero  al  doctor  Vélez  Sarsfield  el  mérito  de  las  doctrinas  que  se  sus- 
tentan en  esa  parte  tan  importante  de  la  legislación  comercial. 

Hemos  dicho  que  se  ha  supuesto^  y  nada  más  que  supuesto,  que 
fué  el  doctor  Vélez  Sarsfield  quien  tuvo  exclusivamente  á  su  cargo 
el  título  de  la  letra  de  cambio,  y  podemos  agregar  que  existen  más 
que  presunciones  vehementes,  de  que  la  suposición  ha  nacido  y  se 
conserva  en  el  ánimo  de  los  jurisconsultos  argentinos,  cuyas  opinio- 
nes hemos  mencionado,  merced  á  informes  muy  precipitadamente  to- 
mados y  aceptados  sin  mayor  examen,  y  que  corren  como  verídicos, 
por  no  haber  recibido  hasta  ahora  la  rectificación  que  se  merecen. 

El  Código  de  Comercio  que  debía  ser  ley  del  Estado  de  Buenos 
Aires  primero,  y  de  la  República  Argentina  más  tarde,  estaba  formu- 
lado en  los  primeros  días  de  mayo  de  1857,  y  sólo  se  preocupaban  los 
autores  de  convenir  en  la  forma  de  su  presentación,  y  prepararse  el 
informe  con  que  debía  ser  presentado. 


"^ 


:ÉOHBHAÍE  uniVbrbitarto  16 


Eae  informe  es  obra  del  doctor  Vélez  Sarefield,  pero  precisamente 
porque  el  redactor  del  C&d\go  no  había  sido  otro  que  el  doctor  Ace- 
vedo,  le  correspondía  señalar  las  fuentes  en  que  había  bebido  al  ela- 
borarlo, é  indicar  en  términos  generales  aquellos  códigos,  doctrinas 
de  autores  y  usos  comerciales  que  había  tenido  en  cuenta  en  la  pre- 
paración de  su  laboriosísimo  trabajo. 

Obra  en  poder  de  uno  de  los  hijos  del  doctor  Acevedo,  el  que  sea 
dicho  de  paso  lleva  dignamente  su  ilustre  apellido,  un  borrador  de  la 
carta,  que  dirigió  al  doctor  Vélez  con  fecha  16  de  mayo  de  1857. 

I>e  esta  carta  copiamos  los  siguientes  párrafos: 

«Le  mando,  como  le  prometí  el  sábado,  los  Códigos  portugueses  y 
espafiol,  por  lo  que  puedan  servirle  las  respectivas  introducciones,  y 
el  brasilero  para  que  lo  recorra^  ya  que  usted  no  lo  conoce. 

«El  trabajo,  como  usted  sabe,  lo  he  hecho,  teniendo  siempre  á  la 
visto  los  Códigos  de  Francia,  Holanda,  España,  Portugal,  Wurtem- 
berg  y  Brasil,  sin  perjuicio  de  haber  aprovechado  las  mejoras  últi- 
mamente introducidas  en  Francia  sobre  quiebras,  la  ley  especial  de 
Alemania  sobre  letras,  y  muchas  de  las  disposiciones  vigentes  en  In- 
glaterra y  Estados  Unidos. 

«Desde  entonces,  sería  muy  difícil  decir  cuál  de  los  Códigos  ha 
servido  especialmente  para  cada  título,  pues  la  verdad  es  que  para  la 
redacción  de  cada  uno  he  tratado  de  tenerlos  presentes  á  todos». 

Los  precedentes  párrafos  de  carta,  que  según  hemos  dicho,  toma- 
mos de  un  borrador  de  puño  y  letra  del  doctor  Acevedo,  confirman 
no  sólo,  como  todos  lo  habían  ya  reconocido,  que  fué  el  jurisconsulto 
oriental  el  redactor  del  Código  de  Comercio  argentino,  sino  que  no 
es  exacto  que  tomase  el  doctor  Vélez  Sarsfíeld  á  su  cargo  la  redac- 
ción del  título  de  la  letra  de  cambio,  pues  de  lo  contrario  no  se  expli- 
caría que,  concluido  el  trabajo  de  codificación,  le  hiciese  &aber  el 
doctor  Acevedo  que  la  preparación  y  redacción  de  todos  los  títulos 
del  Código  había  sido  hecha  teniendo  á  la  vista,  además  de  los  múl- 
tiples elementos  que  enumera,  la  ley  especial  de  Alemania  sobre  le- 
tras y  muchas  de  las  disposiciones  vigentes  en  Inglaterra  y  Estados 
Unidos  sobre  la  misma  materia. 

El  doctor  Alcorta  ha  hecho  la  edición  de  un  Código  de  Comercio 
argentino,  señalando  las  fuentes  de  que  han  sido  tomados  ó  que 
ha  dado  origen  á  cada  uno  de  sus  artículos.  El  examen  que  hemos 
practicado  del  título  relativo  á  la  letra  de  cambio  nos  ha  hecho  saber, 
que  de  los  150  artículos  que  comprende,  64  son  tomados  del  Código 
eí^^mñol  de  1829,  10  del  Código  de  Wurtemberg,  1  del  portugués,  3 
del  de  Francia,  2  del  de  Holanda,  8  del  jurisconsulto  Massé,  2  de 
Fremery,  2  de  Bravard  Veyrrieres,  13  de  la  ley  americana  sobre  la 
letra  de  cambio  y  38  del  Código  del  Brasil,  que  ti  doctor  Vélez  Sars- 
field  no  conoto. 


i6  isbUARbO   AC£VEÍ>Ó 


Todoe  esos  Códigos»  autores  y  leyes  existen  entre  los  libros  que 
dejó  á  su  fallecimiento  el  doctor  Acevedo;  y  que  los  tenía  ya  en  la 
fecha  en  que  redactaba  el  Código  de  Comercio  argentino,  lo  pone  en 
evidencia  la  carta  á  que  hemos  hecho  referencia. 

Podemos,  pues,  opinar  sin  temor  de  ser  desmentidos,  que  ese  sabio 
cuerpo  de  leyes  fué  exclusivamente  redactado  por  el  doctor  don 
Eduardo  Acevedo,  incluso  el  título  relativo  á  la  letra  de  cambio,  y 
que  no  fué  alterado  fundamentalmente  en  su  redacción  primitiva,  no 
obstante  pasar  por  el  control  y  censura  de  un  eminente  ciudadano 
argentino,  de  renombre  indiscutible  en  el  mundo  jurídico  y  que  fa* 
Ueció  consagrado  como  el  más  sabio  jurisconsulto  de  su  patria. 

Tal  es  la  obra  del  doctor  Acevedo  como  codificador  del  Derecho 
Comercial  en  el  Bío  de  la  Plata. 

En  cuanto  á  su  influencia  en  la  codificación  del  Derecho  Civil,  si 
no  ha  sido  tan  completa  y  efícaz,  mereciendo  ser  reformada  en  gran 
parte,  debe  tenerse  presente  que  su  proyecto  estaba  ya  confeccionado 
veinte  años  antes  de  nombrarse  las  Comisiones  que  debían  redactar 
los  Códigos  civiles  oriental  y  argentino,  y  que,  excepción  hecha  de 
Solivia,  es  anterior  á  todos  los  códigos  y  proyectos  promulgados  ó 
redactados  en  materia  civil  en  las  dos  Américas. 

Por  lo  demás,  la  reforma  de  la  legislación  civil  del  Río  de  la  Plata 
lo  cuenta  entre  sus  más  ilustres  precursores.  «No  deja  de  ser  un  con- 
traste singular,  decía  el  doctor  Acevedo  en  la  introducción  de  su  pro- 
yecto de  Código  que  lleva  la  fecha  del  10  de  septiembre  de  1851,  ver 
á  la  España  desprenderse  de  sus  viejas  leyes,  mientras  que  nosotros 
conservamos  religiosamente  los  harapos  que  ella  tira  para  ponerse  en 
armonía  con  el  espíritu  del  siglo.  Desde  el  año  29  promulgó  un  nuevo 
Código  de  Comercio  en  lugar  de  las  Ordenanzas  de  Bilbao,  que  con 
todos  sus  vacíos  siguen  rigiendo  entre  nosotros,  y  hace  muchos  años 
que  se  ocupa  de  un  Código  Civil  que  muy  pronto  veremos  publicado. 
En  tal  situación,  permanecer  estacionarios  es  retrogradar,  sobre  todo 
cuando  el  impulso  se  ha  dado  en  otras  de  las  secciones  del  continente 
sudamericano.  Bolivia  tiene  su  codificación  concluida  veinte  años  ha. 
El  Brasil  y  Chile  y  algunas  otras  naciones  americanas  marchan  en 
la  misma  vía,  y  antes  de  poco,  agrega  el  doctor  Acevedo,  seremos 
nosotros  quizá  los  únicos  que  habremos  quedado  velando  las  cenizas 
que  nos  legó  la  España». 

En  el  informe  con  que  la  Comisión  codificadora  elevó  al  gobierno 
de  la  época  nuestro  actual  Código  Civil  se  consigna,  que  los  Códigos 
de  América  y  con  especialidad  el  justamente  elogiado  de  Chile,  los 
sabios  comentarios  del  Código  Napoleón,  y  el  proyecto  del  doctor 
Acevedo,  el  de  Ooyena,  el  de  Freitas  y  el  del  doctor  Vélez  Sarsfíeld, 
habían  sido  los  antecedentes  sobre  que  se  había  elaborado  la  obra 
que  la  Comisión  codificadora  había  revisado,  discutido  y  aprobado. 


tíOlCEKAlE  ÚNlVBRSITAIttO  1t 


Hay  en  esa  sucinta  relación  de  motivos  una  omisión  que  la  verdad 
histórica  debe  salvar,  dando  á  cada  eminencia  la  posición  en  que  real- 
mente ha  estado  colocada. 

Los  trabajos  de  codifícación  del  doctor  Acevedo  no  sirvieron  sólo 
como  uno  de  tantos  antecedentes  que  tuviese  en  cuenta  la  Comisión 
de  distinguido  jurisconsultos  que  redactó  el  notable  Código  Civil  que 
actualmente  nos  rige. 

El  decreto  de  20  de  marzo  de  1866,  que  constituyó  esa  Comisión,  es 
muy  explícito,  en  el  sentido  de  reconocer  la  justicia  y  conveniencia 
de  utilizar  los  trabajos  de  codificación  que  había  dejado  redactados 
el  doctor  Acevedo,  vinculando  así  la  reforma  proyectada  á  la  labor 
jurídica  que  tanto  dignifica  al  país  á  que  pertenecía  el  ciudadano  que 
la  había  realizado. 

El  gobierno  de  la  época,  por  el  artículo  1.^  del  decreto  menciona- 
do, dispuso  que  la  Comisión  nombrada  con  fecha  4  de  junio  de  1865 
para  la  re  visación  del  Código  de  Comercio  argentino,  reintegrase  con 
el  doctor  don  Joaquín  Requena  y  procediese  á  la  revisación  del  pro- 
yecto de  Código  Civil  del  doctor  don  Eduardo  Acevedo,  corregido 
por  el  doctor  don  Tristán  Narvaja,  presentando  á  la  brevedad  posi- 
ble sus  trabajos  concluidos,  para  su  examen  y  correspondiente  apro- 
bación y  promulgación. 

Y  que  esa  Comisión  aceptó  el  mandato,  cumpliéndolo  en  los  térmi- 
nos en  que  había  sido  otorgado,  lo  dice  en  primer  término  la  declara- 
ción inicial  de  su  elocuente  informe,  en  que  manifiesta  que  tiene  la 
singular  satisfacción  de  presentar  después  de  revisado,  discutido  y 
aceptado,  el  proyecto  del  Código  Civil  oriental  redactado  por  el  doc- 
tor don  Tristán  Narvaja,  y  el  que  á  su  vez  era  revisación  del  que  ha- 
bía sido  confeccionado  por  el  doctor  Acevedo. 

Confirma  esa  manifestación  implícita  de  la  Comisión  codificadora, 
la  circunstancia  de  haberse  guardado  en  el  Código  actual  una  dis- 
tribución de  materias  idéntica  á  la  de  aquel  proyecto,  sucediéndose 
los  libros,  títulos  y  artículos  en  el  mismo  orden  de  dependencia,  aún 
cuando  se  dé  el  caso  de  traducir  distintos  principios  y  aún  de  res- 
ponder á  doctrinas  completamente  opuestas. 

En  cuanto  á  la  parte  fundamental  de  la  legislación,  el  título  pre- 
liminar, el  de  la  patria  potestad,  el  de  la  ausencia,  el  de  la  prescrip- 
ción y  otros  no  menos  importantes,  y  por  último  el  título  que  com- 
prende la  vasta  materia  del  derecho  de  las  obligaciones,  á  que  no  es 
ajena  cuestión  alguna  de  la  ciencia  jurídica,  son  pruebas  irrecusables 
de  que  el  cuerpo  general  de  nuestras  leyes  de  derecho  privado  ha 
echado  raíces  en  suelo  que  desde  muchos  años  atrás,  había  ferti- 
lizado el  surco  de  una  inteligencia  vigorosa  y  una  voluntad  inque- 
brantable. 


18  EDUARDO  ACeVEDO 


Lejos  de  mi  la  idea  de  desconocer  el  mérito  indiscatible  de  los 
jurisconsultos,  que  aunque  venidos  los  últimos,  supieron  mejorar  en 
todo  sentido  el  legado  de  saber  y  de  experiencia  que  les  transmitió  el 
pasado. 

£/a  reforma  del  sistema  hipotecario,  la  abolición  de  la  institución 
de  la  muerte  civil,  la  legislación  sobre  los  derechos  posesorios,  el  re- 
conocimiento de  la  plena  autonomía  de  los  contrayentes  y  otras  re- 
formas de  no  menor  importancia»  sin  aminorar  la  ruda  labor  de  los 
que  les  precedieron,  ponen  bien  de  relieve  el  mérito  propio,  y  demues- 
tran que  dado  el  primer  impulso,  hemos  sabido  marchar  siempre  ade- 
lante, aunque  muchas  veces  el  país  no  se  diese  cuenta  de  la  verda- 
dera importancia  de  las  conquistas  alcanzadas. 

Entre  el  doctor  Acevedo  y  los  que  hoy  rendimos  culto  á  su  memoria 
se  han  interpuesto  más  de  dos  generaciones.  No  es  extraño,  pues,  que 
haya  habido  mucho  que  reformar  en  sus  grandes  trabajos  jurídicos. 
Más  de  una  vez  sin  embargo,  en  lugar  de  retardarse  se  adelantó  mu- 
chos afios  á  su  época.  No  olvidemos  que  hace  cuarenta  afios  consa- 
graba ya  en  su  Proyecto  de  Código  la  secularización  de  los  registros 
de  estado  civil,  y  determinaba  sabiamente  la  separación  de  la  juris- 
dicción eclesiástica  y  civil,  con  relación  á  la  institución  del  matrimo- 
nio. Audacias  son  esas,  que  prueban  el  temple  de  alma  del  ciudada- 
no y  que  inmortalizan  al  hombre  de  ciencia. 

No  debe  ser  título  muy  deleznable,  el  de  codificador  de  pueblos 
libres,  cuando  el  primer  capitán  del  siglo,  encadenado  á  la  roca  de 
Santa  Elena,  palpando  la  inutilidad  de  sus  grandes  batallas,  y  lo  efí- 
mero de  sus  glorias  dealumbrantes,  exclamó  más  de  una  vez,  disputan- 
do los  últimos  girones  de  su  fama  á  la  historia  que  tan  infiexivamente 
debía  juzgarlo:  «Lo  perderé  todo;  pero  al  menos  no  se  me  puede 
arrebatar  ese  Código  de  leyes  que  he  creado  y  que  pasará  á  la  más 
remota  posteridad.  > 

Esa  posteridad  contempla  hoy  al  gran  coloso,  con  su  figura  de 
guerra  chamuscada  por  el  fuego  vengador  que  ardía  en  el  corazón  de 
los  patriotas  españoles,  y  hundida  en  el  hielo  de  las  estepas  de  la 
Busia,  y  si  desfila  indiferente  ante  su  espada  rota  por  las  naciones 
coaligadas,  se  inclina  con  respeto  ante  los  famosos  Códigos  que  man- 
dó redactar  para  su  patria,  y  con  los  cuales  pretendía  gobernar  á  los 
pueblos  conquistados. 

Felicitémonos  entonces  de  que  una  feliz  inspiración  del  doctor  Aza- 
róla, haya  sido  motivo  de  que  nos  encontremos  hoy  reunidos  en  la 
Universidad  de  la  República,  haciendo  acto  de  presencia  en  el  mo- 
mento de  colocarse  en  el  aula  de  Derecho  CSvil  el  retrato  del  ilustre 
jurisconsulto  uruguayo,  y  el  que  me  ha  cabido  el  honor  de  presentar 
al  señor  decano  de  la  Facultad  de  Derecho  y  Ciencias  Sociales,  en 
representación  de  los  abogados  del  foro  nacional. 


ttOMEHA^  üim^ITlfilO  Id 


Ea  de  desear,  señoree,  que  se  repitan  estos  actos  de  reparadora  jus- 
ticia postuma.  Son  verdaderos  confortantes  del  espíritu,  en  épocas  en 
que  el  creciente  hundimiento  de  todos  los  ideales,  postra  á  los  débi- 
les, desconcierta  á  los  más  fuertes  y  entristece  á  todos. 

Bea  este  un  homenaje  de  forma  transitoria  con  que  rendimos  culto 
á  la  memoria  del  doctor  don  Eduardo  Acevedo,  mientras  su  busto, 
tallado  en  el  bronce  6  en  el  mármol,  no  se  levanta  en  el  futuro  edi- 
ficio universitario,  como  justa  aunque  tardía  protesta,  contra  el  olvi- 
do verdaderamente  suicida,  en  que  nuestra  proverbial  indiferencia 
por  las  ¿glorias  propias  y  nuestro  entusiasmo  por  las  ajenas,  envuelve 
á  menudo  el  recuerdo  de  los  ilustres  patricios  que  más  nos  han  hon- 
rado ante  propios  y  extraños. 

IMaenrso  del  doctor  IMIoardo  Brito  del  Pino. 

Señores: 

El  Ck>n8ejo  de  Enseñanza  Secundaria  y  Superior,  en  cuyo  nombre 
tengo  el  honor  de  hablar  en  este  acto,  ha  considerado  la  memoria  del 
doctor  don  Eduardo  Acevedo  digna  del  homenaje  que  varios  aboga- 
dos y  jóvenes  estudiantes  trataban  de  tributarle  y  que  se  realiza  en 
este  momento. 

Por  eso,  no  sólo  acepta  complacido  la  donación  de  su  retrato,  sino 
que  contribuye  á  su  adquisición,  asociándose  así  al  homenaje  mere- 
cido, en  cuanto  podía  hacerlo  dentro  del  límite  de  sus  facultades  re- 
glamentarias. 

No  hago,  pues,  sino  dar  cumplimiento  á  una  resolución  plausible 
del  Consejo,  recibiendo  y  dando  un  puesto  de  honor  en  esta  sala  al 
eminente  jurisconsulto  y  codificador  que  ilustró  con  su  ciencia  y 
honró  con  sus  virtudes  el  foro,  la  prensa,  el  parlamento,  la  judicatu- 
ra y  el  gobierno  de  la  República. 

El  señor  doctor  Ramírez,  en  el  notable  trabajo  que  acaba  de 
leer,  ha  hecho  plena  justicia  á  sus  méritos. 

Era,  en  efecto,  el  doctor  don  Eduardo  Acevedo,  por  sus  altas  cuali- 
dades intelectuales  y  morales,  una  personalidad  descollante  en  nues- 
tra patria,  y  en  todo  el  Río  de  la  Plata,  y  acreedora,  bajo  todos  con- 
ceptos, al  honor  que  en  este  momento  hacemos  á  su  nombre. 

En  sus  trabajos  como  legislador  y  codificador,  en  sus  escritos  co- 
mo abogado  y  periodista,  en  sus  fallos  como  juez  y  en  sus  actos  de 
ciudadano  y  hombre  público,  en  todas  las  nobles  tareas  á  que  con- 
sagró su  fecunda  vida,  reveló  siempre  condiciones  sobrecalientes  de 
inteligencia,  de  carácter  y  de  corazón. 

Era  un  pensador  avanzado  y  una  conciencia  pura,  una  vasta  ilus- 
tración puesta  al  servicio  del  bien;  un  patriota  desinteresado,  un 
juez  íntegro,  un  jurisconsulto  notable  y  un  eminente  codificador* 


id  fiDÜÁRÍ>0  ÁCETEhO 


Pertenecía  al  número  de  aquellos  hombres  excepcionales  que,  lejos 
de  ambicionar  las  altas  posiciones  sociales  como  medio  de  elevarse  en 
el  concepto  de  los  demás,  honran  con  sus  méritos  propios  cualquier 
puesto  público  que  son  llamados  á  desempefiar. 

Merece,  pues,  en  todo  sentido  el  honor  que  se  le  tributa  colocando 
su  jretrato  al  frente  de  esta  sala,  en  donde  el  recuerdo  de  su  grande 
autoridad  moral  puede  todavía  seguir  prestando  servicios  á  la  patria. 

Pueda  su  ilustre  memoria,  evocada  perpetuamente  por  su  imagen 
en  este  recinto,  inspirar  á  los  alumnos  de  la  Facultad,  y  á  toda  la 
juventud  universitaria,  su  profundo  amor  por  el  estudio  del  derecho, 
su  culto  austero  por  los  principios  que  dignifican  la  ciencia,  y  esa  no- 
ble pasión  del  bien  público  que  animó  siempre  su  espíritu  selecto,  sin 
la  cual  hasta  la  ciencia  misma  puede  llegar  á  ser  una  calamidad  so- 
ciall 

I>l8eiur80  del  doctor  CSnriqve  Azaróla. 

Señores: 

Apasionado  por  el  estudio  de  los  anales  de  la  humanidad,  lo  soy 
tanto  ó  más,  de  la  justicia  histórica.  Creo  que  el  conocimiento  pro- 
fundo de  los  unos  y  el  homenaje  de  reconocimiento  sincero  que  se 
debe  á  la  otra,  contribuyen  en  primera  línea,  á  dar  claridad  á  nues- 
tras ideas  sobre  multitud  de  puntos  de  trascendental  importancia;  á 
fijar  nuestras  rutas  en  numerosas  ocasiones;  á  volvernos  más  bené- 
volos de  lo  que  pudiera  permitirnos  el  embravecimiento  de  las  pasio- 
nes; á  formar  gradual  y  progresivamente  nuestro  carácter  con  los 
datos  abrumadores  que  nos  proporciona  la  experiencia;  á  ilustrar 
grandemente  nuestros  juicios  en  el  vasto  escenario  que  nos  descubre 
sin  interrupción  de  continuidad  la  marcha  incesante  de  las  genera- 
ciones á  travéd  de  los  tiempos  que  se  suceden  sin  cesar,  y  por  últi- 
mo á  convencernos  del  error  profundo  que  padecen  y  de  las  espesas 
brumas  de  que  se  ven  rodeados  los  que  pretenden  explicar  por  el  aca- 
so ciego,  inopinado  ó  imprevisto,  ora  las  sabias  leyes  del  universo 
físico,  ora  las  facundas  enseñanzas  del  orden  moral  que  llama  á  los 
hombres  al  augusto  cumplimiento  del  deber. 

Abrid  el  gran  libro  de  la  Historia;  reflexionad  sobre  las  conclu- 
siones que  nos  suministran  generosamente  sus  páginas;  desentrañad 
las  causas  muy  á  menudo  inaccesibles  de  los  acontecimientos;  exami- 
nad el  plan  á  que  indudablemente  obedece  lo  infinitamente  grande  y 
lo  infinitamente  pequeño  que  opera  en  el  espacio  inconmensurable 
donde  la  creación  se  mueve  y  se  agita  sin  comprometer  jamás  ni  su 
unidad  ni  su  variedad  en  la  gravitación  de  sus  armonías,  y  os  per- 
suadiréis que  las  sociedades  como  los  hombres,  las  nacionalidades  co- 


HOMENAJE  ÜNI7EB8ITARI0  2t 


mo  los  individuos,  traen  siempre  á  la  elaboración  permanente  de  los 
principios  que  presiden  y  constituyen  los  sucesos,  el  cumplimiento  de 
su  misión  sobre  la  tierra,  la  ejecución  inesperada  de  un  mandato  des- 
conocido hasta  por  ellos  mismos. 

Así  la  India  ha  dado  en  sus  teogonias  panteístas  las  formas  más 
acabadas  déla  naturaleza;  las  razas  semíticas,  los  conceptos  más  a}- 
tos  de  la  divinidad;  la  Grecia,  las  ideas  más  perfectas  sobre  el  arte 
considerado  bajo  todas  sus  fases;  Roma,  el  conocimiento  del  derecho; 
las  tribus  teutónicas,  la  noción  del  individualismo;  los  anglo  sajones, 
las  tradiciones  del  gobierno  libre. 

Y  observad,  señores,  que  cuando  está  decretado  lo  que  tiene  que 
acontecen  cuando  suena  la  hora  de  la  oportunidad  en  la  esfera  de  los 
tiempos,  nada  hay  que  consiga  detener  el  desenvolvimiento  natural  y 
avasallador  de  las  ideas  destinadas  á  triunfar,  ó  el  crecimiento  irresis- 
tible de  las  personalidades  elegidas,  por  una  sabiduría  verdaderamen- 
te superior,  para  ser,  á  un  mismo  tiempo,  como  la  forma  y  la  sustan- 
cia de  un  hecho,  de  un  progreso,  de  una  época. 

Kos  admiramos  continuamente  contemplando  desde  un  sitio  que  á 
la  verdad  no  hemos  buscado  por  nuestra  propia  voluntad,  pero  en  el 
cual  nos  encontramos  colocados  en  el  inmenso  teatro  de  la  vida,  las 
circunstancias  y  los  pasajes  más  prodigiosos  que  guarda  la  memoria 
de  los  hombres,  como  factores  de  importancia  suma  que  han  dado 
carácter  particular  á  los  elementos  componente&  de  la  civilización, 
que  es  la  gran  tarea  impuesta  á  los  humanos  en  su  provecho,  porque 
en  su  realización  práctica  y  completa  va  envuelta  la  solución  posi- 
ble de  cuanto  puede  el  hombre  aspirar  á  poseer  legítimamente  en  el 
transcurso  accidentado  de  su  limitada  existencia. 

Volved  la  vista  por  un  momento  á  las  edades  que  pasaron,  esmal- 
tadas con  los  acontecimientos  que  presenciaron  sus  díai«,  y  escuchad, 
como  una  voz  que  se  aleja,  la  lección  severa  del  genio  tutelar  que 
guía  á  la  humanidad  en  su  marcha  sin  descanso  por  entre  los  esco- 
llos y  las  sirtes  de  océanos  tantas  veces  tempestuosos. 

Arrojado  Escipión  de  los  valles  del  Tesino;  desbaratado  Sempro- 
nio,  á  las  márgenes  del  Trebia,  cuando  estaban  lozanos  todavía  los 
laureles  conquistados  en  las  campafias  de  Sicilia;  puesto  en  fuga 
Flaminio,  con  sus  haces  consulares  á  las  orillas  del  lago  Trasimeno; 
erguidos  á  la  sombra  del  vencedor  los  pueblos  de  las  vertientes  al- 
pinas, agitando  sobre  la  cabeza  de  los  vencidos  las  iras  de  sus  ven- 
ganzas, Romfi,  se  estremeció.  El  peligro,  tanto  más  pavoroso  cuanto 
más  cercano  acalló  las  disensiones  internas;  suprimió  las  luchas  en^ 
tre  las  clases  sociales:  hizo  callar  la  voz  de  la  oposición,  unificó  los 
pareceres,  reconcilió  á  los  ciudadanos,  y  fundiendo  en  un  instante  de 
abnegación  patriótica,  su  grande  espíritu  público,  destinado  á  llenar 
el  mundo  con  la  institución  de  sus  tribunos,  amalgamó  en  un  abrazo 


22  EDÜiLBDO  ÁOBYEBO 


de  gigante,  conmovido  por  el  miedo,  la  salvación  suprema  de  la  Be- 
pública  como  la  unión  entusiasta  y  firme  de  su  patríciado  y  de  su 
pueblo,  confíándola  alternativa  y  sucesivamente  á  un  noble  y  un 
plebeyo,  como  lazo  fortísimo  de  confraternidad  nacional.  Beconstí- 
tuídos  asf ,  en  los  altares  de  la  patria,  llevan  los  romanos  diez  y  seis 
legiones  al  combate.  Varron,  despliega  arrogantemente  sobre  su  tien- 
da de  campaña,  su  rico  manto  de  púrpura,  señal  inequívoca  de  la 
proximidad  de  la  batalla.  La  acepta,  radiante  de  gozo,  el  que  había 
jurado  á  Boma  odio  eterno  desde  niño.  Gran  capitán,  estratégico 
consumado,  sublime  intérprete  del  genio  de  la  guerra,  le  basta  una 
mirada  sobre  la  posición  de  las  huestes  adversarias  para  constituir 
su  línea  sobre  aquel  suelo  tan  codiciado  de  la  Italia»  abierto  por  el 
paso  gigantesco  de  los  Alpes  á  las  ilusiones  de  su  ambición.  Los  ga- 
los y  los  españoles,  en  la  vanguardia;  la  infantería  cartaginesa,  sóli- 
damente establecida  en  el  centro,  los  Númidas  sobre  Varron,  desple- 
gados en  la  llanura;  Asdrúbal  al  frente  de  Pablo  Emilio;  los  elefan- 
tes guerreros  en  los  extremos  de  las  alas.  Da  la  señal.  Pablo  Emilio, 
dos  veces  cónsul,  arenga  á  las  legiones  llevando  en  la  mano  su  casco 
y  recordando  que  sus  enemigos  se  encuentran  á  pocas  millas  de  los 
hogares  romanos.  Se  acometen,  se  enlazan,  se  confunden.  La  tajante 
espada  de  los  Númidas  que  hasta  entonces  no  había  conocido  barre- 
ras desde  el  Ebro  al  Bódano,  desde  el  Bódano  á  los  Alpes,  se  estre- 
lla una  y  mil  veces  ante  el  vigor  de  cuadros  inexpugnables.  Las  lí- 
neas vacilan,  los  cuerpos  se  destruyen  y  se  rehacen,  la  sangre  vertida 
á  torrentes,  empapa  el  suelo  de  la  comarca  de  Cannas.  Se  aplaza  á  cada 
instante,  en  el  fragor  de  tan  horrible  contienda,  el  momento  decisivo  de 
la  victoria,  por  que  luchan  las  energías  de  dos  atletas  igualmente  poder 
rosos;  pero  el  talento,  contra  el  cual  todo  es  impotente»  pide  á  la  inspi- 
ración de  la  guerra  uno  de  sus  destellos  para  asegurar  el  triunfo:  la 
inspiración  responde;  y  una  evolución,  un  movimiento,  una  maniobra 
sencilla,  pero  matemática  y  exacta,  envuelve  á  las  legiones  que  quedan 
inmóviles,  vigorosamente  asaltadas  por  la  espalda:  los  romanos  no  pue- 
den ya  resistir,  y  caen  postrados  como  mole  inmensa  bajo  la  cuchilla 
hambrienta  de  enemigos  implacables.  Pablo  Emilio,  acribillado  de  heri- 
das, exhala  su  alma  exhortando  á  Boma  que  cuide  de  su  defensa. 
Tres  grandes  medidas  repletas  de  anillos  arrancados  á  los  cadáveres, 
fueron  arrojadas,  como  un  despojo,  á  los  pies  de  los  senadores  de 
Cartago. 

Y  bien,  señores:  ¿Por  qué  no  pudo  Aníbal,  cenar  en  la  noche  que 
siguió  á  tan  señalado  día,  en  una  de  las  salas  del  Capitolio? 

¿Qué  significado  tienen,  ante  la  filosofía  de  la  historia,  aquellas 
palabras  tan  célebres  de  iVf  aharbal:  sabes  vencer,  Aníbal,  pero  no  sa- 
bes aprovecharte  de  la  victoria? 

¿Por  qué  el  Senado  Bomano,  casi  abandonado  de  •  la   Italia»  que 


HOMBHAJE   ONIVERBITARIO  23 


ofreció  BU  alianza  al  vencedor,  en  vez  de  desfallecer  ante  la  infausta 
nueva  de  la  catástrofe  que  ponía  á  la  República  á  merced  del  inva- 
sor, á  quien  distinguían  como  atributos  naturales,  la  fuerza  y  el  ge- 
nio, se  irguió  más  altivo  que  nunca,  y  mandó  ^que  se  organizara  la 
Victoria,  cuando  parecía  que  no  había  más  tiempo  que  para  llorar  la 
derrota? 

Un  sacudimiento  eléctrico  enardeció  los  ánimos  rivalizando  cada 
uno  en  el  amor  á  la  patria.  Las  dama^  romanas,  á  quienes  había  he^ 
rido  el  infortunio,  apiñadas  ul  pie  del  Capitolio,  renunciaron  á  sus 
lutos,  para  no  agravar  con  su  duelo  las  tristezas  de  la  República.  El 
Senado  oía  una  voz  que  le  decía:  adelante.  Sobre  las  ruinas  humean- 
tes de  la  patria,  percibía  claramente  un  eco  que  le  ordenaba  la  resis- 
tencia. £1  Senado  lo  sentía,  pero  no  sabía  su  nombre. 

A  más  de  veinte  siglos  de  los  sucesos,  su  explicación  es  bien  sen- 
cilla. Era  que  Roma  tenía  que  cumplir  una  misión  grandiosa:  tan 
grande  como  la  de  preparar  con  su  genio  asimilador  y  cosmopolita, 
la  realización  de  hechos  trascendentales  para  hacer  camino  á  la  mar- 
cha de  la  humanidad  por  el  derrotero  que  se  le  ha  trazado  hacia  lo 
desconocido,  que  así  como  el  sol,  acompañado  de  todo  su  sistema,  se 
encamina  en  la  dirección  de  lejanas  constelaciones,  según  lo  afirman 
los  astrónomos,  penetrando  de  momento  en  momento  por  espacios  in- 
conmensurables é  ignorados,  así  también  las  sociedades  se  engolfan 
en  el  abismo  de  lo3  tiempos,  que  no  se  detienen  jamás,  para  ejecutar, 
entre  días  felices  ó  aciagos,  el  designio  marcado  por  sus  destinos. 

Innumerables  son  los  ejemplos  que  pudieran  citarse  en  apoyo  de 
mi  tesis;  repetidas  las  lecciones  que  demuestran  cuan  cierto  es  que 
los  pueblos  y  los  hombres  superiores,  dejan  á  su  paso  el  sello  de  su 
carácter  ó  la  estela  de  su  personalidad,  como  un  factor  poderoso  de 
sus  desenvolvimientos  ó  de  sus  retrocesos,  como  un  jalón  que  marca 
una  parada  en  la  jornada  de  su  vida. 

Porque  si  pasamos,  señores,  del  estudio  de  la  filosofía  de  la  histo- 
ria, imparcial  y  justiciero,  al  examen  de  la  influencia  ejercida  no  ya 
por  toda  una  colectividad,  sino  por  un  solo  hombre,  nos  encontra- 
mos con  que  el  individuo  desde  su  posición  y  desde  el  medio  en  que 
ha  actuado,  ha  dejado,  en  profundo  surco,  la  huella  de  su  fisonomía 
moral  y  de  sus  cualidades,  en  la  época  en  que  ha  vivido  y  en  que  se 
ha  agitado  como  un  elemento  de  primera  magnitud  para  la  práctica 
del  bien  ó  para  la  maldecida  consumación  del  mal,  según  que  su  in- 
teligencia, sus  actos  y  su  valer,  hayan  dignificado  á  la  moralidad  ó 
vilipendiado  sus  leyes. 

Sócrates,  Solón,  Cincinato,  César,  Colón,  Lutero,  Felipe  de  Aus- 
tria, Bonaparte,  Bolívar,  Washington,  están  ahí  encarnando  en  sus 
ideales  las  aspiraciones  nobles,  ó  sirviendo  de  portavoz  y  de  ban- 
dera para  la  perpetración  del  crimen. 


24  EDÜABBO   AOEVEDO 


Y  81  de  lo  general  descendemos  á  lo  particular,  y  de  esto  último  á 
lo  concreto,  ¿qué  otra  cosa  significa  este  acto  que  nos  congrega,  que  el 
homenaje  que  rendimos  á  una  personalidad  que  se  impuso  á  sus  con- 
temporáneos por  el  esfuerzo  de  su  valimiento  propio,  y  á  las  genera- 
ciones orientales  que  se  han  sucedido  después  de  sus  días  por  la  tra- 
dición luminosa  de  sus  talentos  y  de  sus  virtudes,  que  la  razón  públi- 
ca ha  guardado  como  un  legado  respetuoso? 

Señores:  £1  doctor  don  Eduardo  Acevedo,  fué  un  obrero  del  bien 
público,  que  ganaba  en  el  yunque  de  la  labor  cotidiana  el  pan  con 
que  se  alimentan  los  espíritus  selectos. 

Estadista,  codificador,  jurisconsulto  eminente,  dejó  en  su  rápido 
paso  por  la  tierra  la  prueba  completa  de  la  fecundidad  de  su  espíritu, 
del  criterio  verdaderamente  filosófico  de  que  estaba  dotado  y  de  las 
sobresalientes  condiciones  de  administrador  y  de  político  de  que  su 
país  benefició  durante  su  paso  por  el  Gobierno. 

Ahí  está  su  proyecto  de  Código  Civil  para  la  Repúbb'ca»  que  reveló 
al  codificador  erudito  y  delicado,  que  redujo  á  las  proporciones  de  un 
cuerpo  perfectamente  sistematizado,  la  inmensa  legislación  de  Es- 
paña, adaptándola  á  las  costumbres  y  á  las  instituciones  de  su  pa- 
tria; trabajo  de  ingenio,  de  paciencia  ilustrada,  de  laboriosidad  cien- 
tífica, que  denunció  á  la  inteligencia  del  autor  disciplinada  en  el  es- 
tudio de  los  problemas  sociales  más  complicados  y  espinosos;  de  con- 
quistas liberales;  demetodización  racional  y  progresista  de  la  ciencia 
de  la  jurispru  dencia.  O  bra  que  tiene  el  noble  mérito  histórico  de  ha- 
ber sido  casi  la  primera  en  su  género  en  los  Estados  hispanoameri 
canos,  elaborada  en  medio  de  las  calamidades  sin  cuento  de  una  épo- 
ca desgraciada,  como  una  protesta  valiente  contra  el  desborde  de  las 
pasiones  y  de  las  prepotencias  contemporáneas  de  aquellos  amargos 
días,  al  propio  tiempo  que  como  una  esperanza  fugitiva  en  un  futuro 
á  la  sazón  lejano,  en  que  la  majestad  de  la  ley,  proscripta  por  las 
circunstancias,  recobrara  por  una  reacción  generosa  de  las  almas,  la 
austera  rigurosidad  de  su  imperio. 

No  es,  señores,  dudoso  para  los  que  se  hayan  iniciado  en  los  oríge- 
nes de  nuestra  legislación,  que  el  Proyecto  del  doctor  Acevedo  sirvió 
más  tarde  de  modelo  consultado  con  fruto,  en  las  tareas  ulteriores 
de  su  índole;  y  que  si  la  muerte  no  lo  hubiera  sorprendido,  cuando 
su  existencia,  bajo  diversas  fases,  era  tan  útil  á  su  país,  habría  lle- 
vado indudablemente  en  lo  que  hubiese  podido  hacerlo  de  un  modo 
digno,  el  caudal  de  su  ilustración,  de  su  experiencia  y  de  su  templan- 
za, á  la  honrosa  y  meritoria  obra  de  la  codificación  nacional. 

Bien  merece,  señores,  la  memoria  del  doctor  Acevedo,  el  modesto 
tributo  que  se  le  rinde  en  la  Universidad  nacional,  precisamente  en 
el  aula  donde  se  inculcan  los  principios  de  orden  social  que  demos- 
tró poseer  en  su  Proyecto  de  Código,  con  tanto  lujo  de  conocimientos 


HOlffEVAJE  UNITER8ITAR10  26 


eientífioos.  A  poco  que  se  medite,  se  comprende  y  se  alcanza  la  im- 
portancia sociológica  de  su  labor.  Producciones  de  la  naturaleza  de 
la  que  él  acometió,  librado  á  sí  mismo,  á  sus  esfuerzos  propios,  son 
aiempre  el  resultado  de  épocas  de  relativa  tranquilidad,  del  esfuerzo 
colectivo  de  Comisiones  especiales,  de  facilidades  para  la  obtención 
de  los  recursos  que  se  hacen  indispensables  para  llevar  á  feliz  tér- 
mino el  coronamiento  de  la  obra.  Pues  bien.  De  ninguna  de  esas  ge- 
nerosidades del  destino  y  del  poder,  gozó  nuestro  ilustre  juriscon- 
sulto. La  República  se  debatía  en  una  lucha  incruenta;  los  hombres 
de  consejo  estaban  dispersos  ó  reemplazados  por  los  de  acción;  las 
fuentes  de  la  sabiduría  sustituidas  por  la  trompa  de  bronce  que  con- 
vocaba á  la  lid;  Y  es  entonces  que  el  doctor  Acevedo  vincula  su  nom- 
bre á  los  altos  intereses  sociales  de  su  desgraciada  patria,  y  lega  co- 
mo donación  graciosa,  la  sustancia  de  sus  reflexiones' y  de  sus  vigi- 
lias de  sabio  codificador. 

Las  catástrofes  de  su  presente,  se  estrellaron  contra  las  energías 
de  su  espíritu  y  no  consiguieron  decepcionarlo:  miró  al  porvenir  como 
Abelardo,  el  mutilado  pensador  de  la  edad  media,  y  lo  sondeó  tran- 
quilamente en  las  interioridades  de  su  alma.  Creyó  en  la  aurora  que 
vendría  tras  la  noche  del  huracán,  y  vislumbró  como  una  concepción 
deliciosa,  á  la  imagen  de  la  ley  domeñando  á  la  fuerza  como  el  arcán- 
gel de  la  leyenda  al  genio  del  mal.  Como  las  esperanzas  de  los  hom- 
bres son  minutos  en  la  eternidad,  el  doctor  Acevedo  se  forjó  una  ilu- 
sión espléndida  desde  su  bufete  de  filósofo,  olvidando  quizás,  que  los 
humanos  están  condenados  á  eterno  duelo  desde  la  mañana  de  la 
caída;  pero  sud*  esfuerzos  se  levantan  hoy,  en  la  justicia  de  la  histo- 
ria, para  enaltecer  sus  manes,  como  una  apelación  suprema  á  las  es- 
feras del  deber.  Así  la  lucha  entre  lo  que  es  y  lo  que  debía  ser,  entre 
el  ideal  y  la  realidad,  es  la  ley  fundamental  de  la  historia.  Así  la 
cumplen  los  espíritus  escogidos,  así  dignifican  á  los  pueblos. 

Pero  no  fué  sólo  bajo  el  cielo  de  su  patria  donde  el  doctor  Aceve- 
do dejó  marcadas,  en  hondo  surco,  las  huellas  de  sus  talentos  y  de 
sus  servicios  p  úblicos,  en  el  vasto  escenario  de  la  legislación.  La  tie- 
rra argentina,  vosotros  lo  sabéis,  le  es  deudora  del  Códij^o  que  hasta 
hace  poco  todavía  regulaba  las  relaciones  comerciales  de  sus  ciuda- 
danos, ün  abogado  ilustre,  conocedor  por  su  posición  excepcional 
cerca  del  codificador  oriental  de  la  verdad  de  lo  ocurrido  á  ese  res- 
pecto, lo  constató  bajo  su  firma,  y  proclamada  imparcialmente,  como 
cumple  hacerlo  cuando  se  la  quiere  honrar,  la  confirman  con  testimo- 
nios irrefragables  la  conciencia  de  testigos  fidedignos. 

£n  las  riberas  del  gran  río  que  baña  las  playas  de  dos  nacionalida- 
des jóvenes,  destinadas,  por  múltiples  motivos,  antes  á  confraterni- 
zar que  á  distanciarse,  se  destaca,  pues,  imponente  y  majestuosa,  la 
noble  figura  de  nuestro  distinguido  compatriota,  cuyo  recuerdo  hon- 


26  EDUARDO   AGEYEDO 


ramos  en  estos  instantes,  colocando  su  efigie,  debida  al  pincel  de  un 
artista  malogrado,  en  una  de  las  aulas  de  este  centro,  refugio  un  día 
de  la  virtud  cívica  en  las  deshechas  borrascas  que  nos  azotan,  como 
limitado  tributo  de  reconocimiento  y  patriotismo. 

Pero  no  fué  exclusivamente  en  el  teatro  de  la  legislación  nacional 
y  de  la  extranjera,  donde  el  doctor  don  Eduardo  Acevedo  brilló  co- 
mo astro  de  primera  magnitud.  Su  paso  por  el  gobierno  de  la  Repú- 
blica, como  ministro  secretario  de  Estado,  está  señalado  con  los  ca- 
racteres distintivos  del  hombre  superior  que  lo  desempeñaba.  La  ad- 
ministración de  la  época,  una  de  las  más  honorables  que  guardan  las 
efemérides  de  la  nación,  está  llena  de  sus  inspiraciones  de  estadista 
y  de  patriota.  La  República  impelida  por  su  habilidad  de  hombre  de 
Estado,  conciliador  y  enérgico  á  la  vez,  entró  en  una  era  de  repara- 
ción y  de  progresos  que  aún  se  evoca,  como  una  dulce  reminiscencia, 
cuando  asaltan  á  la  mente  las  remembranzas  de  otros  tiempos. 

Nuestra  patria  apareció  entonces  ante  propios  y  extraños,  como  una 
nación  joven,  vigorosa  y  honrada,  que  pugnaba  por  encuadrarse,  á 
despecho  de  todas  las  dificultades,  en  las  formas  tutelares  de  sus  li- 
berales instituciones.  Tranquila  en  el  interior,  por  los  dictados  del 
convencimiento  moral  que  exigía  la  clausura  definitiva  de  la  era  de 
las  revolucioDCs,  como  medio  práctico  de  perfeccionamiento  social» 
de  consolidación  de  la  libertad  civil,  y  de  afianzar  la  legitimidad  de 
los  gobiernos;  sustituyéndola,  en  cambio»  por  el  ensayo  sincero  de  los 
principios  adoptados  por  su  Constitución  política;  respetada  y  acogi- 
da con  benevolencia  en  el  exterior,  al  exhibirse  con  los  prestigios  de 
una  autoridad  regular;  organizada  la  administración;  restaurada  la 
hacienda;  dignificada  la  justicia  por  la  generalidad  de  sus  elementos 
componentes;  tendido  con  mano  maestra,  sobre  el  abismo  de  los  an- 
tiguos errores,  el  puente  alentador  de  la  esperanza,  entre  las  postre- 
ras opacidade  s  de  la  noche  del  pasado  y  los  primeros  destellos  del 
nuevo  día,  que  anunciaba  el  porvenir,  la  elevada  personalidad  del 
estadista  á  quien  la  opinión  confiara  en  primer  término  el  timón  de 
la  nave,  se  destacó  brillante  en  medio  de  las  dificultades  prácticas 
que  rodean  siempre  á  los  gobiernos,  y  hoy,  transcurridos  treinta  años 
desde  aquella  época,  la  justicia  se  levanta  aquí,  desapasionada  y 
tranquila,  para  agradecerle,  por  un  decreto  irrevocable,  los  preclaros 
servicios  que  rindiera  á  los  altos  intereses  de  su  país. 

Aunque  este  acto  sólo  tiene  por  objeto  honrar  la  memoria  del  doc- 
tor Acevedo,  antes  como  codificador  y  jurisperito,  que  como  hombre 
público,  no  me  ha  parecido  inoportuno  consagrar  un  ligero  recuerdo 
á  ese  ciudadano  en  su  calidad  de  hombre  de  Estado,  ya  que  señaló 
con  general  aplauso  su  rápido  paso  por  las  esferas  del  Gobierno, 
donde  se  aquilatan  los  caracteres,  y  desde  donde  se  dispone  de  un 
ancho  campo  para  el  desenvolvimiento  de  las  más  nobles  ambiciones, 


HOMENAJE  UNIVERSITARIO  27 

pero  en  el  cual  también  las  caídas  pueden  tranaformaree  en  hundi- 
mientoS/  y  escollar^  por  lo  delicado  de  la  misión»  los  propósitos  más 
sinceros. 

Nos  encontramos,  por  consiguiente,  en  presencia  de  una  figura  tri- 
plemente simpática:  como  legislador,  como  político,  como  carácter,  é 
incluyo  este  último  porque  es  el  más' noble  talismán  de  los  hombres, 
el  que  más  los  levanta  sobre  el  nivel  de  las  multitudes  y  el  que  más 
loe  recomienda  al  aprecio  de  la  posteridad,  que  está  siempre,  por  ley 
moral  sapientísima,  arriba  de  las  miserias  y  de  las  claudicaciones  ver- 
gonzantes. £1  doctor  Acevedo  lo  tuvo  en  alto  grado,  y  si  su  persona 
se  nos  ofrece  al  estudio  de  sus  cualidades  rodeado  no  sólo  de  talento 
sino  asimismo  de  autoridad,  es,  señores,  porque  á  su  inteligencia  tan 
nutrida  y  á  su  criterio  tan  despejado,  unía,  en  lazo  estrecho,  el  alto 
atributo  de  la  pureza  cívica. 

Fueron  tan  señaladas  las  condiciones  que  sus  contemporáneos  re- 
conocieron, casi  sin  discrepancia,  en  el  doctor  Acevedo,  que  su  in- 
fluencia personal  en  el  orden  de  sus  trabajos  jurídicos  y  en  el  de  su 
labor  administrativa,  ha  venido  perpetuándose  en  las  generaeiones  que 
le  han  sucedido,  mediante  esa  ley  misteriosa  y  fecunda,  que  eslabona 
el  pasado  con  el  presente,  y  que  refleja,  como  una  consecuencia  ló- 
gica de  su  encadenamiento,  la  severa  solidaridad  del  porvenir. 

Ya  la  Ck>misión  encargada  de  revisar  el  Código  Civil  que  nos  rige, 
expresaba,  en  el  sucinto  pero  magnífico  informe  que  lo  precede,  que 
el  autor  de  la  obra  doctor  don  Tristán  Narvaja,  había  tenido  muy 
presente  al  confeccionarla,  el  proyecto  redactado  por  el  ciudadano 
cuya  memoria  enaltecemos,  arrebatado  tan  temprano,  agregaba,  á  la 
ciencia  y  á  su  país.  Los  que  profesamos  las  ingratas  tareas  del  foro, 
escuela  práctica,  donde  á  la  vez  que  se  admira  la  justicia,  se  sufre 
con  su  vilipendio,  como  si  el  hombre  estuviese  condenado  por  una  ley 
fatal  á  bastardear  lo  que  toca,  siquiera  sea  ello  de  lo  más  noble,  sa- 
bemos cuan  verdadera  fué  la  mención  hecha  por  la  Comisión  á  que 
me  he  referido  y  cuan  fundado  el  tributo  que  pagó  al  recuerdo  que 
invocaba. 

Su  paso  por  el  Gobierno  está  constituido  por  la  moralidad  que  im- 
primió á  la  cartera  que  se  le  había  conñado;  por  medidas  oportunas 
para  regularizar  la  administración,  por  reivindicaciones  para  la  auto- 
ridad nacional,  por  rasgos  de  carácter,  que  decidieron  al  país  á  repu- 
tarlo como  el  primer  factor  de  la  situación  á  que  dio  su  nombre  y  su 
prestigio»— y  cuando  en  las  horas  amargas  de  las  catástrofes  naciona- 
les, la  colectividad  social  ha  vuelto  los  ojos  hacia  épocas  más  felices, 
la  primera  que  ha  invocado  por  las  esperanzas  que  hizo  concebir,  ha 
sido  aquella  á  que  dio  su  nombre  y  á  la  que  consagró  sus  esfuerzos, 
el  preclaro  ciudadano  que  nos  ocupa. 

Honremos,  pues,  su  memoria,  y  que  este  retrato  colocado  como 


28  EDUARDO   AOETEDO 


un  homenaje  á  sa  persona,  en  el  aula  donde  se  inculcan  á  la  juven- 
tud estudiosa  los  principios  de  la  más  vasta  de  las  materias  que 
abarca  la  carrera  de  abordo,  en  la  que  el  doctor  Acevedo  se  hizo 
tan  notable,  recuerde  á  los  que  le  contemplen,  los  méritos  de  la  in- 
dividualidad que  lo  condensa. 

Estos  grandes  pensadores,  estos  garandes  jurisconsultos,  estos  ¿jan. 
des  hombres»  son  diseños  de  la  gratitud  de  sus  conciudadanos.  Mien- 
tras viven,  suelen  las  pasiones  desordenadas  del  momento,  pretender 
oscurecer  su  estimación,  pero  después  que  fenecen,  es  entonces  que 
se  reconoce  y  aprecia  toda  la  gravedad  de  la  pérdida  experimen- 
tada. 

Alejandro  de  Macedonia,  en  el  apogeo  de  su  grandeza  y  de  su 
poder,  al  verse  privado  por  la  muerte  de  su  favorito  Esfestión,  man- 
dó crucificar  al  médico  que  no  había  podido  salvarle;  apagar  en  el 
ara  el  fuego  sagrado,  erigir  en  su  honor  una  pirámide  con  los  mu- 
ros de  Babilonia,  y  encargó  á  los  egipcios  de  los  funerales  de  su 
amigo. 

Nuestra  grnn  civilización  cristiana,  ha  modificado  y  corregido  los 
extravíos  y  los  rencores  de  la  vieja  civilización,  levantando,  por  en- 
cima de  BUS  delirios,  las  prescripciones  de  la  ley  moral»  y  hoy,  sólo 
reservamos  la  apoteosis  á  los  que  han  dejado  sobre  la  tierra  una  me- 
moria que  el  tiempo  no  consume,  como  inmortal  perfume  del  genio,  de 
la  ciencia  ó  la  virtud. 

I>isearBO  del  doctor  Juan  P.  Castro. 

Señores: 

Al  colocarse  en  esta  aula  de  Derecho  Civil  que,  sin  títulos,  re- 
genteo, la  efigie  destinada  á  rememorar  día  á  día  los  méritos  y  las 
virtudes  de  un  esclarecido  ciudadano,  me  he  considerado  en  el  deber 
estricto  de  asociarme,  aunque  sólo  sea  con  una  frase,  á  este  acto  de 
justicia  postuma  al  autor  del  primer  proyecto  de  Código  Civil  formu- 
lado para  nuestra  República,  y  de  la  Ley  Comercial  sucesivamente 
promulgada  para  ambas  riberas  del  Plata:  ho  ahí  por  qué  me  atrevo 
á  tomar  la  palabra  después  de  haber  declinado  de  hacerlo  uno  de 
nuestros  más  conspicuos  oradores:  el  doctor  don  Juan  Carlos  Blanco. 

Son  de  ello  testigo,  mis  jóvenes  compañeros  de  tareas  universita- 
rias que  veo  aquí  presentes:  no  transcurre  un  solo  día  sin  que  en  es- 
te recinto  se  pronuncie,  ya  con  respeto,  ya  con  encomio,  el  nombre 
del  doctor  don  Eduardo  Acevedo,  en  cuyo  notable  proyecto  encuen- 
tra el  intérprete  la  fuente  de  infinitas  disposiciones  de  la  ley  vigente, 
que  nuestro  profundo  jurisconsulto  y  codificador  el  doctor  don  Tris- 
tan  Narvaja  consagró  buenas  prohijándolas. 


fiOMENAJE    ONirÉBSITARIO  29 


Y  estupor  causa  pensar  que  en  medio  del  fragor  de  los  combates  y 
el  tiroteo  de  las  diarias  guerrillas  de  nuestra  lucha  homérica,  hubiese 
ánimo  bastante  esforzado  para  abstraerse  en  las  especulaciones  de 
la  ciencia  y  tender  al  maSana  de  la  patria  la  vista  solicitada  de  con- 
tinuo por  los  peligros  y  los  apremios  del  presente:  ante  hecho  tal, 
fuerza  es  que  las  generaciones  postenores  inclinemos  reverentes  la 
cabeza  j  reconozcamos  que  aquellos,  cualquiera  fuese  la  bandera 
que  los  cobijaba— sitiados  y  sitiadores— eran  hombres  de  otra  talla, 
de  otro  temple,  y  también  de  otro  patriotismol 

A  nadie  sorprenderé,  afirmando,  como  un  momento  antes  lo  hacía 
en  frase  elocuente  el  doctor  Gonzalo  Ramírez,  que  don  Eduardo  Ace- 
vedo  fué  un  espíritu  cuya  ilustración  se  adelantó  á  su  época,  á  mane- 
ra de  esos  atrevidos  exploradores  que  la  civilización  envía  de  heraldos 
á  regiones  ignotas:  de  ello  da  cumplido  testimonio  su  obra,  en  cuyas 
páginas  resplandecen  ya»  cual  faros  que  marcan  desde  lejos  el  derro- 
tero, principios  tan  avanzados  como  el  de  que  el  matrimonio,  sa- 
cramento para  la  iglesia,  es  para  la  ley  contrato  puramente  civil,— 
principios  que  recién  treinta  años  más  tarde,  y  no  sin  levantar  resis- 
tencias tenaces,  han  logrado  abrirse  camino,  feliz  y  definitivamente, 
hasta  nuestra  legislación  positiva. 

No  podía  ocultarse,  señores,  al  clarísimo  criterio  de  aquel  varón 
ilustre,  una  de  las  vitales  y  permanentes  necesidades  de  la  República; 
la  de  reemplazar  los  millares  de  leyes  vigentes  á  la  sazón— Fueros, 
partidas  y  recopilaciones,  que  reyes  godos  y  reyes  sabios  promulgaron 
para  otros,  pueblos  y  otros  siglos— por  un  solo  cuerpo  de  legislación  al 
alcance  de  todos,  como  á  todos  alcanza  ó  debe  alcanzar  el  poder  de  la 
ley  en  una  democracia.— Nada  más  fácil  le  hubiera  sido  que  traducir 
ó  adoptar  uno  de  aquellos  monumentos  sapientísimos  de  la  jurispru- 
dencia europen:  ¿por  qué  no  aquel  con  que  ya  el  enciclopédico  genio 
del  primer  Napoleón  había  dotado  á  su  patria  en  el  fugitivo  intervalo 
de  dos  batallas?  Pero  no;  el  doctor  Acevedo  comprendió  que  no  era 
ese  el  camino  á  seguir,  que  el  primer  paso  debía  ser  otro:  concretar, 
uniformar,  codificar,  rejuveneciéndolas  y  colocándolas  á  la  altura  de 
la  época,  las  cincuenta  mil  leyes— valga  el  cálculo  del  mismo  doctor 
Acevedo— que  regían  hasta  entonces  eu  la  República— y  así  lo  hizo, 
en  efecto,  con  erudición  pasmosa. 

Antes  de  llegar  á  su  sabia  y  definitiva  legislación,  portento  de  las 
edades,  tuvo  Roma  la  ley  de  las  Doce  Tablas,  que  pudiéramos  llamar 
su  Decálogo,  recopilación  del  derecho  consuetudinario  del  Lacio.  El 
espíritu  tan  cultivado  del  doctor  Acevedo,  aleccionado  por  el  desas- 
troso ensayo  de  coástituciones  políticas  exóticas  para  estos  pueblos 
de  la  América  latina  inexperientes  y  recién  emancipados  de  la  tutela 
colonial,  se  dio  cuenta  de  que  la  ley  es  en  cada  país  obra  de  los  si- 
glos, y  de  que  por  tanto,  no  puede  ser  la  misma  para  naciones  en  dis  • 


iO  EDUARDO   AOEVIÉDO 


tintos  ciclos  del  progreso,— como  en  la  escala  zoológica,  no  se  rigen 
por  iguales  leyes  el  primero  y  el  último  peldaño,  el  rudimentario  pro- 
ieista  que  Hs&ckel  llama  paradojalmente  «organismo  sin  órganos»,  y 
el  perfeccionadísimo  vertebrado  que,  en  la  justa  admiración  de  sí 
propio,  ha  llevado  en  todo  tiempo  su  orgullo  hasta  forjarse  dioses  á 
su  imagen. 

Y  admira  aquella  rara  presciencia  de  un  talento  adivinando  ya,  en 
aquellos  tiempos  de  romanticismo  literario,  científico  y  político,  esos 
postulados  de  la  sociología  positiva  que  apenas  columbraban  entonces 
los  más  eminentes  pensadores  de  la  docta  Europa,  como  asombra  ver 
expuestas  y  aplicadas  por'  obra  de  misteriosa  y  genial  intuición,  en  las 
notables  pájg;inas  de  un  viejo  y  siempre  releído  libro,  el  «Facundo» 
del  gran  Sarmiento,  las  leyes  que  otro  genio  logró  más  tarde  arrancar 
á  la  naturaleza  y  proclamar  metodizadas  tras  largos  aílos  de  investi- 
gación paciente. 

¿Será  el  caso  de  pensar,  en  un  rapto  de  orgullo  americano, 
que  en  estas  comarcas  vírgenes  del  Nuevo  Mundo,  con  su  sol  vivifi- 
cante y  su  tierra  saturada  de  savia,  se  desarrollan  más  poderosas  las 
inteligencias,  como  más  gigantes  los  árboles  en  sus  selvas  seculares? 

Señores: 

En  época  tan  carente  de  estímulos  parala  labor  intelectual,  no 
está  de  más  que  cuando  el  estudiante  pisa  por  primera  vez  el  aula, 
puedan  sus  compañeros  decirle,  mostrando  ese  retrato:  «Es  el  de  un 
hombre  que  persiguió  la  ciencia  por  la  ciencia  misma,  que  sirvió  á  su 
patria  sin  aspirar  i  otro  premio,  y  á  quien,  después  de  varias  décadas, 
hicieron  justicia  sus  conciudadanos »;*bueno  es  que  la  imagen  del 
doctor  Acevedo  con  el  recuerdo  de  su  ejemplo,  venga  á  confortamos 
para  el  estudio,  ese  trabajo  por  excelencia  rudo,  á  maestros  y  discípu- 
los, como  en  la  hora  de  terrible  conflicto  ó  desfallecimiento  supremo, 
en  la  hora  de  prueba  que  para  todos  llega  alguna  vez  en  la  vida,  esas 
veneradas  reliquias  de  nuestros  padres,  ornato  y  orgullo  de  los  hoga- 
res, con  su  mirada  cariñosa  pero  severa,  no»  deciden  ó  levantan,  pa- 
reciendo animarse  en  sus  marcos  y  decirnos:  ¡No  vaciles:  esa  es  la 
senda,  ese  el  deber! 

He  dicho. 

Busto  del  doctor  Aeevedo. 

Antes  de  terminar  el  homenaje  universitario  á  que  se  refieren  las 
páginas  que  anteceden,  por  iniciativa  del  señor  doctor  Fein  se  abrió 
una  suscripción  con  el  propósito  de  adquirir  un  busto  del  doctor 
Acevedo  para  ser  colocado  en  la  Universidad.  La  idea  fué  acogida  con 


aOMBVAjB  ÜNIVfiBSiTÁRIO  Éi 


eniusiaaino,  teniendo  allí  mismo  principio  de  ejecución.  Pocos  meses 
después,  el  busto  era  entregado  á  la  universidad  y  colocado  en  el 
salón  de  actos  públicos. 

Ampliando  el  mismo  pensamiento,  escribió  lo  siguiente  El  Siglo 
varios  aflos  después  de  la  ceremonia  de  entrega  del  retrato: 

«Hoy  hace  cuarenta  y  tres  años  que  lloró  la  patria  la  muerte  de 
un  ciudadano  ilustre,  víctima  de  la  implacable  enfermedad  contra 
la  cual  se  ha  agitado  la  medicina,  impotente,  hasta  llegar  á  la  espe- 
ranza que  en  estos  momentos  ofrece  Behring. 

«Era  el  doctor  don  Eduardo  Acevedo;  era  el  jurisconsulto  eminen- 
te que  incorporó  á  nuestra  legislación  el  Código  Civil. 

«Cuando  esté  pronto  el  nuevo  y  hermoso  edificio  de  la  universi- 
dad; cuando  en  sus  vastos  departamentos  resuenen  las  voces  de  los 
maestros  y  los  pasos  de  los  jóvenes  que  acuden  á  oirías,  ávidos  de 
luz  intelectual,  entonces  debe  estar  allí,  sobre  la  puerta  del  aula  de 
aquella  enseñanza,  el  nombre  del  doctor  Acevedo»  grabado  por  la 
gratitud  de  quienes  sucesivamente  han  cosechado  en  los  surcos  que 
él  abrió  con  su  saber  en  el  campo  augusto  de  la  ciencia. 

«Es  noble  y  es  alentado^  la  faena  de  las  generaciones  que  al  es- 
calar la  cumbre  del  porvenir  llevan  sobre  sus  hombros  un  peñasco» 
para  depositarlo  en  homenaje  á  las  virtudes  y  á  los  méritos  de  sus 
predecesores.  No  caerá;  no  ha  de  reproducirse  en  este  caso  la  fatiga 
eterna  de  Sísifo,  porque  lo  empuja  el  deber  y  se  asienta  en  la  justi- 
cia aquilatada  en  el  transcurso  de  los  años.— Fénix.» 


Aeto  de  Justicia  pósti 

De  *La  Bpoca*: 

Como  se  venia  anunciando,  se  efectuó  el  domingo  en  el  espacioso 
salón  del  aula  de  derecho  civil  de  nuestra  Universidad,  la  interesante 
ceremonia  de  la  entrega  del  retrato  del  doctor  don  Eduardo  Aceve- 
do, que  había  sido  mandado  hacer  por  iniciativa  espontánea  de  un 
núcleo  de  estudiantes,  catedráticos  y  abogados  del  foro,  y  con  el  que 
iba  á  ser  obsequiado  y  honrado  el  primer  centro  científico  y  literario 
de  este  país. 

La  ceremonia,  aparte  del  significado  que  encerraba  de  premiar  con 
tan  merecido  recuerdo  el  talento,  erudición  y  laboriosidad  de  un 
hombre  eminente  en  nuestra  patria  y  fuera  de  ella,  como  lo  había 
sido  el  doctor  Acevedo,— tenía  el  alcance  de  reconstituir  una  gloria 
cuyo  prestigio  á  todos  nos  interesaba,  la  que  si  no  había  sido  oscure- 
cida en  el  extranjero,  se  le  había  querido  amen  guar  su  brillo,  deseo- 


Sá  EDUARDO  ACEVeDO 


nociéndolo  en  parte,  6  dándole  indebida  colaboración  en  notables 
trabajos  de  codificación  que  le  eran  propios,  y  que  han  servido  de 
modelo  á  la  diversa  legislación  positiva  de  estos  países  j  constituyen 
en  la  Argentina  uno  de  sus  códigos  vigentes. 

Se  explicará,  pues,  con  tales  antecedentes»  la  atracción  que  debía 
tener  para  el  foro  uruguayo  y  los  hombres  de  letras  la  ceremonia 
del  domingo,  congregándose  en  su  mayor  parte  los  abogados  más 
distinguidos,  en  aquel  acto  que  presidió  el  rector  de  la  Universidad, 
doctor  Vásquez  Acevedo,  para  oír  la  palabra  reposada,  calma,  con  • 
coptuosa,  bien  meditada,  nutrida  de  verdad  y  ciencia,  de  los  oradores 
que  habían  de  tomar  parte  en  tan  simpática  fiesta  académica. 

Creemos  innecesario  dar  una  idea  del  completo  trabajo  á  que  dio 
lectura  el  doctor  don  Gonzalo  Ramírez,  que  fué  quien  hizo  entrega 
del  retrato  del  doctor  Acevedo,  porque  ese  trabajo  que  reclama  la 
meditación  de  todos  los  hombres  de  ciencia  y  despierta  el  amor  por 
las  glorias  de  casa  tan  injustamente  olvidadas  por  las  ajenas,  lo  in- 
sertamos más  abajo. 

El  doctor  Ramírez  probó  hasta  la  evidencia  que  el  doctor  Acevedo 
había  sido  el  primer  codificador  de  estos  países;  que  fué  un  jurista 
que  supo  adelantarse  á  su  época;  y  que  la  confección  del  Código  de 
Comercio  de  la  República  Argentina  tuvo  en  él  el  principal,  y  puede 
decirse  con  verdad,  el  único  autor,  no  obstante  las  injusticias  en  que 
se  ha  incurrido  en  aquel  país,  pretendiendo  reducirlo  á  segundo  tér- 
mino para  hacer  destacar  la  personalidad  del  doctor  Vélez  Sarsfield. 
También  recordó  que  nuestro  Código  Civil  vigente  no  era  más  que 
una  revisación  del  Proyecto  del  doctor  Acevedo,  del  año  1851. 

£1  notable  trabajo  del  doctor  Ramírez  fué  contestado  en  términos 
conceptuosos  y  bien  concebidos  por  el  decano  de  la  Facultad  de  De- 
recho, doctor  don  Eduardo  Brito  del  Pino,— pues  por  razones  de  deli- 
cadeza se  había  rehusado  á  hacerlo  el  rector  de  la  Universidad,  so- 
brino carnal  del  doctor  Acevedo. 

Hicieron  uso,  también,  de  la  palabra  los  doctores  Enrique  Azaro- 
la  y  Juan  P.  Castro,  que  merecieron  grandes  aplausos- 

El  doctor  don  Alberto  Palomeque  hizo  una  larga  improvisación,  en 
parte  llena  de  rasgos  tocantes,  de  recuerdos  íntimos,  que  interesó  vi- 
vamente al  auditorio- 
Encaró  la  vida  del  doctor  Acevedo  por  su  lado  íntimo,  haciendo 
resaltar  el  influjo  moral  del  hogar,  de  la  mujer,  y  en  el  caso  concreto 
de  la  esposa  del  doctor  Acevedo,  en  la  vida  de  éste,  á  quien  supo 
acompañarle  con  valentía.  Nos  hizo  conocer  el  proyecto  que  había 
concebido  de  escribir  en  libro  un  extenso  estudio  acerca  de  la  perso- 
nalidad del  doctor  Acevedo  en  sus  diversas  fases,  hnbiéndose  dirigido 
ya  á  su  distinguida  viuda  para  que  le  suministrara  datos#— la  que  ha- 
bía correspondido  á  tan  loable  pedido. 


tíOMENAiB  UNIVBBBrTÁItlÓ  i6 


Con  ese  motivo  leyó  algunos  pasajes  de  los  apuntes  que  redactara 
la  señora  viuda  del  doctor  Acevedo,  en  los  que  se  pintaban  preciosos 
rasgos  de  la  vida  de  éste,  despertando  en  el  auditorio  un  interés  in- 
descriptible, pues  se  exhibía  si  eminente  jurisconsulto,  codificador  y 
hombre  público,  bajo  una  faz  más  simpática  si  cabe— bajo  aquella 
que  transparentaba  su  firmeza  de  carácter,  su  conciencia  inmaculada 
y  su  rectitud  inquebrantable. 

La  lectura  de  esos  párrafos  sencillos,  llenos  de  verdad,  escritos 
con  esa  elocuencia  que  da  la  sinceridad  y  que  no  sobrepuja  el  artifi- 
cio de  la  palabra,  así  como  los  arranques  de  verdadero  orador  que 
tuvo  el  doctor  Palomeque  y  la  oportunidad  con  que  trajo  al  caso  las 
citas  'aludidas,  causaron  profunda  y  ternísima  emoción  en  el  au- 
ditorio. 

El  discurso  del  doctor  don  Alberto  Palomeque  fué  brillante  en 
todo  sentido.  Por  su  oportunidad,  por  la  notable  fluidez  y  facilidad 
de  su  palabra,  y,  especialmente,  por  el  sentimiento  delicado  que  supo 
imprimirle. 

Cuando  hubo  terminado  su  aplaudida  improvisación,  se  le  acerca- 
ron muchísimas  personas  de  significación  á  felicitarle  calurosamente. 

El  doctor  don  Ángel  Floro  Costa,  entre  otras,  dijo  que  el  discurso 
del  doctor  Ramírez  correspondía  á  la  cabeza  y  el  del  doctor  Palome- 
que al  corazón. 

Y  á  f e,  que  no  dijo  más  que  la  verdad  en  eso. 

De  muchos  años  á  esta  parte  nadie  ha  tenido  la  suerte  de  pronun- 
ciar un  discurso  que  tanto  haya  conmovido  á  un  auditorio  ilustrado, 
competente,  selecto,  como  el  que  llenaba  los  salones  de  la  universi- 
dad en  la  tarde  del  domingo. 

Puede  estar  satisfecho  el  doctor  Palomeque  de  ese  último  triunfo 
oratorio,  y  por  él  le  enviamos  nuestras  sinceras  felicitaciones. 

Habló  por  último  el  doctor  Blanco,  cuya  palabra  elocuente  no  pudo 
fácilmente  sustraerse  al  deseo  que  se  tiene  siempre  de  oirle.  El  público 
le  pidió  que  hablara,  y  el  doctor  Blanco  improvisó  unas  bellas  frases 
que  fueron  calurosamente  aplaudidas. 

La  ceremonia  dejó  en  los  asistentes  gratísimas  impresiones,  á  punto 
de  haber  surgido  la  idea  de  una  suscripción,  que  tuvo  principio  de  eje- 
cución allí  mismo,  para  mandar  construir  el  busto  del  doctor  Acevedo, 
en  bronce,  que  sería  puesto  á  la  entrada  de  nuestra  Universidad. 

Aunque  es  tardío  el  homenaje  recibido  por  el  eminente  pensador 
que  fué  en  vida  el  doctor  don  Eduardo  Acevedo,  hay  que  reconocer 
que  fué  un  acto  de  justicia  el  que  se  le  ha  hecho,  digno  de  todo  enco- 
mio, y  edificante  por  haber  tenido  la  influencia  de  congregar  en  torno 
del  retrato  del  primer  jurista  y  codificador  del  Río  de  la  Plata  á  dis- 
tingmdas  personalidades  de  todos  los  partidos  y  de  opuestas  filiacio- 
nes filosóficas  y  religiosas. 

8 


^  fiDUARlK)  AOEVBDO 


Aeevedo  j  Vélem  Sanfleld. 

£1  doctor  Adolfo  Deooad  publioó  el  aíffaiento  artículo  en  la  prensa 
de  BuenoB  Aires: 

En  la  vecina  orilla,  dominada  hoy  por  amar^aa  inquietudes»  ha  te- 
nido lugar  una  manifestación,  modesta  si  se  quiere,  pero  de  signifi- 
cado nobilísimo,  en  homenaje  á  una  de  las  personalidades  más  escla- 
recidas del  Uruguay. 

Hacemos  referencia  á  una  ceremonia,  que  todavía  no  ha  alcanzado 
las  proporciones  de  la  apoteosis,  pero  que  es  legítima  reparación  al 
olvido  contemporáneo.  Es  el  tributo  que  se  acaba  de  discernir  á  la 
memoria  del  jurisconsulto  y  patriota  doctor  Eduardo  Acevedo,  en  el 
acto  de  la  entrega  y  colocación  de  su  retrato  en  el  aula  de  Derecho 
Civil  de  aquella  Universidad. 

El  acto  universitario  se  imponía  por  la  justicia  y  por  la  simpatía 
debidas  á  esa  celebridad,  que  verdaderamente  pertenece  al  Río  de  la 
Plata,— y  es  oportuno,  con  tal  motivo,  que  la  prensa  deje  consignado 
un  recuerdo  á  la  inteligencia  vigorosa  del  hombre  que  no  pasó  por 
Buenos  Aires  sin  dejar  la  huella  de  su  fecunda  labor. 

Del  doctor  Acevedo  ha  podido  decirse  que  fué  el  más  argentino 
de  los  orientales  de  su  tiempo,  por  su  cariño  á  esta  sociedad,  por  la 
vinculación  estrecha  á  sus  hombres  de  pensamiento  y  por  la  tarea 
que  le  cupo  realizar  en  la  reforma  de  la  legislación  de  una  y  otra 
orilla  del  Plata. 

Como  Juan  Carlos  GkSmez,  como  Magariños  Cervantes  que  lo  si- 
guieron en  la  emigración,  el  patriota  uruguayo  pensaba  que  existía 
íntima  solidaridad  de  intereses  y  aspiraciones  en  la  obra  de  la  cul- 
tura social  de  los  dos  pueblos. 

De  ahí  sus  conatos  por  el  progreso,  empeñado  en  la  propaganda 
política  el  uno,  en  el  culto  de  las  letras  el  otro,  en  la  obra  del  juris- 
consulto el  último,  que  tanta  importancia  tuvieron  entonces. 

El  doctor  Acevedo  venía  de  pagar  tributo  á  la  vida  borrascosa  y 
accidentada  de  la  política  orientaL  Espíritu  elevado,  fué  actor  en  el 
drama  siempre  doloroso  de  las  contiendas  civiles,  y  sucesivamente  se 
distinguió  en  las  lides  de  la  prensa,  en  el  parlamento,  en  el  gobierno 
y  en  el  foro,  por  la  profundidad  y  ponderación  de  sus  talentos,  por 
la  moderación  de  sus  miras  y  por  aquella  exquisita  cultura  que  fué 
rasgo  distintivo  de  su  privilegiado  carácter. 

Figura  entre  los  hombres  representativos  de  su  país,  no  tanto  por 
las  alturas  que  alcanzó  su  espíritu,  como  por  la  austeridad  y  la  inde- 
pendencia con  que  sirvió  sus  convicciones  en  la  política.  Fué  por 
eso— por  la  inflexible  modalidad  del  carácter  y  por  su  respeto  á  los 


nOMBSÁiR  UinVBBBlTÁBIO  'dt 

principios  que  s^oberaaban  su  vida,  que  incapaz  de  ciertas  complacen- 
cías,  aún  con  sus  propios  amigos  y  á  despecho  de  los  tiempos  de  pa- 
siones enconadas,— mereció  se  le  motejase  de  porteño  cuando  detrás 
ds  las  murallas  del  sitio,  defendía  también  su  religión,  tal  como  la 
concebía  en  sus  ideales  de  patriota  y  de  pensador. 

Semejante  carácter  debía  ejercer  como  ejerció,  influencia  vastí- 
sima en  la  acción  social  de  su  época  y  de  su  país;  pero  debía  tam- 
bién alcanzar  el  lote  común  de  amarguras  y  asperezas  que  dejaban 
el  roce  de  los  hombres  y  da  las  pasiones.  La  emigración  se  impuso 
para  el  ciudadano,  y  el  apóstol  trasladó  sus  penates  al  ancho  seno 
de  la  hospitalidad  argentina. 

La  política  perdió  entonces  en  el  doctor  Acevedo  un  hombre  de 
acción  y  de  consejo,  pero  fueron  mejores  las  ventajas  para  la  ciencia 
del  derecho— vocación  de  su  espíritu  y  consagración  de  su  vida,— 
que  le  estaban  reservadas  en  el  destierro. 

Fué  en  este  teatro  siempre  abierto  á  las  nobles  iniciativas,  donde 
el  nacionalista  redactor  de  La  GonstitwÁón,  pudo  poner  de  relieve 
sus  hermosos  talentos.  Extraño  ya  á  las  exigencias  de  la  política  que 
devora  la  savia  y  las  energías  de  tanta  inteligencia  entregada  á  sus 
reclamos,  el  doctor  Acevedo  pudo  consagrarse  á  su  laboriosa  obra 
de  hombre  de  estudio  y  de  pensamiento;  ilustrando  el  foro  con  sus 
trabajos  de  indisputable  valor  jurídico. 

£n  el  foro  de  aquel  tiempo  brillaban  estrellas  de  primera  magni- 
tud que  se  llamaban  Vélez,  Ugarte,  Tejedor,  Irigoyen  y  otros,  que 
bien  pronto,  apreciando  los  méritos  del  jurista  que  se  les  incorporaba, 
debían  distinguirle  con  la  presidencia  de  la  Academia  teórico-prác' 
tica  de  Jurisprudencia, 

£1  doctor  Acevedo  tenía  títulos  para  tan  merecido  honor.  Ya  en 
1851  había  publicado  un  proyecto  de  Código  Civil  para  la  República 
Oriental  del  Uruguay.  Su  preparación  era  reconocida;  la  notoriedad 
de  sus  talentos  le  colocaban  así  en  condiciones  de  dar  cima  á  sus 
grandes  tareas,  y  explicaban  también  la  confraternidad  establecida 
entre  loe  jurisconsultos  de  la  época. 

Debía  presentarse  muy  pronto  la  oportunidad  para  contribuir  efi- 
cazmente á  la  reforma  de  la  legislación  comercial  de  Buenos  Aires, 
cuando  separada  de  las  provincias,  se  regía  todavía  por  las  viejas  y 
gastadas  ordenanzas  de  Bilbao.  Fué  en  1856  que  el  Gobierno  del 
Estado  confiaba  á  los  doctores  Dalmacio  Vélez  Sarcf ield  y  Eduardo 
Acevedo  la  redacción  del  Código  en  materia  comercial,  y  es  cono- 
cida la  brevedad  con  que  fué  desempeñada  tarea  tan  trascendental. 

£1  ilustrado  doctor  Gk>nzalo  Ramírez,  en  el  discurso  que  acaba  de 
pronunciar,  como  homenaje  al  jurisconsulto  uruguayo,  se  consagra 
especialmente  al  examen  de  los  trabajos  que  cupo  á  cada  uno  de  los 
codificadores,  en  la  preparación  y  realización  de  la  obra  monumen- 
tal. 


té  «DüARDO  ACETADO 


No  ee  nuestro  proposito,  y  reputamos  fuera  de  lugar,  la  distribu- 
ción de  los  honores  que  corresponde  á  cada  cual»  convencidos  que 
la  grande  obra  fué  coman,  como  fué  digna  de  las  eminencias  que  la 
realizaron.  El  doctor  Obarrio  que  se  dice  depositario  de  los  borrado- 
res del  proyecto,  atribuía  al  doctor  Acevedo  el  trabajo  de  preparación 
6  redacción  del  Código,  de  acuerdo  con  las  fuentes  del  derecho, 
mientras  que  el  doctor  Vélez  se  encargaba  de  examinar  y  corregir; 
consultándose  ambos  recíprocamente. 

Para  honra  de  los  codificadoresi  la  posteridad  que  es  conciencia  y 
justicia  de  los  hombres  en  la  labor  intelectual  de  una  época  ó  en  la 
realización  de  una  obra  que  ha  resistido  á  la  crítica  y  á  la  ola  inva- 
sora  iia  las  reformas  inconsultas, —la  posteridad  intelectual  de  los 
autores  del  Código,  se  ha  pronunciado  para  discernir  igual  mérito  al 
argentino  que  al  uruguayo,  en  ese  trabajo  efíciente  de  la  ciencia. 
Pertenece  á  dos  personalidades  de  significación  representativa  en  el 
Río  de  la  Plata,  y  la  obra  del  uno  no  desmerece  la  del  otro. 

Juntos  han  podido  abrir  el  paso  para  la  inmortalidad,  pensadores 
de  tan  robusta  acción  pública.  Ambos  dieron  cima  á  la  tarea  del 
Código  Comercial  argentino;  y  cada  uno  para  su  país,  el  doctor  Vé- 
lez como  autor  del  Código  Civil  y  el  doctor  Acevedo  como  autor  del 
proyecto  de  un  Código  semejante,  en  1851,  han  sido  precursores  y 
autores  de  las  innovaciones  fecundas  en  esa  rama  de  la  jurispru- 
dencia del  Río  de  la  Plata. 

Es  digno  y  merecido,  pues,  el  tributo  reparador  que  los  orientales 
han  consai^do  á  la  memoria  del  hombre  de  ciencia  y  de  virtudes 
patricias,  que  honró  su  patria  y  dejó  huella  imborrable  de  su  labor 
intelectual  en  la  Argentina. 

No  es  un  simple  retrato,  sin  embargo,  lo  que  reclama  en  Montevi- 
deo la  memoria  de  Eduardo  Acevedo  y  de  Juan  Carlos  Gómez:  ellos 
deben  ser  modelados  en  el  bronce. 

A  medida  que  avanzan  las  conquistas  de  la  civilización,  se  mag- 
nifican más  los  hombres  de  pensamiento  que  los  hombres  de  guerra. 
El  sable  con  frecuencia  se  ha  arrastrado  dolorosamente  en  los  cam- 
pos de  la  contienda  civil,  mientras  que  la  pluma  y  la  acción  de  los 
pensadores  esperan  todavía  estimules  y  gratitud  de  la  historia. 


CAPÍTULO  II 

El  doctor  Eduardo  Acevedo 

POB  EL  DOCTOR  ALBERTO  FALOMBQUE 

{De  ^Mi  Año  Politicón,  1892) 

En  esta  época  de  escepticismo,  en  la  que  la  juventud,  á  veces 
piensa  más  en  las  comodidades  de  la  vida  que  en  las  reclamadas  ne- 
cesidades del  patriotismo,  fué  de  aplaudirse  el  nobilísimo  pensa- 
miento que  tuvo  el  doctor  don  Enrique  Azaróla,  Secretario  en  la 
Universidad,  (^)  de  rememorar  la  personalidad  del  doctor  don  Eduar- 
do Acevedo,  uno  de  los  espíritus  sanos  y  elevados  que  honraron  con 
sa  acción  y  pensamiento  las  páginas  de  la  historia  patria,  ya  lu- 
chando en  el  ierrufio^  ya  trabajando  en  la  patria  grande, 

A  esa  resurrección,  diremos  así,  de  aquella  personalidad,  descono- 
cida, en  absoluto,  por  la  juventud,  á  causa  de  nuestra  indiferencia 
por  la  vida  de  los  hombres  públicos,  de  verdadero  mérito,  mientras 
conocemos  al  dedillo  los  sucesos  de  los  caudillos  ignorantes,  san- 
guinarios y  ambiciosos  del  poder  y  mando,  que  nos  legaron  corrien- 
tes malsanas,  concurrió  todo  el  elemento  ilustrado  del  país,  con  ex- 
cepción de  los  señores  que  desempeñan  ministerios  y  del  Presidente 
de  la  RepúbUca.  (2) 

A  nosotros  no  nos  tomaba  desprevenidos  el  noble  pensamiento. 
Mucho  hacía  que  habíamos  pedido  á  la  familia  del  extinto,  desde 
tierra  extranjera»  los  datos  necesarios  para  escribir  la  vida  de  tan 
conceptuoso  personaje,  al  que  vivíamos  unidos,  como  lo  dijimos  en 
ese  acto,  por  lazos  invisibles,  desde  tiempo  atrás,  desde  que  llega- 
mos á  penetramos  del  mérito  intrínseco  de  sus  obras  como  hombre, 
dadadano,  legislador  y  jurisconsulto.  (3) 


(1)  Inició  im»  iOBcripción  entre  los  elementos  del  foro  para  hacer  un  retrato  al  óleo  del 
doctor  Aceredo,  j  colocarlo  en  el  aula  de  Derecho  Ciril.  El  joTen  pintor  don  Julio  Freiré 
hiso  el  retraU>,  muriendo  á  los  muy  pocos  días. 

(2)  Asistió  sólo  el  doctor  don  Manuel  Herrero  y  Espinosa,  Ministro  de  Relaciones  Exte- 
riores. 

(8)  Como  una  prueba  de  ello  ahí  está  nuestra  obrita:  PoUm  Jurfidatos,  publicada  el  afio 
pasado,  dedicada  á  sn  honrada  memoria. 


88  BDÜÁBBO  ÁOETEDO 


Recién  ahora,  ood  motivo  de  esta  rememoración  de  aquel  espíritu 
selecto,  fué  que  pudimos  conseguir  los  antecedentes  indispensables 
para  formar  un  juicio  completo  sobre  la  tal  personalidad,  que  nos 
autorizara  como  para  esbozarla  en  este  Mi  Año  PoUíicOj  libro  con- 
sagrado á  la  historia  nacional,  preocupación  constante  de  nuestros 
afanes,  como  medio  poderoso  de  formar  el  carácter  propio  de  un 
pueblo,  de  una  verdadera  nacionalidad,  que  6e  anima,  se  agiganta  ó 
se  empequefiece  en  la  misma  medida  que  sus  figuras  históricas  se 
destacan,  se  agitan  ó  se  pierden  en  el  cuadro  de  los  sucesos  huma- 
nos. 

De  esos  antecedentes  resulta  que  la  memoria  de  aquel  ciudadano 
es  digna  de  perpetuarse  en  la  historia,  para  ejemplo  de  todos  y  para 
honra  de  la  patria. 

Consideramos  nuestro  deber  dar  á  la  publicidad  esos  antecedentes, 
en  las  notas  que  van  al  pie,  sin  alteración  alguna,  porque  en  ellos  se 
resumen  la  vida  de  tan  eminente  compatriota,  en  los  que  se  fundan 
las  consideraciones  que  se  nos  han  sugerido  y  que  van  á  continua- 
ción. 

En  el  importante  estudio  hecho  por  el  doctor  don  Gonzalo  Ramí- 
rez, (1)  leído  en  el  momento  de  la  fiesta  en  honor  á  la  memoria  del 
jurisconsulto,  se  ha  demostrado  la  eficacia  de  los  estudios  jurídicos 
del  doctor  Acevedo«  Su  influencia  se  hizo  sentir  no  sólo  en  el  estu- 
dio del  Derecho  Civil,  en  la  patria,  sino  en  el  Código  de  Comercio  de 
la  República  Argentina  (2)  y  aún  en  el  Código  Civil  de  Chile.    En 


(1)  Publicado  en  los  Anales  de  ¡a  ühivergidadi  junto  con  el  conceptuoso  díBcurso  del  doctor 
don  Enrique  Azaróla,  el  sentido  del  doctor  don  Eduardo  Brito  del  Pino  j  el  jurídico  del 
doctor  don  Juan  P.  Castro. 

(2)  Doctor  Acevedo:  Le  mando  el  título  2.<*  libro  2.^.  No  le  he  hecho  observación  alguna. 
Creo  que  se  podrá  copiar  sin  ponerle  número  alguno.  Me  quedo  con  el  tftulo  1.*  del  mismo 
libro  porque  todo  él  es  nuero,  y  no  podré  entregárselo  hasta  el  sábado.  Viendo  así  un  título 
entero  del  Código  Civil  Injertado  en  el  Código  de  Comercio,  me  ocurre  la  idea,  que  pongo  ai 
juicio  de  usted,  de  poner  separados,  y  precediendo  al  Código  de  Comercio,  los  títulos  que  ha 
sido  preciso  esarilKr  del  Derecho  Civil. 

Ea  decir,  sacarlos  de  aquel  Código  como  se  han  de  sacar  alguna  vez,  dándoles  desde  ahora., 
sin  embargo,  una  posición  especial.  No  le  diré  que  esto  sea  muy  .bueno;  pero  también  es  muy 
impropio  poner  en  un  Código  de  Comercio  títulos  del  Derecho  Civil.  Aparecerá  como  .«i  en 
un  Código  Civil  se  pusiera  un  título  de  naufragios.-  Su  más  affmo.  amigo.— DolmooM)  FSIm 
Sarsfield 


Sefior  doctor  don  Dalmacio  Veles  Saisíield.— Mi  querido  amigo:— Le  mando,  como  le  pro- 
metí e)  sábado,  los  Códigos  portugués  y  español,  por  lo  que  puedan  servirle  las  respectivas 
introdueciones,  y  el  brasileño,  para  que  lo  recorra,  ya  que  no  lo  conoce. 

El  trabajo,  como  se  sabe,  lo  he  hecho  teniendo  siempre  á  la  vista  los  Códigos  de  Francia, 
Holanda,  España,  Portugal,  Wurtenberg  y  Brasil,  sin  perjuicio  de  haber  aprovechado  las 
mejoi-as  nuevamente  introducidas  en  la  legislación  francesa  sobre  quiebras,  Ja  ley  general  de 
Alemania  sobre  letras,  y  muchas  de  las  disposiciones  vigentes  de  Liglaterra,  Estados  Unidos, 


DB  «m  AlVo  poiirioo»  39 


este  pafs  faé  conocido  el  Proyecto  antes  de  sancionarse  el  que  el  doc- 
tor don  Andrés  Bello  había  redactado,  según  lo  confirmaban  los 
doctores  don  Gabriel  Ocámpo  y  don  Demetrio  R.  Pefia  en  cartas  que 
hemos  tenido  á  la  vista,  á  las  que  hacía  referencia  el  mismo  doctor 
Acevedo  en  su  diario  La  Constitución^  en  1853.  0) 


etc.,  ete.  Deode  entonces,  serfa  muy  diffcil  decir  cuál  de  loe  Códigos  ha  serrido  especialmente 
púa  cada  tftolo,  pues  la  yerdad  es  que  para  la  redacción  de  cada  uno,  he  tratado  de  tenerlos 
prcocntes  A  todos. 

Por  lo  demás,  insisto  nuevamente  en  la  conTenienda  de  que  usted  tome  la  Terdadera  si- 
tuación que  le  compete,  indudablemente  más  alta  que  la  de  co-redactor,  es  decir,  la  de  censor, 
COTtector,  adiclonpdor  y  mejorador  en  todos  sentidos  del  trabajo  que  usted  me  encardó.  Así 
me  libro  de  notas  y  representaciones;  pues  habiendo  recibido  un  encargo  yerbal  cumplo  con 
dar  á  usted  cuenta  yerbalmente  del  resultado.  A  usted  corresponde  lo  demás.  Sin  embar^, 
si  no  fuese  usted  de  mi  opinión,  y  prefiriese  aparecer  como  co-redactor,  no  vuWcré  á  hablar 
una  palabra  más  sobre  eso. 

Aceptaré  con  gusto  la  igualdad,  que  considero  muy  honorífica  para  mí,  pero,  en  ningún  ca- 
so, la  posición  inferior  que  con  buenas  intenciones,  me  atribula  Sarmiento  lares  pasada.— 
Suyo  affmo.— JStfMardo  uleeMdb.— Marso  16  de  1857. 

(1)  Señor  doctor  don  Eduardo  Aceyedo.— Santiago,  20  de  abril  de  1854.— Mi  nunca  olyida- 
do  amigo:  El  9  de  marso  llegaron  á  mis  manos  su  carta  del  16  de  septiembre  del  afio  pasado  y 
on  ejemplar  de  su  Código,  pero  hasta  el  día  no  ha  llegado  la  que  me  dice  escribió  por  el  va- 
por francés  tDuroc».  Esa  carta  y  ese  ejemplar  fueron  dejados  en  Talcahuano  por  el  vapor 
«Ucavali»,  y  según  me  dijo  Peña  hablan  corrido  mil  aventuras  antes  de  venir  á  mi  poder. 
Iios  demás  ejemplares  que  traía  ese  buque  pasaron  con  él;  y  en  consecuencia  Pefia  se  encargó 
de  escribir  á  Lima,  reclamándolos.  No  sabemos  aún  el  resultado  de  esta  diligencia.  Supongo 
que  aquél  le  habrá  dado  cuenta  de  todo  esto,  y  por  lo  mismo  me  refiero  á  lo  que  él  le  haya 
eomnnlcado  sobre  el  particular. 

No  puede  imaginar  el  placer  que  me  ha  dado  su  citada  carta.  Hacía  algunos  años  que  no 
habla  visto  carta  de  usted,  y  al  leer  aquella  la  he  devorado  de  contento,  encontrándole  siem- 
pre el  mismo  nifio,  el  mismo  hombre,  el  mismo  amigo  que  yo  había  conocido  y  amado  con  la 
misma  ternura  que  á  mis  propios  hijos.  Ojalá  que,  sin  echar  de  menos  las  comunicaciones  de 
BU  cansado,  enfermo  y  viejo  amigo,  se  acuerde  de  mí  en  cuatro  palabras  que  me  lo  recuerden! 

Con  el  doctor  Barros  escribí  á  usted  y  le  remití  unos  cuantos  informes  empastados. — Hasta 
ahora  no  sé  si  ese  pequefio  recuerdo  de  su  amigo  ha  llegado  á  sus  manos,  pues  ni  usted  ni 
Barros  me  han  dicho  nada  á  ese  respecto.  A  fines  del  afio  anterior  le  remití  también,  por 
conducto  de  Barros,  un  ejemplar  de  mi  último  informe  y  también  ignoro  si  ha  llegado  ó  no 
á  su  poder.  Las  tales  piesas  son  un  alimento  muy  ligero  para  un  abogado  que  ha  digerido  un 
Código;  sin  embargo,  deseaba  que  usted  los  tenga  como  un  recuerdo  de  mi  amistad . 

Orgullo  he  tenido  al  leer  su  Código,  por  mil  motivos,  pero  mis  extraordinarios  trabajos  y 
más  que  nada  las  enfermedades  habituales  que  me  aquejan  no  me  han  permitido  leer  ni  aún 
la  mitad.  Cuando  lo  haya  concluido,  le  daré  mi  pobre  opinión.  He  sentido  que  no  hayan  ve- 
nido los  ejemplares  que  remitió,  pues  creo  que  habría  sido  fácil  colocarlos  en  manos  bien 
entendidas,  como  lo  haré  si  las  diligencias  de  Pefia  logran  volverlos  al  país. 

El  Código  de  Bello  se  está  revisando  por  una  Comisión  á  que  yo  pertenezco,  y  el  trabajo  se 
halla  casi  á  la  mitad;  á  pesar  de  esto,  es  seguro  que  no  p«>drá  ser  presentado  en  las  próximas 
sesiones  del  Congreso.  Yo  cuidaré  de  remitirle  un  ejemplar  luego  que  sea  sancionado:  no  le 
remito  el  proyecto,  porque  habiendo  sufrido  muchas  enmiendas  y  supresiones,  no  le  daria 
sino  nna  idea  imperfecta  de  lo  que  será  después  de  su  promulgación. 

Estoy  comisionado  de  la  redacción  del  Código  de  Comercio,  pero  hasta  ahora  no  he  princi- 
piado mis  trabajos,  porque  espero  el  Código  Civil  sobre  que  necesariamente  debo  basarla. 


40  KDÜABDO  ÁCBVKDO 


No  60  nuestro  ánimo  desconocer  las  elevadas  cualidades  que  ador- 
naban al  jurisconsulto  don  Tristán  Narvaja,  pero  nadie  puede  desco- 
nocer que  la  obra  del  doctor  Acevedo  fué  la  materia  prima  con  que 
se  elaboró  el  primer  Código  Gvil  del  Uruguay,  en  el  que  lucen  los 


Sé  que  hoy  m  halla  en  Buenos  Aires  7  con  este  motiyo  le  recomiendo  mi  familia.  Siento 
por  on  lado  que  no  haja  aceptado  el  pobre  alojamiento  que  ella  le  ha  ofrecido,  pero  me  ale- 
gro que  oited  haya  preferido  cualquier  otro,  porque  así  le  será  más  llevadera  la  ausencia  de  su 


Tengo  ya  siete  hijos  de  mi  segundo  matrimonio,  y  entre  ellos  tres  mujeres,  siendo  los  úl- 
timos dos  gemelos.  Esto  le  confirmará  en  la  idea  de  que  los  abogados  no  servimos  paxa  for- 
mar líneas  de  rigorosa  agnación. 

Dé  usted  un  fuerte  abruo  á  Joaquinita  y  muchos  besos  á  sus  ocho  nifios.  A  Estoves  y  Teje- 
dor hágales  una  visita  en  mi  nombre  anunciándoles  que  siempre  los  recuerdo  con  placer  y 
usted  disponga  de  cuanto  pueda  valer  su  invariable  amigo.— Oahriel  Oeampo, 


Sefior  doctor  don  Eduardo  Acevedo.—  Montevideo.— Valparaíso,  octubre  14  de  1853.— Mi 
sntiguo  y  muy  querido  amigo:-  Por  el  cDuroc»  tuve  el  gusto  de  recibir  su  apreciable  re- 
cuerdo del  14  de  agosto,  y  el  recomendable  trabajo  de  usted  en  el  Proyecto  de  un  Código  Ci- 
vil oriental.  Mi  amistad  por  usted  me  ha  hecho  seguirle  siempre  los  pasos  en  su  vida  pública 
i  averiguar  cuánto  he  podido  sobre  su  vida  doméstica  i  de  afecciones.  Mis  investigaciones 
han  si  Jo  siempre  satisfactorias,  si  exceptuamos  esos  infortunios  domésticos  en  la  pérdida  de 
seres  queridos  que  se  nos  van  de  este  mundo,  que  son  como  sucesos  ya  ordinarios  de  la  vida. 
—Al  fin  vive  usted  i  le  vive  su  Joaquinita;  i  vive  usted  en  su  patria,  apreciado,  respetado 
i  dedicado  á  trabajos  profesionales  que  le  granjean  honra  i  el  provecho  inmenso  de  ser  útil 
á  su  país. 

£1  ejemplar  del  Código  para  el  doctor  Ocampo  i  el  para  Jacinto  han  sido  remitidos  á  sus 
títulos  en  Santiago,  i  espero  para  mafiana  cartas  suyas  para  usted  que  cuidaré  de  poner  en 
la  balija  de  la  cBahiana». 

Con  el  comandante  de  este  buque,  el  capitán  Barroso,  he  hablado  á  menudo  de  usted  i  de 
toda  su  apreciable  familia.  La  señora  de  Vidal,  doña  Bernarda  Crespo,  á  quien  fué  recomen- 
dado por  la  señora  suegra  de  usted,  ha  muerto,  dejando  un  vacío  inmenso  en  un  círculo  mui 
estenso  de  amigos. 

£^oi  en  víspera  de  partir  para  Santiago,  á  establecerme  allí  por  algún  tiempo,  sin  perder 
nunca  la  esperanza  de  volver  algún  día  si  Río  de  la  Plata,  dar  á  us)«d  el  abrazo  de  amigo  i 
hacer  que  su  Joaquina  i  mi  Eugenia  se  conozcan  i  se  quieran;  i  no  sé  si  me  alucine,  pero 
creo  á  la  mía  mui  digna  del  cariño  de  la  de  usted  i  de  usted  mismo. 

Pam  entonces  i  hasta  entonces  me  despido  de  usted:  aunque  no;  pues  me  parece  un  plazo 
demasiado  largo,  i  ya  que  nos  hemos  empezado  á  escribir,  bueno  será  que  continuemos  diri- 
giéndonos una  carta  de  tiempo  en  Üemjpo. 

Chile  se  ocupa  en  el  día  en  su  codificación  i  me  prometo  remitirle  cada  Proyecto  de  Códi- 
go, según  los  vsyan  presentando  los  respectivos  comisionados.  En  primera  oportunidad  le 
enviaré  el  del  Código  Civil  presentado  por  don  Andrés  Bello;  el  doctor  Ocampo  es  el  encar- 
gado del  de  Comercio;  elooroael  Gano  del  Militar,  y  no  recuerdo  en  este  momento  quién  es 
el  encargado  del  de  Minería.  -En  fín,  le  mandaré  cuanto  salga  de  interés,*  i  lo  haría  hoÍ,  á  no 
ser  que  mi  cambio  de  residencia  tiene  en  un  completo  trastorno  todos  mis  libros. 

Adiós,  mi  querido  amigo,  no  me  olvide,  i  quiérame  como  quiere  á  usted  su  tkttmo.—Deme- 
tfio  R.  PtOa. 


DE  «MI  Álfo  POLfriOO»  41 


progresos  modernos  en  materia  de  codificación.  Fué  el  doctor  Nar- 
vaja un  verdadero  censor  de  aquella  obra,  expurgándola,  á  veces,  de 
loe  defectos  que  tenía,  y  destruyendo,  otras,  ideas  y  principios  libe- 
rales, reclamados  ya  por  las  necesidades  de  la  época. 

El  Proyecto  de  Código,  redactado  en  época  muy  anterior  á  aquella 
en  que  se  imprimía,  U)  en  las  condiciones  excepcionales  menciona- 
das por  la  señora  viuda  en  los  anteriores  rasgds  biográficos,  no  res- 
pondía, en  parte,  á  los  progresos  ya  operados;  y  esto,  que  lo  recono- 
cía el  autor,  daba  motivo  para  que  él  pidiera  á  sus  conciudadanos  la 
ayuda  «en  una  obra,  decía,  en  su  modestia,  en  que  nada  ponemos  de 
nuestra  parte,  sino  el  deseo  bien  sincero  de  ser  útiles  á  nuestra  Pa- 
tria.» 

Esperaba  que  antes  de  llegar  la  época  de  discutirse  su  trabajo  en 
el  recinto  legislativo  se  habría  mejorado  por  el  concurso  de  sus  com- 
pafieros,  y  que  por  imperfecto  que  «hoy  sea,  decía,  servirá  como  an- 
teeedente,  en  favor  de  la  codificación  que  consideramos  indispensa- 
ble.»—De  ahí  que  resolviera  no  presentarlo  á  las  Cámaras  sin  las 
observaciones  de  sus  colaboradores. 

Fué  este  antecedente,  como  llamaba  el  doctor  Acevedo  á  su  Código, 
el  que  influyó  en  el  ánimo  de  uno  de  nuestros  hombres  políticos  de 
más  preparación— el  doctor  don  Mateo  Magarifios  Cervantes— para 
ingresar  al  Cuerpo  Legislativo  en  1856.  En  carta  que  tenemos  á  la 
vista,  de  fecha  15  de  marzo  del  citado  afio,  le  dice  al  doctor  Acevedo 
que  si  ha  ingresado  al  Cuerpo  Legislativo,  no  obstante  haber  resuelto 
renunciar,  ha  sido  sólo  por  *el  propósito  de  llevar  á  cabo  el  pensa- 
€  miento  que  tuve,  dice,  cuando  desempeñé  el  Ministerio  de  Gobierno, 
<  de  hacer  votar  stn  discusión  del  Ouerpo  Legislativo  tu  Proyecto  de 
€  Código  Civil»,  en  cuyo  pensamiento  había  encontrado  ardientes  co- 
laboradores en  la  Cámara.  «Pero,  decía,  como  tengo  la  idea  de  que 
«  tú  has  hecho  algunas  modificaciones,  después  de  impreso,  desearía, 
«  si  no  tienes  inconveniente,  que  me  las  comunicases,  á  fin  de  acon- 
«  sejarlas  también,  manifestando  que  te  pertenecen».— «Considero, 
«  agregaba  el  doctor  Magarifios  Cervantes,  que  si  consigo  mi  objeto, 
«  ese  solo  hecho  indemnizará  al  país  de  muchas  de  sus  desgracias, 
«  ocurridas  desde  la  Revolución  de  Julio.»  (2) 


(1)  Se  imprimía  en  MoáteTideo  ei  29  de  a({Ofto  de  1862,  mientras  su  redacción  se  habla 
terminado  en  el  Paso  del  Molino  el  10  de  septiembre  de  1861. 

(2)  Sefior  doctor  don  Eduardo  Acevedo.— Montevideo,  marzo  15  de  1866.— Mi  querido 
amigo:— La  separación  y  ia  falta  de  correspondencia  no  son  parte  á  aminorar  los  afectos 
cuando  éstos  tienen  la  solides  del  tiempo  j  de  la  sinceridad. 

Sabes  que,  cualesquiera  que  sean  las  circunstancias,  te  aprecio  y  distingo  como  amigo  y 
como  ciudadano. 

Te  digo  esto  para  que  estimes  bien  la  satisfacción  que  te  doy  por  pertenecer  A  la  Cámara 
de  Bq;>resentante8,  sin  embargo  del  propósito  que  traje  de  Buenos  Aires,  y  te  comuniqué,  de 
I»esentar  mi  renuncia. 


42  BDüARDO  AOETBIM 

Como  ee  ve,  ^a  en  1853  el  mismo  doctor  Acevedo  reconocía  que  ese 
antecedente  neceeitaba  eer  depurado,  iqaé  «xtraiBo,  paes,  qne  en  aflos 
poateñoree,  despnée  de  loe  decretos  gubernativos  de  fecha  5  de  junio 
de  1865  7  marzo  30  de  1866,  por  Iob  que  se  nombraron  las  Comluo- 
nes  para  revisar  el  Proyecto  de  Código  Civtt  del  doctor  don  Eduardo 
Aeeveáo  p  corregido  por  el  doctor  don  Tristán  Narvaja,  l^)  se  hayan 
encontrando  puntos  que  reformar,  desde  que  el  mismo  autor  as{  lo 
decía  en  1853,  lo  confirmaba  en  el  Informe  de  1857  sobra  el  C6digo 
de  Comercio  para  la  República  Argentina,  ;  también  lo  comprobaba 
el  doctor  don  Mateo  Magariños  Cervantes  en  1856? 

L*  nidn  que  mt  bx  moTido  i  dMlttir  d«  mquel  propdillo  a  U  di  IJenr  1  cabo  el  pau^ 
míenlo  que  uiie  cuuido  dnempeHí  el  HlnlMeiio  de  Ooblerao  de  buxr  totar  sis  dlacoti As 
del  Cueipo  Leglilaliio  lo  projecLo  dn  CAdigo  Ciiil. 


Cddigo  pura  j  »\iBjilr,~prTO  como  Mngo  !■  i 
a,  dedpuáe  ñe  ImpreBD»  doemifi,  b1  no  ÜpitH  I 
ip  BcontEjarlu  Itmblán,  muilfntando  que  le 
I  bisD  que  no  «107  bablUtido  pera  eKrlblr  ui 


'Fe,  así  que  d«de  ahora  le  pido  ÍDduIgenda,  j  baila  doetirU,  SÍ  me  füte« 

me  seAaUues  algunas  ind&cacloaee  que  jugues  oportuno  hacene  para  recO'- 

dotar  al  país  de  un  Cddlgo,  ademii  de  lai  que   lao  juJ- 

Ic  Julio, 

íirecio  induciendo  á  la  Cimaia  í  im  acio  que  airra 

la  ingrata  (área  de  narrarte  lo  mucbo  desagradable 
que  por  aquí  paia,  limitándome  al  ob)eto  que  me  puso  la  pluma  en  la  mana. 

Deseo  qne  tu  familia  goce  salud  j  contento,  j  que,  poniéndome  á  loa  plea  fq  b)  de  Ul  eepo* 
sa,  le  roDsenes  i  Is  amistad  de  tu  allmo— if.  MagariUm. 

(l;  iSnúltriodtOobünio^MoBKYiáeo.  marro  20  de  1B66.— Habiendo  eondufdo  lUB  líala- 
joB  la  Comisldn  Dombnula  pus  la  rcvisacidn  del  Código  de  Comercio  j  que  ba  sido  promul- 
gada debldacnente,  ecoildnando  IH  necesidad  j  {^anrenlenciH  de  completar  loa  trabajoi  de 
leglBlaciSn  con  la  promaJgaciín  de  un  c^ídigo  Civil,  que  comprenda  en  un  solo  texto  todaa  las 
disposiciones  rigente*,  con  Ihh  corrccrionee  que  Ta  pr^tica  j  el  estudio  de  los  jurisconAultoa 
aconsejen:  consideíandü  al  mismo  tiempo  que  es  dp  la  msyipr  urgencia  simplificar  el  procedl- 

CoDseJo  de  Minltmi  ha  acordado: 

1.*  La  ComiBiltn  nombrada  con  techa  5  de  junio  del  afio  pasado,  á  que  se  i^egart  el  doctor 
don  Joaquín  Bequena,  procederti  i  la  rerisacii^  del  Proveció  de  Código  CítM  del  doctor  don 
Eduardo  Aceiedo  y  corregido  por  el  doctor  don  Triatáa  Narraja,  presentando  í  la  breredad 
posible  ana  trabajos  concluidos  paia  su  examen  y  correspondí  en  Te  aprobación  j  promulgaddn. 

2-^  L«  nueva  ComlslÓD  queda  encargada  de  la  redacción  de  un  proyecto  de  lej  general  de 
procedí  míen  loa  en  los  dlaÜntAS  juicios  tanto  dvilee  como  mercantiles  j  <7lminalefl,  eliminan- 
do en  lo  posible  de  la  legislación  vigente  las  trabas  que  se  oponen  á  la  máa  pronta  j  elicax 
admliiietiacldn  dejoillcla.  Dicho  proyecto  seii  igualmeaCe  preseniado  en  oportuiüdad  al  flo- 
hl4imo  para  loa  ñnea  á  que  se  refiere  el  artículo  anl^or. 

í.-  Lo*  miembros  de  la  Comisión  nombrada,  goarAn  mientras  dure  su  cometido,  de  la  mis- 
m»  doladdu  acordada  á  loa  anteriores, 

1,*  Comnnlqueae,  pubUqueae  j  déae  al  R,  C— VIDAL— AMTomo  H.  llaa^OBE— Dimn. 
1— Culos  di  CASiBO—Louno  Batll>. 


DE    «MI  Afto  POLÍTICO»  4S 


El  doctor  Acevedo  quería  concurrir  á  la  discusión  de  su  obra  en  el 
Cuerpo  Legidtatívo,  «por  lo  que,  decía,  nos  reservamos  para  la  dís- 

<  cusíón  que  tendrá  lugar  en  las  Cámaras,  si  somos  llamados  á  la 
«  Representación.  Sin  nuestra  concurrencia,  no  querríamos  que  se 
«  discutiese  el  Proyecto  ». 

Esto  decía  en  1853,  por  lo  que  no  es  de  eztrafíarse  que  en  1857  no 
accediera  á  lo  que  le  pedía  el  doctor  don  Mateo  Magariños  Cervan- 
tes. 

Hemos  dicho  que  ese  Proyecto,  ó  antecedente  para  la  codificación 
como  lo  llamaba  el  doctor  Acevedo,  contenía  principios  é  ideas  libe- 
rales, como  también  que  no  respondía  á  los  progresos  ya  operados, 
cuando  se  discutía. 

Entre  los  primeros  se  encontraba  la  institución  del  matrimonio  ci- 
vil, de  acuerdo  en  un  todo  «con  la  propia  opinión  de  la  época,  los 
«  principios  más  triviales  de  derecho   y  la  propia  disciplina  de  la 

<  Ifrlesia  ».  Es  necesario,  decía,  no  confundir  el  sacramento  con  el 
contrato.  Aquél  queda  enteramente  sujeto  á  la  autoridad  eclesiástica: 
éste  á  la  civil-  Be  fundaba  para  ello  no  sólo  en  lo  que  la  razón  dicta- 
ba sino  en  las  opiniones  de  hombres  nada  parciales  para  la  Iglesia, 
como  Carlos  III  y  Benedicto  XIV. 

«  Sirva  eso  de  antídoto  contra  el  olor  á  herejía  que  algunos  han 
«  creído  tomar  en  esa  parte  del  Proyecto  de  Ciódigo  C^vil»,  decía  el 
doctor  Acevedo. 

T  fué  ese  principio  adelantado,  consignado  en  el  Código  redactado 
entre  el  ruido  de  las  balas  y  las  pasiones  humanas  embravecidas, 
cuya  sanción  indemnixariaj  según  decía  el  doctor  Magariños  Cer- 
vantes, al  paiSy  de  muchas  de  sus  desgracias  ocurridas  desde  la  revo- 
lución de  Julio,  el  que  se  reformó  más  tarde,  no  por  el  doctor  Aceve- 
do, que,  temeroso  de  lo  que  pudiera  suceder,  quería  concurrir  á  su 
discusión  en  el  Cuerpo  Legislativo,  sino  bajo  los  auspicios  de  los 
ciudadanos  que  habían  triunfado  en  la  revolución  nunca  bastante 
deplorada  que  encabezó  el  general  don  Venancio  Flores  en  1863, 
triunfante,  con  el  auxilio  extranjero,  en  19  de  febrero  de  1865. 

Esos  principios  liberales,  proclamados  desde  antes  del  año  de  1851, 
por  el  doctor  don  Eduardo  Acevedo,  fueron  aceptados  por  los  docto- 
res don  Joaquín  Requena  y  Antonio  L.  Pereira,  dos  notabilidades 
jurídicas,  á  cuyo  juicio  sometió  el  Proyecto  el  doctor  Acevedo.  Reco- 
nocían que  el  matrimonio,  para  la  ley,  era  un  contrato  de  derecho 
natural,  cuyas  formas  se  determinan  por  el  derecho  civil,  y  que  con- 
siderado como  sacramento,  es  de  las  atribuciones  del  poder  espiritual, 
á  quien  competía  reglamentar  lo  relativo  á  los  sacramentos.  (^) 


(1)  Artfcnlo  182  del  Proyeeto. 


H  BDOABDO  AOBVEDO 

<  JuriMODSoItos  profnndOB  habían  demostrado,  decía,  que  las  insti- 

<  taciones  cinleB  y  relís^osae  que  regían  el  matrimonio  podían  y  de- 

<  bfan  Beparane:  que  el  caotrato  civil  j  el  sacramento  eran  dos  oosaa 

•  dietíntaa,  j  que  era  preciso  no  confundir-  pedían,  j  la  opini6n  pil- 

•  blica  pedía  oon  ellos,  que  el  estado  civil  de  los  hombres  fuese  inde- 

•  peodieode  del  culto  que  profesasen*.  0-) 

Y  esto  respondía  al  elevado  propúsito  de  restableoer  la  soberanía 
del  poder  civil,  relajada  en  lo  que  se  refería  á  las  pruebas  del  estado 
civil  de  las  personas.  Esa  reforma  estaba  calcada  en  el  plan  del  Re- 
gistro Civil  creado  en  su  Proyecto.  '3) 

■  En  esta  materia  el  vacío  de  nuestra  le^slación  es  completo.  No 

•  hay  constancia  alpina  legal  de  los  nacimientos,  los  matrimoDÍoe  y 

<  las  muertes;  pues  que  ni  puede  calificarse  así  la  que  resulta  de  los 
■  informalísimos  apuntes  de  loe  párrocos,  ni  es  extensiva  á  los  no  c«- 

•  tólicos,  &  quienes  la  legislación  no  puede  abandonar,  en  un  país 

•  donde  hay  tolerancia  de  cultos. > 

Así  opinaba  el  doctor  Acevedo  desde  las  cumbres  del  Cerrito,  res- 
pondiendo, sin  duda,  á  la  tradición  que  nos  legó  el  general  don  José 
G.  Artigas,  según  se  demuestra  por  la  correspondencia  que  éste  man- 
tuvo con  el  doctor  Francia,  dictador  del  Paraguay,  y  por  la  docu> 
mentación  que  ha  poco  dio  á  la  luz  pública  el  seSor  don  Mariano  B. 
Berro;  <3)  progreso  y  adelanto  de  que  aún  ee  resiente  la  propia  ma- 
dre patria  según  la  Base  3.'  de  la  ley  de  11  de  mayo  de  1888  auto- 
rizando al  Gobierno  espafiol  para  publicar  un  Código  Civil,  í*)  no 
obstante  reconocer  la  legislación  de  España  que  al  acto  de  la  cele- 
bración del  matrimonio  católico  deberá  asistir  el  juez  mi*nvnpal  ú 
otro  funcionario  del  Estado,  con  el  solo  fin  de  verificar  la  inmediata 
inícripeián  del  Tnaírimonio  en  el  Registro  Civil' 

La  reforma  aconsejada  por  el  doctor  Acevedo  estaba  inspirada  en 
lae  propias  resoluciones  de  la  Iglesia,  según  se  veía  en  la  Pragmática 
lie  1776  (ley  9,  tít.  2,  lib.  10,  Nov.  Rec.)  sin  que  impidiera  las  bendi- 
ciones nupciales,  C^)  á  laa  que  no  podría  proceder  el  párroco  sin  que 
Hntes  se  le  hiciera  constar  la  celebración  del  matrimonio  civil. 

Esta  reforma,  como  la  muy  importante  del  procedimiento  á  seguir- 


|1)  V«ue  U  Pmgmitícm  de  2S  de  mu»  de  1776  (Jer  9,  tlt.  3,  llb.  10,  Not.  B«c.¡ 

(3)  V<Be  páglu  906  de  •Ul  Alio  Polftico». 

íi)  Aufl  5>— SeeatiMeoerAn  en  et  €Adlgtt  doi  femuA  de  nuCrímaDio:  et  tanÓDico,  <]i»de- 
bfíin  conDmer  todos  los  que  profesen  ta  reLlgldn  cari^Uca,  J  el  cMl,  que  «e  celelHBfi  del  me- 
llo que  detennine  el  nlgiDo  Código  en  aniiaoli  cnn  lo  pivicriplo  en  U  CooItltucifiD  dd  EaU- 
ilD.lVJueut.  42d«lC.  aill  EapuSol  T  ul.  2  ley  pnrliloul  de  18  de  Junio  de  1870  jd»-. 


16)  Arttmloi  IBO  j  170  del  Proreito. 


DB   €]fl  AlfO  POLÍTIOO»  45 


86  en  el  juicio  de  divorcio,  en  la  que  se  trasparentaba  al  jefe  de  fa- 
milia, celoso  7  recto,  no  fué  admitida  por  el  gobierno  que  había  ve- 
nido al  poder  en  1865,  de  una  manera  revolucionaria. 

Es  digno  de  consideración  el  estudio  en  materia  de  divorcio.  Des- 
pués de  entregar  su  conocimiento  á  la  autoridad  civil,  establece  que 
el  juicio  se  seguirá  en  método  verbal,  en  audiencias  secretas,  á  las 
que  no  asistirán  sino  las  partes,  sus  abogados,  los  testigos  que  desig- 
nen 7  el  agente  ó  promotor  fiscal;  no  admitía,  en  ningún  caso,  apode' 
rados^  debiendo  las  partes  comparecer  siempre  personalmente;  las 
partes,  por  sí,  6  por  sus  abogados,  podían  hacer  á  los  testigos  las  ob- 
servaciones é  interpelaciones  que  juzgasen  convenientes;  el  juez  for- 
maría tribunal  con  cuatro  jurados  sacados  á  la  suerte  de  una  lista 
presentada  anualmente  por  la  Junta;  el  tribunal  no  estaba  obligado, 
en  ciertos  casos,  á  hacer  lugar  á  la  demanda,  sino  para  autorizar  á  la 
mujer  para  separarse  de  su  marido  por  el  tiempo  de  seis  meses;  el 
marido,  según  los  casos,  podía  ser  condenado  á  pasar  una  pensión  ali- 
menticia á  su  esposa;  7  el  tribunal  estaba  obli^i^o  á  juzgar  confor- 
me á  su  conciencia  por  la  impresión  de  la  necesidad  ó  inneeesidad  de 
la  separación,  sin  que  hubiera  apelación  de  su  fallo. 

Era  asimismo  de  gran  importancia  7  utilidad  la  creación  del  conse- 
jo de  ¿imilia,  como  recurso  para  fortificar  los  vínculos  del  hogar  7 
levantar  su  dignidad  7  respeto  entre  los  miembros  de  aquélla,  entre 
los  cuales  estaba  también  la  disposición  que  reservaba  para  los  hijos 
del  primer  matrimonio  los  bienes  que  hubiera  recibido  el  c6n7uge 
sobreviviente,  (^)  previsión  de  alta  moralidad  7  que  en  más  de  un 
caso  contenía  la  suma  libertad  de  acción  de  quien  había  heredado  al 
cóuTuge. 

En  su  Pro7ecto  daba  solución  á  la  cuestión  de  lo  que  debía  enten- 
derse por  fecha  cierta,  tratándose  del  contrato  de  prenda,  como  tam- 
bién á  la  de  los  gravámenes  subsistentes  sobre  la  cosa  hipotecada,  de 
que  tanto  se  ha  ocupado  nuestro  Cuerpo  Legislativo,  en  la  actuali- 
dad, con  motivo  de  la  prenda  comercial  7  de  las  adjudicaciones  que 
se  hacen  en  venta  judicial  de  los  bienes  hipotecados  que  están  arren- 
dados fraudulentamente  por  el  deudor.  (^ 

Hemos  hablado  también  de  los  vacíos  de  la  obra,  7  justo  es  que  al 
lado  del  aplauso  se  encuentre  la  crítica,  como  medio  de  hacer  resal- 
tar su  importancia  jurídica  7  la  imparcialidad  del  mismo  escritor. 

Es  verdad  que  el  propio  doctor  Acevedo  7a  había  reconocido  esos 
vacíos  6  defectos  á  que  se  refería  el  doctor  don  Mateo  Magarifios 
Cervantes;  pero,  esto  no  impide  hacerlos  resaltar,  para  que  en  este 


(1)  AxtfenlM34í6,  786,  fnd.  4.*,  r  876  r  Ü26. 

(2)  AxtfcniM  681, 794, 1666  f  1789. 


y— r-— 7 — \ 


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lo 


46  KDbÁXDO  A.C8VKD0 

trabajo  biográfico,  aunque  ligero,  dadas  las  propoTciones  de  este  libro, 
aparezca  también  la  importancia  de  los  eafuenoe  intelectuales  del 
doctor  don  Tríatán  Narvaja  y  demás  letrados  que  contribuyeron  i 
depurar  la  obra  de  los  errores  j  defectos  que  no  admitían  la  época 
ni  loa  progresos  operados  en  la  ciencia. 

El  doctor  don  Eduardo  Acevedo  habla  terminado  au  obra  en  el 
aBo  de  1851,  lo  que  importa  reconocer  que  su  magna  tarea  había  co 
menzado  algunos  aSoa  aCráa,  utilizando  aaí  los  vastos  conocimientos 
adquiridos  durante  su  desempeño  en  la  Magistratura,  desde  que  fué 
nombrado  juez  de  intestadoa,  interino,  en  Montevideo,  hasta  que  pa- 
só al  Superior  Tribunal  de  Justicia  que  funcionaba  en  el  Cerríto  du- 
rante el  SitJo  á  esta  Ciudad  por  el  general  don  Manuel  Oribe. 

La  legialacifin  romana,  en  la  que  estaba  inspirada  la  legislación  de 
las  ParlJdas,  Recopiladas,  Nueva  j  Novísima  Recopilación,  Fuero 
Juzgo,  etc.,  se  habla  avivado  en  su  espíritu  al  soplo  vivificidor  de  la 
legislación  francesa,  de  ese  Código  monumental,  creado  por  el  genio 
de  Napoleón,  j  que,  inspirado  también  en  la  legislación  de  Roma, 
encontró,  no  obstante  cuanto  en  su  contra  se  ha  dicho,  inteligencias 
selectas  que  lo  comentaran  y  lo  divulgaran,  dentro  y  fuera  de  la  Pa- 
tria. 

América,  y  aobre  todo  eata  parte  de  ella,  la  menos  adelantada,  en 
la  que  no  se  han  eacoatrado  los  vesUgios  de  civilización  hallados  en 
el  Perú,  Méjico,  Panamá,  etc.,  sufría  todavía,  en  lo  económico,  la  )n> 
fluencia  de  las  Leyes  de  Indias,  cuyas  consecuencias  las  pintaba  Mr, 
Blanqui  el  mayor  así:  *  Carlos  V  no  conocía  el  partido  que  hubiera 

•  podido  sacar  de  la  rica  conquista  de  América,  ai  la  hubiese  admi- 

<  ntstrado  sabiamente  en  lugar  de  oprimirla  sin  miramientos:  sus  au- 

<  oesores  acabaron  de  matar  aquella  gallina  que  ponía  huevoa  de  oro; 

*  pero  él  empezó  á  abrirle  las  entiaflas<> 

Fué,  pues,  en  aquellas  legislaciones  en  las  que  se  inspiró  el  doctor 
Aoevedo,  tratando  de  adaptarlas  á  nuestra  forma  de  gobierno,  á 
Duestraa  costumbres  y  á  las  necesidades  de  la  época. 

Pocos  eran  loa  ciudadanos  ilustrados  que  por  aquel  entonces  po- 
dían ayudar  at  doctor  Acevedo  en  tan  ingrata  tarea,  por  lo  que, 
fiado  en  sua  aolaa  fuerzas,  acometió  la  obra,  en  momentos  en  que  la 
Francia  y  Bolivia  eran  loa  únicos  palaea  que  tenían  sud  Códigos, 
mientras  el  Brasil  y  Chile  estaban  consagrados  á  la  tarea. 

Inspirado  en  esos  antecedentes,  como  él  lo  diría,  fué  que  inició  la 
obra,  ilustrándola  con  la  concordancia  de  loa  códices  y  autores  espa- 
ñoles, expresamente,  porque  eso  viene,  decía,  de  la  necesidad  •  que 
■  nos  habíamos  impueato  de  dar  á  todo  un  carácter   nacional,  quitán- 

<  dolé  el  aire  extranjero  que  se  le  reprocharía*.  Y  en  su  excesiva  mo- 
destia llegaba  hasta  estampar  eatn  frase:  <  Por  lo  demás,  nadiopo- 
>  iría  con  pteticia  acusamos  de  plagio,  desde  que  nada  reivindicamos 


Bti  «MI  ÁÍiro  poiirioo»  4? 

«  como  de  nosotros;  noa  presentamos  como  meros  redactores  y  confe- 
«  samos  francamente  cuanto  debemos  á  los  autores  nombrados,  que 
«  no  hemos  dejado  de  las  manos  en  todo  el  curso  de  nuestro  tra- 
«  bajo  ». 

Podría  decirse  del  doctor  Acevedo  lo  que  se  ha  dicho  de  Shakes- 
peare, que  compuso  Hamlet  tomando  casi  toda  su  versificación  de 
otros  escritores»  textualmente,  en  lo  que  consistía  su  genio.  Dadle  á 
otro  esos  mismos  versos  y  decidle  que  haga  una  obra  por  el  estilo,  y 
escollará. 

Ahora  bien,  una  obra  redactada,  cuando  menos  el  año  46  6  47,  no 
podía  adaptarse  á  los  progresos  y  adelantos  de  nuestra  rápida  ascen- 
sión hacia  la  montafia  después  de  la  ruda  jornada  de  los  nueve  años 
inmortales.  Esas  mismas  costumbres  nacionales,  esas  mismas  nece- 
sidades de  la  época  á  que  el  doctor  Acevedo  se  refería  en  aquellos 
años,  debieron  necesariamente  tenerse  en  cuenta  por  la  Comisión  Co- 
dificadora, á  cuyo  frente  se  hallaba  el  doctor  don  Tristán  Narvaja 
cuando  cerca  de  un  cuarto  de  siglo  después  examinaba  el  Proyecto 
de  Código  Civil  del  doctor  don  Eduardo  Acevedo. 

El  doctor  don  Tristán  Narvaja  no  podía  desconocer  esos  progresos. 
Los  tuvo  en  cuenta,  y  fué  así  que  al  estudiar  aquel  Proyecto,  aquel 
antecedente  para  la  codificación^  juntamente  con  los  Códigos  de  Euro- 
pa y  América,  comentadores  del  de  Napoleón,  el  proyecto  del  señor 
Groyena,  el  del  señor  Freitas  y  el  del  doctor  Vélez  Sarsfield,  separó 
del  Código  del  doctor  Acevedo  todo  aquello  que  no  era  reclamado 
por  las  necesidades  de  la  época  y  sí  rechazado  por  los  adelantos  ju- 
rídicos; no  sin  que,  á  nuestro  juicio,  como  ya  lo  hemos  demostrado, 
cometiera  la  injusticia  de  hacer  á  un  lado  aquellas  reformas  liberales 
que  hemos  elogiado  y  aplaudido.  Pero,  para  llegar  á  este  resultado 
DO  hubo  necesidad  de  agraviar  la  memoria  del  doctor  Acevedo  ni 
menos  mistificar  los  hechjs.  En  esto  hubo  injusticia,  á  la  que  no 
había  para  qué  recurrir  desde  que  los  talentos  jurídicos  del  doctor 
Narvaja  y  demás  colegas  de  revisación  del  Proyecto  brillaban,  si  se 
quiere,  á  la  par  de  los  del  doctor  Acevedo.  No  obstante,  la  Comisión 
de  Codificación  (^)  reconocía,  en  su  Informe,  que  había  estudiado  el 
Proyecto  del  doctor  Acevedo,  con  toda  minuciosidad,  y  que  reprodu- 
cía *do8  innovaciones  que  habían  sido  propuestas,  decía,  por  el  ilus- 
tre périsconsulto  oriental  doctor  Acevedo^  arrebatado  temprano  á  la 
ciencia  y  á  su  país>K 

Sin  embargo,  en  ese  Informe  se  afirma  que  la  Comisión  tiene  la 
singular  satisfacción  de  presentar  el  proyecto  de  Código  Civil  Oríen- 


U)  lACk>miBión  se  componía  de  los  señores  Manuel  Herrera  j  Obes,  Antonie  Rodrfguet 
OabaUero,  Joaquín  Bequena  j  Tristán  Narvaja. 


4ñ  &Í>UARDO   ACÉVElk) 


tal,  compuesto  por  el  doctor  don  Tristdn  Narvaja^  y  en  el  decreto  del 
Oobemador  Provisorio,  general  don  Venancio  Flores,  se  confirma 
esa  afirmación  al  mandar  publicar  y  regir  el  Código  Civil  examinado, 
discutido  y  aprobado  por  la  Comisión  de  jurisconsultos  nombrados  de 
acuerdo  con  los  decretos  ya  citados. 

Pues  bien,  en  ese  Informe  de  la  (])omÍ8Íón,  como  en  el  decreto  del 
Oobemador  Provisorio,  general  Flores,  nombre  inventado  para  encu- 
brir una  dictadura,  de  fecha  23  de  enero  y  4  de  febrero  de  1868,  úni' 
eos  publicados  al  frente  del  Código  Civil  vigente,  «$e  padece  un  gra- 
ve error  ó  una  grave  omisión,  ó  se  produce  á  sabiendas  una  mistifíca- 
ción  para  encubrir  la  verdad  histórica. 

Así  lo  dice  el  doctor  don  £lbio  Fernández,  Fiscal  de  Gobierno  y 
Hacienda  durante  esa  época,  en  documento  que  lleva  la  fecha  de  8 
de  julio  de  1868. 

En  nota  pasada  al  señor  Ministro  de  Gobierno  indicando  la  con- 
veniencia de  que  se  pidiera  á  la  Asamblea  la  suspensión  de  la  pro- 
mulgación del  Código  Civil  para  proyectar  algunas  modificaciones, 
decía:  <  Como  V.  E.  comprenderá,  por  mucha  que  sea  la  competen - 
«  cia  que  el  insfrascripto  se  complace  en  reconocer  á  los  señores  ju- 
«  risconsultos  correctores  del  Proyecto  de  Código  Civil  del  doctor  Ace- 
«  vedo,  sus  opiniones  no  pueden  resumir  las  de  todo  el  foro  y  el  país; 
«  y  tal  vez  no  es  aventurada  la  suposición  de  que  ellas  fuesen  con- 
«  venientemente  modificadas  por  la  discusión  general  y  de  las  perso- 
«  ñas  competentes»  (^) 

El  mismo  doctor  Elbio  Fernández,  en  su  carácter  oficial  ya  citado, 
al  evacuar  una  Vista,  en  julio  9  de  1868,  á  propósito  de  la  vigencia 
del  Código  Civil  refiriéndose  á  la  Comisión  Codificadora,  dice  varías 
veces:  Los  señores  correctores  del  Proyecto  de  Código  del  doctor  Ace- 
«  vedo*  *Del  Informe  de  la  Comisión  correctora  del  Proyecto  de  Códi- 
«  go  del  doctor  Ácevedo*  ^2). 

Y,  como  un  diario  de  la  época— ^/  6'i^¿o— afirmara  lo  mismo  que 
sostenía  el  doctor  don  Elbio  Fernández,  se  publicó  entonces  un  artí- 
culo en  el  diario  La  Tribuna,  ^^)  que  se  atríbuyó  al  doctor  don  Trís- 
tán  Narvaja,  en  el  que  se  decía  que  se  habían  hecho  correcciones^  adi- 
ciones y  supresiones  en  el  Proyecto  de  Código  del  doctor  Acevedo, 
lo  que  motivaba  que  El  Siglo  dijera,  con  justicia:  «Pero,  si  el  Código 
«Acevedo  ha  servido  de  base  ó  principio  para  esos  trabajos,  debería- 
«  mos  llamar  al  sancionado:  Código  Civil  de  Acevedo,  reformado». 

Ya  antes  el  mismo  doctor  don  José  P.  Ramírez  había  dicho  en  El 
Siglo: 


(1)  Publicada  en  M  Siglo  de  17  de  julio  de  1868. 

(2)  Publicada  tn  M  Siglo  de  15  de  Julio  de  1868. 
(S)  Publicada  ea  La  Tribuna  el  29  de  enero  de  1868. 


bÉ  €Mi  Alfo  poiirido»  4é 


€  Creemos  que  si  algooo  de  nuestros  hombres  de  letras  podía  aspi- 
«  rar  al  titulo  que  le  niega  el  articulista  x,  era  el  doctor  Acevedo,  con- 
«  ceptuado  en  la  opinión  como  el  primero  de  nuestros  hombres  en  su 
«  profesión  y  en  la  ciencia  del  derecho,  respetado  y  aplaudido  en  las 
«  Academias,  tanto  en  este  país  como  en  Buenos  Aires,  donde  se  dis- 
«  cute  filosóficamente  y  se  pone  á  prueba  el  talento  y  el  criterio  de 
«  los  mejores  abogados*  <^)- 

Todas  estas  afirmaciones  están  fundadas  en  los  decretos  de  5  de 
junio  de  1865  y  marzo  20  de  1866  ya  mencionados,  en  los  que  termi- 
nantemente se  dice  que  se  nombraba  la  Comisión  para  que  revisara 
el  Código  M  doctor  Aeevedo. 

De  ese  estudio  surgió  naturalmente  que  el  doccor  don  Tristán  Nar- 
vaja, como  lo  habría  hecho  el  mismo  doctor  Aeevedo.  según  lo  hemos 
demostrado,  adicionó,  suprimió  y  reformó  lo  que  según  su  criterio  ju- 
rídico debió  adicionar,  suprimir  y  reformar,  teniendo  presente  lo  que 
decía  el  eminente  jurisconsulto  argentino  Vélez  Sarsfield:  «que  un  so- 
«  lo  artículo  de  un  Código  puede  decidir  de  todo  el  sistema  que  deba 
«  observarse  en  su  composición  ó  hacer  imposible  guardar  un  orden 
«  cualquiera». 

No  es  nuestro  ánimo  ni  esta  la  ocasión  de  estudiar  las  mejoras  in- 
troducidas, pero  debemos  sí  recordar  que  el  sistema,  método  y  orden 
del  actual  Código  Civil  es  el  mismo  sistema,  método  y  orden  seguido 
por  el  doctor  Aeevedo,  con  muy  ligeras  modificaciones;  que  su  Pro- 
yecto fué  estudiado  y  reformado  en  puntos  esenciales,  como  en  el  re- 
lativo al  Registro  Civil,  matrimonio,  protutela,  consejo  de  familia, 
bienes  reservables,  legitimación  de  hijos  naturales  y  herencia  de  és- 
tos, ocupación  bélica,  testamento  por  comisario,  sustituciones  vulga- 
res, pupilar  y  ejemplar,  mejoras  de  tercio  y  quinto  y  herencia  de  los 
cónyuges,  como  asimismo  toda  la  parte  de  sucesiones,  retracto,  cen- 
HO  perpetuo,  prisión  de  los  deudores  y  reglas  de  derecho 

En  cuanto  al  orden  de  las  materias  se  introdujo  una  modificación 
colocando  la  prenda,  la  hipoteca,  el  anticresis,  la  cesión  de  bienes, 
créditos  privilegiados  y  graduación  de  acreedores  en  la  sección  co- 
rrespondiente á  las  obligaciones  que  nacen  de  los  contratos;  mientras 
el  doctor  Aeevedo  incluía  la  prenda,  la  hipoteca  y  los  privilegios  en 
el  título  de  las  cosas,  después  del  uso  y  habiiadónj  prescindiendo  del 
antícresís  y  de  la  cesión  de  bienes. 


El  doctor  don  Eduardo  Aeevedo  tuvo  una  influencia  poderosísima 
en  la  acción  política  de  su  país,  cada  vez  que  los  sucesos  y  los  hom- 
bres le  permitieron  actuar  con  la  independencia  de  ideas  que  en  él 
eran  notorias. 


(1)  18  de  Mptiembra  de  1866. 

A 


hO  iBbuAttbo  aoeVedo 


«  Tómese  al  más  honrado  y  más  ilustrado  de  esos  escritores;  tómese 
«  al  primer  jurisconsulto  de  estos  países,  al  doctor  Acevedo,  y  pón- 
«  gasele  como  redactor  del  Defensor  de  loa  Leyes  del  Cerrito,  frente 
«  á  frente  á  don  Florencio  Várela,  como  redactor  de  El  Comercio  del 
«  Plata,  el  fundador  de  una  escuela  política,  la  tradición  más  noble 
«  7  honrosa  de  la  prensa  en  estos  países,  la  liberalidad  en  la  idea, 
«  la  profundidad  en  el  pensamiento,  la  probidad  en  el  carácter,  la 
<  cultura  en  el  leng^iaje» .  • . 

«  ¿Cómo  podía  el  doctor  Acevedo  elevarse  á  la  altura  del  doctor 
«  Várela,  viviendo  y  escribiendo  en  el  Gerrito?  ¿Osó  el  doctor  Ace- 
«  vedo  contener  al  tirano?  No,  puesto  que  el  doctor  Acevedo  sobre- 
«  vivió  á  aquella  época;  no,  puesto  que  á  haber  levantado  la  voz  con- 
«  tra  el  tirano,  habría  caído  como  Várela»  (^)- 

Los  rasgos  biográficos  del  doctor  Acevedo,  escritos  por  personas 
fidedignas,  ahí  están  para  demostrar  el  error  histórico  contenido  en 
los  párrafos  que  dejamos  transcripto.  Fué  Acevedo,  doquiera  le  llevó 
el  destino»  un  propagandista  de  ideas  nobles  y  generosas,  por  las  que 
expuso  su  vida  en  frente  del  general  don  Manuel  Oribe,  de  ese  tirano 
á  que  se  refiere  el  articulista»  no  obstante  lo  cual  sobrevivió  á  aquella 
época  para  perpetuarse  en  el  corazón  de  las  generaciones  venideras, 
como  ejemplo  á  imitar  en  todos  y  cada  uno  de  sus  grandes  actos,  por- 
que en  ellos  siempre  se  destacó  la  sinceridad  del  móvil  que  le  agita- 
ba al  moverse  en  el  círculo  de  sus  afecciones  políticas  y  sociales. 

Escribió  en  El  Defensor  de  las  Leyes,  durante  una  parte  del  aSo 
47,  tratando  en  sus  artículos  la  cuestión  diplomática  con  la  cultura  de 
lenguaje,  profundidad  de  pensamiento,  liberalidad  de  idea  y  probi- 
dad de  carácter  en  él  notorios,  discutiendo  con  el  doctor  don  Floren- 
cio Várela  ó  con  el  diario  de  Lafone,  como  entonces  se  llamaba  á  El 
Comercio  del  Plata,  las  cuestiones  políticas  que  los  dividía,  llegando 
más  de  una  vez  á  estar  de  acuerdo,  en  un  todo,  en  el  terreno  de  las 
ideas. 

Fué  esa  actitud  franca,  leal  y  levantada  la  que  separó  al  doctor 
don  Eduardo  Acevedo  de  los  elementos  del  caudillaje,  desde  el  Ge- 
rrito; como  fué  esa  misma  actitud,  en  el  orden  de  las  ideas,  predica- 
das dentro  de  la  Plaza  de  Montevideo,  en  El  Comercio  del  Plata,  las 
que  distanciaron  á  los  que  no  podían  en  ésta  soportar  el  yugo  del 
militarismo. 

De  allí,  de  aquella  prédica  del  doctor  Acevedo,  hecha  frente  al  ge- 
neral Oribe,  surgió  el  fundamento  para  el  Partido  Nacional,  grande 
y  fuerte,  que  se  ha  perpetuado  en  las  páginas  de  la  historia  patria; 


1 1)  15  de  julio  de  1865  y  20  de  julio  de  1865  del  diario  El  Siglo,  del  doctor  don  José  P.  Ra- 
mírez. 


bB  «m  AÍtro  Foiinóo»  5i 


como  de  aquí,  del  seno  de  la  Plaza  de  Montevideo,  de  la  prédica  de 
los  Várela,  Herrera  j  Obee  y  Lamas,  surgió  el  Partido  Conservador. 
Aquél  y  éste  buscando  un  mismo  fin :  el  abatimiento  del  caudillaje, 
del  militarismo,  para  elevar  bien  en  alto  las  grandes  eminencias  civi- 
les de  cada  una  de  las  colectividades. 

Esa  prédica  del  doctor  don  Eduardo  Acevedo,  para  la  que  nece- 
sitó una  entereza  á  toda  prueba,  á  fin  de  poder  ver  triunfantes  sus 
ideales,  comenzada  en  el  Gerrito,— liberalidad  de  ideas  demostrada  en 
8U  propio  Proyecto  de  Código  Civil  que  el  caudillaje  impidió  triunfar, 
como  lo  demostraremos  en  seguida,— no  era  conocida  por  la  sociedad 
que  se  hallaba  encerrada  dentro  de  los  muros  de  Montevideo. 

Pero  cuando  la  Paz  de  octubre  de  1851  fué  un  hecho,  y  el  doctor 
don  Eduardo  Acevedo,  que  sobrevivió  á  su  época,  entró  á  Montevi- 
deo, después  de  nueve  años  de  asedio,  pudo  apreciarse  en  iodo  su 
valor  la  amplitud  de  vistas  que  le  dominaba,  y  amigos  y  adversarios 
le  rodearon  para  que  llevara  á  término  la  obra  iniciada,  en  la  que, 
como  hemos  visto,  había  expuesto  su  existencia  desde  los  comienzos 
de  la  lucha,  como  continuaría  exponiéndola  en  el  futuro. 

Fué  entonces  que  don  Bernardo  P.  Berro  publicó  también  sus  Idecís 
dé  fusión,  y  que  la  prensa  uruguaya,  animada  de  sanos  criterios,  pre 
dicaba  el  olvido  del  pasado,  la  desaparición  de  los  partidos  tradicio- 
nales, para  dar  vida  á  la  nueva  evolución  política  que  se  había  ope- 
rado en  el  país.  Así  opinaban  todos  los  cerebros  bien  organizados, 
que  deseaban  concluir  con  el  caudillaje,  levantando  sobre  éste  el  im- 
perio de  la  ley,  hermanando  el  orden  con  la  libertad. 

Fundó  entonces  el  doctor  Acevedo  su  diario  La  Constitución.  Iba 
por  primera  vez  á  hablar,  desde  la  ciudad  de  su  nacimiento,  á 
8UB  connacionales,  con  la  triple  autoridad  de  su  talento,  de  su  expe- 
riencia de  treinta  y  seis  años  de  edad  y  del  elevado  puesto  de  legis- 
lador para  que  había  sido  electo  por  el  Departamento  de  Montevideo, 
ese  mismo  afio  de  1852. 

Fiel  á  sus  propósitos,  combatió  en  las  Cámaras  y  en  la  prensa  toda 
reacción  hacia  el  pasado  luctuoso,  abriendo  un  cauce  nuevo  para  las 
ideas  del  porvenir.  Buscó  para  compafiero  de  tareas  á  otro  adalid  del 
pensamiento,  que,  como  él,  aspiraba,  aunque  por  medios  distintos,  á 
la  organización  de  la  República.  Ese  adalid  era  el  joven  don  Juan 
Carlos  Gtómez,  (^)  de  quien  se  separó,  á  última  hora,  en  momentos  de 


(l)  Aon  no  en  abogado  el  sefior  GKSmex.— Respecto  de  la  Intenrendón  del  doctor  Gómez, 
quien,  según  tenemos  conocimiento,  corrió  con  todo  lo  relativo  á  la  instalación  del  «stableci- 
miento,  retirándose,  á  última  hora,  he  aquí  los  párrafos  de  una  polémica  entre  los  doctores 
don  Mateo  Magarifios  Cervantes  7  don  Juan  Garlos  Gómez: 

«El  partido  blanco  había 'Conseguido  majorfa  en  las  Cámaras,  siendo  su  Jefe  el  doctor  don 
Sdiiardo  Acevedo,  7  contando,  en  su  seno,  con  oradores  como  el  doctor  don  Jaime  Estrásu- 
las,  don  Cándido  Juanioó  7  otros  de  menos  fueraw. 


5¿  IBDÜABIK)  ACSVeDÓ 


dar  á  luz  La  Canatüueióih  porque  éste  pretendía  en  su  inexperien- 
cia de  la  vida  pública,  levantar  las  divisas  viejas,  los  partidos  tradi- 
cionales, contrariando  así  las  tendencias  bien  diseftadas  del  doctor 
don  Eduardo  Acevedo,  que  era  todo  un  carácter  de  los  pies  á  la  ca- 
beza. 

El  país  estaba  desquiciado.  Salía  de  una  s^uerra  incruenta,  en  la 
que,  después  de  declararse  que  no  había  habido  vencidos  ni  vencedO' 
rM,  se  organizó  un  Cuerpo  Legislativo  compuesto  de  lo  más  ilustrado 
é  independiente  que  tenía  el  país,  perteneciente  á  las  viejas  colectí- 


cEl  j«;fe  de  la  minoiía  en  don  Joaé  Mari»  Mofioi  y  no  contaba  oon  mia  orador  qao  con  don 
Francisco  Hordefiana. 

cAbI  las  cosas,  ocurrió  una  Tacante  en  la  Asamblea,  siendo  necesario  nombrar  un  diputado 
por  el  I>epartamento  del  Salto. 

cBon  Juan  Garlos  Qómes,  amigo  de  la  infancia  del  doctor  don  Eduardo  Aoeredo,  á  quien 
Y^  casi  todos  los  días,  desde  su  arribo  á  Monterideo,  se  presentó  solicitando  el  puesto  vm- 
cante  en  la  Asamblea. 

«Acevedo,  con  el  tono  sarcástico  que  le  era  característico,  preguntándole  cuáles  eran  sus  tí- 
tulos para  reincorporarse  en  el  partido  blanco,  de  una  manera  tan  espectable,  le  dijo  que 
empezase  por  hacer  méritos,  consagrándose  al  periodismo,  para  lo  que  le  ofrecía  su  periódico. 

«Fué  entonces  que,  herido  en  su  amor  propio,  se  decidió  O^mex  á  plegarse  á  la  minora, 
7  desde  aquel  momento  se  hlso  ufia  7  carne  con  don  José  María  Muños;  quien  de  acuerdo 
oon  el  doctor  Castellanos  (Ministro  de  Gobierno  7  de  Relaciones  Exteriores)  hicieron  triuníar 
su  candidatura  en  el  Salto,  á  favor  de  la  influencia  oficial».  {Btetifieaeúmt  histúrieat,  por  el 
doctor  don  Mateo  Magariños  Cervantes). 

«El  doctor  don  Eduardo  Acevedo,  el  hombre  culminante  de  la  situación,  con  quien  me 
habían  ligado,  además  del  respeto  que  profesaba  70  á  sus  talentos,  á  sus  luces  7  á  su  carácter, 
el  odio  que  durante  la  presidencia  de  Oribe  me  había  manifestado  contra  Bocas,  cuyas  atio  <- 
oidades  sabía  70  por  él,  que  estudiaba  entonces  en  Buenos  Aires,  7  las  mismas  afinidades 
que  me  unían  á  don  José  María  Mufios,  al  coronel  Tajes  7  otros  que  habían  combatido  el 
caudillaje  de  Rivera  7  defendido  las  instituciones  en  la  presidencia  de  Oribe;  7  de  quien  me 
separaba  la  falta  de  cumplimiento  á  la  palabra  que  me  había  dado  en  1842  de  no  ir  al  Gerrito 
ni  á  Buenos  Aires,  en  prenda  de  cu7a  actitud  había  aceptado  una  magistratura  de  los  enemi- 
gos de  Rozas  en  Montevideo;  (a)  el  doctor  Acevedo,  se  apresuró  á  visitarme,  recién  llegado,  y 
me  hizo  las  más  tentadoras  ofertas.  Propúsome  asociamos  en  un  estudio  de  abogado,  que  era 
el  más  fuerte  de  Montevideo,  7  en  su  diario,  que  iba  á  fundar,  dándsme  la  mitad  de  todo.  Me 
asedió  durante  un  mes,  para  convencerme  que  nada  nos  separaba,  que  ambos  queríamoa  ^ 
afianzamiento  de  las  mismas  institucienes,  la  aplicación  de  los  mismos  principios,  el  dea- 
envolvimiento  de  las  mismas  ideas,  7  conclu7Ó  por  renunciar  á  «convencerme,  cuando  le  dije 
mi  última  palabra:  -que  sólo  aceptaría  á  condición  de  que  empezáramos  por  declarar  en  el 
diario  que  la  Defensa  de  Montevideo  seria  nuestra  tradición  7  nuestro  punto  de  partida  de  la 
nueva  en^.—Oueationes  orientaba,  por  el  doctor  don  Juan  Carlos  Qómez,  publicado  en  El  Si- 
glo á»  20  áe  diciembre  de  1872. 


(a)  Esto  es  un  garrafal  enror  histórico. 


DE   «MI  Af^OFOLfriOO»  53 


vídadesen  lucha  (x)-  Había  que  hacerlo  todo,  encontrándose  además 
con  las  dificultades  provenientes  de  esa  guerra  civil  que  nos  dejaba 
por  herencia  los  tratados  con  el  Brasil. 

Desde  el  Parlamento  y  de  la  prensa  comenzó  á  ilustrar  las  cuestio- 
nes referentes  á  los  tratados  del  Brasil,  considerados  ya  como  he- 
chos consumados,  para  no  dificultar  la  marcha  del  país,— cooperando, 
con  su  influencia,  á  que  ellos  se  aprobaran,  con  la  salvedad  de  que 
no  quedaba  cerrada  la  puerta  para  una  modificación  en  el  futuro. 

Ck>n  un  estilo  familiar»  claro,  sencillo,  en  el  que  no  abundaba  la 
frase  sino  el  pensamiento,  como  lo  habla  prometido  en  su  Programa^ 
huyendo  así  del  dogmatismo,  como  también  de  la  polémica  personal 
y  de  tradición  partidista  á  que  más  de  una  vez  fué  provocado,  levan- 
tó la  dignidad  del  periodista  como  había  sostenido  ya  la  del  letrado 
y  la  del  magistrado.  En  La  Oonstittieión  estudió  la  política  que  de- 
bía seguirse  con  nuestros  países  vecinos,  aconsejando  la  más  perfecta 
neutralidad,  á  fin  de  romper  con  esas  vinculaciones  partidistas  que 
tan  explotadas  han  sido,  para  nuestro  mal,  en  las  personas  de  caudi- 
Iloe  ó  de  políticos  ambiciosos;  emitía  el  pensamiento  de  la  creación 
de  Comisiones  Auxiliares  de  los  señores  Ministros  de  Estado,  para 
evitar  á  éstos  la  pérdida  de  tiempo  en  sus  tareas  públicas;  bregaba 
por  la  organización  pronta  y  perfecta  de  l>i  Guardia  Nacional,  como 
única  garantía  de  las  instituciones  contra  el  caudillaje  y  el  militaris- 
mo; aconsejaba  las  mayores  economías  para  salir  de  la  situación  di- 
fícil por  que  se  atravesaba;  combatía  el  aniieconómico  derecho  de  al- 
cabala, en  unión  con  los  señores  Juanícó  y  Velazco;  daba  á  la  publi- 
cidad su  Proyecto  de  Instrucción  Primaria;  estudiaba  la  cuestión  de 
la  ciudadanía  de  los  extranjeros;  exponía  sus  ideas  prácticas  sobre  la 
importación  de  ganado  al  Brasil;  llamaba  la  atención  del  Gobierno 
sobre  el  estado  de  los  caminos  en  campaña;  estudiaba  el  problema 
de  las  rentas  de  aduana,  exponiendo  su  opinión  sobre  el  puerto  fran- 
co, para  lo  que  abolía  paulatinamente  los  derechos  de  aduana  á  me- 
dida que  aumentaba  el  valor  del  impuesto  sobre  el  capital  ó  la  renta, 
teniendo  en  cuenta  los  progresos  del  país;  la  creación  de  la  Junta  de 
Crédito  Público,  de  acuerdo  con  los  tratados  del  Brasil,  era  una  de 
8U8  constantes  preocupaciones;  trataba  de  evitar  los  inconvenientes 
opuestos  por  los  deudores  en  los  juicios  ejecutivos,  por  medio  de  me- 


4l)  He  aquí  ia  nómina  de  los  representantes  y  senadores: 

Bernardo  P.  Berro,  Presidente;  José  Benito  Lamas,  Vicepresidente;  Doroteo  Garcfa,  Anto- 
nio J>.  Costa,  Cándido  Juanioó,  Ambrosio  Velazco,  Francisco  Solano  de  Antufia,  Antonio  M. 
Pérez,  Apolinario  Gayoso,  José  Muñoz,  Plácido  Laguna,  Jaime  Estrázulas,  Pedro Bustamante, 
José  M.  Silva,  Bafael  Zipitrfa,  Joaquín  Errázquin,  Bernabé  Caravia,  Juan  J.  Yictorica, 
Eduardo  Acebedo,  Bernardo  Suárez,  León  Zubillaga,  Santiago  Sayago,  Francisco  Araúcho, 
José  Martín  Aguirre,  Enrique  Muñoz,  Mariano  Haedo,  Atanasio  Cruz  Aguirre,  Bruno  Mas, 
Antonio  Luis  Pereira,  Francisco  Hordeñana,  Salvador  Tort,  Juan  Carlos  Blanco,  Tomás  Go- 
raetisnro,  Tomás  José  Rodríguez,  José  Antonio  Zuvillaga,  Juan  Fmncisco  Giró,  Manuel  José 
Enácquin,  Joan  Miguel  Martínez,  Dionisio  Coronel. 


54  SDUABDO  AOETSDO 


didas  previsoras;  recordaba  la  necesidad  de  la  estadística  y  del  cen- 
so, como  recurso  indispensable  del  bombre  de  estado;  proclamaba  la 
necesidad  de  un  Código  Rural  para  dirimir  nuestras  graves  dificul- 
tades de  campafia;  abogaba  por  la  creación  de  una  Comisión  de  Colo- 
nización; estudiaba,  con  espíritu  algo  restrictivo,  el  derecho  de  los 
extranjeros  para  ser  escritores  ó  periodistas  políticos  en  el  país;  con 
espíritu  previsor  aconsejaba,  desde  luego,  consecuente  con  resolucio- 
nes anteriores,  la  reforma  militar;  aplaudía  el  pensamiento  de  la 
creación  de  sociedades  de  Socorros  Mutuos,  de  publicación  y  fomen- 
to, de  Asociación  de  Señoras^  Oranja  EaperimentcU  de  Berro,  y  es- 
cuela de  dibujo  para  artesanos  adultos;  reconocía  la  absoluta  y  ur- 
gente necesidad  de  una  buena  ley  de  elecciones  que  garantizara  el 
sufragio  libre;  honraba  los  méritos  del  fundador  de  la  taquigrafía  en 
nuestro  Parlamento,  el  señor  don  José  Masini;  se  adelantaba  pre- 
viendo la  importancia  de  los  privilegios  de  invención  y  la  necesidad 
de  reglamentar  el  uso  de  los  rios;  (^)  y  se  esforzaba  por  reglamentar 
el  principio  de  la  expropiación  pública. 

Estos  y  otros  tópicos  estudió  durante  su  propaganda  periodística, 
ilustrando  las  cuestiones  con  antecedentes  históricos,  como  sucedía 
en  las  referentes  á  la  interpretación  de  la  Constitución,  al  palxonato 
nacional  y  á  la  propiedad  de  la  Isla  de  Martín  García. 

En  el  Cuepo  Legislativo,  como  representante,  presentó  proyectos 
sobre  Reglamento  de  Administración  de  Justicia,  Instrucción  Prima- 
ria, naturalización  de  los  extranjeros,  caja  de  amortización  y  rescate 
de  deudas;  defendió  los  fueros  parlamentarios  en  la  cuestión  de  las 
medallas  conferidas  á  los  vencedores  de  Caseros  y  creación  de  im- 
puestos, y  estudiaba  lo  relativo  al  patronato  de  la  gente  de  color 
para  arrancarla  á  la  leva. 

El  país  iba  saliendo  de  su  postración,  tratando  el  doctor  Acevedo 
de  hacer  triunfar  su  idea  del  establecimiento  de  la  Capital  de  la  Re- 
pública en  punto  céntrico  del  país;  defendiendo  siempre  el  principio 
de  autoridad;  y  difundiendo  la  educación  en  las  masas,  á  lo  que  con- 
tribuía como  maestro  de  una  escuela  de  adultos,  enseñando  á  leer  y 
escribir.  C^)  —Así  enaltecíase  día  á  día  su  personalidad,  hasta  el  punto 
de  llegar  á  ser  el  Jefe  de  la  mayoría  parlamentaria  en  las  Cámaras 
del  52-53  i\  Su  personalidad  se  destacaba  de  tal  manera,  que   ta- 


(1)  Véase  Memoria  del  Ministerio  de  Belaciones  Exteriores  del  actaal  bAo  1892  reepeeto  de 
esta  seria  cuestión. 

(2)  En  esta  tarea  era  acompañado  por  el  doctor  don  José  G.  Palomeqae  j  por  los  padres 
Capuchinos. 

(8)  «En  1858  teníamos  una  Asamblea  compuesta  de  los  hombres  más  eminentes  de  la 
República,  pertenecientes  al  partido  colorado  y  al  blanco.  Entre  esas  entidades,  que  sola 
largo  enumerar,  se  encontraban  el  doctor  don  Eduardo  Acevedo  y  el  doctoi  don  Juan  Carlos 
Gomes,  que  podían  considerarse  con)o  los  jefes  de  cad«  fiiicción> — (JEl  Sigto  del  19  ié  ftbrent 
d$  Í867). 


DE    «HI  AlfO  POLÍTICO»  55 


lentos  como  los  de  los  doctores  don  José  Ellaurí  (Constituyente)  y 
don  Alejandro  Magariños  Cervantes,  residentes  ambos  eu  Europa,  lo 
jazgaban  tan  favorablemente  que  el  primero  llegaba  basta  atribuir 
ffron  eficacia  <ü  dtario  *La  C  onsiiiuci&n*  para  la  felicidad  del  país,  y 
el  segundo  se  bonraba  con  ser  corresponsal  de  esa  publicación,  que 
ilustró  con  sus  notables  artículos  políticos,  científicos  y  literarios  <^\ 

La  situación  financiera,  sin  embargo,  «se  ponía  difícil  en  abril  del 
53.  Los  créditos  por  perjuicios,  que  era  la  magna  cuestionen  la  que  se 
pretendía  explotar  al  país  por  gentes  desal  madas,  ya  clasificados, 
alcanzaban  á  pesos  3:614,495-^^,  quedando  aún  por  liquidar,  según 
se  decía»  14*000,000!  El  número  de  inmigrantes  entrados,  hasta  enton- 
ces, alcanzaba  á  344,  á  la  espera  de  otros,  se  afirmaba.  Las  rentas  de 
aduana  en  marzo  de  ese  año  habían  alcanzado  á  %  130,274-^  .  La  mi- 
tad de  la  renta  de  aduana  estaba  vendida,  y  ésta,  en  mayo,  subía 
apenas  á  109,762-s  ,  mientras  la  liquidación  de  la  deuda,  á  fines  de 
este  mes,  llegaba  ya  á  $  1:6<)4306  ^^  ct.  Mientras  tanto,  el  Presupues- 
to ascendía  á  pesos  2:059,854-^29.  (2)  Se  habían  reconocido  %  3:534,000 
de  la  deuda  de  Gounouilhou  y  otros,  á  la  vez  que  se  rescataban  la 
Iglesia  Matriz,  edificios  y  plazas  públicas  que  habían  sido  afectados 
por  el  Grobierno  de  la  Plaza  de  Montevideo  para  atender  á  las  nece- 
sidades de  la  Ouetra  Grande. 

Mientras  esta  era  la  situación  por  la  que  se  atrevesaba,  el  doctor 
Acevedo»  que  se  preocupaba  de  las  necesidades  generales  del  país, 
creyó  llegado  el  momento  oportuno  para  dar  cima  á  su  gran  obra  del 
Código  Civil.  Fué  entonces,  en  la  sesión  del  21  de  mayo  de  1853,  una 
vez  que  estuvo  convencido  de  su  verdadera  inñuencia  en  el  seno  de 
esa  mayoda  parlamentaria,  que  presentó  su  Proyecto  de  Código  Ci- 
vil, que  debSa  dormir,  sin  embargo,  el  sueño  de  los  justos,  durante 
afios  y  años,  por  obra  de  la  anarquía  y  de  los  caudillos. 

Los  elementos  que  aún  pensaban  en  los  partidos  tradicionales  re- 
solvieron agitar  las  pasiones.  Aprovecharon  la  ocasión  para  ello  cuan- 
do se  discutía  la  actitud  inconstitucional  del  Poder  Ejecutivo  en  la 
cuestión  de  las  medallas  á  los  soldados  de  Caseros,  grados  conferidos 
sin  la  venia  del  Senado  y  prerrogativa  de  la  Cámara  para  imposición 
de  impuestos,  continuando  en  su  tarea  partidista  en  el  momento  de 
tratarse  del  proyecto  sobre  la  Guardia  Nacional  Esta  actitud  traía 


(1)  Véase  núm«ro  268  de  La  OonatüuoAn^  en  el  que  se  encuentra  una  carta  del  doctor 
Ellaurl. 

(2)  La  ley  de  Presupuesto  sufrió  alteraciones,  llegando  primeramente  á  $  2:6áI.B19.7l7  ct. 
con  más  dos  partidas  por  $  498,223-&63  y  964,887.619  por  pagos  hechos  extrapresupuesto  por 
los  Ministerios  respectiTos,  con  lo  que  se  había  agravado  más  la  situación,  de  donde  dima- 
naba que  la  mayoilá  parlamentaria  sostuyiera  la  doctrina  de  la  duoonfumxa  dtl  Ministerio  y 
no  la  del  Pnoident»  de  la  BepúbHea. 


56  BDDABDO  A.CETflI>0 

desoonfiftnsa.  j  loa  ramores  públicos  »e  aoentiMban,  Í  lo  que  contes- 
taba el  doctor  ¿cevedo,  en  La  Corutitución,  diciendo  que  <  eran  ru- 
mores absurdos  dé  revolución  >,  catifioando  de  locura  W  esos  üuño- 
nt*  de  los  vUjoa  partidos;  situación  agravada  en  presencia  de  la  re- 
nuncia del  general  Flores,  del  Ministerio  de  la  Guerra,  que  fué 
BUBtituído  por  el  general  Brito  del  Pino.  Coincidían  estos  rumorea 
con  el  anuncio  del  próximo  arribo  del  general  don  Fructuoso  Rivera, 
que  estaba  confinado  en  el  Brasil  desde  los  sucesos  del  47,  lo  que 
motivaba  que  el  doctor  Acevedo,  en  vez  da  opinar  como  se  ha  opina- 
do en  las  épocas  actuales  respecto  del  coronel  Latorre  j  general 
Santos,  dijera  en  su  diario,  rflfiríéndoae  á  aquel  caudillo:  qus  venga, 
que  buen  cuidado  tendrá  de  sujetarse  á  la  Constitución  y  á  las  le- 
yes ».  iS) 

Todo  esto  venía  á  ag^var  la  situación;  pero,  era  tal  la  confianza 
que  el  doctor  Acevedo  tenía  en  las  fuerzas  del  país,  en  el  impeno  de 
la  lef  y  en  el  respeto  al  principio  de  autoridad,  que,  no  obstante  las 
amenazas  á  an  vida,  sostenía  que  cou  el  importe  de  la  Contribución 
Directa,  la  venta  de  tierras  públicas  y  el  subsidio  brasilello  para  mar- 
char adelante,  pero  con  la  paz  para  pagar  las  deudas,  se  salvarla  todo, 
y  el  crédito  se  desanollaria. 

El  Poder  Ejecutivo  de  la  República,  d&ndose  cuenta  de  la  situa- 
ción presentó  entonces  sus  proyectos  finsncieros,  proponiendo  la 
creación  de  la  Caja  Nacional,  la  venta  de  las  tierras  públicas,  el  censo 
perpetuo  de  los  montes  públicos,  el  6  "/o  sobre  el  alquiler  de  las  pro- 
piedades en  Montevideo,  y  desde  el  aBo  55  la  Contributáón  Directa 
en  (oda  la  República,  que  no  existía  aún,  pagando  el  primer  aSo,  ef 
4-"  "h;  el  2.»  aHo,  el  6."  "/o  y  el  3."  y  siguientes  el  8."  "¡a. 

Con  motivo  de  la  discusión  sobre  el  aplazamiento  de  este  asunto, 
los  doctores  Acevedo  y  Jaime  Estrázulas,  que  no  estaban  de  acuerdo 
con  la  actitud  del  Ministerio  de  Hacienda,  tomaron  la  ofensiva,  sos- 
teniendo más  tarde  la  doctrina,  que  combatieron  don  Juan  Carlos 
Gómez  y  don  Joeé  María  Muñoz,  de  que  no  se  Unía  confianza  en  el 
Ministerio  pero  si  en  el  Presidente  de  la  República,  lucha  que  se  re- 
veló bien  á  las  claras  en  el  proyecto  de  amortázacióu  de  la  deuda, 
dada  la  resolución  adoptada  por  el  doctor  don  Juan  Carlos  Gómez.  <3) 
El  resultado  de  la  jornada  fué  la  renuncia  de  don  Florentino  Caste- 
llanos, uno  de  los  buenos  ciudadanos  del  país,  quien,  no  obstante, 
vivía  divorciado  del  doctor  Acevedo,  nombrándose  en  su  reemplazo 


(3)  V£ue  Dúmero  216. 

(3)  EiM  dudsdua,  qus  hubo  de  ur  fuDdador  di 
t[TD  por  obra  del  podrr  oflditl,  «n  el  Salto,  defendido  j  aoiMnldo  por  el  Wnlitro  di 
Florqitína  CHUIIanoa,  qvlea,  en   loi  momeotoi  i  que  noi  referímoi,  abuidoub*  au 


DE  cMi  aSo  POliXIOO»  67 


al  doctor  don  Bernabé  Garavia,  que  no  aceptó.  Tampoco  aceptó  el 
sefior  don  Vicente  V.  Vázquez,  deaignando  entonces  el  Presidente 
de  la  República  á  don  Bernardo  P.  Berro  su  Ministro  General,  en 
julio  4  de  1853,  después  de  haber  agotado  sus  recursos  ofreciendo  esa 
cartera  á  los  señores  don  Manuel  Herrera  y  Obes,  Pereira,  Mas, 
Martínez  y  Batlle.  (^>  Todo  esto  sucedía  en  medio  á  la  mayor  penuria 
y  al  empréstito  de  un  millón  de  pesos  ofrecido  al  Gobierno  por  el 
señor  don  Fernando  Menck. . . 

En  estas  condiciones  se  discutía  en  la  Cámara  de  Representantes 
el  proyecto  sobre  venta  de  la  mitad  de  las  rentas  de  aduana,  cuando 
precipitadamente  se  alejaron  los  que  acababan  de  ser  vencidos  al 
discutirse  ese  proyecto:  Muñoz,  Gómez,  Bustamante,  Hordeñana, 
Muñoz  (E.),  Zubillaga  (G.  A.)  y  Tort;  (3)  pero,  reaccionando,  volvie- 
ron á  la  sesión  siguiente*  en  la  que  se  discutía  el  otro  proyecto  del 
Gobierno  sobre  contribución  directa.  Fué  la  sesión  de  la  parálisis  de 
la  lengua^  como  creemos  dijo  el  doctor  Acevedo  en  uno  de  &us  dis- 
cursos, en  los  que  se  revelaba  un  hombre  distinto  al  que  escribía  en 
la  prensa.  Era  el  silencio  precursor  de  la  tempestad.  Ese  silencio  sí 
que  pudo  calificarse  de  ealamidad  pública.  Con  este  motivo  decía  el 
doctor  Acevedo,  rebatiendo  los  rumores  públicos:  «con  llamar  al 
«  bueno,  al  capaz,  así  concluiría  el  Poder  Ejecutivo  con  los  antiguos 
«  partidos ».  t^) 

La  atmósfera  se  puso  cada  día  más  candente.  Los  señores  Gómez 
y  Muñoz  interpelaron  al  Poder  Ejecutivo  con  motivo  de  la  organiza- 
ción de  la  Guardia  Nacional,  y  el  doctor  Acevedo,  cada  día  más  con- 
vencido de  que  el  sentimiento  revolucionario  era  una  ilusión,  una 
quimera,  una  locura^  afirmaba  en  su  diario»  el  12  de  julio  de  1853,  que 
eran  pamplinas^  cosas  de  vieja^  los  rumores  que  se  hacían  circular  I 

Acababan  de  sancionarse  las  últimas  leyes, -el  Reglamento  de  la 
Administración  de  Justicia,  el  rescate  de  la  deuda  y  Caja  de  Amorti- 
zación,—cuando  aquella  parálisis  de  la  UngtMíi  que  era  la  de  la  com- 
plieidad,  precursora  de  la  calamidad  pública^  se  desató,  y  estalló  en- 
tonces la  inicua  revolución  del  18  de  julio  de  1853. 


(1)  Coa  motivo  de  este  nombramiento  entró  al  Senado  don  Iaüs  de  Herrera,  suplente  del 
Bcfior  Berro. 

12)  Sesión  del  1.»  de  jnUo  de  1B63. 

(8)  Merece  recordarse  respecto  de  la  extinción  de  los  riejos  partidos  el  decreto  de  fecha  17 
de  septiembre  de  1858,  firmado  por  Giró,  Herrera  y  Obes,  Flores  y  Berro.  Debemos  hacer 
presente  que  este  trabajo  es  muy  dificienie,  á  no  ser  asf  entraríamos  á  la  cuestión  de  la  Pre- 
sidencia de  1852,  la  que,  á  nuestro  juicio,  debió  corresponder  al  doctor  don  Manuel  Herrera  y 
Obes. 


58  BDÜABDO  AOEYEDO 


Así  el  oaudillaje  impidió  que  la  República  continuara  bu  marcha 
hacia  la  montafta.  Asi  las  pasiones  tradicionales  derrocaron  al  go- 
bernante honrado  y  bondadoso^  al  seftor  don  Juan  Francisco  Giró. 
Y  así  impidieron  que  se  sancionara  en  1853  el  Código  CítíI  de  la  Re- 
pública, en  el  que  estaba  inscripto  el  principio  liberal  del  matrimonio 
civil  y  del  Registro  Civil.  Afios  más  tarde,  en  1885,  esos  mismos  que 
asi  impidieron  la  sanción  de  ese  Código,  que  indemnixaría  muchas 
desgracias  á  la  pair%a  después  de  la  revolución  de  Julio,  según  decía  en 
1856  el  doctor  don  Mateo  Magariños  Cervantes,  se  darían  el  lujo  de 
decirse  autores  de  la  ¡dea  liberal,  como  únicos  depositarios  de  ese 
credo,  con  olvido  absoluto  de  que  ellos  habían  sido  los  que,  por  obra 
del  caudillaje  y  del  tradicionalismo  personal,  habían  impedido  su 
realización  en  1853  y  en  1868!  Sí,  ese  mismo  caudillaje  que  impidió 
en  1865  la  sanción  del  Código  de  Comercio,  ya  aprobado  en  la  Cá- 
mara de  Diputados  y  que  estaba  por  serlo  en  la  de  Senadores  U). 

Pero,  la  hora  ha  llegado  de  restablecer  la  verdad  histórica,  y  pode- 
mos con  orgullo  decir:  esa  gloria  pertenece  al  doctor  don  Eduardo 
Acevedo  y  al  Partido  Nacional,  en  cuyas  filau  militó,  y  fundó,  abo- 
gando siempre  por  la  extirpación  de  los  partidos  tradicionales. 

Queda  así  reivindicada  esa  gloria  para  el  elemento  civil,  demos- 
trando, histórica  y  científicamente,  que  no  es  patrimonio  exclusivo  de 
los  dictadores  y  de  sus  servidores  La  confección  y  sanción  de  los  Có- 
digos en  esta  República. 

Ella  pertenece  á  un  ciudadano  modesto  que  en  horas  de  tribula- 
ción pensó  en  el  porvenir  y  bienestar  de  su  Patria! 

Fué  así,  que,  pudiendo  ser  nosotros  la  República  del  Plata  que  re- 
solviéramos primeramente  el  problema  en  materia  de  codificación, 
desde  1853,  el  caudillaje  y  el  militarismo  dominantes  impidieron  la 
realización  de  la  obra,  siendo  abatido  el  elemento  civil. 

Los  esfuerzos  intelectuales  del  doctor  Acevedo  ya  no  fueron  utili- 
zados por  su  patria,  hasta  1860.  Emigrado  á  la  República  Argentina, 
allá,  aunque  extranjero,  desterrado,  se  utilizaron  sus  talentos,  ya  ma- 
duros, siendo  el  verdadero  autor  del  Código  de  Comercio,  en  cuya 
obra  desempeñó  el  doctor  don  DaLmacio  Vélez  Sarsfield  la  misma 
tarea  que  había  desempeñado  el  doctor  don  Tristán  Narvaja  en  su 
Proyecto  de  Código  Civil,  como  lo  ha  demostrado  abundantemente 
el  doctor  don  Gonzalo  Ramírez  en  el  trabajo  á  que  nos  hemos  refe- 
rido al  comienzo  de  este  Jigero  estudio. 

Y  fué  ese  mismo  Código  de  Comercio,  sancionado  en  la  Provincia 
de  Buenos  Aires,  el  que  en  1865  y  1866  se  estudiaba  por  la  Comisión 
Codificadora,  en  nuestra  patria,  reformándolo,  lo  mismo  que  se  había 
hecho  con  el  Proyecto  de  Código  Civil. 


(1)  Informe  de  I»  Comisión  del  Código  de  Comercio,  página  ti. 


DE  «Hl  AUfo  poiinoo»  59 


Así  ha  sucedido  que  la  materia  prima  con  que  se  han  elaborado  los 
G6diffos  que  nos  rigen  perteneció  al  doctor  don  Eduardo  Acevedo, 
velando  con  su  nombre  ilustre  la  codificación  de  la  República  en  eu 
cuna  jurídica- 


LfOs  talentos  yerdaderos  siempre  sobrenadan,  notan,  por  más  que 
las  medianías  pretendan  abatirlos  y  oscurecerlos.  Es  que  tienen  en- 
tre sí  una  fuerza  intrínseca  que  los  sostiene:  el  carácter.  Por  eso,  la 
personalidad  del  doctor  Acevedo  se  engrandecía  á  medida  que  los 
años  corrían,  y  su  nombre,  al  aproximarse  la  lucha  presidencial  del 
60,  surgió,  espontáneamente,  como  digno  de  tan  alto  honor,  que  trae 
consigo  aparejadas  tantas  y  tan  graves  responsabilidades. 

No  fué  electo,  pero  en  cambio  fué  llamado  á  desempeñar  el  puesto 
de  Ministro  de  Gobierno  por  el  señor  don  Bernardo  P.  Berro,  Minis- 
terio que  no  había  creído  deber  aceptar  en  1852  cuando  se  lo  ofreció 
el  señor  don  Juan  Francisco  Oiró,  y  que  rehusó  entonces  por  razo- 
nes de  delicadeza  personal. 

Vamos  á  asistir  á  la  última  etapa  de  su  vida  pública,  en  la  que,  al 
fin,  después  de  tanto  luchar,  conseguirá  ver  coronadas  sus  ideas  de 
extirpación  de  los  partidos  tradicionales. 

El  doctor  Acevedo  encontró  preparado  el  terreno  por  la  prédica 
que  habían  hecho  hombres  como  Andrés  Lamas,  Manuel  Herrera  y 
Obes,  Mateo  Magariftos  Cervantes,  Francisco  X.  de  Acha,  Luis  Ma- 
gariños  Cervantes,  general  don  Anacleto  Medina,  Joaquín  Requena 
(padre),  Carlos  San  Vicente,  general  don  Antonio  Díaz,  Florentino 
Castellanos,  Luis  Botana,  José  G.  Palomeque  y  otros  más,  ya  en  la 
prensa,  ya  en  la  tribuna,  ya  en  el  club,  ya  en  el  seno  del  Gobierno 
de  don  Gabriel  Antonio  Pereyra,— administración  que  terminaba,  de- 
jando expedito  el  camino  para  concluir  la  obra  que  ella  había  tenido, 
desgraciadamente,  que  verla  envuelta  en  una  ola  de  sangre  en  el  Pa- 
so de  Quinteros.  Otro  tanto  sucedía  en  cuanto  á  administración  hon- 
rada. Se  hallaba  con  la  resolución  definitiva  del  escandaloso  asunto 
de  los  perjuicios  de  guerra,  en  cuyo  moral  fallo  tanta  participación 
tomó  el  autor  de  nuestros  días,  el  doctor  don  José  G.  Palomeque. 

La  guerra  al  caudillaje  y  el  respeto  á  la  libertad  del  sufragio  fueron 
su  preocupación  constante.  Buscó  la  extirpación  de  los  partidos  tra- 
dicionales, condenando  los  medios  revolucionarios  y  calificando  hasta 
de  erimenes  algunos  de  los  hechos  que  su  propio  partido  había  reali- 
zado, contrariando  así  los  ideales  buscados  y  apetecidos,  (i)  De  esta 


(1)  Puede  rene  al  respecto  nuestro  folleto:  JuMo  eriüeo  á  la  obra  d$  JoéS  Adro  Várela, 


60  IBDüABDO  ACEVEDO 


manera  servía  los  propósitos  oonstítucionales  del  austero  jefe  del  Es- 
tado, don  Bernardo  P.  Berro,  no  sin  que,  desgraciadamente,  dejara 
de  cometer  errores  gravísimos,  llevado  de  sus  sanas  intenciones.  Era 
tal  su  empefio  por  llegar  cuanto  antes  á  la  extirpación  de  los  partidos 
tradieioncUes,  que  llegó  hasta  atacar  la  libertad  de  imprenta,  man- 
dando cerrar  la  del  diario  El  Pueblo  sólo  porque  se  levantaba  la 
bandera  de  uno  de  esos  partidos  personales.  '^) 

Fué  así  que  mandó  á  los  departamentos  de  campaña  á  hombres 
civiles,  de  ideas  adelantadas,  convencidos,  enérgicos  y  dispuestos  á 
la  lucha  contra  el  mal,  para  que  las  hicieran  fructifícar  en  las  ba- 
tallas libradas  á  nombre,  diremos  así,  de  la  civilización  y  del 
progreso. 

Como  una  prueba  de  ello  recordaremos  ligeramente  que  al  Depar- 
tamento de  Cerro-Largo  mandó,  no  sin  tener  que  luchar  mucho  para 
conseguirlo,  á  un  ciudadano  que  estimaba  en  más  su  título  de  Secre- 
tario de  la  Universidad  de  la  República  que  el  de  Jefe  Político  de 
campaña,  de  donde  era  vecino.  C^) 

Era  necesario  darse  cuenta  de  lo  que  era  ese  Departamento  para 
saber  también  las  energías  viriles  que  se  necesitaban  para  la  lucha 
contra  el  caudillaje.  Por  el  momento  baste  decir  (por  no  ser  esta  la 
ocasión  oportuna)  que  ya  se  habían  usado  varios  ciudadanos  en  esa 
tarea  ingrata  sin  conseguir  el  objetivo  anhelado.  La  talla  del  hombre 
que  mandaban  para  abatirlo,  como  efectivamente  lo  abatió,  y  como 
lo  hicieron  los  demás  funcionarios  en  sus  respectivas  localidades,  se 
revela,  entre  otros,  en  uno  de  los  documentos  publicados  en  el  Juicio 
crítico  á  la  obra  de  José  ledro  Várela^  ya  citado  en  la  nota  anterior 
con  motivo  de  la  libertad  del  sufragio,  que  garantió  debidamente  el 
jefe  del  Estado,  don  Bernardo  P.  Berro. 


(1)  Era  Un  arraigado  el  pensamiento  de  concluir  con  loa  partidos  viejos,  que,  para  los  hom- 
bre de  aquella  época,  el  fin  justificaba  los  medios. 

Y  lo  original  era  que  no  rehusaban  la  responsabilidad  para  ante  la  historia.  Tales  eran  Uts 
aspiraciones  de  los  hombres  rectos  de  esa  época.  No  usaban  de  la  mentira  y  del  engafio.  Ha- 
blaban con  franqueca,  singo  inequívoco  de  su  lealtad  de  procederes  é  idess  sanas;  j  en  los 
Mensajes  del  Presidente  y  en  las  Memorias  de  ios  Ministros  de  la  época  así  se  declaraba, 
preguntándose,  de  una  manera  que  honraba  al  ñmcionario:  ^u6  ea  mejor,  violar  la  Oonttíiueióñ 
ó  permitir  que  la  anarquía  noa  devore? 
He  aquí  lo  que  el  mismo  doctor  Palomeque  le  decía  al  doctor  Acevedo: 
«  Debo  dirigirle  un  brayo  á  su  linda  nota  pasada  á  mi  colega  el  de  la  Capital.  —Doctor  y 
«  amigo:  estamos  de  acuerdo.  ¿Qué  pretenden  mis  majaderos...?  Obre  así  que  tendrá  usted  á 
c  su  lado  á  todo  el  pueblo  sensato,  y  entre  ellos  á  mí.— Energía,  prudencia  y  palo  en  mo- 
€  mentos  dados,  y  habremos  dado  en  tierra  con  los  partidos  y  las  pretensiones  de  los  que 
c  sólo  pueden  medrar  á  la  sombra  de  las  rcTueltas  y  de  la  disolución  social.  —  Lo  felicito 
«  de  veras  > . 

(2)  Hacemos  presente  esta  circunstancia,  porque  por  la  pronsa  se  ha  asegurado  que  el  dec- 
tor  Palomeque  ne  era  vecino  de  Cerro-Largo.  Estimaba  tanto  su  título  de  Secretario  de  la 
Universidad,  que  puso  como  condición  la  retención  de  ese  empleo,  por  lo  que  quedó  át>interino 
el  sefior  don  Martín  Berinduague . 


bS    cltl  AÍfo  FOLÍTtOÓ»  6i 


Y  esa  talla  moral  é  intelectual  se  confÍTma  cuando  se  revisa  la 
correspondencia  del  doctor  Acevedo  con  sus  Jefes  Políticos.  Para 
ejemplo  de  los  £^bernantes  y  de  los  ciudadanos  damos  á  conocer  los 
siguientes : 

«Señor  don  Eduardo  Acevedo.— Cerro-Larfi^o,  mayo  14  de  1860.— 
Muy  señor  mío : 

El  jueves  de  la  semana  pasada  ofrecí  á  usted,  en  la  antesala  de 
la  Cámara  de  Representantes,  escribirle,  el  lunes  de  la  presente,  y 
lo  hago  con  tanto  más  gusto  cuanto  que,  comprendo  lo  que  ansiará 
por  conocer  algo  de  estas  regiones. 

Tres  días  y  medio  han  bastado  para  constituirme  en  el  sacrificio, 
y  ya  que  estoy  en  61  obraré  de  corazón  tan  luego  como  abra  mis  ope- 
raciones administrativas. 

Debo  prevenir  á  usted  que  no  me  recibiré  de  la  Jefatura  hasta  de 
aquí  dos  6  tres  días;  pues  no  hallándose  en  la  villa  don  Dionisio,  he 
creído  político  y  de  conveniencia  que  él  asista  á  mi  recepción,  pues 
en  ella  me  propongo  algo  en  el  sentido  de  fraternidad. 

Para  alcanzar  mi  pensamiento  he  escrito  hoy  á  don  Dionisio,  lla- 
mándolo, y  creo  que  mañana,  á  más  tardar  pasado,  lo  tendremos 
aquí,  pues  se  me  asegura  encontrársele  en  la  Costa  de  Tacuarí  y  á 
siete  leguas  de  este  punto. 

Mientras  la.  recepción  no  se  hace,  me  ocuparé  de  conocer  cuál  es  la 
verdadera  situación  de  los  hombres  de  este  pueblo,  cómo  piensan, 
cómo  viven,  qué  pretenden  los  unos  y  los  otros,  y  hasta  dónde  se 
puede  contar  con  ellos  para  uniformar  las  opiniones  y  matar  la  divi- 
sión tan  funesta  para  los  pueblos  como  el  nuestro,  que  aún  no  ha  sa- 
lido de  la  infancia. 

El  Departamento,  doloroso  es  decirlo,  es  un  centro  de  disolución  y 
de  anarquía;  todo  cuanto  ahí  se  ha  dicho  es  menos  de  lo  que  en  rea- 
lidad existe. 

Aquí  no  hay  dos  opiniones  uniformes;  no  hay  autoridad  moral  ni 
material;  no  hay  respeto,  no  hay  garantías  para  nadie.  En  una  pala- 
bra, las  leyes  se  desconocen;  el  vandalismo  impera. 

Tal  es  la  perspectiva  del  Departamento  adonde  usted  me  ha  man- 
dado á  que  gaste  mi  vida  y  mi  tiempo.  No  obstante,  debe  usted  per- 
suadirse que  ello  no  me  arredra,  y  que,  por  lo  mismo  que  es  ardua  la 
empresa,  pondré  todos  mis  conatos  para  llamarme  venturoso,  si  tengo 
la  suerte  de  que  la  patria  le  agradezca  á  usted  mi  nombramiento. 

Por  el  próximo  correo  creo  adelantar  en  detalles;  cuente  con  ellos 
y  con  la  verdadera  distinción  y  aprecio  de  que  es  de  usted  atento 
tí.  S.  Q.  S.  M.  B.^José  Gabriel  Palomequs** 


é3  fiDtTABM  ÁOBVBDO 


«Señor  doctor  don  Eduardo  Acevedo.— Montevideo.— Muy  seftor 
mío  y  amigo : 

8u  silencio  oficial,  me  tiene  con  cuidado  por  su  salud.  (Dios  quiera 
que  otra  sea  la  causa! 

Digo  á  usted,  en  comunicación  de  esta  fecha,  que  confidencialmente 
explicaría  una  de  las  causas  que  me  forzaron  á  constituirme  aquí 
arrancándome  precipitadamente  del  punto  donde  me  encontraba  ejer 
citando  mi  misión,  y  voy  á  hacerlo,  aunque  de  un  modo  particular, 
con  tanto  más  gusto  cuanto  que  tengo  la  persuasión  de  que  usted  se 
complacerá  al  saber  é  imponerse  de  la  conducta  que  he  observado. 

La  adjunta  carta  instruye,  más  que  nada,  del  asunto,  pero  no  ex- 
plica lo  que  yo  explicaré  á  usted. 

Inmediatamente  que  me  hice  cargo  del  contenido  de  la  expresada 
carta,  traté  de  ponerme  en  marcha  hasta  esta  villa,  adonde  llegué  el 
14,  y  en  ese  mismo  día,  ante  los  iniciadores  de  mi  candidatura,  decli- 
né de  una  manera  muy  seria  del  alto  honor  con  que  se  proponían  fa- 
vorecerme los  que  en  ese  sentido  trabajaban. 

Ahora  réstame  decir  á  usted  las  razones  en  que  apoyé  mi  negativa. 

Decliné  de  ese  honor,  porque  no  quiero  que,  ni  remotamente,  se 
pueda  creer  que  acepté  el  penosísimo  cargo  que  desempeño,  para  con- 
quistarme, con  él  y  la  influencia  de  mi  autoridad,  un  puesto  tan  ho- 
norable. Decliné  de  ese  honor,  porque  el  Gobierno  me  encarga  y  or- 
dena no  tomar  parte  en  la  lucha  electoral,  y  mi  candidatura  y  elec- 
ción, seguras,  probaría  una  de  dos  cosas:  O  que  el  Gobierno  engaña- 
ba al  pueblo  con  sus  circulares  oficiales  y  confidenciales,  ó  que  yo 
ejercía  un  acto  de  desobediencia.  Lo  primero  sería  lo  más  probable. 
Y,  ¿habría,  amigo  querido,  gente  tan  buena  que  hiciera  la  merecida 
justicia  de  creer  que  mi  elección,  en  tal  caso,  era  la  obra  pura,  sim 
pie  y  espontánea  del  pueblo?  ¿Habría  alguien  que  pudiese  creer  que 
mis  desvelos  por  el  bien  de  este  departamento,  mis  afanes  y  abnega- 
ción, me  daban  esa  digna  posición?  No;  nadie  vería  en  ese  hecho  sino 
la  mano  oficial;  y,  en  tal  caso,  el  Gobierno,  después  de  sus  prevencio- 
nes, haría  un  malísimo  papeL  que  quiero  evitárselo  aún  á  costa  de 
la  pérdida  de  un  destino  que  en  otra  situación  lo  habría  pedido  al 
pueblo,— porque  me  place  y  porque  lo  ambiciono.  Pero,  en  las  cir- 
cunstancias en  que  estoy  colocado,  lo  arrojo  sin  ningún  remordi- 
miento, porque  estimo  más  mi  lealtad  en  el  cumplimiento  de  lo  que 
he  prometido  como  empleado  y  como  caballero. 

Todas  mis  verdaderas  conveniencias,  mis  positivos  intereses,  mi 
tranquilidad  mental  y  material,  mis  negocios,  el  amor  á  una  mujer  y 
á  mis  hijos,  mis  comodidades  y  hasta  mi  reputación  misma,  están  por 
la  aceptación  del  puesto  que  espontáneamente  me  ofrece  la  parte  sen- 
sata y  honrada  de  Cerro  Largo.  Pero,  otros  intereses,  aquellos  que 
dejo  enumerados,  se  oponen  á  ello,  y  esto  es  lo  que  prefiero. 


í>¿  cMi  AJfo  poiindo»  6á 

-*'*—* ,M  j I i_M 

Ademad,  uctfcad  sabe  que  la  habilidad  del  hombre  público  está  en 
elegir  dos  momentos:  el  primero,  para  entrar  á  la  vida  pública;  el 
segundo,  para  abandonarla. 

En  mi  situación,  yo  no  elegí  el  primero,  fué  el  Gobierno;  el  segun- 
do, está  en  mi  mano;  y  si  yo  hubiera  de  elegirlo,  sería  hoy  mismo:  tan 
proficua  y  ventajosa  me  es  la  situación  para  dejar  un  buen  nombre 
que  puedo  perder  si  permanezco  por  más  tiempo  en  esta  ingrata  ta- 
rea, lo  que  poco  importa,  si  consigo  obtener  el  restablecimiento  del 
orden  para  este  departamento. 

Concluyo,  pues,  repitiéndole  que  no  aceptaré  mi  candidatura^  y  que 
así  lo  he  declarado  alto  y  enérgicamente,  no  obstante  todas  las  ins- 
tancias y  reflexiones  que  se  me  han  hecho.  No  puedo  más,  estoy 
muerto  de  escribir. 

Escríbame — su  silencio  me  mata. 

Su  atento  servidor  y  amigo  verdadero  Q.  8.  M.  B  —José  Oabriel 
PcUameque.—MelOi  octubre  16  de  1860.» 

El  doctor  Acevedo  no  pretendía  exclusivismos  en  el  Gbbiemo. 
Buscaba  los  hombres  buenos,  doquiera  ce  encontraran,  respondiendo 
así  al  ideal  del  Partido  Nacional.  Por  eso,  durante  la  administración 
del  sefior  don  Bernardo  P.  Berro,  que  era  el  jefe  del  Estado  que  lo 
representaba»  se  vio  al  doctor  don  Manuel  Herrera  y  Obes  desempe- 
fiando  elevados  puestos  públicos,  y  al  mismo  doctor  Acevedo  buscan- 
do, más  tarde,  á  un  ciudadano  como  José  Pedro  Ramírez,  para  que 
fuera  á  la  Repref^entación  NacionaL 

Decía  el  doctor  don  José  Pedro  Ramírez:  U) 

«Lo  único  que  recordamos  á  este  respecto,  es  una  conversación 
que  tuvimos  con  el  doctor  Acevedo,  en  la  cual,  para  probarnos  la 
simpatía  de  nuestra  actitud  en  El  Siglo,  nos  dijo  que  éramos  uno  de 
sus  candidatos  favoritos  para  las  próximas  elecciones,  á  lo  que  con- 
testamos que  jamás  aceptaríamos  un  puesto  público  en  el  país,  á 
que  no  fuéramos  elevados  por  nuestro  propio  partido. 

«Nos  habló  de  un  acuerdo  para  esas  mismas  elecciones  entre  el 
elemento  culto  y  civilizado  de  ambos  partidos,  y  nosotros  le  contes- 
tamos que  no  queríamos  pactos  ni  fusiones,  sino  garantías  para  el  vo- 
to elctoral,  para  lo  cual  no  estábamos  preparados  ni  sabíamos  todavía 
si  decidiría  el  partido  prepararse». 

Y  así,  persiguiendo  siempre  ese  ideal,  abandonó  el  Ministerio  de 
Gobierno,  con  el  sentimiento  público  por  compafíero,  (?)  yendo  á  bus- 


(1)  Esta  referencia  en  6  propátíto  de  las  elecciones  generales  que  debían  celebrarse  en  1868| 
la  que  era  recordada  por  el  doctor  don  José  P.  Ramírez  en  El  Sigh  del  9  de  julio  de  1866. 

(2)  Era  tal  la  simpatfa  que  inspiraba  el  doctor  Aceredo,  que,  yendo,  solo,  por  los  subur- 
bios de  la  ciudad,  después  de  haber  abandonado  el  Ministerio,  se  encontró  con  el  batallón 
1.*  de  Ouardias  Nacionales,  ooomndado  por  don  Javier  AlTares;  j  los  soldados,  al  Terlo,  ins- 
tintiTa  7  espontáneamente,  le  presentaron  las  armas,  rindiendo  así  un  tributo  6  sus  excelsas 
Tirtudes  republicanas.  * 


64  KDDABDO  AOEVSDO 

car  un  reposo  para  su  aalud  ya  quebraatada,  en  la  ciudad  del  Salto, 
desde  donde  volvió,  para  entrar  al  Senado,  de  cuyo  Cuerpo  fué  Presi- 
dente, como  lo  habfa  sido  de  la  Comisión  Permanente  en  1852. 

Fuó  eotonces  que,  cousecuente  con  la  opinióu  ya  emitida  poi  el 
general  don  Antonio  Díaz,  en  1859,  iD  descendió  del  puesto  de  Pre- 
sidente del  Senado  para  fundar  el  proyecto  de  que  el  empleo  de  ge- 
neral y  el  de  coronel  efectivo,  acordados  por  la  C&mara  de  Senado' 
res,  no  inhabilitaban  á  los  que  los  obtuvieran  para  optar  a)  oargo  de 
repreaentantee  ó  senadores  de  la  nación,  pensamiento  que  demos- 
traba que  en  61  no  dominaba  la  intención  de  abatir  la  muy  noble  ca- 
rrera de  las  armas  sino  de  dignificarla  por  su  contacto  con  el  elemen- 
to civil,  encaminándola  por  el  sendero  de  la  Constitución.  (^) 

Pertenece,  (3>  at,  el  doctor  A.Gevedo  i  la  razs  de  loa  que  dejan  mar- 
cado el  tiempo  en  que  vivieron  con  el  relieve  de  su  personalidad  y 
de  sus  obras,— fuerte,  acentuada,  vigorosa,  la  primera,  inventívaa  y 
trascendentales,  las  segundaa. 

<No  ea,  por  tanto,  una  figura  que  demanda  nuestro  asenso  la  del 
jurisconsulto  uruguayo. — Dos  generaciones  la  iian  destacado  en  todo 
su  vigor  y  han  pronunciado  ese  juicio  definitivo  que  se  impone  &  la 
posteridad  con  los  caract«Tes  de  la  verdad  irrecusable  y  de  la  sanción 
histórica. 

•I<as  opiniones  de  los  contemporáneos  la  elevaron  por  el  común 
sentir  sobre  el  pedestal  en  que  hoy  aparece  á  nuestra  vista,  y  si  qui- 
aier&moa  intentar  una  revisión  del  proceso,  las  obras  del  estadista  y 
del  legislador  estarían  ahí  con  su  resistencia  de  granito  para  decimos 
que  fueron  ellas  mismas  las  que  formaron  ese  pedestal,  como  fueron 
La  integridad  del  aarácter  y  la  anidad  de  una  vida  consagrada  por 
entero  á  los  más  nobles  finea,  las  que  suscitaron  un  respeto  y  una 
admiración  que  han  llegado  hasta  nosotros. 

•  En  legislación,  como  en  las  artes  bellas,  como  en  las  ciencias  ex- 
periménteles, hay  dos  épocas  que  presiden  su  formación  y  encadenan 
au  desarrollo:  la  primera,  de  espontaneidad,  de  creación,  de  intensas 
ÍDspiracioDes;  la  segunda,  de  critica,  de  coordinación  metódica,  de 
estructura  acabada  y  perfecta. 

«Al  doctor  Acevedo  tocóle  actuaren  la  primera  de  eaaa  épocas  por 
que  ha  pasado  el  régimen  legal  de  los  países  del  Plata,  como  el  de 
todoa  los  puebloa  en  su  evolución  del  derecho  tradicional  al  derecho 
autónomo. 


(1)  V«ue  UemotUdel  Uiniatn  M  Interior,  ganas!  don  AatoDlo  DUi  (1869),  pi^M  TV. 
(2iVteKpágiiimt6T  deJ  DiBrío  de  SfsloaM  dcISeiudo,  umo  9. 

(S)  Lo  que  n  en  acguids,  eotre  nomlllM,  peruiw»  i  un  diitlnsuido  «•crlwr,  qua  ht  qut 
rido  (uudar  el  íneífaU». 


DB   «mi  AJfO  POLÍTIOO»  65 


«No  hay  necesidad  de  trazar  el  cuadro  que  ofrecía  la  jurispruden- 
cia y  la  legislación  de  la  República,  al  par  de  las  demás  naciones  de 
Sud  América»  hace  apenas  medio  siglo,  pero  abrid  el  Código  Civil  re- 
dactado por  el  doctor  Acevedo  y  veréis  todavía  las  señales  de  la  sel- 
va enmarafiada  que  acaba  de  franquearse,  del  terreno  trastornado  por 
toda  clase  de  sedimentos  y  de  obstáculos  que  acaba  de  surcarse  con 
fuerte  paso  y  mano  segura. 

«Sobre  ese  terreno,  en  que  debía  asentarse  una  nueva  vida  social, 
distinta  por  sus  fines  y  por  sus  ideales  políticos  de  aquella  que  la 
engendró,  arrojó  el  doctor  Acevedo  los  nuevos  moldes  jurídicos  y  la 
luz  de  su  pensamiento  creador. 

«Pasan  seguramente  de  cincuenta  mil,  dice  el  gran  jurisconsulto, 
las  disposiciones  que  á  diverso  título  se  invocan  en  nuestros  tribuna- 
le8>,  y  esta  sola  referencia  basta  para  formarse  una  idea  del  estado 
en  que  se  encontraba  la  legislación  en  nuestro  país,  cuando  el  doctor 
Acevedo  emprendió  la  obra  de  redactar  un  Código  y  de  legislar  para 
un  pueblo,  cuyas  necesidades  y  tendencias  no  tenían  precedentes  es- 
critos y  obligaban  á  erigir  la  doctrina  sobre  la  observación  inmediata 
de  los  hechos  que  ofrecía  el  presente,  buscando  su  lógica  progresión 
en  el  tiempo. 

«Ko  fué,  sin  embargo,  engañosa  la  visión  que  tuvo  del  porvenir  y 
de  la  sociabilidad  que  había  de  formarse  en  nuestro  suelo,  porque 
sobreponiéndose  á  las  prácticas  tradicionales,  á  las  teorías  dominan- 
tes y  á  las  formas  de  un  derecho  escrito  que  arrancaba  sus  orígenes 
de  profundas  desigualdades  en  la  organización  de  la  sociedad  y  de  la 
familia,  proclamó  sin  temor,  desde  los  comienzos  de  »u  Código,  sin 
duda  el  primero  en  Sud  América,  que  la  determinación  del  estado  ci- 
vil de  las  personas  era  función  de  los  jueces  nacionales,  sujeta  á  su 
autoridad  y  competencia;  que  la  patria  potestad  no  era  atributo  ex- 
clusivo del  padre,  sino  extensivo  á  la  mujer,  á  la  madre,  sobre  sus 
propios  hijos,  y  que  el  matrimonio,  ese  acto  trascendental  de  la  vida 
que  afecta  tan  hondamente  al  ser  humano  y  envuelve  tan  profundos 
problemas  de  creencias  y  de  cultos,  era  para  el  Estado  un  contrato 
de  derecho  natural,  sujeto  solo  en  stut  formas  á  la  ley  civil,  dejando 
á  los  contrayentes  la  facultad  de  ir  á  buscar  la  sanción  del  sacra- 
mento ante  el  poder  espiritual  que  obligara  sus  conciencias,  á  fin  de 
que  la  libertad  religiosa  y  el  derecho  natural  fueran  las  égidas  tutela- 
res de  la  constitución  de  la  familia  en  la  República. 

«Veinte  años  más  tarde,  estos  principios  formulados  con  la  conci- 
sión de  estilo  que  caracteriza  al  doctor  Acevedo,  pasaron  á  ser  pre- 
ceptos de  nuestra  legislación  positiva,  aunque  alterados  en  algunos 
de  sus  elementos  esenciales,  pero  ya  la  época  de  crítica  había  llegado 
y  la  tarea  de  formar  un  Código,  si  demandaba  siempre  competencia 
especial,  erudición  y  aptitud  técnica,  esta  ba  allanada  con  la  multitud 


66  fibÜARiK)  aobvédo 


de  modelos  y  de  trabajos  jurídicos  que  acudían  de  todas  partes  y  nos 
ofrecía  la  legislación  moderna  de  los  pueblos  de  Europa  y  América. 

« No  sucedía  así  en  1848,  época  en  que  el  doctor  Acevedo  escribió 
BU  importante  obra. 

«  Entonces,  era  necesario  forjar  la  idea  y  el  concepto  sobre  el  cam- 
po mismo  de  experimentación,  como  se  forja  el  metal  sacado  reciente- 
mente de  la  mina,  buscando  en  el  propio  pensamiento  y  en  el  estudio 
directo  de  los  actos  y  conflictos  civiles,  los  moldes  que  neg^aban  al 
legislador  la  confusa  estructura  del  organismo  social  y  los  preceden- 
tes históricos  de  su  formación;  entonces,  era  necesario  crear  para  el 
porvenir,  sorprendiendo  en  las  primeras  manifestaciones  de  un  pue- 
blo BUS  proyecciones  de  futuro,  su  desenvolvimiento  en  la  mezcla  de 
razas  y  de  hombres  con  que  había  de  confundirse,  pero  crear  sin  des- 
conocer á  la  vez  la  realidad  viviente  y  los  gérmenes  étnicos  y  heredi- 
tarios que  llevaba  en  su  seno  y  se  habían  impreso  en  sus  hábitos  y 
costumbres  desde  los  tiempos  del  derecho  de  los  reyes  y  de  las  leyes 
para  indios  y  colonos. 

«  A  la  altura  de  la  magna  empresa,  estaba  el  talento  excepcional 
del  doctor  Acevedo.- -Tenía  la  concepción  profunda  del  derecho,  la 
ciencia  acabada  del  jurista  y  la  paciente  elaboración  del  artífice,  que 
demanda  el  ajuste  de  los  íntimos  resortes  de  una  ley  para  que  surja 
adaptable  al  conflicto  que  esclarece,  como  las  formas  orgánicas  á  la 
vida  del  ser  interno  que  envuelven. 

«  Y  sobre  estas  múltiples  aptitudes  del  jurisconsulto,  había  en  su 
espíritu,  con  la  amplitud  y  la  intuición  de  la  justicia,  la  fuerza  crea- 
dora de  la  fórmula  en  la  complicada  trama  de  la  relaciones  jurídicas. 

«  Así  salió  de  sus  manos  el  Código  que  lleva  su  nombre. 

«  Una  obra  de  ciencia  y  de  saber,  de  invención  y  de  arte  admirable. 

«  Con  la  celebridad  que  su  aparición  daba  al  ilustre  autor,  fué  el 
doctor  Acevedo  á  las  Cámaras  del  53,  congreso  de  las  primeras  inteli- 
gencias del  país,  tomando  en  ellas  la  posición  que  cuadraba  á  sus 
luces  y  estatura,  como  fué  más  tarde  á  extraño  escenario,  á  la  Repú- 
blica Argentina,  á  ser  también  allí  codificador  de  leyes  y  á  profesar 
el  derecho  que  escuchaban  respetuosos  de  sus  labios  los  hombres  del 
foro  de  la  época,  algunos  de  los  cuales,  hoy  mismo,  llegados  ya  á  la 
notoriedad  de  la  fama,  proclaman  el  timbre  de  legislador  argentino 
que  corresponde  al  jurisconsulto  oriental  ». 


Cerca  de  30  años  (i)  habían  transcurrido,  y  aún  no  se  había  cum- 


(1)  Eita  parte  del  estudio  biográfico,  que  ya  en  seguida,  fué  la  que  pronunciamos  en  el 
acto  de  la  fiesta  en  la  UniTersidad,  juzgada  por  la  prensa  en  estos  términos: 

«  La  lectura  de  esos  párrafos  sencillos,  llenos  de  yerdad,  escritos  con  esa  elocuencia  que  da 
la  sinceridad  j  que  no  sobrepuja  el  artificio  de  la  palabra;  así  como  los  arranques  de  verdadero 


DÉ   <M1   A^O  político»  6? 


piído  la  aspiración  formulada  por  la  Universidad  de  la  República  en 
el  mometito  de  su  muerte. 

Toca  á  nosotros,  hijos  de  una  generación  nueva,  nacida  á  la  vida 
cuando  él  expiraba,  cumplir  los  votos  formulados  por  una  generación 
que  casi  se  ha  extinguido. 

Está  aún  por  escribirse  su  vida  literaria,  jurídica,  política  y  privada, 
que  fué  encomendada,  en  el  momento  de  su  muerte,  á  la  pluma  vi- 
brante y  cerebro  pulido  del  doctor  don  Vicente  F.  López. 

Eslá  aún  por  esculpirse  en  el  mármol  la  fisonomía  austera  del  le« 
gislador,  para  ser  colocada  en  los  salones  del  Cuerpo  Legislativo. 

Y  está  aún  por  fundirse  en  el  bronce  la  personalidad  templada  del 
hombre  público,  para  colocarse  en  la  plaza  de  la  ciudad  que  le  vio 
nacer  y  en  la  que  tanto  se  agitó. 

Pero,  si  nada  de  esto  se  ha  hecho  para  conservar  en  el  seno  de  la 
gente  que  piensa  y  siente,  el  culto  por  uno  de  los  grandes  hombres  de 
esta  patria,  su  memoria  ha  resistido  al  tiempo,  y  se  ha  transmitido,  de 


orador  que  tuvo  el  doctor  Palomeque  j  la  oportunidad  con  que  trajo  al  caso  las  citas  aludidas  i 
causaron  profunda  j  ternísima  emoción  en  el  auditorio. 

«  El  discurso  del  doctor  don  Alberto  Falomeque  fué  brillante  en  todo  sentido:  por  su  opor- 
tunidad, por  la  notable  fluides  y  facilidad  de  su  palabra,  7,  especialmente  por  el  sentimiento 
deUcado  que  aupo  imprimirle. 

«  Cuando  hubo  terminado  su  aplaudida  improvisación,  se  le  acercaron  muchísimas  personas 
de  significación  á  felicitarle  calurosamente. 

«  El  doctor  don  Ángel  Floro  Costa,  entre  otras,  dijo  que  el  discurso  del  sefior  Bamíres  eo- 
rreapondla  á  la  cabeca  7  el  del  doctor  Falomeque  al  corasón. 

«  Y  á  fe,  que  no  dijo  más  que  la  verdad  en  eso. 

«  De  muchos  afloe  á  esta  parte  nadie  ha  tenido  la  suerte  de  pronunciar  un  discurso  que 
tanto  ha7a  conmovido  á  un  auditorio  ilustrado,  competente,  selecto  como  el  que  llenaba  los 
salones  de  la  Universidad  en  la  tarde  del  domingo,  decía  el  doctor  Costa,  agregando  que  sería 
de  desearse  la  repetición  de  estas  escenas. 

«  Puede  estar  satisfecho  el  doctor  Falomeque  de  ese  último  triunfo  oratorio  7  por  él  le  en* 
TiamoB  nuestras  sinceras  felicitaciones  >.— ¿a  Época, 

€  Después  se  levantó  el  doctor  Falomeque  j  dijo  que  7a  que  se  habíu  tratado  bajo  tan  múl- 
tiples aspectos  la  personalidad  del  doctor  Aoevedo,  él,  que  le  rendía  culto  ferviente  por  sus 
virtudes  7  altos  méritos,  iba  á  tratar  esa  personalidad  en  su  aspecto  íntimo,  iba  á  revelar  lo 
que  era  en  el  hogar  para  que  se  supiese  7  valorase  cumplidamente. 

<  Cumplió  su  propósito  con  tanto  acierto  el  doctor  Falomeque,  que  llegó  á  causar  una  emo- 
ción profunda  entre  el  concurso,  una  emoción  tan  viva  que  ana  gran  parte  de  los  07entes  sin- 
tieron desusarse  las  lágrimas  provocadas  por  las  nobles  acciones  que  evocaba  el  orador,  sacu- 
dido también  por  una  emoción  sincera  7  comunicativa  que  daba  singular  expresión  á  su  voz 
7  poder  irresistible  á  sus  palabras. 

c  Los  hechos  que  invocaba,  el  testimonio  de  la  propia  viuda  del  doctor  Acevedo  en  esos 
hechos,  la  sendlles  7  verdad  con  que  oran  expu^tos,  revelaron  á  la  concurrencia  otro  hom- 
bre desconocido  en  el  ilustre  codificador,  un  hombre  de  corasón,  sencillo,  valiente  7  grande, 
digno  del  mármol  7  del  bronce,  digno  de  vivir  en  la  posteridad  como  ios  hombres  de  Flu- 
tarco. 

<  For  largo  rato  fué  aplaudido  el  doctor  Fabmeque  7  muchos  de  los  presentes  fueron  á 
estrecharle  la  mano  7  á  abrasarlo  >.— Jm  3igh. 


é8  M>üARbO  AOEVEBO 


generación  en  generación,  engrandeciéndose  á  medida  que  los  años 
transcurrían. 

Está  aún  por  hacerse  todo  aquello,  como  tributo  que  debe  rendirse 
¿  la  memoria  de  quien  reveló  virtudes  y  talentos  en  todas  las  esferas 
de  su  vida. 

Ya  que  hemos  narrado  la  vida  del  noble  campeón  del  pensamiento 
queremos  aquí  olvidamos  del  jurisconsulto,  que  enriqueció  la  legisla- 
ción de  tres  países,  con  su  ciencia;  prescindir  del  escritor  científico, 
para  exponer  algunas  observaciones  sobre  la  infuencia  del  sentimien'' 
to  del  hogar,  de  esa  gran  fuerza  económica  de  las  sociedades  moder- 
nas, civilizadas,  sobre  el  bienestar  nacional. 

El  doctor  Acevedo,  que  á  su  severidad  reunía  un  espíritu  de  niño 
alegre  como  lo  llamaba  el  doctor  don  Gabriel  Ocampo,  aún  en  sus 
37  años  de  edad,  conocía  la  fuerza  del  sentimiento  para  las  defensas 
judiciales.  La  juventud  no  debiera  olvidarlo,  teniendo  presente  lo 
que  ha  poco  nos  ha  dicho  Durier. 

Mr.  Durier,  decano  de  la  Orden  de  los  abogados,  acaba  de  clausu- 
rar la  conferencia  de  los  Estrados,  en  París,  con  un  discurso  muy 
aplaudido. 

Transcribimos  ese  pasaje  en  el  que  el  eminente  abogado  hace  notar, 
con  profunda  melancolía,  una  tendencia  muy  generalizada  entre  los 
jóvenes  abogados:  la  de  valerse  en  la  discusión  de  los  áridos  princi- 
pios del  derecho  y  rechazar  con  una  afectación  de  pariipris  lo  que  con 
desdén  llaman:  «  razones  de  sentimiento  ». 

Mr.  Durier  quisiera  ver  en  los  abogados  jóvenes  menos  escepti- 
cismo y  más  entusiasmo. 

«  La  juventud,  dice,  ambicionando  afirmar  su  criterio  y  mostrar  una 

<  madurez  precoz,  desconfía  demasiado  de  su  corazón  y  más  de  una 
«  vez  ha  recordado  esta  frase  singular  de  Michelet:  en  Francia  no  se 
«  nace  joven,  se  llega  á  ser  joven. 

«  Pero,  al  hacerme  esta  reflexión  no  he  dudado,  no,  de  la  bondad 
«de  vuestras  almas  ni  de  la  generosidad  de  vuestros  corazones. 
<  Sólo  la  vida  nos  da  esta  grande  y  á  menudo  dura  enseñanza,  que 

<  despierta  y  desenvuelve  la  compasión  hacia  las  miserias  y  debilida- 
4  des  del  hombre.  Este  sentimiento  generoso,  que  no  debe  jamás 
«  hacernos  olvidar  los  principios  del  derecho,  porque  así  en  nuestra 
«  jurisprudencia  francesa  como  en  la  de  los  pretores  romanos,  tiende 

<  á  aplicarlos  de  una  manera  cada  vez  más  extensa  y  humana.  Abo- 

<  gados  ó  futuros  magistrados,  no  olvidéis  que  la  fuerza  más  fecunda 
«  y  más  pura  del  derecho  es  la  equidad,  y  que  las  grandes  inspiracio- 
«  nes  de  la  elocuencia  nacen  del  corazón  ».  (^) 


(1)  Véase  página  148  d«l  tomo  I  de  cMi  Áfio  Político». 


DE  «MI  A^O  POLfnOO»  69 


De  los  escrítorea,  de  los  artistas,  de  los  hombres  públicos  que  han 
ocupado  el  muudo  con  sus  nombres,  no  puede  hablarse  sin  prescin- 
dirse  de  la  atmósfera  próxima  que  los  ha  circundado  toda  su  vida,  y 
que  ha  sido,  puede  decirse,  el  escudo  que  les  ha  servido  para  librar 
las  grandes  batallas. 

Por  eso,  al  estudiarse  la  vida  de  esos  luchadores,  se  analiza  la  de  los 
seres  que  le  han  rodeado  en  el  hogar.  De  ese  poderoso  sentimiento 
surge  la  gran  fuerza  de  carácter  del  hombre  público.  Es  la  influencia 
del  hogar,  fuerza  que  los  economistas  califican  de  poderosa  fuerza 
nacional,  la  que  decide  de  las  actitudes  del  hombre,  en  ese  movi- 
miento incesante  de  ideas,  nacidas  al  calor  del  más  puro  de  los  senti- 
mientos humanos:  el  amor,  en  sus  múltiples  y  diferentes  fases. 

No  tuvo  la  dicha  de  conocer  los  halagos  de  la  madre,  en  la  edad 
de  su  madurez  de  juicio,  pero,  muerta  ésta,  encontró  en-  un  corazón 
honrado  lo  que  la  naturaleza  le  había  arrebatado.  Hijo  adoptivo,  tuvo 
desde  entonces  el  sino  con  que  la  Providencia  señala  á  esos  niños  á 
quienes  les  falta  el  calor  materno.  Desde  luego,  su  vida  se  deslizó 
entre  el  estudio  y  el  amor  á  esos  seres  que  le  hicieron  conocer  la  vida 
por  el  lado  de  la  bondad  y  de  la  honradez.  Por  eso  fué  que  á  la  me- 
moria de  ese  padre  adoptivo  dedicó  el  fruto  sazonado  de  su  inteligen- 
cia, su  monumental  estudio  sobre  la  vetusta  legislación  del  coloniaje, 
de  donde  surgió  su  Proyecto  de  Código  Civil. 

Y  así,  al  aroma  de  esa  flor  de  la  gratitud,  sentimiento  revelador  de 
su  exquisita  delicadeza  humana,  se  unía  el  suave  perfume  del  amor 
de  una  mujer  modesta,  hermosa  de  espíritu,  bella  de  físico  y  fuerte 
para  la  lucha,  que  tomaba  una  participación  activa  en  sus  tareas. 

Así,  allá,  en  la  soledad  de  la  campaña,  de  cuando  en  cuando  in- 
terrumpida por  los  ecos  del  soldado  ó  el  silbido  de  las  balas,  en 
medio  á  las  pasiones  agitadas,  se  confeccionaba  aquella  obra;  y  al 
lado  de  ese  genio  de  la  patria,  que  así  pensaba  en  su  porvenir,  había 
una  mujer,  bella,  hermosa,  llena  de  frescura  en  su  tez,  con  vivaces 
aspiraciones  para  su  amante  y  los  frutos  de  su  amorl 

La  amante  compartía  esa  vida  de  las  letras.  Despertaba  en  esa 
mujer  pensamientos  científicos.  Ella  en  cambio  regaba  su  corazón  con 
dulce  lenitivo,  dándole  así  esa  fuerza  de  donde  nace  el  carácter 
humano. 

De  esa  comunión  de  ideas,  envueltas  en  el  incienso  del  cariño  y 
del  respeto  mutuos,  surgían  las  más  bellas  acciones  del  hombre  lla- 
mado á  perpetuarse  en  las  páginas  de  oro  de  nuestra  historia. 

Así,  en  el  hogar,  se  dulcificaban  las  pasiones;  la  política  se  huma- 
nizaba; los  horrores  de  la  sangre  aterían  el  alma  buena;  y  era  de  un 
hogar  santificado  por  el  genio  tutelar  de  la  mujer  que  salían  los  pen- 
samientos elevados  que  luego  se  traducían  en  hechos  elocuentes  en 
la  vida  real  de  la  política,  de  la  ciencia  y  de  la  literatura. 


70  SDÜABDO   ACETIDO 

Fué  de  ese  sentimiento  del  hogar  que  nacieron  tas  grandes  ideas  de 
tolerancia,  de  olvido,  de  conciliación,  í  favor  de  la  familia  uroguaya, 
dividida  7  ultrajada.  De  ese  arroyo  de  sangre  se  elevaba  un  incienso 
de  pai,  de  olvido  mutuo  de  odios  y  miserias  pasadas,  que  tanto  dallo 
hacían  i  la  Patria.  Y  era  la  voz  del  doctor  Acevedo  la  que  se  o!a  j 
se  escuchaba.  Pero,  ella  no  encontraba  entonces  el  eco  debido  en  los 
corazones  que  vivían  agitados  por  las  pasiones  guerreras.  ¡Nada  im- 
portaba! La  idea  habla'de  fructificar  en  el  futuro-  No  era,  sin  duda,  de 
la  época.  Por  eso  hubo  de  perecer  quien  la  predicaba  en  momentos 
tan  anfcuBtiosoB. 

Oid  cómo  describe  esa  escena,  la  que,  bella  y  joven,  conserva  toda- 
vía vigor  de  espíritu,  poesía  de  coraión,  como  una  prueba  de  la  forta- 
leza de  aquella  generación: 

•  En  aquel  entonces  Acevedo  redactaba  El  Defeneor  de  las  LeyMj 
sostenía  en  esos  momentos  una  polémica  con  Florencio  Várela,  redac- 
tor de  Eí  Comereio  del  Plata  de  Montevideo,  sobre  la  manera  cómo 
harían  las  elecciones  una  vez  terminada  la  guerra.  Acevedo  decía  en 
un  artículo  que  don  Manuel  Oribe  no  sería  nombrado  Presidente  j 
que  ni  siquiera  figuraría  como  candidato.  Este  artículo,  del  qne  se 
tuvo  noticias  en  el  Cuart«l  General  antes  de  salir,  caus6  gran  impre- 
sión. Indignados  los  hombres  que  le  eran  hostiles  se  aprovecharon 
para  gritar  contra  él  y  trataron  de  arrebatarle  toda  la  influencia  que 
tenía.  Algunas  personas  estuvieron  á  pedirle  á  Acevedo  que  retirase 
el  artículo,  pero  él  no  accedió,  drciéndoles  que  él  pensaba  así  3  que 
nunca  escribía  sino  con  sus  ideas. 

<  Acevedo  vivía  en  una  casita  en  el  Paso  de  las  Duranas,  mal 
construida,  con  malísimos  herrajes,  y  sin  ninguna  seguridad. 

<  Esa  noche,  que  era  la  del  11  de  octubre  de  1846,  se  encontraba 
Acevedo,  comotenfade  costumbre,  leyendo  á  su  esposa,  ante  una 
débil  luz.  La  lectura  versaba  sobre  un  fragmento  de  Víctor  Hugo, 
titulado:  El  último  día  de  un  condenado. 

<  La  lectura  era  triste  y  parecía  predisponer  los  Ánimos  para  las 
amargas  horas  que  iban  á  pasar.  De  pronto  se  sintió  un  estremeci- 
miento, como  un  t«mb]or  de  tierra,  y  en  seguida  se  v¡6  llegar  un  escua- 
drÓD  de  caballería  y  formar  alrededor  de  la  casa;  la  fuerza  parecía 
ser  de  línea  y  compuesta  de  oficiales,  i,  juzgar  por  la  profudón  de 
plata  de  que  estaban  adornados  los  caballos;  y  formando  como  á 
aesenta  metros  de  la  casa  empezaron  i,  gritan 

>  ¡Muera  el  Salvaje  Unitario  Acevedol 

•  [Muera  el  redactor  de  El  Defensor! 

'  Era  una  lindísima  noche  de  primavera;  la  luna  llena  iluminaba 
'a  tierra,  como  si  fuera  el  propio  día;  podían  distinguirse  loa  objetos 
míe  distantes.  En  esa  posición  permsnecieron  los  oficiales  algunos 
minutos,  gritando  siempre,  pero  sin  que  nadie  se  acercara  á  la  casa' 


DB   «MI  A»0  POLfriOO»  71 


en  seguida  tocaron  retirada  y  se  alejaron  del  mismo  modo  que  habían 
venido. 

« Acevedo  permaneció  todo  ese  tiempo  de  pie  en  la  puerta,  con  una 
pistola  en  cada  mano. 

«  Tranquilícense,  dijo  ¿  su  familia,  cuando  estos  miserables  no 
«  me  han  muerto,  es  porque  no  tienen  orden  de  hacerlo.*   (^) 

Así  luchaba  el  doctor  Acevedo;  así  sostenía  sus  ideas  de  confra- 
ternidad, exponiendo  su  existencia,  teniendo  á  retaguardia  las  fuerzas 
del  general  Oribe,  y  al  frente  la  Ciudad  de  Troya,  donde  se  encon- 
traban sus  adversarlos.  Así  se  colocaba  en  el  terreno  neutral,  buscan- 
do la  conciliación  de  los  hermanos  orientales. 

Era  el  sentimiento  del  hogar^  esa  gran  fuerza  nacional,  el  que  en- 
tonces hablaba,  predicando  siempre,  dentro  deesa  atmósfera  de  amor 
y  de  carifio,  la  idea  grande,  la  idea  madre:  la  del  amor  á  la  Patria. 

Y  esa  influencia  mutua  de  la  mujer  en  el  hombre  nunca  cesó. 
£ran  dos  aros  de  una  misma  cadena,  perfectamente  entrelazados.  No 
se  romperían  ni  aán  con  la  muerte,  como  culto  que  rinde  toda  mujer 
de  alma  levantada  al  hombre  grande  que  la  legó  su  timbre  de  gloria 
en  apellido  ilustre  por  el  esfuerzo  de  ambos. 

Más  tarde  esa  misma  influencia  se  revela  en  el  alma  del  periodista. 
Allí  está  siempre  la  prédica  de  ese  senlirntento  del  hogar.  Anoja  al 
pasado,  como  Frías  lo  hiciera  en  la  Argentina,  los  nombres  de  una 
tradición  triste,  y  levanta,  sobre  las  cabezas  de  las  nuevas  genera- 
ciones, el  oriflama  de  la  Paz,  del  olvido  de  mutuos  agravios,  deste- 
rrando para  siempre,  de  la  prensa,  la  polémica  que  degrada  y  el  in- 
sulto que  envilece. 

Así  luchaba  el  doctor  Acevedo.  Así  revelaba  su  consecuencia  con 
las  ideas  nobles  y  generosas. 

Y  él,  que  habla  levantado  la  dignidad  del  Poder  Civil  en  el  Pro- 
yecto de  Código,  soporta  siempre  esa  influencia  del  hogar  al  presen- 
tar más  tarde  su  Proyecto  de  Educación  Primaria.  Reconoce  la  indis- 
cutible necesidad  de  ensefiar  la  religión  y  la  moral  en  las  escuelas 
públicas,  como  una  demostración  elocuente  de  que  el  principio  liberal 
no  está  reñido  con  la  religión. 

Y  es  esa  misma  compañera  de  su  vida,  la  que,  en  su  edad  madura, 


(1)  El  doctor  Aceredo  estuvo  complicado  en  nn  moTimiento  rerolucionajio,  junto  con  el 
•efior  don  Avelino  Iierena  j  otros,  que  fnicMÓ,  ya  porque  se  descubriera,  ya  porque  no  estu  - 
TÍeran  de  acuerdo  en  la  persona  que  debía  dirigirlo.  Parece  que  el  doctor  Acevedo  quería  que 
o  fuese  el  general  Lasala,  mientras  los  otros  opinaban  por  el  general  Brlto  del  Pino.  £1  fln 
era  prescindir  de  los  elementos  argentinos  en  el  Cerrito  y  entenderse  los  orientales  con  los 
de  la  plasa.  El  elemento  ultra! ntransigento,  combatía  tanto  al  doctor  Acevedo,  que  hasta  el 
afio  60-68,  en  la  barra  del  Cuerpo  Legislatiro,  le  gritaban  al  Ministro  de  Berro:  Sahofé  unir 
UtriOj  troMorí 


72  EDUARDO  AOBVEDO 


después  de  haber  formado  unos  hijos  á  semejanza  de  aquel  austero 
ciudadano,  perpetuando  asi  su  memoria  en  el  seno  de  un  pueblo,  hoy 
reconocido  á  aquella  noble  personalidad,  la  que,  uniendo  recuerdos^ 
escribe,  de  su  pufio  y  letra,  los  rascaos  biog^ráficos  de  aquel  que  fué  su 
buen  amigo,  y  con  amor  nos  relata,  en  estilo  sencillo,  pero  pintoresco, 
lo  siguiente: 

<  Otra  causa  muy  interesante  fué  la  de  la  sublevación  de  los  pre- 
sos de  la  cárcel,  los  cuales  mataron  oficiales  y  soldados,  tomaron  las 
armas  y  se  escaparon  en  medio  del  día  por  las  calles  de  Buenos  Ai- 
res. Todo  se  cerró,  creyéndose  que  había  una  complicación  política; 
se  puso  el  ejército  sobre  las  armas;  la  guardia  nacional  y  todos  los 
jefes  fueron  á  ocupar  sus  puestos  en  el  Cabildo  y  se  juramentaron 
para  no  moverse  de  allí  hasta  que  fueran  castigados  los  criminales. 
El  jefe  de  la  sublevación  fué  muerto  en  la  calle.  Era  un  militar  Aguí- 
lar;  y  su  compañero  un  capitán  Sosa,  entrerriano.  Este  último  fué 
tomado  y  sentenciado  á  muerte.  Debía  ser  fusilado  al  día  siguiente. 
Se  le  nombró  como  defensor  á  Acevedo.  Algunos  jueces  le  escribie- 
ron pidiéndole  que  aceptara;  entre  ellos  el  doctor  Carreras,  presi- 
dente del  Tribunal,  diciéndole  que  deseaban  que  el  reo  tuviera  un 
defensor  hábil  y  entusiasta.  Acevedo  estaba  enfermo  y  dudaba  en- 
cargarse de  una  causa  tan  difícil;  pero,  vino  la  esposa  de  Sosa,  lloran- 
do, á  pedirle  que  defendiera  á  su  marido;  que  todos  le  decían  que  él 
le  salvaría  la  vida.  La  mujer  lloraba  amargamente,  y  al  fín  Acevedo 
se  decidió  á  aceptar  la  defensa.  Lo  primero  que  hizo,  fué  recusar  al 
Tribunal  del  Crimen,  en  masa,  por  las  cartas  que  le  habían  escrito 
sus  miembros,  diciendo  que  el  reo  iba  á  morir  al  día  siguiente;  y  si- 
guió recusando  á  todos  y  á  la  Sala  de  lo  Civil.  Entonces  hubo  que 
nombrar  un  nuevo  Tribunal.  Mientras  tanto,  tomaba  un  carácter  más 
tranquilo  la  situación;  las  tropas  volvieron  á  sus  cuarteles  y  la  guardia 
nacional  se  disolvió.  Nombrado  el  nuevo  Tribunal,  Acevedo  fué  á 
informar  ante  él.  Ese  díala  mitad  de  la  plaza  estaba  llena  de  gente. 
Cuando  Acevedo  empezó  á  hablar,  sintió  que  una  persona  le  quitaba 
los  anteojos  que  llevaba;  era  el  poeta  Mármol,  que  le  decía:  «le  quito 
los  anteojos,  doctor,  porque  tiene  usted  una  arma  poderosa  en  sus  ojos.» 
Después  que  concluyó  su  informe,  salió  y  encontró  en  la  escalera  á 
la  mujer  de  Sosa,  que  tenía  unas  flores  en  la  mano,  y  echándolas  en 
el  suelo  dijo:  «mi  marido  me  manda  que  arroje  estas  flores  en  el  ca- 
mino de  su  defensor.»  El  reo  fué  absuelto.»  (^) 

Honremos,  pues,  la  memoria  de  aquel  gran  ciudadano,  sí,  pero  no 
olvidemos  de  hacer  destacar  en  ese  cuadro  el  sentimiento  del  hogar ^ 
para  ejemplo  de  las  generaciones  que  aspiran  á  servir   á  la  Patria. 


(1)  Efte  fucMO  acontecía  en  Bu«aoB  Airee. 


DE   «MI  AJSfO  POLfriOO*  78 


En  ese  cuadro,  deoíamos  en  el  acto  de  la  apoteosis,  hay  un  fondo 
oscuro.  Miradlo  bien,  parece,  ahora  que  habéis  oído  la  palabra  de  la 
amante,  que  de  allí  se  destaca  un  áng^el,  en  forma  de  mujer,  no  para 
coronar  la  frente  del  gran  escritor,  sino  para  juntarse  á  61  y  acompa- 
fiarlo  en  su  trayecto,  asistiendo  ambos  á  la  apoteosis  hecha  á  la  me- 
moria de  aquel  eminente  ciudadano. 

¡Mujer  digna  de  un  hombre  tan  grande!  Madre  afortunada  de  tan 
dignos  y  virtuosos  hijos! 

Imitarla  es  saber  rendir  culto  á  la  memoria  de  los  grandes  hombres 
muertos,  levantando  el  sentimiento  del  hogar,  de  esa  gran  fuerza  na- 
cional puesta  al  servicio  de  la  economía  de  los  pueblos.  (^) 

Por  eso  fué  que  la  recordamos  en  el  momento  solemne  de  su  apo- 
teosis. 


Así  se  unía,  en  el  pasado,  el  presente  y  el  porvenir  de  un  pueblo, 
para  recordar  que  si  bien  es  efímera  y  vana  esa  palabra  glorien  ahí 
estaba  un  hombre  ilustre  que  después  de  tanto  trabajar  por  su  patria 
no  había  pensado  en  otra  recompensa,  quizá,  sino  en  el  amor  de  la 


(1)  Solieitado  este  discuno  pare  ser  publicado  en  los  Ánalés  d$  la  IMotinidad,  contestamos 
k>  siguiente: 

Distinguido  amigo  j  sefior: 

He  oído  hablar  de  una  planta  unericana  que  no  produce  una  flor  sino  cada  den  afios,  repo- 
sando en  seguida,  durante  un  siglo,  agotada  de  ese  gran  esfuerzo;  j  he  leído,  ha  tiempo,  un 
hermoso  artículo  tendiente  á  demostrar  que  las  grandes  impresiones  no  se  reproducen,  por  lo 
que  deben  conservarse  intactas  á  fin  de  que  la  ilusión  del  pasado  no  desaparezca  ante  la  amar- 
ga realidad  del  presente. 

Sn  el  caso  actual  me  sucede  lo  que  á  aquella  flor:  necesito  el  reposo,  después  de  aquel 
gran  esfuerzo  pare  producir  unas  frases  que  no  tienen  otro  mérito  que  las  pronunciadas  por  el 
nifio,  en  el  seno  de  la  familia,  alrededor  de  la  gren  mesa,  al  saludar  á  la  madre  en  el  día  de 
sn  natalicio.  Es  discurso  de  hogar;  no  tiene  mérito  pare  el  rulgo,  pare  el  público.  Es  necesario 
prepararlo  en  otre  forma,  pare  que  lo  comprenda.  No  es  discurso  pare  publicarse,  tal  como 
estaba,  en  una  Berista  Científica.  Conserremos,  pues,  aquella  impresión,  y  no  la  agotemos  re- 
novando el  placer  que  á  todos  nos  embaído  al  oÍr  las  sentidas  frases  de  la  esposa  al  evocar  el 
pasado  del  hombre  de  pensamiento.  De  todos  modos  nada  se  pierde.  Acabo  de  saber  que  el 
doctor  don  Juan  Carlos  Blanco  tiene  un  esbozo  admirable  de*  doctor  Acevedo,  presentándolo 
como  un  modelo  de  hombre  de  hogar,  hog&r  que  debemos  levantar  en  la  patria  si  aspiramos 
á  ser  una  verdadero  nacionalidad.  Ese  trebajo  tiene  el  prMtigio  del  talento  j  del  estilo  de  su 
autor.  Es  necesario  arrancarlo  del  olvido  pare  enriquecer  las  páginas  de  nuestre  literetiuv. 
Ocurre  á  él.  Olvídeme  á  mí,  que  no  soy  literato,  que  carezco  de  las  dotes  de  escritor,  por  más 
que  tenga,  como  Federico  Lemaltre,  la  voz  de  trueno  pare  hablar  á  las  multitudes;  y,  como 
la  flor  aquella,  por  una  sola  vez,  una  nota  simpática,  suave,  que  no  se  vuelve  á  reproducir. 

Disculpe,  perdone  y  mande,  en  cualquier  otro  sentido,  á  quien  se  honre  en  saludarle  con 
afecto  y  respeto. 

Siñor  doctor  don  Álfndo  Vdtqu$x  Áegvedo. 


74  EDUARDO   AOETEDO 


Nación.  (1)— Por  eso  se  perpetuaba  su  recuerdo,  no  obstante  lo  que 
aseguraba  el  escritor  Caro  de  que  «había  académicos  á  los  que  podía 
prometérseles  veinticinco  años  de  renombre  después  de  su  muerte: 
que  esos  eran  los  grandes,  los  felices;  y  otros  que  durarían  difícil- 
mente cinco  atioB». 

La  muerte  de  un  ciudadano  de  tales  condiciones  tenía  naturalmen- 
te que  conmover  ¿  las  sociedades  donde  había  actuado. 

Fué  así  que  inmediatamente  que  se  tuvo  noticia  de  tan  desagrada- 
ble suceso,  el  Poder  Ejecutivo  decretó  los  honores  fúnebres  al  doctor 
don  Eduardo  Acevedo,  mandando  que  una  embarcación  del  Estado 
condujera  sus  restos  ¿  la  Capital;  que  en  la  Universidad  de  la  Repú- 
blica se  reunieran  los  magistrados,  abogados  j  practicantes  de  dere- 
cho y  miembros  de  la  Academia  de  Jurisprudencia,  á  invitación  del 
Presidente  del  Superior  Tribunal  de  Justicia,  don  Cándido  Joanicó, 
entre  los  cuales  estaban  Ildefonso  Oarcía  Lagos,  Lindoro  Forteza, 
Cristóbal  Salvafiach,  Alejandro  Magariños  Cervantes,  Jaime  Estrá- 
zulas,  Benito  Baena,  Vicente  Fidel  López,  Joaquín  Requena  y  Ore- 
gorio  Pérez  Oomar,  y  resolvieron  dirigir  una  carta  de  pésame  á  la 
viuda  de  tan  ilustre  ciudadano;  que  el  Colegio  de  Abogados  de  Bue- 
nos Aires  resolviera  dirigir  igualmente  una  carta  de  pésame  ¿  la  es- 
posa viuda,  hacer  un  retrato  al  óleo  del  doctor  Acevedo  para  ser  co- 
locado en  el  salón  de  sesiones  del  Colegio  y  un  número  dado  de  re- 
tratos para  repartirse  entre  sus  miembros  y  otras  personas  íntimas 
que  el  Consejo  designase,  construir  una  urna  cineraria  para  que  sus 
restos  fueran  trasladados  en  ella,  una  vez  exhumados,  y  nombrar  una 
Comisión,  que  se  compuso  de  los  señores  doctores  don  Miguel  Este- 
vez  Saguí,  don  Carlos  Tejedor  y  don  Manuel  Quintana,  para  que 
acompañara  los  restos  al  lugar  de  su  destino;  que  la  prensa  nacional 
y  argentina  le  consagraran  sentidos  artículos  haciendo  resaltar  sus 
eminentes  cualidades;  que  en  el  Paraná,  en  el  momento  de  su  entie- 
rro, fuera  elogiada  su  memoria  por  los  oradores»  doctores  don  Ense- 
bio Ocampo  y  don  Alberto  Cabarnet;  que  en  Chile  se  le  reconocie- 
ran sus  méritos  y  se  confesara  en  la  prensa  que  el  doctor  don  Gabriel 
Ocampo  había  aprovechado  los  trabajos  de  su  alumno  el  doctor  Ace- 
vedo en  la  redacción  del  Código  de  Comercio  que  en  ese  momento  allí 
se  discutía. 

Por  eso,  amigos  y  adversarios  que  le  habían  combatido,  que  reco- 
nocían las  altas  prendas  del  ciudadano,  del  político,  del  jurisconsulto, 
del  hombre  privado,  que,  como  decía  el  doctor  don  José  P.  Ramírez, 


(1)  La  Nación  nunca  pagó  el  trabajo  del  doctor  Acevedo,  como  tampoco  la  República  Ar- 
gentina. Pero  ésta,  á  la  muerte  de  Aceredo,  resolTÍó  costear  la  educación  de  su  hijo  Eduardo, 
lo  que  la  sefiora  viuda  agradeció  pero  no  aceptó. 


DE    «MI  AfIfO  FOLÍTIOO»  75 


en  la  hora  de  su  muerte,  no  se  manchó  como  hombre  politieo  á  pesar 
de  la  apoca  ominosa  en  que  figuró  su  nombre^  rodearon  su  féretro,  en 
ese  momento  solemne,  acofi^iendo  « la  patria  con  veneración  las  ceni- 
«  zas  de  uno  de  sus  hijos  más  distinguidos  y  honorables  ».  El  Tem- 
plo fué  pequefio  para  contener  el  número  de  personas  de  todas  las 
nacionalidades  que  concurrieron  al  acto,  siendo  cantada  y  elogiada  su 
memoria  por  los  poetas  Alejandro  Magarifios  Cervantes,  Manuel  R* 
Trístán  y  Fermín  Ferreira  y  Artigas,  y  por  el  elocuente  escritor  ar- 
gentino don  Vicente  Fidel  López. 

«  Ni  los  pueblos  ni  los  individuos,  dice  un  escritor,  viven  exclusi- 
vamente de  voluntad  é  inteligencia;  viven  también  con  la  fantasía 
que  agiganta  la  realidad,  purificándolos,  y  más  que  nada  con  el  senti- 
miento, que  se  compenetra  con  los  grandes  sucesos,  se  hace  sangre  y 
carne  con  los  personajes  extraordinarios,  á  cuyo  alrededor,  como  el 
misticismo  en  la  cabeza  de  los  bienaventurados,  coloca  nimbos  lumi- 
nosos. 

«  Pero  los  que  estiman  grande  y  bella  á  la  historia  sin  verdad;  los 
amantes  de  la  ficción  fuera  del  arte,  combatiendo  á  los  que  en  la  es- 
fera del  arte  mismo,  sin  aparienci.^  verdadera  desechan  el  artificio, 
contradicen  el  espíritu  resueltamente  investigador,  analítico  y  práctico 
que  preside  á  nuestra  edad,  alentando  insaciable  deseo  de  penetrar 
todo  misterio.  Hoy,  que  se  mide  la  altura  de  las  cordilleras  por  milí- 
metros y  la  paralaje  de  los  astros  por  milésimas  de  segundo,  se  reco- 
mienda la  anatomía  moral  de  los  hombres;  se  hace  más  escrupulosa 
y  detenida  cuanto  el  objeto  más  se  elevó,  y  no  por  curiosidad  pueril 
6  satisfacción  vanidosa,  porque  la  operación  analítica  procura  mejor 
conocimiento  de  la  época,  de  la  región  del  hombre,  sobre  todo,  nunca 
bastantemente  estudiado. 

<  Por  esta  labor  ímproba  del  siglo  se  corrigen  errores  de  los  otros; 
caen  del  pedestal  estatuas  erigidas  por  la  lisonja;  se  alzan  las  que 
abatió  la  pasión.  Unos  descienden,  otros  se  rehabilitan,  presidiendo 
la  justicia  á  la  inspección  retrospectiva  que  por  turno  y  tiempos  trae 
muertos  conspicuos  á  la  mesa  de  disección,  á  fin  de  que  los  Vesalios 
modernos  de  la  filosoña  preparen  á  su  vista  lecciones  provechosas. 
Los  demoledores  de  consejas  rancias  y  de  reputaciones  inmerecidas, 
edifican  la  verdadera  historia  con  materiales  sólidos,  que  son  los  do- 
cumentos, por  regla  que  ya  sentó  nuestro  Mariana  al  preceptuar  que 
no  se  asiente  en  las  cuentas  partidas  sin  quitanza  >. 

Y  esto  es  lo  que  hemos  tenido  presente  al  narrar,  en  nueietra  insu- 
ficiencia habitual,  la  vida  de  este  hombre  extraordinario,  que  está 
esperando  su  historiador  digno  y  elocuente.  Nosotros  no  hemos  hecho 
sino  recordar  sus  sucesos  capitales,  citar  sus  documentos,  para  que 
otros  la  escriban;  y  si  hemos  lanzado  á  la  publicidad  estas  considera- 
ciones, así  imperfectas,  es  porque  en  la  vida  vertiginosa  que  se  lleva 


76  EDÜABDO  AOBVEDO 


en  este  país  apenas  si  tenemos  el  tiempo  para  la  crónica  y  la  correc- 
ción en  las  pruebas  de  los  apuntes  escritos  en  medio  á  la  lucka  por 
la  existencia. 

Queda  asi  honrada  la  memoria  del  que  no  tuvo  en  menos  conver- 
tirse en  maestro  de  escuela  para  enseñar  á  los  hombres  de  color  ¿  leer 
y  escribir,  á  fin  de  que  pudieran  ejercitar  sus  derechos  cívicos,  eterno 
suefio  de  los  buenos  ciudadanos,  en  lo  que  fué  más  grande  aún  por  la 
idea  que  personificaba  ese  acto  que  por  el  rol  de  maestro  que  desem- 
pefiaba,  imitando  de  esa  manera  al  país  que  en  nuestros  días,  con  la 
oariiüa  en  la  mano,  pudo  vencer  al  coloso  de  la  humanidad  civili- 
zada. 

¡  Qué  satisfacción,  decíamos  en  el  acto  de  colocar  el  cuadro  en  la 
Universidad,  para  el  setior  Rector  de  ella,  el  doctor  don  Alfredo  Vás- 
quez  Acevedo,  quien,  en  su  calidad  de  tal,  presidía  la  apoteosis  del 
que  fué  su  deudo  y  su  Mentor  en  la  vida  de  la  ciencia  y  del  derecho  I 


Á  PROPÓSITO  DE  UNA  RECTIFICACIÓN 


(De  *Mi  Año  Político*,  del  doctor  PtUomeque,  1892). 

La  historia  está  por  hacerse  en  nuestra  tierra.  El  que  desee  estu- 
diar á  fondo  una  época  tiene  que  realizar  una  verdadera  obra  de  ro- 
manos, porque  lucha  con  la  falta  absoluta  de  elementos  compilados. 
Todo  está  por  ahí,  diseminado,  ya  en  los  diarios,  ya  en  los  folletos, 
ya  en  los  manuscritos,  ya  en  las  tradiciones  orales,  sin  que  pueda 
decirse  dónde  se  encuentra  la  verdadera  verdad  histórica»  sino  des- 
pués de  estudiados  todos  esos  antecedentes  y  confrontádolos  para 
deducir  la  consecuencia  justa  y  razonada.  Verdadero  servicio  presta- 
ría al  país  aquel  ciudadano  que  no  hiciera  más  que  indicar  los  títu. 
los  y  las  fechas  de  los  opúsculos  políticos  y  libros  históricos  dados 
á  luz,  para  así  poder  ocurrir  á  esa  fuente  en  busca  de  nuestras  tra- 
diciones, sin  odios  y  sin  preocupaciones  partidistas.  Existe  entre  nos- 
otros una  manera  original  de  amar  á  la  patria,  y  es  la  de  ocultar 
su  historia  á  las  generaciones  futuras,  prefiriendo,  las  familias  que 
conservan  manuscritos  ó  archivos  útiles,  que  desaparezcan  apelilla- 
dos ó  en  manos  del  pulpero  antes  que  enriquecer  con  ellos  nuestra 
biblioteca  pública  ó  la  de  algún  hombre  dedicado  á  las  letras. 

Entre  esos  archivos  importantes  recordamos  la  existencia  del  del 
doctor  Solano  Antuña,  que  dejó,  según  nuestro  recuerdo,  memorias 
de  gran  valor  histórico,  llamadas  á  ilustrar  más  de  un  suceso  oscuro; 


bS   «MI  A^O  POL^TIdO»  ii 


encontrándose  en  su  archivo  documentos  de  hombres  públicos  que 
iluminan  sus  personalidades.  Podemos  aseverar  que  allí  vimos,  un 
día»  una  carta  fechada  del  afio  27,  dirigida  por  el  general  don  Ma- 
nuel Oribe  al  general  don  Juan  Antonio  Lavalleja»  que  levantaba 
bien  alta,  en  el  suceso  á  que  se  refería,  la  personalidad  histórica  del 
primero,  digna,  en  ese  caso,  de  ponerse  como  modelo  de  austeridad 
republicana. 

<Ah!  mi  amigo,»  nos  decía  entonces  el  doctor  Antufia,  «estudiando 
<  esos  documentos  se  vería  de  qué  triete  manera  se  amasó  la  leva- 
«  dura  de  nuestra  patria!  ¡qué  división  en  los  hombres  de  la  épocal 
«  ¡qué  anarquía  j  qué  desorden!» 

¿A  dónde  habrá  ido  á  parar  ese  archivo?  ¿habrá  caído  en  manos 
que  sepan  apreciar  su  mérito  histórico?  ¿no  se  perderá  ó  no  será 
ocultado  por  mano  interesada,  si  fuera  á  poder  de  algún  ciudadano 
fanático,  capaz  de  sobreponer  su  partidarísmo  á  los  intereses  bien 
entendidos  de  la  historia? 

Sabemos  de  otro  archivo  de  familia,  en  el  que  hay  algunos  docu- 
mentos interesantes  sobre  el  fraile  Monterroso,  relacionados  con  los 
comienzos  de  nuestra  dramática  nacional,  que,  por  un  egoísmo  in- 
disculpable, ó  por  razones  que  no  nos  explicamos,  nunca  hemos  po- 
dido conseguirlo,  para  esttuiiarlo,  no  obstante  las  vinculaciones  que 
nos  unen  á  sus  felices  poseedores. 

Quizá  mañana  suceda  con  ese  archivo  lo  que  ha  muy  pocos  días 
aconteció  con  una  producción  literaria  de  Luis  Magaríños  Cervan- 
tes, uno  de  esos  tantos  talentos  sacrificados  en  aras  de  nuestra  po- 
lítica personal.  Ha  muy  poco  apareció  en  poder  de  un  tercero  un 
manuscrito  de  aquel  inteligente  escritor,  conteniendo  la  primera  parte 
de  una  novela,  titulada:  Arturo  y  Elisa,  adquirida  en  uno  de  esos  cen- 
tros adonde  afluye  el  pobre  en  el  último  trance  de  su  vida.  La  es- 
posa del  escritor  tuvo  conocimiento  del  hecho,  y  la  novela  fué  resca- 
tada al  precio  de  una  libra  esterlina!  ^ . . 

No  debe  extrañarnos  nada  de  esto,  porque  en  la  misma  Francia  se 
ha  perdido,  quizá  apelillada  ó  por  la  acción  de  las  manos  de  los  ni- 
ños, jugando  con  ella,  la  célebre  bandera  que  el  Grobierno  de  la  épo- 
ca había  ofrecido  á  Bonaparte  en  recuerdo  de  la  acción  librada  en 
el  puente  de  Areola  y  que  él  había  transmitido  al  jefe  que  realmen- 
te se  destacó  en  ese  difícil  trance  de  la  vida  militar:  á  Lannes! 

De  todo  esto  se  deduce  que  es  llegada  la  hora  de  llevar  adelante 
el  pensamiento  que  tuvo  su  principio  de  ejecución,  allá  por  los  años 
83  á  85,  de  organizar  una  sección  de  historia  con  los  documentos  que 
se  le  donaran  al  Ateneo  del  Uruguay,  cuyo  pensamiento  pertenecía 
al  doctor  don  Carlos  María  Ramírez,  y  que  nosotros  aplaudimos,  de 
todo  corazón,  desde  el  extranjero,  enviando,  como  una  muestra  de 
nuestra  adhesión,  los  originales  correspondientes  á  la  fundación  de  Be- 


?8  ÉDÜAÉDO  ACBtfiD(> 


lén  por  Jorge  Pacheco,  y  una  partida  de  bautismo  del  general  don 
Juan  Antonio  Lavalleja,  de  la  que  resultaba  que  se  ignoraba  el  día  del 
nacimiento  del  jefe  ilustre  de  los  33  Orientales.  Por  esta  razón  inci- 
tábamos al  doctor  Ramírez  á  que  iniciara  on  expediente  para  acredi- 
tar la  fecha  precisa  de  ese  nacimiento,  por  medio  de  las  declaraciones 
de  los  miembros  de  la  familia.  (^) 

Para  realizar  esa  obra  es  necesario  herir  el  sentimiento  patrio,  inte- 
resar á  la  familia  uruguaya,  para  que  se  penetre  del  mal  que  hace  á 
la  nacionalidad  al  ocultar  la  existencia  de  archivos  que  pertenecen  á 
la  historia,  para  bien  de  sus  jóvenes  generaciones.  Sí>  á  ella  debemos 
dirigirnos,  para  que  se  desprendan  de  esos  archivos,  donándolos  á 
quienes  puedan  utilizarlos  en  beneficio  de  la  nación  y  de  las  letras. 
Un  pueblo  sin  historia,  sin  tradición,  carece  de  alma  para  los  grandes 
sacrificios.  £d  cual  un  templo  sin  prosélitos  que  le  adoren  y  le  visi- 
ten, levantado  en  medio  del  desierto. 

Se  nos  han  ocurrido  estas  consideraciones  con  motivo  de  unas 
reetificadanes  históricas  hechas  por  el  doctor  don  José  María  Mufioz, 
á  consecuencia  de  los  rasgos  biográficos  del  doctor  don  Eduardo 
Acevedo,  publicados  en  esta  obra,  y  escritos  por  la  señora  viuda  de 
tan  ilustre  ciudadano,  i^i 


(1)  Gomo  esto  no  ae  hiciera,  nosotros  nos  preoeupamos  del  hecho,  j  supimos  que  el  genenU 
Lavalleja  festejaba  su  natalicio  el  día  aniversario  de  la  taballa  de  Sarandf.  Pero,  eñ  el  caso  de 
preguntar:  ¿  y  antes  de  Sarandf  cuándo  se  fratejaba  7  Sin  embargo,  recordamos  que  el  24  ¡U 
junio  de  1826^  Rivera  pidió  al  general  Lavalleja  la  libertad  de  Isaac  Calderón,  por  9er  el  día  d$ 
su  eumpleañoa, 

^2)  Tftmbién  las  hicieron  en  El  Día  los  señores  don  León  Palleja  y  don  L.  Machado  y 
Bitencourt.  He  aquí  los  puntos  rectificados: 

c  La  formación  tuvo  lugar  en  rata  forma  :  en  la  calle  del  Rincón  la  guardia  nacional;  á  la 
izquierda,  del  lado  de  la  plaza,  el  batallón  Palleja,  y  á  la  derecha  el  del  coronel  Solsona;  es 
decir,  la  primera  entre  los  dos  grandes  batallones  de  línea,  repletos  de  municiones  ». 

c  La  noche  antes  en  una  reunión  que  tuvo  lugar.  Pacheco  y  Obes  le  dijo  al  coronel  don 
José  María  Solsona  que  le  encargaba  que  fuese  él  quien  hiciera  la  descarga  sobre  la  guardia 
nacional;  pero  él  no  aceptó,  diciendo  resueltamente  que  no,— que  él  nunca  haría  fuego  sobre 
una  agrupación  de  hombres  desarmados.  Entonces  Palleja  se  ofreció  á  hacer  el  fusilamiento  ». 

El  otro  recorte  dice  así: 

«En  un  viaje  que  hizo  Acevedo  á  Montevideo,  se  le  presentó  una  señora,  didéndole  que  iba 
á  pedirle  en  nombre  de  su  hermano,  el  oficial  Pagóla,  que  era  el  que  le  había  salvado  la  vida 
el  18  de  julio  en  la  calle  del  Cerrlto,  que  tratase  de  mejorar  su  situación— que  era  muy  des- 
graciada—que  estaba  preso  en  la  Unión  y  que  era  prisionero  de  Quinteros.  Acevedo  inmedia- 
tam^ite  tomó  un  coche  y  se  trasladó  allí.  £1  siempre  había  deseado  saber  quién  era  aquel  ofi- 
cial al  que  le  debía  la  vida,  y  en  ese  momento  lo  acababa  de  saber:  era  el  oficial  Pagóla,  que 
después  fué  general  Pagóla». 

« Al  entrar  en  el  calabozo  se  reconocieron  y  se  dieron  un  abrazo  afectuoso.  Entonces  le 
refirió  Pagóla,  que  cuando  lo  encontró  el  18  de  julio  Uemiba  «n  su  btAailld  la  orden  esarita  y  /ir- 
mada  ficñr  BudieaOt  eomo  la  tenUm  loa  demás  ofieialeaj  de  matarlo  en  omaiquiBr  parte  que  lo  sneon^ 
trasm]  pero,  al  verlo  tomar  aquella  actitud  tan  valiente,  poniéndosele  delante,  con  los  brazos 
cruzados,  esperando  ser  fusilado,  le  interesó,  y  admirando  su  valor,  mandó  guardar  la  orden 
á  sus  soldados  y  le  hizo  un  saludo  ». 


DlB  cifr  aI^o  poiirioo»  ?d 


No  fueron  éstas  las  únicas  reotiíicacíones  históricas.  Sabemos  que 
un  deudo  del  señor  Bernardo  P.  Berro  se  dirigió  á  uno  de  los  seño- 
res bióg^rafos  del  doctor  Acevedo  dándole  antecedentes  muy  intere- 
santes, y  haciéndole  indicaciones  de  sumo  valor,  que  ahí  quedarán 
tpiardadas,  é  ignoradas,  quizá,  causando  un  perjuicio  á  la  historia  na- 
cional, hasta  que  se  apelille  la  carta  6  algún  pulpero  la  use  para  en- 
volver azúcar  6  maíz. . . 

Hubiéramos  deseado  que  esa  carta  se  publicara  ó  que  se  nos  hubie- 
ra dirigido  á  nosotros,  para  incluirla  en  esta  obra,  ya  que  teníamos 
alguna  responsabilidad  en  el  hecho,  prestando  así  un  verdadero  ser- 
vicio á  la  historia  del  país. 

Niega  el  doctor  Muñoz  el  contenido  de  los  dos  párrafos  de  la  bio- 
grafía escrita  por  la  señora  viuda,  que  insertamos  en  la  nota  anterior, 
calificándolos  de  <  un  conjunto  de  afirmaciones  tan  absurdas  y  fal- 
<  sas^  como  calumniosas  ». 

Entre  la  palabra  del  doctor  don  José  María  Muñoz,  actor  en  los 
sucesos,  parte  interesada,  por  consiguiente;  y  la  de  la  señora  viuda 
del  doctor  don  Eduardo  Acevedo,  que  habla  de  los  sucesos  que  su 
esposo  le  ha  comunicado,  que  se  han  producido  en  el  hogar,  refirién- 
dolos de  una  manera  concreta,  con  pelos  y  señalesy  diremos,  como 
aquello  de  la  visita  de  la  señora  hermana  de  Pagóla  al  doctor  Ace- 
vedo, de  la  entrevista  en  el  calabozo  entre  el  salvador  y  el  salvado, 
del  abrazo  y  reconocimiento  de  ambos  y  hasta  de  la  libertad  y  pro- 
tección á  Pagóla  llev  índole  á  Buenos  Aires  con  recomendación  del 
doctor  Acevedo  para  el  general  Mitre,  por  cuya  influencia  ingresó  en 
el  Ejército  Argentino, — se  queda  perplejo  el  espíritu. 

¿Quién  relata  hechos  absurdos,  falsos,  y,  por  añadidura  calumnio- 
sos? ¿puede  esa  relación  de  la  señora  viuda  obedecer  á  un  espíritu  de 
partido?  ¿habrá  flaquealo  la  memoria  de  uno  de  los  dos  cronistas, 
con  el  transcurso  del  tiempo?  ¿puede  la  pasión  política  hablar  aún 
en  el  corazón  del  doctor  Muñoz  llevándole  hasto  ser  injusto  con  la 
memoria  del  que  fué  su  íntimo  amigo,  pero  decidido  adversario  po- 
lítico? 

La  señora  viuda  del  doctor  don  Eduardo  Acevedo  no  ha  relatado 
hechos  absurdos,  en  primer  lugar,  porque  absurdo  es  lo  contrario  y 
opuesto  á  la  razón,  ó  un  dicho  y  hecho  repugnante  á  la  razón;  y  na- 
die podrá  asegurar  que  aquello  sea  opuesto  y  repugnante  á  la  razón, 
tratándose  de  militaras  indisciplinados,  sin  amor  á  las  instituciones 
y  sin  respeto  á  la  autoridad  pública,  que  se  resuelven  á  cometer  un 
delito  de  lesa  patria,  previsto  en  la  Constitución,  produciendo  un  mo- 
tín militar,  en  la  misma  plazo,  en  el  acto  de  solemnizarse  la  Jura  de 
aquélla,  que  así  afrentaban.  Obedecían  á  esa  escuela  militar  linár- 
quica  de  que  más  de  un  ejemplo  dieron  los  soldados,  jefes  y  oficia- 
les del  sitio  de  Montevideo,  prontos  á  seguir  el  espíritu  levantisco 


¿o  ISDÜARbO   AOfiVBbO 


de  loB  directores  de  las  fracciones  personales  que  allí  actuaban  y 
que  en  muchas  ocasiones  pusieron  en  conflicto  al  Oobiemo  de  ella 
derramando,  no  ya  la  sangre  de  sus  enemigos,  sino  la  de  sus  propios 
amigos,  como  sucedió  con  Estivao  y  otros. 

Sí,  ese  espíritu  UvantiscOy  que  en  más  de  una  ocasión  se  manifestó 
entre  los  elementos  militares,  dentro  de  la  plaza  de  Montevideo,  po- 
niéndola en  serios  conflictos,  hasta  el  punto  de  amenazarse  de  muer- 
te á  hombres  como  Lamas,  era  el  que  conducía  á  jefes  y  oficiales  y 
ciudadanos  como  Palleja,  Pacheco  y  Obes,  Muñoz  y  Solsona,  á  pro- 
ducir el  movimiento  criminal  del  18  de  julio  de  1853;  cuyo  desenlace 
final,  á  favor,  no  de  sus  iniciadores,  en  lo  que  fueron  víctimas  de  sí 
mismos,  sino  del  general  Flores,  del  caudillaje,  en  una  palabra,  tuvo 
lugar  en  septiembre  del  mismo  año,  respondiéndose  así  á  esa  ley  de 
dinámica  social  que  había  producido  á  Artigas,  Otorguez,  Andresito« 
Rivera,  Oribe,  Flores  y  Medina,  en  épocas  anteriores,  y  á  Latorre  y 
Santos  en  la  época  presente;  mientras,  en  la  actualidad,  incubaba  á 
otros  que  habrían  de  pasar  á  la  historia  por  obra  de  los  mismos  hom- 
bres de  pensamiento  de  ese  llamado  partido  liberal. 

No,  no  repugna  á  la  razón  el  hecho  afirmado  por  la  señora  viuda 
del  doctor  Acevedo  como  acaecido  con  el  capitán  Pagóla,  en  presen- 
cia de  sucesos  más  graves  atestiguados  por  los  cadáveres  de  los 
guardias  nacionales;  por  el  delito  de  lesa  patria;  por  la  persecución 
tenaz  llevada  al  hermano  del  doctor  Acevedo,  hasta  herirlo  dos  ve- 
ces; por  el  motín  militar  triunfante;  por  los  elementos  creados  en  esa 
falla  de  respeto  á  la  autoridad  y  de  la  ninguna  educación  política  de 
los  que,  acostumbrados  á  luchar  contra  un  gobierno  constitucional, 
no  alcanzaban  á  comprender  cómo  no  tenían  la  dirección  del  gobier- 
no de  la  sociedad,  después  de  la  jornada  del  Sitio  de  los  nueve  años, 
y  de  los  elementos  de  fuerza  que  ahí  estaban  á  su  disposición  por 
obra  y  gracia  del  propio  gobernante  que  iban  á  derribar. 

Consideraban  que  era  una  irrisión  de  la  suerte  la  de  encontrarse 
con  un  Presidente  como  Oiró,  ellos  que  habían  llevado  triunfantes 
las  armas  orientales  al  palomar  de  Caseros  y  de  Santos  Lugares,  y 
que  aún  las  tenían  en  sus  manos  para  abatir  el  poder  de  la  ley  y  el 
principio  gubernamental  en  nombre  de  la  fuerza  bnita  y  de  perso- 
nalismos indignos  de  ciudadanos  que  aman  su  país  y  que  se  dan 
cuenta  de  los  resultados  fatales  de  las  revoluciones,  cuando  éstas  se 
hacen  contra  gobernantes  que  no  se  pueden  calificar  de  déspotas  ni 
de  tiranos,  como  no  lo  era  el  distinguido  patricio  don  Juan  F.  Giró,  pa- 
ra gloria  y  honor  de  nuestra  nacionalidad. 

La  afirmación  de  falsedad  no  es   tampoco  fundada,  porque  si  el 
señor  Pagóla  no  se  lo  comunicó  años  más  tarde  al  señor  Muñoz, 
tor  en  esos  sucesos,  y  hasta  de  quien  pudo,  así  encarado  el  asu 
dimanar  también  la  orden,  y  encontrarse  ahí  la  explicación  del   ' 


Eduardo  Acevedo  y  Joaquina  Vásquez  de  Acevedo 

en  la  Cpoca  d«  su  matrimonio  il840> 


1>É  fiii  Affo  POLfnoo»  81 


cío  lielica  lo  de  Parola  para  coa  el  suílor  Muíloz,  eáo  uo  quiere  de- 
cir que  no  96  la  comunicara  al  doctor  Acevedo  á  quien  salvó  la  vida 
en  ese  dia  nefasto  para  la  causa  de  las  instituciones  libres,  (^) 

£1  doctor  Aoevedo  no  se  iba  á  dar  el  placer  de  entrar  á  su  casa  el 
18  de  julio  de  1853  y  decir  á  su  familia:  tlebo  la  vida  á  un  adversario^ 
cuyo  nombre  ignoro.  £1  doctor  Acevedo  no  iba,  aftos  más  tarde»  á  re- 
cordar á  su  familia  el  suceso,  para  vincularlo,  y  decirle:  acabo  de  sa- 
ber que  m%  salvador  se  llamaba  Manuel  Pagóla  y  que  tenia  la  orden 
escrita  de  Pacheco  para  matarme  donde  me  encontrara. 

£1  doctor  Acevedo  no  era  un  farsante,  ni  tenía  para  qué  hacer  far- 
sas en  esos  dos  momentos  tan  solemnes  para  el  país,  en  que  el  espí- 
ritu estaría  entristecido  y  anonadado. 

Lo  que  relata  la  señora  viuda  no  es  una  falsedad  ni  una  parciali- 
dad. Más  aún:  no  puede  desmentirlo  el  doctor  Mufloz,  porque  él  no 
ha  estado  en  el  interior  del  hogar  cuando  aquel  ilustre  ciudadano 
comunicaba  tales  hechos  á  su  muy  digna  esposa. — No  hay  parciali- 
dad^ porque  la  propia  biografía  escrita  por  la  señora  viuda  revela 
que  no  la  guía  el  ánimo  de  abatir  á  ningún  partido.  £1  relato  de  lo 
sucedido  en  el  Gerrito  prueba  su  imparcialidad . . . 

Si  se  quisiera  argumentar  con  que  la  edad  ha  podido  debilitar  los 
órganos  de  la  memoria,  contestaríamos  que  el  doctor  Muñoz  no  se 
encuentra  en  mejores  condiciones  que  la  señora  viuda,  la  cual  goza 
de  una  perfecta  salud  y  se  halla  en  el  completo  dominio  de  sus  fa- 
cultades mentales. 

Después  de  lo  dicho  queda  sin  base  la  afirmación  de  que  lo  relatado 
por  la  señora  viuda  de  Acevedo  sea  calumniosoy  pues  no  se  trata  de 
una  «acusación  falsa,  hecha  maliciosamente  para  causar  daño»,  que  es 
lo  que  importa  la  palabra  calumnia-  Se  trata  de  la  relación  de  un 
hecho  histórico,  transmitido  á  la  posteridad  por  la  relación  oral  de  un 
hombre  ilustre  y  honrado,  cual  lo  era  el  doctor  Acevedo,  incapaz  de 
inventar  lo  que  no  le  había  acaecido.  Y,  en  presencia  de  la  afirma- 
ción de  éste,  revelada  por  su  viuda,  y  C^)  de  la  negativa  del  doctor  Mu- 


(1)  El  afio  1876  á  77  el  ffeneral  Pftgola  se  lo  relataba  al  mismo  doctor  don  Juan  Garlos 
Blanco. 

(2)  He  aquf  lo  que  recientemente  dice  Jorge  Herelle  en  su  artículo  Oavroehs  eanonnier:  cHa 
locado  el  tumo  á  los  humildes,  á  los  peqneQos:  ahora  no  desdeñamos  ningún  testimonio,  y, 
después  de  haber  recogido  la  declaración  de  los  generales  y  de  los  diplomáticos,  escuchamos 
aún  con  curiosidad,  con  simpatía,  aquella,  más  modesta,  de  un  capitán,  de  un  suboficial,  de 
un  simple  soldado.  ¿Por  qué  no?  Una  nación  no  es  una  máquina  en  la  que  un  mecánico  pon- 
'-^~  en  Juego  los  rodajes  ciegos;  ella  se  compone  de  hombres  que  tienen  también  sus  senti- 

tos,  sus  ideas  y  sn  alma.  Nos  hemos  apercibido  de  que  esta  alma  popuUr  no  es  menos 
a  de  estudio  que  las  intrigas  de  la  política  y  los  planes  de  campaña  de  los  Jefes  miüta- 
Las  memorias  de  un  Cotgnet,  de  un  Curely,  de  un  Fricasse,  han  tomado  para  nosotros 
iDortaada  de  documentos  morales». 


8¿  iBbUARDO  AOBVEDO 


fioz,  actor  en  eaos  sucesos,  toca  á  la  crítica  histórica  averiguar  el  grado 
de  verdad  que  una  y  otra  revisten.  No  hay  documento  escrito  que 
pruebe  que  existió  la  tal  orden,  como  tampoco  existe  el  que  compruebe 
que  el  general  Palleja,  de  origen  español,  se  comprometía  á  fusilar  á 
la  Guardia  Nacional,  que,  indefensa,  fué  á  la  Plaza  Constitución,  el 
18  de  julio,  á  festejar  el  aniversario  patrio,  con  ramos  de  flores  en  los 
cañones  de  los  fusiles,  á  falta  de  municiones. 

Si  ese  documento  escrito  no  existe,  como  lo  añrmaba  Pagóla,  ahí 
están  esa  afirmativa  dal  doctor  Acevedo  y  esa  negativa  del  doctor 
Muñoz,  que  valen  tanto  la  una  como  la  otra,  aun  en  el  peor  de  los 
casos. 

No  eería  el  momento  de  entrar  á  exponer  esa  crítica  histórica.  De- 
beridiiios  limitarnos  á  lo  expuesto  para  demostrar  que,  cuando  la  se- 
ñora viuda  de  Acevedo  aseveró  aquéllo,  no  dijo  nada  absurdo^  falso 
ni  calumnioso,  sino  que  relató  un  hecho  natural^  verdadero  é  kisto' 
rico.  Ahora,  si  el  señor  Pagóla  faltó  á  la  verdad,  eso  no  importaría 
demostrar  que  lo  afirmado  por  la  ilustre  dama  haya  sido  un  hecho 
malicioso,  inventado  por  ella,  para  dañar  la  memoria  del  señor  gene- 
ral don  Melchor  Pacheco  y  Obes.  Si  éste  era  un  hombre  digno  y  ho- 
norable, no  menoH  lo  era  el  ilustre  ciudadano  doctor  Acevedo,  quien, 
en  más  de  una  ocasión,  supo  prestar  verdaderos  servicios,  de  esos 
que  no  se  olvidan,  á  sus  peores  enemigos,  que  ahora  no  han  tenido 
una  palabra,  no  ya  para  enaltecer  sus  virtudes  políticas,  pero  ni  si- 
quiera para  recordar  sus  cualidades  elevadas  de  hombre  y  juriscon- 
sulto, bien  notorias  hasta  para  los  mismos  que  han  creído  de  su  de- 
ber guardar  silencio  al  respecto. 

Si  no  fuera  que  tomaría  demasiado  vuelo  el  asunto,  para  un  libro 
como  éste,  con  placer  trazaríamos  los  perfiles  de  la  alta  personalidad 
del  general  don  Melchor  Pacheco  y  Obes,  hombre  de  gran  corazón, 
de  donde  nacían  sus  propios  defectos,  explotados  por  sus  amigos,  de 
palabra  elocuente,  de  alma  valiente,  de  espíritu  abnegado,  y  de  quien 
dijo  Juan  Garlos  Gómez,  en  el  acto  de  inhumarse  sus  restos :  «La 
«  manifestación  que  rodea  esta  tumba,  hija  del  amor  y  de  la  gratitud 
<  del  pueblo,  era  merecida  por  el  hombre  que  mejor  personificaba  la 
«  Defensa  de  Montevideo,  salvada  por  él  dos  veces:  la  segunda, 
«  echando  sobre  si  la  responsabilidad  de  un  suceso  que  ac^tó  cu- 
«  briendo  con  su  persona  á  sus  propios  amigos,  y  escudando  con  su 
«  prestigio  las  garantios  de  sus  adversarios^,  (^) 

Sí,  con  placer  haríamos  ese  estudio,  para  demostrar  todo  lo  que  he< 
mos  adelantado  en  culto  á  la  patria,  y  el  error  de  aquéllos  que  creían 
hallar  la  solución  del  problema  en  las  revoluciones,  sólo  porque  sus 


(1)  VéMe  El  OmBnio  del  Ptaía,  del  22  de  junio  de  1866. 


i>£  €Mi  áHo  poiirioo»  8á 


ideas  personales  iio  habían  triunfado  en  loa  comicios  ó  en  los  parla- 
mentos, trastornándolo  todo,  de  esa  manera,  sin  obtener  beneficio  al- 
guno para  la  causa  del  bien.  Demostraríamos,  con  la  crítica  histó- 
rica, que  de  esas  revoluciones  inútiles,  y  especialmente  de  la  del  18 
de  julio  de  1853,  han  surgido  todos  nuestros  males,  y  que  lo  que  le 
faltó  á  Pacheco  y  Obes,  como  á  César  Díaz  y  á  todo  su  círculo,  fué 
penetrarse  de  lo  que  hoy  se  ha  penetrado  el  distinguido  ciudadano 
doctor  don  J(yié  María  Muftoz  :  de  que  la  mejor  de  las  revolucionea  no 
es  preferible  á  la  peor  de  las  elecciones. 

Si,  eso  demostraríamos,  haciendo  resaltar  que  el  criterio  de  los 
hombres  de  la  época  no  se  limitaba  á  combatir  ideas,  sino  que  aspi  - 
raba  á  abatir  enemigos,  á  hacerlos  desaparecer  j  á  matar  partidos^  para 
que  no  se  volviera  á  hablar  d^  ellos^  como  decía  el  doctor  don  Pedro 
Bustamante  en  1856,  en  carta  dirigida  al  sefior  Barrios  y  que  tenemos 
en  nuestro  poder. 

Con  ese  criterio  erróneo  era  que  el  general  César  Díaz  mandaba  en 
1853,  que  se  fusilara  á  don  Bernardo  P.  Berro,  donde  se  encontrara, 
y  quienquiera  que  lo  encontrara;  sí,  con  ese  mismo  criterio  que  afios 
antes  se  había  cometído  el  asesin(xto  legal  del  honrado  vecino  don 
Luis  Baena  por  el  mismo  general  don  Melchor  Pacheco  y  Obes,  en 
momentos  supremo?,  para  inspirar  miedo  y  terror,  (^)  crimen  de  que 
se  arrepentía  el  doctor  don  Andrés  Lamas  en  las  confidencias  que 
más  de  una  vez  nos  hizo  y  á  que  se  refería  en  su  Manifiesto  de  1855 
cuando  decía:  no  me  dejaré  salpicar  de  la  sangre  del  crimen;  harto  he 
llorado,  harto  lloro  la  que  en  otro  tiempo  me  salpicó;  si,  con  ese  mismo 
criterio  que  años  más  atrás,  más  remotos,  se  había  asesinado  á  Dorrego» 
no  por  el  abnegado  Lavalle,  no,  sino  por  el  círculo  que  luego  se  re- 
f Ulpo  en  Montevideo,  del  que  formaba  parte  Pacheco  y  sus  amigos,  y 
que  con  el  ilustrado  doctor  Carril  sostenía,  aplaudiendo  el  crimen  en 
la  persona  del  malvado  Dorrego:  «  que  si  para  llegar  siendo  digno  de 
un  alma  noble  es  necesario  envolver  la  impostura  con  los  pasapor- 
tes de  la  verdad,  se  embrolla;  y  si  es  necesario  mentir  á  la  posteri- 
dad, se  miente  y  se  engaña  á  los  vivos  y  á  los  muertos,  dice  Ma- 
quiavello:  verdad  es,  que  así  se  puede  hacer  el  bien  y  el  mal;  pero 
es  por  lo  mismo  que  hay  tan  poco  y  grande  en  las  dos  líneas. . .  la 
posteridad  consagra  y  recibe  las  deposiciones  del  fuerte  ó  del  im- 
postor que  venció,  sedujo  y  sobrevivió,  y  sofoca  los  reclamos  y  las 
protestas  del  débil  que  sucumbió  y  del  hombre  sincero  que  no  fué 
creído».  ^) 


(1)  VéuiM  páginas  143  á  168  de  la  SMoriapom»  y  mUiiar  detaa  Rapúblioas  del  PUUa,  por 
don  Antonio  Días,  tomo  6.*.  El  doctor  Acevedo  fué  nombrado  defensor  de  Baena,  pero  no 
pudo  defenderlo  por  ei  mai  ufado  de  tu  eaimd, 

(2)  SI  §mwral  Lavalíe  anie  la  ptatMa  pótiuma,  por  Ángel  Justinlano  Garrama,  página  69. 


9i  ÉDUARlH)  AOEVBDO 


Sí,  demoBtraríamos  que  esa  escuela  de  la  mentira,  del  espíritu  de 
las  revoluciones,  de  la  doctrina  de  abatir  al  enemij^o,  sin  tener  en 
cuenta  los  fines  de  los  partidos  políticos  en  el  equilibrio  del  gobierno 
de  una  sociedad,  como  lo  recuerda  Lanirey  en  sus  estudios  biográ- 
ficos, es  la  que  aún  domina  en  el  escenario  del  país  y  la  que  nos  ha 
producido  la  hecatombe  del  11  de  octubre  de  1891,  y  con  ella  el  ase- 
sinato del  doctor  don  Pantaleón  Pérez  y  demás  víctimas  de  esa  no- 
che nefasta. 

La  crítica  histórica  no  se  califica  de  calumnia.  Para  la  historia  no 
hay  calumnia,  cuando  el  hecho  afirmado  se  apoya  en  documentos  6 
en  la  tradición  oral.  Lo  que  hay  es  que  una  prueba  puede  ser  des- 
truida por  otra  nueva,  desconocida;  y  entonces  lo  que  se  tenía  por 
exacto  no  transmitirse  desde  luego  como  tal  á  la  posteridad,  una  vez 
que  la  crítica  las  estudia  y  las  compara.  Pero,  como  decimos,  en  his- 
toria no  hay  calumnia.  Sólo  hay  crítica  más  ó  menos  mejor  fundada, 
según  los  antecedentes  viejos  ó  nuevos,  y  aún  hasta  según  la  escuela 
histórica  á  que  se  pertenezca.  Todos  estos  antecedentes,  á  falta  de 
documentos,  que  no  siempre  se  dejan  para  la  historia,  salvo  esas  sen- 
tencias que  destilan  sangre  como  la  de  Baena  ó  como  la  formulada, 
por  la  nobleza  de  Lavalle,  que  la  dejó  para  con  Dorrego,  son  las  que 
utilizaría  la  crítica  histórica  para  sostener  que  lo  que  el  capitán  Pa- 
góla comunicó  en  1858  al  doctor  Acevedo,  y  que  repitió  cuando  ya 
era  general,  en  1876,  al  doctor  don  Juan  Carlos  Blanco,  y  á  cuantos 
quisieran  oirlo,  según  él  lo  decía,  no  era  sino  un  hecho  verosímil, 
consecuencia  natural  de  todas  aquellas  causas  y  de  la  guerra  á  que 
fatalmente  era  arrastrado  el  país  en  esas  épocas  tristísimas,  en  que 
no  había  tiempo  para  reflexionar  fría  y  desapasionadamente. 

Pacheco  y  O  bes,  como  Lavalle,  eran  hombres  de  corazón.  Por  eso 
en  el  día  de  la  muerte  del  primero  el  autor  de  nuestros  días  iniciaba, 
en  el  Parlamento,  el  proyecto  de  premiar  en  la  persona  de  la  viuda 
del  guerrero  los  méritos  del  muerto,  acompañado  en  esa  tarea  por  el 
mismo  doctor  don  José  María  Mufíoz,  que  pedía  las  honras  fúnebres 
que  se  merecía  el  que,  siendo  argentino,  optó  en  los  tristes  y  difieiles 
trances  para  nosotros,  por  la  nacionalidad  uruguaya,  y  eso,  en  los  mo- 
mentos en  que  los  horizontes  de  la  tierra  argentina  aparecían  espíen- 
didos  y  en  la  que  se  le  ofrecían  altos  puestos  públicos  en  homenaje  á 
sus  elevadas  cualidades, 

Pero,  ponemos  punto  final  á  estas  rectificaciones  históricas,  para 
sostener  que  la  crítica,  dados  estos  antecedentes,  no  podría  conside- 
rar falso,  absurdo  y  calumnioso,  que  quien  se  ponía  al  frente  de  un 
motín  militar,  que  era  lo  más  grave,  no  se  preocupara  de  la  cabeza 
del  jefe  contrario,  como  lo  era  el  doctor  Acevedo  en  esos  momentos, 
y  que  no  se  pretendiera  hacerlo  desaparecer,  en  el  acto  de  la  lucha, 
recomendándoselo  así  á  los  soldados.  Otro  tanto  sucedió  en  1875,  en 


DE  «MI  AUfO  POLfnoo»  85 


esa  misma  Plaza  Constitución,  con  otro  hombre  de  pensamiento,  re- 
dactor del  diario  La  Democrada'-^l  doctor  don  Francisco  Lavan- 
deiral 

Pero,  basta!  y  exclamemos  como  Dorrego,  quien,  al  comunicársele 
que  dentro  de  una  hora  sería  fusilado,  dijo,  dándose  un  fuerte  golpe 
en  la  frente: 

«I  SANTO    DIOS  I» 

Y,  ya  que  nos  ocupamos  del  doctor  Acevedo,  queremos  recordar  al- , 
gunos  antecedentes  nuevos,  que  han  llegado  á  nuestro  conocimiento 
al  estudiar  el  punto  histórico  que  motivó  la  rectiñcación  del  doctor 
Muñoz. 

Después  de  la  revolución  del  18  de  julio  del  53,  que  tuvo  su  desen- 
lace recién  en  septiembre  del  mismo  año,  fundada  en  el  fútil  pretex- 
to de  que  el  señor  Presidente  de  la  República  no  nombraba  tres  je- 
fes poiiitcos  que  designaban  los  colorados,  y  no  en  ninguna  tiranía 
del  Poder  Ejecutivo,  los  autores  de  la  revolución  se  vieron  entonces 
como  se  habían  visto  en  julio:  con  que  en  vez  de  trabajar  para  ellos 
habían  trabajado  para  el  general  don  Venancio  Flores,  á  quien  más 
tarde  le  habían  de  hacer  también,  ellos  mismos,  otra  revolución,  cu- 
yos resultados  finales  igualmente  le  serían  fatales,  como  demostra- 
ción irrefutable  de  que  los  medios  violentos  sólo  sirven  para  dar  im- 
portancia al  caudillaje,  sin  remediarse  ninguno  de  los  males  existen- 
tes, sino  agravándolos. 

Pues  bien,  después  de  septiembre  de  1853,  vino  la  célebre  Cámara 
doble,  en  la  que  los  conservadores  como  don  José  María  Muñoz  fue- 
ron vencidos  por  los  elementos  ultras^  yendo  á  la  Presidencia  de  la 
República  el  general  Flores,  caudillo  que  surgió  de  la  anarquía,  por 
obra  de  los  mismos  autores  de  tanta  revolución  inútil. 

£1  Ministro  omnipotente  entonces,  doctor  don  Mateo  Magariños 
Cervantes,  nombrado  inmediatamente  después  de  la  célebre  sesión 
legislativa  de  marzo  de  1854»  lo  primero  que  resolvió  fué  dictar  un 
decreto,  con  fecha  21  de  abril  de  ese  año,  nombrando  una  Comisión 
competente  á  cuyo  examen  sometió  el  Código  Civil  del  doctor  Ace- 
vedo,  compuesta  de  los  doctores  Castellanos,  Requena,  Estrázulas, 
Herrera  y  Obes,  Rodríguez,  Gómez,  Vilardebó,  Pedralbes,  Costa, 
Domínguez,  Mezquita,  Solano  Antuña,  Eguia,  de  las  Carreras  y  San- 
turio,  cuya  Comisión,  organizada  bajo  la  presidencia  del  doctor  Cas- 
tellanos, siendo  secretario  don  Antonio  de  las  Carreras,  sancioaaba 
su  reglamento  interno,  que  se  publicaba  en  los  diarios  del  13  y  14  de 
julio  de  1854,  de  fecha  junio  14  del  mismo.  Esta  Comisión  quedó  re- 
ducida, más  tarde,  á  los  señores  Castellanos,  Solano  Antuña,  Herré- 


86  EDÜABDO  AOEYEDO 


ra  y  Obes,  Domínguez,  Requena,  Estrázulas  y  de  las  Carreras,  0-) 
abogando  la  redacción  de  El  Comercio  del  Plata  por  la  inmediata 
sanción  del  Proyecto,  tal  cual  estaba,  para  evitar  mayores  dilaciones; 
mientras  el  Grobiemo,  viendo  las  dificultades  que  se  presentaban,  li- 
mitó la  tarea  de  la  Comisión  informante  sólo  al  examen  del  libro  I.® 
y  título  7.0  del  libro  2/  del  Proyecto  del  Código  Ovil.  c2) 

Era  tan  estimado  el  doctor  Acevedo,  por  sus  virtudes  y  talentos, 
que  en  1855  los  estudiantes  de  la  universidad  de  Buenos  Aires  se 
sublevaron  al  tener  conocimiento  de  que  en  la  terna  de  catedráticos 
de  jurisprudencia  no  se  había  incluido  el  nombre  del  doctor  Aceve- 
do. Así  lo  manifestaron  y  así  lo  pidieron,  por  lo  que  se  sustituyó  por 
el  nombre  del  doctor  Alsina,  siendo  nombrado  catedrático  el  doctor 
Acevedo.  (8) 

El  Código,  que  tanto  había  de  preocupar  la  atención  pública,  ya 
no  sólo  no  se  sancionaba,  sino  que,  un  diario  de  Río  Grande,  por  una 
de  esas  confusiones  naturales  en  la  vida  del  periodismo,  decía  que  su 
autor  era  el  sefior  Menck,  confundiendo  al  autor  de  un  proyecto  eco- 
nómico de  aquella  época,  con  el  autor  de  un  Código  Civil— es  decir— 
á  un  acto  desinteresado  y  abnegado,  con  un  negocio  de  interés  y  de 
lucro! 


(1^  Véanse  números  de  El  Cámereio  del  Plata  del  13  y  20  de  Beptiembra  7  28  de  diciembre 
de  1864  y  17  y  20  de  mayo  de  18&5. 

(2)  La  encargaba  á  la  ves  del  estudio  del  Código  de  Comercio  Español  pan  adaptarlo  á  nos- 
otros. 

(8)  Véase  SI  Oom^reio  M  PUUa  del  13  de  abril  de  X855, 


DATOS  BIOGRÍFICOS 


(De  «ilft  Año  Político*,  del  doctor  Piahmeque,  1892). 

Loe  rasgos  biográficos  que  van  en  seguida  pertenecen,  los  prime- 
ros, á  la  señora  viuda,  los  segundos,  al  doctor  don  Alfredo  Vásquez 
Acevedo,  y  los  terceros,  á  una  persona  muy  íntima  amiga  del  ilustre 
muerto  y  que  ha  querido  conservar  el  incógnito  por  razones  de  una 
delicadeza  extremada.  Los  rasgos  escritos  por  la  señora  viuda  fueron 
entregados  por  ésta  á  su  digno  hijo  el  doctor  don  Eduardo  Acevedo, 
para  quien  los  escribía,  á  fin  de  que  de  ellos  entresacara  lo  que  creye- 
ra conveniente  y  nos  lo  facilitara.  Nuestro  amigo,  el  citado  doctor 
Acevedo,  á  nuestro  pedido,  nos  los  entregó,  tal  cual  estaban.  Asi  se 
explica  que  nosotros  los  publiquemos,  sin  alterarlos  en  nada,  tratando 
de  conservar  para  la  historia  la  sencilla  y  sentida  biografía  que  escri- 
bía la  esposa  de  tan  eminente  ciudadano  con  el  propósito  de  que  sólo 
fuera  algo  así  como  el  Manuscrito  de  una  madre  para  sus  hijos,  ínti- 
mo, animado,  destinado  á  vivir  en  el  seno  de  la  familia  que  sabe  ren- 
dir culto  severo  á  la  memoria  del  autor  de  sus  días,  y  cuyo  recuerdo 
está  perpetuado  de  una  manera  perenne  en  las  páginas  de  la  historia 
patria. 

Oe  la  seftora  viuda  del  doetor  Aeevedo. 

Eduardo  Acevedo  nació  en  Montevideo  el  10  de  septiembre  de 
1815.  Fueron  sus  padres  el  doctor  don  José  Alvarez  de  Acevedo,  na- 
tural de  Santiago  de  Chile,  y  doña  Manuela  Maturana,  natural  de 
Montevideo.  Sus  abuelos  paternos  don  Tomás  Alvarez  de  Acevedo, 
español,  y  doña  María  Rosa  Salazar,  peruana.  Sus  abuelos  maternos 
don  Pedro  de  Maturana  y  doña  Josefa  Duran  y  Pagóla,  oriental,  ca- 
sada en  segundas  nupcias  con  don  Luis  Goddefroy,  de  nacionalidad 
francesa* 

Eduardo  Acevedo  perdió  sus  padres  en  temprana  edad»  y  quedó  al 
cuidado  de  sus  abuelos  matemos  que  eran  sus  padrinos  de  bautismo. 


88  EDUARDO  ACEVBDO 


El  señor  Goddefroy,  que  no  tenía  hijos,  lo  recibió  con  mucho  carifto» 
y  fué  para  él  un  padre  extremosísimo.  Notando  en  su  ahijado  una 
inteligencia  superior,  se  propuso  darle  una  educación  brillante;  y  no 
encontrando  buenos  los  colegios  de  Montevideo,  lo  llevó  á  Buenos 
Aires  cuando  hubo  cumplido  los  doce  años  y  lo  puso  en  el  mejor  es- 
tablecimiento de  educación  de  aquella  ciudad. 

Más  tarde  ingresó  en  la  Universidad,  donde  obtuvo  siempre  las 
clasificaciones  más  honrosas,  figurando  entre  los  primeros  de  su  cla- 
se. Allí  concluyó  sus  estudios  recibiendo  el  grado  de  doctor  en  am- 
bos derechos  En  seguida  entró  á  practicar  en  el  Estudio  del  doctor 
don  Gabriel  Ocampo,  distinguido  abogado  argentino,  hasta  el  día 
que  recibió  su  título  de  abogado.  Embarcóse  en  seguida  para  Mon- 
tevideo, su  patria,  por  la  que  tenía  adoración. 

Al  llegar  á  Montevideo  se  encontró  con  la  agradable  sorpresa  de 
que  el  sefior  Goddefroy,  su  padre  adoptivo,  le  había  preparado  un 
magnífico  Estudio,  con  tres  mil  volúmenes  de  los  mejores  libros,  traí- 
dos para  él  de  Europa.  Encantado  de  verse  en  su  país  y  rodeado  de 
su  familia,  instalé  su  Estudio  de  abogado  y  se  puso  á  trabajar.  Poco 
tiempo  después  fué  nombrado  Juez  Letrado  de  lo  Civil  é  Intestados, 
cargo  que  aceptó  y  desempeñó  durante  algún  tiempo. 

En  este  puesto  lo  encontró  el  año  43,  cuando  vino  el  general  Ori- 
be  y  puso  el  sitio  á  Montevideo. 

Entonces  su  situación  empezó  á  hacérsele  difícil. 

Pertenecía  él,  en  la  Universidad  de  Buenos  Aires,  á  la  opinión  de 
todos  sus  compañeros  y  amigos;  era,  pues,  enemigo  de  Rozas.  Así  es 
que  le  causó  una  malísima  impresión  la  presencia  de  las  fuerzas  de 
Rozas  en  el  Sitio  de  Montevideo,  por  lo  que  resolvió  no  tomar  parte 
en  la  política  y  encerrarse  en  su  Estudio.  Acá  vedo  tenía  entre  los 
partidos  orientales  más  simpatías  por  el  partido  blanco.  A  pesar  de 
su  retiro,  Pacheco  lo  hostilizaba  de  todos  modos  y  le  hacía  imposible 
su  vida  en  Montevideo. 

Cierto  día,  hablando  con  el  doctor  Andrés  Lamas,  con  quien  man- 
tenía amistosas  relaciones,  se  quejaba  éste  de  que  una  persona  cono- 
cida le  había  pedido  pasaporte  para  el  Brasil  y  se  había  desembarca- 
do en  el  Baceo,  engañándolo,  por  lo  que  le  dijo:  «quizá  usted,  mi  ami- 
go, me  hará  una  cosa  igual».  Acevedo  le  contestó  que  él  no  lo  haría, 
y,  que  al  contrario,  que  cuando  se  fuera,  se  lo  avisaría.  Así  fué;  el 
día  que  decidió  irse  le  escribió  esta  líneas: 

<  Señor  don  Andrés  Lamas. —Querido  amigo:— Esta  noche  me  em- 

<  barco  para  Buenos  Aires.  Yo  cumplo  mi  palabra  prometida  dando 

<  el  aviso,  y  usted  cumpla  su  deber  tratando  de  impedir  mi  salida.  -- 
«  Suyo  afectísimo.— Firmado— -KáMardo  Acevedo** 

Habla  pena  de  la  vida  para  los  orientales  que  salieran  fuera  de 
Montevideo. 


DS  «MI  AftO  FOliriCX)»  C9 

A  las  8  de  la  noche  Aoevedo  atravesaba  la  calle  25  de  Mayo,  dis* 
frasado  de  oñcial  de  marina,  y  llegaba  al  muelle  donde  lo  esperaba 
una  embarcación  de  la  fragata  portuguesa  Don  Juan  /,  mandada 
por  el  comandante  Suárez  Franco.  Al  llegar  al  muelle,  se  di6  vuel- 
ta, sorprendido  de  que  nadie  lo  detuviera,  y  vio  todo  su  alrededor 
completamente  solo;  comprendió  entonces  que  Lamas  había  hecho 
retirar  las  guardias  para  dejarle  franca  la  salida.  Lamas  era,  después 
de  Pacheco,  la  figura  más  culminante  de  la  situación,  y  Acevedo  lo 
babfa  conocido  cuando  formaron  parte  de  la  Comisión  que  la  juven- 
tud oriental  de  aquellos  tiempos  nombró  para  levantar  el  sepulcro  á 
la  memoria  de  Adolfo  Berro. 

Acevedo  llegó  á  Buenos  Aires  á  fines  del  afto  43;  pasó  algún  tiem- 
po sin  ocuparse  de  nadi^  esperando  que  pronto  se  concluiría  la  gue- 
rra y  que  podría  volver  á  su  país;  pero,  viendo  que  ésta  continuaba 
y  que  se  complicaba  cada  vez  más,  se  decidió  á  establecer  su  Estudio 
en  aquella  ciudad.  Allí  se  abrió  para  él  un  porvenir  brillante.  Como 
extranjero  no  tenía  los  peligros  de  los  hijos  del  país.  En  aquella 
época  de  terror  los  hombres  de  valer  estaban  alejados.  Como  Aceve- 
do era  abogado  argentino,  se  encontraba  en  una  posición  brillante 
para  comenzar  sus  trabajos.  En  poco  tiempo  se  encontró  al  frente  de 
un  Estudio  de  primer  orden,  pero,  cuanto  más  ventajosa  era  su  posi- 
ción, más  tristeza  le  daba  el  verse  alejado  de  su  país,  en  momentos 
tan  desastrosos  como  los  que  estaba  pasando. 

Llegó  un  día  la  noticia  de  que  la  Inglaterra  y  la  Francia  declara- 
ban la  intervención  armada  en  los  negocios  del  Plata,  y  que  ya  ha- 
bían salido  de  Europa  las  escuadras  para  bloquear  todos  los  puertos, 
exceptuando  el  de  Montevideo. 

Las  dos  grandes  potencias  ponían  á  disposición  de  Montevideo  sus 
escuadras,  sus  soldados  y  sus  tesoros;  entonces  ya  la  guerra  tomaba 
un  carácter  distinto. 

Acevedo  pensó  entonces  que  todos  los  orientales  debían  ponerse 
de  pie  y  correr  á  ocupar  sus  puestos,  ante  los  peligros  de  la  Patria, 
unos,  en  Montevideo,  y  otros,  en  el  Cerrito,  para  contrarrestar  las 
fuerzas  extranjeras  que  do  todas  partes  se  dirigían  á  la  República, 
poniendo  en  serio  peligro  la  suerte  del  país. 

En  estos  momentos  dio  la  casualidad  que  Acevedo  recibiese  una 
nota  de  don  Manuel  Oribe  nombrándolo  miembro  del  Tribunal  de 
Justicia  que  iba  á  establecer  en  la  Unión,  y  en  la  situación  de  espí- 
ritu en  que  se  encontraba  no  vaciló  en  aceptar  Al  principio  de  la 
guerra  la  presencia  de  las  fuerzas  argentinas  en  el  Cerrito  le  era  an* 
tipática;  pero,  en  momentos  que  se  hacía  general  la  presencia  de 
fuerzas  extranjeras  en  todas  partes,  la  posición  de  Oribe  era  la  mejor  > 
porque  si  tenía  fuerzas  extranjeras,  también  tenía  casi  todos  los 
orientales  con  las  armas  en  la  mano  á  sus  órdenes.  Desde  los  limites 


90  EDUARDO  AOBVEDO 


de  la  ciudad  hasta  los  confínes  de  la  República,  en  todas  direcciones, 
los  hombres  ceñían  la  divisa  blanca,  como  símbolo  del  iMurtido  á  que 
pertenecían. — Oribe  como  general  oriental  era  jefe  de  todas  las  fuer- 


Acevedo  cerró  su  magnífico  Estudio  de  Buenos  Aires  y  se  embar- 
có para  el  Buceo,  temiendo  que  se  estableciera  el  bloqueo  y  se  impi- 
diese su  llegada. 

Cuando  llegó  al  Gerrito  fué  perfectamente  recibido  por  Oribe;  me 
diaba  la  circunstancia  de  que  las  familias  de  Oribe  y  Maturana  habían 
sido  íntimas  amigas,  y  que  durante  la  guerra  con  el  Brasil  habían  pres- 
tado grandes  servicios  á  la  causa  de  los  de  la  Patria.  Este  recuerdo 
fué,  sin  duda,  el  que  medió  para  que  Acevedo,  descendiente  de  los 
Maturana,  fuese  recibido  tan  amigablemente,  como  lo  fué. 

Desde  el  primer  momento  concibió  Acevedo  la  esperanza  de  poder 
ser  útil  en  aquel  punto.  Sobre  todo,  pensó  en  tratar  de  trabajar  para 
humanizar  la  guerra,  que  hasta  entonces  había  sido  tan  cruel.  Muy 
pronto  se  le  presentó  la  ocasión  de  realizar  sus  deseos.  Llegó  la  noti- 
cia de  que  don  Venancio  Flores  había  invadido  el  Departamento  de 
Maldonado,  llevado  allí  por  uu  vapor  de  guerra  francés,  y  que  al 
desembarcar  había  sido  atacado  y  vencido  por  la  División  del  Depar- 
tamento mandada  por  el  coronel  Barrios,  quien  lo  derrotó  y  tomó  pri- 
sionero el  batallón  de  Guardias  Nacionales  que  llevaba.  Recibida  la 
noticia,  Acevedo  se  fué  á  ver  á  Oribe,  inmediatamente,  para  pedirle 
por  la  vida  de  los  prisioneros.  Y  obtuvo  una  orden  en  ese  sentido. 

Entonces  Acevedo  concibió  la  idea  de  ir  á  llevarla,  personalmente, 
temiendo  que  después  de  él  pudieran  venir  otras  personas  de  los  con- 
sejeros de  antes,  y  pedirle  lo  contrario.  Be  fué  en  seguida  á  encontrar 
la  columna  que  venía  en  marcha,  y  la  encontró  en  Solís.  El  jefe  del 
batallón  prisionero  era  don  Pantaleón  Pérez,  que  había  sido  su  amigo 
de  infancia,  por  lo  que  tuvo  mucho  gusto  en  avisarle  que  sus  vidas 
estaban  aseguradas  y  que  él  los  presentaría  á  Oribe,  quien  les  pondría 
en  libertad  y  podrían  marcharse  el  mismo  día  para  Montevideo.  Ape- 
nas llegaron  fueron  muy  bien  recibidos;  Oribe  les  propuso  que  se  que- 
daran allí,  ó  si  querían  que  regresaran  á  la  ciudad;  los  oficiales  pre- 
firieron irse,  pero  el  comandante  Pérez  dijo  que  él  se  quedaría,  agra- 
decido por  la  manera  cómo  había  sido  recibido,  y  que  mandaría  buscar 
á  su  familia. 

Este  hecho,  y  otros  po/  el  mismo  estilo,  lo  indispusieron  á  Acevedo 
con  los  malos  hombres  que  habían  prevalecido  antes  en  aquel  sitio. 

En  aquel  entonces  Acevedo  redactaba  El  Defensor  de  las  Leyes  y 
sostenía  en  esos  momentos  una  polémica  con  Florencio  Várela,  re- 
dactor de  El  Comercio  del  Plata  de  Montevideo,  sobre  la  manera  cómo 
se  harían  las  elecciones  una  vez  terminada  la  guerra.  Acevedo  decía 
en  un  artículo  que  don  Manuel  Oribe  no  seria  nombrado  Presidente  y 


DE   cMI   LSo  POLÍTIOO*  91 


que  ni  siquiera  figuraría  como  candidato.  Este  artículo,  del  que  se 
tuvo  noticia  en  el  Cuartel  General  antes  de  salir,  causó  gran  impre- 
sión. Indignados  los  hombres  que  le  eran  hostiles  se  aprovecharon 
para  gritar  contra  él  y  trataron  de  arrebatarle  toda  la  influencia  que 
tenia.  Algunas  personas  estuvieron  á  pedirle  á  Acevedo  que  retírase 
el  articulo,  pero  61  no  accedió,  diciéndoles  que  61  pensaba  así  y  que 
nunca  escribía  sino  con  sus  ideas. 

Eee  día  estaba  todo  conmovido,  parecía  un  día  de  revolución,  rei- 
naba gran  agitación. 

Acevedo  vivía  en  una  casita  en  el  Paso  de  las  Duranas,  mal  cons- 
truida, con  malísimos  herrajci?,  y  sin  ninguna  segundad. 

Esa  noche,  que  era  la  noche  del  11  de  octubre  de  1846,  se  encon- 
traba Acevedo,  como  tenía  de  costumbre,  leyendo  á  su  esposa,  ante 
una  débil  luz.  La  lectura  versaba  sobre  un  fragmento  de  Víctor 
Hugo,  titulado:  El  ÚUimo  día  de  un  condenado. 

La  lectura  era  triste  y  parecía  predisponer  los  ánimos  para  las 
amargas  horas  que  se  iban  á  pasar.  De  pronto  se  sintió  un  estremeci- 
miento, como  un  temblor  de  tierra,  y  en  seguida  se  vio  llegar  un  es- 
cuadrón de  caballería  y  formar  al  rededor  de  la  casa;  la  fuerza  parecía 
ser  de  línea  y  compuesta  de  oficiales,  á  juzgar  por  la  profusión  de 
plata  de  que  estaban  adornados  los  caballos;  y  formando  como  á 
sesenta  metros  de  la  casa  empezaron  á  gritan 

¡Muera  el  Salvaje  unitario  Acevedo! 

iMuera  el  redactor  de  M  Defensor/ 

Era  una  lindísima  noche  de  primavera;  la  luna  llena  iluminaba  la 
tierra,  como  si  fuera  el  propio  día;  podían  distinguirse  los  objetos  más 
distantes.  En  esa  posición  permanecieron  los  oficiales  algunos  minu- 
tos, gritando  siempre,  pero  sin  que  nadie  se  acercara  á  la  casa;  en 
seguida  tocaron  retirada  y  se  alejaron  del  mismo  modo  que  habían 
venido. 

Acevedo  permaneció  todo  ese  tiempo  de  pie  en  la  puerta,  con  una 
pistola  en  cada  mano. 

<  Tranquilícense,  dijo  á  su  familia;  cuando  estos  miserables  no  me 
«  han  muerto,  es  porque  no  tienen  orden  de  hacerlo». 

A  pesar  de  las  súplicas  que  se  le  hicieron  para  que  no  saliera  de 
su  casa,  á  la  una  de  la  tarde  del  día  Riguiente  ensilló  su  caballo,  le 
colocó  sus  pistoleras,  engarzadas  en  plata,  y  los  demás  adornos  que 
tambión  él  usaba  como  si  fuera  un  oficial,  y  montó  en  cuerpo,  con  un 
ponchito  de  vicuña  doblado  en  el  brazo,  y  se  dirigió  al  Cuartel  General. 
Entró  á  galope  por  la  calle  ancha,  y  fué  á  sofrenar  su  caballo  á  la 
puerta  de  la  tienda  de  don  Manuel  Oribe,  haciéndose  anunciar  por  el 
edecán  de  servicio 

Cuando  entró,  vio  á  Oribe  con  una  rueda  de  gente,  casi  todos  ciu- 
dadanos mal  inclinados. 


92  BDUABBO  AOBVflDO 


Su  primer  mirada  la  dirigió  á  Oribe  para  darse  cuenta  de  la  impre- 
sión que  le  causara  su  presencia,  y  notó  una  gran  alteración  en  su 
fisonomía  como  si  una  nube  negra  hubiera  teñido  su  rostro.  Enton- 
ces lo  saludó  y  le  dijo,  desdoblando  unos  diarios  que  llevaba:  que 
iba  á  leerle  unos  artículos  muy  interesantes  que  traían  los  diarios  de 
Europa,  recién  recibidos,  y  que  contenían  las  sesiones  de  las  Cámaras 
Francesas  y  del  Parlamento  de  Inglaterra  sobre  las  cuestiones  del 
Plata.  A  la  mitad  de  la  lectura  el  semblante  de  Oribe  ya  había  su- 
frido un  cambio,  interesándose  cada  vez  más  por  lo  que  escuchaba, 
hasta  que  al  final  estuvo  completamente  natural  y  lo  más  amable  con 
Acevedo,  como  lo  era  siempre. 

Entonces,  éste,  doblando  los  diarios,  se  puso  de  pie,  y  le  dijo : 
«  sefior  Presidente,  yo  venía  á  pedir  á  usted  una  satisfacdón  por  el 
«  insulto  que  he  recibido  anoche  por  cien  oficiales  de  su  ejército,  que 
«  han  ido  á  mi  casa  y  me  han  gritado: 

« ¡Muera  el  Salvaje  unitario  Acevedo! 

«  ¡Muera  el  redactor  de  El  Defensor/  » 

Oribe,  poniéndose  de  pie,  dijo:  «Yo  no  sé  nada»;  y  llamó  á  sus  ede- 
«  canes,  ordenándoles  que  averiguasen  qué  oficíales  habían  salido  del 
«  campo  esa  noche,  y  ofreciendo  castigar  el  hecho;  pero  Acevedo  le 
«  dijo  que  él  no  iba  á  pedirle  que  lo  defendiera,  pero  sí  quería  de- 
«  cirle  que  si  alguno  de  sus  oficiales,  al  salir  del  campo,  ó  en  cualquier 
«  otra  parte,  lo  insultaba,  él  le  daría  un  balazo  Oribe  contestó  suma- 

<  mente  alterado:  que  si  alguno  se  atreviera  á  insultarlo,  él  haría  rodar 

<  su  cabeza  al  frente  del  ejército  >,  y  lo  dijo  en  voz  alta  y  delante  de 
algunos  oficiales». 

Dos  días  después  fué  Oribe  á  casa  de  Acevedo  á  decirle  que  no 
había  podido  descubrir  nada;  que  todos  se  habían  completado  para 
ocultar  el  hecho,  pero  que  no  se  preocupara  ni  le  diera  importancia; 
que  habían  sido  algunos  locos;  que  no  valía  la  pena  ocuparse  de  ellos. 
Le  pidió,  con  mucha  instancia,  que  siguiera  redactando  El  Defensor, 
pero  él  se  negó  completamente  á  continuar. 

La  relación  quedó  cortada,  hasta  que^  muchos  afíos  después, 
cuando  tuvo  lugar  la  conclusión  de  la  guerra,  el  último  día  Oribe  le 
escribió  á  Acevedo  pidiéndole  que  fuera  á  verlo,  que  tenía  un  encar- 
go que  hacerle.  Fué  en  seguida,  y  le  dijo  que  lo  había  llamado  para 
pedirle  que  fuera  en  comisión  suya  al  campo  de  Urquiza  y  arreglase 
la  entrega  de  las  tropas  argentinas.  Él  aceptó  la  comisión,  buscando 
alguno  que  lo  acompafiara,  y  fué  en  seguida.  Una  vez  concluido  el 
arreglo,  volvió  á  dar  cuenta  de  su  comisión  y  se  despidieron  Oribe  y 
Acevedo  para  no  volverse  á  ver  más. 


Eq  los  últímoa  afíos  del  Sitio,  Acevedo  emprendió  la  difícil  tarea  de 
redactar  el  Proyecto  de  Código  Civil,  empresa  sumamente  difícil  por 
la  falta  absoluta  de  libros  y  la  imposibilidad  de  procurarlos. 

£1  Sitio  era  rigurosísimo  y  difícilmente  podía  pasarse  nada.  El  tenía 
casi  todos  sus  libros  en  la  ciudad  y  necesitaba  tener  muchos  á  su 
TÍsta  para  consultar  la  inmensidad  de  las  leyes  que  regían.  Empezó 
con  los  que  poseía,  contando  con  su  prodigiosa  memoria,  que 
recordaba  muchas  veces  los  libros  y  las  fojas  en  que  estaban  las 
leyes  que  necesitaba,  reservándose  el  confrontarlas  una  vez  que  tu- 
viera los  libros  á  la  vista. 

Esto  trabajo  lo  concluyó  antes  del  fin  de  la  guerra,  y  una  vez  en 
Montevideo  lo  hizo  imprimir  en  su  imprenta,  y  lo  presentó  á  las  Cá- 
maras del  53.  Entonces  el  doctor  don  Juan  Carlos  Gómez,  que  for- 
maba en  las  ñlas  contrarias  á  las  suyas,  hizo  moción  para  que  se  san- 
cionara sobre  tablas,  y  se  diera  un  voto  de  confianza  al  autor;  pero 
Acevedo  pidió  que  se  nombrara  una  Comisión  de  abogados  que  lo  re 
visara,  pues  deseaba  que  fuese  un  trabajo  perfecto  para  bien  del  país. 
Así  se  hizo;  se  nombró  una  Comisión,  pero  ésta  no  se  reunió  sino  una 
vez,  quedando  parado  el  asunto. 

Altos  de^jpués,  en  tiempo  de  Flores,  el  doctor  don  Mateo  Maga- 
riños  Cervantes  tomó  coa  mucho  empeílo  la  sanción  del  Código  y  vio 
á  Acevedo  para  decirle  que  iba  á  trabajar  en  ese  sentido;  pero  aquél 
no  estuvo  luego  en  condiciones  de  poderlo  hacer,  y  quedó  otra  vez 
parado  el  asunto,  hasta  que  algunos  afios  después  fué  entregado  al 
doctor  Narvaja,  quien  le  hizo  algunos  cambios  presentándolo  como 
trabajo  suyo.  Entonces  fué  sancionado  como  Código  del  doctor  Nar- 
vaja. 

Elste  trabajo  tuvo  el  mérito  de  ser  el  primero  en  la  América  del 
8ud. 

Más  tarde  Chile  hizo  el  suyo,  y  con  mucho  retardo  fueron  siguien- 
do las  otras  repúblicas  americanas. 

Una  vez  hecha  la  paz,  Acevedo  se  instaló  en  Montevideo,  y  desde 
los  primeros  momentos  de  llegar  empezó  á  recibir  visitas  de  muchos 
hombres  de  la  Defensa.  Entre  ellos  :  el  doctor  don  Manuel  Herrera 
y  Obes,  el  doctor  don  José  María  Muñoz,  el  doctor  Magarifios  y  mu- 
chos otros.  También  los  agentes  diplomáticos  brasilefios  lo  visitaban 
con  mucha  frecuencia,  y  con  ellos  tenía  continuas  y  acaloradas  dis- 
cusiones sobre  los  tratados. 

Una  vez  Carneiro  Lieao,  hombre  irascible,  de  muy  mal  carácter,  le 
decía  en  medio  de  una  diicusión :  •^EL  señor  doctor  se  figura  que  el 
«  Brasil  entra  en  sus  cuestiones  por  su  linda  cara,  y  se  engaña,  el  Bra- 
«  stl  entra  para  sacar  tajada^.  Acevedo  le  decía  entonces :  «tenga 
«  cuidado,  sefior  Ministro,  que  usted  está  traicionando  los  secretos 
«  de  la  política  de  su  Oobiemo  revelando  tan  grandes  verdades». 


44  ÉDUÁBtK)   ÁCB^EDO 


Muy  pronto  empezó  Aceyedo  á  ocuparse  de  las  elecciones,  y  vio  á 
algunos  de  sus  amigos  políticos,  díciéndoles  que  61  no  tenía  ningún 
interés  personal  y  que  prometía  que  no  ocuparía  ningán  puesto  en 
el  Gobierno  que  se  estableciera . 

Bolo  el  día  del  escrutinio  fué  peligroso;  los  legionarios  se  amonto- 
naron en  la  calle  en  actitud  amenazante,  y  Acevedo,  para  entrar, 
tuvo  que  hacerlo  por  la  casa  inmediata.  Había  dos  listas,  una  colo- 
rada, de  los  hombres  de  la  Defensa,  y  otra  mixta,  que  pertenecía  á 
los  del  Sitio.  Esta  áltima  triunfó.  Se  reunieron  las  Cámaras  y  la  lista 
mixta  resultó  estar  en  mayoría.  Se  eligió  para  Presidente  á  un  hom- 
bre de  su  círculo  político,  que  fué  don  Juan  Francisco  Oiró,  quien 
llamó  ese  mismo  día  á  Acevedo  para  encargarle  de  la  organización 
del  Ministerio,  pero  él  no  aceptó  por  el  compromiso  contraído  con 
sus  amigos  de  no  tomar  parte  en  el  nuevo  Gobierno. 

Las  Cámaras  del  53  fueron  las  más  brillantes  que  ha  tenido  la  Re- 
pública. Estaban  allí  las  primeras  ilustraciones  del  país;  cada  par- 
tido llevó  sus  hombres  más  distinguidos  y  las  discusiones  eran  nota- 
bilísimas por  su  cultura  y  distinción.  Acevedo  decía  que  eran  tan 
elevadas  y  caballerescas  que  parecían  ser  las  Cámaras  francesas,  en 
las  que  se  luchaba  con  el  sombrero  en  la  mano. 

Los  diarios  colorados  decían  que  el  doctor  Acevedo  era  el  jefe  de 
la  mayoría.  Si  no  era  así,  tenía  gran  influencia  en  ella. 


El  18  de  julio  se  decretaron  las  fiestas  para  conmemorar  la  Jura 
de  la  Constitución,  y  entonces  se  tuvo  la  idea  de  organizar  la  Guar- 
dia Nacional;  pero,  para  ese  día  faltaba  poco  y  era  casi  imposible  po- 
derla organizar.  A  pesar  de  todo  se  decidió  que  se  presentara  como 
un  adorno  para  la  formación.  Se  supo,  desde  el  principio,  que  no  se 
le  darían  municiones,  pero  á  los  jóvenes  poco  les  importaba.  Si  no 
las  tenían,  tendrían  flores  para  las  cartucheras,  que  les  arrojarían  las 
niñas  desde  los  balcones. 

Así  marchaban,  sin  tener  ¡dea  de  quién  los  mandaba  ni  de  nada: 
pero  iban  muy  contentos,  pensando  sólo  en  llevar  bien  puestos  sus 
uniformes,  bien  colocados  los  fusiles  y  kepis,  rizados  sus  cabellos, 
para  pasar  elegantemente  por  los  balcones  de  las  niñas. 

La  formación  tuvo  lugar  en  esta  forma :  en  la  calle  del  Rincón  la 
Guardia  Nacional;  á  la  izquierda,  del  lado  de  la  plaza,  el  Batallón 
Palleja,  y  á  la  derecha  el  del  coronel  Solsoua;  es  decir,  la  primera  en- 
tre los  dos  grandes  y  bizarros  batallones  de  línea,  repletos  de  muni- 
ciones. 

La  noche  antes,  en  una  reunión  que  tuvo  lugar.  Pacheco  y  Obes 
le  dijo  al  coronel  don  José  M.  Solsona,  que  le  encargaba  que  fuese 
él  quien  hiciera  la  descarga  sobre  la  Guardia  Nacional;  pero  él  no 


D£  €]ii  AÑO  poiinoo»  éS 


aoeplóy  diciendo  resueltameale  que  no,  que  él  nunca  haría  fuego  so- 
bre, una  agrupación  de  hombres  desarmados.  Entonces  Palleja  se 
ofreció  á  hacer  el  fusilamiento.  En  medio  del  fuego,  el  coronel  Sol- 
sena  cruzaba  por  la  calle  del  Rincón,  en  dirección  á  la  plaza,  y  el 
caballo  del  ayudante  Ríos  resbaló  y. éste  cayó  en  la  esquina  de  Trein- 
ta y  Tres.  Entonces  fué  atacado  por  algunos  guardias  nacionales, 
que  querían  matarlo,  indignados  por  el  fuego  que  se  hacía.  Ace- 
vedo,  que  formaba  con  éstos  corrió  á  defenderlo,  y  pidió  á  sus  com* 
pañeros  que  lo  dejasen;  lo  levantó  y  lo  encerró  en  una  casa  que  ha- 
bía abierta.  El  oñcial  Je  rogó  le  alcanzase  la  espada  que  se  le  había 
caído  en  el  centro  de  la  calle;  él  atravesó  á  buscársela,  en  medio  de 
las  balas  que  llovían  en  aquella  ocasión,  y  cerca  ya  de  las  bayonetas 
de  los  soldados  de  Palleja  que  venían  rozando  las  espaldas  de  los 
guardias  nacionales  le  entregó  la  espada  al  oficial.  Pidió  á  sus  ami- 
gos que  defendieran  á  Bolsona  y  así  fueron  salvados  los  dos. 

Entonces  tuvo  lugar  el  desbande  de  la  Guardia  Nacional,  siendo 
perseguida  en  todas  direcciones  y  muertos  en  todas  las  calles  de  la 
ciudad.  Felizmente  el  ejecutor  de  ese  crimen  no  fué  un  oriental. 

Acevedo  se  refugió  en  una  casa.  Una  hora  después  salió  y  se  fué 
á  la  suya.  En  su  camino  cruzó  por  la  calle  del  Cerrito,  y  al  llegar  á 
la  esquina  de  Cámaras  sintió  venir  una  fuerza  de  línea.  Be  detuvo  y 
miró  á  su  alrededor.  Todo  el  pueblo  estaba  cerrado;  no  podía  salvar- 
se, pero  tuvo  la  esperanza  de  no  ser  conocido.  Cuando  desembocó  el 
piquete  vio  que  venía  en  orden  y  con  un  oficial  al  frente.  Al  llegar 
donde  él  estaba  un  sargento  gritó:  Capitán,  el  doctor  Acevedo/  Enton- 
ces, creyéndose  perdido,  se  paró  en  el  borde  de  la  vereda»  cruzó  los 
brazos  y  esperó  ser  fusilado;  pero  el  oficial  se  dio  vuelta  hacia  sus 
soldados  y  los  llamó  al  orden,  y  al  pasar  frente  á  él  le  hizo  un  gran 
saludo*  Acevedo  creyó  que  era  un  saludo  burlesco. 

«He  salvado  un  oficial  colorado,  exponiendo  mi  vida;  y  otro  oficial 
colorado  me  ha  salvado  la  mía,  con  una  hora  de  diferencia».  Esto  lo 
dijo  al  entrar  á  su  casa. 

En  presencia  de  los  sucesos  del  18  de  julio,  Acevedo  cesó  en  la  re- 
dacción de  La  Constitución,  diario  que  había  fundado  para  sostener 
el  Gobierno  de  Giró.  Unos  meses  después  fué  desterrado  por  Flores, 
y  se  fué  á  Buenos  Aires  con  la  idea  de  establecerse  por  algunos 
años.  Permaneció  allí  hasta  que  fué  llamado  por  don  Bernardo  Be- 
rro, para  que  le  organizara  su  Ministerio. 

Acevedo  trabajó  en  su  estudio,  en  Buenos  Aires,  con  mucha  feli- 
cidad. Tuvo  algunas  causas  importantes,  muy  ruidosas,  entre  ellas  la 
de  cuatro  ladrones  condenados  á  muerte  y  salvados  por  él.  Esta  de- 
fensa le  valió  un  espléndido  triunfo,  recibiendo  manifestaciones  y 
ovaciones  de  todos.  Desde  ese  día  puede  decirse  que  su  Estudio  se 
llenó  de  gente. 


d6  toÜABDO  AOB^EÜO 


Oura  causa  may  interesante  fué  la  de  la  sublevaolón  de  los  presos 
de  la  cárcel,  los  cuales  mataron  oficíales  y  soldados,  tomaron  las 
armas  y  se  escaparon  en  medio  del  día  por  las  calles  de  Buenos  Ai- 
res.  Todo  se  cerró,  creyéndose  que  había  una  complicación  política; 
se  puso  el  ejército  sobre  las  armas;  la  g^uardia  nacional  y  todos  los 
jueces  fueron  á  ocupar  sus  puestos  en  el  Cabildo  y  se  juramentaron 
para  no  moverse  de  allí  hasta  que  fueran  castig^ados  los  criminales. 
£1  jefe  de  la  sublevación  fué  muerto  en  la  calle.  Era  un  militar 
Afilar;  y  su  compañero  un  capitán  Sosa,  entrerriano.  £ste  último 
fué  tomado  y  sentenciado  á  muerte.  Debía  ser  fusilado  al  día  si- 
g^uiente.  tíe  le  nombró  como  defensor  á  Acevedo.  Algunos  jueces  le 
escribieron  pidiéndole  que  aceptara;  entre  ellos  el  doctor  Carreras, 
presidente  del  Tribunal,  diciéndole  que  deseaban  que  el  reo  tuviera 
un  defensor  hábil  y  entusiasta.  Acevedo  estaba  enfermo  y  dudaba  en 
encargarse  de  una  causa  tan  difícil,  pero,  vino  la  esposa  de  Sosa,  llo- 
rando, á  pedirle  que  defendiera  á  su  marido,  que  todos  le  decían 
que  él  le  salvaría  la  vida.  La  mujer  lloraba  amani^mente,  y  al  fin 
se  decidió  á  aceptar  la  defensa.  Lo  primero  que  hizo  fué  recusar  al 
Tribunal  del  Crimen,  en  masa,  por  las  cartas  que  le  habían  escrito 
sus  miembros,  diciendo  que  el  reo  iba  á  morir  al  día  siguiente;  y  si- 
guió recusando  á  todos  y  á  la  Sala  de  lo  Civil.  £ntonces  hubo  que 
nombrar  un  nuevo  Tribunal.  Mientras  tanto,  tomaba  un  carácter 
más  tranquilo  la  situación;  las  tropas  volvieron  á  sus  cuarteles  y  la 
guardia  nacional  se  disolvió.  Nombrado  el  nuevo  Tribunal,  Acevedo 
fué  á  informar  ante  él.  £se  día  la  mitad  de  la  plaza  Victoria  estaba 
llena  de  gente.  Cuando  Acevedo  empezó  á  hablar,  sintió  que  una 
persona  le  quitaba  loa  anteojos  que  llevaba;  era  el  poeta  Mármol, 
que  le  decía:  «le  quito  los  anteojos,  doctor,  porque  tiene  usted  un 
«  arma  poderosa  en  sus  ojos».  Después  que  concluyó  su  informe,  sa- 
lió y  encontró  en  la  escalera  á  la  mujer  de  Sosa,  que  tenía  unas  flo- 
res en  la  mano,  y  echándolas  en  el  suelo  dijo:  «mi  marido  me  man- 
«  da  que  arroje  estas  flores  en  el  camino  de  su  defensor.»  £1  reo  fué 
absuelto . 

Años  después,  se  le  presentó  Sosa  á  Acevedo,  en  el  Salto,  á  agra- 
decerle el  que  le  hubiera  salvado  la  vida. 

£n  un  viaje  que  hizo  Acevedo  á  Montevideo,  se  le  presentó  una 
señora  diciéndole  que  iba  á  pedirle,  en  nombre  de  su  hermano,  el 
oficial  Pagóla,  que  era  el  quo  le  había  salvado  la  vida  el  18  de  julio 
en  la  calle  del  Cerrito,  que  tratase  de  mejorar  su  situación,  que  era 
muy  desgraciada,  que  estaba  preso  en  la  Unión  y  que  era  prisionero 
de  Quinteros.  Acevedo  inmediatamente  tomó  un  coche  y  se  trasladó 
allí.  Él  siempre  había  deseado  saber  quién  era  aq  uel  oficial  al  que  le 
debía  la  vida,  y  en  ese  momento  lo  acababa  de  saber:  era  el  oficial 
Pagóla,  que  después  fué  general  Pagóla. 


DS   «in   AÍtO  POLÍTKK)»  fi? 


«AI  entrar  en  el  calabozo  se  reooaocicrou  y  se  dieron  un  abrazo 
afectuoso.  Entonces  le  refirió  Pagóla  que  cuando  lo  encontró,  el  18 
de  julio,  llevaba  en  su  bolsillo  la  orden  escrita  y  firmada  por  Pache- 
co, como  la  tenían  los  demás  oficiales,  de  matarlo  en  cualquier  par* 
te  que  lo  encontraran;  pero,  al  verlo  tomar  aquella  actitud  tan  va- 
liente, poniéndosele  delante,  con  los  brazos  cruzados,  esperando  ser 
fusilado,  le  interesó,  y  admirando  su  valor,  mandó  guardar  orden  á 
sus  soldados  y  le  hizo  un  saludo. 

«Acevedo  le  prometió  que  no  se  iría  sino  después  de  obtener  su 
orden  de  libertad,  la  que  consiguió  sin  esfuerzo.  Le  aconsejó  que  se 
fuera  con  él  á  Buenos  Aires,  que  allí  lo  presentaría  á  Mitre  pidién- 
dolé  que  le  diera  un  puesto  en  el  ejército  argentino-  Aceptó  el  conse- 
jo y  fué  presentado  á  Mitre  y  dado  de  alta,  saliendo  en  una  expedi- 
ción contra  los  indica  pocos  días  después. 

«Cuando  Acevedo  llegó  á  Montevideo  á  formar  parte  del  Gobierno 
de  Berro,  encontró  á  su  país  en  un  estado  de  gran  desorden  y  des- 
moralización; el  militarismo  entronizado;  la  renta  pública  en  malísi- 
mo estado,  y  el  país  entero  en  desorden  completo.  £n  un  año  de  mi- 
nisterio hizo  cambiar  la  faz  del  país.  Se  hicieron  grandes  economías 
en  el  presupuesto;  se  rescataron  las  propiedades  que  durante  el  Sitio 
el  Gobierno  había  enajenado.  £stas  propiedades  eran:  el  Fuerte,  el 
Mercado,  las  manzanas  de  la  Plaza,  etc.  £1  militarismo  fué  someúdo. 
£1  país  prosperaba  asombrosamente.  Don  Bernardo  Berro,  hombre 
muy  patriota  y  honrado,  se  sintió  herido  por  los  elogios  que  se  ha- 
cían al  Ministerio,  ya  que  sólo  éste  era  vitoreado  por  el  pueblo,  y 
tuvo  celos  de  su  Ministro  de  quien  siempre  había  sido  amigo.  Re- 
solvió, en  un  momento  dado,  sin  ningún  motivo,  porque  siempre 
habían  marchado  de  completo  acuerdo,  destituir  al  Ministerio,  en 
masa,  para  que  así  recayese  sobre  él  toda  la  gloria  de  la  prosperi- 
dad del  país. 

Acevedo  se  retiró  dejando  al  país  completamente  organizado,  y  se 
fué  al  Salto,  buscando  la  mejoría  de  su  salud.  Los  pueblos  del  Uru- 
guay le  hicieron  honores  de  Ministro,  al  pasar,  como  una  protesta 
contra  la  conducta  del  Presidente. 

Algunos  días  después  de  llegar  al  Salto,  se  le  presentaron  los  tres 
Jefes  Polítícos  del  Norte  de  Bío  Negro.  Pensaban  bajar  á  la  Capital 
á  pedir  al  Presidente  la  reposición  del  Ministerio  destituido.  Acevedo 
los  recibió  mal,  y  les  pidió  que  desistieran,  diciéndoles  que  el  Presi- 
dente podía  destituir  sus  Ministios,  pues  eran  simplemente  sus  secre- 
tarios, y  cambiarlos  cuando  quisiera,  sin  intervención  de  nadie,  y  que 
si  ellos  y  sus  demás  colegas  hacían  alguna  locura  en  ese  sentido,  él 
se  iría  á  Montevideo  y  tomaría  un  fusil  para  defender  al  Gobierno. 
Los  Jefes  Políticos  eran  Trillo,  Pinilla  y  Azambuya.  £xcusado  es 
decir  que  desistieron. 


98  ÉDltARbO  ÁCifiVfibO 


Dos  afios  después,  Acevedo  volvió  á  Montevideo  siendo  nombrado 
Presidente  del  Senado.  Un  afio  más  tarde  se  embarcó  para  el  Para- 
^ay,  aconsejado  por  los  médicos  que  le  asistían,  viaje  desgraciado, 
pues  al  llegar  á  la  Asunción  se  sintió  tan  mal  que  decidió  empren- 
der viaje  de  vuelta,  embarcándose  en  el  vapor  paraguayo  Igurey^  fa- 
lleciendo dos  días  después,  frente  á  Gk>ya.  En  el  momento  de  su 
muerte  el  vapor  echó  sus  anclas  y  fondeó,  cruzando  sus  vergas  y  ele- 
vando sus  banderas  á  media  asta.  El  fallecimiento  tuvo  lugar  el  23 
de  agosto  de  1863. 

Al  llegar  al  Paraná,  las  personas  que  le  acompañaban  pidieron 
hospitalidad  á  la  tierra  argentina  para  bajar  el  cadáver,  y  lo  llevaron 
ai  Cementerio  de  la  ciudad,  acompañados  de  todo  el  pueblo. 

Los  diarios  del  día  siguiente  le  dedicaron  muy  sentidos  artículos. 

I>e  un  aml^o  íntimo. 

CO  El  doctor  Eduardo  Acevedo  era  en  la  vida  privada  un  hombre 
sencillo  á  la  vez  que  distinguido  y  atrayente  por  sus  cualidades  inte- 
lectuales y  morales.  Unía  á  la  autoridad,  el  trato  de  un  hombre  de 
mundo.  Era  afable  y  jovial,  al  par  que  profundo  y  agudísimo  en  sus 
juicios  y  observaciones  sobre  las  cosas  y  los  hombres:  conquistábase 
por  eso,  de  prime  aborda  las  simpatías  y  la  estimación  de  cuantos  le 
trataban. 

Poseía  el  don  singular  de  nivelarse  con  las  personas  y  de  adaptar 
sus  conversaciones  á  la  altura  de  las  facultades  do  sus  interlocutores, 
—y  usando  de  aquella  flexibilidad  y  claridad  de  expresión  que  tanto 
le  distinguía,  interesaba  y  se  granjeaba  la  admiración  de  los  amigos 
de  su  tiempo  como  de  los  jóvenes  de  la  nueva  generación,  entre  los 
que  gozaba  de  grande  prestigio. 

Recuerdan  todavía  sus  amigos  y  discípulos  en  ambas  orillas  del 
Plata  la  severidad  de  sus  principios,  templada  á  veces  por  una  dis- 
creta indulgencia  con  el  error;  y  su  espíritu  elevado,  generoso  y  co- 
municativo. Hasta  sus  mismos  adversarios  en  la  lucha  reconocían 
frecuentemente  tan  nobles  prendas  de  carácter,  y  en  ellas  se  basaba 
la  consideración  y  el  respeto  con  que  lo  miraban. 

El  doctor  Acevedo  casó  en  el  año  1840  con  la  señorita  Joaquina 
Vásquez,  distinguida  joven  de  nuestra  sociedad  de  la  época  por  su 
belleza  y  esmeradísima  educación.  El  hogar  que  formaron  fué  mo- 
delo de  virtudes,  cuna  y  ejemplo  de  sus  hijos. 


(1)  Aquí  comieniaa  los  rasgos  biográficos  del  amigo  íntimo  del    doctor  Aceredo,    que  ha 
dsaeado  oooserrar  el  incógnito. 


Difi  «MI  aíiío  político»  99 


Aqaella  pareja  sufrió  bien  pronto  los  vicisitudes  consiguientes  al 
estado  político  reinante  desde  1843  á  1851;  pero  en  la  mala  como  en 
la  buena  fortuna,  en  la  tranquilidad  del  hogar  como  ante  los  dolores 
de  la  emigración,  Acevedo  continuó  cultivando  su  espíritu,  preocu- 
pándose de  la  educación  de  sus  hijos,  tarea  en  que  le  ayudaba  efi- 
cazmente su  digna  oompafiera»— y  cumpliendo  al  mismo  tiempo  sus 
deberes  de  ciudadano  y  de  patriota  con  aquella  probidad  y  desinte- 
rés que  todos  le  reconocían. 

Como  abogado  y  jurisconsulto,  el  doctor  Acevedo  era  considerado 
como  que  poseía  en  más  alto  grado  las  dotes  necesarias.  (^) 

Versadísimo  en  el  derecho  romano  y  la  Legislación  Española  y 
patria,  cultor  asiduo  del  Derecho  moderno  comparado  y  de  la  educa 
ción  clásica  forense  de  principios  del  siglo  en  Francia,  que  ilustraron 
los  d'Aguessan,  Cochin  y  otros  maestros,  nadie  le  superaba  en  estos 
países  para  la  discusión  y  defensa  de  las  causas  más  arduas,  así  co- 
mo para  los  trabajos  de  codificación. 

Para  lo  primero  contaba  con  un  golpe  de  vista  certero,  que  todos 
admiraban  en  61,  y  que  le  permitía  herir  sin  vacilación  alguna  el  pun- 
to capital  de  la  cuestión  y  formular  la  acción  y  los  medios  de  defen- 
sa. Agregábase  á  esto  la  corrección  del  estilo,  la  claridad  en  la  ex- 
posición, la  influencia  persuasiva  de  su  alocución,  la  energía  y  la  al- 
tivez de  la  frase  cuando  lo  requería  la  naturaleza  del  asunto,  la  au- 
toridad de  su  competencia— y  hasta  algo  que  no  ha  escapado  á  la 
observación  del  auditorio  siempre  que  Acevedo  inforn\aba  en  Estra 
dos, — quiero  referirme  á  su  actitud  distinguida  y  al  brillo  penetrante 
de  su  mirada. . .;  todo  este  conjunto  de  saber,  de  habilidad  jurídica 
y  de  condiciones  personales  se  imponía  al  propio  adversario,  arras- 
traba á  loa  magistrados,  y  concluía  por  propiciarle  el  triunfo  en  la 
causa  junto  con  el  aplauso  de  los  que  le  rodeaban,— aplauso  que  más 
tarde  resonaba  en  su  propia  casa  donde  se  reunían  jueces,  abogados 
y  practicantes  á  felicitarle  y  repetir  las  peripecias  más  saltantes  del 
debate  judicial. 

La  opinión  dada  por  él  en  consulta,  su  juicio  vertido  como  magis- 
trado en  las  sentencias  que  dictaba,  eran  considerados  como  la  ex- 
presión clara  é  indiscutible  de  la  verdad  legal  controvertida. 


Elegido  primer  Presidente  del  Colegio  de  Abogados  de  la  Provin- 
cia de  Buenos  Aires,  tuvo  el  doctor  Acevedo  una  ocasión  más  de  acre- 


cí) Lamentendo  su  fallecimiento  pocos  días  después,  el  doctor  Joanicó  nos  deda  de  él: 
Eduardo  eia  por  su  ilustraoién  j  condidones  de  curicter  un  yerdadero  jurisconsulto  en  toda 
ia  extensión  de  ia  palabra;  habrfa  figprado  con  honra  en  el  Foro  más  adelantado  del  mundo. 


loo  fiDUABDO  AGSYBDO 


ditar  BU  competencia  jurídica  y  la  autoridad  de  que  gozaba  en  el  foro 
argentino,  contribuyendo  á  la  vez  á  formar  é  iniciaren  la  carrera  de 
abogado  á  multitud  de  bombees  jóvenes  que  boy  fíguran  allí  en  pri- 
mera fila. 

A  mucbos  de  ellos,  así  como  á  los  de  nuestra  Academia  de  Juris- 
prudencia, bemos  oído  recordar  con  cariño  al  distinguido  maestro  (^) 
y  encomiar  la  empeñosa  dedicación  con  que  dictaba  sus  lecciones  y 
dirigía  sus  ejercicios  académicos,  tratándolos  como  verdaderos  ami- 
gos, pero  sin  permitir  que  decayese  en  ellos  la  emulación  y  el  interés 
científico,  y  mucbo  menos  que  se  habituasen  á  talen tear  ó  perder  el 
tiempo  en  esas  discusiones  estériles  ó  de  mero  amor  propio  tan  fre- 
cuentes en  nuestras  aulas. 

En  los  exámenes  de  fin  de  carrera  que  generalmente  presidía  el 
doctor  Acevedo,  se  observaba  invariablemente  toda  la  severidad  de 
los  reglamentos.  Nos  decía  no  ba  mucho  uno  de  sus  discípulos:  «pe- 
ro, el  momento  verdadero  de  prueba  llegaba  cuando,  después  de  las 
preguntas  de  los  examinadores,  le  tocaba  su  turno  al  doctor  Acevedo. 
Tenía  el  hábito  de  interrogar  á  cada  uno  de  los  examinandos  sobre 
los  puntos  en  que  había  estado  flojo  ó  cometido  equivocaciones;  era 
preciso,  según  nos  lo  explicaba,  que  en  la  Academia  no  pasasen  por 
doctrinas  verdaderas  lab  que  no  lo  eran;  entonces  provocaba  nuevas 
explicaciones  sobre  los  puntos  en  que  habíamos  estado  deficientes,  y 
nos  proponía  prácticamente  el  caso  para  dar  lugar  á  que  confirmáse- 
mos ó  rectificásemos  la  solución,  y  aún  cuando  el  doctor  Acevedo  ha- 
cía esto  con  marcada  indulgencia  y  aún  cuando  todos  lo  conocíamos 
y  confiábamos  en  la  rectitud  de  su  juicio,  no  quedábamos  tranquilos 
respecto  del  éxito  del  examen  hasta  que  él  se  d  eclaraba  satisfecho.» 


Entre  sus  trabajos  de  leg^islación  y  codificación  puede  mencionar- 
se el  Proyecto  de  organización  del  juicio  por  jurados,  en  el  cual  co- 
laboró con  el  notable  jurisconsulto  doctor  don  Antonio  L.  Pereira. 
Este  trabajo,  si  mal  no  recordamos ,  fué  publicado  en  el  diario  La 
Constitución, 

El  Proyecto  de  ley  de  Administración  de  Justicia,  de  Mayo  de 
1S56,  fué  tambiéa  obra  del  doctor  Acevedo,  así  como  el  Manual  de 
procedimientos  de  los  Jueces  de  Paz,  que  todavía  sirve  boy  de  guía 
á  los  funcionarios  judiciales  de  esta  clase. 


(1)  En  naettn  Academia  de  Jurisprudencia  fueron  sus  discípulos  los  doctores  Kontero,  Pe- 
dralbes,  Vaesa,  Antufia,  Peres,  Arrascaeta,  Baena,  Lapido,  Süra,  etc.,  etc.  En  la  de  Buenos 
Aires,  los  doctores  Quintana,  Araujo,  Basariibaso,  PereTra,  Palacios,  Obanio,  Moreno,  Teire- 
ro,  Qarcía,  etc.,  etc. 


DE    «MI  AÍlfO  POLÍTICX)»  101 


Aunque  anterior  en  fecha  á  estos  trabajos,  mencionamos  al  final 
de  estos  apuntes  la  obra  de  mayor  aliento  y  que  demuestra  más 
acabadamente  la  elevada  competencia  del  doctor  Acevedo  en  mate- 
rias jurídicas,— es  decir,— su  Proyecto  de  un  Código  Civil  para  la 
República. 

Además  de  las  circunstancias  en  que  Acevedo  preparó  este  impor- 
tantísimo trabajo,  es  de  mencionarse  principalmente  la  reforma  que 
propone  sobre  dos  puntos:  la  secularización  del  matrimonio  y  la  crea- 
ción del  Begistro  de  Estado  Civil,  que  constituyen  hoy  otras  tantas 
conquistas  de  la  moderna  legislación  europea  y  de  nuestro  país. 
El  doctor  Acevedo  se  había  anticipado  de  treinta  años,  en  este  como 
en  otros  tópicos,  á  la  legislación  vigente  entre  nosotros  á  la  época 
en  que  trabajaba  el  Proyecto  de  Código  (1847-48).  Respecto  de  sus 
Ideas  en  materia  de  codificación,  así  como  á  los  fundamentos  de  la 
reforma  proyectada,  puede  consultarse  la  introducción  al  referido 
Proyecto  en  que  se  hallan  expuestas  sucintamente. 

Puede  quizás  atribuirse  á  lo  avanzado  do  esta  reforma,  más  que  al 
desconcierto  producido  por  nuestras  luchas  políticas,  el  que  no  fuese 
dicho  Proyecto  adoptado  como  ley  por  nuestra  Legislatura   de  1853. 

Entretanto,  no  podía  pasar  inapercibida  la  importancia  de  obra  se- 
mejante y  la  indiscutible  preparación  de  su  autor.  Bien  pronto  la 
República  Argentina,  aprovechando  la  circunstancia  de  hallarse  el 
doctor  Acevedo  emigrado  en  Buenos  Aires,  le  llamó  para  encargarle 
la  redacción  de  un  Código  de  Comercio  que  fué  terminado  en  menos 
de  ocho  meses  de  constante  labor  y  presentado  conjuntamente  con  el 
doctor  Vélez  Barsfield,  Ministro  de  Gobierno,  á  la  sanción  legislativa 
en  el  año  de  1857. 

Sobre  el  mencionado  Código,  que  fué  adoptado  por  aquella  y  esta 
República,  y  ha  regido  por  el  espacio  de  más  de  25  atios,  dice  el  ju- 
risconsulto italiano  Vidari  lo  siguiente: 

«Estos  dos  códigos  (el  de  Buenos  Aires  y  del  Uruguay)  que  figuran 
entre  las  obras  legislativas  más  notables  de  nuestros  tiempos  y  que 
es  lástima  que  por  nosotros  casi  sean  ignoradas,  deberían  ser  toma- 
dos como  modelo  por  los  que  se  ocupan  de  legislar  sobre  el  derecho 
comercial,  tanto  por  el  método  legislativo,  como  por  el  acopio  y  la 
bondad  de  las  disposiciones  que  contienen.»  Vidari  sigue  luego  dan- 
do idea  de  la  distribución  de  materias,  y  agrega: 

«En  esta  disposición  y  distribución  de  materias  nuestra  mente  se 
halla  complacida:  allí  la  idealidad  orgánica  responde  adecuadamente 
á  la  realidad  orgánica;  allí  sentimos  que  tenemos  delante  una  obra 
armónicamente  modelada  en  todas  sus  partes;  allí  la  ley  es  verdade- 
ramente un  organismo  jurídico.  En  vez  de  eso  nosotros  nos  propone- 
mos mantener  aquí  más  ó  menos  la  distribución  de  materias  que  ya 
siguieron  los  códigos  franceses  y  el  albertino,  y  la  nueva  obra  ha 


102  SDÜAKDO  ACEYEDO 


salido,  por  esta  razón,  tan  imperfecta  como  los  modeloB  de  que  fué 
tomada.»  (i) 

Los  relevantes  méritos  del  doctor  Acevedo  y  sus  senrícios  al  pro- 
greso del  derecho  en  ambas  orillas  del  Plata  le  colocarán  con  justicia, 
ante  la  posteridad,  en  el  rango  de  los  hombres  más  dignos  de  su 
alabanza. 


Como  orador  parlamentario,  el  doctor  Acevedo  era  metódico,  so- 
brio y  en  extremo  insinuante.  Bu  elocuencia  se  asemejaba  á  la  de  los 
oradores  ingleses  que  sin  duda  había  tomado  de  modelo.  Salpicaba 
algunas  veces  sus  discursos  con  cierta  ironía  punzante  que  manejaba 
con  habilidad;— tenía  siempre  pronta  la  frase  para  replicar  á  una 
interrupción  maligna,  y  á  pesar  de  su  discreción  y  templanza  cuando 
el  calor  de  la  lucha  lo  exigía,  sabía  usar  de  acentos  de  una  energía  y 
virilidad  admirables,  que  imponían  el  respeto  de  sus  adversarios. 


Entre  las  manifestaciones  de  duelo  de  que  fué  objeto  el  doctor 
Acevedo,  al  conocerse  aquí  el  hecho  de  su  fallecimiento,  mencionaré 
la  reunión  que  tuvo  lugar  en  la  Universidad  y  á  que  asistieron  los 
abogados  y  académicos  de  nuestro  foro  con  el  propósito  de  honrar 
su  memoria. 

Varías  fueron  las  resoluciones  que  se  propusieron.  Entre  ellas  fi- 
gura la  de  dirígir  una  carta  de  pésame  á  la  señora  viuda  del  doctor 
Acevedo,  firmada  por  todos  los  asistentes  á  aquel  acto;  la  de  encar- 
gar al  doctor  don  Vicente  F.  López  para  que  escríbiese  la  biografía 
del  ilustre  finado;  erigir  un  busto  en  mármol  para  ser  colocado  en  la 
Academia,  y  otras  demostraciones  por  el  estilo. 

En  Buenos  Aires  tuvo  lugar  también  una  reunión  con  idéntico 
propósito  por  parte  del  colegio  de  abogados,  en  la  que  se  resolvió  co- 
locar su  retrato  en  el  local  de  sus  sesiones,  mandar  construir  una 
urna  cineraria  para  sus  restos  y  nombrar  á  los  sefiores  doctores  Es- 
toves Saguí,  Tejedor  y  Quintana  para  que  asistieran  á  la  inhumación 
que  debía  verificarse  en  esta  ciudad.  (2) 


(1)  Vidari.  «Sul  Projetto  per  la  riíorma  del  Cod.  de  Com.»,  página  19. 

Véase  Alcorta.  Concordancia  del  Código  de  Comercio.  Introducción  del  doctor  Obarrio,  que 
también  se  ocupa  de  su  Código  Comercial. 

(2)  Puede  verse  la   relación  que  sobre  el  particular,  trae  el  Ftís  de  Monterideo  del  6  de 
septiembre  de  1863. 


DE   «MI  A!(fO  POLfriOO»  108 


Del  doctor  Alfredo  Vásquez  Aeevedo. 

El  doctor  Eduardo  Acevedo  nació  en  Montevideo  el  afto  1815.  Era 
hijo  del  doctor  don  José  Acevedo  Salazar,  y  nieto  del  doctor  don 
Tomás  Alvarez  Acevedo,  ambos  abogados  distinguidos,  que  ocupa- 
ron puestos  importantes  durante  el  Gobierno  colonial.  (^) 

El  doctor  don  Eduardo  Acevedo  hizo  con  brillo  sus  estudios  de 
Derecho  en  la  Universidad  de  Buenos  Aires. 

Terminada  su  carrera  en  1839,  regresó  á  la  patria,  donde  abrió  su 
Estudio,  y  muy  luego  fué  llamado  á  ejercer  la  judicatura,  que  desem- 
peñó con  inteligencia,  ilustración,  rectitud  y  una  excepcional  energía, 
que  todavía  se  recuerda  con  admiración  por  sus  colegas  de  aquel 
tiempo. 


(1)  Don  Jóte  Aoenedo  y  Salaxar,  nombndo  Oidor  pan  U  Audiencia  de  Chile,  en  viaje  á  ese 
pafe,  tQTo  que  detenerse  en  Monteyideo,  á  causa  de  la  reyoludón  de  1810.  Elfo  y  Vigodet 
utíüzafon  sus  servidos  en  distintas  misiones  á  Buenos  Aires,  y  muj  particularmente  en  la 
negociación  sobre  entirega  de  Montevideo.  Mereció  distindones  muj  honoríficas  de  su  Oo- 
biemo.  (De-María— JKsftyria  dé  ¡a  BepúMiea  OriMtcU  dd  Uruguay— tomo  l.«— páginas  99  j 
122— página  23  de  La  Dominaaán  Etpañola  en  él  Rb  dé  la  Plata,  por  Francisco  Baucá). 
Don  TxmUu  Aivarex  Acévedo,  fué  fiscal  de  la  Real  Audiencia  de  Lima,  Regente  de  la  Audlen- 
da  de  Chile,  j  Gobernador  de  este  país  en  dos  ocasiones.  Barros  Arana  en  el  tomo  6.®  de  su 
Historia  dé  OuU  hace  gnuides  elogios  de  él  como  jurisconsulto  j  como  estadista.  Copiamos 
de  allí  estos  párrafos:  «El  6  de  julio  de  1780  recibió  la  Audienda  de  Santiago  las  comunica- 
ciones en  que  don  Agustín  de  Jáuregui  le  avisaba  su  partida  para  el  Perú  á  tomar  d  mando 
dd  Virreinato.  En  cumplimiento  de  la  ley,  el  Regente  de  aquel  Tribunal  tomó  ese  mismo  día, 
con  las  solemnidades  de  estilo,  el  gobierno  interior  de  Chile.  Don  Tomás  Alvarez  de  Aceve- 
do, así  se  llamaba  el  nuevo  mandatario,  era  un  letrado  adusto  y  serio,  dotado  de  una  inteli- 
genda  clam  y  de  una  prodigiosa  laboriosidad,  que  en  dies  años  de  servicios  en  el  Perú  se 
habla  eonquistado  una  hermosa  reputación  en  la  magistratura  colonial.  En  su  juventud 
adquirió  una  sólida  instrucción  juridlca  y  la  posesión  del  título  de  licenciado  en  ambos  dere- 
chos. Nombrado  por  el  rey  Fiscal  de  la  Audienda  de  Charcas  pasó  á  América  en  1766  y 
dnempefió  tan  satisfactoriamente  ese  cargo,  así  como  una  comisión  juridica  que  se  le  enco- 
mendó en  la  Provinda  de  Buenos  Aires,  que  mereció  que  el  Soberano  le  demostrase  su  satis- 
faedón  por  una  cédula  espedal.  Por  nombramiento  del  Virrey  del  Perú  ejerdó  durante  un 
afio  1 1773- 1774)  el  Gobierno  del  Distrito  de  Potosí,  donde  arregló  las  desavenencias  susdtadas 
entre  los  Ministros  de  la  Real  Hacienda  y  el  vecindarie,  con  motivo  de  las  reformas  que  se 
iniciaban  en  la  percepdón  de  los  impuestos.  Trasladado  á  Lima  en  1774  con  el  carácter  de 
Fiscal  de  la  Real  Audienda,  desplegó  allí  su  natural  laboriosidad,  y  mereció  la  confiansa  del 
visitador  dun  José  Antonio  de  Areche,  que  en  junio  de  1777  llegaba  al  Perú  provisto  de  las 
más  amplias  facultades  que  el  Rey  solía  conceder  á  alguno  de  sus  delegados  en  las  colonias 
de  América.  Alvarez  de  Acevedo  había  sido  condecorado  con  la  cruz  de  la  orden  de  Carlos 
m  cuando  redbió  el  título  de  Regente  de  la  Real  Audienda  de  Chile.  Recibió,  además,  una 
comisión  no  menos  delicada.  Don  José  Antonio  de  Areche,  que  llegó  entonces  á  Lima  con 
d  carácter  de  visitador  general  de  los  Tribunales  y  de  la  Real  Hadenda  en  toda  esta  parte 
de  la  América,  le  delegó  sus  poderes  para  que  lo  reemplazase  en  Chile  en  el  desempefio  de 
esas  fundones.  Alvarez  de  Acevedo  llegó  á  Santiago  en  noviembre  de  1777,  revestido  de  las 
más  amplias  atribudones  y  las  ejerdó  con  la  firmeza,  la  laboriosidad  y  la  prudenda  que  iba 
á  demostrar  en  el  Gobienio.9 


104  EDÜABDO  ACEVEDO 


Los  sucesos  políticos  del  año  1843  lo  obligaron  á  salir  de  Monte- 
video y  á  establecer  su  residencia  primero  en  Buenos  Aires  y  después 
en  el  Cerrito,  donde  permaneció  hasta  la  conclusión  de  la  gfierra 
grande.  En  el  Cerrito  tuvo  á  su  cargo  durante  algún  tiempo  la  redac- 
ción de  un  diario  político  <^)  y  formó  parte  del  Tribunal  de  Apelacio- 
nes (3).  Bus  ideas  moderadas,  su  amor  á  las  instituciones  y  su  probi- 
dad política  le  acarrearon  en  esa  época  hondas  contrariedades  que 
soportó  con  entereza,  exponiéndose  más  de  una  vez  á  las  iras  de  los 
palaciegos  del  general  Oribe  (3).  No  obstante  ser  amigo  político  de 
éste,  tuvo  siempre  el  valor  de  condenar  sus  faltas  y  de  aconsejarle 
las  soluciones  más  dignas  y  patrióticas,  aunque  no  fueran  las  más 
convenientes  para  las  aspiraciones  personales  del  mandatario. 

Abatido  por  la  prolongación  de  una  contienda  fratricida,  que  arrui- 
naba á  la  República,  y  por  los  desencantos  de  una  lucha  apasionada 
que  entronizaba  el  desorden  y  la  desmoralización,  buscó  un  alivio  á 
los  pesares  de  su  alma  patriota,  en  el  servicio  de  los  intereses  perma- 
nentes de  la  sociedad,  consagrándose  á  la  redacción  de  un  Proyecto 
de  Código  Civil,  urgentemente  reclamado,  que  le  absorbió  varios 
años  de  meditación  y  de  estudio.  Ese  trabajo,  notable  por  los  exten- 
sos conocimientos  y  el  criterio  jurídico  que  revela,  por  su  correctti  re- 
dacción y  por  su  espíritu  liberal,  y  otros  del  mi«mo  género  que  realizó 
después,  elevaron  al  doctor  Acevedo  á  la  categoría  de  primer  juris- 
consulto nacional.  (^) 

El  Tratado  de  Paz  de  1851  colmó  sus  aspiraciones  patrióticas,  como 
las  de  todos  los  buenos  orientales. 

Fundó  entonces  un  diario  llamado  La  Constitución^  que  se  carac- 
terizó por  la  altura  de  sus  ideas,  por  su  moderación  y  por  el  empeño 
constante  con  que  sostuvo  la  necesidad  de  olvidar  las  rencillas  pasa- 
das y  de  trabajar  con  anhelo.por  el  afianzamiento  de  la  paz,  la  repa- 


cí) El  D^enDOf  de  las  leyes,  que  redacUS  desde  mediados  del  año  1846  hasta  1847. 

(2)  El  Reglamento  de  Jueces  de  Faz,  dictado  en  el  Miguelete,  con  fecha  13  de  febrero  de 
1849,  fué  obra  suya. 

(8>  Con  motivo  de  haber  sostenido  en  el  Defensor  que  el  general  Oribe  no  podía  perpetuarse 
en  el  poder  j  que  estaba  obligado  Á  dejar  el  mando  como  Presidente  de  la  República,  así  que 
terminase  su  período  constitucional,  la  quinta  del  doctor  Aceyedo  fué  rodeada  una  noche  por 
una  turba  de  exaltados  que  fueron  á  amenazarlo,  llamándole  á  gritos  ¡salvaje  unitariol  Al  día 
siguiente  el  doctor  Acevedo  se  presentó  en  el  Cuartel  General  &  pedir  explicaciones  al  general 
Oribe,  quien  desautorizó  la  tropelía  d&ndole  todo  género  de  satis&cciones. 

(4>  Cuando  el  doctor  Acevedo  redactó  su  Proyecto  de  Código  Civil  eran  raros  los  trabajos 
de  la  misma  clase  que  existían  en  el  mundo.  En  América  sólo  existía  el  Código  Boliviano, 
casi  desconocido,  y  en  Europa  sólo  regía  el  Código  Francés. 

El  Código  Civil  que  actualmente  rige  en  la  República  tiene  muchos  capítulos  y  numerosas 
disposiciones  tomadas  del  Proyecto  Acevedo. 


DE    «MI  AffO  FOLÍnOO»  105 


raciÓD  de  los  males  causados  por  la  fi^uerra  y  el  predominio  de  la 
GonstítuciÓD  y  de  las  leyes.  Se  recuerdan  siempre  con  placer  estas 
nobles  palabras  de  uno  de  sus  artículos,  dirigidas  á  sus  adversarios 
políticos:  «  En  el  porvenir  nada  nos  separa.  Abandonemos,  pues,  las 
acusaciones  y  recriminaciones  que  nos  llevarán  directamente  á  la 
anarquía.  Si  es  necesario  rivalizar,  rivalicemos  en  amor  y  respeto  á  la 
Constüiición,  en  el  franco  deseo  de  practicarla  y  de  hacerla  practicar. 
En  ese  campo  nos  encontrarán  siempre  prontos  todos  aquellos  á  quie- 
nes anime  el  sincero  amor  á  la  patria  >.  O-) 

Llamado  en  esa  época  de  grandes  horizontes  políticos  á  ocupar  un 
puesto  en  la  Cámara  de  Representantes,  ofreciósele  nueva  oportuni- 
dad de  ser  útil  á  su  país.  Su  talento  y  su  ilustración,  unidos  á  una 
palabra  elocuente  y  á  una  energía  inquebrantable,  le  asignaron  un 
lugar  prominente  y  una  legítima  influencia  en  la  Asamblea  General, 
que  encerraba  en  su  seno  hombres  de  mérito  de  todos  los  viejos  par- 
tidos. (^)  Contribuyó  en  primera  línea  á  la  sanción  de  leyes  importan- 
tes y  benéficas  <3)  y  á  la  elección  de  don  Juan  Francisco  Giró  parala 
Presidencia  de  la  República.  (^) 

El  país  parecía  encaminarse  entonces  por  el  sendero  de  la  paz  y 
del  progreso,  i^) 

Desgraciadamente,  contra  las  esperanzas  concebidas  y  los  esfuerzos 
patrióticos  de  algunos  ciudadanos,  entre  los  cuales  estaba  el  doctor 
Acevedo,  el  18  de  julio  de  1853  estalló  una  sangrienta  revolución  lle- 
vada á  cabo  por  los  batallones  de  línea,  que  dio  en  tierra  con  todas 
las  conquistas  alcanzadas  y  abrió  una  era  dolorosa  de  anarquía  y  de 
desórdepes  que  se  prolongó  por  muchos  años.  (^) 


(1)  Palabras  del  Programa  de  La  OonaíOuei^  en  el  que  se  Inicia  tineeramente  la  idea  de 
la  extinción  de  loe  partidoe  tradicionales. 

La  Oimatíhufáñ  se  fnndó  el  1.*  de  jallo  de  1852  j  dejó  de  aparecer  el  18  de  julio  de  18S8. 

1 2)  Acevedo  era  considerado  en  las  Cámaras  de  1862  como  el  jefe  de  la  mayoría. 

(H)  Con  motivo  de  la  ratificación  de  los  tratados  celebrados  con  el  Brasil,— que  se  juagó 
obra  patriótica  aceptar,  á  pesar  de  sus  vicios,  -Acevedo  sostuvo  con  elocuencia  j  firmeía  el 
preámbulo  de  la  ley  relativa,  que  importaba  una  reservr  salvadora  contra  esos  vicios,  consi- 
guiendo hacerlo  triunfar. 

(i)  Don  Juan  Francisco  Gbró,  que  apreciaba  los  méritos  del  doctor  Acevedo  j  la  reputadón 
que  tenia,  quiso  llevarlo  al  Ministerio  en  repetidas  ocasiones;  pero  Acevedo  se  rehusó  siempre 
á  aceptar  el  cargo,  por  el  temor  de  que  se  atribuyese  á  un  móvil  egoísta  el  empefio  con  que 
babfa  trabajado  para  elevar  á  aquel  ciudadano  á  la  Presidencia  de  la  B<*púbUca. 

(6)  En  esa  época,  ansioso  de  propagar  el  conocimiento  de  la  Constitución,  en  cuya  estricta 
observancia  veía  el  remedio  de  nuestros  males,  redactó  un  pequefio  catecismo  constitucional 
para  la  vulgarización  de  aquélla  (primeros  números  de  La  OomtUueián)  y  fundó  ima  escue- 
la de  adultos,  de  acuerdo  con  otros  amigos,  en  la  que  él  mismo  daba  lecciones  á  los  hombres 
del  pueblo,  pardos  y  morenos,  para  habilitarlos  al  ejercicio  de  la  ciudadanía. 

1 6)  Durante  la  revolución  y  en  los  días  anteriores  á  ella,  lo  mismo  que  en  los  momentos 
de  las  grandes  discuaiones  pariamentarias,  Acevedo  fué  objeto  de  amenazas  y  persecuciones, 
que  él  supo  despreciar  con  enterea,  sin  cejar  jamás  en  sus  propósitos  patrióticos. 


106  SDÜARDO   ÁOEVEDO 


El  doctor  Acevedo  y  otros  prohombres  del  partido  nacional  fueron 
desterrados  de  la  República  á  consecuencia  de  esos  sucesos,  viéndo- 
se aquél  obligado  á  establecerse  de  nuevo  en  Buenos  Aires. 

En  esa  ciudad  permaneció  hasta  el  año  1860,  dedicado  al  ejercicio 
de  su  profesión  de  abogado.  Su  competencia,  su  laboriosidad  y  sus 
virtudes  hicieron  de  su  Estudio  el  primero  quizá  de  Buenos  Aires.  El 
foro  argentino  y  las  mismas  autoridades  de  esta  ciudad  lo  colmaron 
de  distinciones.  Fué  nombrado  Presidente  de  la  Academia  de  Juris- 
prudencia, Presidente  del  Colegio  de  Abogados,  y  el  Gobierno  de 
Buenos  Aires  lo  encargó,  no  obstante  su  calidad  de  extranjero,  de  la 
redacción  de  un  Código  de  Comercio,  trabajo  que  ejecutó,  con  alguna 
participación  del  doctor  Vélez  Barfield,  de  una  manera  completamen- 
te satisfactoria.  (^) 

El  año  1860,  hallándose  todavía  el  doctor  Acevedo  en  Buenos  Aires, 
se  levantó  su  candidatura  para  la  Presidencia  de  la  República,  en 
competencia  con  las  de  don  Bernardo  P.  Berro  y  del  general  don 
Diego  Lamas. 

Cuando  ya  parecía  asegurado  su  triunfo,  por  una  combinación  de 
última  hora  se  resolvió,  en  una  reunión  de  diputados  y  senadores,  la 
elección  de  don  Bernardo  P.  Berro.  Esta  solución  tuvo  por  causa  la 
resistencia  que  por  razones  de  excesiva  delicadeza  opuso  siempre  el 
doctor  Acevedo  á  intervenir  personalmente  en  los  trabajos  electora- 
les, y  á  trasladarse,  con  tal  objeto,  á  Montevideo,  donde  su  presencia 
habría  vencido  las  oposiciones  á  su  candidatura,  seg^n  lo  juzgaban 
las  personas  más  interiorizadas  en  los  trabajos  presidenciales. 

Elegido  el  señor  Berro  Presidente  de  la  República,  fué  llamado  por 
éste  para  compartir  las  tareas  de  su  administración  como  Ministro  de 
Gobierno  y  Relaciones  Exteriores,  con  facultad  para  organizar  todo 
el  Ministerio. 

El  doctor  Acevedo,  •  abandonando  la  situación  ventajosa  que  se 
había  creado  en  Buenos  Aires,  aceptó  sin  vacilaciones  la  nueva  oca- 
sión que  se  le  presentaba  de  servir  á  la  República.  (^) 


Conociendo  los  trabajos  revolucionarios,  que  trató  de  contrariar  en  la  medida  de  sus  fuer- 
zas, no  quiso  faltar  el  18  de  julio  á  la  formación  de  la  guardia  nacional,  y  asistió  á  ella  en 
calidad  de  soldado,  á  pesar  de  estar  señalado  entre  las  primeras  víctimas  por  su  alta  repre- 
sentación política.  En  medio  de  la  revolución,  y  de  la  dispersión  de  la  guardia  nacional,  tuvo 
ocasión  de  mostrar  su  serenidad  y  la  nobleza  de  sus  sentimientos,  salvando  con  otros  ami- 
gos al  coronel  Solsona  y  á  su  ayudante  Ríos,  amenazados  de  muerte  por  un  grupo  de  guai- 
dias  nacionales  indignados  por  el  crimen  cometido  contra  ellos 

(1)  Fué  el  primer  Código  sancionado  en  el  Río  de  la  Plata. 

En  1867  el  Gobierno  del  general  Flores  lo  adoptó  para  la  República,  con  ligeras  modifica- 
ciones,—y  es  el  mismo  que  rige  ea  la  actualidad. 

(2)  La  importancia  que  su  Estudio  de  abogado  tenía  entonces  era  considerable.  En  pocos 
años  más  Acevedo  habría  podido  redondear  una  gran  fortuna,  á  pesar  de  su  carácter  despren- 
dido.—Dejó  sin  embargo,  todo,  por  venir  á  Montevideo,  con  riesgo  de  encontrarse  después  en 
una  situación  difícil,  como  le  sucedió  al  salir  del  Ministerio  en  1861.  Apenas  tenía  dos  ó  tres 
pequeñas  propiedades  en  Montevideo,  adquiridas  con  los  abonos  realizados  en  Buenos  Airea. 


DE    «MI  ASÍO  POLÍTIOO»  107 

Los  aarTÍoiod  |  que  entonóos  prestó  el  doctor  Acevedo  fueron  de 
¿ran  trascendencia.  Bin  amenguar  los  grandes  méritos  del  señor 
Berro,  puede  asegurarse  que  á  su  talento»  á  su  ilustración  y  á  su 
energía,  se  debieron  principalmente  las  grandes  conquistas  de  aque- 
lla prestigiosa  administración,  que  abatió  y  anuló  la  influencia  del 
caudillaje  prepotente  en  campaña,  llevando  á  las  Jefaturas  Políticas 
ciudadanos  rectos  y  progresistas  de  todos  los  partidos,  como  Palome* 
que,  Castellanos,  Pinilla,  Fregeiro,  Bodriguez,  Trillo,  eto.;  (^)  —  que 
regularizó  y  moralizó  la  administración  en  todas  sus  ramas  (^);que 
ordenó  la  hacienda  pública  (9);  que  levantó  á  una  grande  altura  el 
crédito  nacional  en  el  interior  y  exterior;  que  en  las  relaciones  exte- 
riores supo  mantener  bien  alta  la  dignidad  de  la  República,  (^)  y  que- 
brar por  primera  vez  las  vinculaciones  tradicionales  con  la  política 
argentina,  causa  de  tantos  males  para  el  país  (^)  y  que  reivindicó  con 
energía  los  fueros  del  Patronato  Nacional.  (^) 

£n  junio  de  1861«  sin  que  mediara  motivo  alguno  á  no  ser  el  pres- 
tigio y  gran  crédito  que  el  doctor  Acevedo  había  adquirido  por  la 
importancia  de  sus  servicios  y  la  natural  y  legítima  influencia  que  su 
talento  y  sus  cualidades  le  daban  en  el  Gobierno,  el  señor  Berro  le 
escribió  una  carta  pidiéndole  su  dimisión. 

El  doctor  Acevedo  se  negó  á  presentor  su  renuncia,  fundándose 
en  que  no  tenía  razón  para  ello;  y  entonces  el  señor  Berro  decretó 
su  cese  y  el  de  los  otros  Ministros  señores  Villalba  y  Lamas. 


(1)  Los  caudillos  más  importantes  del  partido  blanco,  Olid,  Coronel,  Burgueflo,  Carnes  j 
otros,  eran  duefios  j  sefiores  de  la  campafia.  Su  yolimtad  habla  pesado  durante  la  adminis- 
tiación  del  seflor  Pereira  de  oua  manera  abrumadora,  j  continuaba  haciéndose  sentir  en  el 
gobierno  del  país.  Aceyedo  supo  quebrar  la  influencia  de  esos  caudillos  en  todos  los  Depar- 
tamentos, resistiendo  á  sos  exigendas,  sin  consideraciones  de  ningún  género. 

(2)  Los  Ministerios  7  todas  las  oficinas  públicas  estaban  llenas  de  empleados  inútiles,  que 
fueron  suprimidos. 

Ei  tiabajo  de  los  empleados  fué  ordenado,  estableciéndose  que  éstos  debían  asistir  i  sus 
ocupaciones  desde  las  10  de  la  mafiana  hasta  las  4  de  la  tarde,  con  toda  puntualidad. 

(8)  Todos  los  serridos  j  gastos  públicos  fueron  ajustados  á  la  Ley  de  Presupuesto,  con  una 
escnipnlosidad  rigurosa,— consiguiéndose  de  ese  modo  abonar  los  sueldos  de  los  empleados  j 
las  obligadones  de  la  Nadón,  con  toda  puntualidad;  y  lográndose  un  sobrante  en  las  entra- 
das que  permitid  rescatar  ana  multitud  de  propiedades  públicas  que  hablan  sido  enajenadas 
por  los  gobiernos  anteriores. 

Se  establedó  asimismo  la  descentralixadón  de  las  rentas  departamentales. 

(4)  Véase  las  notas  del  doctor  Acevedo,  con  motíTo  de  la  célebre  reclamadón  Anglo-Fran- 
oesa,  por  perjuidos  de  guerra.  (Memoria  del  Ministerio  de  B   E.,  de  1862). 

(6)  Durante  la  guara  de  1860  y  1861  de  la  Provinda  de  Buenos  Aires  con  d  Gobierno  Fe- 
deral, se  guardó  la  neutralidad  más  estricta,  á  pesor  de  las  sugestiones  partidarias  y  de  la  in- 
fluencia de  cierta  parte  de  la  opinión  en  fayor  de  uno  de  los  beligerantes. 

(6)  Conflicto  con  la  Curia  Edesiástica,  con  ocasión  de  la  resistencia  de  ésta  á  admitir  en 
d  oemoiterio  público  el  cadáyer  del  masón  Jacobsen,— que  diópor  resultado  la  secularisa- 
ción  de  los  cementerios. 

Decretos  sobre  provisión  de  cargos  sdesiástioos,  de  27  de  Julio  de  1860,  24  de  didembre  de 
1860  y  otros. 


108  EDUARDO  AOEVEDO 


La  conducta  del  sefior  Berro  fué  duramente  censurada  por  la  opi- 
nión. 

El  doctor  Aoevedo,  que  sentía  avanzar  la  enfermedad  de  que  fa- 
lleció dos  afloB  después,  trasladó  su  residencia  á  la  ciudad  del  Salto, 
buscando  en  el  cambio  de  clima  un  alivio  á  sus  molestias. 

Nombrado  senador  por  el  Departamento  de  Montevideo,  regresó 
en  1862,  para  renovar  sus  tareas  públicas.  El  Senado  le  confirió  su 
Presidencia. 

«  Habiéndose  agravado  sus  dolencias,  por  consejo  médico  bizo  un 
viaje  al  Paraguay  á  mediados'  del  afto  1863,— y  á  su  regreso  de  la 
Asunción,  falleció  á  la  altura  de  Qojsl  el  23  de  agosto. 

« La  noticia  de  su  fallecimiento  causó  una  honda  impresión  no  sólo 
en  Montevideo  sino  en  Buenos  Aires  ». 

Complementaiido  lo  que  anteeede. 

Bajo  el  título  «Página  que  falta  en  el  manuscrito  sobre  la  vida  del 
doctor  Acevedo»,  escribió  las  siguientes  líneas  una  distinguida  se- 
ñora, después  de  publicado  el  importante  libro  del  doctor  Palomeque: 

«En  1840,  Acevedo  se  casó  con  Joaquina  Vásquez,  preciosa  joven 
dotada  de  relevantes  cualidades,  realzadas  por  una  educación  muy 
superior  á  la  que  se  daba  entonces.  Hablaba  correctamente  el  inglés, 
el  francés,  conocía  la  música  muy  á  fondo  y  tocaba  el  piano  con  rara 
perfección. 

En  la  vida  agitada  que  llevó  Acevedo,  siempre  encontró  á  su  com- 
pañera dócil  á  todos  sus  proyectos.  Nunca  tuvo  una  queja  y  una  ob- 
servación que  hacer,  cuando  tenía  que  andar  con  sus  hijos  de  un  lado 
para  otro. 

Una  vez  tuvo  que  venir  de  Buenos  Aires  al  Cerrito  á  reunirse 
con  su  marido,  sin  más  compañía  que  una  sirvienta,  en  un  pobre  bu- 
quecito  de  vela  llamado  «La  Luisa»,  cuyo  comandante,  el  capitán 
Barboso,  recordaba  en  sus  últimos  tiempos,  á  aquella  joven  que  se- 
rena y  tranquila  en  medio  de  un  temporal,  subía  sobre  cubierta  á  ad- 
mirar el  espectáculo  que  presentaba  la  Naturaleza. 

En  aquel  largo  y  triste  período  del  Sitio,  encontró  medio  de  hacer 
una  vida  agradable. 

Acevedo  y  su  familia  pasaron  casi  todo  el  tiempo  de  la  guerra  en 
la  quinta  de  Maturana,  que  quedaba  entre  líneas.  Por  la  noche  las 
guardias  se  retiraban  y  no  se  podía  entrar  ni  salir  de  la  casa. 

Joaquina  se  pasaba  largas  horas  tocando  el  piano  al  mismo  tiempo 
que  con  un  pie  movía  la  cuna  de  su  hijita. 

De  cuando  en  cuando  caía  una  bala  en  el  jardín.  Ella  suspendía 
su  música  y  corría  á  ver  si  había  hecho  daño  á  alguna  planta.  Des- 
pués volvía  á  sentarse  tranquilametíte  al  piano. 


Dfi   «MI  AÍfO  POLÍTIOO»  lOd 

Por  la  noche  tomaba  bu  costura  y  se  sentaba  á  coser  al  lado  de  la 
lámpara,  mientras  su  marido  leía  en  alta  vosr  Y  así  durante  aftos  en- 
teros. 

£sta  intimidad  nunca  interrumpida,  con  un  hombre  superior  y  de  un 
carácter  comunicativo  como  el  de  Acevedo,  acabó  de  formar  su  juicio 
y  hacer  de  ella  una  mujer  de  un  criterio  y  de  un  espíritu  elevado. 

De  nuevo  en  Montevideo  después  de  concluida  la  ^erra,  Acevedo, 
encantado  con  su  mujer,  la  presentaba  á  su  amigos. 

£n  cuanto  recibía  una  visita  de  una  persona  de  distinción,  la  ha- 
cía entrar  á  la  sala  para  que  la  saludasen. 

Pasaron  entonces  una  temporada  de  vida  de  sociedad. 

Acevedo  tenía  su  casa  llena  de  amigos  y  partidarios  que  lo  rodea- 
ban, y  figuraba  con  mucho  brillo  en  las  Cámaras  y  en  la  prensa. 
Fué  este  un  tiempo  feliz  para  Joaquina,  que  veía  que  hacían  justicia 
al  hombre  que  adoraba  y  admiraba. 

Pronto,  desgraciadamente,  todo  pasó.  Vino  la  revolución  del  18  de 
julio.  El  doctor  Acevedo  fué  desterrado  y  se  embarcó  para  Buenos 
Aires. 

A  los  pocos  meses  mandaba  buscar  su  familia.  En  Buenos  Aires 
pasaron  seis  años  recibiendo  toda  clase  de  distinciones.  Agobiado  de 
trabajo  como  estaba  Acevedo»  su  esposa,  aprovechando  su  linda  le- 
tra y  la  facilidad  que  tenía  para  escribir,  le  servía  continuamente  de 

secretario. 

El  afto  1860  volvía  otra  vez  la  familia  Acevedo  á  Montevideo. 

Joaquina  abandonó  Buenos  Aires  con  el  corazón  partido.  En  aquel 
país  había  pasado  una  vida  tan  tranquila,  lejos  de  las  agitaciones  de 
la  political  Nada  observó,  sin  embargo.  Su  marido  decía  que  un  hom- 
bre se  debe  á  su  país  y  que  debe  sacrificarle  hasta  su  bienestar. 

Acevedo  sólo  vivió  tres  años  después  que  salió  de  Buenos  Aires. 

Joaquina  dominando  su  inmenso  dolor,  se  ocupó  de  la  educación 
de  sus  hijos  y  de  la  administración  de  sus  rentas  con  tan  buen  sen- 
tido y  un  juicio  tan  recto,  que  ha  merecido  los  mayores  elogios  de  sus 
amigas. 

«Hoy  es  la  elegante  y  culta  matrona  que  tudos  saludan  con  respeto. 
€>onserva  su  espíritu  entusiasta  por  todo  lo  bello  y  lo  patriótico,  y  no 
hay  progreso  ni  adelanto  que  no  encuentre  en  ella  una  admiradora». 

(Diciembre  de  1892). 


CAPITULO  111 


En  el  periodismo 


«  El  Oefeaaor  de  las  Ijejem  »• 

£1  doctor  Acevedo  tuvo  á  su  cargo  U  sección  editorial  de  «El  De- 
fensor» durante  doce  meses.  La  colección  que  figura  en  su  archivo, 
demuestra  que  desde  mediados  de  septiembre  de  1845,  empezó  á  pu- 
blicar algunas  notas,  que  llevan  sus  iniciales  manuscritas,  juntamen- 
te con  don  Bernardo  P.  Berro,  don  Carlos  J.  Villademoros  y  otros 
cuyas  iniciales  figuran  en  la  misma  forma.  Pero  es  recién  á  mediados 
de  octubre  que  empesEÓ  á  escribir  con  regularidad,  hasta  mediados  de 
octubre  de  1846,  en  que  tuvo  que  abandonar  la  prensa  por  el  atrope- 
llo militar  á  que  lo  expuso  uno  de  sus  artículos  sobre  la  celebración 
de  la  paz.  Del  incidente  ocurrido,  se  ocupa  el  manuscrito  de  la  seño- 
ra viuda  del  doctor  Acevedo,  que  va  en  otro  lugar. 

Dos  temas  absorben  casi  exclusivamente  la  sección  editorial  en  ese 
año  de  labor:  la  intervención  anglo-francesa  que  había  llegado  á  su 
período  álgido  á  mediados  de  1845  con  el  bloqueo  de  los  puertos 
orientales  dominados  por  el  ejército  sitiador,  y  las  negociaciones  de 
paz  iniciadas  primeramente  por  los  Ministros  Ouseley  y  Deffaudis,  y 
posteriormente  por  Mister  Hood.  Sólo  un  paréntesis  se  produce  en 
la  propaganda  contra  la  intervención  y  á  favor  de  la  paz,  y  ese  pa- 
réntesis corresponde  á  uno  de  los  temas  do  más  palpitante  actuali- 
dad para  el  país  en  todas  las  épocas:  «Las  vías  de  comunicación», 
con  motivo  de  la  construcción  de  un  puente  en  el  río  Santa  Lucía. 

Pertenecen  los  siguientes  extractos  á  diversos  editoriales  que  refle- 
jan impresiones  relativas  á  períodos  culminantes  de  las  fracasadas 
negociaciones  de  paz: 

«Septiembre  1.»  de  1846.  Si  alguna  duda  existiera  sobre  el  verda- 
dero espíritu  que  anima  á  los  orientales  en  general,  la  habría  desva- 
necido el  cuadro  que  ha  presentado  estos  días  la  línea  del  asedio. 
Los  odios  aparecían  extinguidos;  y  en  la  reunión  de  los  individuos 


lEK   iSL  PGR10DI9M6  Íll 


de  la  misma  familia,  nadie  hubiera  podido  distinguir  á  los  sitiados  de 
loe  sitiadores,  á  no  ser  la  diferencia  de  las  divisas.  En  el  fondo  eran 
idénticos  los  sentimientos  de  unos  y  otros;  todos  ansiaban  por  la  épo- 
ca afortunada  en  que  aseg^urada  la  independencia  y  la  libertad  de  la 
República,  pudieran  deponer  las  armas  para  atender  á  las  necesida- 
des de  la  patria,  que  tan  urg^entemente  reclama  los  esfuerzos  de  sus 
hijos». 

«Septiembre  8.— Lá  paz  es  hoy  una  necesidad  generalmente  senti- 
da por  todos  los  que  aprecian  en  algo  el  porvenir  de  estos  países,  y 
cuanto  mayores  son  los  vínculos  que  ligan  á  un  hombre  á  la  tierra 
de  su  nacimiento  6  de  sus  afecciones,  mayores  son  también  los  deseos 
que  abriga  de  una  paz  honrosa  que,  coronando  los  esfuerzos  de  los 
buenos,  ponga  á  estas  Repúblicas  en  el  sendero  de  prosperidad  á  que 
han  sido -destinadas.  De  ahí  nace  principalmente  la  ansiedad  con  que 
se  fijan  los  ojos  de  todos  en  el  curso  de  las  negociaciones  de  paz,  que 
ya  completamente  concluidas  con  arreglo  á  los  sentimientos  de  los 
ilustrados  Gobiernos  de  Inglaterra  y  Francia,  y  á  los  que  siempre 
han  abrigado  los  de  las  Repúblicas  del  Plata,  penden  ahora  de  cir- 
cunstancias que  en  nada  tocan  al  fondo  de  las  cosas.  £1  mismo  de- 
seo que  nos  anima  de  ver  pronto  arregladas  las  dificultades  que  no 
debieran  haber  nacido  si  se  hubiera  atendido  al  espíritu  de  la  hono- 
rable misión  confiada  al  señor  Hood,  hace  que  nos  abstengamos  de 
determinar  el  origen  de  esas  dificultades  y  los  medios  que  se  han 
puesto  en  práctica  para  sostenerlas». 

«Octubre  8.— Torpísimo  y  muy  malicioso  es  el  empeño  de  los  pe- 
riodistas de  Montevideo  de  hacer  creer  que  la  prolongación  de  la  lu- 
cha se  debe  á  la  permanencia  de  las  fuerzas  argentinas  en  la  Repú- 
blica ó  á  pretensiones  personales  del  Excmo.  Presidente  Oribe. .. 
Sepárese  el  elemento  extranjero  que  usurpa  en  Montevideo  el  nom- 
bre oriental,  y  se  separarán  también  de  la  lucha  nuestros  valientes 
auxiliares ...  El  pueblo  Oriental  no  exige  ni  defiende  otra  cosa,  que 
el  derecho  de  gobernarse  por  sí  y  para  sí...  Respecto  de  las  ten- 
dencias personales,  es  más  absurdo  todavía  el  etnpeño  de  los  perio- 
distas de  Montevideo.  Cualquiera  que  los  oiga,  sin  estar  en  antece- 
dentes, se  figurará  que  la  cuestión  actual  versa  exclusivamente  sobre 
la  presidencia  del  Excmo.  General  Oribe...  Esas  insinuaciones  son 
las  que  hemos  llamado  torpísimas  y  muy  maliciosas.  El  Excmo. 
Presidente  de  la  República  no  sostiene  ahora  ni  ha  sostenido  nun- 
ca nada  que  le  sea  personal. . .  No  sólo  ha  declarado,  al  aceptar  las 
bases,  que  estará  por  el  resultado  de  una  nueva  elección  constitucio- 
nal, cualquiera  que  ella  sea;  sino  que,  conformándose  á  las  disposi- 
ciones de  nuestra  ley  fundamental  que  prohibe  la  relección  inmedia- 
ta del  Presidente,  ni  siquiera  figurará  como  candidato  en  la  próxima 
elección». 


112  EDUARDO   ACEVfiDO 


Las  uuuifedUciones  coutenidas  en  el  editorial  de  8  de  octubre,  á 
que  corresponde  el  extracto  que  antecede,  provocaron  una  protesta 
militar  frente  á  la  quinta  del  doctor  Acevedo  en  la  noche  del  1 1  de 
octubre  de  1846,  víspera  de  la  aparición  de  «El  Defensor»  (este  diario 
se  publicaba  cada  tres  días).  La  factura  de  los  editoriales  de  la  se- 
gunda quincena  de  octubre,  debió  llamar  la  atención  de  la  prensa  de 
Montevideo.  De  las  transcripciones  que  hace  el  mismo  «El  Defensor*, 
resulta  que  «El  Comercio  del  Plata»  se  había  dado  cuenta  exacta  del 
cambio  operado  en  la  redacción  y  por  consiguiente  de  la  salida  del 
doctor  Acevedo. 

>Iia  ConuBtltaelón». 

Pero  su  actuación  principal  en  el  periodismo,  corresponde  á  la  época 
de  resurgimiento  cívico  y  de  grandes  anhelos  patrióticos  que  corre 
desde  el  8  de  octubre  de  1851,  en  que  terminó  la  Guerra  Grande  me- 
diante un  pacto  <  sin  vencidos  ni  vencedores  »,  hasta  el  18  de  julio 
de  1853,  en  que  una  nueva  revolución  obligó  al  país  á  desandar  el 
camino  recorrido  á  expensas  de  sacrificios  de  todo  ¿"enero. 

«  La  Constitución  >,  diario  de  su  propiedad,  empezó  á  publicarse  el 
1.0  de  julio  de  1852  y  siguió  sin  interrupción  hasta  la  víspera  del  mo- 
vimiento revolucionario  del  año  siguiente. 

Marca  ese  diario  un  proceso  incontestable  en  el  periodismo  nacio- 
nal, por  su  selecto  y  abundantísimo  material  extranjero  de  educación 
política,  social  y  literaria;  por  el  estudio  constante  y  concienzudo  de 
las  necesidades  de  nuestro  país  y  de  los  medios  de  remediarlas;  por 
la  proscripción  tenaz  de  todo  personalismo;  por  la  lucha  contra  el 
caudillaje;  por  su  idea  directriz  de  que  arriba  de  los  hombres  están 
las  instituciones;  por  su  declaración  de  todos  los  momentos  de  que 
los  antiguos  partidos  colorado  y  blanco,  con  iguales  programas  polí- 
ticos, no  tenían  razón  de  ser  y  debían  dar  lugar  á  agrupaciones  de 
principios;  por  su  culto  á  la  carta  fundamental  que  trató  de  arraigar 
en  el  pueblo  mediante  la  práctica  y  el  ejemplo  de  su  cumplimiento; 
por  su  franca  y  continuada  colaboración  en  el  progreso  económico  al 
que  se  vinculó  desde  el  primer  día  con  eotusismo  notable. 

Pueden  señalarse  dos  etapas  en  la  breve  marcha  de  «  La  Constitu- 
ción ».  Durante  la  primera,  la  pluma  del  doctor  Acevedo  llenaba  to- 
das las  secciones,  á  despecho  de  la  enormidad  de  la  tarea,  si  se  tienen 
en  cuenta  las  demás  atenciones  del  redactor  en  jefe,  principalmente 
en  la  Cámara  de  Diputados  donde  era  considerado  como  el  jefe  de  la 
mayoría,  y  en  su  Estudio  de  abogado  que  era  el  de  mayor  importar  ^'-^ 
de  Montevideo.  La  atmósfera  estaba  muy  oxigenada,  el  país  ente 
harto  de  guerras,  se  inclinaba  con  enorme  decisión  lá  la  reorganizac 
de  las  fuerzas  destruidas,  y  el  que  hubiera  hablado  de  guerras  hr' 


El  doctor  Acevedo  en  I852 


r 


EXTRACTOS  DE   cLA  CONSTITUCIÓN»  113 

•sido  lapidado  por  la  execración  pública.  Durante  la  segunda,  en  cam* 
bio,  la  tarea  periodística  se  resiente  de  la  transformación  operada  en  el 
medio  ambiente  político,  que  vuelve  á  envenenarse  con  las  pasiones 
de  partido,  deteniendo  los  progresos  del  país  y  empujando  otra  ves 
á  soluciones  de  fuerza  que  el  patriotismo  impotente  no  podía  conju- 
rar. A  la  fecundidad  del  primer  período,  sucede  una  especie  de  pa- 
réntesis periodístico,  interrumpido  de  vez  en  cuando  con  notas  de 
concordia  que  ya  no  respondían  al  entusiamo  de  los  primeros  días,  y 
notas  económicas  saturada^^  también  del  desaliento  que  los  sucesos 
de  la  época  debían  producir  en  corazones  libres  de  sedimentos  partí* 
distas. 

En  la  imposibilidad  de  reproducir  íntegramente  todos  los  editoria- 
les, haremos  conocer  por  orden  cronológico  el  argumento  de  los  prin- 
<;ípales,  manteniendo  en  lo  posible  las  mismas  palabras  del  doctor 
Acevedo. 

Tendencias  de  <Ija  Conatltaelón». 

Nuestro  desgraciado  psAa,  después  de  una  larga  y  encarnizada  lu- 
cha, necesita,  para  reponerse,  de  todos  los  esfuerzos  de  sus  hijos. 
IN'adie  puede  permanecer  indiferente,  sin  cargar  ante  sí  mismo  coa 
una  responsabilidad  inmensa. 

Al  decidimos  á  escribir  para  el  público,  con  el  objeto  de  contribuir 
por  nuestra  parte  á  cegar  el  abismo  de  las  revoluciones,  no  hemos 
podido  menos  de  recordar  las  siguientes  palabras  de  Víctor  Hugo, 
que  muchas  veces,  en  otras  épocas,  nos  han  hecho  abandonar  la  Idea 
de  escribir  para  el  público  sobre  asuntos  que  en  nada  tocaban  á  la 
política:  <  ¡A  cuántos  desgraciados,  dice  el  célebre  poeta,  que  hubie- 
ran podido  ocuparse  más  útilmente,  se  les  ha  puesto  en  la  cabeza  es- 
cribir, porque  al  cerrar  un  hermoso  libro,  se  han  dicho  á  sí  mismos:^ 
otro  tanto  podría  yo  hacer! —y  esa  reflexión  nada  prueba,  sino  que  el 
libro  es  inimitable.  En  literatura,  como  en  moral,  cuanto  más  hermo- 
sa es  una  cosa,  más  fácil  parece.  Hay  algo  en  el  corazón  del  hombre 
^ue  le  hace  algunas  veces  tomar  el  deseo  por  el  poder.  Así  es  que 
«consideran  fácil  morir  como  d'Assas  ó  escribir  como  Voltaire  ». 

Sostendremos,  pues,  la  necesidad  de  la  extinción  completa  y  abso- 
luta de  los  antiguos  partidos;  pero  para  conseguirlo,   sosten<lremos 
iambién  la  igualdad  de  esos  partidos  ante  la  Constitución  de  la  Re- 
pública, y  la  necesidad  en  que  todos  estamos  do  abjurar  nuestros  pa* 
sados  errores,  de  tirar  las  antiguas  divisas  y  de  trabajar  por  el  bien- 
•e:>tar  futuro  del  país,  sin  que  nadie  tanga  facultad   de  enrostrar  á 
K  con  el  pasado  y  sus  consecuencias.  En  el   porvenir   nada  nos 
Ara.  Abandonemos,  pues,  la^  acusaciones  y  recriminaciones  que 
llevarían  directamente  á  la  anarquía.  Bi  es  necesario  rivalizar^ 

8 


114  EDUARPO  ACEVEDO 


rivalioeipos  en  amor  y  respeto  á  la  Constitución— en  franco  deseo  de 
practicarla  y  hacerla  practicar.  En  ese  campo  nos  encontrarán  siem- 
pre prontos  todos  aquellos  á  quienes  anime  el  sincero  amor  á  la 
patria. 

Consideramos  un  deber  nuestro  cerrar  las  puertas  de  nuestro  diario 
á  los  remitidos  políticos,  sin  nombre  de  autor,  que  han  sido  la  lepra 
de  nuestra  prensa  periódica.  No  consideramos  que  la  libertad  de  1% 
prensa  nos  imponga  el  deber  de  franquear  nuestras  columnas  á  los 
que  quieran  hablar  al  público,  escondiendo  sus  nombres,  ni  tampoco 
aquellos  que,  dándose  á  conocer,  quieran  sostener  ideas  que  se  opon- 
gan á  las  que  tomamos  el  encargo  de  sostener.  La  libertad  de  la 
prensa  les  dará  el  derecho  de  pnbliciir  sus  opiniones;  pero  no  el  de 
hacernos  instrumentos  de  esa  publicación. 

Mucho  ha  que  obtuvimos  el  convencimiento  de  que  el  país  sólo  pue- 
de salvarse  por  la  observancia  estricta  de  la  Constitución  de  la  Repú- 
blica—de esa  desgraciada  Constitución  que  todos  invocan  y  que  muy 
pocos  conocen  y  practican.  Hacerla  popular,  demostrando  su  conve- 
niencia: oponerse  con  todas  sus  fuerzas  á  cuantos  quieran  infringirla^ 
sean  los  que  fueren;  y  trabajar  siempre  por  la  unión  de  los  orientales, 
bajo  el  estandarte  constitucional,  será  el  objeto  primordial  de  los  re- 
dactores de  «La  Constitución».  En  esas  pocas  palabras  se  encierra 
todo  nuestro  programa.  Sosteniendo  la  Constitución,  se  sostienen  las 
autoridades  por  ella  establecidas,  la  libertad  política,  la  libertad  civiU 
la  libertad  industrial,  y  todos  los  principios  que  ha  conquistado  la 
humanidad  en  su  desarrollo  progresivo. 

Para  que  podamos  cooperar  todos  los  orientales  al  afianzamiento  só* 
lido  de  la  Constitución,  se  necesita  tender  un  velo  sobre  el  pasado; 
pero  un  velo  que  no  humille  á  los  unos  á  la  presencia  de  los  otros» 
Un  velo  que  nos  habilite  á  todos  para  trabajar  con  nuestras  frentes  er- 
guidas en  el  sólido  afianzamiento  de  las  instituciones  de  la  Repúbli- 
ca. Este  será  el  objeto  constante  de  nuestros  esfuerzos. 

Trataremos  de  no  decir,  en  cada  caso,  sino  lo  que  sea  absolutamen- 
te indispensable  para  la  expresión  de  nuestras  ideas.  Hablaremos  muy 
poco.  Estamos  convencidos  de  que  el  periodista  no  debe  tener  la  pre- 
tensión de  dogmatizar.  Loí^  que  quieren  aprender,  no  vienen  á  los 
diarios.  Tienen  los  libros.  Nuestro  propósito  es  de  hablar  á  nuestros 
lectores,  como  hablamoá  á  una  docena  de  amigos  en  nuestro  Estudio. 
Ni  más,  ni  menos. 


LfOs  tratados  con  el  Brasil. 


Al  tratarse  de  intereses  nacionales  callan  siempre  los  mezquinos 
intereses  do  partido.  El  pueblo  oriental  ha  demostrado  prácticamen- 
te que  así  lo  entiende,  lo  mismo  en  lo  relativo  á  nuestras  relacione» 


EXTRACTOS  DE   cLA   CONSTITUCIÓN»  115 

con  el  Brasil,  que  en  los  demás  sucesos  que  han  tenido  lugar  desde 
el  8  de  octubre.  Para  juzgar  de  los  tratados  de  1851,  nunca  ha  habi- 
do antiguos  blancos  y  antiguos  colorados.  Todos  han  sido  unánimes 
en  el  sentimiento  de  reprobación  que  hizo  nacer  el  conocimiento  de 
esos  documentos.  Ck)ntra  ellos  levantaron  el  grito  los  hombres  más 
notables  del  antiguo  partido  colorado.  Fué  mucho  después  que»  tra- 
bajándose por  algunos  con  cierta  habilidad,  logró  complicarse  con  la 
cuestión  de  los  partidos  que  ya  no  existían,  ni  podían  exif^tir,  la  cues- 
tión de  los  tratados.  Pero  asimismo  nunca  se  dividieron  los  hombres 
públicos  de  este  país  en  el  sentimiento  de  reprobación  á  los  tratados. 
Se  dividieron  únicamente  en  la  conveniencia  ó  inconveniencia  de  su 
repulsa,  atenta  la  situación  de  la  República.  Hoy  estamos  todos  con- 
formes en  la  conveniencia  de  aceptar  los  tratados  y  de  ejecutarlos 
franca  y  lealmente,  con  la  esperanza  que  todos  tenemos  de  ulteriores 
modificaciones  en  que  se  consulten  los  verdaderos  intereses  de  la  Re- 
pública. En  lo  único  que  parece  dividida  la  opinión,  es  respecto  de  la 
conveniencia  de  expresar  en  la  resolución  la  esperanza  que  le  sirve 
de  fundamento. 
(Véase  el  extracto  parlamentario  que  va  en  otro  lugar). 

Prlvilegloa  exelaslvos* 

Se  pronuncia  contra  los  privilegios,  en  nombre  de  la  libertad  indus- 
trial, sin  desconocer  el  derecho  del  inventor,  que  juzga  tan  respetable 
como  cualquier  otra  propiedad. 

Comisiones  aiKXlllares  de  IMUnlstros. 

Prestigia  la  idea  de  que  en  cada  Ministerio  funcione  una  Comisión 
de  peraonas  competentes  para  el  estudio  de  los  asuntos  que  le  sean  so- 
metidos por  el  respectivo  Secretario  de  Estado. 

(La  idea  lanzada  por  «La  Constitución»  fué  recogida  durante  la 
administración  Pereira  por  el  constituyente  Ellauri,  y  durante  la  admi- 
nistración Berro  por  don  Tomás  Villalba). 

El  pasado» 

Firmes  en  la  convicción  de  que  en  el  porvenir  nada  nos  separa,  no 
tocaremos  el  pasado,  sino  cuando  sea  absolutamente  indispensable 
para  ilustramos  sobre  el  porvenir  y  aclarar  la  senda  que  debemos  se- 
guir en  provecho  común. 


116  EDUABDO  ACEYKDO 


121  pasaporte. 

Abofl:a  por  la  supresión  del  pasaporte,  que  como  medida  de  policía 
no  tiene  eficacia  y  como  impuesto  es  una  traba  á  la  libertad  de  loco- 
moción que  al  país  interesa  suprimir  en  absoluto. 

(Al  año  siguiente,  la  idea  abolicionista  se  tradujo  en  un  proyecto 
de  ley  del  doctor  Juan  Carlos  Oómez,  que  la  Cámara  de  Diputados 
YOtó  inmediatamente.  El  informe  favorable  de  la  Comisión  de  Peti- 
ciones, está  suscrito  por  el  doctor  Acevedo). 

Rentas  nmiileipales. 

Las  Juntas  no  marchan  por  falta  de  fondos.  En  la  época  de  la 
Constituyente  todos  estaban  de  acuerdo  en  que  tuvieran  las  rentas 
conocidas  por  «arbitrios  de  los  Cabildos».  Pero  eso  fué  dejado  á  la  ley 
que  todavía  no  se  ha  dictado.  Se  ha  presentado  un  proyecto,  que  debe 
sancionarse,  destinando  á  las  Juntas  la  recaudación  é  inversión  del 
derecho  de  corrales.  El  presupuesto  afecta  varias  cantidades  á  escue- 
las y  esas  cantidades  habría  que  entregarlas  también  á  las  Juntas. 

LfOS  eamlnos» 

Una  de  las  principales  atenciones  de  todo  gobierno  ilustrado,  debe 
ser  la  de  facilitar,  en  general,  los  medios  de  comunicación,  no  sólo 
con  las  naciones  extranjeras,  con  quienes  esté  en  relación,  sino  muy 
principalmente  en  el  interior  del  país. 

Oereebos  diferenciales. 

£1  Gobierno  Argentino  mantiene  un  derecho  de  25  %  sobre  las 
mereancías  procedentes  de  Montevideo,  para  hostilizar  á  este  último 
puerto.  Ese  derecho  tiene  que  dar  base  á  represalias  y  debería  su- 
primirse, sin  perjuicio  de  que  nuestros  vecinos,  puesto  que  se  consi- 
deran perjudicados  por  el  puerto  de  Montevideo,  traten  de  mejorar 
su  situación. 

Ija  publicidad» 

,  Estimula  á  todas  las  reparticiones  públicas  á  que  publiquen  regu- 
larmente un  estado  de  su  movimiento,  que  es  freno  para  unos,  salva- 
guardia para  otros  y  garantía  para  todos. 


EXTRACTOS  DE    «LA  CONSTITUCIÓN»  117 


Hartín  Garcf  a« 

La  ley  de  37  de  octubre  de  1829,  dictada  por  la  Asamblea  Consti- 
tuyente, decretó  una  aduana  central  para  el  comercio  del  Uruguay 
en  Martín  García.  Hállase  ahora  la  isla  en  poder  del  Gobierno  Ar- 
gentino. ¿A  quién  pertenece  el  mejor  derecho?  La  República  Orien- 
tal alega  que  Martín  García  forma  parte  de  su  territorio:  cuando  un 
río  separa  dos  nacionesy  cada  una  de  ellas  tiene  el  dominio  de  la  mi- 
tad del  ancho  de  ese  río  sobre  toda  la  ribera  que  ocupa.  La  República 
Argentina  invoca  la  posesión,  pero  una  posesión  que  ha  sido  descono- 
cida y  contradicha,  según  lo  revelan  la  ley  de  la  Asamblea  Constitu-' 
yente  y  las  reservas  que  hizo  el  Gobierno  Oriental  en  febrero 
de  1852.  Por  otra  parte,  no  se  ha  ajustado  el  Tratado  definitivo  de 
paz  entre  la  Argentina  y  el  Brasil  que  habría  de  determinar  los  ver- 
daderos límites  del  nuevo  Estado,  y  en  consecuencia  la  posesión  ar- 
gentina no  puede  servir  de  base  á  prescripción  alguna.  Existe  una 
solución  que  satisfaría  todos  los  intereses:  la  que  apunta  el  artículo 
18  del  Tratado  de  comercio  y  navegación  entre  el  Uruguay  y  el  Brasil. 
(Que  se  declare  la  neutralidad  de  Martín  García  en  tiempo  de  guerra; 
que  la  isla  no  sirva  para  embarazar  la  navegación  de  los  otros  ribere- 
ños; y  que  se  admita  en  ella  los  establecimientos  que  fueran  necesarios 
para  la  seguridad  de  la  navegación  interior  de  los  mismos  ribereños.) 

liOB  debates  poliileos. 

Las  discusiones  políticas  empiezan  á  ocupar  cada  día,  menos  lugar 
en  la  vida  de  los  hombres  públicos  de  este  país.  Todos  están  conven- 
cidos de  que,  sean  cuales  fueren  las  pequeñas  divergencias  que  toda- 
vía nos  separen,  la  patria  exige,  ante  todo,  á  sus  hijos,  que  se  consa- 
gren á  cicatrizar  las  llagas  de  la  lucha  pasada.  Un  poco  de  tolerancia 
de  una  y  otra  parto,  y  nada  habrá  que  pueda  detener  al  país  en  la 
senda  de  progreso  que  empieza  á  recorrer. 

]IIiiiilei]MUldade«  6  Cabildos. 

Para  que  la  Constitución  no  sea  simplemente  un  papel  sin  vida,  es 
necesario  que  existan  leyes  secundarias  en  armonía  con  sus  disposi- 
ciones y  que  se  orienten  las  costumbres  de  la  nación  en  el  mismo 
sentido.  Nuestros  constituyentes  indicaron  algunas  de  las  leyes  se- 
cundarias que  podían  hacer  fructíferas  las  disposiciones  del  pacto 
fundamental:  organización  departamental  y  municipal,  juicio  por  ju- 
rados en  las  causas  criminales  y  aún  en  las  civiles,  reforma  de  la  le- 


118  EDUARDO  ACEVEDO 


gislación  en  todos  sus  ramos,  se  encuentran  desarrolladas  ó  en  ger- 
men en  la  Constitución.  Al  discutirse  en  la  Constituyente  la  sección 
relativa  al  gobierno  7  administración  de  los  departamentos,  se  aper- 
cibieron los  legisladores  de  que  haciendo  mucho  con  la  creación 
de  las  Juntas  Económico- Administrativas  para  la  organización  del 
departamento,  no  hacían  nada  para  la  organización  munici- 
pal. Uno  de  los  diputados,  el  señor  García,  propuso  que  entre  las 
atribuciones  de  la  Junta  figurase  la  de  «cuidar  de  que  se  establezcan 
ayuntamientos,  donde  corresponda  que  los  haya,  conforme  á  lo  que 
se  previene  en  el  artículo  de  esta  Constitución».  Pero  se  consideró 
que  tal  declaración  era  inútil;  que  sin  ella  se  crearían  ayuntamientos 
ó  cabildos  en  todos  los  lugares  donde  debieran  existir.  Hay  que  res- 
tablecer, pues,  las  municipalidades,  para  que  los  ciudadanos  se  acos- 
tumbren á  confiar  más  en  sus  fuerzas  y  á  esperar  menos  de  la  auto- 
ridad y  también  como  medio  de  que  desaparezca  el  caudillaje.  Las 
Juntas  deberían  ocuparse  del  asunto,  determinando  los  puntos  más 
indicados  para  el  establecimiento  de  los  cabildos.  Mientras  eso  no 
sucede,  podría  formarse  espontáneamente  en  cada  pueblo  una  Comi- 
sión popular  encargada  de  reunir  los  datos  necesarios  para  que  las 
Juntas  puedan  cumplir  el  artículo  126  de  la  Constitución. 

Espíritu  de  asociación» 

Una  de  las  circunstancias  que  más  han  contribuido  á  prolongar 
nuestras  desgracias  y  á  detener  nuestros  progresos,  ha  sido  la  falta 
de  espíritu  de  asociación.  Todo  lo  esperamos  de  la  autoridad  y  nada 
de  nosotros  mismos.  Es  necesario  reaccionar  contra  ese  mal,  estimu- 
lando el  espíritu  de  asociación  para  la  realización  de  todo  aquello 
que  importe  un  adelanto  ó  una  necesidad. 

Política  partidista. 

Elsentimiento  general  de  que  todos  hemos  errado  y  de  que  nadie  tie- 
ne derecho  á  tirar  la  primera  piedra,  hace  que  exista  una  tolerancia 
recíproca  respecto  de  lo  pasado;  y  que  todos  nos  entreguemos  con 
ansia  á  trabajar  por  la  consolidación  del  orden  y  de  las  instituciones. 
El  recuerdo  del  pasado  no  nos  sirve,  sino  como  servía  á  los  jóvenes 
espartanos,  la  presencia  de  los  ilotas  ebrios  que  se  hacían  circular 
por  las  mesas  comunes— para  apartarnos  de  todo  aquello  que  pudiera 
conducirnos  á  la  situación  desgraciada  de  que  acabamos  de  salir. 

Empedrado  de  calles. 

Hay  que  preocuparse  de  este  asunto,  combinando  las  iniciativas  y 
recursos  del  vecindario  con  las  iniciativas  y  recursos  de  la  policía. 


EXTRACTOS  DB    «LA   CONSTITUCIÓN»  119 


TVmIos  bemoa  errado» 

Estamos  convencidos  de  que  lo  único  que  puede  salvar  al  país  de 
ulteriores  desgracias,  es  la  tolerancia  mutua,  el  respeto  de  los  unos  á 
las  opiniones  de  los  otros.  Dejando  que  cada  uno  siga  creyendo  en  el 
fondo  de  su  corazón  que  ha  estado  en  la  buena  senda,  sostengamos 
loa  verdaderos  amigos  del  país  que  todos  hemos  errado,  y  no  nos  ocu- 
pemos sino  de  los  sucesos  posteriores  al  8  de  octubre,  en  que  Urquiza 
proclamó  que  no  había  vencidos  ni  vencedores.  Nosotros  colocándo- 
nos en  el  punto  de  vista  de  la  Constitución  y  de  la  justicia,  rechazamos 
toda  solidaridad  con  los  actos  malos  de  los  dos  partidos  en  que  ha 
estado  dividida  la  República;  pero  aceptamos  todos  los  actos  buenos 
de  los  unos  y  de  los  otros.  Recogemos  el  bien  donde  se  encuentra, 
sin  preguntar  su  origen,  sin  averigjiar  si  se  debe  á  los  antiguos  colo- 
rados ó  á  los  antiguos  blancos.  En  nuestro  empeño  de  formar  un  todo 
nacional,  compacto,  sólo  excluímos  lo  malo,  ya  veng^a  de  los  unos  ó 
de  los  otros.  Lo  bueno  nos  pertenece:  es  la  herencia  de  los  orientales. 

tSoeledad  de  beneficencia. 

Emite  la  idea  de  organizar  una  sociedad  de  beneficencia  de  seño- 
ras, con  extensas  ramificaciones  en  toda  la  campaña,  por  iniciativa  del 
gobierno,  con  cometidos  amplios  para  distribuir  premios  á  la  virtud  y 
al  trabajo,  y  organización  de  hospitales  y  escuelas  de  niñas. 

(Este  pensamiento  fué  acogido  por  el  Poder  Ejecutivo  y  dio  origen 
al  decreto  de  I.®  de  abril  de  1853  que  organizó  la  «Asociación  de  Ca- 
ridad* con  superintendencia  sobre  las  escuelas  de  niñas,  casas  de 
expósitos,  hospitales  de  mujeres  y  otros  establecimientos  relacionados 
con  las  personas  de  su  sexo). 

Administración  de  Josticla» 

Publica  el  prólogo  del  Proyecto  de  Código  Civil  para  la  República 
Oriental  y  sostiene  la  necesidad  de  que  otros  abogados  se  preocupen 
del  Código  Penal,  del  Código  de  Comercio,  del  Código  de  Procedi- 
mientos civiles  y  criminales.  Agrega  el  redactor  de  «La  Constitución» 
que  por  su  parte  ya  ha  presentado  también  á  la  Cámara  de  Diputa- 
dos un  reglamento  provisorio  de  administración  de  justicia. 

Intereses  s^anaderos. 

Dos  males  se  han  desarrollado  por  efecto  del  abandono  en  que 
permanecieron  las  estancias  durante  la  guerra:  el  alzamiento  de  los 


120  EDUARDO   ACEVfiDO 


ganados  que  da  origen  á  la  destrucción  de  las  crías,  y  la  práctica  de* 
cuerear  que  conduce  rápidamente  á  la  extinción  de  los  ganados.  Lo* 
primero  podría  combatirse,  señalando  á  los  estancieros  un  plazo  de 
dos  años  para  la  sujeción  de  los  ganados,  bajo  apercibimiento  de  ha- 
cerlo las  Juntas  á  costa  délos  morosos.  Contra  lo  segundo,  bastaría  la 
prohibición  de  cuerear  el  ganado  alzado.  Sería  un  complemento  in- 
dispensable de  estas  disposiciones,  la  proscripción  de  las  pulperías 
volantes  de  campaña,  que  sólo  han  servido  para  fomentar  los  desór- 
denes y  encubrir  los  robos  que  se  hacen  á  los  propietarios  de  las  es- 
tancias. 

Bajo  la  denominación  de  «marcas  desconocidas»,  se  entendía  ori- 
ginariamente aquellos  animales  cuyo  dueño  era  absolutamente  igno- 
rado. Después  de  corridos  algunos  trámites,  el  producto  de  esos  ani- 
males debía  aplicarse  según  la  ley  á  construcción  y  conservación  de- 
caminos. Alguna  autoridad  departamental  extiende  ahora  la  deno- 
miaación  á  todos  los  animales  ajenos  que  se  encuentren  en  cada 
estancia,  aún  cuando  los  dueños  de  las  marcas  sean  vecinos,  y  eso 
representa  verdaderamente  un  despojo. 

(Con  el  propósito  de  regularizarla  condición  de  la  campaña  á  este- 
respecto,  propone  «La  Constitución»,  entre  otras  medidas,  un  regla- 
mento sobre  cosas  extraviadas,  que  forman  parte  del  Código  Civil). 

A  proposito  de  reuniones  para  ors^anizar  la  Bolsa. 

Nosotros  aplaudimos  siempre  la  idea  de  la  reunión.  Somos  de  aque- 
llos que  piensan. como  un  publicista  francés,  que  la  instrucción  pú- 
blica está  en  todos  los  lugares  en  que  el  pueblo  se  junta. 

Instmcelón  primarla. 

Es  un  hecho  justificado  que  el  progreso  de  la  instrucción  en  el  pue- 
blo, no  induce  siempre  progreso  en  lo  moral.  Como  dice  F.  Léroux,  la 
instrucción  sin  moral  es  más  perjudicial  que  útil,  y  en  consecuencia  • 
es  necesario  hermanar  la  instrucción  y  la  educación. 

La  educación  primaria  debe  ser  gratuita,  en  virtud  de  un  derecho 
tan  sagrado  como  los  otros  de  que  guza  el  hombre  en  sociedad,  y  obli- 
gatoria por  cuanto  la  Constitución  suí>pende  la  ciudadanía  en  contra 
de  los  que  no  saben  leer  ni  escribir,  y  es  necesario  tratar  por  medios- 
indirectos  de  que  ese  caso  sea  lo  menos  frecuente  posible. 

liOs  inconvenientes  que  ha  habido  hasta  ahora  para  el  desarrollo  de 
la  instrucción  primaria,  entre  nosotros,  emanan  principalmente  de  la 
negligencia  de  los  padres,  que  desaparecerá  lentamente  ante  la  pro- 
paganda benéfica  de  las  Juntas  y  Comisiones  Auxiliares;  de  la  defi- 
ciencia del  cuerpo  de   preceptores,  por  efecto  de  la  exigüidad  de  loa 


EXTBACT03   BE    «LA  00N8TITUC1ÓN»  121 

aneldos  y  de  la  falta  de  una  escuela  normal;  y  de  la  deficiencia  de  - 
loe  métodos  y  textos.  Es  necesario  combatir  esos  males.  Hay  que  es- 
tablecer también  escuelas  de  adultos  en  todo  el  país.   Más  adelante 
habrá  que  crear  escuelas  superiores.  La  carencia  de  medios  lo  impe- 
dirla hoy. 

(Muchas  de  estas  ideas  habían  sido  planeadas  en  1850  por  el  redac- 
tor de  «La  Constitución»  en  el  proyecto  de  Reglamento  de  instruc- 
ción pública  que  va  extractado  más  adelante). 

Juntas  arbitrales. 

Por  decreto  de  25  de  octubre  de  1851,  sometió  el  gobierno  la  reso- 
lución de  todas  las  contiendas  entre  los  primitivos  dueQos  de  los  bie- 
nes y  sus  poseedores,  á  un  jurado,  que  primero  se  componía  de  vecinos 
bajo  la  presidencia  de  los  jefes  políticos,  y  que  luego  quedó  constituí- 
do  por  las  Juntas.  La  idea  era  buena  como  medio  de  evitar  pleitos 
cuando  todavía  el  país  no  había  vuelto  á  su  régimen  constitucional. 
Pero,  como  el  Poder  Ejecutivo  no  tiene  facultades  judiciales  que 
transmitir  á  las  Juntas,  la  solución  sólo  podría  existir  á  favor  de  los 
particulares  que  aceptaran  el  procedimiento  y  de  las  Juntas  que  qui- 
sieran secundarlo. 

Alambrado  púbUeo. 

Estimula  los  trabajos  de  la  empresa  de  iluminación  á  gas,  que  se 
está  constituyendo. 

Hospital  de  Caridad. 

Hay  un  déficit  mensual  de  importancia  que  la  Junta  Económico- 
Administrativa  no  puede  cubrir.  La  Junta  debe  reivindicar  las  ren- 
tas que  antes  de  la  guerra  estaban  afectadas  á  ese  servicio.  Entre- 
tanto, el  déficit  podría  enjugarse  mediante  una  suscripción  mensual 
que  el  público  llenaría.  Asciende  el  presupuesto  mensual  á  tres 
mil  pesos. 

CüvdadanoB  j  extraía  eros. 

Reclama  el  cumplimiento  de  la  ley  de  28  de  julio  de  1830  que  or- 
dena la  formación  de  registros  departamentales  en  que  se  inscriban 
todos  los  individuos  que  tengan  las  calidades  proscriptas  por  la  Cons- 
titución para  ser  ciudadanos  y  quieran  serlo  y  de  los  que  se  nieguen 
á  ello,  debiendo  el  gobierno  pasar  á  las  Secretarías  de  las  Cámaras 


122  EDUARDO  ACEBEDO 


Legislativas  copia  de  todo  lo  obrado.  Esta  ley  que  nunca  se  cumplió, 
fué  dada  por  los  mismos  constituyentes  y  debe  considerarse  como  una 
interpretación  auténtica  de  la  duda  que  envuelve  el  artículo  8.*  de  la 
Constitución.  Por  la  Constitución,  el  ciudadano  naturalizado  tiene 
iffuales  derechos,  salvo  en  lo  que  respecta  á  la  elección  presidencial, 
que  el  natural,  y  hay  que  destruir  mediante  el  cumplimiento  de  dicha 
ley,  las  malas  tendencias  sobre  nacionales  y  extranjeros  que  existen 
actualmente. 

(Del  mismo  tema  se  ocupan  otros  extractos  que  se  leerán  más  ade- 
lante.) 

lia  Bltuaclón  de  los  saladeros. 

Habría  que  iniciar  la  modificación  sustancial  del  tratado  de  co- 
mercio entre  el  Brasil  y  el  Uruguay,  procurando  que  en  cambio  de  la 
supresión  de  nuestros  derechos  de  frontera  sobre  el  ganado  en  pie,  se 
establezca  que  las  carnes  orientales  quedan  igualadas  á  las  de  Río 
Grande  en  todo  el  resto  del  Imperio.  El  mencionado  tratado  ha  con- 
vertido á  nuestro  territorio  en  una  especie  de  sucursal  ó  invernada  de 
la  provincia  de  Río  Grande,  sin  compensación  alguna,  y  las  cordiales 
relaciones  con  el  Brasil  exigen  que  desaparezca  ese  germen  de  dis- 
gusto y  mala  inteligencia. 

Introdaoelón  de  granado» 

Prestigia  un  proyecto  presentado  al  gobierno  para  la  introducción 
de  quinientos  mil  animales  vacunos,  sobre  la  base  de  una  garantía 
hipotecaria  proporcional  al  número  de  cabezas  adquiridas  por  cada 
estanciero.  Todo  el  ganado  del  país  se  reduce  actualmente  á  dos  mi- 
llones de  cabezas.  Hay  conveniencia  en  repoblar  las  estancias  para 
fomentar  la  riqueza  y  asegurar  la  estabilidad  de  la  paz. 

lia  capital  de  la  República. 

Hasta  ahora  no  ha  habido  disposición  legislativa  alguna  que  dé  á 
Montevideo  el  carácter  de  capital  de  la  República.  Durante  la  guerra 
de  la  independencia,  los  Poderes  públicos  residieron  alternativa- 
mente en  Florida,  Canelones  y  tían  José.  Por  resolución  de  6  de  fe- 
brero de  1829  se  suspendieron  las  sesiones  en  Canelones  para  conti- 
nuarías en  la  Aguada,  y  el  14  de  marzo  siguiente  se  determinó  que 
luego  de  evacuada  la  plaza  por  las  tropas  brasileñas,  se  trasladase  á 
Montevideo  la  representación  nacloaal.  Es  la  única  resolución  en 
cuya  virtud  se  ha  considerado  á  Montevideo  como  capital.  Y  de  ella 


EXTRACTOS  DE    cLA  CONSTITUCIÓN»  123 


han  emanado  muchas  de  nuestras  desgracias,  por  el  descuido  en  que 
ha  quedado  la  campaQa.  Para  la  capital^  todas  las  mejoras  y  la  ob- 
servancia práctica  de  la  Constitución;  para  la  campaña,  el  abandono 
y  el  despotismo  de  los  jefes  militares.  Debe  tratarse  de  que  la  vida 
anime  igualmente  á  todas  las  partes  del  cuerpo  social,  y  el  medio  de 
conseguirlo  serla  la  traslación  de  la  capital  de  la  Bopáblica  al  punto 
de  la  campaña  que  se  considerase  más  apropiado.  Estableciéndola  en 
un  punto  central,  como  el  Durazno,  la  acción  del  gobierno  se  sentiría 
eñcazmente  en  toda  la  República;  se  construirían  los  puentes,  los  ca- 
minos de  hierro  y  todos  los  medios  que  se  reconocen  para  acortar  las 
distancias;  se  haría  posible  la  administración  de  justicia  en  todo  el 
psÁs;  adquirirían  un  valor  inmenso  los  terrenos  próximos  á  la  nueva 
capital  y  los  comprendidos  en  el  tránsito  entre  ella  y  Montevideo»  cuya 
importancia  como  primera  ciudad  no  desaparecería  absolutamente  por 
la  traslación  de  la  capital. 

(La  Cámara  de  Senadores  recogió  esta  iniciativa  de  «La  Constitu- 
ción», sancionando  por  fuerte  mayoría  de  votos  un  proyecto  del  señor 
Antonino  Domingo  Costa,  modificado  por  la  Comisión  de  Legislación, 
que  ordenaba  la  traslación  de  la  capital  al  centro  del  territorio.  La 
aprobación  del  proyecto  tuvo  lugar  en  junio  de  1853.  Por  efecto  de 
los  sucesos  políticos  que  se  desarrollaron  poco  después,  quedó  el 
asunto  paralizado  en  la  Cámara  de  Diputados). 

Familias  menesterosas  de  eampafta. 

En  la  campaña  hay  numerosas  familias  que  viven  en  el  mayor  des- 
amparo. El  abatimiento  de  la  riqueza  rural,  limita  considerablemente 
la  demanda  de  brazos,  y  los  desocupados  tienen  que  buscar  su  ali- 
mento por  medios  ilícitos.  Habría  que  reconcentrar  esas  familias  en 
los  arrabales  de  los  pueblos,  arbitrándose  los  gastos  de  transporte  y 
de  instalación  por  las  Juntas,  sobre  la  base  de  una  suscripción  pú- 
blica á  la  que  todos  contribuirían,  los  estancieros  para  evitar  las  con- 
tinuas carneadas  y  los  pueblos  para  aumentar  el  número  de  sus  ha- 
bitantes. La  traslación  sería  especialmente  beneficiosa  para  esas  fa- 
milias desamparadas,  porque  al  aproximarse  á  un  centro  encontrarían 
mil  medios  de  hacerse  de  recursos  por  el  trabajo. 

(Fué  atendida  esta  indicación  por  el  gobierno  y  se  dio  comienzo  á 
la  reconcentración  en  los  alrededores  de  los  pueblos,  de  las  familias 
que  sin  tener  medios  de  subsistencia  se  hallaban  dirpersas  en  la  cam- 
paña. «La  Constitución»  consagró  al  tema  diversos  editoriales,  estimu- 
lando la  ejecución  de  la  medida  y  complementando  su  primera  inicia- 
tiva con  otras  destinadas  á  facilitar  su  realización.) 

Se  engañan,  decía  en  uno  de  esos  editoriales,  los  que  consideran 


124  EDUARDO  ACEVEDO 


que  á  la  gente  del  país  repugna  la  agricultura;  pero  aún  cuando  fuera 
cierta  la  acusación,  habría  que  tratar  de  que  nacieran  en  ella  hábitos 
de  trabajo. 

Una  de  las  primeras  exigencias  nacionales,  decía  en  otro  editorial, 
consiste  en  hacer  efectiva  en  la  campaña  la  garantía  de  las  propie- 
dades. Mientras  no  se  atienda  esa  exigencia,  inútiles  serán  todos  los 
esfuerzos  que  se  hngan  para  el  desarrollo  de  nuestra  principal  indus- 
tria, la  ganadería.  Hay  que  infundir  hábitos  de  trabajo  y  de  morali- 
dad entre  las  familias  que  viven  á  costa  del  prójimo  en  las  orillas  de 
los  establecimientos  de  campo,  y  hay  que  aplicar  inexorablemente  las 
leyes  vigentes  contra  los  vagos.  Los  ciudadanos  deben  rodear  á  las 
Juntas,  dándoles  el  apoyo  moral  que  necesitan  para  el  cumplimiento 
de  su  misión.  Podrían  cotizarse  los  vecindarios  para  facilitar  la  re- 
concentración de  los  menesterosos,  sobre  la  base  de  un  reparto  de  tie- 
rras municipales  y  la  adquisición  de  elementos  de  labranza,  exten- 
diendo luego  su  iniciativa  á  la  repatriación  de  las  familias  emigradas, 
para  lo  cual  sería  fácil  constituir  una  Comisión  popular. 

Mientras  haya  tantas  familias  menesterosas  en  las  costas  de  los 
arroyos,  concluía  otro  editorial,  el  desarrollo  de  la  campaña  estará 
trabado.  Las  matanzas  de  reses  no  pueden  ser  impedidas  por  medios 
policiales  directos.  El  concurso  popular  es  ya  muy  eficaz  en  algunos 
departamentos.  Sólo  falta  el  concurso  oficial,  bajo  forma  de  reparto 
de  los  terrenos  municipales  y  manutención  en  los  primeros  meses. 
Los  estancieros  proveerían  de  lo  demás,  como  lo  prueba  la  suscripción 
levantada  en  el  Durazno,  para  la  reconcentración  de  familias,  donde 
figuran  cuatrocientos  animales  vacunos  destinados  á  faenas  agrícolas 
y  un  millar  de  pesos  en  efectivo. 

Ijtíñ  Juntas  j  la  Instracclón  primaria. 

Un  decreto  vigente  confiere  al  Instituto  de  Instrucción  Pública 
funciones  que  constitucionalmente  corresponden  á  las  Juntas.  No  im- 
provisa opiniones  el  redactor  de  «La  Constitución»,  pues  en  un  Pro- 
yecto de  Reglamento  que  suscribió  en  1850  sostuvo  la  misma  doc- 
trina. Es  neceaario  que  la  instrucción  pública  quede  centralizada,  y 
como  medio  de  armonizar  tal  exigencia  con  el  artículo  constitucional 
relativo  á  las  Juntas,  el  proyecto  daba  á  estás  corporaciones  la  ins- 
pección y  dirección  de  las  escuelas  en  cada  departamento,  atribu- 
yendo á  un  Consejo  Nacional  ia  inspección  y  dirección  general  de 
las  escuelas  en  toda  la  República. 

(Véase  más  adelante  el  Proyecto  de  Reglamento). 


EXTRACTOS   DE    «LA  CONSTITUCIÓN»  125^ 


Ija  deuda  nacional. 

Es  neceenrío  abortiar  de  una  vez  la  liquidación  y  claaificación  ge- 
neral de  la  deuda  del  Eafcailo.  Para  que  la  Asamblea  pueda  tomar 
la  intervención  que  le  corresponde  en  el  magno  asunto,  el  Poder 
Ejecutivo  debería  preocuparse  de  la  fonnación  del  estado  general  de 
créditos,  absteniéndose  entretanto  de  reconocimientos  y  pagos  par- 
ciales que  significan  una  violación  del  presupuesto  y  una  positiva 
injusticia.  El  arreglo  de  la  deuda,  que  tiene  sus  raíces  en  la  guerra, 
es  un  medio  eficaz  de  hacer  olvidar  el  pasado  y  empezar  vida  nueva. 
Lia  deuda  es  inmensa  pero  no  nos  asusta,  desde  que,  bajo  una  buena 
administración,  el  país  hará  prodigios. 

Vii^e  del  Presidente  á  los  departamentos. 

Ha  resuelto  el  Presidente  recorrer  los  departamentos.  Es  una  exce- 
lente idea.  La  campaña  tiene  necesidades  que  no  pueden  desde  la 
capital  apreciarse  en  toda  su  extensión.  El  mandatario  podrá  cono- 
cerlas directamente.  Podrá  excitar  el  espíritu  de  asociación,  contribu- 
yendo en  unos  casos  con  sus  consejos  y  en  otros  con  fondos,  dejando 
aquí  una  escuela,  allí  un  camino  ó  un  puente,  fortaleciendo  los  hábi- 
tos constitucionales  con  actos  y  huellas  duraderas.  Hasta  ahora  sólo 
han  salido  los  Presidentes  al  frente  de  fuerzas  de  guerra  y  es  bueno 
^ue  ee  destaque  la  diferencia  de  estas  giras  de  progreso. 

diaeras  modelos. 

Entre  las  funciones  más  importantes  de  las  Juntas  figura  el  fo- 
mento de  la  instrucción;  la  conservación  de  los  derechos  individua- 
les, lo  cual  importa  nada  menos  que  la  facultad  y  el  deber  de  denun- 
ciar ante  la  Asamblea  General  todas  las  infracciones  de  la  Constitu- 
-ción  que  se  cometan  en  sus  respectivos  departamentos,  ya  vengan  de 
los  agentes  del  Poder  Ejecutivo  ó  de  los  dependientes  del  Poder  Ju« 
dicial;  y  el  fomento  de  la  agricultura.  ¿Cómo  pueden  las  Juntas  rea- 
lizar esta  última  función?  Removiendo  obstáculos  é  ilustrando  á  los 
agricultores.  No  pueden  forzarse  las  cosas :  la  agricultura  nace  des- 
pués que  se  produce  exceso  de  capitales  en  la  ganadería,  como  las 
industrias  fabriles  surgen  después  que  abundan  mucho  los  capitales 
•empleados  en  la  agricultura.  Deberían  las  Juntas  someter  proyectos 
apropiados  á  la  Legislatura.  £1  medio  de  ilustración  6  propaganda 
más  eficaz,  es  el  del  ejemplo.  Habría  que  promover  el  establecimiento 
•de  «chacras  modelos»  para  la  aplicación  de  los  instrumentos  y  proce- 


126  EDUABDO  AOEVEDO 


dimientos  más  perfeccionados.  Y  si  no  hay  recursos  para  establecer 
chacras  modelos  públicas,  podrían  las  Juntas  utilizar  para  su  propa- 
ganda las  partioularesi  poniendo  á  contribución  la  experiencia  de  los 
buenos  agricultores. 

(Las  indicaciones  de  este  editorial  de  «La  Constitución»  escrito  en 
septiembre  de  1852,  dieron  origen  al  decreto  gubernativo  de  1853, 
que  creó  una  Granja  Experimental,  á  cargo  de  tres  ciudadanos  com- 
petentísimos en  cuestiones  agrícolas,  con  los  siguientes  cometidos : 
hacer  ensayos  sobre  cultivo  de  variedades  de  plantas,  ó  de  plantas 
no  conocidas  en  el  país;  ensayar  la  aplicación  de  los  productos  agrí- 
colas; averiguar  los  lucros  líquidos;  experimentar  el  uso  de  instru* 
montos,  máquinas  y  procedimientos  agrícolas;  probar  las  fuerzas  pro- 
ductivas de  las  diversas  calidades  de  tierra  y  el  mejor  destino  que 
puede  dárseles;  descubrir  los  mejores  métodos  de  cultivo,  y  verificar 
por  medio  de  la  aplicación  práctica  todo  lo  relativo  á  la  economía  de 
la  casa  de  campo). 

Administración  de  Correos. 

Debe  abaratarse  el  porte  como  medio  de  suprimir  el  contrabando 
y  estimular  la  renta;  darse  seguridad  á  la  correspondencia,  me- 
diante el  establecimiento  de  un  agente  que  la  conduzca  desde  los  bu- 
ques; y  aumentarse  la  actividad  de  las  distribuciones  postales.  Son 
las  tres  reformas  más  urgentes:  reducción  del  porte,  seguridad  y  ac- 
tividad. 

Navegación  del  llmgaajr. 

Pendiente  todavía  la  cuestión  relativa  al  dominio  de  Martín  Gar- 
cía, ha  dictado  el  Gobierno  argentino  un  decreto  que  regla- 
menta la  navegación  del  Uruguay  é  impone  condiciones  y  gabelas 
que  se  pretende  aplicar  á  la  República  Oriental.  A  nadie  se  le  ha 
ocurrido  negar  que  el  río  Uruguay  pertenezca  en  común  á  los  dos 
países,  á  quienes  sirve  de  límite.  Ni  el  mismo  Rozas  lo  desconoció  ja- 
más, habiendo,  al  contrario,  numerosos  documentos  suyos  en  que  re- 
conoce la  comunidad.  Admitida,  como  no  puede  dejar  de  admitirse, 
esa  comunidad  del  Uruguay  entre  las  dos  Repúblicas,  ¿qué  importa 
la  facultad  que  se  arrogara  una  de  las  partes,  de  dictar  por  sí  sola 
reglamentos  para  la  navegación?  Concediendo  por  un  momento  que 
de  tal  facultad  gozara,  ¿á  quién  se  le  puede  ocurrir  que  tuviera  el  de- 
recho de  tratar  como  extraña  á  su  misma  condómina  y  sujetarla  para 
el  uso  de  su  cosa  á  las  condiciones  que  hubiere  querido  imponer  á 
los  de  afuera?  Si  esta  cosa  es  nuestra  y  de  Juan,  ¿coa  qué  derecho 


EXTRACTOS  DE    cjLA   CONSTITUCIÓN»  127 

Juan  dispondría  de  ella  por  sisólo?  ¿De  dónde  sacaría  facultad  para 
establecer  que  nosotros  mismos,  sus  comuneros  6  copropietarios,  no 
habríamos  de  poder  entrar  á  la  cosa  común  sin  pagar  la  entrada  que 
él  quisiera  establecer? 

(Algunos  meses  más  tarde,  tocó  el  turno  de  los  reclamos  á  la  Lega- 
ción argentina,  con  motivo  de  ciertas  medidas  aduaneras  impuestas 
por  las  autoridades  de  Higueritas  á  los  buques  argentinos,  dando  ello 
mérito  á  que  «La  Constitución»  aplicara  esos  mismos  principios  y  re- 
cordara una  vez  más  que  ninguno  de  los  dos  países  tiene  el  derecho 
de  proceder  por  sí  solo  en  asuntos  que  le  son  comunes). 

liOB  f  mpaestos  directos  j  la  Aduana. 

Dice  con  razón  Christián,  que  el  contrabandista  es  lo  mismo  que  el 
hombre  que  después  de  haber  tomado  parte  en  un  banquete  se  esca- 
pa, dejando  que  su  escote  lo  paguen  los  compañeros  de  mesa.  Una 
vez  generalizado  el  verdadero  concepto  del  impuesto  «la  necesidad 
de  que  todos  contribuyan,  en  proporción  á  sus  facultades,  al  sostén 
de  los  cargos  públicos»,  podrán  realizarse  reformas  importantes  en 
nuestro  viciosísimo  sistema  económico.  Estableciendo  el  impuesto  di- 
recto sobre  el  capital,  vendría  la  abolición  de  las  aduanas  que  cons- 
tituyen la  más  desigual  de  las  contribuciones  y  que  arrojan  una  car- 
ga diez  veces  más  considerable  que  la  que  correspondería  en  el  im- 
puesto sobre  el  capital.  La  reforma  supone  la  previa  organización  de 
las  municipalidades,  que  han  de  ser  un  auxiliar  poderoso  para  la 
repartición  y  recaudación  del  impuesto  y  el  levantamiento  del  censo 
de  la  población  y  de  las  propiedades.  Tomadas  estas  medidas,  ee  es- 
tablecería la  contribución  directa  en  una  muy  pequeña  escala,  dis- 
minuyendo proporcionalmente  los  derechos  de  aduana,  y  así  se  se- 
guiría por  algunos  años  hasta  conseguir  gradualmente  la  abolición 
de  las  aduanas  y  el  establecimiento  de  una  contribución  directa  que 
nos  diera  medios  fijos  para  atender  á  nuestras  necesidades.  La  deba- 
tida cuestión  sobre  el  capital  y  la  renta,  puede  considerarse  resuelta 
á  favor  del  primero.  8i  se  toma  por  base  la  renta,  se  ataca  la  produc- 
ción en  su  origen  y  se  grava  más  al  que  por  su  habilidad  ó  sus  bue- 
nas costumbres  gana  un  salario  ó  estipendio  mayor.  En  cuanto  á  la 
recaudación,  sería  f«cilísima  por  medio  de  la  descentralización.  En 
vez  de  ejércitos  de  empleados,  las  Juntas  y  las  Municipalidrdes  re- 
partirían equitativamente  A  impuesto  y  cuidarían  de  su  recaudación. 
La  contribución  directa  sobre  el  capital  debería  por  ahora  dedicarse 
exclusivamente  á  la  amortización  de  la  deuda  general. 

(Dos  délas  ideas  fundamentales  de  este  editorial  escrito  en  sep- 
tiembre de  1852:  la  creación  de  la  contribución  directa  sobre  el  capi- 


128  EDUARDO  AGBVKDO 


tal  y  la  afectación  de  bu  producto  al  pago  de  la  deuda,  fueron  reco- 
gidas y  aceptadas  plenamente  por  el  Gobierno  á  mediados  del  afio 
•igui6iite  y  dieron  origen  á  las  dos  leyes  de  julio  de  185)  relativas  á 
esos  dos  puntos.) 

Reglamento  de  Instnieelón  primaria. 

Publica  «La  Constitución»  el  proyecto  de  Reglamento  para  la  ins- 
trucción primaria  y  la  enseüanza  superior  que  presentaron  en  1850  al 
Gobierno  que  existía  fuera  de  Montevideo  los  señores  Eduardo  Ace- 
▼edo,  Juan  Francisco  Giró  y  JoséM.  Reyes.  Por  decreto  de  16  de  fe- 
brero de  1850  integró  el  Gobierno  de  Oribe  la  Comisión  de  InstrucciÓQ 
Pública  con  aquellos  tres  ciudadanos.  Poco  tiempo  después  presenta- 
ba la  Comisión  los  trabajos  que  se  extractan  á  continuación  (los  bo- 
rradores son  de  putíoy  letra  del  doctor  Acevedo  y  obran  en  su  archivo). 

La  instrucción  primaría  será  gratuita  y  obligatoria. 

La  concurrencia  de  veinte  alumnos  bastará  para  el  establecimien- 
to de  una  escuela  pública.  8e  establecerán  asimismo  y  con  igual  asis  - 
tencia  asegurada,  escuelas  de  adultos. 

En  la  capital,  funcionará  una  escuela  normal  en  que  se  cursará, 
lectura,  escritura,  aritmética,  gramática,  historia  y  geografía  del  país, 
doctrina  cristisna  con  desarrollo  de  historia  sagrada,  pedadogía  teó- 
rica y  práctica,  examinando  las  cuestiones  gene  rales  de  enseñanza, 
los  diversos  métodos  conocidos  y  ejercitando  á  los  alumnos  en  la 
práctica  de  los  métodos  más  simples  y  más  favorables  á  la  instruc- 
-  ción. 

En  las  escuelas  públicas  se  enseñará  lectura,  escritura,  elementos 
de  aritmélica  ó  sea  las  cuatro  reglas  primarias  sobre  enteros,  quebra- 
dos y  decimales,  y  doctrina  crístiana,  agregándose  en  las  escuelas  de 
ni  Das  costura  y  corte.  <i^ 

£1  método  adoptado  es  el  de  la  enseñanza  mutua.  El  reglamento 
indica  los  procedimientos  que  deben  emplearse.  Así  por  ejemplo,  pa- 
ra la  enseñanza  de  la  arítmética,  habrá  una  pizarra  de  tamaño  pro- 
porcionado, en  la  que  se  harán  ejecutar  lae  operaciones  por  cualquie- 
ra de  los  alumnos,  eplnndo  los  demás  atentos  para  enmendar  los 
errores  ó  responder  á  las  preguntas  que  el  preceptor  les  haga.  Para 
enseñar  á  leer,  se  utilizará  entre  otros  libros,  algunos  de  buena  moral 
y  un  catecismo  constitucional. 

Uno  de  los  principales  de  beres  de  los  preceptores,  será  formar  de 
ios  alumnos  de  má^  capacidad  y  juicio,  instructores  para  cada  una 
de  las  clases  en  que  está  dividida  la  escuela. 


(1)  No  debe  olrldane  que  este  plaa  de  estudios  He  redaetoba  en  plena  guerm  grande  7  qne  la 
«  oarencia  absoluta  de  maestros  imponía  á  la  Comisión  excepcionales  restricciones. 


EXTRAOTO0  DE   «LA  OONSTITUCIÓar»  129 

Los  medios  de  que  deben  valerse  flos  preceptores  de  las  escuelas 
públicas,  para  la  dirección  de  sus  alumnos,  son  las  recompensas  j 
castígos.  Consistirán  las  recompensas,  en  buenas  notas  que  se  darán 
i  los  que  mejor  cumplan  sus  deberes,  haciendo  especial  distínción 
del  alumno  que  en  la  semana  haya  conseguido  mayor  número  de  no- 
tas. Tal  distinción  consistirá  en  que  su  nombre  se  ponga  sobre  fondo 
blanco  con  letras  notables  en  el  testero  de  la  escuela,  donde  perma- 
necerá toda  la  semana  siguiente,  con  aviso  á  los  padres  ó  guardado- 
Tes.  Cuando  un  alumno  baya  conseguido  por  cuatro  semanas  segui- 
das esa  distinción,  su  nombre  será  comunicado  á  la  Junta  para  su 
publicación.  En  los  castigos,  se  exige  mucha  prudencia  y  cordura  de 
parte  de  los  preceptores.  Queda  absolutamente  prohibido  asf  en  las 
escuelas  públicas  como  en  las  particulares,  todo  castigo  que,  como  los 
azotes,  palmetas,  penitencias  públicas,  tienda  á  envilecer  y  degradar 
•el  carácter  de  los  niños.  Los  castígos  se  reducirán  á  malas  notas, 
avisos  á  los  padres,  doble  tarea,  encierro  y  publicación  de  su  nombre. 

En  los  lugares  en  que  no  pueda  lograrse  el  número  de  niflos  6  né 
fias  que  prescribe  el  reglamento,  podrán  las  Juntas  Económico->Ad* 
ministrativas  facilitar  los  útiles  necesarios  á  persona  idónea,  que  quie- 
ra hacerse  cargo  de  enseñar  por  su  cuenta  bajo  la  responsabilidaá 
consiguiente  de  los  útíles  y  una  gratificación  proporcional  al  número 
de  alumnos  pobres  que  reciba. 

La  inspección  y  dirección  de  las  escuelas  públicas  pertenecerá  en 
<;ada  departamento  á  las  Juntas  Económico- Administrativas,  y  ia 
inspección  y  la  dirección  general  de  todas  las  escuelas  del  país,  aun 
Consejo  nacional  de  instrucción  pública.  Las  Juntas  visitarán  las  mh 
cuelas  por  sí  ó  por  alguno  de  sus  miembros,  dos  veces  á  lo  menos 
por  mes.  Al  Consejo  nacional  corresponde  examinar  los  libros,  ¡jpro- 
yectos  y  n^étodos  de  enseñanza,  proponiendo  al  Gobierno  los  «nás 
ventajosos,  así  como  cualquiera  otra  mejora  que  considere  asequible 
en  instrucción  primana.  Le  corresponde  asimismo  velar  por  el  exacto 
cumplimiento  del  reglamento  de  enseñanza. 

ISnseftaiiza  secundarla  j  superior. 

La  misma  Comisión  formuló  un  reglamento  de  enseñanza  secunflía- 
ria  y  superior,  ignorando  en  absoluto,  según  dice  «La  Constitución»^  lo 
que  en  esa  misma  época  se  había  proyectado  y  ejecutado  dentro  de 
los  muros  de  Montevideo. 

He  aquí  el  extracto  de  algunas  de  sus  disposiciones  (los  borrado- 
res originales  son  todos  de  puño  y  letra  del  doctor  Aceveda)^: 

Los  estudios  de  la  Universidad  se  dividen  fundamentalmenlie  en 
preparatorios  y  de  Facultades  mayores. 


9 


130  EDUARDO  ACEVEDO 


Los  estudios  preparatorios  abarcarán  por  ahora  las  siguientes  ma* 
tenas:  latín,  inglés  y  francés,  filosofía,  retorica»  geografía,  historia^ 
elementos  de  historia  natural,  matemáticas  elementales,  nociones  de 
física  y  de  química,  dibujo  lineal  y  descriptivo,  economía  industnal  y 
estadística. 

Durará  esa  enseñanza  seis  años  con  el  siguiente  horario:  l.o  y  2.* 
años:  latín,  cuatro  horas  diarias;  francés  6  inglés,  una  hora  diaria;  3.«^ 
año:  metafísica,  lógica  y  gramática  general,  dos  horas  diarias;  geogra- 
fía civil  y  política  é  historia,  una  hora  diaria;  elementos  de  historia 
natural,  dos  horas  diarias;  4.»  aüfo:  gramática  razonada  del  idioma  y 
retórica,  dos  horas  diarias;  geografía  é  historia  con  desarrollo  espe- 
eiales  sobre  la  América  y  muy  particularmente  de  la  República,  una 
hora  diaria;  elementos  de  historia  natural,  dos  horas  diarias;  5.o  año: 
aritmética  con  aplicación  al  comercio,  álgebra  y  geometría  plana,  dos 
lloras  diarias;  dibujo  lineal  y  descriptivo,  una  hora  diaria;  nociones  de 
física  y  química,  dos  horas  diarias;  6.<*  año:  geometría  sólida,  aplicacio- 
nes del  álgebra  á  la  geometría,  geometría  plana  y  esférica  con  sua 
aplicaciones  á  la  topografía  y  agrimensura,  nociones  generales  sobre 
las  máquinas  y  cosmografía,  dos  horas  diarias;  economía  industrial  y 
estadística,  una  hora  diaria;  nociones  de  física  y  de  química,  dos  ho- 
Tas  diarias. 

A  las  Facultades  mayores  corresponden  las  ciencias  sagradas,  la 
jurisprudencia,  la  medicina  y  las  matemáticas  trascendentales. 

La  Facultad  de  Ciencias  Sagradas  comprenderá  las  siguientes  mate- 
nías:  teología  dogmática,  escritura  sagrada,  moral  evangélica,  historia 
eclesiástica,  derecho  eclesiástico,  derecho  de  gentes  y  derecho  consti- 
tucional, durando  la  enseñanza  tres  años. 

'  La  Facultad  de  Jurisprudencia  comprenderá  las  siguientes  materias: 
'derecho  civil  y  penal,  derecho  eclesiástico,  derecho  comercial,  derecho 
de  gentes,  derecho  constitucional.  Durará  la  enseñanza  teórica  tres 
años  con  este  horario:  L-®'  año:  derecho  civil  y  penal,  dos  horas  diarias; 
derecho  eclesiástico,  dos  horas  diarias;  derecho  de  gentes,  una  hora 
diaria;  2-o  año:  derecho  civil  y  penal,  dos  horas  diarias;  derecho  priva- 
do eclesiástico,  dos  horas  diarias;  derecho  de  gentes,  una  hora  diaria; 
3.®r  año:  derecho  civil  y  penal,  dos  horas  diarias;  derecho  constitucio- 
nal, dos  horas  diarias;  derecho  comercial,  una  hora  diaria.  Habrá  un 
complemento  de  tres  años  de  práctica  en  la  Academia.  Para  los  que 
aspiren  á  la  carrera  de  escribano  serán  obligatorios  los  tres  años  de 
jurisprudencia,  además   de  los  otros  requisitos  que  las  leyes  exigen. 

La  Facultad  de  Medicina  comprenderá  las  siguientes  materias:  ana- 
tomía, fisiología,  física  y  química  médicas,  historia  natural  médicat 
higiene,  materia  médica,  terapéutica  y  farmacología,  patología  gene- 
rali  patología  médica  y  quirúrgica,  anatomía  patológica,  operacionea 
y  aparatos,  partos,  enfermedades  relativas  y  medicina  legal.  Se  efec^ 


EZTBA0T08  DE   cLA  OONBTITUCIÓN»  131 


toará  su  estudio  en  cinco  afios,  con  el  siguiente  horario:  1.^  año:  ana- 
tomía descriptiva,  general  y  comparada,  dos  horas  diarias;  física  y 
química  médicas,  dos  horas  diarias;  fisiología,  una  hora  diaria;  2,^ 
afSo:  anatomía,  dos  horas  diarias,  historia  natural  médica,  dos  horas 
diarias;  fisiología,  una  hora  diaria;  3.^^  afio:  patología  interna,  dos 
horas  diarias;  higiene,  materia  médica,  terapéutica  y  farmacología, 
dos  horas  diarias;  medicina  operatoria,  una  hora  diaria;  4.<>  año:  patolo- 
gía interna,  dos  horas  diarias;  anatomía  patológica,  dos  horas  diarias; 
medicina  operatoria  y  patología  externa,  una  hora  diaria;  5.*  año:  clí- 
nica interna  y  externa,  alternadamente,  dos  horas  diarias;  medicina  le- 
gal, una  hora  diaria;  partos,  enfermedades  relativas,  una  hora  diaria. 

La  Facultad  de  Matemáticas  trascendentales  abarcará  las  siguien- 
tes materias:  complemento  del  álgebra,  geometría  descriptiva,  seccio- 
nes cónicas,  cálculo  diferencial  é  integral,  física  y  química  indus- 
trial, mecánica  general,  arquitectura  en  sus  diversos  ramos,  historia 
natural  é  industrial,  geografía  matemática  y  elementos  de  astronomía. 
Se  realizará  el  estudio  en  cuatro  años  con  el  siguiente  horario: 
1.^  año:  complementos  del  álgebra,  geometría  descriptiva  y  sus  apli- 
caciones, dos  horas  diarias;  física  general  é  industrial,  dos  horas  dia- 
rias; secciones  cónicas  y  cálculo  diferencial  é  integral,  una  hora  día* 
na;  2.^  año:  mecánica  general  y  sus  diversos  ramos,  dos  horas  diarias; 
física  general  é  industrial,  dos  horas  diarias;  descripción,  construc- 
ción y  establecimiento  de  las  máquinas,  con  ejercicios  prácticos»  una 
hora  diaria;  3.^  año:  arquitectura  general,  dos  horas  diarias;  -química 
general  con  aplicaciones  á  las  artes  que  dependen  de  la  química  or- 
gánica é  inorgánica,  dos  horas  diarias;  descripción,  construcción  y 
establecimiento  de  las  máquinas,  con  ejercicios  prácticos,  una  hora 
diaria;  4.®  año:  geografía  matemática  y  elementos  de  astronomía,  una 
hora  diaria;  ejercicios  prácticos  del  diseño  y  trazado  en  los  diversos 
ramos  de  los  trabajos  civiles,  industriales  y  públicos,  dos  horas  dia- 
rias; historia  natural  é  industrial,  dos  horas  diarias. 

Los  estudios  preparatorios  y  de  Facultad  están  distribuidos  en  un 
horario  discontinuo  que  abarca  generalmente  tres  horas  por  la  maña- 
na y  dos  horas  por  la  tarde. 

Para  el  estudio  de  la  física  experimental  habrá  un  gabinete  de  ins- 
trumentos y  máquinas;  para  el  estudio  de  la  química  un  laboratorio 
en  que  puedan  practicarse  los  experimentos  convenientes;  para  el  es- 
tudio de  la  historia  natural,  un  gabinete  de  producciones  zoológicas, 
botánicas  y  mineralógicas.  Con  destino  al  aula  de  cirujía  se  dotará 
una  sala  separada  con  los  instrumentos,  aparatos  y  útiles  necesarios 
para  que  puedan  los  alumnos  aprender  el  uso  y  aplicación  de  cada 
uno  de  ellos.  En  el  aula  de  obstetricia  habrá  una  sala  separada  para 
el  estudio  práctico  de  esta  ciencia,  provista  de  estatuas,  fetos  y  figu- 
ras articuladas.  Para  la  enseñanza  de  la  materia  médica,  clasifícación 


132  EDUARDO  AOEVEDO 


de  todas  las  enfermedades  y  arte  de  recetar,  estará  afecto  á  esta  aula, 
otro  gabinete  que  contenga  una  colección  de  oritog^osia  con  la  de  un 
herbáreo  botánico  y  demás  sustancias  usuales  en  medicina.  A  la  clí- 
nica médica  estará  igualmente  afecta  una  sala  que  contenga  por  lo 
menos  cuarenta  enfermos  para  el  estudio  práctico  que  presenten  loa 
diverso?  casos  de  esta  ciencia,  debiendo  en  el  mismo  local  existir  un 
anfiteatro  aparente  para  las  autopsias  cadavéricas. 

El  reglamento  establece  textos  determinados  para  todas  las  asigna- 
turas, pero  declara  que  los  profesores  podrán  valerse  de  textos  auxi- 
liares, y  en  sus  explicaciones  separarse  de  la  doctrina  de  los  textos 
y  aún  impugnarlas.  Agrega  que  se  invitará  á  los  profesores  á  que 
dicten  textos  que  stirán  oportunamente  impresos. 

£1  tiempo  libre  del  curso,  después  de  recorrido  el  programa,  se  des- 
tinará á  repasos  y  conferencias. 

Habrá  un  Rector  que  será  el  jefe  de  la  Universidad,  encargado 
del  cumplimiento  del  Reglamento  y  de  visitar  las  aulas  siempre  que 
lo  juzgue  conveniente,  y  un  Consejo  Nacional  de  instrucción  pública 
encargado  de  la  dirección  y  administración  de  la  U^iiversidad,  com- 
puesto de  dos  personas  caracterizadas  que  designará  el  Gobierno,  del 
Rector  y  de  un  catedrático  de  cada  uno  de  los  cinco  departamentos 
de  estudios  ó  Facultades,  designado  también  por  el  Gobierno,  teniendo 
en  cuenta  la  preferencia  de  los  servicios  y  demás  circunstancias.  El 
Rector  será  el  Presidente  del  Consejo. 

Los  cursos  se  abrirán  anualmente  el  !.<>  de  marzo  y  durarán  hasta 
la  conclusión  de  los  exámenes  de  la  asignatura  respectiva.  El  1.^  de 
noviembre  empezarán  en  todas  las  aulas  los  repasos  de  las  materias 
del  año,  sin  alteración  en  los  días  y  las  horas  en  que  se  daban  las 
lecciones  ordinarias.  Nin^^una  aula  cesará  en  sus  tareas,  ni  alterará 
sus  horas  de  enseñanza  hasta  que  llegue  por  su  turno  el  tiempo  de 
exámenes  de  su  Facultad. 

Para  ser  matriculado  en  el  1.®'  año  de  estudios  preparatorios,  bas- 
tará acreditar  que  se  poseen  los  conocimientos  de  las  escuelas  de  pri- 
meras letras,  siendo  prueba  suficiente  el  certificado  de  examen.  Nin- 
gún alumno  podrá  matricularse  en  Facultades  mayores  sin  que  acre- 
dite haber  obtenido  el  grado  de  bachiller  en  ciencias  y  letras. 

Los  exámenes  serán  siempre  públicos  y  con  asistencia  obligatoria 
de  todos  los  alumnos  de  las  Facultades  á  que  pertenezcan.  Los  cate- 
dráticos presentarán  el  20  de  noviembre  al  Rector  los  programas  de 
BU  enseñanza,  con  todas  las  cuestiones  de  más  trascendencia  y  grave- 
dad en  número  suficiente  para  servir  de  base  á  un  verdadero  examen 
de  curso.  La  duración  del  examen  será  de  media  hora  en  prepárate* 
ríos  y  de  cuarenta  minutos  en  las  Facultades.  Los  exámenes  genera- 
les serán  de  una  hora  en  preparatorios  y  de  cinco  cuartos  de  hora  en 
las  Facultades.  Los  examinadores  pronunciarán  su  fallo  previa  oon- 


EXTRACTOS  DE   cLA   CON6TlTUOIÓN>  183 


ferencía  sobre  el  mérito  del  examen,  otorgando  las  siguientes  notas: 
sobresaliente,  bueno,  mediano  y  malo.  La  clasificación  se  fijará  en 
público  en  la,  sala  de  examen.  En  todo  examen  deberá  haber  cin- 
co vocales. 

Habrá  premios:  los  de  preparatorios  consistirán  en  obras  útiles;  en 
las  Facultades  superiores  el  que  obténgala  nota  de  sobresaliente  será 
felicitado  en  el  acto  solemne  de  los  premios  por  el  Rector,  por  el  ho- 
nor que  hace  á  la  Universidad  y  los  bienes  que  promete  á  la  patria. 
El  que  habiendo  ganado  dos  notas  de  sobresaliente,  á  lo  menos,  la 
mereciese  de  nuevo  en  la  disertación  6  examen  general  para  grados, 
será  honrado  con  el  premio  de  un  grado  de  doctor  de  gracia,  á  nom- 
bre de  la  Universidad.  La  distribución  de  premios  será  hecha  el  IB 
de  julio  con  toda  solemnidad. 

Para  obtener  el  grado  de  bachiller  en  ciencias  y  letras,  debe  ren- 
dirse un  examen  general  de  las  materias,  con  asistencia  de  los  cate- 
dráticos y  alumnos  de  esas  asignaturas.  Para  obtener  el  grado  de 
doctor  habrá  que  rendir  con  iguales  formalidades  un  examen  gene* 
ral  de  la  respectiva  Facultad,  que  para  los  médicos  será  teórico  y 
práctico  en  un  hospital,  exigiéndose,  además,  á  todos  los  alumnos  la 
presentación  de  una  tesis  con  debate  público  de  sus  conclusiones. 

Informe  sobre  la  enseftanza. 

No  publicó  «La  Constitución»  la  nota  de  presentación  de  los  pro- 
yectos que  anteceden.  He  aquí  algunos  párrafos  de  ese  documento, 
cuyos  borradores  originales  son  también  de  puño  y  letra  del  doctor 
Acevedo: 

La  difusión  de-  la  instrucción  en  el  pueblo  es  hoy  una  necesidad 
generalmente  sentida,  como  dijo  acertadamente  V.  £.,  y  hasta  puede 
considerarse  un  derecho  tan  sagrado  como  los  otros  de  que  goza  el 
hombre  de  sociedad. 

El  primer  paso  para  esa  difusión,  es  que  la  instrucción  primaria 
sea  gratuita  y  obligatoria. 

La  Comisión  habría  querido  hacer  efectiva  esa  obligación,  compe- 
liendo por  medios  indirectos  á  la  asistencia  á  las  escuelas;  pero  en  el 
deseo  de  respetar  la  libertad  de  cada  uno»  ha  considerado  que  no  pue- 
de, por  ahora,  establecer  otra  sanción  penal  que  la  declarada  por  el 
articulo  11  de  la  Constitución  de  la  República. 

Los  inconvenientes  que  ha  encontrado  hasta  ahora  entre  nosotros 
la  instrucción  primaria,  nacen  principalmente  de  la  negligencia  de  los 
padres  de  familia,  sobre  todo  en  la  campaña,  de  la  ignorancia  de  ios 
preceptores,  la  exigüidad  de  sus  sueldos,  la  deficiencia  de  los  méto- 
dos de  enseñanza  y  la  falta  de  uniformidad  en  los  libros  de  que  han 
tenido  que  valerse. 


184  BDUABOO   AOETEDO 


La  negligencia  de  los  jefes  de  familia  desaparecerá  lenta,  pero 
necesariamente,  ante  la  acción  benéfica  y  las  suaves  exhortaciones 
de  las  Juntas  6  Comisiones  inspectoras,  y  ante  la  misma  necesidad  de 
la  instrucción  primaría  que  el  buen  sentido  del  pueblo  no  puede  por 
mucho  tiempo  dejar  de  comprender. 

La  ignorancia  de  los  preceptores,  en  gran  parte  debida  á  la  exigüi- 
dad de  sus  sueldos  y  á  la  poca  consideración  de  que  gozan  en  la  so- 
ciedad que  retrae  á  los  hombres  más  capaces  para  la  enseñanza,  se 
remediará  por  el  establecimiento  de  una  buena  escuela  normal,  la 
determinación  de  sueldos  que  pongan  á  los  preceptores  á  cubierto  de 
las  necesidades  con  la  esperanza  fundada  de  una  jubilación,  y  la  im- 
portancia que  se  dé  al  ejercicio  de  un  ministerio,  que  es  casi  un  sa- 
cerdocio. La  deficiencia  de  los  métodos  y  falta  de  uniformidad  en  los 
libros  de  enseñanza,  puede  remediarse  con  instrucciones  breves  y 
sencillas,  y  la  impresión  de  las  obras  más  adecuadas,  sin  perjuicio  de 
las  mejoras  que  puedan  introducirse  sucesivamente  en  la  práctica. 

En  esa  línea,  puede  también  la  escuela  normal  dar  resultados  muy 
satisfactorios,  haciéndose  en  ella  el  ensayo  de  los  nuevos  sistemas  y 
pudiendo  juzgarse  de  las  ventajas  de  su  aplicación. 

La  educación  del  bello  sexo  no  ha  podido  dejar  de  llamar  sería- 
mente  la  atención  general.  Las  mujeres  son  uno  de  los  elementos  más 
poderosos  de  sociabilidad,  ya  que  son  ellas  las  que  infunden  al  hom- 
bre en  su  niñez  esas  prímeras  ideas  que  le  acompañan  toda  la  vida, 
decidiendo  fuertemente  de  su  porvenir. 

La  instrucción  prímaria  para  las  mujeres  debe,  pues,  concederse 
bajo  las  mismas  condiciones  que  para  los  hombres,  salvas  las  modi- 
ficaciones que  exige  la  diferencia  del  sexo;  pero  la  Comisión  cree  que 
para  obtener  los  resultados  que  se  apetecen,  nada  sería  más  á  propó- 
sito que  las  mismas  mujeres.  La  Comisión  cree  que  debería  entregár- 
seles la  inspección  y  dirección  de  las  escuelas  de  niñas. 

En  el  deseo  siempre  de  difundir  la  instrucción  primaria,  la  Comi- 
sión piensa  que  deben  establecerse  escuelas  de  adultos,  en  todos  los 
lugares  donde  haya  suficiente  número  de  alumnos.  Las  Comisiones  ó 
Juntas  determinarán  los  días  y  horas  de  la  enseñanza,  encargando  á 
los  mismos  preceptores  de  las  escuelas  públicas,  con  un  sobresueldo, 
del  desempeño  de  esa  nueva  función. 

En  la  campaña,  donde  atentos  los  trabajos  á  que  generalmente  se 
consagran  los  niños,  debe  dejárseles  libres  para  sus  deberes  domésti- 
cos una  buena  parte  de  la  mañana  y  otra  de  la  tarde,  será  fácil  que 
el  preceptor  destine  una  parte  de  su  tiempo  á  los  adultos. 

En  las  ciudades,  caso  de  que  sean  incompatibles  las  dos  funciones» 
se  crearán  preceptores  especiales  para  las  escuelas  de  adultos  de  am- 
bos sexos. 

La  Comisión  habría  querido,  á  imitación  de  países  más  adelantados, 


EXTRACTOS  DE   cLA    CONSTITUCIÓN»  135 

establecer,  además  de  las  escuelas  primarias  elementales,  otras  supe- 
riores en  que  se  diese  mayor  ensanche  á  los  ramos  de  enseñanza;  pero 
ha  temido  por  ahora  estrellarse  contra  la  imposibilidad. 

Se  ha  limitado,  pues,  á  las  escuelas  primarias  elementales. 

Para  llenar  ese  vacío  en  lo  posible,  daría  acceso  en  la  escuela  nor- 
mal á  los  jóvenes  que  quisieran  adquirir  más  conocimientos  de  los  que 
proporcionan  las  escuelas  primarias,  y  abriría  las  puertas  de  las  dife- 
•rentes  aulas  universitarias  á  todos  los  que  quisieran  frecuentarlas. 

Hasta  ahora  la  Comisión  se  ha  ocupado  únicamente  de  las  escuelas 
costeadas  por  los  fondos  públicos;  pero  las  particulares  no  han  llama* 
do  menos  su  atención. 

La  Comisión  no  puede  considerar  la  enseñanza  como  una  industria, 
ni  aplicarle,  por  consiguiente,  las  liberalísimas  doctrinas  constítuciona* 
les.  Mira  en  ella  una  especie  de  magistratura,  casi  un  sacerdocio, 
decía  poco  ha.  De  aquí  deduce  que  nadie  puede  abrir  escuela  sin  ha- 
ber acreditado  previamente  su  idoneidad,  y  que  deben  todas  estar  su- 
jetas á  la  inspección  pública  en  cuanto  al  orden  y  moralidad. 

Lia  Comisión  juzga  que  debe  dejárseles  en  plena  libertad,  respecto 
al  método  y  materias  de  la  enseñanza;  pero  espera  que  las  amonesta- 
ciones suaves  y  amigables  de  las  Juntas  ó  Comisiones  inspectoras, 
aervirán  poderosamente  para  corregir  los  malos  métodos  y  prácticas 
perniciosas  que  se  hubieran  introducido. 

Lia  Comisión  no  considera  que  hoy  sea  posible  establecer  todos  los 
estudios  preparatorios  y  las  cuatro  Facultades  mayores;  pero  juzga 
indispensable  trazar  el  plan  general,  para  fijar  acabadamente  los  pri- 
meros pasos  que  deben  darse  en  la  instrucción  secundaria  y  superior. 

Esa  necesidad  es  tanto  más  evidente,  cuanto  que  tratándose  de  una 
institución  duradera,  no  sólo  debe  tenerse  en  vista  nuestra  situación 
actual,  sino  muy  principalmente  aquella  en  que  ha  de  entrar  el  país 
cuando  vuelva  á  la  senda  de  progreso  en  que  fué  interrumpido. 

La  Comisión  ha  procurado  que  los  diversos  ramos  de  instrucción 
sean  tan  prácticos  como  su  índole  lo  permite,  abundando  en  las  ideas 
•de  la  nota  de  V.  £. 

£lla  cree  que  por  ahora  sólo  podrán  establecerse  las  cátedras  de  los 
primeros  años  de  estudios  preparatorios,  reconociendo  por  lo  demás, 
'que  el  gobierno  es  el  mejor  juez  de  la  oportunidad  y  posibilidad,  con- 
forme á  los  recursos  del  país,  tan  disminuidos  por  la  prolongación  de 
la  malhadada  intervención  extranjera. 

En  la  imposibilidad  de  encontrar  textos  apropiados  para  las  diver- 
sas asignaturas,  la  Comisión  ha  creído  que  debía  invitarse  á  los  di- 
versos profesores  á  que  redactasen  sus  cursos,  valiéndose  provisoria- 
mente de  los  textos  que  señala  ó  de  otros  que  designe  el  Consejo  Na- 
cional de  Listrucción  Pública^ 

Ese  Consejo  cuya  creación  considera  conveniente  la  Comisión,  sería 


186  EDUARDO  AGEVEDO 


un  elemento  poderoso  para  la  difuaiAn  de  la  ¡nstracción  en  todos  sus 
ramos.  La  unidad  de  impulso  daría  resultados  inmensos,  y  la  cali- 
dad de  las  personas  que  lo  compusieran  seria  una  garantía  para  el 
porvenir  de  la  instrucción  en  la  República. 

tebre  métodos. 

En  unas  tablas  sinópticas  incorporadas  al  informe  que  acabamos  de^ 
extractar  y  otros  borradores  originales  no  publicados,  se  establece  que 
en  las  escuelas  primarías  se  usará  el  método  de  Lancáster,  y  se  agre- 
ga que  la  Comisión  se  ha  ocupado  del  estudio  de  los  métodos  indivi- 
dual, simultáneo  y  mutuo. 

Cateeiamo  Constltacloiial. 

La  obra  á  que  se  refiere  la  siguiente  «advertencia  preliminar»  fué- 
publicada  en  «La  Constitución»,  por  su  autor  el  doctor  Eduardo  Ace- 
▼edo,  y  luego  reimpresa  en  un  folleto  de  extensa  circulación: 

«En  un  trabajo  sobre  instrucción  pública  que  hicimos  en  años  pasa- 
dos, por  encargo  de  la  autoridad,  en  colaboración  con  otros  seflores,. 
recomendábamos  que  uno  de  los  primeros  libros  que  se  diera  á  los 
nifios  en  las  escuelas,  para  ejercitarlos  en  la  lectura,  fuera  un  catecis- 
mo político  sobre  la  Constitución  del  Estado,  que  debería  publicarse 
tan  pronto  como  fuese  posible. 

Al  decir  estas  palabras,  recordábamos  el  catecismo  político  publi- 
cado en  España  para  explicar  la  Constitución  del  año  12;  y  contábamos 
con  que,  siendo  tantos  los  puntos  de  contacto  en  las  dos  constitucio- 
nes, sería  empresa  muy  fácil  hacer  servir  para  nosotros  el  catecismo 
arreglado  para  la  España. 

Hablamos  á  algunos  de  nuestros  amigos,  para  que  se  hicieran  car- 
go de  ese  pequeñísimo  trabajo;  pero  las  dificultades  de  la  época,  han 
hecho  que  nuestras  palabras  no  encontrasen  eco. 

Persuadidos  siempre  de  la  conveniencia  de  la  publicación  de  ese 
catecismo,  tomamos  entonces  sobre  nosotros  arreglar  la  publicación^ 
y  lo  hemos  hecho  en  la  forma  que  verán  nuestros  lectores. 

No  se  busque  nada  original;  porque  no  se  encontrará.  No  se  bus- 
quen tampoco  desarrollos  de  las  grandes  cuestiones  constitucionales, 
porque  se  sufrirá  otra  decepción. 

No  nos  hemos  propuesto  decir  nada  al  que  ya  conoce  la  Constitu- 
ción, al  que  está  en  estado  de  leerla  y  meditarla.  Hemos  querido  sim- 
plemente que  la  Constitución  quedase  al  alcance  de  los  niños  de  las 
escuelas,  valiéndonos  ai  efecto  del  trabajo  del  publicista  español. 

Por  eso  se  notará,  que,  deteniéndose  á  veces  en  materias  de  muy  fá- 


EXTRACTOS  DE   «LA  C0N8T1TU0IÓN»  137 

cQ  mtelígencia  para  la  generalidad,  pasa  rápidamente  sobre  otras  que 
exigirían  un  análisis  detenido,  pero  que  sería  fuera  de  lugar.  El  que 
eche  la  vista  sobre  este  pequeño  trabajo  no  olvide  que  se  dirige  ex- 
doíiivamenteá  la  juventud.  Y  sobre  todo,  la  alabanza  6  el  vituperio, 
defiéralo  al  autor  sin  acordarse  de  nosotros  que  nada  6  muy  poco  nues- 
tro hemos  introducido* 

De  todas  maneras,  cumplimos  con  un  deber,  al  contribuir  por  nues- 
tra parte  á  la  difusión  de  los  principios  constitucionales,  y  esperamos 
que  alguno  de  nuestros  amigos,  con  más  tiempo  á  su  disposición,  per- 
feccione este  trabajo  que,  bien  preparado,  puede  dar  frutos  excelen- 
teB>.<— Montevideo,  mayo  15  de  1852. 

IjS  aedóii  de  la  propaganda. 

Be  nos  acusa  de  decir  «siempre  lo  mismo»,  y  sin  embargo  es  necesa* 
rio  caer  en  el  supuesto  defecto  hasta  que  las  ¡deas  queden  acepta-* 
das.  Queremos,  por  ejemplo,  la  organización  de  las  municipalidades, 
convencidos  de  que  la  centralización  administrativa  ha  producido  en 
todas  partes  la  ruina  de  la  libertad  individual;  la  capital  fuera  de 
Montevideo,  porque  es  indispensable  que  la  vida  se  sienta  en  todas 
partes  del  cuerpo,  que  no  haya  sombrero  de  gigante  en  cuerpo  de 
pigmeo,  y  que  se  establezca  en  la  campaña  un  centro  de  donde  irra- 
die la  instrucción  á  las  masas  que  hoy  sale  sólo  de  Montevideo;  la 
organización  del  sistema  de  impuestos  directos  sobre  el  capital,  que 
nos  habilite  para  conseguir  la  abolición  de  las  aduanas,  porque  así 
se  consultan  los  principios  de  justicia  y  de  conveniencia. 

Estas  ideas  que  en  nuestra  mente  están  completamente  ligadas^ 
Becesitan  propaganda  constante,  lo  mismo  que  la  administración  de 
justicia,  el  establecimiento  de  sociedades  de  beneficencia  que  se  ocu- 
pen de  las  mejoras  de  las  cárceles,  de  la  educación  y  de  los  hospita- 
les, la  policía  de  la  campaña,  etc.  Nosotros  entendemos  que  no  es 
tanto  decir  cosas  nuevas  lo  que  importa,  como  sostener  los  buenos 
principios  y  aprovechar  todas  las  ocasiones  de  introducir  la  Constitu- 
ción en  las  costumbres  del  pueblo. 

laapartaetóii  de  bramos  j  eapltales. 

Todos  estamos  de  acuerdo  en  que  debe  fomentarse  el  aumento  de 
la  población.  Pero  ¿de  qué  manera?  El  Gobierno  sólo  debe  remover 
obstáculos,  asegurar  el  orden  y  las  garantías  para  las  personas  y  las 
propiedades,  dejando  lo  demás  á  los  extranjeros  ya  vinculados  al 
país,  cuyas  cartas  á  los  parientes  y  amigos  surten  más  efecto  que  las 
palabras  de  los  empresarios  de  colonización  y  de  los  cónsules.   Para 


138  BDÜABDO  ACEV£DO 


remover  algunos  de  esos  obstáculos  es  que  hemos  indicado  el  des- 
arrollo de  la  seguridad  en  campafia,  la  traslación  de  la  capital,  la  or- 
ganización de  la  administración  de  justicia,  el  fomento  de  la  instruc- 
ción primaria,  la  organización  de  las  municipalidades,  el  progreso  del 
espíritu  de  asociación,  la  contribución  directa  y  la  abolición  de  las 
aduanas.  Necesitamos  capitales  y  necesitamos  hombres.  Para  traer- 
los, no  podemos,  sin  embargo,  ofrecer  primas  ó  dinero,  sino  remover 
los  obstáculos  que  se  oponen  actualmente  á  su  introducción :  que  la 
Constitución  se  cumpla,  que  la  justicia  sea  pronta  y  eficaz,  que  cada 
uno  pueda  gozar  tranquilamente  de  su  propiedad,  sin  temor  de  re- 
vueltas ni  de  atentados.  Lo  demás  lo  hará  la  feracidad  de  nuestro 
suelo. 

dlab  de  extrai^JeroB. 

£1  reglamento  del  Club  de  extranjeros,  recientemente  fundado, 
establece  que  los  nacionales  no  podrán  ser  socios.  Es  un  resabio  del 
coloniaje,  y  también  de  la  época  de  guerra  en  que  la  comunidad  po- 
día acarrear  responsabilidades  ó  disgustos. 

Ijentltad  de  los  JoIcíob. 

En  su  proyecto  de  reglamento  para  la  administración  de  justicia, 
presentado  á  la  Cámara  de  Diputados,  se  propuso  el  redactor  de  «La 
Constitución»,  principalmente  estos  dos  objetos :  primero,  retiñir  en 
un  solo  cuerpo  todas  las  disposiciones  de  procedimiento  que  corren 
sueltas;  segundo,  acelerar  en  cuanto  fuere  posible  la  marcha  de  los 
juicios  sin  disminuir  las  garantías  que  deben  presentar  las  últimas 
resoluciones  de  los  tribunales.  La  lentitud  de  nuestros  procedimien- 
tos es  una  circunstancia  que  asusta  á  todo  el  que  quiere  litigar  entre 
nosotros.  Se  sabe  cuándo  principia  un  pleito,  pero  no  puede  preverse 
cuándo  concluirá.  Eso  basta  para  detener  á  un  país  en  su  progreso. 
Véase  uno  de  sus  efectos :  mientras  que  el  interés  comercial  es  del 
9  al  12  */o,  el  interés  hipotecario  oscila  del  18  al  24  o/o.  La  escritura 
de  hipoteca  es  un  pleito  que  puede  durar  uno  ó  más  años.  Lo  que 
hoy  se  llama  por  una  especie  de  burla  «juicio  ejecutivo»,  es  necesa- 
rio que  lo  sea  de  verdad  para  que  el  capital  afluya  á  nuestro  país. 

£1  Presidente  del  Senado  j  el  Poder  EJeentlvo. 

Es  innegable  el  derecho  del  Presidente  á  moverse  de  un  punto  á 
otro  del  territorio  nacional.  La  Constitución  sólo  le  prohibe  salir  del 
país,  sin  el  consentimiento  de  la  Asamblea.  Por  consiguiente,  el  viaje 


BXTRAC7I08  DE   cLA  OONSTITUCIÓM»  189 

qae  el  señor  Presidente  Oiró  proyecta  realizar  á  la  campaña,  no  da 
logar  á  que  sea  paesto  en  el  ejercicio  el  Presidente  del  Senado.  Pero 
han  surgido  opiniones  contradictorias  y  como  quiera  que  con  motivo 
del  yiaje  puede  paralizarse  el  despacho,  nada  impediría  el  cumpli- 
miento del  artículo  77  de  la  Constitución. 

lia  mislóii  de  la  prensa* 

No  hay  consideración  alguna  que  nos  haga  decir  lo  contrario  de  lo 
que  sentimos.  Profesando  siempre  respeto  á  las  opiniones  concienzu- 
das de  los  otros,  hemos  logrado  hasta  ahora  que  se  tenga  considera- 
ción á  las  nuestras.  Seremos  inyariables  en  nuestro  propósito  de  no 
tratar  á  nadie  en  nuestras  columnas,  sino  como  le  trataríamos  en  su 
sala  ó  en  nuestro  Estudio.  Nunca  nos  olvidaremos  de  las  considera- 
ciones que  se  deben  los  hombres  en  sociedad;  y  como  no  nos  hemos 
propuesto  divertir  al  público  por  dos  pesos  mensuales,  trataremos  de 
dar  en  nuestro  periódico  el  menor  lugar  posible  á  todo  aquello  que 
no  interese  de  cerca  á  la  prosperidad  del  país.  Firmes  en  los  princi- 
pios que  han  servido  siempre  de  norma  á  nuestras  acciones,  ¿egaimos 
imperturbables  el  camino  que  nos  hemos  propuesto  recorrer.  No  nos 
distrae  la  vocinglería  ni  los  denuestos.  Tampoco  nos  distraerán  los 
alñlerazos. 

£1  «proTlfiorlo». 

Están  paralizadas  las  gestiones  relativas  á  la  construcción  de  edi- 
ñcios  para  el  Casino  y  la  Bolsa,  en  razón  de  que  las  necesidades  de 
esas  dos  instituciones  se  llenan  provisoriamente  en  otros  locales.  El 
provisorio  es  nuestra  enfermedad.  Acaba  con  las  mejores  ideas. 

lia  J  aventad  en  laa  tiestas  patrias. 

Las  primeras  impresiones  que  se  reciben  en  la  infancia,  nos  siguen 
en  todas  las  épocas  de  la  vida  y  deciden  muchas  veces  de  nuestro 
porvenir.  La  educación  de  la  juventud  debe  ser  un  objeto  preferente. 
Pero  esa  educación  no  se  recibe  exclusivamente  en  la  escuela.  Em- 
pieza en  el  hogar  doméstico  y  se  extiende  á  todos  los  lugares  en  que 
la  juventud  se  reúne.  Es  una  triste  educación  la  que  se  limita  á  en- 
señar á  leer  y  escribir  al  pueblo.  Se  necesita  algo  más.  Se  necesita 
imprimir  en  el  ánimo  de  los  niños  esos  principios  que  sirven  de  base 
para  todas  las  grandes  acciones.  La  familia,  la  patria,  la  humanidad, 
son  ideas  que  deben  hacerse  comprender  á  los  niños  desde  los  pri- 


140  EDUARDO  ACEYBDO 


meros  momentos.  Así  se  logra  impedir  que  cunda  ese  miserable 
egoísmo  que  es  el  cáncer  de  las  viejas  sociedades.  Cuando  las  ideas 
de  conveniencia  individual  empiezan  á  sobreponerse  á  los  principios 
de  la  justicia  y  de  la  conveniencia  general,  cuando  el  «qué  me  im- 
porta» ocupa  el  lugar  del  patriotismo,  de  la  humanidad  y  de  todos 
los  sentimientos  nobles,  poca  esperanza  puede  depositarse  en  el  por- 
venir de  un  país.  En  ese  sentido  hemos  aplaudido  la  idea  de  hacer 
que  los  niños  tomen  parte  en  la  solemnización  de  la&  fíestas  nacio- 
nales. 


En  el  anlTeraarlo  del  S  de  octubre* 

Una  guerra  civil  no  debe  ni  puede  concluir  nunca  por  el  extermi- 
nio de  uno  de  los  partidos.  Así  lo  entendió  también  el  general  Ur- 
quiza,  al  proclamar  como  base  de  la  unión  que  no  había  vencidos  ni 
vencedores,  que  todos  los  orientales  tenían  iguales  derechos,  iguales 
servicios  y  méritos.  Quedó  establecida  la  perfecta  igualdad  entre  los 
diversos  partidos,  y  fué  posible  que  unos  y  otros  abjuraran  sus  pasa- 
dos errores^  tiraran  sus  divisas,  tomaran  por  estandarte  y  por  norma 
la  Constitución,  y  se  entregaran  á  trabajos  x>or  el  bienestar  futuro 
del  país,  sin  que  ninguno  conservara  la  facultad  de  enrostrar  al  otro 
con  el  pasado  y  sus  consecuencias. 

121  Jurado. 

Lo  dijo  don  Alfonso:  «el  fazer  es  grave  cosa  y  el  desf azer  muy  li- 
jera».  Siempre  que  se  diga  tal  artículo  es  malo,  tal  proceder  es  in- 
eficaz, conviene  apuntar  el  que  ha  de  sustituirle.  No  se  debe  trabajar 
en  la  destrucción,  sino  cuando  están  prontos  los  materiales  para  la 
reedificación.  Nuestro  sistema  de  administración  de  justicia  es  pési- 
mo. ¿Pero  cómo  reformarlo  sustancialmente  desde  ya? 

Be  comete  un  delito  á  cien  leguas  del  Juzgado  del  Crimen.  Los 
jueces  locales  levantan  un  sumario  muy  informal  y  lleno  de  morosi- 
dades por  la  distancia  á  que  se  encuentran  los  testigos,  la  falta  de 
medios  de  comunicación  y  la  inhabilidad  de  los  agentes  secundarios. 
Viene  luego  el  plenario,  con  la  ratificación  de  los  testigos  y  nuevas 
declaraciones.  Y  finalmente,  el  sorteo  de  los  hombres  buenos  que 
han  de  acompañar  al  Juez  para  formar  tribunal. 

Tomar  de  sus  casas  algunos  propietarios,  comerciantes  ó  artesanos: 
embutirles  trescientas  ó  cuatrocientas  hojas  de  autos  en  que  se  hace 
uso  de  lenguaje  extraño  para  ellos  y  en  que  se  han  agotado  quizá  to- 
dos los  recursos  de  la  chicana;  y  preguntarles  después  si  está  ó  no 


EXTRACTOS   DE    «LA  OON4TITÜCIÓN »  141 


está  probado  el  delito  de  que  se  trata,  es  una  verdadera  burla  de  la 
institución  del  jurado,  que  excitaría  la  risa  si  no  fuera  asunto  tan  se- 
rio. ¿Qué  puede  quedar  á  los  hombres  buenos  de  esa  lectura  que  con 
voz  monótona  hace  el  escribano  y  que  se  prolong;a  á  veces  por  mu- 
chas horas?  Absolutamente  nada.  Y  no  es  extraño.  Tenemos  trece  ó 
<»toree  aflos  de  ejercicio  del  foro,  y  confesamos  que  no  solamente  no 
nos  atreveríamos  á  fallar  después  de  una  de  esas  lecturas  soporífe- 
ras,  sino  que  no  hemos  fallado  nunca  causa  alguna,  en  que  no  haya- 
mos sentido  la  necesidad  de  leer  más  de  dos  veces  el  proceso. 

Un  tribunal  semejante,  además  de  todos  sus  inconvenientes  noto- 
rios, tiene  el  de  alejamos  cada  día  más  de  la  benéfica  institución  del 
jurado  tan  recomendada  por  nuestra  ley  fundamental,  en  que  los 
liombres  buenos  ven  y  oyen  al  acusado  y  á  los  testigos  y  adquieren 
los  datos  indispensables  para  pronunciar  su  juicio.  Ahí  empiezan  las 
dificultades,  dada  la  despoblación  de  la  campaña  y  el  funcionamien* 
to  de  todos  los  Juzgados  en  un  rincón  de  la  República.  Y  es  uno  de 
los  principales  motivos  que  tenemos  para  desear  el  establecimiento 
de  la  capital  en  un  lugar  más  central  del  territorio.  Habría  así  dos 
Í0006  principales  de  instrucción  y  dos  puntos  de  partida  para  un  buen 
arreglo  de  la  administración  de  justicia. 

Ampliando  Ideas  jra  sostenidas. 

a)  Necesita  el  país  brazos  y  capitales.  Todos  convenimos  en  ello. 
Pero  diferimos  en  los  medios.  Nosotros  no  aceptamos  las  medidas 
directas  que  convierten  al  Estado  en  empresario,  sino  las  indirectas» 
las  que  consisten  en  remover  los  obstáculos  que  encuentran  la  impor- 
tación de  capitales  y  la  inmigración.  El  interés  individual,  apoyán- 
dose en  el  espíritu  de  asociación,  puede  hacer  más  que  todos  los  me- 
dios directos  que  el  Gobierno  quisiera  emplear.  [Tno  de  esos  obstá- 
culos, es  la  existencia  de  numerosas  familias  desocupadas  que  viven 
á  expensas  de  los  estancieros  y  nos  desacreditan  como  país  de  inmi- 
^[ración.  Y  á  las  Juntas  corresponde  la  tarea  de  distribuirles  las  tie- 
rras de  que  disponen. 

b)  Se  ha  pretendido  que  por  la  Constitución  no  existe  el  régimen 
municipal,  y  que  la  vida  departamental  queda  servida  exclusivamen- 
te por  las  Juntas  Económico-Administrativas.  Ya  hemos  demostrado 
^n  otra  oportunidad  lo  contrario.  En  concepto  de  los  Constituyentes 
debían  marchar  á  la  par  la  administración  del  Departamento  y  la 
del  Municipio,  y  es  por  ello  que  sostenemos  la  necesidad  de  orear  es- 
tos últimos,  persuadidos  de  que  el  vecino  que  tiene  inconvenientes 
en  pagar  dos  pesos  mensuales  para  rencas  generales,  pagaría  gusto- 
■samente  cuatro  para  ser  invertidos  ante  sus  ojos,  en  beneficio  del 


142  EDUARDO  ACEBEDO 


pueblo  que  habita  con  su  familia.  De  ese  modo  se  fomentarían  las  es- 
cuelaS)  los  hospitales,  las  cárceles  y  se  daría  impulso  al  espíritu  de 
asociación;  cada  pueblo  se  consideraría  como  una  gran  asociación  en 
que  todos  contribuirían  con  un  contingente  en  relación  con  sus  fa- 
cultades; sería  mayor  el  número  de  los  que  se  interesan  en  la  cosa 
pública;  y  acabaría  por  desterrarse  ese  egoísmo  miserable  que  ha  em- 
pezado á  invadirnos. 

c)  Los  derechos  de  aduana  son  desiguales  en  su  distribución,  fo- 
mentan la  inmoralidad  y  la  corrupción,  son  inconvenientes  para  el 
comercio  honrado  y  para  el  progreso  del  país. 

d)  Al  sostener  la  idea  de  que  la  capital  se  establezca  en  un  punto 
de  la  campaña,  hemos  demostrado  la  necesidad  de  que  la  población 
llegue  á  ser  un  todo  homogéneo,  que  cese  la  desigualdad  en  los  dere- 
chos de  que  gozan  los  vecinos  de  Montevideo  y  los  que  han  cabido  á 
los  demás  Departamentos,  en  que  la  Constitución  es  letra  muerta,  la 
justicia  ineficaz,  la  instrucción  pública  nula  y  la  acción  del  Gobier- 
no no  se  hace  sentir  suficientemente,  proviniendo  de  estas  causas 
nuestras  desgracias.  Se  ha  objetado  que  faltan  caminos  en  la  campa- 
ña, que  faltan  edificios  en  los  pueblos  del  interior,  que  la  capital  que- 
daría expuesta  á  un  golpe  de  mano,  que  el  centro  de  civilización  y  de 
riqueza  es  y  debe  ser  también  el  asiento  de  la  capital.  Pero,  los  ca- 
minos y  los  puentes  se  harán  después  cuando  sean  necesarios;  la 
traslación  de  la  capital  arraigaría,  sobre  sólidas  bases,  el  respeto  á  la 
persona  y  á  la  propiedad,  promoviendo  en  consecuencia  la  importa- 
ción de  brazos  y  capitales;  la  edificación  vendría  á  su  tiempo;  y  en 
cuanto  al  golpe  de  mano,  es  tan  posible  en  campaña  como  en  Mon- 
tevideo. Precisamente  para  que  no  haya  golpes  de  mano,  para  cortar 
de  raíz  el  espíritu  personal  y  de  caudillaje,  es  necesario  que  además 
de  Montevideo  haya  un  foco  de  donde  irradie  la  instrucción  á  las 
masas. 

Ha^^amos  babltable  la  easa. 

Que  haya  orden,  que  haya  garantía  para  las  personas  y  las  propie- 
dades, que  la  instrucción  se  difunda:  tal  es  la  principal  necesidad  de 
la  campaña.  Lo  demás  vendrá  por  sí  mismo.  Hágase  agradable  la 
casa»  recíbase  bien  á  las  gentes  y  no  faltarán  huéspedes.  Si  la  casa 
es  incómoda  y  hasta  peligrosa,  bien  puede  convidarse  á  voz  de  pre- 
gonero, los  salones  estarán  desiertos.  Esto  parece  haberlo  compren- 
dido el  Gobierno  en  sus  recientes  circulares  sobre  reconcentración  de 
las  familias  indigentes  en  las  proximidades  de  los  pueblos  y  sobre  la 
conveniencia  de  que  las  Juntas  y  Jefaturas  estimulen  el  espíritu  de 
asociación. 


EXTRACTOS  DE    «LA  OOHSTITÜCIÓN»  148 


Polítlea  brasilefta. 

(A  propósito  de  una  frase  de  la  prensa  de  Río  Janeiro,  lamentando 
que  en  Montevideo  hayan  sido  restaurados  los  hombres,  las  ¡deas  y 
los  sentimientos  hostiles  á  la  intervención  del  Imperio),  dice  «La 
Constitución»  que  si  la  gran  mayoría  del  país  se  pronunció  contra  los 
tratados  de  12  de  octubre,  eso  no  importa  una  hostilidad,  sino  un 
sincero  deseo  de  que  bajo  la  base  de  la  justicia  y  de  la  conveniencia 
recíproca  se  estableciesen  relaciones  que  ofrecieran  garantías  de  es- 
tabilidad y  permanencia.  Los  intereses  orientales  him  sido  sacrifica- 
dos y  con  ellos  los  del  Brasil  á  quien  conviene  más  de  cierto  núes* 
tra  simpatía,  que  unas  leguas  de  terreno,  unas  pocas  ventajas  comer- 
ciales y  algunas  mortificaciones  á  nuestro  amor  propio  nacional.  Así 
mismo  fueron  admitidos  los  tratados  con  la  esperanza  de  ulteriores 
modificaciones  en  el  deseo  de  estrechar  relaciones  con  el  Brasil. 

Uqnidaelón  de  la  deada« 

Prescindiendo  del  deber  que  todos  reconocen  de  que  el  Estado  pa- 
gue sus  deudas,  los  créditos  actuales  son  hoy  un  capital  muerto  que 
la  liquidación  pondrá  en  movimiento,  vinculando  á  todos  los  acree- 
dores á  la  estabilidad  de  la  paz  y  á  la  suerte  del  país,  una  vez  que 
la  liquidación  esté  pronta  y  que  la  Asamblea  la  reconozca  y  consoli- 
de, se  podrá  contratar  un  empréstito  extranjero  con  la  afectación  de 
la  contribucite  directa  á  su  servicio. 

Cuarentenas. 

Los  hombres  de  ciencia  se  deciden  generalmente  en  Europa  con- 
tra las  cuarentenas,  y  buscan  en  otra  parte  los  medios  de  prevenir  la 
invasión  de  ciertas  enfermedades.  Pero  nuestros  reglamentos  de  i>o- 
licía  sanitaria  prescriben  dicha  medida,  y  mientras  estén  en  vigencia 
deben  cumplirse  mediante  el  aislamiento  efectivo  de  los  buques  y 
pasajeros,  cosa  que  actualmente  no  se  hace. 

lias  Ifilas  de  Sandwlcli. 

Al  mirar  el  atraso  en  que  bajo  el  punto  de  vista  militar  se  encuen- 
dan las  islas  de  Sandwich,  que  necesitan  de  un  capitán  de  marina 
de  los  Estados  Unidos  para  que  les  disciplinen  las  tropas,  no 


144  BDUABIK)  ACEVEDO 


dejará  de  asomar  en  algunos  labios  la  sonrisa  del  desprecio.  A  esos 
recordaremos  que  las  islas  de  Sandwich  tíenen  535  escuelas,  concu- 
rridas por  más  de  quince  mil  alumnos.  Be  les  puede  dispensar  la  falta 
de  táctica  militar. 

Una  reaeelón  rápida* 

La  ociosidad,  la  miseria,  la  relajación  de  los  yínculos  de  familia, 
los  rencores  tanto  más  profundos  cuanto  más  intensas  las  relaciones 
que  precedieron,  hacen  de  la  guerra  civil  la  fuente  de  todo  linaje  de 
crímenes.  Tal  es  la  .regla  general,  lo  que  se  ve  en  todas  parten.  Por 
^so  sorprende  el  cuadro  que  presenta  nuestro  país  al  día  siguiente  de 
una  guerra  crue^  que  ha  asolado  por  espacio  de  diez  años:  la  seguri- 
dad es  completa,  el  orden  y  el  trabajo  reinan  en  todo  el  territorio,  y 
los  soldados  se  han  transformado  en  obreros,  uniéndose  por  vínculos 
de  compañerismo  los  mismos  que  militaron  en  campos  opuestos. 

Onardla  naelonal. 

En  casi  todos  los  departamentos  está  organizada  la  guardia  nacio- 
nal. En  Montevideo,  todavía  se  conserva  en  estado  de  proyecto.  En 
la  organización  de  la  guardia  nacional  existe  el  cumplimiento  de  un 
deber  y  el  ejercicio  de  un  derecho.  El  derecho  de  armarse,  que  debe 
ser  tan  querido  para  un  ciudadano  como  cualquiera  de  los  otros  de- 
rechos políticos  que  le  garante  la  carta  constitucionaL  ün  pueblo  que 
tiene  la  facultad  de  reunirse  y  armarse,  en  defensa  de  sus  derechos, 
no  puede  mantenerse  indiferente  sin  abdicar.  Las  asambleas  de  la 
guardia  nacional,  en  vez  de  concen erarse  en  las  capitales,  lo  que  re- 
presenta un  sacrificio  para  muchos,  podrían  y  deberían  realizarse  en 
los  distritos. 

JB^rntas  de  sebiento* 

(Combatiendo  la  propaganda  de  la  prensa  francesa,  en  favor  del 
establecimiento  de  una  monarquía  en  los  países  del  Plata,  que  pu- 
siese fin  á  la  anarquía  en  que  viven  é  impidiese  su  absorción  por  el 
Brasil  y  por  los  Estados  unidos),  dice  «La  Constitución»  que  los  eu- 
ropeos, que  no  han  visto  de  cerca  estos  países,  se  engañan  extraordi- 
nariamente. Quieren  atribuir  el  malestar  que  nos  ha  aquejado  y  que 
es  en  parte  el  lote  de  todas  las  naciones  nuevas,  á  la  forma  de  go- 
bierno que  elegimos.  Es  un  error.  Fuera  cual  fuere  la  forma  de  go- 
4)ieno,  no  podría  impedirse  que  nuestra  falta  de  educación  política 


EXTRACTOS  DE    cLA  OONBTITUGIÓN»  145 

BUS  iratos.  Los  hechos  sucedidos  en  otras  partes  de  la  América 
▼ienen  en  apoyo  de  esta  aserción.  Si  los  gobiernos  europeos  quieren 
realmente  contribuir  á  nuestro  bienestar,  es  otro  el  camino  que  deben 
seguir.  Deben  contraerse  por  todos  los  medios  á  su  alcance  á  favore- 
cer la  unión  de  los  gobiernos  legitimes  y  sobre  todo  á  abstenerse  de 
despertar  susceptibilidades  que  nos  hacen  retrogradar  en  el  camino 
que  felizmente  vamos  recorriendo. 

CoKfUieacloiies. 

La  devolución  de  las  propiedades  confiscadas  durante  la  guerra 
era  un  acto  de  justicia  innegable.  Nadie  podía  ponerlo  en  duda, 
sin  hacer  desconfiar  de  su  corazón  y  de  su  cabeza.  Pero,  no  puede 
reinar  la  misma  uniformidad  de  criterio,  cuando  se  trata  de  averiguar 
qué  autoridad  debe  dirimir  los  conflictos  cuando  los  conflictos  so 
produzcan.  Todas  las  propiedades  han  sido  ya  devueltas  á  sus  due- 
ffoe.  Quedan  ahora  las  cuestiones  emergentes  de  la  devolución,  rela< 
tivas  á  frutos,  animales  vendidos,  arrendamientos,  mejoras  y  daños, 
que  un  decreto  del  Poder  Ejecutivo  somete  al  fallo  de  las  Juntas, 
surgiendo  de  ahí,  controversias  fundadas,  desde  que  se  trata  de  asun- 
tos del  exclusivo  resorte  del  Poder  JudiciaL 

«Sociedad  Amibos  del  País:". 

Se  había  hablado  de  reconstruir  uno  de  los  partidos  que  han  divi- 
dido la  República.  A  pesar  de  los  rumores  y  de  las  circunstancias  en 
que  se  apoyaban,  nos  negamos  á  creer  que  realmente  se  tratase  de  re- 
construir agrupaciones  que  no  tienen  ni  pueden  tener  porvenir  en 
nuestro  país.  No  veíamos  en  semejante  tentativa  sino  la  pretensión 
de  abrir  de  nuevo  el  abismo  de  las  revoluciones  que  estamos  todos 
interesados  en  cegar.  El  resultado  ha  venido  á  justificar  que  no  nos 
habíamos  equivocado.  Lejos  de  haberse  pensado  en  dar  vida  ficticia 
á  los  partidos  que  han  muerto  completamente  para  todos  los  hombres 
de  inteligencia,  se  ha  tratado  de  echar  las  bases  de  un  partido  nacio- 
nal, viniendo  así  sus  iniciadores  á  reunirse  en  las  miras  que  hemos 
estado  sosteniendo  desde  el  8  de  octubre  Ya  en  mayo  lo  decíamos, 
refiriéndonos  á  los  trabajos  á  que  nos  entregábamos  para  llevar  ade- 
lante á  todo  trance  el  programa  del  8  de  octubre,  literalmente  adop- 
tado ahora,  por  los  mismos  que  entonces  no  participaban  de  nues- 
tras opiniones:  «la  base  de  ese  programa  es  la  igualdad  de  los  diver- 
sos partidos  en  que  se  hallaba  dividida  la  República:  igualdad  que 
haila  posible  la  fusión  en  un  gran  partido  nacional  que  no  tendría 
más  adversarios  que  los  restos   de  los  viejos  partidos  personales». 


!  10 


146  EDUARDO  ACEYEDO 


Todo  el  programa  de  loa  amigos  del  país  se  encierra  en  el  cumpli- 
miento leal  y  franco  de  la  Constitución . 

Por  nuestra  parte  hemos  tratado  de  no  olvidar  nunca  tres  grande» 
obligaciones  que  contrajimos,  incluidas  todas  en  la  obediencia  que 
juramos  á  la  Gonstítución  de  la  República:  sostener  las  autoridades 
constitucionales  por  todos  los  medios  á  nuestro  alcance,  poniendo  ua 
muro  de  bronce  á  todo  espíritu  de  caudillaje;  hacer  entrar  la  Consti- 
tución en  las  costumbres  del  pueblo;  propender  al  adelanto  general 
del  país. 

(El  doctor  Acevedo  puso  su  firma  al  pie  del  programa  de  la  «So- 
ciedad Amigos  del  País»). 

I^epósltos  aduaneros  en  el  Ilraffnaj* 

El  Poder  Ejecutivo  se  dirigió  á  la  Comisión  Permanente  pidiendo- 
autorización  para  nombrar  el  personal  de  empleados  de  los  depósitos 
en  la  Colonia.  La  Comisión  Permanente,  dijo  que  tal  autorización  es- 
taba comprendida  en  la  facultad  acordada  al  Poder  Ejecutivo  de  es- 
tablecer depósitos  en  las  aduanas  del  Estado  que  juzgase  conve- 
nientes. Pero  el  Gobierno  nada  hace  en  tal  sentido.  Y  hay  que  apre- 
surarse, sin  embargo,  á  llevar  adelante  esas  y  otras  iniciativas  análo- 
gas en  Higueritas,  Carmelo,  Maldonado  y  Cerro  Largo.  Be  consegui- 
ría con  ello:  disminuir  el  contrabando,  dar  importancia  á  diversos 
puntos  de  la  campaña  y  crear  mercados  para  el  interior  de  los  ríos. 
Hemos  recibido  varías  cartas  de  campaña  acerca  de  la  conveniencia 
de  instalar  depósitos  en  distintas  localidades.  Su  contenido  nos  ha- 
bilita para  conseguir  dos  resultados  que  consideramos  muy  importan- 
tes: hacer  conocer  nuestro  país  de  los  que  nunca  han  salido  de  Mon- 
tevideo; distraer  la  atención  de  esas  cuestiones  políticas  siempre  es* 
toriles,  á  veces  perjudiciales,  para  llamarla  hacia  el  campo  de  las  me- 
joras materiales.  Esos  son  los  fines  que  hemos  tenido  constantemente- 
á  la  vista  desde  la  fundación  de  este  periódico. 

E<9ciiela8  de  adultos. 

(En  el  proyecto  de  reglamento  sobre  instrucción  primaria  ya  extrac- 
tado, se  establece  la  obligación  de  instalar  una  escuela  de  adultos- 
donde  quiera  que  se  reúnan  más  de  25  individuos  decididos   á  apro- 
vecharse de  ella). 

Vamos  á  hacer  ahora  la  tentativa  (dice  el  redactor  de  «La  Consti- 
tución»), de  establecer  una  escuela  de  adultos  de  color,  sobre  la  base 
de  30  ó  40  hombres  de  buena  voluntad  que  quieren  proporcionarse 
los  medios  de  salir  de  la  condición  inferior  en  que  los  coloca  su  igno- 


EXTRACTOS  BE   «LA  OONSTITUCIÓN»  147 


rancia.  8erfa  tanto  más  urgente  salir  de  esa  ignorancia,  cuanto  que 
según  la  Constitución  tienen  suspendida  la  ciudadanía  los  que  no 
saben  leer  ni  escribir,  y  es  necesario  que  este  artículo,  como  los  demás, 
sea  una  verdad. 

(Poco  tiempo  después  daba  cuenta  «La  Constitución»  de  la  funda- 
ción de  la  «Sociedad  del  Carmen»  para  la  educación  de  los  adultos 
de  color.  La  primera  escuela  de  esa  Sociedad  empezó  á  funcionar  en 
el  local  de  la  Universidad  bajo  la  dirección  de  los  señores  Manuel 
Bonifaz  y  Mariano  Pereira,  con  53  alumnos  matriculados.  «En  la  no- 
che de  la  inauguración,  los  alumnos,  dice  «La  Constitución»,  dieron 
música  delante  de  las  casas  de  los  iniciadores,  uniéndose  por  la  gra- 
titud y  el  deseo  del  progreso,  los  mismos  que  ayer  se  mataban  sin 
piedad».  El  doctor  Acevedo,  que  era  el  iniciador  principal  y  verdade- 
ro fundador,  dictó  personalmente  algunos  de  los  cursos,  juntamente 
con  el  doctor  Palomeque  y  otros  distinguidos  ciudadanos). 

Proelamaelón  de  diputados. 

Las  repúblicas  americanas  de  habla  española,  constantemente  tra- 
bajadas en  todo  sentido  por  las  disensiones  políticas»  han  llegado  á 
hacer  desconfiar  de  su  porvenir.  Es  necesario  no  equivocarse.  Se  nos 
considera  en  materia  política  como  «unos  niños  terribles»  que  juegan 
con  lo  mismo  que  trae  la  muerte  en  su  seno.  Nuestros  hombres  por 
lo  general,  todo  lo  han  reducido  á  la  política.  No  se  ha  tratado  de 
establecer  una  escuela  en  tal  lugar,  de  abrir  con  el  arado  tal  terreno» 
sin  que  al  instante  se  haya  tratado  de  averiguar  cuál  era  la  idea  polí- 
tica que  se  hallaba  detrás  del  pensamiento  que  se  adelantaba. 

Queremos  que  nuestra  política  se  encierre  en  el  cumplimiento  leal 
y  franco  de  la  Constitución  de  la  República,  y  que  todas  nuestras 
fuerzas  se  empleen  en  sostenerle,  promoviendo  las  mejoras  del  país  en 
todos  los  ramos.  Diremos,  sin  embargo,  dos  palabras  sóbrelas  elecciones 
del  Salto.  Hasta  hace  poco  las  elecciones  departamentales  hacíanse 
realmente  desde  Montevideo,  limitándose  los  departamentos  á  votar 
los  candidatos  que  se  les  indicaba.  Después  del  8  de  octubre,  se 
adoptó  el  temperamento  de  que  no  se  propusiese  para  la  representa- 
ción de  un  departamento  sino  á  hombre  que  perteneciera  al  mismo  de- 
partamento ó  que  fuera  muy  conocido  en  él.  Fuimos  incansables  en 
la  predicación  de  esas  doctrinas.  Cuando  el  doctor  Juan  Carlos  Gó- 
mez llegó  últimamente  de  Chile,  conociendo  las  cualidades  que  le  dis- 
tinguen, le  ofrecimos  toda  la  cooperación  que  estaba  á  nuestro  alcan- 
ce para  que  se  diese  á  conocer  ventajosamente  entre  nosotros.  El 
doctor  Gómez  manifestó  que  le  convenía,  por  el  momento,  la  absten- 
ción. Y  es  en  tales  circunstancias  que  se  habla  de  su  candidatura  en 


148  EDUARDO  ACEVEDO 


el  departamento  del  Salto,  donde  nadie  absolutamente  lo  conoce.  ¿No 
significa  faltar  al  sistema  representativo  y  volver  á  los  tiempos  en 
que  las  elecciones  para  representar  á  los  departamentos  se  hacían  en 
Montevideo?  De  consiguiente,  no  lo  propusimos,  como  lo  habríamos 
hecho  en  otro  caso.  Hemos  entrado  en  estas  explicaciones  con  verda- 
dero disgusto. 

No  estamos  ahora  en  situación  de  discutir  candidaturas  ni  de  tocar 
llagas  no  bien  cicatrizadas.  Lo  que  nos  conviene  es  rivalizar  en  el 
cumplimiento  franco  de  la  Constitución  y  en  los  medios  d^  acrecentar 
la  prosperidad  de  la  República.  Hablemos  de  escuelas,  de  caminos, 
de  facilidades  para  el  comercio,  de  introducción  de  brazos  y  capitales 
extranjeros.  Lo  demás  vendrá  después,  cuando  el  enfermo  esté 
robustecido  y  se  encuentre  en  estado  de  soportar  otra  clase  de  ali- 
mento. 

Asoelaelón  protectora  de  Imnlgrrantes. 

Se  ha  formado  una  asociación  que  ya  cuenta  trescientos  suscripto- 
res  para  alojar  y  alimentar  á  los  inmigrantes.  Es  la  obra  fecunda  del 
espíritu  de  asociación  que  empieza  á  despertar  en  el  país. 

Otra  ilaslón  perdida. 

Desde  el  8  de  octubre,  la  gran  mayoría  del  país  manifestó  con  sus 
hechos  que  quería  cegar  el  abismo  de  las  revoluciones,  acabando  de 
una  vez  con  los  partidos  personales.  Surgió  entonces  una  patriótica 
iniciativa  que  condensó  así  un  documento  que  en  el  acto  se  cubrió  de 
firmas:  extinción  absoluta  de  los  partidos  personales,  fusión  completa 
de  todos  los  orientales,  bajo  los  colores  y  para  los  intereses  únicos  de 
la  patria,  con  arreglo  y  en  exacto  cumplimiento  de  los  principios 
consignados  en  la  Constitución.  Desgraciadamente  la  iniciativa  fra- 
casó, por  obra  dé  procedimientos  que  nos  hacian  retrogradar  al  tiem- 
po de  los  colorados  y  de  los  blancos,  esos  viejos  partidos  que  no  tie- 
nen sigaificación  política  alguna,  que  no  pueden  sostener  el  más 
ligero  examen,  que  deben  únicamente  la  vida  después  del  8  de  octu- 
bre á  conáideraciones  personales  y  mezquinas,  y  que  es  necesario 
reemplazar  con  partidos  nuevos,  con  partidos  que  sean  de  ideas  y  no 
de  personas.  Hemos  sido  incansables  en  la  predicación  de  esas  doc- 
trinas y  por  eso  aceptamos  sin  vacilar  el  programa  de  la  «Sociedad  de 
Amigos  del  País»,  que  era  el  mismo  de  nuestra  propaganda,  soste- 
niendo la  necesidad  de  provocar  una  gran  reunión  de  adherentes.  Pe- 
ro los  que  tomaron  la  iniciativa,  apoderándose  del  programa  de  «La 
Constitución»,  se  han  constituido  sin  llamar  á  los  adherentes  ajenos 
á  su  círculo,  favoreciendo  con  esa  actitud  organizaciones  antagónicas 
que  tienen  que  conducir  á  retrocesos  lamentables. 


EXTRACTOS  DE    cLA  00N8TITÜ0IÓN »  149 


lia  politlea  nos  mata. 

En  quince  días  ha  variado  completamente  el  tema  de  las  conversa- 
ciones  en  esta  ciudad.  Sólo  se  habla  hoy  de  política.  ¿Qné  resultará 
de  ahí?  £1  que  siembra  tempestades,  recoge  huracanes.  Las  discusio- 
nes políticas  nos  llevarían  á  la  guerra  civil  y  á  la  anarquía.  Los  que 
se  sienten  con  una  actividad  que  no  pueden  refrenar,  ¿no  tienen  el 
campo  Ubre  para  hacer  algo  que  pueda  ser  útil  al  país?  Semejante 
papel  sería  preferible  al  de  plagiarios  de  los  aspirantes  de  que  han 
estado,  por  desgracia,  plagadas  las  jóvenes  Kepáblicas  de  la  Amé  • 
rica.  ¡Hay  tanto  que  hacer  por  todos  lados  en  nuestro  país!  Es  verdad 
que  se  necesita  trabajo,  que  es  más  fácil  declamar  sin  consultar  otra 
cosa  que  su  imaginación,  que  entregarse  al  estudio  de  las  necesidades 
de  un  país  para  encontrar  los  medios  de  remediarlas.  ¡Pero  también 
es  tan  vulgar  el  papel  de  los  otrosí  La  idea  de  ganar  así  una  posición 
BO  tiene  motivos  de  libonjear  á  ningún  hombre  que  tenga  el  corazón 
bien  puesto.  Afortunadamente  esa  especie  de  fiebre  que  por  el  mo- 
mento se  ha  apoderado  de  cierta  parte  de  la  ciudad  no  tiene  probabi- 
lidades de  cundir  en  la  campaña.  En  cuanto  á  nosotros,  nuestro  pian 
está  trazado  de  antemano.  Mientras  otros  se  ocupan  de  lanzar  ana- 
temas, mirando  la  paja  en  el  ojo  del  vecino,  nosotros  nos  ocuparemos 
de  todo  lo  que  consideremos  útil  al  país.  Estfimos  convencidos  de 
que  la  política  nos  mata. 

Reeonstraeclón  de  partidos. 

(Con  motivo  de  la  dirección  que  se  pretende  dar  á  la  «Sociedad 
Amigos  del  País»). 

No  pertenecemos  á  ninguno  de  los  partidos  que  sólo  existen  en 
cierto  número  de  cabezas  calcinadas  por  diversos  motivos.  Somos 
esencialmente  orientales,  amigos  de  la  Constitución;  pero  por  lo  mis- 
mo debemos  vigilar  para  que  no  se  reconstruyan  viejas  agrupaciones 
que  no  tienen  significación  alguna  política. 

I^as  eáreeles* 

En  un  mismo  local  se  encuentran  confundidos  los  meramente  en- 
causados, los  condenados  por  delitos  livianos  y  los  criminales  famo- 
sos, resultando  de  ello  un  contagio  de  la  mayor  gravedad  para  la  so- 
ciedad. Las  cárceles  sirven  así  no  sólo  para  mortificar,  sino  para  ave- 
zarse en  el  crimen  y  la  inmoralidad,  urge  establecer  el  sistema  pe- 
nitenciario que  transforma  al  delincuente  en  factor  útil.  La  situación 


160  EDUARDO  ACEVEDO 


del  país  se  presta  admirablemente  á  la  reforma.  Bastaría  extender  á 
ella  el  espíritu  de  asociación  que  ha  empezado  á  desarrollarse  vigo- 
rosamente y  arbitrar  recursos  en  el  pueblo  que  no  los  escatimaría 
como  no  los  escatima  para  tantas  empresas  útiles  que  ya  están  ini- 
ciadas. La  «Sociedad  de  Amigos  del  País»  está  destinada  á  dar  impul- 
so á  ese  espíritu  de  asociación.  Impóngase  uua  contribución  cual- 
quiera á  cada  uno  de  sus  miembros;  divídase  en  Comisiones  que  se 
ocupen  de  la  instrucción  pública,  de  la  agricultura,  del  pastoreo,  de 
las  cárceles,  de  los  hospitales;  y  en  seis  meses  el  país  tomaría  una 
nueva  faz. 

CTlreiilaeléii  de  periódicos. 

Be  quejan  nuestros  corresponsales  de  campaña  de  la  falta  de  circu- 
lación de  los  diarios.  Sólo  por  milagro  se  encuentra  un  periódico  fue- 
ra de  las  capitales.  Contribuyen  á  explicar  el  hecho,  la  dificultad  de 
las  comunicaciones  y  el  alto  precio  de  las  suscripciones.  Pero  la  razón 
fundamental  está  en  la  falta  de  hábitos  de  lectura  que  se  nota  general- 
mente en  nuestro  país.  Día  llegará  en  que  cada  uno  se  convenza  de  que 
la  cosa  pública  es  también  la  suya  particular;  y  entonces  todos  senti- 
rán la  necesidad  de  estar  al  corriente  de  lo  que  se  pasa  y  de  llevar  su 
contingente  á  los  negocios  públicos,  dentro  de  la  esfera  de  sus  facul- 
tades. En  los  Estados  Unidos  difícilmente  se  encuentra  una  familia, 
por  pobre  que  sea,  que  no  tenga  su  periódico. 

ReeursoB  departamentales. 

Se  atribuye  el  marasmo  de  las  Juntas  Económico-Administrativas 
á  la  carencia  de  fondos  y  á  la  carencia  de  hombres  preparados  en 
campaña.  Ni  lo  uno  ni  lo  otro.  Hay  muchas  iniciativas  fecundas  que 
encontrarían  el  concurso  decidido  y  valioso  de  los  vecindarios, 
como  hay  en  todos  los  Departamentos  ciudadanos  capaces  de  atender 
los  negocios  que  corresponden  á  las  Juntas.  El  artículo  126  de  la 
Constitución  autoriza  á  las  Juntas  para  proponer  directamente  al 
Cuerpo  Legislativo  las  medidas  que  consideren  útiles,  y  entre  ellas 
debe  figurar  en  primera  línea  la  creación  de  fondos  especiales.  Sería 
muy  conveniente  que  para  el  próximo  período,  la  Asamblea  tuviera 
sobre  ese  particular  la  opinión  de  todas  las  Juntas.  Se  haría  enton- 
ces más  fácil  el  señalamiento  de  los  fondos  que  han  de  pertenecería 
cada  una  con  separación  de  los  generales  de  la  Nación.  Sería  también 
de  oportunidad  que  las  Juntas  presentasen  el  resultado  de  sus  estu- 
dios prácticos  sobre  las  Municipalidades,  que  es  necesario  organizar, 
do  acuerdo  con  la  mente  de  los  constituyentes.  Las  actuales  Comisio- 
nes Auxiliares,  que  hoy  son  designadas  por  las  Juntas,  podrían  ser 
nombradas  por  los  vecinos  y  servir  de  base  al  régimen  municipal. 


EXTBÁCT08  DB   «LA  OOMSTITUOIÓN»  151 


Ia  esia«lf  stlea. 


Sin  la  estadística,  es  decir,  sin  el  examen  y  exposición  del  estado 
de  cada  Nación,  con  respecto  á  su  organización  interna,  no  puede  ba- 
aarse  sistema  alguno  económico.  Toda  reforma  se  hace  enteramente 
imposible,  desde  que  falta  el  conocimiento  de  lo  que  es  y  puede  ser 
un  país.  El  gobierno  ha  resuelto  organizar  la  estadística,  y  esperamos 
^ue  su  iniciativa  tendrá  más  eficacia  que  las  anteriores  que  duermen 
en  las  carpetas  ministeriales. 

Nuestras  relaelones  eon  el  Brasil. 

Ha  sido  denunciada  por  la  Asamblea  Legislativa  de  Río  Grande 
la  violación  de  los  tratados  de  1851,  aunque  sin  concretar  hechos. 
Desde  el  primer  momento,  hemos  dicho  que  la  justicia  y  la  lealtad 
obligan  á  cumplir  religiosamente  los  pactos.  Pero  hemos  dicho  tam- 
bién que  esos  tratados  no  sólo  son  susceptibles  de  modificaciones  en 
que  se  consulte  el  verdadero  interés  de  los  dos  países,  sino  que  es  un 
deber  imprescindible  procurarlas  desde  que  la  Asamblea  General 
sólo  autorizó  para  la  ratificación  en  la  esperanza  de  esas  mismas  mo- 
dificaciones. 

empresas  de  eolonlzaelón. 

Se  han  formado  varias  empresas  para  colonizar  distintas  zonas  del 
territorio,  quedando  así  comprobada  la  verdad  de  las  doctrinas  que 
hemos  sostenido.  El  Estado  debe  limitarse  á  remover  obstáculos,  á 
hacer  efectivas  las  garantías  á  las  personas  y  á  las  propiedades,  á  fa- 
cilitar las  vías  de  comunicación  y  á  estimular  el  espíritu  de  asocia- 
ción. De  lo  demás  se  encarga  el  mismo  espíritu  de  asociación  que 
ahora  lucha  desgraciadamente  con  dos  dificultades :  consiste  la  una 
en  la  prolongada  espera  administrativa  para  autorizar  la  fundación 
de  empresas,  y  la  otra  en  la  equivocada  idea  que  tienen  algunos  de  la 
colonización,  al  levantarse  contra  el  lucro,  como  si  el  lucro  no  fuera 
la  razón  determinante  de  la  organización  de  las  empresas  industria- 
les. Todo  lo  que  debe  averiguarse  es  si  el  lucro  perjudica  ó  favorece 
el  interés  general. 

Inlelatlvas  departamentales. 

Empieza  á  desarrollarse  el  interés  local.  No  hace  muchos  meses  to- 
davía, que  los  departamentos  estaban,  como  han  estado  constante- 


152  EDUARDO  ACEYEDO 


mente,  esperándolo  todo  de  la  acción  del  Gobierno  general.  No  le» 
ocurría  siquiera  la  idea  de  emprender  por  sí  mismos  cosa  alguna  de 
interés  coman.  Si  un  templo  necesitaba  pequeñas  refacciones,  si  una 
escuela  se  venía  abajo,  sólo  se  oían  lamentaciones  y  nadie  pensaba 
sino  en  los  medios  de  conseguir  que  el  Grobierno  reparase  el  templo, 
reedificase  la  escuela.  Se  hacían  gestiones  para  mandar  un  apoderada 
á  la  capital,  se  escribían  muchas  cartas,  se  daban  infinitos  pasos  y» 
por  regla  general,  despué-)  de  muchos  meses,  se  encontraban  las  co- 
sas como  al  principio.  No  siempre  era  la  culpa  del  Gobierno.  Pres- 
cindiendo de  la  escasez  de  recursos,  la  centralización  administrativa 
era  por  sí  sola  un  obstáculo. 

Si  el  Poder  es  uno,  la  administración  debe  desparramarse  cuanto 
sea  posible.  Esa  es  una  de  las  causas  que  más  han  influido  para  la 
asombrosa  prosperidad  de  los  Estados  Unidos.  Allí  la  acción  de  la 
Municipalidad  se  siente  á  cada  instante  y  la  del  Gobierno  casi  nunca. 
Los  ciudadanos  tienen  confianza  en  sí  mismos.  Saben  lo  que  vale  el 
espíritu  de  asociación  y  lo  demuestran  en  todos  los  actos  de  la  vida. 
Conocen  y  practican  la  fábula  del  padre  y  de  los  hijos.  Saben  que  el 
haz  que  cada  uno  de  ellos  individualmente  está  en  la  imposibilidad 
de  quebrantar,  se  dobla  con  facilidad  cuando  concurre  el  esfuerzo  de 
todos.  Esa  es  la  verdad  que  ha  empezado  á  apreciarse  en  los  depar- 
tamentos, bajo  forma  de  construcción  de  edificios  escolares,  ayudas 
industriales  á  las  familias  menesterosas,  empresas  de  comunicacio- 
nes, fundación  de  pueblos,  etc.  £1  establecimiento  de  las  municipali- 
dades daría  un  impulso  inmenso.  Esta  idea  que  entró  en  la  menee  de 
los  constituyentes  en  nada  se  opone  á  la  institución  de  las  Junta» 
Económico- Administrativas,  que  serán  siempre  los  Consejos  generales 
de  los  departamentos,  mientras  que  las  Municipalidades  lo  serán  de 
cada  pueblo.  Deslíndense  las  atribuciones  de  cada  una,  dándoseles 
los  fondos  que  la  Constitución  quiso  que  tuviesen,  y  muy  pronto 
se  recogerán  los  resultados  que  instituciones  idénticas  han  produ* 
cido  en  todos  los  lugares  donde  se  han  puesto  en  práctica. 

Elección  de  prácticos  lemanes. 

Por  una  resolución  del  Gobierno,  los  prácticos  entrarán  á  hacer  el 
servicio  por  turno,  sin  consideración  á  la  capacidad  que  puedan  te- 
ner ni  á  la  confianza  que  inspiren.  ¿De  dónde  puede  sacar  el  Go- 
bierno tal  facultad?  Sería  lo  mismo  que  si  mañana  se  creyese  en  el 
caso  de  mandar  .que  cada  enfermo  no  llamase  al  médico  que  le  inspi- 
rase confianza,  sino  al  que  tocara  en  el  turno  que  se  estableciere.  Lo 
único  que  puede  hacer  la  autoridad  es  tomar  precauciones  para  que 
nadie  asuma  falsamente  el  título  de  médico  ó  de  práctico,  dejando 


EXTRACTOS  I>E   «LA  OONBTITÜCIÓN»  153 

luego  al  público  que  obre  conforme  á  los  antecedentes  que  tenga  de 
los  diversos  individuos.  Es  el  único  proceder  conforme  á  los  liberalí- 
simos  principios  de  nuestra  ley  fundamental. 

Ija  moraleja  de  la  Guerra  Grande. 

Debemos  abstenernos  hasta  de  formar  juicio  sobre  la  revolución 
que  tiene  por  teatro  á  la  República  vecina;  debemos  limitarnos  á  ha- 
cer votos  muy  fervientes  para  la  consolidación  del  orden,  pero  sin 
expresar  siquiera  la  opinión  que  tengamos  sobre  los  hombres  y  las 
cosas  que  se  presentan  en  pugna.  Por  ningún  título  debemos  expo- 
nemos á  repetir  la  segunda  parte  del  drama  que  tan  fatal  ha  sido 
para  nuestro  país.  No  nos  queda  otro  papel  que  el  de  narradores. 
Quisiéramos  que,  si  fuese  posible,  hasta  en  las  conversaciones  parti- 
culares se  guardase  la  mayor  reserva.  Tal  es  el  temor  que  abrigamos 
de  encontrarnos,  cuando  menos  lo  pensemos,  comprometido3  en  ne- 
gocios de  que  debemos  absolutamente  prescindir. 

Pmblleldad  de  las  Juntas. 

Varias  veces  hemos  hablado  de  la  conveniencia  de  que  las  Juntas 
dieeen  publicidad  á  sus  trabajos,  como  medio  de  que  las  buenas  ideas 
circulen  entre  los  departamentos.  Algunas  han  empezado  á  hacerlo 
y  sus  publicaciones  prueban  todo  lo  que  se  ha  avanzado  en  materia 
de  intereses  departamentales. 

lios  escribanos. 

En  todos  los  países,  un  escribano  es  no  solamente  un  oficial  pú- 
blico encargado  de  dar  fe  de  los  actos  que  ante  él  se  verifican,  sino 
una  persona  instruida  y  de  probidad  á  quien  se  puede  consultar  útil- 
mente sobre  las  precauciones  que  deben  tomarse  para  la  celebración 
de  los  contratos  6  el  otorgamiento  de  las  últimas  voluntades.  Entre 
nosotros  no  sucede  lo  mismo,  en  razón  de  que  el  escribano  carece  de 
conocimientos  teóricus  y  adquiere  su  título  por  el  solo  hecho  de  asis- 
tir durante  cierto  número  de  años  á  una  oficina,  donde  no  hace  más 
que  copiar  lo  que  copiaron  sus  predecesores.  Se  ha  iniciado  un  plan 
de  reformas  para  ser  elevado  al  Cuerpo  Legislativo,  que  está  llamado 
á  dignificar  la  profesión  de  escribano. 


154  EDUARDO   ACEVEDO 


Introdaoelón  de  esclavos. 

Un  corresponsal  de  Cerro  Largo,  denuncia  que  los  hacendados 
brasileños  traen  esclavos  á  territorio  oriental  con  contratas,  sobre  la 
base  de  promesas  de  liberación  que  pueden  resultar  ilusorias  mediante 
el  retomo  de  los  contratados  al  Brasil.  Es  necesario  que  el  Gobierno 
tome  en  esos  contratos  la  intervención  que  le  corresponde  para  im- 
pedir que  sean  burladas  nuestras  leyes  abolicionistas  de  la  esclavitud. 

El  nombre  es  nada,  agjega  otro  editorial  de  «La  Constitución»:  la 
cosa  es  lo  que  importa.  Nunca  es  eso  más  verdadero  que  en  materia 
de  libertad.  Se  ha  publicado  uno  de  los  contratos  celebrados  por  los 
estancieros  brasileños,  ün  negro  esclavo,  avaluado  en  1,142  pataco- 
nes, se  obliga  á  servir  en  territorio  oriental,  durante  24  años,  á  razón 
de  47  y  1/2  patacones  al  año.  Más  creemos  hacer  nosotros  en  favor  de 
las  buenas  relaciones  con  el  Imperio,  denunciando  abusos  que  engen- 
dran odios  y  rencores  que  deben  desaparecer,  que  los  que  se  ocupan 
de  encubrirlos  y  de  buscar  la  causa  de  nuestros  procedeces  donde 
nunca  ha  existido. 

Proteccionismo  aduanero. 

ün  derecho  impuesto  á  tal  artículo  en  favor  de  tal  industria,  im* 
porta  siempre  el  establecimiento  de  una  contribución  que  paga  el 
país  en  beneficio  de  aquellos  que  se  ocupan  del  ramo  protegido.  ¿Qué 
ventajas  resultan  de  este  sacrificio  impuesto  á  la  mayoría  en  benefi- 
cio exclusivo  de  la  minoría?  Ningunas  absolutamente.  La  industria 
protegida  si  no  tiene  en  sí  propia  los  elementos  esenciales  para  su  des- 
arrollo, bien  pronto  languidece  y  acaba  por  desaparecer.  No  tiene 
sino  la  vida  ficticia  que  le  da  la  protección.  ¿Qué  quiere  decir  esto? 
¿Que  debe  abandonarse  la  industria?  No  ciertamente;  pero  que  debe 
dejarse  libertad  absoluta  al  interés  particular  para  que  emprenda  la 
clase  de  industria  que  considere  más  productiva.  No  es  el  Gobierno 
el  mejor  consejero  en  esas  materias.  La  experiencia  de  todos  los  si- 
glos lo  ha  acreditado,  ün  pueblo  no  puede  hacerse  fabril  de  la  noche 
á  la  mañana.  Si  vive  de  la  ganadería  ó  si  está  entregado  á  la  agricul- 
tura, no  puede  esperarse  que  con  leyes  prohibitivas  se  haga  fabri- 
cante. Eso  vendrá  para  cada  uno  con  el  transcurso  del  tiempo  y  el 
aumento  dé  la  riqueza.  Las  industrias  se  perfeccionan  con  la  acumu- 
lación de  los  capitales.  A  medida  que  un  capital  más  considerable 
les  permite  valerse  de  instrumentos  más  adecuados  ó  les  permite  di- 
vidir el  trabajo^  se  hacen  naturalmente  más  productivas. 

Una  correspondencia  de  Minas,  atribuye  la  depreciación  de  la  cal 


BXTRAOTOe  DE   «LA  OONSTITUCIÓM  >  165 

á  la  concurrencia  extranjera  y  pide  medidas  protectoras.  La  causa  de 
la  depreciación  debe  buscarse  más  bien  en  la  paralización  de  los  edi- 
ficios, en  la  inferioridad  de  los  procedimientos  industriales  ó  en  la 
<:arestía  de  las  comunicaciones  y  transportes.  Y  la  razón  en  tal  caso 
aconsejaría  que  nos  contrajésemos  á  buscar  los  medios  de  sostener 
la  concurrencia,  removiendo  esos  obstáculos,  en  vez  de  pedir  el  re- 
<»rgo  de  los  derechos  de  aduana. 

Elecciones  de  Jueces* 

Es  realmente  lamentable  la  indiferencia  con  que  una  parte  consi- 
derable de  la  población  mira  el  ejercicio  de  un  derecho  de  los  que 
más  importan  en  la  vida  de  las  sociedades,— la  elección  de  los  jueces. 
No  se  fijpira  que  esa  indiferencia  pueda  ser  la  causa  de  graves  males 
«n  el  porvenir,  como  lo  ha  sido  en  el  pasado  y  que  se  forma  mala 
idea  de  un  país  donde  el  «iqué  me  importa!*  es  la  regla  de  conducta 
de  los  ciudadanos  en  ciertas  materias.  El  verdadero  modo  de  trabajar 
por  la  consolidación  del  orden  y  las  instituciones,  es  que  todos  con- 
curran  á  establecer  los  hábitos  constitucionales  y  que  nadie  se  crea 
autorizado  á  prescindir  de  sus  deberes  contando  con  los  esfuerzos  de 
los  otros. 

lia  carestía  del  pan* 

Se  lamenta  con  justísimo  motivo  la  carestía  del  pan;  pero  no  bus- 
cando la  causa  dónde  realmente  existe,  se  piensa  en  remedios  que, 
aparte  su  injusticia,  no  harían  más  que  empeorar  la  situación.  El  pan 
está  caro,  «mándese  á  los  panaderos  que  lo  vendan  barato».  Esa  es 
una  idea  primitiva  propia  de  la  infancia  de  las  sociedades.  La  indus- 
tria  del  pan  en  nada  difiere  de  las  otras  industrias.  Subiendo  Jos  ele- 
mentos que  forman  el  precio  necesario  del  pan,  es  decir,  el  precio  á 
•que  tiene  que  venderse  para  cubrir  los  gastos  y  reportar  algún  lucro, 
tiene  que  subir  también  el  precio  corriente,  que  se  determina  por  la 
proporción  actual  entre  la  oferta  y  la  demanda.  Si  el  precio  corriente 
es  más  elevado  que  el  precio  necesario,  esa  desproporción  no  puede 
durar  mucho  tiempo,  desde  que  haya  libertad  de  comercio.  El  lucro 
extraordinario  que  consiguen  los  panaderos,  les  excitará  concurrentes 
que,  queriendo  participar  de  tales  ganancias,  las  disminuirán;  la  pro- 
ducción aumentará  y  el  precio  corriente  volverá  al  nivel  del  necesa- 
rio. La  actual  carestía  tiene  causas  transitorias  en  la  revolución  ar- 
gentina y  en  las  dificultades  del  comercio  de  trigo.  Nunca  hemos  te- 
nido mejor  pan  ni  más  barato,  que  cuando  cualquiera  ha  tenido  el 
derecho  de  fabricarlo  y  de  venderlo  al  mejor  precio  que  pueda  obte- 
ner. La  concurrencia  hace  imposible  el  monopolio. 


156  EDUARDO  ACBVEDO 


liDs  eamlnos  deben  ser  anelios. 

£iitre  Dosotroa,  los  caminos  deberían  ser  muy  anchos,  porque  el 
terreno  vale  muy  poco  y  las  zanjas  se  encargan  inevitablemente  de 
reducir  su  parte  accesible.  Deberían  tener  40,  30  y  20  varas  según  su 
importancia,  en  vez  de  las  medidas  inferiores  que  establece  un  de- 
creto gubernativo  reciente.  Habría  también  que  preocuparde  de  la 
conservación  de  los  caminos,  que  es  tarea  tan  esencial  como  la  de 
construirlos.  £n  todas  las  épocas,  los  caminos  han  llamado  muy  prin- 
cipalmente la  atención  de  los  gobiernos.  En  Atenas,  el  Senado  mis- 
mo tenía  el  encargo  de  vigilarlos,  y  consideraba  esa  función  como 
ana  de  sus  más  interesantes  prerrogativas;  en  Tebas  y  Lacedemonia, 
era  confiado  el  cuidado  de  los  caminos  á  los  hombres  de  más  impor- 
tancia de  cada  localidad;  y  por  lo  que  toca  á  los  romanos,  los  cami- 
nos que  dejaron  constituyen  una  de  sus  glorias. 

lia  deuda  j  flv  amortlaEaclón* 

Estamos  convencidos  de  que  la  realización  de  un  empréstito  es  ab- 
solutamente indispensable,  pero  querríamos  que  no  se  verificase  sino 
después  de  realizada  la  consolidación  y  que  fuese  acompañada  del 
establecimiento  de  la  contribución  directa,  aunque  fuese  en  una  es- 
cala muy  reducida.  Conocido  el  monto  de  la  deuda  se  destinaría 
mensualmente  una  suma  de  importancia  para  amortización,  recibién- 
dose á  fin  de  cada  mes  propuestas  cerradas  destinadas  á  evitar  pre- 
ferencias personales  é  injusticias.  Ligados  todos  de  esa  manera  á  la 
conservación  del  orden,  se  daría  el  último  golpe  al  espíritu  del  caudi- 
llaje y  de  demagogia.  Cien  mil  pesos  mensuales  destinados  á  la  amor- 
tización importarían  la  entrada  á  la  circulación  de  un  capital  veinte 
veces  mayor.  Los  créditos  que  hoy  valen  el  5  ^1  o,  empezarían  por  su- 
bir á  un  20,  á  un  30,  y  cada  mes  que  trajese  religiosamente  la  canti- 
dad señalada  para  amortización,  contribuiría  á  darle  mayor  valor. 

Garantías  eleotoraleB. 

Para  evitar  algunos  de  los  abusos  que  denuncian  las  recientes  elec- 
ciones de  jueces  de  paz  y    tenientes  alcaldes,    habría    que  regulari- 
zar el  Registro  Cívico,  dejándose  constancia  en  cada  sección  del  nú- 
mero de  votantes  y  rechazándose  el  voto  de  los  que  no  figuren  en  el 
Registro. 


EXTRACTOS  BE   «LA  CONSTITUCIÓN»  157 


xa  Interés  del  dinero. 

Varías  veces  hemos  llamado  la  atención  sobre  el  interés  enorme 
del  dinero  entre  nosotros.  El  dinero  es  una  mercadería  como  cual- 
quiera otra  y  á  su  respecto  la  oferta  trata  siempre  de  proporcionarse 
á  la  demanda.  El  comercio  se  hace  carg^o  de  transportar  el  numerario 
de  un  punto  á  otro,  lo  mismo  que  lleva  los  trigos,  las  zarazas  6  cual- 
quier otro  artículo  de  negocio.  Escaseando,  por  ejemplo,  los  capitales 
en  Buenos  Aires,  al  paso  que  abundan  en  el  Brasil,  lo  que  se  conoce 
por  la  elevación  y  la  depreciación  del  interés,  los  capitales  se  dirigen 
al  primer  punto,  donde  encuentran  mejor  remuneración.  En  Europa,  el 
interés  del  dinero  no  pasa  del  3  %  habiendo  descendido  en  Inglate- 
rra al  2  %.  ¿Cómo  se  explica,  entretanto,  que  los  capitales  no  ven- 
gan á  estos  países  donde  el  interés  varía  del  12  al  24  %?  La  causa 
debe  buscarse  en  la  inseguridad.  Una  vez  que  inspiremos  conñanza, 
los  capitales  afluirán  como  afluyen  las  demás  mercancías,  para  pro- 
porcionar la  oferta  con  la  demanda. 

No  basta  esa  causa  para  explicar  otro  fenómeno:  la  mayor  eleva- 
ción del  interés  hipotecario  sobre  el  mercantil.  Mientras  que  un  co- 
merciante consigue  dinero  al  9  ó  12  %,  el  propietario  sólo  lo  obtiene 
pagando  el  18  ó  24  %.  Proviene  la  diferencia  de  nuestra  legislación, 
que  prolonga  los  trámites  de  la  ejecución  y  que  todavía  reserva  sor- 
presas al  ejecutante»  como  las  hipocecas  legales  ó  tácitas  que  se  ase- 
mejan á  verdaderas  emboscadas. 

Habría  que  proporcionar  medies  legales  de  que  puedan  conocerse 
los  gravámenes  que  pesan  sobre  las  propiedades  y  acelerar  los  proce- 
dimientos del  juicio  ejecutivo.  Para  lo  primero,  se  necesita  que  haya 
constancia  pública  de  todas  las  traslaciones  de  dominio  y  que  se  re- 
gistren no  solamente  las  hipotecas  convencionales,  sino  también  las 
tácitas  ó  legales  (véase  Proyecto  de  Código  Civil  del  doctor  Acevedo). 
Procura  responder  á  lo  segundo,  el  Reglamento  de  la  administración 
de  justicia  que  pende  actualmente  de  la  sanción  legislativa.  (Redac- 
tado por  el  doctor  Acevedo). 

(En  las  indicaciones  de  este  editorial  están  comprendidos  los  prin- 
cipios fundamentales  de  los  registros  de  hipotecas  y  de  ventas  en  la 
misma  forma  que  años  después  fueron  incorporados  á  la  legislación 
nacional.  La  ley  de  hipotecas  de  1856  fué  copiada  casi  literalmente, 
capítulo  por  capítulo  y  artículo  por  artículo,  del  Proyecto  de  Código 
Civil  del  doctor  Acevodo). 

£1  prlnelplo  de  antorldad. 

Cuanto  más  libre  sea  un  país,  más  necesita  de  una  base  cualquie- 
ra que  le  sirva  de  punto  de  partida  y  de  barrera.  Esa  base  no  puede 


158  EDUARDO  ACBVBDO 


ser  otra  que  el  principio  de  autoridad  que  proviene  de  la  ley.  Donde 
ella  no  existe,  pasan  los  pueblos  sucesivamente  de  la  anarquía  al 
despotismo  y  de  é^te  á  aquélla,  para  llegar  al  fin  á  una  completa 
desorganización.  El  prestigio  personal  de  un  hombre,  cualquiera  que 
sean  las  eminentes  cualidades  que  se  le  atribuyen,  nunca  puede  ser- 
vir de  base  permanente.  Desaparece  con  él,  dejando  todos  los  malos 
hábitos  que  engendra  el  olvido  de  la  ley,  sea  cual  fuere  la  voluntad 
humana  que  se  ponga  en  su  lugar.  Esto,  que  es  lo  que  constituye  el 
caudillaje,  ha  influido  siempre  poderosamente  en  las  desgracias 
de  las  naciones  jóvenes.  Cuando  nos  oponemos  al  espíritu  de  cau- 
dillaje, nos  oponemos  al  prestigio  personal  que  quiere  ocupar  el 
lugar  de  la  ley;  defendemos  las  cosas  en  oposición  á  las  personas,  y 
I)edimos  para  la  autoridad  que  proviene  de  la  ley,  el  respeto  que 
en  países  atrasados  sólo  se  tributa  al  hombre.  Quisiéramos  que  cada 
ciudadano,  así  en  la  capital  como  en  la  campaña,  se  empeñase  en 
levantar  el  principio  de  la  autoridad;  en  mostrar  en  el  último  te- 
niente alcalde  un  representante  de  la  ley,  que  á  ese  título  merece 
toda  la  consideración  de  aquellos  que  más  elevados  se  consideren  por 
su  posición  social.  De  esa  manera  llegará  la  Constitución  á  introdu- 
cirse en  los  hábitos  del  pueblo;  y  entonces  será  inconmovible  y  se 
habrá  cegado  el  abismo  de  las  revoluciones. 


liOs  males  y  sus  remedios. 

La  manera  de  acreditar  amor  al  país  y  deseo  de  contribuirá  su 
prosperidad  y  engrandecimiento,  no  es  clamar  por  la  mejora  de  la  si- 
tuación, diciendo  en  general  los  bienes  que  podría  hacer  el  Gobier- 
no, sin  determinar  cómo  y  de  qué  manera  tales  bienes  pueden  reali- 
zarse. Eso,  lejos  de  producir  resultado  alguno  útil,  puede  traer 
cuando  menos  todos  los  inconvenientes  que  nacen  de  la  esperanza 
engañada.  Es  lo  mismo  que  si  los  médicos  que  rodearan  á  un  enfer- 
mo, sin  entrar  al  estudio  de  la  enfermedad  y  al  examen  de  los  reme- 
dios más  indicados,  abandonasen  la  junta  y  se  fueran  á  ponderar  á 
la  familia  la  necesidad  que  de  salud  tiene  el  doliente  y  las  esperan- 
zas que  deban  depositarse  en  los  médicos  de  cabecera.  No  es  ese  su 
deber.  Si  creen  que  los  médicos  de  cabecera  han  acertado  con  el  ver- 
dadero sistema  que  tiene  que  seguirse,  deben  apoyarlos  francamente. 
Si  creen  que  han  desconocido  la  enfermedad  ó  le  han  aplicado  reme- 
dios inadecuados,  deben  decirlo  con  la  misma  franqueza,  señalando 
el  mal  á  su  manera  y  determinando  los  medios  que  deben  emplearse 
para  conseguir  la  curación.  Pararse  á  la  puerta  de  la  habitación  para 
decir  á  todos  los  que  pasan  «¡qué  enfermo  está  ese  hombrel— ¡qué 
necesidad  tiene  de  remedios!— ¡mucho  debe  esperarse  de  la  habilidad 


EXTRACTOS  DB    «LA   OONSTITUCIÓN»  159 


del  profesor  que  lo  asiste!'  podría  excusarse  en  una  vieja;  pero  sería 
mal  visto  en  un  hombre  de  ciencia.  El  facultativo  debe  estudiar  la 
dolencia  y  determinar  el  remedio.  Lo  mismo  sucede  respecto  de 
los  negocios  públicos.  Lus  declamaciones  han  hecho  ya  su  tiempo. 
Lo  que  ahora  necesitamos  son  ideas  prácticas — poner  siempre 
el  remedio  al  lado  de  la  enfermedad,  6  confesar  francamente  que 
semejante  remedio  no  se  conoce.  En  este  último  caso,  aunque  hu- 
biere indiscreción,  habría  cuando  menos  el  mérito  de  la  franqueza. 

El  crédito  público. 

El  crédito  público  es  en  general  la  confianza  que  se  deposita  en 
una  persona  6  en  un  gobierno  de  que  cumplirá  las  obligaciones  que 
haya  contraído.  Esa  confianza  no  se  conquista  por  medio  de  leyes  6 
decretos,  sino  por  medio  de  hechos  que  la  difundan.  Mientras  haya 
el  más  leve  temor  de  que  pueda  de  nuevo  alterarse  el  orden  y  que 
venga  un  caudillo  cualquiera  á  cargar  ala  nación  con  las  obligacio- 
nes que  inconstitucionalmente  contrajo,  no  podemos  alimentar  espe- 
ranzas de  cerrar  el  abismo  de  las  revoluciones  ni  establecer  sólida- 
mente nuestro  crédito.  Es  necesario  que  quede  bien  entendido,— que 
si  necesario  es  se  haga  materia  de  una  declaración  de  la  Asamblea  Oe- 
neral — que  la  nación  no  reconocerá  en  lo  futuro  ninguna  obligación 
contraída  por  los  revolucionarios  ó  fuera  de  la  forma  trazada  por  la 
Constitución  de  la  República. 

(La  ley  que  exime  al  Estado  de  responsabilidad  en  los  perjuicios 
causados  por  fuerzas  revolucionarias,  que  insinúa  este  editorial,  se 
dictó  diez  años  más  tarde  en  julio  de  1862). 

liOS  empréstitos  j  la  balanaca  de  iNMnerclo. 

Se  llama  balanza  de  comercio  la  diferencia  entre  el  valor  de  las 
mercaderías  que  se  importan  y  el  de  las  que  se  exportan.  La  balanza 
es  favorable  cuando  el  valor  de  las  exportaciones  excede  al  de  las 
importaciones,  porque  se  supone  que  en  tal  caso  tiene  que  pagarse  el 
saldo  en  metales  preciosos,  que  son  considerados  por  algunos  como 
la  riqueza,  por  excelencia.  Es  un  error.  Una  nación  no  puede  exone* 
rarse  definitivamente,  respecto  de  sus  acreedores,  sino  en  mercade- 
rías. Para  eso  se  necesita  que  su  producción  aumente,  y  la  produc- 
ción no  puede  aumentar  .<3Íno  en  tanto  que  aumenta  el  capital  que  la 
pone  en  movimiento.  Una  nación  que  recibe  préstamos  de  las  otras, 
ó  dedica  los  fondos  á  aumentar  su  trabajo  industrial,  ó  los  consume 
improductivamente,  como  en  el  caso  de  revolucione?,  etc.  Si  lo  pri- 
mero, mejora  su  condición,  poniéndose  en  estado  de  aumentar  la  masa 


160  EDUARDO  ACEYEDO 


de  sus  riquezas.  Si  lo  segundo,  está  en  el  caso  de  un  particular  que 

pide  prestado  para  el  juego  6  para  el  desahogo  de  cualquiera  otra  de 

sus  pasiones  personales,  y  el  empréstito  entonces  no  hace  más  que 
acelerar  la  ruina. 

* 
libertad  de  la  prensa. 

£1  Ministerio  de  Gobierno  ha  dirigido  una  circular  por  la  que  se 
previene  á  la  prensa  que  se  abstenga  de  dar  lugar  en  sus  columnas 
á  todo  artículo  tendiente  á  herir  cualquiera  de  los  partidos  que  divi- 
den á  la  República  Argentina,  bajo  la  más  seria  responsabilidad,  de- 
biendo limitarse  á  narrar  los  hechos  con  toda  imparcialidad  7  á  la 
inserción  de  los  documentos  oficiales.  No  podemos  reconocer  al  Po- 
der Ejecutivo  el  derecho  de  trabar  en  esa  forma  la  libertad  garantida 
por  el  artículo  141  de  la  Constitución.  La  ley  de  4  de  junio  de  1829, 
obra  de  la  Asamblea  Constituyente,  establece  que  «todo  ciudadano 
puede  por  medio  de  la  prensa  publicar  libremente  sus  ideas  sobre 
cualquier  materia  sin  previa  censura».  Con  esa  ley  en  la  mano  y  con 
los  diarios  de  sesiones  para  demostrar  el  espíritu  de  la  Constituyente, 
pudo  el  Gobierno  impedir  que  la  prensa  se  hiciese  el  campo  de  con- 
tendientes extraños.  Pero  otra  cosa  es  lo  que  ha  hecho.  Nuestra  ley 
no  se  ocupa  de  las  ofensas  á  los  gobiernos  extranjeros,  y  en  conse- 
cuencia no  ha  podido  dictarse  la  prohibición  de  la  referencia. 

liOS  extranjeros  j  la  prensa. 

Dos  cuestiones  muy  diversas  pueden  plantearse:  ¿es  ó  no  convenien- 
te, en  general,  que  los  extranjeros  tengan  en  un  país  el  ejercicio  de  la 
libertad  déla  prensa?  ¿la  Constitución  delaRopública  garantiza  ó  no 
á  los  extranjeros  la  libertad  de  la  pren^^a? 

La  libertad  de  la  prensa  es  un  derecho  político.  TocqueviUe  ha  di- 
cho con  acierto  que  la  soberanía  del  pueblo  y  la  libertad  de  la  pren- 
sa, son  dos  cosas  correlativas.  En  la  primer  redacción  de  la  célebre 
declaración  de  los  derechos  del  hombre,  se  había  introducido  el  si- 
guiente párrafo:  «la  libertad  á  todo  hombre  de  hablar,  de  escribir,  de 
imprimir  su  pensamiento,  etc.»  Pero  fué  rechazada,  sancionándose  en 
su  lugar  esta  otra:  «la  libre  comunicación  de  los  pensamientos  y  de 
las  opiniones  es  uno  de  los  derechos  más  preciosos  del  hombre;  todo 
ciudadano  puede,  pues,  hablar,  escribir,  imprimir  libremente,  salvo  la 
responsabilidad  del  abuso  de  esa  libertad  en  los  casos  determinados 
por  la  ley.»  La  Constitución  francesa  de  1830  se  expresa  así:  •los 
franceses  tienen  el  derecho  de  publicar  y  de  hucer  imprimir  sus  opi- 
niones conformándose  á  las  leyes.»  La  Constitución  española  del  año 


EXTRACTOS  DE   cLA.  CONSTITUCIÓN»  161 


12,  que  sirvió  considerablemente  para  la  redacción  de  la  nuestra,  dice: 
*todos  los  españoles  tienen  libertad  de  escribir,  imprimir  y  publicar 
sus  ¡deas  políticas,  sin  necesidad  de  licencia,  revisión  ó  aprobación 
4Jguna  anterior  á  la  publicación,  bajo  las  restricciones  y  responsabili- 
dades que  establezcan  las  leyes».  La  Constitución  portuguesa  de  la 
misma  época,  dice:  «la  libre  manifestación  de  los  pensamientos  es  uno 
de  los  derecbos  más  preciosos  del  hombre;  todo  portugués  puede,  pues, 
sin  censura  previa  emitir  sus  opiniones  en  toda  clase  de  materias,  sal- 
va la  responsabilidad  del  abuso  de  esa  libertad  en  el  caso  y  del  modo 
que  estabezca  la  ley*.  La  Constitución  de  Nueva  York  dice:  •todo 
'd'udadano  puede  libremente  expresar,  escribir  y  publicar  sus  opinio- 
nes sobre  todas  materias,  respondiendo  del  abuso  que  pueda  hacer  de 
ese  derecho».  Pueden  registrarse  todas  las  demás  Constituciones  y  se 
encontrará  que  con  más  ó  menos  claridad  reconocen  la  libertad  de  la 
prensa  como  un  derecho  político,  como  un  derecho  propio  de  los  ciu- 
dadanos. 

Nuestra  Asamblea  Constituyente,  al  tiempo  que  se  ocupaba  de  la 
discusión  de  la  Constitución,  sancionó  la  ley  de  libertad  de  imprenta. 
Esa  ley  establece:  ^odo  ciudadano  puede  por  medio  de  la  prensa 
publicar  libremente  sus  ideas  sobre  cualquier  materia  sin  prevFa  cen- 
sura». En  la  discusión  propuso  el  constituyente  don  Julián  Alvareí 
^ue  se  permitiese  á  los  extranjeros  ó  no  ciudadanos  imprimir  los  avi* 
sos  convenientes  á  sus  giros,  pues  se  entiende,  dijo,  que  por  el  artícu- 
lo sancionado  se  les  priva  de  imprimir  cosa  alguna.  La  moción  fué 
desechada.  No  puede  existir  duda  alguna  de  que  los  constituyentes 
conformándose  con  el  espíritu  de  la  legislación  de  todos  los  países,  no 
reconocieron  la  libertad  de  escribir  sino  á  los  ciudadanos.  8e  dice  que 
el  artículo  constitucional  es  completamente  general  y  ha  derogado  en 
consecuencia  la  disposición  de  la  ley  sancionada  días  antes  por  los 
mismos  constituyentes.  El  articulo  constitucional  hace,  sin  embargo, 
una  expresa  referencia  á  la  ley.  Hay  más.  Al  discutirse  la  ley  de 
imprenta  se  acordó  que  ella  sería  revisada  después  de  la  sanción  de 
la  Constitución,  para  introducir  las  modificaciones  que  la  ley  funda- 
mental hubiera  hecho  necesarias.  Pues  bien,  la  ley  fué  revisada  por 
los  mismos  constituyentes  y  no  se  introdujo  ninguna  alteración  enf  el 
articulo  pertinente.  Luego,  en  la  mente  de  los  constituyentes  no  ha- 
bía contradicción  entre  la  ley  y  la  disposición  constitucional  concor- 
dante. 

Una  cosa  es  la  tolerancia  de  que  se  ha  dado  prueba,  así  en  este  país 
como  en  los  demás,  que  tienen  instituciones  análogas,  y  otra  el  cum- 
plimiento riguroso  de  la  ley.  Es  una  necesidad  vital  la  garantía  á  las 
personas  y  á  las  propiedades  de  los  extranjeros.  A  este  respecto  no 
hay  para  nosotros  ciudadanos  y  extranjeros.  Pero  de  ahí  á  entregar  los 
derechos  políticos  «á  los  extranjeros  que  quieren  conservar  sus  dere- 
chos de  tales»,  media  una  distancia  inmensa. 

11 


162  EDÜABDO  ACEVEDO 


£1  periodismo. 

Concebimos  que  para  los  que  consideran  la  prensa  como  una  in- 
dustria cualquiera,  para  los  que  creen  que  hacer  zapatos  y  hacer  ar- 
tículos de  periódico,  son  distintos  modo  de  ganar  la  vida,  no  puede 
haber  duda  alguna  en  cuanto  á  la  libertad  que  á  cada  uno  debe  con- 
cederse de  ejercitarse  en  el  género  de  industria  que  más  le  acomode. 
El  hombre  que  tiene  un  taller  de  zapatería  en  un  lugar  y  cree  que  le  se- 
ría más  conveniente  establecerlo  en  otro,  debe  tener  libertad  absoluta 
de  transportarse  donde  el  ejercicio  de  su  industria  le  permita  mayores 
ventajas.  Tal  es  el  principio  que  se  quiere  aplicar  á  La  prensa.  Es  un 
error.  Un  periodista  no  puede  ser  considerado  como  un  menestral 
cualquiera.  Un  periodista  es  un  hombre  de  convicciones,  que  ha  es- 
tudiado las  necesidades  de  su  país  y  los  medios  de  remediarlas.  Un 
periodista  no  puede  trasplantarse.  El  mismo  que  desempeña  perfecta- 
mente su  misión  en  Francia,  la  desconocería  de  una  manera  absoluta 
en  Espafia  ó  en  Inglaterra.  Guizot  ó  Thiers  que  tantos  servicios  han 
hecho  á  la  prensa,  serían  pobres  periodistas  si  tuvieran  que  serlo,  por 
ejemplo»  en  la  Confederación  Argentina. 

CSsiímolofl  apícolas» 

Es  necesario  que  las  Juntas  gestionen  el  concurso  patriótico  de  los 
ciudadanos  más  competentes  de  cada  departamento.  Podrían  de  ese 
modo  obtenerse  los  medios  de  dar  á  la  agricultura  el  impulso  que 
tanto  necesita.  Entre  esos  medios,  pueden  y  deben  figurar  las  expo- 
siciones industriales  y  los  concursos  departamentales  y  nacionales^ 
con  intervención  de  jurados  y  adjudicación  de  premios  que  el  mismo 
vecindario  se  encargaría  de  arbitrar  juntamente  con  los  recursos  para 
la  celebración  de  esos  actos. 

Sociedad  de  socorros  miitiios. 

Ha  causado  una  sorpresa  muy  favorable  la  organización  de  la  so- 
ciedad de  socorros  mutuos  fundada  por  los  zapateros.  Se  descubre  allí 
el  germen  de  muchas  aplicaciones  buenas  del  espíritu  de  asociación. 
Algo  más  podría  hacer  la  sociedad :  fundar  una  escuela  que  funcio- 
naría los  domingos,  para  enseñar  á  leer  y  á  escribir  á  sus  adhe- 
rentes. 


EXTRACTOS    DE    cLA    CONSTITUCIÓN»  168 


Incompatibilidades. 

Ha  sur^do  uaa  cuestión  que  no  tiene  razón  de  ser.  ¿Existe  incom- 
patibilidad de  hecho  y  d<»  derecho  entre  los  cargos  de  la  Representa- 
ción Nacional  y  de  la  magistratura?  La  teoría  sobre  las  incompatibi- 
lidades de  hecho,  puede  llevarnos  muy  lejos.  ¿Quién  es  el  que  va  á 
determinar  si  en  cada  caso  particular  tiene  el  representante  tales 
otras  atenciones  que  le  impiden  el  desempeño  de  su  cargo?  8i  se 
viera  que  un  representante  no  puede  cumplir  sus  deberes  como  juez, 
ó  que  un  juez  no  puede  llenar  los  suyos  como  representante,  en  las 
leyes  vigentes  se  encontrarían  los  medios  de  impedir  el  perjuicio  pú- 
blico que  en  cualquiera  de  los  casos  resultaría.  En  cuanto  á  la  in- 
compatibilidad de  derecho,  la  Constitución  declara  simplemente  que 
no  pueden  ser  electos  representantes  los  empleados  dependientes  del 
Poder  Ejecutivo  por  servicio  á  sueldo.  No  están,  pues,  comprendidos 
los  empleados  del  Poder  Judicial.  Y  esa  fué  la  mente  de  los  autores 
de  la  Constitución.  Expresamente  se  declaró  en  el  debate  que  no  ha- 
bía tal  incompatibilidad,  y  que,  establecida  como  estaba  la  indepen- 
dencia del  Poder  Judicial,  los  magistrados  podían  ser  nombrados  re- 
presentantes. Sólo,  pues,  mediante  la  reforma  constitucional  sería  po- 
sible crear  la  incompatibilidad  de  la  referencia. 

Reglamentación  de  las  profesiones  liberales. 

Es  peregrina  la  idea  de  invocar  la  libertad  de  industria  cuando  se 
trata  de  profesiones  (se  estaba  discutiendo  la  de  procurador)  que  exi- 
gen conocimientos  y  garantías  especiales,  que  no  pueden  dejar  de  re- 
glamentarse. Es  lo  mismo  que  si  se  sostuviera  que  se  ataca  á  la  liber- 
tad de  industria  porque  no  se  permite  al  primer  viviente  que  ejerza 
la  medicina,  la  farmacia,  ó  tome  públicamente  la  defensa  de  clientes 
en  calidad  de  abogado.  No  ha  faltado,  de  cierto,  quien  sostenga  que 
no  mereciendo  fe  alguna  los  títulos  universitarios,  debería  permitirse 
que  fuese  abogado,  médico  ó  boticario,  quienquiera  que  se  sintiera 
con  fuerzas  para  desempeñar  esos  cargos,  lo  mismo  que  cuando  se 
trata  de  un  zapatero  ó  artesano  cualquiera.  No  creemos  en  los  títulos 
universitarios  como  en  el  Evangelio;  pero  tampoco  podemos  resignar- 
nos á  mirar  ciertas  profesiones  como  meramente  industriales.  Un 
mal  zapatero  puede  llevar  en  sí  mismo  la  penitencia.  Nadie  se  chas- 
quea sino  una  vez,  y  el  inconveniente  de  un  mal  par  de  botas  no  es 
una  cosa  de  mucho  cuidado.  No  sucede  lo  mismo  con  las  profesiones 
de  que  dependen  la  vida,  la  fortuna  ó  el  honor  de  los  ciudadanos. 
De  ahí  viene  que  la  libertad  de  industria  no  se  aplique  nunca  á  esa 
clase  de  profesiones. 


164  EDÜABDO  ACKTEDO 


Ijmm  lieclios  consumados  j  el  espirite  revolvelonarlcí* 

(La  atmósfera  política  empieza  á  caldearse  fuertemente  en  el  mea 
de  marzo  de  1853,  con  motivo  de  una  petición  de  Tartos  jefes^  relatiya 
á  la  medalla  de  Caseros.  La  concesión  de  tales  medallas  había  sido 
obra  de  un  decreto  del  Gobierno  provisorio  de  Suárez,  en  la  víspera 
de  la  apertura  de  las  sesiones  ordinarias  de  la  Asamblea  Legislativa 
elegida  á  raíz  de  la  conclusión  de  la  Guerra  Grande.  Importaba  el 
otorgamiento  de  honores,  que  por  la  Constitución  sólo  corresponde  á 
la  Asamblea.  La  mayoría  de  las  Cámaras  opinaba  que  ese  decreto  no 
podía  seguir  aplicándose  á  casos  nuevos  sin  la  ratificación  parlamen- 
taria, que  inmediatamente  fué  materia  de  una  ley  destinada  á  orillar 
dificultades;  mientras  que  la  minoría  se  amparaba  ai  decreto  como  á 
uno  de  los  hechos  consumados,  que  no  podían  alterarse  después  de 
la  paz.  Ese  debate  fué  la  señal  del  resurgimiento  del  espíritu  de  par- 
tido, empezándose  á  hablar  desde  ese  momento  de  revoluciones.  La 
minoría  de  la  Cámara  de  Diputados  publicó  un  extenso  manifiesto 
en  «El  Comercio  del  Plata»,  estableciendo  los  siguientes  hechos:  que 
varios  jefes  se  presentaron  á  la  Asamblea  pidiendo  la  medalla  acor- 
dada  por  decreto  gubernativo  de  13  de  febrero  de  1852  y  obtuvieron 
informe  favorable  de  la  Comisión  de  Peticiones;  que  los  diputados  de 
la  mayoría  objetaron  que  el  referido  decreto  era  inconstitucional,  con- 
tra la  opinión  sustentada  por  la  minoría,  según  la  cual  antes  del  15 
de  febrero,  en  que  comenzaron  las  sesiones  ordinarias,  sólo  actuaba 
el  Gobierno  provisional;  que  desde  entonces  el  decreto  era  un  hecho 
consumado  para  el  Gobierno  constitucional,  y  que  tan  se  consideró 
así,  que  el  propio  Presidente  Giró  tomó  á  su  cargo  la  distribución  pú- 
blica de  las  medallas  á  los  vencedores  de  Caseros;  que  con  el  debate 
se  creaba  un  conflicto  entre  la  Asamblea  y  el  Poder  Ejecutivo  y  po- 
día volver  á  sumergirse  el  país  en  los  extravíos  pasados  y  en  la  gue- 
rra civil;  que  la  mayoría  propuso  dictar  una  ley  aprobatoria  de  la 
medalla,  siendo  desechado  en  consecuencia  el  informe  de  la  Comi- 
sión de  Peticiones  y  en  su  lugar  sancionado  el  proyecto  aprobatorio 
del  decreto  de  concesión  de  las  medallas;  que  la  minoría  consideraba 
que  si  el  decreto  era  nulo,  el  Presidente  Giró  había  delinquido  y  de- 
bía juzgársele.  Como  consecuencia  de  esta  exposición  de  la  minoría, 
el  doctor  Juan  Carlos  Gómez  presentó  un  proyecto  de  ley,  por  el  que 
se  declaraba  llegado  el  caso  de  averiguar  si  el  Presidente  Giró  había 
ó  no  violado  la  Constitución  al  dar  cumplimiento  al  decreto  de  13  de 
febrero  de  1853.  La  Cámara,  que  desde  el  primer  momento  sancionó 
la  ley  que  ratificaba  el  otorgamiento  de  la  medalla  de  Caseros,  dea- 
echó  el  proyecto  del  doctor  Gómez). 


EXTRACTOS    DE    «LA    CONSTITUCIÓN»  165 

«La  Constitución»  ocupándose  del  asunto,  se  expresaba  en  los  tér- 
minos que  extractamos  á  continuación: 

Es  triste  que  cuando  ni  en  el  presente  ni  en  el  futuro  hay  nada 
que  divida  á  los  ciudadanos  de  la  República  que  desean  su  prospe- 
ridad y  engrandecimiento,  se  vayan  á  buscar  en  el  pasado  causas  de 
división  que  no  pueden  existir  entre  la  ley  fundamental  del  Estado  y 
la  solución  de  octubre. 

Es  un  hecho  que  este  país  se  encontraba  dividido  en  partidos  con 
pretensiones  exclusivas  y  encontradas.  Esos  partidos  ligados  con  los 
que  dividieron  la  Confederación  Argentina,  lucharon  por  mucho 
tiempo  merced  á  la  intervención  extranjera  que  sostenía  á  los  unos  y 
á  los  otros.  Sin  entrar  al  examen  de  los  derechos  que  cada  uno  ale- 
gaba, sentaremos  otro  hecho  que  nadie  con  ánimo  desprevenido  pue- 
de poner  en  duda.  En  los  últimos  nueve  años  existían  dos  Gobiernos 
ó  autoridades  de  hecho  en  la  República  Oriental.  El  uno  que  domi- 
naba todo  el  país,  excepto  Montevideo.  El  otro  que  se  limitaba  al 
terreno  encerrado  dentro  de  los  muros  de  la  capital. 

Pudo  concluir  de  tres  modos  la  lucha  empeñada;  por  el  triunfo  del 
(Gobierno  que  existía  fuera  de  Montevideo;  por  el  triunfo  del  que 
se  sostenía  fuera  de  la  capital;  por  la  unión  de  los  orientales  toman- 
do por  base  la  Constitución  de  la  República.  Afortunadamente  para 
todos,  no  se  verificaron  ni  el  primero  ni  el  segundo  de  los  modoslin- 
dioados  de  solución.  El  triunfo  absoluto  de  un  partido  sólo  puede 
afianzar  momentáneamente  la  paz.  Viene  después  la  reacción  y  la 
lucha  se  renueva  con  más  furor  que  al  principio.  La  tercera  solución 
indicada  ea  la  que  nos  dio  el  8  de  octubre  —  no  habrá  vencidos  ni 
vencedores— todos  los  orientales  tienen  iguales  méritos,  iguales  ser- 
vicios, es  decir,  ninguno  de  los  partidos  tendrá  el  derecho  de  decir 
al  otro:  yo  he  sostenido  los  verdaderos  principios,  he  estado  en  la 
buena  senda;  tú  has  traicionadD  la  causa  de  tu  país,  te  has  puesto  al 
servicio  de  un  tirano  extranjero,  ó  te  has  prostituido  á  pretensiones 
injustas  ó  extrañas. 

En  el  curso  de  la  lucha,  los  dos  Oobiernos  de  hecho  habían  dicta- 
do diversas  medidas  que  si  podían  explicarse  por  las  circunstancias^ 
no  podían  en  manera  alguna  colocarse  sobre  la  Constitución.  Entre- 
tanto, volver  en  cada  caso  al  examen  del  pasado,  ir  á  desenterrar  los 
muertos  para  que  sirvieran  de  espantajo  á  los  vivos,  era  falsear  com- 
pletamente las  bases  de  la  solución  de  octubre,  era  volver  irremedia- 
blemente á  la  situación  de  que  acabábamos  de  salir. 

El  buen  sentido  aconsejaba  no  tocar  los  hechos  consumados,  es 
decir,  los  que  habían  pasado  para  no  volver;  pero,  ¿puede  nadie  su- 
poner que  nos  quedásemos  observando  disposiciones  que  importasen 
la  modificación  de  nuestra  ley  fundamental?  El  mismo  buen  sentido 
aconsejaba  que  vuelto  el  país   á  su  estado  normal,  aprovechase  la» 


166  EDUARDO  ACETEDO 


ocasiones  que  se  presentasen  de  conformar  á  la  Constitución  las  dis- 
posiciones de  tracto  sucesivo,  á  medida  que  la  oportunidad  se  fuera 
presentando.  Dos  declaraciones  del  propio  Gobierno  Provisorio  abo- 
nan esta  manera  de  pensar.  En  uno  de  sus  decretos,  á  raíx  de  la  paz, 
dijo:  «que  la  necesidad  de  defender  los  derechos  de  la  República  obli- 
gó al  Gobierno  á  dictar  medidas  extraordinarias  y  excepcionales  que 
deben  cesar  desde  que  el  restablecimiento  de  la  paz  ha  puesto  en 
completa  vigencia  las  leyes  y  el  régimen  constitucional»;  y  en  otro 
decretOj  se  expresó  así:  «considerando  que  con  la  terminación  de  la 
guerra  han  cesado  los  motivos  y  objetos  que  aconsejaron  la  creación 
de  la  Asamblea  de  Notables  y  que  su  existencia  es  incompatible  con 
la  de  los  mandatarios  que  la  Nación  tiene  ya  electos  para  represen- 
tarla, etc.» 

(Recuerda  luego  «La  Constitución»  los  antecedentes  relativos  al 
debate  parlamentario  que  constituía  el  asunto  del  día:  el  decreto  de 
13  de  febrero  de  1852,  confiriendo  honores  que  correspondían  á  la 
Asamblea,  la  gestión  de  varios  jefes  ante  la  Cámara  para  obtener  la 
medalla  de  Caseros,  la  actitud  de  la  mayoría  apuntando  la  necesidad 
de  que  la  Asamblea  «diese  á  la  disposición  de  febrero  el  carácter 
constitucional  que  le  faltaba  y  se  asociase  á  ese  gran  acto  de  justicia 
nacional»);  y  agrega: 

La  sencilla  narración  de  los  hechos  manifiesta  cuánto  tiene  de 
abultado  la  especie  de  apelación  al  pueblo  que  se  han  permitido  ha- 
cer algunos  miembros  de  la  Cámara  de  Representantes  que  hacen 
gala  de  llamarse  minoría.  Nosotros  no  examinaremos  ese  documento 
cuyas  tendencias  son  conocidas.  Nos  limitamos  á  exponer  los  he- 
chos; á  manifestar  las  inconsecuencias  á  que  arrastra  el  espíritu  de 
partido,  y  á  hacer  votos  por  que,  aleccionados  por  el  pasado,  evite- 
mos en  lo  sucesivo  todo  lo  que  pueda  importar  infracción  de  la  ley 
fundamental,  que  es  nuestra  sola  ancla  de  esperanza.  La  minoría 
puede  seguirse  llamando  tiranizada,  puede  tratar  de  conmover  los 
viejos  rencores  de  partidos,  nosotros  no  la  seguiremos  en  ese  te- 
rreno. 

La  posición  que  tomamos  es  muy  franca  y  muy  leal.  Nosotros  de- 
cimos—unos y  otros  hemos  cometido  errores — abjurémoslos.  Unos  y 
otros  hemos  estado  fuera  de  la  senda  constitucional.  Que  la  fusión 
no  se  verifique  en  el  campo  de  los  blancos,  ni  en  el  campo  de  los 
colorados;  que  la  fusión  se  verifique  en  el  campo  nacional,  bajo  la 
égida  sagrada  de  la  Constitución. 

Esto  que  decíamos  el  8  de  octubre  y  que  hemos  repetido  constan- 
temente después,  lo  diremos  mientras  sintamos  latir  el  corazón  á  los 
sagrados  nombres  de  Patria  y  Constitución  . 


EXTRACTOS    DE    «LA    CONSTITUCIÓN»  167 


Un  irelo  sobre  el  iiasado* 

Con  disguato  ocupamos  nuestro  tiempo  y  llamamos  la  atención  de 
nuestros  lectores  hacia  ciertas  cuestiones  estériles,  cuando  hay  tantos 
objetos  de  interés  primordial  que  reclaman  los  esfuerzos  de  los  ver- 
daderos amigos  del  país.  Pero  no  es  nuestra  la  culpa.  Todos  saben 
hasta  dónde  llevamos  la  tolerancia  hacia  las  opiniones  de  los  demás, 
y  cuántos  sacrificios  hemos  hecho  para  que  no  se  encuentre  una  sola 
persona  que  pueda  con  justicia  echarnos  en  cara  haber  entrado  en  la 
vía  de  las  acusaciones  y  recriminaciones. 

Gomo  representantes,  en  unión  con  muchos  de  nuestros  amigos, 
tentamos  al  principio  del  período  pasado,  cerrar  la  puerta  á  discusio- 
nes del  género  de  la  que  tuvo  lugar  el  4  del  corriente.  Propusimos  en 
conferencias  particulares  á  varios  de  nuestros  colegas  que  la  Asam- 
blea General  hiciera  una  declaración  que  tendiera  sobre  el  pasado 
un  velo  que  nadie  pudiera  levantar.  Esa  proposición  que  fué  muy  ca- 
lumniada por  los  que  no  la  conocían,  decía  simplemente  así: 

<£1  Senado  y  Cámara  de  Representantes,  etc.,  Considerando:  que  du- 
rante la  situación  que  acaba  de  terminar  con  el  restablecimiento  del 
•orden  constitucional,  han  existido  dentro  y  fuera  de  la  capital  dife- 
rentes gobiernos  y  autoridades;  Considerando:  que  si  la  República 
no  puede  reconocer  como  suyos,  ni  sancionar  como  legítimos,  hechos 
incompatibles  con  las  condiciones  fundamentales  de  su  existencia,  ó 
con  las  disposiciones  de  la  ley,  debe  sin  embargo  aceptar  aquellos  en 
que  no  haya  habido  infracción  de  la  ley;  Decreta:  Artículo  I.®  Todos 
los  actos  del  Gobierno  y  autoridades  que  han  regido  al  país  durante 
la  lucha  que  acaba  de  terminar,  en  que  no  haya  habido  infracción  de 
la  ley,  se  tendrán  por  válidos  y  subsistentes.  Art.  2.o  En  cada  caso 
particular,  siendo  necesario,  los  Tribunales  decidirán  si  ha  habido  6 
no  infracción  de  la  ley». 

Nunca  hemos  pretendido  poner  sobre  otro  á  uno  de  los  partidos 
que  desgraciadamente  dividieron  el  país.  Hemos  considerado  á  am- 
bos en  estado  de  perfecta  igualdad  ante  la  Constitución  de  la  Repú- 
blica y  hemos  trabajado  de  ese  modo  para  su  completa  desaparición. 

Entretanto,  algunos  pocos  hombres  que  no  pertenecen  propiamen- 
te á  ninguno  de  los  grandes  partidos  en  que  ha  estado  dividida  la 
República,  quieren  todavía  hoy  sostener  la  necia  pretensión  de  que 
cuanto  se  ha  hecho  en  Montevideo  durante  la  lucha  es  santo  y  no 
puede  tocarse,  mientras  que  ninguna  validez  tiene  nada  de  lo  que  se 
ha  hecho  afuera. 

Los  actos  verdaderamente  consumados  nadie  piensa  tocarlos»  ya 
Tengan  de  los  unos  ó  de  los  otros;  pero  cuando  se  trata  de  actos  que 
tienen  tracto  sucesivo,  ¿puede  nadie  sostener  que  esos  supuestos  he- 


168  EDUARDO  ACEYEDO 


choB  consumados  se  pongan  encima  de  la  Constítución  de  la  Bepú- 
blica  y  la  modifiquen? 

El  velo  sobre  el  pasado  importa  no  traer  á  cuestión,  no  acusar  las 
aateríores  infracciones  de  la  Constitución;  pero  en  manera  alguna, 
puede  importar  la  autorización  de  seguir  infringiendo  la  ley  funda- 
mental. Es  16  mismo  que  si  en  un  indulto  general  hubiese  sido  com- 
prendido un  adúltero  y  pretendiese  fundarse  en  ese  indulto  para  con- 
tinuar adulterando.  No.  Se  le  diría:  se  le  perdona  á  usted  el  adulte- 
rio pasado;  pero  no  se  le  puede  perdonar  el  que  comete  ahora  misma 
y  el  que  cometa  en  adelante.  IjO  contrario  seria  inmoral  y  haría  im- 
posible el  establecimiento  del  orden  en  las  sociedades. 

IJn  imréntesls. 

(Antes  de  proseguir  el  extracto  de  los  editoriales  de  «La  Constitu- 
ción», es  conveniente  indicar  el  criterio  con  que  otro  órgano  de  pu- 
blicidad apreciaba  la  situación  á  raíz  de  los  debates  parlamentario» 
de  marzo  de  1853  que  acabamos  de  extraetar). 
Pertenecen  las  siguientes  apreciaciones  á  «El  Comercio  del  Plata>r 
Desde  el  día  4  una  agitación  intensa  nos  ha  desviado  de  golpe  del 
camino  de  trabajo  y  reparación  en  que  habíamos  entrado.  La  confian- 
za es  nula,  el  crédito  ha  desaparecido,  los  capitales  se  esconden,  las 
relaciones  mercantiles  han  aflojado;  todos  los  signos  de  la  existencia 
del  sosiego  público  han  ido  disminuyendo  á  vista  de  ojo.  Sólo  están 
en  presencia  las  recriminaciones  reaccionarias  y  los  resabios  encona- 
dos (31  de  marzo).  Después  de  las  sesiones  del  4  y  5  de  marzo,  ciego- 
habrá  sido  quien  no  haya  palpado  cuánto  se  ha  resentido  el  sosiego 
público.  Esa  cuestión  produjo  una  modifícación  ministerial-  el  coro- 
nel Venancio  Flores,  Ministro  de  la  Guerra,  ciudadano  que  había 
prestado  grandes  servicios,  entendió  que  no  debía  poner  su  firma  en 
el  cúmplase  de  la  ley  sobre  las  medallas  legalizando  el  decreto  del 
Gobierno  Provisorio  (6  de  abril).  Persistir  por  más  tiempo  en  el  esta- 
do actual,  que  es  una  bancarrota  menos  el  nombre,  dejar  que  se  acu- 
mulen impagos  los  sueldos  de  los  servidores  públicos,  que  no  se  vea 
una  luz  que  indique  que  los  acreedores  del  Estado  pueden  contar  con 
alguna  cosa  de  lo  que  se  les  debe,  y  por  fin  no  mirar  en  la  situación 
violenta  que  nace  de  ahí  sino  una  situación  normal  que  no  exige  na- 
da de  parte  del  Gobierno,  es  de  veras  una  aberración  deplorable  y 
peligrosa.  El  crédito  del  país  y  su  tranquilidad  interior  demandan 
que  el  Gobierno  dé  de  mano  á  toda  otra  cosa  que  no  tienda  á  cimen- 
tar esas  dos  condiciones  primordiales  para  un  país  independiente.  £1 
mismo  palpa  á  cada  instante  los  embarazos  que  produce  la  falta  de 
crédito  y  á  la  larga  también  ha  de  palpar  los  males  que  trae  apareja- 


lEZTBACTOB    DE    «LA    C07T8TITUCIÓN>  169 


da  la  no  tranquilidad  interior. . .  No  somos  pesimistas,  menos  que- 
remos ser  hostiles  á  un  Ministerio  por  puro  sistema;  lo  hemos  de- 
mostrado; pero  ¿y  la  situación?  Si  no  se  habla  la  verdad  alg^una  vez» 
¿se  puede  esperar  que  el  largo  silencio  en  que  hemos  marchado  dará 
nada  bueno?...  En  las  últimas  sesiones  de  la  Cámara,  se  han  hecho 
alusiones  más  6  menos  directas  al  estado  desagradable  de  la  hacien- 
da pública,  y  antes  de  ayer,  al  hablarse  de  la  renta  de  pasaportes,  se 
renovaron  esas  alusiones  en  el  mismo  sentido.  Se  ye,  pues,  que  no  hay 
divergencia  de  opiniones,  se  ve  que  á  todos  los  hombres  agita  la  mis- 
ma penosa  idea  de  la  situación  bajo  ese  aspecto.  Ella,  pues,  no  pue- 
de prolongarse  sin  grave  daño;  y  6  el  Ministerio  actual  da  por  fin 
muestras  de  querer  poner  remedio  á  esta  bancarrota  disfrazada,  que 
una  vez  confesada  como  tendrá  que  serlo,  produciría  serios  trastor- 
nos» 6  tiene  la  abnegación  de  confesarse  vencido  por  los  inconvenien- 
tes que  diariamente  se  amontonan  en  su  marcha  (9  de  abril).  No  es 
sólo  las  penurias  financieras— que  ya  es  demasiado— lo  que  caracte- 
riza mal  la  situación;  es  también  la  prolongación  de  la  crisis  ministe- 
rial, es  el  desgobierno  de  los  departamentos,  donde  no  hay  una  po- 
licía que  sirva  á  mantener  el  orden,  es  la  paralización  administrativa 
en  todo  sentido,  es  la  falta  de  armonía  que  acaban  de  mostrar  los 
miembros  de  la  Cámara  de  Representantes,  es  el  descrédito  exterior 
(9  de  julio). 

Completaremos  estos  extractos  de  «El  Comercio  del  Plata»,  con  el 
siguiente  párrafo  de  un  remitido  inserto  en  el  número  de  dicho  diario 
correspondiente  al  2  de  julio  de  1853:  «la  situación  comercial  de  la 
plaza  es  miserable,  increíble  después  de  dos  años  de  paz  y  tranquili- 
dad profunda  en  toda  la  República. 

En  resumen,  pues,  á  las  agitaciones  parlamentarias  causadas  con 
motivo  de  la  ley  que  sancionó  la  Asamblea  ratificando  la  medalla  de 
Caseros,  hay  que  agregar  una  crisis  económica,  de  la  que  hasta  en  la 
propia  Cámara  de  Diputados  se  hablaba  sin  ambajes,  como  lo  de- 
muestran las  palabras  pronunciadas  por  el  doctor  Acevedo  con  mo- 
tivo del  aplazamiento,  pedido  por  el  Poder  Ejecutivo,  del  proyecto 
de  contratación  de  un  empréstito.  «Es  sabido,  dijo,  que  la  plaza  se 
encuentra  en  una  verdadera  crisis  á  consecuencia  de  la  falta  de  pa- 
gos». La  inminencia  de  esa  crisis  inspiró  sin  duda  alguna  la  persis- 
tente campaña  del  doctor  Acevedo  á  favor  de  la  liquidación  y  conso- 
lidación de  la  deuda»  considerando  que  los  millares  de  acreedores 
descontentos  se  tornarían  en  amigos  decididos  de  la  estabilidad  de 
la  paz. 

Reanudamos,  entretanto,  el  extracto  de  los  editoriales  de  «La  Cons- 
titución* por  orden  cronológico,  desde  marzo  de  1853.) 


170  BDÜARBO  ACETBDO 


InielatlTa  en  materia  de  ImpiieBUM* 

Se  ha  pretendido  que  el  Poder  Ejecutivo  no  puede  proponer  pro- 
yectos sobre  impuestos,  en  mérito  de  que  su  iniciativa  corresponde  á 
la  Cámara  de  Diputados  seg^n  la  Constitución.  Es  un  error.  La  Cons- 
titución  sólo  ha  querido  que  las  leyes  sobre  impuestos  tengan  su  orifl^en 
en  la  Cámara  de  Diputados,  sin  trabar  ei  derecho  de  iniciativa  del  Po- 
der Ejecutivo.  Si  la  restricción  fuera  fundada,  ni  siquiera  podría  pre- 
sentarse completo  el  proyecto  de  presupuesto  general  de  gastos,  cuya 
iniciativa  corresponde  al  Poder  Ejecutivo,  desde  que  el  plan  de  ha- 
cienda obliga  con  frecuencia  á  proyectar  la  creación  de  recursos. 

liOs  alcaldes  ordinarios* 

Son  notorios  los  vicios  de  la  institución  de  los  alcaldes  ordinarios. 
Desgraciadamente,  todavía  no  hay  abogados  en  número  suficiente 
para  crear  Juzgados  letrados  en  todos  los  departamentos.  Pero  el  mal 
se  remediaría  estableciendo  por  ahora  tres  zonas  jurisdiccionales  pre- 
sididas por  jueces  letrados,  que  conocerían  á  la  vez  de  los  asuntos 
civiles  y  de  los  crimi Dales  de  los  cuatro  departamentos  comprendidos 
en  cada  zona.  A  medida  que  fuera  aumentando  el  número  de  aboga- 
dos, el  número  de  las  zonas  aumentaría  también. 

liimpleza  del  puerto. 

Es  necesario  proceder  á  la  limpieza  del  puerto.  Ya  en  otra  oportu- 
nidad indicamos  la  necesidad  de  restaurar  la  draga,  y  ahora  nos  pa- 
rece conveniente  insinuar  al  Ministerio  la  idea  de  una  reunión  de 
personas  competentes  que  arbitrasen  los  medios  de  proceder  á  una 
operación  tan  indispensable. 

Responsabilidad  ministerial* 

(A  principios  de  mayo  de  1853,  en  la  Cámara  de  Diputados,  se  hizo 
el  proceso  del  Ministerio.  En  otro  lugar  se  encontrará  un  extracto 
con  las  apreciaciones  del  doctor  Acevedo.  «La  Constitución»  se  ocupó 
del  asunto  en  los  siguientes  términos:) 

Se  ha  querido  hacer  entender  estos  días  que  los  ministros  de  Estado 
son  meros  dependientes  del  Poder  Ejecutivo,  especie  de  mozos  de 
confianza  que  no  tienen  otra  misión  que  la  de  servir  de  órgano  al 
Presidente  de  la  República.  Es  un  error  que  nace  de  la  falta  de  es- 


EXTRACTOS    DE    «UL    CX>NHTXTUCIÓN>  171 

iudío  de  naeafcra  ley  fundamental  y  que  tiende  á  deg^radar  la  impor- 
tante categoría  que  la  Constitución  da  á  los  ministros  de  Estado*  Es 
verdad  que  el  Poder  I^'ecutivo  es  desempefiado  por  una  sola  persona 
bajo  la  denominación  de  Presidente  de  la  República  (artículo  72  de 
la  Constitución);  pero  también  es  cierto  que  el  Presidente  no  puede 
expedir  órdenes  sin  la  firma  del  Ministro  respectivo,  sin  cuyo  requi- 
sito nadie  estará  obligado  á  obedecerle  (artículo  83).  De  ahí  nace  que 
se  considera  á  los  ministros  como  algo  más  que  meros  secretarios, 
cuya  responsabilidad  siempre  sube  al  jefe  de  quien  dependen.  Conse- 
cuencia de  la  posición  que  les  da  nuestra  ley  fundamental,  anulando 
la  acción  del  Presidente  desde  que  le  falta  el  concurso  del  Ministro, 
es  la  responsabilidad  directa  que  les  pertenece 

El  artículo  86  dice  terminantemente:  «El  ministro  ó  ministros  serán 
responsables  de  los  decretos  ú  órdenes  que  firmen».  Y  para  que  los 
ministros  no  puedan  guarecerse  detrás  de  la  persona  del  Presidente, 
agrega  el  artículo  90:  «No  salva  á  los  ministros  de  responsabilidad 
por  los  delitos  especifícados  en  el  artículo  26,  la  orden  escrita  ó  ver- 
bal del  Presidente».  Ese  artículo  26  habla  de  todos  los  delitos  de  que 
en  su  calidad  oficial  pueden  ser  acusados  el  Presidente  de  la  Repú- 
blica, sus  ministros,  los  miembros  de  ambas  Cámaras,  y  los  de  la  Alta 
Corte  de  Justicia.  En  la  discusión  que  tuvo  lugar  en  el  seno  de  la 
Constituyente,  el  señor  Massini  pidió  se  adicionase  el  artículo,  hacien- 
do extensiva  la  acusación  á  la  violación  de  las  leyes.  El  señor  Alva- 
rez  contestó  que  creía  innecesaria  esta  adición,  porque  ella  estaba 
<;omprend¡da  en  la  palabra  ú  otros  que  se  encontraba  en  el  artículo. 
La  Cámara  así  lo  entendió  y  aprobó  el  artículo  sin  la  adición. 

A  la  vista  de  tan  terminantes  disposiciones,  ¿qué  se  puede  decir  de 
un  ministro  á  quien  enrostrándosele  incapacidad  administrativa^  se 
escuda  detrás  del  Poder  Ejecutivo  y  pide  la  acusación  del  Presi- 
dente? Desde  que  no  se  trata  de  delito  sino  de  error,  de  incapacidad 
administrativa,  el  único  cargo  que  podría  legalmen te  hacerse  al  Pre- 
sidente sería  de  haber  elegido  ministros  incapaces.  ¿Y  se  podría  ese 
cargo  comprender  en  los  casos  del  artículo  26?  Si  se  tratara  de  acu- 
sar un  delito  de  los  especificados  en  el  artículo  26,  no  tendría  el  de- 
recho de  cubrirse  el  Ministro  con  la  capa  del  Presidente  (artículo  90) 
If  se  le  reconocería  ese  derecho  cuando  no  se  hace  más  que  declarar 
que  no  inspira  confianza  la  capacidad  administrativa  del  Ministerio? 

Arreglo  de  la  deuda. 

Algo  es  indispensable  hacer,  y  muy  pronto,  si  se  quiere  que  el  país 
marche  sin  tropiezos  en  la  vía  de  prosperidad  que  le  está  destinada. 
Tiempo  vendrá  después  en  que  puedan  iniciarse  otro&  arreglos  con  ma- 


172  EDUARDO  AOEVEDO 


yores  ventaias  para  el  Estado  y  para  los  acreedores.  Es  necesario  na 
fonar  las  épocas  y  abstenerse  de  pedir  al  árbol  recién  plantado  los 
frutos  qae  no  puede  materialmente  dar.  Ellos  vendrán.  No  hay  que 
dudarlo.  Hay  una  necesidad  vital  de  que  el  problema  de  la  deuda 
jeciba  una  solución  cualquiera  antes  de  la  conclusión  del  presente  pe- 
ríodo legislativo. 

Nosotros  creemos  que  el  único  medio  es  el  arreglo,  por  decirlo  así 
provisorio  que  se  establece  en  el  proyecto  sancionado  por  la  Cámara 
de  Representantes,  sin  perjuicio  de  las  demás  operaciones  que  puedan 
realizarse  en  adelante.  No  se  ha  dado  la  importancia  que  realmente 
tiene  el  artículo  3.<^  del  mencionado  proyecto,  que  nos  lleva  sin  sen- 
tirlo al  arreglo  general  de  la  deuda. 

(La  Caja,  dice  el  artículo  3.^  del  proyecto  presentado  por  el  doctor 
Acevedo  y  transformado  en  ley  por  la  Asamblea,  será  administrada 
por  una  Comisión  compuesta  de  un  senador  y  dos  representantes, 
del  tenedor  de  toda  escritura  pública  por  créditos  contra  el  Estado  y 
del  apoderado  general  de  cada  una  de  las  diversas  categorías  de  acree- 
dores establecidas  provisoriamente  por  la  Junta  de  Oédito  Público 
desde  que  se  hicieran  propuestas  de  arreglo  sobre  las  que  recayese 
aprobación  del  Cuerpo  Legislativo). 

Reslsitros  ef  vieos. 

Hay  una  necesidad  que  se  toca  frecuentemente  y  con  muy  diversos 
motivos,  de  saber  quiénes  son  los  ciudadanos  y  quiénes  son  los  que 
no  pueden  ó  no  quieren  pertenecer  á  la  asociación  política.  Así  lo 
juzgaron  los  constituyentes,  al  establecer  en  la  ley  que  «jurada  la 
Constitución,  mandará  el  gobierno  que  en  todos  los  departamentos  se 
forme  un  Registro  en  que  se  inscriban  todos  los  individuos  que  ten- 
gan las  cualidades  designadas  por  el  artículo  8.^  de  la  Constitución 
para  ser  ciudadanos,  exceptuando  solamente  los  que  expresamente  re* 
nunciaran  la  ciudadanía,  negándose  á  ser  inscriptos».  Ya  en  marzo  del 
mismo  afio  de  1830  se  había  establecido  en  la  ley  de  elecciones  que 
«á  principios  del  afio  en  que  hubieran  de  hacerse  elecciones  de  re- 
presentantes, el  juez  de  paz  auxiliado  de  los  tenientes  alcaldes  res- 
pectivos formará  un  Registro  de  todos  los  ciudadanos  de  su  distrito 
que  tengan  las  cualidades  prevenidas  en  los  artículos  7.<^  y  8.<^  de  la 
Constitución,  en  el  cual  firmarán  los  que  sepan».  Por  desgracia  estas 
disposiciones  cayeron  en  desuso  poco  después  de  su  promulgación. 
Cada  individuo  quedó  autorizado  para  llamarse  hoy  ciudadano,  ma- 
fiana  extranjero,  sin  que  hubiera  nada  que  sirviera  para  hacer  constar 
la  nacionalidad  de  las  personas. 


EZTRÁCTOB    DB    «LA    CONSTITUCIÓN»  173 


liOB  extranjeros  en  la  eleeelón  de  Jueces. 

Si  hay  alfrunA  necefiidad  unánimemente  reconocida  es  la  de  atraer 
á  la  República  por  cuantos  medios  estén  á  nuestro  alcance  los  brazos 
7  capitales  extranjeros. 

Hay  quien  opina  que  entre  esos  medios  debe  fis^urar  el  otorgamien- 
to de  ciertos  derechos  políticos,  como  el  relativo  á  las  elecciones  de 
los  jueces,  á  los  extranjeros  domiciliados,  mientras  conserven  toda- 
vía su  calidad  de  tales.  Esto  es  contrario  á  todos  los  principios  cons- 
títucionales.  Los  derechos  políticos  sólo  pueden  ser  ejercidos  por  los 
miembros  de  la  asociación  política,  es  decir,  por  los  ciudadanos.  Es 
claro  que  si  á  los  extranjeros  se  concediera  el  derecho  de  concurrir  á 
las  elecciones  de  Jueces,  no  podría  negárseles  el  de  concurrir  á  las 
elecciones  de  representantes. 

Dice  la  Constitución:  «El  Estado  Oriental  del  Uruguay  es  la  aso- 
ciación política  de  todos  los  ciudadanos  comprendidos  en  los  nuevo 
departamentos  de  su  territorio.  La  soberanía  en  toda  su  plenitud  re- 
side radicalmente  en  la  Nación,  á  la  qae  compete  el  derecho  exclusivo 
de  establecer  sus  leyes.  Todo  ciudadano  es  miembro  de  la  Nación  y 
como  tcU  tiene  voto  activo  y  pasivo  en  los  casos  y  formas  que  más 
adelante  se  expresará.  El  Estado  Oriental  adopta  para  su  gobierno  la 
forma  representativa  republicana;  delega  al  efecto  el  ejercicio  de  su 
soberanía  en  los  tres  altos  Poderes  Legislativo,  Ejecutivo  y  Judicial». 

La  simple  lectura  de  los  artículos  precedentes  manifiesta  bien  á  las 
claras,  que  los  extranjeros  que  quieran  conservar  su  calidad  de  tales, 
ni  tienen  parte  alguna  en  la  soberanía  de  la  Nación,  ni  pueden  por 
consiguiente  delegar  su  ejercicio  en  ninguno  de  los  Poderes.  Pero  hay 
más.  Lejos  de  congratular  al  extranjero  con  la  oferta  de  derechos  po« 
Uticos,  no  haríamos  sino  retraerlo.  Es  tan  poco  envidiable  la  reputación 
que  tenemos  en  cuanto  á  juicio  práctico  los  ciudadanos  de  las  repú- 
blicas de  habla  española,  que  más  es  el  miedo  que  los  extranjeros  in- 
dustriosos y  morales  tienen  de  verse  arrastrados  en  nuestras  miserias, 
que  el  deseo  que  abriguen  de  tomar  parte  en  los  comicios. 

Cyiiidadaiiía  lef^al. 

(El  doctor  Jaime  Estrázulas  presentó  un  proyecto  á  la  Cámara  de 
Diputados  estableciendo  que  para  entrar  al  ejercicio  de  la  ciudadanía 
y  obtener  la  carta  correspondiente,  era  indispensable  recurrir  á  los 
Tribunales  y  hacer  allí  la  justificación  de  las  calidades  constitucio- 
nales). 

Al  encabezar  dicho  proyecto  que  fué  informado  favorablemente  por 


174  EDUARDO  ACEYEDO 


la  Comisión  de  Les^islación,  de  que  formaba  parte  el  doctor  Acevedo, 
dijo  «La  Constitución»,  que  la  disposición  constitucional  que  se  limi- 
ta á  designar  las  cualidades  que  debe  tener  un  extranjero  para  adqui- 
rir la  ciudadanía,  ha  dado  lugar  á  muchas  dudas:  que  unos  entienden 
malamente  que  la  ciudadanía  legal  es  obligatoria,  otros  que  se  adquie» 
re  ipso  jure  por  la  verificación  de  las  circunstancias  constitucionales, 
y  otros  que  debe  gestionarse  de  la  Asamblea.  La  ciudadanía  no  pue- 
de imponerse;  pero  entretanto  no  puede  dejarse  en  duda  la  calidad 
de  los  individuos.  Es  necesario  que  se  sepa,  si  cada  uno  quiere  6  no 
ser  ciudadano. 

liOterias. 

Nadie  hay  que  desconozca  la  inmoralidad  del  juego  de  las  loterías; 
pero  aparte  esta  consideración  de  muchísima  importancia,  las  loterías 
no  pueden  mirarse  sino  como  verdaderas  contribuciones  que  paga  el 
pueblo  sin  sentirlo  en  favor  de  cierto  objeto  de  utilidad  pública-  Des- 
de que  se  trata  de  un  verdadero  impuesto,  se  deducen  dos  conclusio- 
nes: que  sólo  el  Cuerpo  Legislativo  puede  establecerlas;  que  la  venta 
pública  de  billetes  de  loterías  extranjeras,  no  debe  permitirse  entre 
nosotros. 

Cluardla  Naelonal. 

La  guardia  nacional  de  infantería  de  la  capital  se  ha  reunido  de 
nuevo  con  la  mira  de  contribuir  por  su  parte  á  la  solemnización  de 
la  Jura  de  la  Constitución.  Hería  de  desear  que  la  concurrencia  fuera 
numerosa.  Eso  demostraría  que  si  estamos  cansados  de  luchas  y 
trastornos,  conservamos  vivo  el  amor  á  Ja  patria  y  á  las  institucio- 
nes. Unidos  en  un  sentimiento  común,  llegaremos  á  conseguir  la  ver- 
dadera fusión,  haciendo  desaparecer  hasta  los  rastros  de  los  antiguos 
partidos  que  algunos  se  empeñan  todavía  en  resucitar. 

lia  sltiiaelóii* 

6i  hubiera  de  estarse  á  lo  que  dicen  ciertos  periodista?,  sería  cosa 
de  alarmarse  muy  seriamente,  creyendo  que  estamos  prontos  para 
empezar  de  nuevo  la  lucha  de  cuyas  consecuencias  el  país  no  ha  po- 
dido reponerse  todavía.  Según  ellos,  marchamos  sobre  un  volcán. 
La  erupción  es  inminente  y  sólo  podría  evitarse  llamando  al  Poder  á 
los  hombres  de  tal  ó  cual  círculo  que  cada  uno  representa.  Felizmen- 
te nada  hay  en  la  realidad  que  pueda  dar  fundamento   sólido  á  se- 


EXTRACTOS    DE    «LA    00N8TITÜGIÓN»  175 

mejantes  rumores  que  no  pueden  atribuirse   sino  á  mezquinos  inte- 
reses individuales  más  6  menos  disfrazados- 

£n  estos  momentos  el  único  mal  que  se  siente,— mal  cuya  grave- 
dad no  pretendemos  disimular  y  que  se  debe  á  la  incapsDcidad  adminis- 
trativa del  Ministerio  que  acaba  de  caer,— es  la  falta  de  pago  á  los 
empleados  civiles  y  militares  de  la  República.  Fiscalícense  las  ren- 
tas, introdúzcase  el  orden  en  la  administración,  dense  garantías  po- 
sitivas á  los  acreedores  del  Estado,  y  babrá  cesado  como  por  encanto, 
la  mala  situación  que  algunos  quieren  explotar  en  beneficio  de  mez- 
quinas pasiones. 

El  país  sabe  por  experiencia  cuál  es  el  fruto  de  las  revoluciones. 
La  fortuna  para  media  docena,  la  miseria  y  la  desolación  para  todos 
los  demás.  Desde  entonces  no  hay  peligro  de  que  las  mentidas  pro- 
mesas de  los  aspirantes  logren  arrastrar  la  masa  general  del  país. 
Bien  puede  uno  ú  otro  quejarse  de  la  situación;  de  ahí  á  tomar  un 
fusil  para  derrocar  las  autoridades  constitucionales,  hay  una  di  s tan- 
da inmensa  que  muy  pocos  estarían  dispuestos  á  salvar. 

Para  juzgar  del  Ministerio  del  señor  Berro  es  necesario  esperar 
sus  actos.  No  somos  nosotros  de  los  que  creen  que  deben  eternizar- 
se los  antiguos  partidos  y  sus  denominaciones,  y  que  cada  vez  que  se 
necesiten  dos  hombres,  deba  tomarse  uno  de  los  que  estuvieron  den- 
tro y  otro  de  los  que  estuvieron  fuera  de  la  lucha.  Así  sería  el  ver- 
dadero medio  de  eternizar  los  antiguos  partidos  que  ninguna  signi- 
ficación política  pueden  tener  en  el  día.  Tómense  los  hombres  de 
capacidad  y  patriotismo  donde  se  encuentren.  No  se  pregunte  á  na- 
die si  perteneció  al  ataque  ó  á  la  defensa,  si  se  tituló  un  día  defensor 
de  la  Constitución  ó  de  la  ley.  Solamente  así  se  logrará  la  extinción 
absoluta  y  completa  de  los  antiguos  partidos.  Eso  esperamos  del  se- 
ñor Berro,  y  por  eso  consideramos  cesada  la  crisis  ministerial  desde 
que  le  vimos  ocupar  el  Ministerio  de  Gobierno  y  Relaciones  Exte- 
riores y  tomar  á  su  cargo  interinamente  el  de   Hacienda. 

Faetoree  de  crisis. 

(Es  relativo  el  siguiente  extracto  á  una  revista  mensual,  con  desti- 
no al  exterior,  publicada  por  otro  diario). 

Empezaba  por  sostener  que  el  Poder  Legislativo  hostilizaba  al 
I^ecutivo,  cuando  no  hay  un  solo  acto  de  la  Cámara,  de  donde  pueda 
deducirse  semejante  hostilidad.  No  tener  confianza  en  un  Ministe- 
rio, no  se  llama  hostilizar  al  Poder  Ejecutivo,  sobre  todo  cuando  al 
mismo  tiempo  que  se  manifiesta  desconfianza  en  la  capacidad  admi- 
nistrativa de  los  ministros,  se  dan  muestras  de  confianza  en  el  patrio- 
tismo y  capacidad  del  ciudadano  encargado  de  desempeñar  el  Poder 
Ejecutivo. 


176  EDUARDO  AOBVBDO 


Pero  «El  Comercio^  no  se  paraba  ahí.  Anunciaba  clarísí mámente  la 
inminencia  de  una  revolución  por  efecto  de  estas  Xres  circunstancias: 
el  conflicto  entre  los  Poderes,  la  crisis  financiera  y  la  crisis  minis- 
terial. 

Hablando  de  la  situación  rentística,  representaba  á  la  Cámara  cu* 
briendo  con  oropel  un  déficit  imas^nario;  desfiguraba  el  hecho  noto- 
rio de  que  el  presupuesto  de  gastos  para  el  afto  entrante  ofrecía  un 
sobrante;  pretendía  demostrar  que  el  proyecto  de  arreglo  con  los 
acreedores  del  Estado  era  contrario  á  las  estipulaciones  de  los  tra- 
tados con  el  Brasil;  y  lograba,  por  fin,  hacer  un  cuadro  tan  desastroso 
de  la  situación  del  país,  que  espantaría  la  introducción  de  brazos  y 
capitales  extranjeros  que  han  de  servir  para  consolidar  definitiva- 
mente el  orden  en  la  República. 

Nosotros  en  la  revista  mensual  encaramos  la  situación  de  otro  mo- 
do. Creyendo  difícil  la  situación  financiera,  no  la  considerábamoa 
desesperada.  La  situación  política  no  la  veíamos  preftada  de  revolu- 
ciones. Encontrábamos  que  los  elementos  de  orden  eran  infinitamente 
superiores  á  los  de  trastorno,  y  sin  creer  que  se  había  hecho  todo  lo 
que  tenía  que  hacerse,  considerábamos  que,  desde  que  no  había  obs- 
táculos insuperables  para  hacer  el  bien,  teníamos  derecho  á  creer  que 
la  situación  general  era  excelente. 

No  somos  de  los  satisfechos.  Muy  lejos  estamos  de  creer  en  la  con- 
veniencia de  que  el  Gobierno  se  cruce  de  brazos.  Sabemos  que  todos 
los  ramos  de  la  Administración  reclaman  la  atención  inmediata  del 
Gk>bierno.  Sabemos  que  la  policía  y  la  instrucción  pública»  abando- 
nadas por  desgracia  en  la  mayor  parte  de  los  departamentos,  exigen 
medidas  prontas  y  decisivas.  Pero  no  creemos  que  pueda  juzgarse  á 
un  Ministerio  veinticuatro  horas  después  de  haber  entrado  en  pose- 
sión de  las  carteras. 

(De  los  datos  que  registra  «La  Constitución»  en  diversos  números, 
resulta  que  la  gestión  financiera  del  año  1852  dio  2:439,294  pesos  en 
el  rubro  de  los  gastos  y  1:750,H70  pesos  en  el  rubro  de  las  rentas, 
resultando  un  déficit  de  688,924  pesos  (informe  de  la  Comisión  de 
Cuentas  de  la  Cámara  de  Diputados),  á  cubrirse  con  operaciones  de 
crédito  autorizadps  y  de  diversos  arbitrios  fiscales;  el  presupuesto 
votado  á  mediados  de  1853,  arrojaba  un  superávit  de  600,000  pesos, 
que  por  moción  del  doctor  Acevedo  fué  destinado  á  la  amortización 
de  la  deuda  (moción  del  doctor  Estrázulas  hecha  á  su  nombre)  y  á 
mejorar  el  sueldo  de  los  preceptores  de  las  escuelas  públicas:  que  los 
miembros  de  la  mayoría  de  la  Cámara  se  reunieron  en  abril  con  el 
propósito  de  estudiar  la  situación,  opinando  unánimemente  que  el  Mi- 
nisterio del  doctor  Castellanos  no  tenía  condiciones  de  vida,  y  que 
el  apoyo  que  quisiera  prestársele,  no  haría  sino  comprometer  la  situa- 
ción con  grave  detrimento  de  la  causa  pública;  que  habiendo  el  Pre- 


BZTBACrrOS   DE    «LA    CX>NBnTüOI¿N»  177 


«idente  tenido  noticia  de  la  reunión,  invitó  á  algnnos  de  aus  concu- 
rrentes á  una  entrevista  amistosa»  en  la  que  se  habló  francamente 
del  asunto;  que  sucesivamente  renunciaron  todos  los  ministros,  en- 
cargándose de  la  cartera  de  s^obierno  don  Bernardo  P.  Berro  poco 
tiempo  antes  del  movimiento  revolucionario). 

8«Hiores  de  revoliaeión* 

Hace  quince  día^  que  no  se  habla  sino  de  movimientos  revolucio- 
narios que  deben  estallar  en  la  ciudad  ó  en  la  campaña.  Se  señala  el 
día,  se  nombran  los  jefes,  se  enumeran  los  elementos  con  que  cada 
uno  cuenta,  y  se  dan  decalles,  como  si  el  hecho  á  que  se  refiere  hu- 
biera ya  acaecido.  Para  algunos  es  tan  cierta  la  noticia  de  una  revo- 
lución en  Montevideo,  que  sólo  dudan  respecto  al  día.  Fluctúan  en- 
re  el  15,  día  de  la  clausura  da  las  Cámaras,  y  el  18,  aniversario  de  la 
Jura  de  la  Constitución.  Por  lo  demás,  refieren  el  programa  del  movi- 
miento como  si  se  tratara  de  las  fiestas  juilas.  No  tenemos  necesi- 
dad de  decir  que  á  nuestros  ojos,  todas  las  noticias  de  revolución 
son  verdaderas  pamplinas,  que  no  deben  acogerse  por  persona  algu- 
na sensata.  Entretanto,  el  mal  que  esos  rumores  fácilmente  acogidos 
están  causando,  es  evidente.  La  confianza  se  pierde:  el  comercio  se 
paraliza,  y  más  ó  menos  la  alarma  se  hace  general.  No  pedimos  otra 
aoññ  sino  que  se  suba  la  fuente,  y  se  verá  entonces  á  qué  quedan  re- 
ducidos todos  los  cuentos  de  vieja  conque  se  está  abusando  de  la 
paciencia  del  público. 

Esto  no  quiere  decir  que  desaprobemos  las  medidas  que  pudieran 
tomarse  para  inspirar  confianza,  aún  á  los  más  tímidos.  En  ese  sen- 
tido, estaremos  por  todo  lo  que  haga  conocer  los  elementos  con. que 
se  cuenta  para  sostener  el  orden  constitucional  en  la  República.  Aun- 
que como  lo  creemos,  nada  haya  en  el  fondo  de  esos  rumores,  apoya- 
remos todas  las  medidas  que  tiendan  á  hacer  imposible  hasta  la  evo- 
cación de  fantasmas. 

x:i  tratado  de  smbsildlosi  j  la  deuda. 

En  el  estado  en  que  nos  encontramos,  cuando  la  Junta  de  Crédito 
Público  no  ha  concluido  todavía  sus  trabajos,  ni  se  sabe  por  consi- 
guiente el  monto  de  la  deuda:  cuando  no  puede  cerrarse  su  expe- 
diente sin  haber  proporcionado  los  medios  de  hacer  liquidar  y  clasi- 
ficar sus  créditos  á  una  parte  de  los  acreedores,  es  imposible  proceder 
á  la  consolidación  general.  Una  ^convocación  extraordinaria  de  la 
Asamblea  General  con  ese  objeto,  sólo  produciría  el  desprestigio  del 
-Cuerpo  Legislativo.  Se  pasaría  un  par  de  meses  sin   hacer  nada  y 

12 


178  EDÜABDO  A0E7EDO 


quedaría  bien  establecido  á  los  ojos  de  los  que  sólo  juzgan  por  la 
corteza  de  las  cosas,  que  ese  no  hacer,  provenía  de  la  mala  volun- 
tad  6  incapacidad  de  los  miembros  de  la  Asamblea. 

Consolidar  una  deuda  cuyo  monto  real  no  se  conoce,  es  moralmente 
imposible.  Consolidar  una  deuda  que  está  literalmente  por  el  suelo, 
sería  hacer  que  esa  deuda  viniese  á  caer  por  vil  precio  en  mano  de 
unos  pocos  especuladores  felices.  Nosotros  creemos  que,  por  ahora» 
no  puede  hacerse  otra  cosa  que  lo  que  ha  hecho  la  Asamblea  Oene- 
ral.  Entrar  en  arreglos  con  los  acreedores,  echar  las  bases  del  crédi- 
to, levantar  la  deuda  y  dar  lugar  á  que  cerrado  el  expediente  pueda 
precederse  á  la  consolidación  general  en  la  forma  establecida  por  la 
Constitución  de  la  República.  Ni  eso  es  contrario  á  los  tratados  con  el 
Brasil  que,  en  ningún  caso,  podrían  modificar  ó  alterar  disposiciones 
de  nuestra  ley  fundamental. 

Según  el  artículo  11  del  tratado  de  subsidios,  no  debían  empezar 
á  ejecutarse  los  compromisos  con  el  Imperio  sino  luego  que  el  rendi- 
miento de  la  aduana  quedase  desembarazado  de  empeños  anteriores. 
No  se  consideraba  contrario  al  tratado  que  las  rentas  todas  queda- 
sen entregadas  á  ciertos  acreedores,  ¿y  se  consideraría  una  infracción  el 
arreglo  provisorio  en  cuya  virtud  se  diese  á  los  acreedores  una  míni- 
ma parte  de  las  mismas  rentas?  El  artículo  14  es  más  claro  todavía. 
Por  él  se  compromete  la  nación  á  fijar  un  plazo  para  la  presentación, 
de  los  documentos  de  la  deuda  actual.  Ese  plazo  recién  lo  fija  el  pro- 
yecto de  ley  recientemente  sancionado,  y  mal  podía  cerrarse  la  conta- 
bilidad dando  por  terminado  todo  el  expediente,  sin  que  el  plazo  se 
hubiera  señalada  Suponía  el  tratado  que  las  operaciones  de  liquida- 
ción, clasificación  y  reconocimiento  por  el  Cuerpo  Legislativo»  po- 
drían efectuarse  en  menos  de  seis  meses.  El  hecho  ha  demostrado  que 
á  pesar  del  notorio  empeño  de  los  señores  de  la  Junta  de  Crédita 
Público,  en  cerca  de  un  año  no  ha  podido  hacerse  la  mitad  del  tra- 
bajo que  se  tenía  que  hacer.  ¿Quiere  esto  decir  que  debemos  lanzar- 
nos á  la  consolidación  violando  el  artículo  17  de  la  Constitución  que 
establece  entre  las  atribuciones  de  la  Asamblea  Oeneral  la  de  con- 
traer la  deuda  nacional,  consolidarla,  designar  sus  garantías  y  regla- 
mentar el  crédito  público? 

Ya  que  es  imposible  proceder  inmediatamente  á  la  consolidación 
de  la  deuda,  no  se  ponga  empeño  en  deprimirla.  Déjese  que  funcione 
durante  el  receso  de  las  Cámaras,  la  Caja  de  Amortización,  al  propio 
tiempo  que  la  Junta  de  Crédito  l^úblico  adelanta  y  concluye  sus  tra- 
bajoB.  De  esa  manera,  al  iniciarse  el  próximo  período  legislativo,  es- 
taríamos en  actitud  de  proceder  á  la  consolidación  general  de  la 
deuda  que  todos  deseamos. 

Por  lo  demás,  no  deja  de  ser  una  inconsecuencia  que  los  mismos 
que  querían  entregar  todas  las  rentas  á  unos  cuantos   acreedores,  se 


EXTSAOTOfi  DE    cLA  CONSTITUCIÓN»  179 


nieguen  ahora  obstinadamente  á  permitir  que   á  esos  acreedores  se 
les  entregue  una  parte  de  las  mismas  rentas. 

Fiestas  Julias. 

Los  preparativos  para  la  solemnización  del  aniversario  de  la  Cons- 
titución continúan  con  toda  actividad. 

Para  nosotros  que  consideramos  que  el  mejor  medio  de  solemnizar 
ese  importante  aniversario  es  hacer  práctica  la  Constitución,  demos- 
trando la  resolución  ñxme  en  que  todos  estamos  de  observarla  y  ha- 
cerla observar,  no  deja  de  ser  motivo  muy  lisonjero  de  congratula- 
ción, el  progreso  que  se  ha  notado  en  el  último  año  en  todo  lo  que 
tiene  relación  con  los  hábitos  constitucionales.  Hubo  un  tiempo—no 
lejano  de  nosotros — en  que  el  conocimiento  de  la  ley  fundamental  pa- 
recía reservado  á  los  hombres  especiales  que  se  consideraban  como 
sacerdotes  de  la  ley.  La  situación  ha  variado  fundamentalmente.  Hoy 
conoce  el  último  de  los  ciudadanos  los  derechos  que  le  garante  la 
ley  fundamental.  Así  en  la  capital  como  en  los  departamentos  del 
interior,  se  levantan  voces  enérgicas  para  exigir  el  cumplimiento  de 
tal  ó  cual  artículo,  que  suponen  infringido,  de  la  Constitución.  Eso 
acusa  un  verdadero  progreso  que  producirá  grandes  bienes,  afirmando 
en  el  pueblo  el  amor  á  la  ley,  que  es  madre  benigna  para  todos  y  que 
están  todos  interesados  en  sostener. 

(El  número  á  que  pertenece  el  artículo  «Fiestas  Julias»  corres- 
pondiente al  17  de  julio  de  1853  y  fué  el  último  de  «La  Constitución». 
Dicho  número  registra  también  la  nota  que  extractamos  á  continua- 
ción.) 

£1  Ministerio. 

El  Ministro  de  Gobierno  solicitó  sucesivamente  para  la  cartera  de 
Hacienda  á  varias  de  las  personas  más  distinguidas  del  antiguo  par- 
tido colorado  (con  disgusto,  usaremos  de  esa  calificación  que  no  tiene 
sentido  para  nosotros)  á  los  señores  Gabriel  A.  Pereira,  Juan  Miguel 
Martínez,  Lorenzo  Batlle,  Bruno  Mas  de  Ayala  y  Manuel  Herrera  y 
Obes.  Todos  se  han  negado  con  diversos  motivos  que  en  nada  se  re- 
fieren al  programa  del  nuevo  Ministerio.— Algunos  han  dado  á  enten- 
der que  no  entrarían  al  Ministerio  sino  en  el  caso  de  que  se  diese  la 
cartera  de  Guerra  á  tal  ó  cual  individuo  que  designaban.  No  com- 
prendemos que  conformes  con  el  programa  gubernativo  se  haga  con- 
sistir la  dificultad  en  que  tal  ó  cual  individuo  ocupe  tal  ó  cual  posi- 
ción determinada.  Esa  conducta  nos  alejaría  de  los  verdaderos  prin- 


180  BDÜÁRDO   ÁGEVEDO 


cipioB  para  llevarnos  á  aquellos  desfn^'aciados  tiempos  en  que  las  per- 
sonas ocupaban  el  lugar  de  las  cosas  y  en  que  callaban  los  dictados 
de  la  razón  y  de  la  ley  ante  las  simpatías  y  las  afecciones  individua- 
les. Sería  el  caudillaje  en  una  nueva  forma.  Entretanto,  se  habla  de 
exigencias  en  ese  sentido,  y  hasta  se  tiene  la  locura  de  aparentar  la 
creencia  de  que  por  más  constitucional  que  fuera  la  marcha  del  Go- 
bierno, estallaría  una  revolución  si  no  se  llamase  al  Ministerio  á  ta- 
les ó  cuales  ciudadanos. 

Eso  es  soberanamente  absurdo:  no  hay  nadie  que  quiera  espontá- 
neamente violar  la  Constitución  de  la  República  para  que  sea  minis- 
tro, más  bien  tal  ciudadano  que  tal  otro.  Lo  que  á  todos  nos  importa 
es  que  el  país  marche  en  la  senda  constitucional :  que  se  hagan  efec- 
tivas las  garantías  á  las  personas  y  á  las  propiedades,  y  que  ninguno 
haya  que  quiera  sobreponerse  á  la  ley,  sean  cuales  fueren  sus  ante- 
cedentes. Nosotros  confiamos  en  la  capacidad  y  patriotismo  del  Pre- 
sidente de  la  República  y  en  el  buen  espíritu  que  anima  á  la  pobla- 
ción así  de  la  capital  como  del  resto  de  la  República.  Eso  nos  hace 
negar  importancia  á  todos  los  rumores  que  -  siguen  circulando  y  que 
no  podemos  atribuir  sino  á  la  necedad  ó  á  la  malevolencia. 

Al  público. 

Con  este  título  apareció  el  19  de  julio  de  1853,  en  hoja  suelta,  el 
siguiente  aviso: 

A  la  presencia  de  los  sucesos  que  han  tenido  lugar  el  18  de  julio, 
aniversario  de  la  Jura  de  la  Constitución,  nadie  extrafiará  que  cese 
de  aparecer  el  diario  que  tenía  yo  el  honor  de  redactar.  Siento,  sin 
embargo,  la  necesidad  de  pedir  á  los  suscriptores  de  <La  Constitu- 
ción» excusen  una  falta  que  no  está  en  mi  mano  evitaLV.— Eduardo 
Acevedo. 

(La  lectura  de  los  últimos  números  de  «La  Constitución»  parecería 
indicar  que  el  movimiento  revolucionario  surgió  como  una  verdadera 
sorpresa  para  el  doctor  Acevedo.  No  sucedió  así,  sin  embargo.  El  pe- 
riodista se  empeñaba  en  la  demostración  de  la  imposibilidad  moral 
de  un  movimiento  revolucionario  de  carácter  popular  que  habría 
muerto  al  nacer.  Sólo  el  motín  militar  podía  ir  contra  el  ambiente  de 
paz  que  reinaba  en  el  país.  Y  ese  terrible  factor  no  escapó  en  manera 
alguna  á  la  penetración  del  doctor  Acevedo,  según  lo  prueban  varios 
antecedentes  que  van  extractados  en  otro  capítulo). 

lina  eonsiilta  eeonómlea. 

■ 

En  las  columnas  de  «La  Constitución»  figuran,  como  se  ha  visto, 
varios  temas  económicos  de  la  mayor  importancia.  El  doctor  Acevedo, 


I     . 

I 


KXTBAGTOB  DE   «LA  CX>N8TITUC1ÓN»  181 


que  había  concentrado  fuertemente  su  inteligencia  en  el  estudio  de 
las  ciencias  jurídicas,  había  encontrado  tiempo  para  ocuparse  de  eco- 
nomía política  y  de  finanzas  en  plena  Ouerra  Grande-  Lo' demuestra, 
entre  otras  cosas,  una  carta  que  en  febrero  de  1851  le  dirigió  el  abo- 
gado brasileño  doctor  José  R.  de  Mattos,  sometiendo  á  su  fallo  varias 
proposiciones  de  economía  política  que  habían  sido  materia  de  debato 
en  un  círculo  de  amigos.  Las  proposiciones  fueron  sin  duda  alguna 
devueltas  á  su  autor.  En  el  archivo  del  doctor  Acevedo,  quedó  en 
cambio  el  borrador  de  la  consulta  expedida  tres  días  después. 

«  Usted  me  favorece  demasiado,  le  dice  al  doctor  Mattos,  cuando 
supone  que  mi  simple  aserción  positiva  ó  negativa  bastaría  para 
arrastrar  su  juicio  y  el  de  sus  amigos.  Hay  posiciones,  en  efecto,  que 
dan  al  que  las  tiene  la  facultad  de  ser  creído  bajo  su  palabra  en  cier- 
tas materias;  pero  sin  ninguna  clase  de  falsa  modestia  reconozco  que 
no  me  hallo  en  semejante  caso;  sobre  todo,  tratándose  de  una  ciencia 
de  que  sólo  me  he  ocupado  accesoriamente,  y  careciendo  ahora,  por 
efecto  de  las  circunstancias,  de  casi  todos  mis  libros.  Cuando  he  creído 
inexacta  alguna  proposición,  be  agregado  á  mi  negativa  la  ¡dea  que 
le  ha  servido  de  punto  de  partida,  evitando  desarrollos,  por  confor- 
marme en  lo  posible  á  su  deseo  de  obtener  respuestas  categóricas». 

Las  respuestas  del  doctor  Acevedo,  en  algunas  partes  se  limitan  á 
decir  que  son  exactas  las  proposiciones  transmitidas  por  el  doctor 
Mattos,  y  en  otras  entran  en  pequeños  desarrollos  que  permiten  darse 
idea  de  los  temas  controvertidos.  Sólo  reproduciremos  estas  últimas, 
únicas  que  resultan  inteligibles,  sin  tener  á  la  vista  la  consulta  del 
doctor  Mattos: 

«7.<>  Si  los  agraciados  destinan  sus  fondos  á  un  empleo  productivo 
ya  sea  en  la  agricultura  ó  en  manufacturas  para  las  que  el  país  esté 
preparado,  aumentarán  la  masa  de  riqueza  de  la  Nación;  y  no  podrá 
jamás  de  ahí  resultar  la  ruina  de  la  agricultura.  Si  los  consumen  im- 
productivamente ó  se  empeñan  en  que  un  país  agricultor  sea  fabricante 
antes  de  tiempo,  la  ruina  será  inminente.  Una  nación  que  recibe  fon- 
dos de  otra,  está  en  el  mismo  caso  de  un  particular.  Depende  todo  del 
destino  que  dé  á  esos  fondos. 

*S,^  Los  adelantos  de  las  naciones  extranjeras  ponen  á  las  naciones 
que  los  reciben  en  situación  de  trabajar;  y  lejos  de  servirle  de  carga 
tienden  á  enriquecerla.  Las  naciones  que  se  enriquecen  rápidamente, 
son  por  lo  general,  las  que  contraen  empréstitos  más  considerables, 
(me  valgo  de  la  voz  empréstito  en  su  sentido  más  lato;  de  manera  que 
comprende,  no  solamente  lo  que  se  presta  al  gobierno,  sino  lo  que  se 
da  por  los  comerciantes  en  cuenta  corriente,  mercancías  á  plazo,  etc.,  y 
aún  los  donativos  que  nunca  son  de  grande  importancia);  porque  son 
también  las  que  tienen  en  su  interior  medios  más  ventajosos  de  colo- 
car sus  capitales. 


182  EDUARDO  AOEVEDO 


«9.0  Sí  las  mercancías  importadas  son  de  consamo  pronto  y  estéril,  la 
nación  se  arruinará,  lo  mismo  que  cuando  de  otro  modo  coloque  im- 
productivamente sus  fondos;  pero  si  las  mercancías  consisten  en  man- 
tenimientos y  otros  objetos  de  primera  necesidad,  en  materias  primas 
y  en  máquinas  ú  otros  instrumentos  de  trabajo,  esas  mercancías  son 
por  sí  mismas  capitales  que  aumentan  la  riqueza  de  la  Nación. 

«10.0  Una  nación  nunca  puede  tener  por  mucho  tiempo  más  numerario 
que  el  que  exigen  sus  necesidades  actuales.  Si  esa  cantidad  es  sobre- 
pasada, los  metales  preciosos  bajan,  ó  lo  que  es  lo  mismo,  las  mercan- 
cías que  se  dan  por  ellos  suben;  y  el  comercio  ejecuta  insensiblemente 
esa  operación,  sean  cuales  fueren  las  trabas  que  quieran  oponer  los 
gobiernos. 

«11.0  Si  los  500  contos  se  han  destinado  á  la  agricultura  y  se  ha  reco- 
gido doble  cosecha,  ó  la  llevarán  los  ingleses  en  la  hipótesis  propuesta, 
aumentando  á  proporción  la  cantidad  de  sus  importaciones  en  mer- 
cancías, ó  la  llevarán  las  otras  naciones  á  cuyo  alcance  se  habrá 
puesto,  con  el  aumento  de  producción. 

«Aumentando  así  los  medios  de  subsistencia,  se  aumentará  la  pobla- 
ción y  el  país  enriquecerá  siempre  proporcionalmente  á  la  cantidad  de 
su  producción. 

«a)  La  riqueza  de  un  país  comprende  en  general  todos  los  productos 
materiales  de  la  naturaleza  y  del  trabajo  que  podemos  apropiarnos  y 
que  son  de  utilidad  al  hombre. 

«En  este  sentido,  el  oro  y  la  plata  hacen  parte  de  la  riqueza  nacio- 
nal; pues  que  tienen  para  todo  el  mundo  un  valor  directo,  es  decir, 
son  apropiables  y  pueden  ser  útiles  á  los  individuos  que  los  poseen. 
Son  más  que  un  signo. 

«El  numerario  debe,  pues,  considerarse  no  sólo  como  medida  común 
de  los  valores  permutables,  sino  como  una  mercancía  venal. 

«Es  cierto  que  á  medida  que  una  nación  se  enriquece,  aumenta  el 
valor  de  las  mercancías  que  hace  circular;  y  de  consiguiente  más  ne- 
cesidad tiene  de  numerario.  Sin  embargo,  esa  necesidad  no  crece  en 
proporción  de  la  riqueza;  cuanto  más  se  enriquece,  más  se  altera  la 
proporción.  En  los  países  ricos,  la  actividad  de  la  circulación,  hace 
que  se  necesite  comparativamente  menos  cantidad  de  numerario. 

^b)  No  hay  por  lo  general  inconveniente  en  excitar  el  trabajo  pro- 
ductivo (no  hablamos  aquí  de  lo  que  puede  suceder  en  naciones  emi- 
nentemente fabriles  como  la  Inglaterra,  que  son  excepciones  de  la 
regla  general).  El  consumo  vendrá  después  y  se  arreglará  por  sí 
mismo.  Si  Portugal  en  vez  de  producir  500  contos  de  vino,  produjese 
1,000,  aunque  en  el  primer  momento  se  viera  la  baja  de  los  vinos,  ven- 
dría en  seguida  uua  situación  normal,  aumentándose  las  exportaciones 
en  proporción  de  la  mayor  cosecha  y  balanceándose  con  la  importa- 
<sión  de  mercancías. 


EXTRACTOS  DE    «LA  CONSTITUCIÓN»  188 

<0)  Sapuesto  el  antecedente  de  que  el  consumo  se  estacione,  lo  que 
no  puede  suceder  nunca  respecto  de  los  mantenimientos,  es  cierta  la 
3.*  proposición,  pero  debo  hacer  una  observación  á  su  última  parte. 
Si  el  concurso  es  el  mismo  y  la  producción  aumenta,  el  valor  permu' 
table,  ó  sea  el  precio,  no  permanecerá  estacionario,  sino  que  bajará 
en  proporción  al  aumento  de  producción. 

*d)  Si  los  fondos  se  destinan  á  dar  impulso  á  la  agricultura  ó  in- 
dustria á  que  sea  llamado  el  país,  la  masa  de  riqueza  se  aumentará» 
Sucederá  lo  contrario  si  los  fondos  se  consumen  improductivamente, 
como  en  el  caso  de  industria  estacionada  y  abundancia  extraordina* 
ria  de  metálico,  es  más  fácil  que  suceda  lo  segundo  que  lo  primero 
{notabilísimo  ejemplo  de  la  península). 

«e)  La  introducción  forzada  de  metálico  brasileño  en  cantidad  con- 
siderable, pudo  ocasionar  abundancia  momentánea  de  metálico;  pero 
andando  el  tiempo  volverá  á  quedar  en  la  nación  sólo  el  necesario 
para  la  circulación,  sea  cual  fuer^  la  causa  que  hubiere  ocasionado  el 
exceso». 


CAPÍTULO  IV 


Actuación  parlamentaria 


EN  LA  CÁMARA  DE  DIPUTADOS 

Es  muy  incompleta  la  información  parlamentaria  de  1852  y  185B* 
Las  actas  de  la  Cámara  de  Diputados,  se  limitan  á  consignar  las 
conclusiones  simplemente  6  el  resultado  de  las  votaciones.  6on  tam- 
bién de  una  extremada  concisión  las  crónicas  de  la  prensa.  Y,  sin 
embargo,  había  taquígrafos,  según  resulta  de  varías  referencias  hechas 
por  los  diarios  y  de  algunas  mociones  de  los  diputados  sobre  remu- 
neración de  servicios  prestados.  Sólo  una  versión  taquigráfica  regis- 
tra la  prensa  de  la  época:  la  relativa  á  la  sesión  del  3  de  mayo  de 
1853,  en  que  se  hizo  el  proceso  del  Ministerio  de  Giró,  especialmente 
en  materia  de  reorganización  financiera. 

En  su  número  del  21  de  abril  de  1852,  se  ocupa  <E1  Comercio  del 
Plata»  de  la  sesión  consagrada  á  la  abolición  del  impuesto  de  luces 
Refiriéndose  inequívocamente  al  doctor  Acevedo,  lo  llama  «uno  de  los 
miembros  más  notables  de  la  mayoría»;  y  agrega  en  otro  párrafo  que 
cía  mayoría  cuenta  en  su  seno  un  miembro  influyente  y  entendemos 
que  ella  obedece  á  la  dirección  ilustrada  de  esa  notabilidad  cuyas  cua- 
lidades parlamentarias  son  reconocidas». 

La  carencia  absoluta  de  datos  sólo  permite  referirse  á  los  proyectos 
presentados  por  el  doctor  Acevedo  ó  á  las  ideas  sustentadas  en  infor- 
mes que  llevan  su  firma,  quedando  así  inutilizada  ó  perdida  la  masa 
enorme  de  la  labor  parlamentaria  en  que  él  actuó. 

En  el  extracto  que  va  á  continuación  se  mantiene  el  orden  crono- 
lógico de  las  sesiones  de  la  Cámara  de  Diputados. 

Circulación  de  monedas. 

La  Comisión  de  Hacienda  presenta  una  minuta  aconsejando  la  su- 
presión de  un  decreto  gubernativo,  que  autoriza  la  circulación  de  va* 


ACTUACIÓN    PARLA VKMTABIA  185 

rías  monedas  de  oro,  hasta  que  el  Poder  Ejecutivo  remita  todos  los 
antecedentes  para  adoptar  resolución  definitiva  sobre  el  particular. 

El  doctor  Acevedo  expresó  que  el  mencionado  decreto  infería  pe- 
ligros y  perjuicios  á  los  servidores  del  Estado;  que  además  pertene- 
cía privativamente  á  la  Asamblea  la  atribución  de  fijar  el  peso,  el 
valor  y  la  ley  de  las  monedas,  por  lo  cual  el  proyecto  debía  sancio- 
narse en  esta  otra  forma:  queda  sin  efecto  el  decreto  del  Gobierno;  la 
Asamblea  se  ocupará  con  arreglo  á  lo  que  dispone  la  Constitución, 
de  justificar  el  peso  y  valor  de  las  monedas  que  han  de  tener  curso 
legal  en  la  República;  con  tal  objeto  se  pasarán  á  la  Comisión  de 
Hacienda  todos  los  antecedentes  del  asunto,  á  fin  de  que  á  la  breve- 
dad posible  se  dicte  una  ley  sobre  el  peso,  ley  y  valor  de  las  mo- 
nedas. 

MHetam  legíñlativañ. 

Se  acababa  de  autorizar  la  negociación  de  un  empréstito  de  tres- 
cientos mil  pesos  con  destino  á  necesidades  muy  premiosas  del  servi- 
cio público,  cuando  llegó  el  turno  en  la  orden  del  día  á  la  recolución 
sobre  forma  de  pago  de  las  dietas  legislativas.  El  doctor  Acevedo 
dijo  que  le  parecía  difícil  ocuparse  del  asunto  á  raíz  de  la  exposición 
de  los  apuros  del  tesoro  público  hecha  por  el  Ministro  de  Hacienda 
y  pidió  que  la  discusión  fuera  suspendida  ó  aplazada  á  la  espera  de 
los  fondos  con  que  cuenta  el  Gobierno. 

Reapareció  algún  tiempo  después  el  asunto  en  la  orden  del  día 
produciéndose  un  debate  sobre  redacción  del  decreto,  que  dio  mérito 
á  que  el  doctor  Acevedo  dijera:  que  cuando  el  país  no  contaba  con 
los  medios  de  atender  á  las  más  urgentes  necesidades  del  servicio  pú- 
blico y  había  que  desatender  á  los  empleados,  á  los  inválidos  y  á  las 
viudas,  presentaba  ^a  Cámara  un  triste  espectáculo  ocupándose  con 
tanto  detenimiento  de  las  dietas  de  sus  miembros;  que  él  había  pedi- 
do el  aplazamiento  del  asunto;  pero  que  ya  que  se  había  creído  con- 
veniente traerlo  de  nuevo  á  consideración,  urgía  á  lo  menos  no  dete- 
nerse tanto  en  los  puntos  de  redacción  y  votar  las  distintas  mo- 
ciones. 

Al  año  siguiente,  tuvo  que  ocuparse  la  Cámara  de  Diputados  de 
otro  proyecto  de  ley  para  la  contratación  de  un  empréstito  de  un 
millón  de  pesos  destinado  al  pago  de  los  créditos  exigibles,  con  la 
garantía  del  4  %  sobre  la  importación,  creado  coa  ese  objeto.  En  esa 
oportunidad,  el  doctor  Acevedo  presentó  una  moción  que  fué  sancio* 
nada  en  el  acto,  estableciéndose  que  cmientras  no  haya  medio  de  aten- 
der el  pago  puntual  de  los  servicios  del  Estado,  autorízase  al  Poder 
Ejecutivo  para  disponer  de  los  fondos  afectados  especialmente  al  pago 
de  las  dietas  de  los  miembros  del  Cuerpo  Legislativo». 


186  EDUA.RDO  AOEYEDO 


Recaudación  é  inveratón  de  impuestos. 

En  los  comienzos  de  su  administración!  dictó  el  Gobierno  de  Giró 
un  decreto  declarando  caducadas  las  diversas  Comisiones  que  tenían 
á  su  cargo  la  administración  de  la  renta  pública.  Los  nuevos  em- 
'pleados  que  designaba  el  decreto  debían  tomar  posesión  de  sus  car- 
gos en  el  acto,  administrándose  desde  ese  momento  las  rentas  públi- 
cas con  arreglo  á  la  ley. 

Una  vez  efectuada  la  toma  de  posesión,  el  Poder  Ejecutivo  dirigió 
un  mensaje  á  la  Asamblea  acerca  de  la  situación  financiera  j  de  las 
medidas  necesarias  para  mejorarla.  «Todas  las  rentas,  dice  el  mensaje, 
están  vendidas  ó  afectadas  al  pago  de  gruesas  anticipaciones;  las  pro- 
piedades públicas,  con  la  sola  excepción  de  la  casa  de  la  Represen- 
tación Nacional,  habían  sido  enajenadas;  sobre  el  Estado  pesaba  una 
deuda  recién  contraída,  otra  mayor  y  mucho  más  antigua  y  los  presu- 
puestos impagos  de  la  lista  civil  y  militar.  Pensó  el  Poder  Ejecutivo 
en  el  recurso  del  empréstito,  pero  sólo  le  fué  dado  obtener  una  peque- 
ña parte  de  la  suma  autorizada  por  la  Asamblea.  Crecían  los  apuros 
del  erario,  los  destacamentos  de  policía  de  campaña  se  disolvían  por 
falta  de  pago;  los  abastecedores  se  negaban  á  hacer  suministros;  la 
campaña  reclamaba  un  pronto  arreglo  y  una  numerosa  policía;  clama- 
ban á  las  puertas  de  la  Tesorería  los  inválidos,  las  viudas  y  los  em- 
pleados civiles;  los  cuerpos  de  la  guarnición  estaban  llenos  de  nece- 
sidades; los  valientes  de  Caseros,  de  vuelta  á  sus  hogares,  permane- 
cían impagos;  y  con  justas  y  numerosas  reclamaciones  afligían  al  Go- 
bierno diariamente  multitud  de  acreedores.  En  tal  virtud  se  expidió 
el  decreto  de  30  de  marzo,  como  paso  previo  á  otras  medidas  y  en 
consideración  también  á  que  es  un  deber  claro  é  incuestionable,  el  de 
administrar  las  rentas  é  invertirlas  de  conformidad  con  las  leyes  ge- 
nerales existentes.  Y  como  por  una  consecuencia  inevitable  de  esta 
situación,  se  ve  el  Gobierno  sin  los  medios  indispensables  para  mar- 
char y  satisfacer  á  los  fines  de  su  institución,  cree  que  en  esa  situa- 
ción extraordinaria  que  amenaza  la  situación  del  Estado  y  la  vuelta 
al  desorden  por  la  falta  de  medios  con  que  atender  á  la  subsistencia 
del  Gobierno,  ha  llegado  el  caso  de  atender  á  la  ley  suprema  de  la 
salvación  de  la  Nación,  de  que  emana  una  obligación  superior  á  to- 
das». 

Por  uno  de  los  proyectos  de  ley  que  presentaba  el  Poder  Ejecu- 
tivo, juntamente  con  la  exposición  que  antecede,  quedaba  autoriza- 
da la  aplicación  á  los  gastos  de  los  servicios  públicos  dé  todas  las 
rentas,  suspendiéndose  entretanto  los  contratos  ó  afectaciones  vigen- 
tes. 


AOTUACIÓN  PABLAMENTABIA  187 

Hubo  una  viva  discusión  en  torno  de  la  actitud  ya  asumida  por  el 
Gobierno  y  del  proyecto  presentado,  y  la  Cámara  votó  una  orden  del 
día  motivada,  propuesta  por  el  doctor  Acevedo,  sobre  la  base  del 
dictamen  de  la  Comisión  de  Hacienda,  por  la  que  se  establecía  que  el 
artíeulo  82  de  la  Constitución  dispone  expresamente  que  al  Presidente 
de  la  Bepública  compete  cuidar  de  la  recaudación  de  las  rentas  y  de  su 
inversión  conforme  á  las  leyes,  y  que  en  su  consecuencia  el  Poder  Eje- 
<}Utivo  ha  podido  y  debido  reasumir  la  posesión  de  todas  las  rentas  en 
cumplimiento  de  lo  dispuesto  por  ese  artículo  constitucional. 

Muchos  meses  después,  en  julio  de  1853,  fué  renovado  el  debate  con 
motivo  de  un  proyecto  que  autorizaba  al  Poder  Ejecutivo  para  ena- 
jenar una  parte  de  la  renta  de  aduana.  Los  impugnadores  del  pro- 
yecto, recordaron  el  apoderamiento  de  las  oficinas  recaudadoras  por 
el  Gobierno  y  los  compromisos  anteriores  que  era  necesario  respetar, 
agregando  que  había  inconsecuencia  en  autorizar  ahora  una  enajena- 
ción que  antes  se  había  combatido  á  título  de  que  la  administración 
de  las  rentas  pertenece  constitucionalmente  al  Poder  Ejecutivo.  En 
ese  nuevo  debate,  el  doctor  Acevedo  explicó  su  actitud  de  la  siguien- 
te manera  según  la  crónica  parlamentaria  que  registra  «El  Comercio 
del  Plata»: 

«Nadie  más  que  el  orador  respeta  los  compromisos,  de  acuerdo  con 
uno  de  los  principios  de  toda  su  vida;  pero  si  otra  vez  viniera  á  la 
Cámara  la  cuestión  del  decreto  del  30  de  marzo,  otra  vez  volvería  á 
mantener  las  opiniones  que  entonces  sostuvo.  Le  duele  entrar  en  dis- 
<!usiones  desagradables,  porque  con  ellas  no  gana  la  tranquilidad 
pública,  pero  no  esquivará  el  cuerpo  á  esas  cuestiones.  Entre  los  com- 
promisos anteriores  á  que  se  había  hecho  referencia,  había  muchos 
que  eran  el  testamento  in  extremis  del  Gobierno  Provisorio  que  el  14 
de  febrero  distribuyó  todas  las  rentas  entre  quienes  le  plugo.  Lo» 
compromisos  para  ser  respetables,  deben  tener  el  sello  de  la  ley.  Re- 
pite que  siente  y  mira  con  horror  el  entrar  en  discusiones  que  lleva- 
rían muy  lejos». 

Mirando  el  pasado. 

Al  discutirse  la  abolición  del  impuesto  de  luces,  se  produjo  un 
debate  bastante  vivo  acerca  de  si  el  referido  impuesto  había  sido  dic- 
iado ó  no  por  la  Asamblea  Legislativa,  y  en  consecuencia  si  debía 
emplearse  en  el  proyectóla  palabra  «ley»  ó  la  palabra  «determina- 
ción» al  calificar  actos  de  las  autoridades  que  actuaban  en  Montevi- 
deo durante  el  año  1844.  Con  el  sincero  deseo  de  estrechar  y  unir  á 
los  buenos  orientales,  dijo  el  doctor  Acevedo  que  era  preferible  callar 
antes  que  proferir  expresiones  que  pudieran  causar  desinteligencias,  y 


188  EDUABDO  ACEVEDC 


que  el  proyecto  podía  establecer  simplemente  «cesa  el  impuesto  de 
luces  creado  por  disposiciones  anteriores». 

Otro  debate  más  agrio  tuvo  lugar  con  motivo  de  la  jubilación  solici- 
tada por  el  Secretario  de  la  Cámara,  don  Juan  Manuel  de  la  Sota.  La 
Comisión  de  Peticiones  «concedía  la  jubilación  con  la  mitad  del  suel- 
do asignado».  Explicando  el  dictamen,  dijo  el  miembro  informante 
doctor  Acevedo,  que  el  proyecto  regularizaba  la  posición  del  Secreta- 
rio, dándole  una  jubilación  válida  en  vez  de  la  nula  que  tenía.  Se 
objetó  que  la  jubilación  ya  se  había  acordado  por  el  Presidente  Suá- 
rez  y  que  desde  entonces  se  proyectaba  en  realidad  revalidar  hechos 
del  pasado.  «Eso  es  atentatorio  á  la  legitimidad  del  Gobierno  de  la 
Defensa  y  es  infame»,  exclamó  uno  de  los  diputados.  Contestó  el 
doctor  Acevedo,  que  no  imitaría  al  impugnador  en  esa  violencia  de 
lenguaje  que  se  había  permitido  con  olvido  de  lo  que  debía  á  la  Cá- 
mara y  á  sí  mismo;  que  fueran  cuales  fuesen  las  provocaciones,  no 
descendería  al  campo  á  que  se  le  quería  arrastrar;  y  que  conservando 
la  calma  que  correspondía  á  los  encargados  de  representar  tan  sa- 
grados intereses,  sostendría  el  dictamen  de  la  Comisión  que  se  había 
expedido  en  conformidad  del  artículo  16  de  la  ley  de  8  de  mayo  de 
1836.  Agregó  que  no  i^e  ocuparía  de  la  herejía  constitucional  de  que 
en  el  Gobierno  de  Montevideo  se  hubieran  reasumido  todas  las  fa- 
cultades de  los  altos  Poderes  del  Estado. 

Las  manifestaciones  que  estos  debates  provocaban  en  la  barra,  die- 
ron lugar  á  que  un  fuerte  grupo  de  diputados,  del  que  formaba  parte 
el  doctor  Acevedo,  pidiese  que  las  sesiones  tuviesen  lugar  de  día  y 
no  de  noche  «llevados  de  un  sincero  deseo  de  evitar  colisiones  des- 
agradables». 

Incompatibilidades  parlamentarias. 

Se  dio  cuenta  de  que  el  Poder  Ejecutivo  no  había  podido  convocar 
al  diputado  por  el  departamento  del  Salto  en  razón  de  que,  así  el  ti- 
tular como  el  suplente,  habían  entrado  á  desempeñar  las  Jefaturas 
Políticas  de  ese  departamento  y  del  de  Soriano.  Un  diputado  insinuó  la 
idea  de  que  la  Cámara  arbitrase  un  medio  para  hacer  la  convocación 
directamente.  El  doctor  Acevedo  pidió  entonces  la  lectura  del  arti- 
culo 34  de  la  Constitución  y  dijo  que  por  el  texto  expreso  de  la  ley 
la  Cámara  no  podía  compeler  al  electo  á  que  viniese  á  ocupar  su  ban- 
ca. La  Constitución,  agregó^  sólo  ha  legislado  para  el  caso  de  haberse 
producido  la  incorporación  ala  respectiva  Cámara,  que  no  es  el  caso 
en  cuestión;  y  desde  que  por  otro  artículo  constitucional  todo  indi- 
viduo puede  hacer  lo  que  la  ley  no  prohibe,  es  claro  que  el  ciudada- 
no no  incorporado  todavía  á  la  Cámara  tiene  el  derecho  de  aceptar 
empleos  del  Poder  Ejecutivo. 


AOTUAOIÓN    PARLAMENTARIA  189 


Contratos  de  eolonos. 

Una  de  las  exigencias  más  imperiosas  de  este  país,  según  el  doctor 
Aoevedo,  es  el  aumento  de  la  población,  y  sin  que  el  orador  consi- 
dere que  la  autoridad  debe  hacer  nada  directamente  para  conseguir- 
lOf  debe  cuando  menos  remover  loe  obstáculos  que  se  oponen  á  la 
inmigración,  uno  de  esos  obstáculos  es  la  falta  de  medios  para  com- 
peler á  los  colonos  al  cumplimiento  de  los  compromisos  que  contrai- 
•gñn.  Hombres  que  en  Europa  á  duras  penas  consiguen  ganar  tres  6 
cuatro  pesos  mensuales,  reciben  la  propuesta  de  venir  mediante  el 
pago  de  doce  á  catorce  pesos*  y  la  aceptan  como  muy  ventajosa* 
Pero  luego  de  llegar,  encuentran  quien  les  ofrezca  el  doble  de  lo  que 
les  marca  la  contrata,  y  abandonan  sus  compromisos  sin  que  los  pa- 
trones tengan  los  medios  para  compelerlos  á  su  cumplimiento. 

He  aquí  las  disposiciones  principales  del  proyecto  de  ley  presenta* 
do  por  el  doctor  Acevedo:  que  pertenece  exclusivamente  á  los  jue- 
ces de  paz  con  apelación  ante  el  Juzgado  de  lo  Civil,  el  conocimien. 
to  y  resolución  de  todas  las  diferencias  que  puedan  suscitarse  sobre 
la  inteligencia  y  cumplimiento  de  los  contratos  celebrados  entre  los 
inmigrantes  y  colonos  y  las  personas  que  han  pagado  sus  pasajes  6 
adquirido  derecho  á  sus  servicios;  que  los  colonos  que  no  cumplan 
6US  contratos  serán  compelidos  con  multas  de  10  hasta  100  pesos,  ó  en 
su  defecto  trabajos  públicos  desde  diez  días  hasta  tres  meses  en  pro- 
porción al  tiempo  que  falte  para  llenar  los  contratos;  que  en  el  caso 
de  que  los  colonos  justificasen  maltratamiento  de  parte  délos  patro 
nes,  podrían  ser  autorizados  por  los  jueces  de  paz  para  pasar  al  ser- 
vicio de  otras  personas  que  respondan  á  los  primeros  de  lo  que  falte 
para  llenar  sus  participaciones,  sin  perjuicio  de  la  pena  que  corres- 
ponda por  la  ley  á  los  actos  ejecutados  por  los  patrones. 

La  crónica  parlamentaria  de  <El  Comercio  del  Plata»  contiene  al- 
gunas referencias  al  debate  de  este  proyecto,  que  van  extractadas  á 
continuación  en  la  parte  relativa  al  doctor  Acevedo: 

Cuando  presentó  el  proyecto  que  ha  adoptado  la  Comisión,  sostuvo 
que  la  inmigración  vendría  espontáneamente,  que  la  intervención  del 
Estado  sería  impolítica  y  antieconómica,  y  que  no  es  contra  eeaa 
ideas  que  reacciona  el  proyecto.  Lo  que  quiere  ahora  es  dar  al  país 
la  seguridad  que  se  encuentra  en  los  Estados  Unidos  y  que  aquí  no 
existe.  Un  colono  contratado  en  Europa  viene  á  Montevideo,  sirve 
uno  ó  dos  meses  y  se  retira  de  la  casa  de  su  patrón.  Para  obligarlo 
á  cumplir  su  contrata,  es  necesario  un  pleito  largo,  y  cuando  al  fin  se 
pronuncia  la  sentencia  conminatoria,  resulta  el  fallo  ilusorio,  porque 
el  ejecutado  carece  de  bienes.  La  convicción  del  cumplimiento  forzó- 


190  EDUARDO  ACEYEDO 


80»  bastaría  para  que  el  colono  no  se  expusiera  á  ese  caso.  Respon- 
diendo á  una  objeción,  expresó  el  doctor  Acevedo  que  en  negocios  de 
esta  naturaleza,  lo  que  importa  es  la  celeridad  en  los  procedimientos. 
Hay  países  donde  únicamente  la  policía  resuelve  las  cuestiones  sus- 
citadas entre  empresarios  y  peones.  Y  aún  cuando  el  orador  no  ad- 
mite tal  intromisión  de  la  autoridad  ejecutiva  en  funciones  judiciales, 
considera  que  debe  irse  sin  vacilar  á  la  simplificación  de  los  trámi- 
tes. Ocupándose  más  adelante  del  punto  fundamental  del  proyecto, 
dijo  que  no  era  su  ánimo  que  fuesen  á  la  cárcel  los  colonos  que  fal- 
tasen á  sus  compromisos.  La  sola  existencia  de  una  ley  conminato- 
ria induciría  á  los  colonos  al  cumplimiento  de  sus  contratos.  Se  de- 
muestran alarmas,  porque  se  ponga  preso  á  un  hombre  en  protección 
de  la  propiedad.  Desde  que  el  orden  social  existe,  están  en  pugna 
los  principios  relativos  á  la  persona  y  á  la  propiedad.  Unos  quieren 
más  protección  para  la  primera  y  otros  para  la  segunda.  La  pena 
que  establece  el  proyecto  ocupa  un  término  medio:  ella  servirá  sólo 
para  compeler  á  los  colonos  remisos,  pues  nadie  querrá  ir  á  presidio 
y  trabajos  públicos  por  no  cumplir  el  contrato. 
(Fué  aprobado  el  proyecto  con  modificaciones). 

Privilegian  de  Invención. 

En  un  proyecto.de  ley  presentado  por  la  Comisión  de  Peticiones, 
de  la  que  formaba  paí^e  el  doctor  Acevedo,  se  establece  que  al  con- 
cederse el  privilegio  exclusivo  por  el  término  de  doce  años  en  favor 
de  un  específico  inventado  por  el  solicitante,  «no  queda  en  manera 
alguna  garantida  ni  la  prioridad  ni  el  mérito  de  la  invención»;  agre- 
gando el  informe  <\e  la  Comisión  inserto  en  «El  Comercio  del  Plata» 
que  «aquí  no  se  trata  de  nada  que  pueda  trabar  la  libertad  de  in- 
dustria, sino  de  garantir  el  derecho  de  propiedad  que  debe  ser  tan  sa- 
grado relativamente  á  las  invenciones,  como  en  todos  los. demás  obje- 
tos en  que  ordinariamente  se  ejercita.  Tan  dueño  debe  ser  un  hombre 
de  su  idea  como  de  su  terreno  ú  otro  objeto  cualquiera  que  le  perte- 
nece». 

Varios  meses  después,  otro  informe  de  la  Comisión  de  Legislación 
suscripto  también  por  el  doctor  Acevedo,  al  ocuparse  del  proyecto 
reglamentario  de  las  patentes  de  privilegio  exclusivo,  introdujo  es- 
tas dos  cláusulas:  que  no  se  concederá  en  ningún  caso  patente  de 
privilegio  exclusivo  respecto  de  objetos  que  estén  en  el  dominio  pú- 
blico y  en  que  tiene  derecho  á  ejercitarse  la  libertad  de  industria  ga- 
rantida por  la  ley  fundamental,  y  que  el  Poder  Ejecutivo  reglamen- 
tará libremente  la  forma  y  requisitos  para  el  otorgamiento  de  las  pa- 
tentes. 


ACTUACIÓN    PARLAMENTARIA  191 


lias  tierras  públicas  j  la  deuda. 

£1  doctor  Acevedo  presentó  un  proyecto  de  ley  estableciendo:  la* 
afectación  de  todas  las  tierras  y  propiedades  públicas  á  la  amortiza- 
ción de  la  deuda  general  del  Estado;  la  prohibición  absoluta  de  toda 
enajenación  de  tierras  y  propiedades  públicas,  no  debiendo  admi- 
tirse nuevas  denuncias,  ni  darse  curso  á  las  que  estuvieran  en  trá- 
mite; y  el  levantamiento  inmediato  de  una  mensura  general  del  terri- 
torio de  la  República  conforme  á  los  títulos  legítimos  que  presenten 
los  particulares. 

(Fué  sancionado  por  la  Cámara). 

Tratados  con  el  Brasil. 

Normalizada  la  situación  del  país  con  el  establecimiento  del  régi- 
men constitucional,  exigió  el  Brasil  una  actitud  definida  y  rápida  en 
el  asunto  de  los  tratados  celebrados  el  12  de  octubre  de  1851  por  el 
Oobierno  Provisorio  de  Suárez  y  el  Imperio.  La  oportunidad  no  esta- 
ba indicada  para  una  reapertura  de  los  debates,  que  habría  dado  ori- 
gen al  resurgimiento  de  los  partidos  y  á  la  intervención  del  Brasil», 
cuyos  batallones  estaban  acampados  todavía  en  territorio  oriental. 

Dictó,  en  consecuencia»  el  Presidente  Giró  su  decreto  de  13  de 
mayo  de  1852  por  el  que  declaraba  «que  el  Gobierno  Oriental  ha- 
biendo encontrado  dichos  tratados  ratificados  por  el  Gobierno  Provi- 
sorio, canjeadas  sus  ratificaciones  y  llevados  á  ejecución  en  su  ma- 
yor parte,  los  considera  como  hechos  consumados  cuyo  respeto  le  in- 
teresa sostener  como  continuación  de  la  política  del  Gobierno  consti- 
tucional». Después  de  esta  declaración  inició  el  Gobierno  gestiones 
para  obtener  la  modificación  del  tratado  sobre  límites,  surgiendo  de 
ahí  un  nuevo  convenio  que  en  el  acto  fué  pasado  para  su  aprobación 
al  Cuerpo  Legislativo. 

En  la  Cámara  de  Senadores,  se  dictó  lisa  y  llanamente  la  aproba- 
ción. Pero  al  pasar  á  la  Cámara  de  Diputados,  la  Comisión  Especial 
de  que  formaba  parte  el  doctor  Acevedo,  aconsejó  un  preámbulo  al 
decreto  de  aceptación,  concebido  en  estos  términos:  «con  la  esperanza 
de  ulteriores  modificaciones  que  pongan  de  acuerdo  las  estipulacio- 
nes de  los  tratados  de  1851  con  los  verdaderos  intereses  de  la  Repú- 
blica, apruébase,  etc.».  Hubo  una  larga  discusión  en  la  Cámara.  To- 
dos oslaban  de  acuerdo  en  la  necesidad  de  aprobar  los  tratados.  Pe- 
ro, mientras  que  el  doctor  Acevedo  y  los  miembros  de  la  mayoría  de- 
fendían el  preámbulo,  los  miembros  de  la  minoría  con  el  doctor  José 


192  EDUARDO  AOKVEDO 


María  MuSioz  á  la  cabeza»  pugnaban  por  la  aceptación  lisa  j  llana 
que  había  prevalecido  eu  el  Senado.  No  existen  versiones  taquigrá- 
ficas y  apenas  cabe  establecer  que  segán  la  crónica  de  <E1  Comercio 
del  Plata»  el  doctor  Acevedo  dijo:  «que  se  necesitaba  algo  que  de- 
mostrase al  país  que  la  Cámara  no  estaba  divorciada  con  el  senti- 
miento de  la  nación  y  que  era  menester  satisfacer  la  ansiedad  ge- 
neral». 

Quedó  el  preámbulo  incorporado  á  la  ley. 

(En  carta  de  11  de  diciembre  de  1851,  decía  lo  siguiente  el  doctor 
Manuel  Herrera  y  Obes  al  doctor  Acevedo: 

<  Yo  juro  á  usted  que  no  he  sacado  más  porque  no  he  podido.  La 
cuestión  de  territorio  he  considerado  q  ue,  por  ahora»  es  para  nosotros 
secundaria.  La  política  es  la  principal;  es  decir,  la  de  paz  y  estabilidad. 
Cuando  ellas  nos  traigan  población  y  riqueza,  no  nos  ha  de  faltar  te- 
rritorio, ni  donde  tomarlo  si  no  lo  tenemos.  Robustezcámonos,  seamos 
fuertes  y  después  veremos  >. 

Dos  años  después  el  señor  Juan  José  Boto  en  carta  dirigida  al  doc- 
tor Acevedo,  denunciaba  así  uno  de  los  procedimientos  que  se  habían 
puesto  en  juego  para  el  cercenamiento  del  territorio  oriental: 

«Río  Janeiro,  marzo  29  de   1853.  — Hablando  con  persona 

muy  influyente  en  la  política  sobre  que  el  general  Andrea  apli- 
caba en  cada  lugar  la  doctrina  que  convenía  á  sus  intereses, 
demostrándole  yo  esto  y  observándole  que  la  base  del  uii  possi" 
detts  cumplida  religiosamente  no  podía  herir  la  susceptibilidad 
de  ninguno  de  los  dos  países  ni  presentar  el  menor  inconveniente 
para  practicar  la  demarcación,  le  dije  al  mismo  tiempo  que  esa  cláu- 
sula estaba  viciada  desde  su  origen,  porque  á  la  vez  que  en  los  tra- 
tados se  establecía  el  uti  possidetis,  se  tiraba  después  una  línea  desde 
Yaguarón  chico  á  la  barra  de  San  Luis  en  el  río  Negro,  por  la  cual 
pasaba  á  ser  de  ellos  porción  de  territorio  de  que  nosotros  estábamos 
en  posesión,  quedando  ipso  fació  violado  el  uti  possidetis,  ¿Sabe  usted 
lo  que  me  contestó  ?  «iHombre!  eso  del  Yaguarón  es  verdaderamente 
una  infración;  pero  ha  sido  una  cosa  de  que  los  negociadores  no  han 
podido  prescindir.  Honorio,  íntimo  amigo  de  Ribeiro,  quiso  que  las 
estancias  de  éste  quedasen  en  territorio  brasileño,  y  he  ahí  por  qué  se 
tiró  esa  línea.  Lamas  quiso  oponerse,  pero  ó  se  firmaban  así  los  tra- 
tados ó  no  se  firmaban,  y  usted  comprenderá  que  no  valía  la  pena  de 
romper  los  tratados,  porque  una  estancia  quedase  dentro  ó  fuera  del 
territorio  >.  Esta  fué  la  explicación  que  me  dio,  la  que  ha  contribuido 
á  abrir  más  y  más  mis  ojos  sobre  el  modo  ligero  con  que  se  ha  proce- 
dido sobre  cuestiones  tan  delicadas  y  que  exigían  tanta  meditación  y 
prudencia.  Es  probable  que  hoy  haya  otros  compadrazgos  como 
los  de  Honorio  con  Ribeiro,  y  que  esos  sean  los  verdaderos  motivos 
de  las  dificultades  que  se  están  tocando  »). 


AOTÜÁOldN  fARtÁMlíNTABIÁ  193 


Pre««p«esto  i^enerml  de  gamtom. 

Para  ser  inoorporados  á  la  ley  de  preeapuesto  general  de  gastos, 
presentó  el  doctor  Aceyedo  varios  artículos  adicionales,  estableciendo 
que  el  Poder  Ejecutivo  procedería  á  la  revisión  de  todas  las  pensiones 
y  cédulas  de  inválidos,  clasiñcándolas  conforme  á  las  leyes,  sin  per. 
juicio  del  recurso  de  que  se  considerasen  asistidos  los  interesados; 
que  el  mismo  Poder  Ejecutivo  separaría  de  la  plana  mayor  del  ejér- 
cito á  todos  los  oficiales  de  la  Guardia  Nacional  y  á  los  ya  reforma- 
dos, dejándoles  opción  á  los  premios  que  la  ley  pudiera  acordarles; 
que  todos  los  jefes  y  oficiales  sea  cual  fuere  su  graduación,  no  es- 
tando en  servicio  activo,  se  considerarían  agregados  al  Estado  Mayor 
pasivo,  á  medio  sueldo. 

Abolieión  del  Impuesto  de  aleábala. 

Al  discutirse  un  proyecto  de  modificaciones  al  impuesto  de  alcabala, 
presentó  el  doctor  Acevedo  un  artículo  sustitutivo  por  el  que  se  su- 
primía en  absoluto  el  mencionado,  impuesto.  Según  la  crónica  parla- 
mentaria de  «La  Constitución»,  expresó  el  orador  que  ese  derecho  era 
contrario  á  todos  los  principios,  era  antieconómico  y  era  inmoral.  No 
triunfó  la  idea  en  la  Cámara  de  Diputados;  pero  en  el  Senado  tuvo 
eoo,  y  cuando  el  proyecto  pasó  á  la  Cámara  de  Diputados  también  fué 
sancionado,  quedando  por  lo  tanto  abolida  la  alcabala. 

Ambiente  de  pax. 

(En  la  víspera  de  la  clausura  de  las  sesiones  ordinarias  de  julio  de 
1852,  escribió  «El  Comercio  del  Plata»  las  siguientes  palabras:  «Des- 
pués de  la  exaltación  en  que  se  encontraron  los  ánimos  de  los  legis- 
ladores al  otro  día  de  la  paz,  ha  ido  poco  á  poco  renaciendo  la  calma 
en  el  recinto  legislativo  y  armonizando  en  eso  con  el  sentimiento  uni- 
versal, vemos  dichosamente  desterrados  de  allí  todos  los  motivos  de  un 
entredicho  en  los  representantes,  que  tanto  mal  pudo  causar  á  la  Repú- 
blica; se  acercan  hoy  al  15  de  julio  y  ella  en  verdad  no  puede  repro- 
charles el  haber  antepuesto  sus  afecciones  al  bien  general  déla  tierra*. 
El  mismo  diario  agregó  estas  otras  palabras  en  su  editorial  del  18  de 
julio  de  1852:  «La  paz  va  echando  raíces;  la  fraternidad  en  los  hijos 
de  una  misma  familia  es  hoy  la  religión  del  ciudadano;  y  la  era  de  la 
reconstrucción  sigue  su  curso  dando  paulatinamente  aquellos  frutos 
que  de  ella  se  aguardaban») . 

18 


194  fiDüARDO   ACEVEDO 


HomeoiUe  al  llenera!  Alvear. 

Presentó  el  doctor  Acevedo  un  proyecto  de  pensión  á  la  viuda  del 
general  argentino  Garlos  de  Alvear,  en  remuneración  de  los  impor- 
tantes y  singulares  servicios  prestados  al  país  por  el  referido  militar. 

Paeblos  de  Santa  Rosa  j  SarandL 

Dos  pueblos  deben  su  origen  á  la  iniciativa  del  doctor  Acevedo:  el 
pueblo  Bella  Unión,  entre  las  confluencias  de  los  ríos  Cuareim  y  Ña- 
quiná  con  el  Uruguay,  cuya  denominación  fué  cambiada  en  el  Sena- 
do por  la  de  Santa  Rosa;  y  el  pueblo  Sarandí,  en  las  confluencias  de 
los  arroyos  Sarandí  y  las  CaÜas  con  el  río  Negro. 

Abolición  de  las  levas. 

Establece  un  proyecto  de  ley  presentado  por  el  doctor  Acevedo, 
que  el  Poder  Ejecutivo  hará  cesar  inmediatamente  el  sistema,  inmo- 
ral y  contrario  á  la  ley  fundamental,  de  las  levas  para  atender  al 
reemplazo  del  ejército  permanente,  agregando  que  sólo  serán  desti- 
nados al  ejército  permanente  en  calidad  de  vagos  los  que  fueren  de- 
clarados tales  por  Juez  competente . 

(Fué  convertido  en  ley  por  la  Asamblea). 

lia  medalla  de  CJaseros. 

(El  Gobierno  Provisorio  de  Suárez  dictó  un  decreto  el  13  de  febre- 
ro de  1852,  dos  días  antes  de  abrirse  las  sesiones  ordinarias  del  Cuer- 
po Legislativo,  acordando  medallas  á  los  vencedores  de  Caseros.  Va- 
rios jefes  militares  se  presentaron  algunos  meses  después  á  la  Asam- 
blea solicitando  la  concesión  de  esa  medalla,  y  con  tal  motivo  se 
produjo  un  largo  y  acalorado  debate,  en  que  la  mayoría  de  la  Cámara 
sostenía  que  la  concesión  de  honores  correspondía  privativamente  á 
la  Asamblea  y  debía  ser  votada  por  ella,  mientras  que  la  minoría  en- 
tendía que  el  referido  decreto  era  un  hecho  consumado  que  el  Cuer- 
po Legislativo  no  podía  ni  debía  discutir.  Como  resultado  de  este 
debate,  fué  sancionada  la  ley  ratificatoria  del  decreto  del  Gobierno 
Provisorio,  en  medio  de  vivas  protestas  de  la  minoría,  que  llegó  hasta 
el  extremo  de  presentar  un  proyecto  por  el  que  se  declaraba  que  ha- 
biendo el  Presidente  Giró  repartido  las  medallas  acordadas  por  el 
Gobierno  de  Suárez,  la  Asamblea  debía  averiguar  si  aquel  magistra- 
do era  6  no  un  violador  de  la  Constitución  de  la  República). 


ÁOraAGlÓR  PABLAMXMTARIA  19S 

A  la  cr6iiica  parlamentaria  de  «Eü  Ck>mercio  del  Plata»  pertenecen 
las  sígiiientes  referencias  al  discorso  pronandado  por  el  doctor  Ace- 
vedo,  en  la  sesión  del  4  de  mano  de  1853: 

«Extraña  el  orador  el  corso  que  ha  tomado  la  disensión  y  que  no 
creía  tomase  en  nn  principio.  Está  enteramente  de  acuerdo  en  que  los 
hechos  consumados  no  deben  tocarse,  como  también  lo  está  de  que  esa 
consideración  sólo  puede  ll^;ar  hasta  la  justificación  del  silencio;  que 
cuando  uno  de  los  hechos  Tiene  al  encuentro  de  la  Asamblea  y  él 
encierra  una  infracción  de  la  Constitución,  la  Asamblea  no  debe  san- 
cionarlo. El  13  de  nuurzo,  agrega,  funcionaban  ambas  Cámaras;  ¿por 
qué  apresurarse  tanto  á  decretar  pensiones  y  honores?  ¿Se  creía  aca- 
so que  las  Cámaras  no  se  prestarían  de  buena  voluntad  á  conceder- 
los? El  orador  habría  desculo  no  entrar  en  estos  antecedentes.  La 
Asamblea  debe  adherir  al  premio  merecido  por  los  servicios  prestados 
á  la  Bepública,  dando  su  aprobación  al  decreto  de  13  de  febrero. 
Semejante  ratificación  no  importa  poner  en  duda  la  legitimidad  de 
los  Gobiernos  anteriores,  sino  simplemente  que  á  la  Asamblea  corres- 
ponde el  otorgamiento  de  premios.  Concluye  manifestando  que  la  Cá- 
mara toda  daría  su  adhesión  al  decreto.» 

(Véanse  las  demás  referencias  al  tema  controvertido,  que  van  en  el 
capítulo  relativo  á  «La  Constitución».) 

PaÉnmato  sobre  los  menores  de  color. 

Sancionó  la  Cámara  de  Senadores  un  proyecto  de  reglamentación 
del  patronato  de  los  menores  de  color.  La  Comisión  de  Legislación 
de  la  Cámara  de  Diputados  de  que  formaba  parte  el  doctor  Acevedo, 
fué  más  lejos  y  aconsejó  lisa  y  llanamente  la  abolición  del  patrona- 
to, declarando  en  su  lugar  que  los  menores  de  color  quedaban  suje- 
tos á  las  disposiciones  generales  sobre  menores.  «La  Comisión  recono- 
ce, dice  el  informe,  con  el  proyecto  del  Senado,  la  necesidad  de  po- 
ner un  término  al  abuso  que  se  hace  de  la  transferencia  del  patrona- 
to, manteniendo  así  entre  nosotros  una  esclavitud  disfrazada.  Pero, 
ella  va  más  adelante.  La  Comisión  cree  que,  faltando  entre  nosotros 
el  motivo  del  patronato,  debe  desaparecer  de  nuestras  leyes,  como  ha 
desaparecido  la  esclavitud  que  le  dio  origen.  En  la  época  en  que  la 
esclavitud  estaba  en  nuestras  leyes,  no  pudiendo  los  esclavos  tener 
patria  potestad,  tenía  que  determinar  la  ley  los  medios  de  suplirla. 
He  aquí  el  origen  del  patronato.  Pero,  desdo  que  desapareció  la  es- 
clavitud, no  hay  inconveniente  alguno  en  que  los  menores  de  color 
queden  bajo  la  potestad  de  sus  padres  legítimos,  sujetos  á  las  dispo- 
úciones  generales.  Ante  la  Constitución  de  la  Bepública,  no  son  in* 
feriores  los  hombres  de  color  á  los  demás  ciudadanos.» 


I9d  IBDÜABDO  ÁCÉVÜDO 


Adieten  á  la  le j  de  eleeetone«« 

Proyecto  de  adiciones  á  la  ley  electoral,  obra  del  doctor  Aoeyedo: 
el  Registro  Cívico  concluirá  precisamente  el  31  de  agosto  de  cada  afio 
en  que  hubieren  de  verificarse  elecciones;  para  ser  inscripto,  debe 
acreditarse  la  ciudadanía,  la  edad  de  20  aftos  cumplidos  y  saber  leer 
y  escribir;  desde  el  día  l.<^  de  septiembre  se  fijará  ese  Registro  en  un 
cuadro  en  cada  Juzgado  de  Paz;  los  ciudadanos  de  la  sección  no  sólo 
podrán  reclamar  de  su  no  inscripción  en  el  Registro,  sino  también  de 
la  inncripción  de  individuo  que  no  pertenezca  á  la  sección  ó  que  no 
goce  de  derechos  políticos,  sea  cual  fuere  la  sección  en  que  se  halla- 
se inscripto;  las  cuestiones  que  sobrevengan  y  que  no  pueda  zanjar 
el  Juez  de  Paz,  las  resolverá  la  mesa  electoral  primaria  con  apelación 
para  ante  la  mesa  central;  cada  ciudadano  recibirá  el  número  de  su 
inscripción  en  el  Registro  Cívico  de  la  respectiva  sección;  nadie  po- 
drá votar  fuera  de  su  sección,  á  cuyo  efecto  se  considerará  estable- 
cido el  domicilio  por  seis  meses  de  residencia  continua  en  la  misma 
sección;  el  ciudadano  que  cambiase  de  domicilio,  podrá  transportar  su 
inscripción,  hasta  un  mes  antes  de  las  elecciones;  en  los  pueblos  -ca- 
beza de  departamento,  donde  no  haya  alcalde  ordinario,  hará  sus 
veces  el  presidente  de  la  Junta  Económico-Administrativa.  (Fué 
aprobado  por  la  Cámata). 

Caja  de  Amortizaeláii» 

£1  doctor  Acevedo  presentó  un  proyecto  de  creación  de  la  Caja  de 
Amortización  y  rescate  de  la  deuda  general  del  Estado,  sin  perjuicio, 
dice  el  artículo  l.o,  de  las  demás  operaciones  que  puedan  efectuarse  en 
adelante.  Los  fondos  se  compondrán  de  5%  de  todas  las  rentas  genera- 
les de  Estado»  á  excepción  de  las  de  papel  sellado  y  patente,  aparte  de 
las  tierras  públicas  que  le  están  afectadas;  la  administración  estará  á 
cargo  de  una  Comisión  compuesta  de  un  senador,  dos  diputados,  el 
tenedor  de  toda  escritura  pública  por  crédito  contra  el  Estado  y  el 
apoderado  general  de  cada  una  de  las  diversas  categorías  de  acreedo- 
res establecidas  por  la  Junta  de  Crédito  que  hicieren  propuestas  de 
arreglo  sobre  las  que  recayere  aprobación  legislativa;  para  la  mejor 
recaudación  de  las  rentas,  la  Comisión  por  parte  de  los  acreedores 
tendrá  la  intervención  que  fijará  el  Reglamento;  la  Comisión  recibirá 
en  todo  tiempo  las  propuestas  cerradas  que  le  fueren  dirigidas,  y  en 
los  primeros  ocho  días  del  mes  las  abrirá  en  acto  público  avisado  con 
anticipación,  admitiendo  las  más  ventajosas  que  se  hubieran  hecho 
sobre  contratos  registrados  en  todas  las  oficinas  establecidas  al  efeo* 
to;  ningún  pago  hecho  en  esta  forma  obstará  á  la  revisión  por  el 
Cuerpo  Legislativo. 


ÁOTUÁCrÓN  PABLAMEIITABIÁ  197 

Fundando  su  proyecto  el  doctor  Acevedo  invocó  las  siiruienteB  ra- 
zones, ses^n  la  crónica  parlamentaria  de  «La  Constitución»: 

Que  hasta  ahora  se  había  abstenido  de  presentar  pensamiento  al- 
guno relativo  al  arreglo  de  la  deuda,  porque  no  había  querido  difi- 
cultar quizá  el  plan  que  tuviere  el  Ministerio.  Que,  sin  embargo,  la 
publicación  que  se  había  hecho  en  los  diarios  de  un  documento  ema- 
nado de  la  Junta  de  Crédito  Público,  lo  había  decidido  á  presentar  el 
anterior  proyecto.  Que  de  ese  documento  resul|Aba  que  la  Junte  no 
creía  poder  concluir  la  operación  de  que  estaba  encargada  antes  de 
fin  de  junio,  lo  que  importería  la  seguridad  de  que  este  período  le- 
gislativo pasase  como  el  anterior,  sin  que  nada  se  hiciere  para  el 
arreglo  de  la  deuda.  Que  semejante  proceder  importaría  una  injusti- 
cia hacia  una  clase  numerosa  del  Estado  que  tenía  derechos  sagrados 
que  hacer  valer  y  á  la  que  no  podía  por  más  tiempo  descuidarse.  Que 
por  otra  parte  el  proyecto  presentado,  en  manera  alguna  dificultaría 
cualquier  plan  que  quisiera  adoptarse,  que  todos  los  simplicaba  desde 
que  se  daba  el  convencimiento  de  que  la  Cámara  se  interesaba  en 
que  el  país  pagara  lo  que  el  país  debía  y  en  que  llegara  lo  más  pron- 
to posible  la  ocasión  en  que  desapareciera  el  diverso  origen  de  los 
créditos,  para  no  ver  sino  la  cantidad  que  representaban. 

Véase  lo  que  dijo  la  Comisión  de  Hacienda: 

«Que  no  habiéndose  estudiado  por  el  Ministerio  las  medidas  satis- 
factorias y  generales  acerca  de  la  deuda  que  pesa  sobre  el  Estado,  y 
anunciándose  oficialmente  por  la  Junta  de  Crédito  que  la  liquidación 
de  lo  presentado  no  podrá  terminarse  antes  del  presente  período  de 
la  Legislatura,  nada  más  conforme  con  la  reconocida  necesidad  de 
comenzar  á  dar  á  los  acreedores  una  prenda  de  seguridad,  que  esta 
demostración  práctica  de  la  decidida  voluntad  que  las  autoridades 
nacionales  tienen  de  pagarles,  dándoles  cuanto  en  la  actualidad  es 
posible.  Sabe  la  Comisión  que  atonta  la  enormidad  de  la  deuda,  es 
mínima  y  casi  imperceptible  la  cantidad  que  por  ahora  ha  de  figurar 
en  la  Caja  de  Amortización,  y  sabe  también  que  por  diminuta  que 
sea,  viene  aparentemente  á  agravar  el  déficit;  pero  la  Caja  de  Amorti- 
zación no  obsta  á  ninguna  de  las  medidas  generales  que  puedan  pro- 
yectarse sobre  toda  la  deuda  luego  de  liquidada;  una  mayor  suma 
votada  para  la  Caja,  traería  la  imposibilidad  de  cumplirse  lo  ofrecido 
y  anularía  la  operación  al  nacer;  con  la  intervención  dada  á  los  acree- 
dores, para  la  percepción  de  las  rentas,  vendrá  su  competente  fiscali' 
zación  y  no  hay  duda  que  ellas  acrecerán;  aparte  de  las  ventajas  que 
ofrece  la  conversión  voluntaria  á  que  el  proyecto  llama,  un  Ministerio 
hábil  sabrá  sacar  partido  del  crédito  que  en  cierto  modo  han  de  ve- 
nir á  abrirle  los  mismos  acreedores^,  para  llenar  el  pequeño  déficit  é  ir 
más  lejos  de  lo  que  á  primera  vista  se  alcanza.» 

(Fué  sancionado  el  proyecto). 


198  BDÜABDO  ÁGEYEDO 


TrmhBiom  de  «odlllea«lóii« 

Dos  proyectos  de  codificación  presentó  el  doctor  Acevedo  á  la  Cá- 
mara: el  reglamento  de  la  Administración  de  Justicia»  que  fué  estudia- 
do y  modificado  por  una  Ck>mÍ8Íón  compuesta  por  el  autor  del  proyecto 
y  los  doctores  Cándido  Juanioó  y  Salvador  Tort,  y  el  Código  Civil  que 
fué  presentado  impreso  en  mayo  de  1853  y  sometido  á  estudio  de  una 
Comisión  compuesta  del  autor  del  Proyecto  y  de  los  doctoree  José  Ma- 
ría Mufioz,  Juan  Carlos  Gómez,  Cándido  Juanicó,  Ambrosio  Velac- 
co,  Jaime  Estrázulas  y  Salvador  Tort.  Los  sucesos  políticos  de  1853 
dejaron  encarpetado  el  Proyecto  de  Código  Civil.  El  reglamento  de  la 
Administración  de  Justicia  ocupó  en  cambio  numerosas  sesiones  de  la 
Asamblea,  y  aunque  no  completó  su  incubación  parlamentaria, 
hubo  tiempo  de  promulgar  la  ley  de  23  de  julio  de  1853  relativa  á  los 
recursos  de  apelación,  revisión,  nulidad  é  injusticia  notoria,  los  proce- 
dimientos del  juicio  ejecutivo  y  un  capítulo  de  disposiciones  generales 
que  entre  otras  cosas  suprime  la  pena  de  confiscación  de  bienes.  Uno 
de  los  primeros  actos  del  gobierno  surgido  de  la  revolución  de  julio, 
fué  suspender  la  vigencia  de  esa  ley.  «El  Comercio  del  Plata»  abogó 
en  enero  de  1854  y  en  junio  de  1855,  á  favor  del  nombramiento  de  una 
Comisión  revisora,  reconociendo  que  la  ley  suspendida  realizaba  re. 
formas  útiles  en  la  Administración  de  Justicia  y  acreditaba  los  buenos 
deseos  y  el  espíritu  de  estudio  de  la  Legislatura  que  la  había  sancio- 
nado. 

La  ley  de  Administración  de  Justicia  dictada  en  1856,  es,  con  ligeras 
variantes,  la  misma  presentada  por  el  doctor  Acevedo  y  sancionada 
tres  años  antes. 

En  el  informe  que  produjo  la  Comisión  de  Legislación  de  1853,  so- 
bre la  totalidad  del  Reglamento  de  Administración  de  Justicia  de  que 
forma  parte  la  ley  á  que  acabamos  de  referimos,  se  establece  que  el 
proyecto  reproduce  y  ordena  todas  las  disposiciones  antiguas  que  se 
conservan,  haciendo  á  la  vez  importantes  modificaciones  tendientes  á 
asegurar  la  brevedad  y  las  garantías  de  los  juicios,  en  cuyo  caso  se 
encuentran  la  reducción  del  juicio  ordinario  á  dos  instancias,  la  di- 
visión de  las  funciones  del  ministerio  fiscal  en  dos  cargos  distintos  y 
separados,  la  simplificación  del  juicio  ejecutivo  despojándolo  de  tra- 
bas y  términos  perjudiciales,  y  la  reforma  del  recurso  de  nulidad  é 
injusticia  notoria  sobre  bases  y  condiciones  que  ofrecen  una  garantía 
en  su  resultado. 

La  reducción  del  juicio  ordinario  á  dos  instancias  presenta,  según 
el  informe  de  la  Comisión  de  Legislación  que  extractamos,  ventajas 
manifiestas  por  la  grande  economía  de  tiempo  y  de  dinero  que  de  ello 


ACTUACIÓN  PABLAMEHTABU  199 

debe  seguirse,  sin  qne  obste  el  aparente  peligro  para  los  derechos  de 
las  partes  resultante  de  la  supresión  de  un  recurso.  El  temor  de  ese 
peügro  es  infundado,  porque  si  se  trata  de  la  apelación  de  los  alcal- 
des ordinarios  á  los  jueces  letrados,  ella  es  esencialmente  viciosa  des- 
de que  recurre  al  voto  de  un  solo  juez  de  lo  resuelto  por  otro  juez,  y 
si  se  trata  de  la  tercera  instancia  en  grado  de  súplica,  evidente  es  la  im- 
probabilidad de  que  los  mismos  jueces  que  fallaron  un  asunto  en  vis- 
ta, revoquen  su  fallo  al  considerarlo  en  revista.  La  división  de  la  fis- 
calía en  dos  ramos,  dirigido  el  uno  á  la  defensa  de  los  intereses  morales 
y  el  otro  á  los  intereses  materiales  de  la  sociedad,  promete  resultados 
que  no  son  asequibles  en  el  sistema  que  hasta  ahora  nos  ha  regido,  y 
ofrece  además  la  ventaja  de  dejar  al  Cuerpo  Legislativo  el  nombra- 
miento de  los  magistrados  encargados  de  la  defensa  de  la  ley,  que- 
dando el  Poder  Ejecutivo  en  posición  de  encomendar  siempre  á  per- 
sonas de  su  confianza  el  cargo  de  abogado  de  la  Nación.  En  el  juicio 
ejecutivo  se  suprime  el  auto  de  sol  vendo  y  el  término  de  los  pregones, 
pero  se  aumenta  el  de  oponerse  á  la  ejecución  y  el  de  encargado;  se 
sujeta  al  tercero  opositor,  excluyente  y  coadyuvante,  á  las  angustias 
del  juicio  ejecutivo  cuando  el  deudor  se  encuentra  en  posesión  de  la 
cosa  ejecutada,  pero  se  prohibe  absolutamente  el  embargo  cuando  el 
deudor  no  se  halla  en  posesión,  y  se  mandan  guardar  las  formas  del 
juicio  ordinario  siempre  que  salga  un  tercero  opositor  á  título  de  do- 
minio; se  da,  también,  al  juicio  una  marcha  más  rápida  y  violenta, 
pero  se  precaven  las  injusticias,  admitiéndose  todo  género  de  excepcio- 
nes y  declarándose  llanamente  apelable  la  sentencia  de  remate.  El 
recurso  de  nulidad  é  injusticia  notoria,  tal  como  se  propone,  viene  á 
ser  un  importantísimo  complemento  de  los  juicios,  al  integrarse  la  Cá- 
mara de  apelaciones  con  seis  j.:ieces  letrados  además  de  sus  cinco 
Ministros,  y  ensancharse  las  facilidades  del  recurso  no  designándose 
cantidad  determinada  ni  depósito  para  su  entable  y  al  fijar  término 
con  el  objeto  de  que  tengan  fin  todos  los  pleitos  y  exigir  el  previo  y 
expreso  señalamiento  de  la  ley  infringida. 

Agrega  la  Comisión  informante,  que  en  lo  relativo  al  juicio  mercan- 
tíl,  podría  adoptarse,  mientras  llegue  el  momento  de  sancionar  un 
código  nacional,  el  promulgado  en  España  en  1829.  En  lo  relativo  al 
juicio  criminaL  la  Comisión  acepta  las  bases  propuestas  por  el  cama- 
rista doctor  Pereira,  sobre  organización  del  jurado,  cuya  institución 
considera  que  podría  y  debería  ensayarse  también  en  materia  civil  pa- 
ra la  resolución  de  las  causas  sobre  contratos  por  servicios  personales 
de  todas  clases  y  colonización-  Si  el  ensayo,  concluye  el  informe,  da 
los  resultados  que  son  de  esperarse,  «nos  encaminaría  indudablemen- 
te á  la  mejora  progresiva  de  nuestras  instituciones  judiciales,  colocán- 
donos en  posición  de  hacer  efectivo  el  voto  consagrado  ete^la  ley  fun- 
damental por  nuestra  Asamblea  Constituyente». 


200  BDUABDO  ÁOKVBDO 


Tm  IneaiMieldad  del  IfUntoterio. 

▲  principios  de  mayo  de  1853  se  ocupó  la  Cámara  de  Diputados  de 
un  proyecto  de  ley  que  autorizaba  al  Poder  E^jecutívo  para  obtener 
un  millón  de  pesos,  con  afectación  del  4  %  de  importación,  para  el 
paRTO  de  la  deuda  ezigible. 

Establece  el  informe  de  la  Ck>mis¡ón  de  Hacienda  que  el  estado  de 
apuros  en  que  se  encuentra  el  Tesoro  público,  es  el  resultado  de  la 
marcha  general  que  el  Ministerio  ha  seg^uido  desde  su  advenimiento 
al  Poder.  En  el  curso  del  debate  propuso  un  diputado  el  siguiente 
preámbulo  al  proyecto  de  empréstito:  «Considerando  que  aunque  la 
capacidad  administrativa  que  ha  demostrado  el  Ministerio  en  general 
no  merece  la  confianza  necesaria,  se  hace  sin  embargo  indispensable 
proveer  al  Poder  Ejecutivo  de  los  medios  de  atender  á  los  pagos 
atrasados  que  indebidamente  se  han  retardado  á  los  servidores  de  la 
Nación». 

Al  rededor  de  este  considerando  se  produjo  un  largo  debate. 

El  doctor  Acevedo  pronunció  las  siguientes  palabras»  según  la  ver- 
sión publicada  por  «La  Prensa  uruguaya^  (advertimos  que  el  doctor 
Acevedo  no  corrigió  la  versión  taquigráfica  ni  vio  sus  pruebas): 

«To  siento,  seffores,  que  el  sefior  Ministro  de  Grobiemo  se  haya  creído 
en  el  caso  de  guarecerse  detrás  de  la  respetable  persona  del  sefior  Pre- 
sidente de  la  República,  para  evadir  la  responsabilidad  que  le  perte- 
nece. No  hay  nadie  en  esta  Cámara  ni  fuera  de  ella,  que  confunda 
dos  cosas  muy  distintas.  El  Poder  Ejecutivo,  el  Presidente  de  la  Re- 
pública, la  persona  que  merece  la  confianza  de  la  Nación,  y  el  Minis- 
terio que  ha  perdido  la  confianza  de  la  Cámara  y  del  país.  No  hay 
nadie  que  desconozca  el  respeto  y  simpatía  que  profesamos  al  Presi- 
dente de  la  República,  deseando  cooperar  á  los  nobles  esfuerzos  que 
hace  por  la  consolidación  de  las  instituciones;  pero  al  mismo  tiempo 
tenemos  la  opinión  de  que  el  Ministerio  no  está  á  la  altura  de  la  si- 
tuación, y  el  Poder  Ejecutivo  y  el  Ministerio,  lo  repito,  son  cosas  com- 
pletamente diversas. 

El  sefior  Ministro  de  Gobierno  dice  que  se  ha  sorprendido  con  el 
considerando.  El  sefior  Ministro  de  Gobierno  dice  que  no  estaba  pre- 
parado, y  sin  embargo,  ha  hablado  algo  de  guerra  sorda^  manejos  se- 
cretos. No  sé  á  qué  puede  referirse.  Si  hay  algo  público,  es  la  conducta 
que  ha  seguido  esta  Cámara;  si  hay  algo  público,  son  los  reproches 
que  ha  recibido  el  Ministerio  de  Gobierno,  reproches  que  le  ha  hecho 
la  Comisión  Permanente,  cuando  se  creyó  en  el  caso  de  hacer  obser- 
vaciones al  Poder  Ejecutivo,  para  cooperar  como  deseaba  á  la  conso- 
lidación de  las  instituciones,  al  mantenimiento  del  orden.  La  Comi- 


ijonjÁGHtar  pAm.AmniTABiA.  201 

8¡6n  Permanente,  ee  deito,  dirigió  reservadamente  sa  nota  al  Poder 
ISjeeQtivo,  7  eeo  después  que  en  partíenlar  había  hecho  sus  observa- 
eionee  al  Ministerio,  después  que  éste  habfa  concurrido  á  una  sesión 
en  que  se  repitieron  esas  observaciones,  como  debe  constar  en  las 
actas.  En  esa  parte  puede  ser  justo  el  reproche. 

La  Comisión  Permanente  no  hizo  aspavientos:  la  Comisión  trató  de 
llenar  su  deber  del  modo  que  menos  pudiese  afectar  el  crédito  del 
Poder  Ejecutivo.  Desde  entonces,  ¿en  qué  consiste  el  Inconveniente 
que  pusiera  á  su  marcha?  Sobre  todo,  si  el  Ministerio  hubiese  fre- 
cuentado más  los  bancos  de  esta  Cámara,  algo  hubiera  podido  oir,  al 
hablarse  de  los  actos  de  la  Comisión  Permanente,  de  cuan  diversa 
naturaleza  eran  los  reproches  que  se  hadan  al  Poder  Ejecutivo,  no 
sólo  por  infracción  de  la  ley  del  presupuesto,  sino  por  olvido  completo 
de  las  ideas  constitucionales,  por  abandono,  por  inepcia  en  el  desem- 
pefto  de  las  obligaciones  que  al  Ministerio  están  encomendadas. 

El  sefior  Ministro  de  Gobierno,  nos  ha  hecho  un  cuadro  patético, 
de  viudas  á  quienes  era  necesario  socorrer,  de  empleados  y  militares 
que  se  presentaban  sucesivamente;  pero  no  es  ese  el  cargo  que  se  le 
hace.  El  cargo  principal  es  la  infracción  de  la  ley  de  presupuesto:  el 
cargo  principal  consiste  en  que  al  (Gobierno  se  le  dio  una  cantidad  de- 
terminada para  atender  al  pago  de  viudas,  de  empleados  civiles  y 
militares,  y  el  Poder  Ejecutivo  tomó  esas  cantidades  y  las  distrajo  á 
otros  usos  que  no  eran  los  de  pagar  viudas  y  pagar  militares.  Pero 
aún  suponiendo  que  hubiese  sido  eso  mismo,  ¿de  dónde  puede  dedu- 
cirse que  cuando  es  una  cantidad  determinada  la  que  el  Poder  Eje- 
cutivo tiene  para  emplear  en  ciertos  gastos,  tenga  el  derecho  de  to- 
marla para  aplicarla  á  otros  usos  por  santos  y  buenos  que  sean,  aun- 
que se  trate  del  cumplimiento  de  leyes  preexistentes,  como  se  ha 
dicho? 

La  verdea  se  podía  encontrar  en  la  ley  fundamental  y  se  encon- 
trada en  las  teorías  constitucionales  y  en  la  práctica  de  todos  los 
países  que  se  rigen  con  instituciones  democráticas.  Es  el  caso  de  los 
créditos  suplementarios.  £1  Ministerio,  dice  á  las  Cámaras  después 
de  la  sanción  del  presupuesto:  se  han  presentado  tantos  empleados  y 
militares,  el  Gobierno  se  ha  visto  en  el  caso  de  atenderá  taless  ó  cua- 
les  erogaciones,  impuestas  por  tales  ó  cuales  leyes.  Pero  en  el  deseo 
muy  natural,  por  otra  parte,  en  el  sefior  Ministro  de  Gobierno,  de  de* 
fendér  su  conducta,  hasta  ha  querido  acudir  á  las  disposiciones  del 
Cuerpo  Legislativo,  empezando  nada  menos  que  por  la  que  decretó 
la  construcción  del  edificio  de  la  nueva  aduana. 

Es  un  cargo  que,  de  cierto,  no  esperaba  oir  de  la  boca  del  sefior 
Ministro.  Me  ha  sucedido  lo  mismo  que  al  sefior  Ministro  con  el  con- 
siderando. La  Cámara  no  hizo  más  que  sancionar  el  proyecto  que  le 
fué  presentado  por  el  Poder  Ejecutivo  para  la  construcción  de  una 


202  XDÜABDO  ÁGEVEDO 


aduana.  P<^  el  artfenlo  á  que  se  hace  referencia,  no  se  le  mandaba 
al  Poder  Ejecutíyo,  que  diese  un  solo  peso  para  la  construcción  de  la 
aduana,  porque  precisamente  si  algún  motivo  hubo  para  sancionar  el 
proyecto,  fué  que  no  había  desembolso  alguno  que  hacer.  Be  le  di6 
autoríjcación  al  Poder  Ejecutivo,  para  que  si  buenamente  podía,  ade- 
lantase cinco  mil  pesos  mensuales,  no  obligatoriamente  por  parte  del 
Grobiemo,  sino  en  la  esfera  de  sus  recursos. 

Pero  como  el  Gobierno  tenía  fondón  por  el  presupuesto,  que  habían 
sido  afectados  á  obras  públicas,  nada  más  natural  que  contribuir  con 
esos  fondos  al  pago  de  las  mensualidades  en  su  caso.  Lio  mismo  su- 
cede cuando  se  habla  de  los  jóvenes  que  se  educan  en  Europa.  La 
Cámara  no  tenía  la  intención  de  salir  de  la  ley  del  presupuesto,  por- 
que á  la  verdad,  ella  había  reconocido  bien  la  escasez  del  erario;  pero 
existían  fondos  especialmente  afectados  á  instrucción  pública  en  el 
presupuesto,  y  bien  podían  sacarse  de  ahí  los  necesarios  para  los  jó- 
venes expresados.  Pero  si  no  había  fondos  ningunos,~entonces  el  Gro- 
biemo estaba  en  el  caso  de  acudir  pidiendo  un  crédito  suplementario» 
como  lo  estaba  respecto  de  los  pueblos  que  se  han  mandado  crear; 
pero  nunca  podrá  probarse  que  la  ley  del  presupuesto  no  es  una  ley 
que  ha  tenido  la  sanción  de  la  Asamblea  Greneral,  y  que  una  vez 
sancionada  esa  ley,  debe  quedar  en  un  rincón  bajo  una  carpeta  sin 
que  nadie  vuelva  á  acordarse  de  ella.  Es  imposible  admitir  semejan- 
te pretensión.  Si  fuera  cierto  que  tuviera  el  Grobiemo  facultades  para 
atender  á  los  gastos,  como  le  pareciere  conveniente,  los  presupuestos 
serían  innecesarios. 

Se  sabe,  por  ejemplo,  lo  que  ganan  los  miembros  de  la  Cámara  de 
Apelaciones,  y  cuántos  son;  se  saben  los  sueldos  de  los  generales» 
coroneles,  etc.:  no  hay  necesidad  de  que  figuren  en  el  presupuesto. 
Están  las  leyes  anteriores.  Eso  no  es  exacto,  seffores:  el  presupuesto 
encierra  el  detalle  de  los  gastos  y  el  cálculo  de  los  recursos,  lo  sabe 
muy  bien  el  señor  Ministro  de  Gobierno.  El  presupuesto  se  refiere  á 
todo  un  orden  de  ideas  constitucionales.  No  hay  gobierno  alguno 
que  pueda  emplear  cantidad  que  no  sea  especialmente  votada  cada 
año.  Estas  son  las  obligaciones  del  sistema  que  nos  rige.  Ahí  de- 
muestran su  capacidad  los  Ministros  y  su  celo  los  representantes. 
Por  lo  demás,  ¿cómo  desconocer,  quién  hay  que  pudiera  desconocer 
el  mérito  contraído  por  el  Poder  Ejecutivo  al  cubrir  los  gastos  de  la 
pacificación  y  otros  que  se  han  referido?  Pero  estamos  discordes  en  el 
modo  de  hacer  esos  pagos,  y  lo  repito,  haciendo  siempre  una  distin- 
ción entre  el  Poder  Ejecutivo  y  el  Ministerio,  distinción  que  no  tie 
ne  nad&  de  inconstitucional.  El  señor  Ministro  ha  condenado  inde- 
bidamente esa  distinción  que  yo  sostengo,  con  tanto  más  fundamen- 
to cuanto  que  está  explícita  en  la  Constitución.  La  Constitución  es- 
tablece determinadamente  en  el  artículo  86  que  los  Ministros  serán 


ACTUACIÓN  PABLAMSNTABIA  S03 


responsables  de  los  decretos  y  órdenes  que  firmen.  M  señor  Presi- 
dente de  la  Bepúblioa  responderá  en  el  caso  de  delito,  pero  los  Mi- 
nistros responden  de  cada  decreto  ú  orden  que  firman.  La  Constitu- 
ción previene  una  objeción,  pues  agrega  en  el  artículo  90:  «no  salva  á 
los  Ministros  la  orden  escrita  ó  verbal  del  Presidente»,  es  decir,  que 
auique  el  Ministro  de  Gobierno  dijere:  «tal  cosa  se  bizo  porque  lo 
ordenó  el  seftor  Presidente  de  la  República»,  no  se  librará  de  la  res- 
ponsabilidad. Hay  una  responsabilidad  peculiar  del  Ministro:  res- 
ponsabilidad de  que  no  puede  librarse  por  más  que  quiera  cebarla 
sobre  el  Presidente.  Por  lo  demás,  yo  estoy  con  algunos  de  los  seño- 
res diputados  que  ban  hablado  al  principio:  yo  no  creo  que  este  sea 
el  momento  de  entrar  en  discusión  sobre  los  actos  del  Ministerio: 
discusión  que  ha  tenido  su  oportunidad.  Yo  creo  que  ahora  sólo  se 
trata  de  atender  á  esa  necesidad  verdaderamente  premiosa  de  los 
empleados,  acordando  fondos  al  Poder  Ejecutivo  para  atender  á  los 
pagos  retardados  indebidamente,  por  las  causas  que  antes  he  indica- 
do y  otras  que  no  es  del  caso  expresar.  No  se  trata  ahora  sino  de 
dar  esos  fondos,  de  dar  la  autorización  para  que  salgamos  de  la  si- 
tuación dura  y  embarazosa  en  que  nos  encontramos. 

Pero  al  tiempo  de  dar  esa  ^autorización,  es  necesario  decir  algo  que 
manifieste  el  espíritu  de  la  Cámara:  que  no  se  entienda  que  la  Cá- 
mara es  solidaria  de  los  actos  del  Ministerio.  En  calidad  de  miembro 
de  la  Comisión  Permanente,  tengo  el  positivo  convencimiento  de  la 
justicia  de  las  observaciones  que  se  hicieron  al  Poder  Ejecutivo  y  de 
la  indispensable  necesidad  de  hacerlas;  porque  si  la  Comisión  Per- 
manente hubiera  encontrado  algún  medio  de  no  hacer  esas  observa- 
ciones, estoy  seguro  de  que  lo  habría  abrazado.  Juzgo  de  mis  colegas 
por  mi  mismo.  Pero  se  trata  ahora  de  dar  la  autorización  para  un  em- 
préstito. Todos  están  conformes  en  la  necesidad  de  la  autorización, 
pero  no  en  que  importe  un  voto  de  confianza  al  Ministerio.  Eso  no 
podría  ser,  yes  imposible  desde  que  la  confianza  no  existe.  Se  dice 
que  quizá  esa  confianza  no  existe  en  algún  corto  número  de  indivi- 
duos; pero  que  existe  en  los  demás.  Sobre  eso  sería  muy  difícil  la  dis- 
cusión en  este  momento;  porque  cada  uno  entiende  la  opinión  públi- 
ca en  sentido  muy  diverso  según  la  manera  de  considerarla.  No  creo 
que  convenga  la  discusión  hoy;  pero  cada  miembro,  cada  diputado, 
tiene  el  derecho  de  decir  lo  que  le  parezca  ó  lo  que  entienda  sobre  tal 
confianza.  En  ese  sentido  es  que  yo  apoyo  completamente  el  consi- 
derando propuesto  por  el  señor  diputado  por  Paysandú  y  aceptado 
por  la  Comisión,  reservándome  proponer  algunas  modificaciones 
cuando  llegue  el  caso  de  hacerlo  oportunamente.» 

Habló  luego  el  doctor  José  María  Muñoz»  y  contestando  sus  argu- 
mentos indicó  el  doctor  Acevedo  la  solución  transaccional  que  va  en 
seguida: 


204  BDüABDO  ÁCSrVDO 


«To  desearía,  tratándose  de  actos  que  considero  de  importancia» 
qne  afectan  grandes  intereses,  que  si  fuera  posible  no  hubiera  divi- 
sión alguna:  quisiera  que  los  sentimientos  fuesen  unánimes.  Ck)n  gus- 
to he  visto  que  en  el  fondo  no  ha  habido  hasta  ahora  dos  opiniones 
distintas»  Las  discusiones  sólo  han  existido  en  el  punto  de  forma:  al- 
gunos señores  diputados  se  han  opuesto  al  considerando  por  consi- 
derarlo inconstitucional  y  no  oportuno  ó  contrario  á  las  formas;  pe- 
ro no  ha  habido  hasta  ahora  ninguno  que  se  haya  encargado  de 
demostrar  que  la  capacidad  administrativa  del  Ministerio  en  general 
inspira  confianza,  ó  lo  que  es  lo  mismo,  lo  contrario  de  lo  que  dice  el 
considerando.  Esto  probarla  que  no  se  trata  de  opiniones  de  cuatro 
ó  cinco  individuos  con  miras  más  ó  menos  personales,  como  lo  ha  in- 
dicado el  señor  Ministro,  sino  de  la  opinión  de  la  totalidad  de  la  Cá- 
mara, y  servirá  para  juzgar  de  la  opinión  del  paf s.  Como  creo  que  eso 
era  realmente  lo  que  se  proponía  el  considerando,  yo  por  lo  que  á 
mí  toca,  desde  ahora  lo  retiraría,  conocida  ya  la  opinión  de  la  Cáma- 
ra; y  habiéndose,  por  otra  parte,  dado  á  entender  que  podría,  contra 
la  mente  misma  de  su  autor,  como  ha  sido  declarado,  entenderse  eso 
como  un  ataque  al  Poder  Ejecutivo,  cuya  fuerza  moral  todos  necesi- 
tamos levantar,  si  fuese  necesario,  desde  ahora  hago  moción  para  que 
se  retire  el  oonsiderando  y  se  vote  el  artículo  como  estaba.» 

Tuvo  necesidad  el  doctor  Acevedo  de  tomar  por  tercera  vez  la  pa- 
labra, expresándose  en  los  siguientes  términos  que  son  de  réplica  á 
un  discurso  del  doctor  Juan  Carlos  Gómez: 

«  No  le  ha  sido  fiel  su  memoria  al  señor  diputado  por  el  Salto,  al  re- 
cordar el  dictamen  de  la  Comisión  especial,  con  referencia  á  los  actos 
de  la  Comisión  Permanente.  Yo  creo  que  los  recuerdos  que  voy  á 
hacerle,  bastarán  para  ponerle  en  la  vía.  Si  así  no  fuese,  pediré  que 
se  lea  ese  dictamen.  De  ese  modo  se  verá  que  la  Comisión  Permanente 
había  pecado  por  omisión,  en  no  haber  reprobado  algunos  actos  y  por 
comisión  reprobando  otros  que  no  eran  reprobables.  Por  omisión, 
dejando  de  hacer  observaciones  al  Gobierno,  acerca  de  las  medidas 
sobre  la  prensa  y  sobre  pasaporte  para  Buenos  Aires.  Sin  embargo, 
ella  misma  se  encargó  de  la  defensa,  diciendo  en  seguida  que  esa  omi- 
sión debía  atribuirse  al  corto  tiempo  que  faltaba  para  la  apertura  de 
las  sesiones.  Por  comisión,  haciendo  observaciones  relativas  á  la  Guar- 
dia Nacional;  pero  eso  es  todo,  menos  un  severo  reproche  ó  increpa- 
ción. Por  lo  demás,  la  Comisión  concluyó  aconsejando  á  la  Cámara, 
que  se  aprobasen  todos  los  actos  de  la  Honorable  Comisión  Perma- 
nente. El  señor  diputado  por  el  Salto,  no  ha  hecho  más  que  extender 
ó  desleir  muchas  palabras  que  concisamente  había  dicho  antes  de  él 
otro  señor  diputado  por  Montevideo;  esto  es,  que  había  contradicción 
al  poner  por  las  nubes  al  señor  Presidente  de  la  Bepública  y  depri- 
mir la  capacidad  administrativa  de  su  Ministerio. 


kCTVAOlólS  PARtAlíÉltTABtÁ  206 


Yo  creo  que  ha  sido  bastantemente  demostrado,  que  no  hay  incon- 
veniente ninguno  conatitucioual,  como  no  lo  tenemos  en  el  fondo  de 
nuestra  conciencia,  en  hacer  justicia  en  la  materia  al  Presidente  de 
la  República,  sin  por  eso  reconocer  el  mérito  de  sus  Ministros,  que 
como  ha  dicho  muy  bien  el  señor  diputado»  hemos  sostenido  todos 
los  miembros  de  esta  Cámara  más  6  menos,  nada  más,  que  por  el  de- 
seo de  evitar  cambios  que  siempre  dan  funestos  resultados.  La  con- 
tradicción que  se  encuentra  en  decir  «vetémosle  fondos,  á  pesar  de  que 
no  merece  el  Ministerio  nuestra  confianza»,  desaparece  desde  que  se 
considera  que  la  votación  sobre  la  negociación  del  millón  es  urgente, 
es  necesaria.  En  la  situación  á  que  nos  ha  traído  la  marcha  seguida 
hasta  aquL  no  puede  pasarse  adelante,  sin  esa  operación.  Siendo  esto 
así,  ¿qué  se  quiere?  ¿que  se  niegue;  que  se  ponga  al  Poder  Ejecutivo  en 
la  imposibilidad  de  marchar?  Eso  no  sería  justo  ni  patriótico,  ni  me 
parece  una  legítima  consecuencia  de  las  ideas  emitidas  por  los  seño- 
res diputados  que  me  han  precedido. 

Nosotros  queremos  que  el  Poder  Ejecutivo  tenga  los  medios  nece- 
sarios; pero  respecto  á  la  capacidad  administrativa  de  su  Ministerio, 
hemos  dicho  ya  nuestra  opinión.  Yo  me  he  referido  á  artículos  textua- 
les de  la  Constitución  de  la  República,  no  la  he  invocado  en  general, 
porque  he  dicho  antes  de  ahora  á  la  Cámara,  que  es  un  sistema  có* 
modo,  si  se  quiere,  pero  muy  pobre,  el  decir  «eso  es  contrario  á  la 
Constitución».  ¿Qué  se  deduce  de  ahí?  que  en  la  inteligencia  del  que 
tal  asegura,  hay  esa  contradicción;  pero  es  más  conveniente,  más 
lógico  en  todos  los  casos  designar  el  artículo  cuya  infracción  se  pre- 
tende establecer.  La  responsabilidad  del  Presidente  de  la  República 
proviene  en  general  de  los  actos  de  que  habla  el  artículo  26,  ya  que 
éste  dice  que  puede  ser  acusado,  así  como  sus  Ministros,  por  la  Cá- 
mara de  Representantes  ante  el  Senado.  Pero,  respecto  de  los  Minis- 
tros hay  más;  hay  un  artículo  que  dice  que  «el  Ministro  ó  Ministros 
serán  responsables  de  los  decretos  ú  órdenes  que  firmen».  Y  no  sola- 
mente eso,  sino  que  existe  el  90,  para  decir  que  no  salva  á  los  Minis- 
tros la  orden  escrita  ó  verbal  del  Presidente.  Se  dice  con  alguna 
ligereza:  «pero  es  por  los  delitos  del  artículo  26».  Es  claro;  son  los 
únicos  de  que  se  trata;  porque  fuera  de  los  casos  del  artículo  26  no 
pueden  ser  acusados.  Cualquiera  otro  delito  que  cometan  como  hom- 
bres, está  previsto;  de  manera  que  están  expresados  todos  los  casos 
en  que  como  Ministros  puedan  hallarse.  Por  lo  demás,  creo  que  no 
puede  establecerse  que  me  haya  excedido  al  decir  que  es  unánime  la 
opinión  en  esta  Cámara  sobre  el  Ministerio.  Es  un  hecho  notorio 
para  todos  los  señores  representantes  y  aun  para  los  que  asisten  á 
las  sesiones,  que  no  ha  habido  nunca  aquí  lo  que  se  llama  en  otras 
partes,  partido  ministerial,  es  decir,  un  número  de  representantes  que 
estuviese  dispuesto  á  sostener  la  opinión  de  los  Ministros.  Lo  que  ha 


ÍÚ6  IfiDÜÁStK)  ÁOfiVSDO 


habido  sí»  es  un  número  de  representantes,  6  por  mejor  decir,  todos 
los  representantes  más  6  menos  que  han  estado  decididos  á  apoyar 
en  cuanto  han  podido  la  marcha  del  Poder  Ejecutivo.  A  pesar  de  eso« 
hombres  dispuestos  á  sostener  el  Ministerio  no  los  hemos  visto  hasta 
ahora  en  estos  bancos. 

T  precisamente  los  primeros  ataques  que  se  han  visto  contra  el 
Ministerio,  han  partido  de  un  miembro  con  quien  no  estoy  acostum- 
brado á  votar.  He  aquí  lo  que  me  autorizó  á  asej^urar  que  no  había 
diputado  que  tuviese  fe  en  la  capacidad  del  Ministerio,  y  en  eso  no 
creo  haber  dicho  nada  que  no  sea  notorio.  Por  lo  demás,  desde  que 
está  apoyada  la  moción  para  retirar  el  considerando,  y  hasta  creo  que 
algunos  de  los  señores  miembros  déla  Comisión  la  han  apoyado,  creo 
que  es  inútil  continuar  la  discusión  sobre  el  considerando.  Debemos 
limitamos  á  decidir  si  la  Cámara  autoriza  ó  no  que  se  retire  ese  con. 
siderando.  Cualquier  otra  cosa  es  fuera  de  la  cuestión ». 


Eaeoeiones  de  Jaeees. 

La  Cámara  de  Senadores  sancionó  un  proyecto  de  ley  relacionado 
con  elecciones  judiciales  practicadas  en  el  departamento  de  Tacua- 
rembó. La  Comisión  de  Legislación  de  la  Cámara  de  Diputados,  de 
que  formaba  parte  el  doctor  Acevedo,  aconsejó  el  desechamiento  del 
proyecto.  La  resolución  sobre  validez  de  una  elección,  dice  el  infor- 
me, importa  un  juicio,  importa  declarar  que  tal  hecho  es  conforme 
á  la  ley,  ó  lo  que  es  lo  mismo,  la  aplicación  de  la  ley  á  un  caso  ocu- 
rrente. Esa  función  de  aplicar  la  ley  existente,  en  ningún  caso  puede 
pertenecer  al  hacedor  de  la  ley.  Declarar  otra  cosa,  sería  establecer 
la  más  absoluta  confusión  de  Poderes,  con  infracción  de  los  princi- 
pios constitucionales.  Debe  remitirse  el  asunto  á  la  decisión  de  los 
tribunales.  Si  estuviera  establecida  la  Alta  Corte  de  Justicia,  sería  á 
ella  á  quien  correspondería;  pero  desde  que  no  lo  está,  el  Tribunal  de 
Apelaciones  debe  considerarse  como  competente,  de  acuerdo  con  el 
espíritu  de  la  legislación  vigente  y  los  principios  generales  de  dere- 
cho, ya  que  se  trata  de  elecciones  judiciales. 

Cn  eomplemento  neeesarlo. 

Nada  más  puede  extraerse  del  «Diario  de  Sesiones»  y  de  las  cróni- 
cas parlamentarias  de  la  época. 

Pero  puede  relacionarse  el  extracto  que  antecede,  con  los  temas 
tratados  en  «La  Constitución»  por  el  doctor  Acevedo,  desde  que 
ellos  suministran  ampliaciones  de  importancia  en  algunos  caaos  y  de- 


▲CrUAOlÓN  PARLAMEirTÁRIA  207 

mnestran  en  otros  que  las  ideas  sembradas  por  el  periodista  se  tradu- 
cían en  leyes  y  decretos  que  el  «Diario  de  Sesiones»,  como  es  natu- 
ral» no  atribuye  á  su  verdadero  inspirador  6  autor. 

EN  LA  COMISIÓN  PERMANENTE 

Formó  parte  el  doctor  Acevedo  de  la  Comisión  Permanente  que 
actuó  en  el  año  1852. 

De  su  intervención  personal  y  directa  dan  ¡dea  los  siguientes  ex- 
tractos de  informes  en  que  aparece  su  firma. 

Por  iniciativa  suya  se  resolvió  redactar  el  Reglamento  de  la  Comi- 
sión Permanente  y  quedó  resuelto  que  las  sesiones  ordinarias  tuvie- 
ran lugar  una  vez  por  semana. 

Clreael6n  j  supresiAn  de  empleos. 

Aconseja  un  informe  que  se  acuerde  autorización  al  Poder  Ejecu- 
tivo para  suprimir  el  derecho  municipal  creado  en  6  de  abril  de  1849. 

Establece  otro  informe  que  el  Poder  Ejecutivo  ha  creado  por 
actos  administrativos  impuestos  municipales  para  la  construcción  de 
una  farola  en  la  Colonia  y  para  la  construcción  de  un  camino  en  el 
Paso  del  Molino,  y  sobre  el  consumo  de  cerdos  en  la  capital.  En- 
tiende el  Poder  Ejecutivo  que  los  artículos  17  y  26  de  la  Constitu- 
ción se  refieren  únicamente  á  los  impuestos  generales.  Es  un  error. 
La  Constitución  no  distingue  los  impuestos  ó  contribuciones  en  ge- 
nerales y  municipales,  en  grandes  y  pequeños.  Establece  en  general 
que  al  Cuerpo  Legislativo  corresponde  decretar  las  contribuciones 
necesarias  para  cubrir  los  gastos,  y  el  orden  de  su  recaudación  é  in- 
versión, y  que  la  iniciativa  sobre  impuestos  y  contribuciones  compete 
á  la  Cámara  de  Representantes.  Otra  inteligencia  nos  alejaría  com- 
pletamente de  la  letra  y  espíritu  de  la  Constitución  y  de  los  verda- 
deros principios  que  rigen  en  la  materia.  Ningún  impuesto,  sea  de  la 
clase  que  fuere,  es  legítimo  si  no  ha  sido  votado  por  el  pueblo,  ó  lo 
que  es  lo  mismo,  por  sus  representantes.  El  Poder  Ejecutivo  debe 
presentar  cuenta  intruída  de  todos  los  desembolsos  que  hiciere.  Nin- 
guno de  los  Poderes  tiene  más  facultades  que  las  que  la  Constitución 
expresamente  le  concede.  Conforme  á  esos  principios,  la  Honorable 
Comisión  Permanente  debe  dirigirse  al  Poder  Ejecutivo  haciéndole 
las  advertencias  convenientes  para  que  mande  cesar  la  percepción  de 
los  referidos  impuestos. 


ISDtiknÚO  kOEtBVÓ 


Nombramiento  de  dlplomátleos* 

El  Poder  EjecatÍTO  sostiene  la  doctrina  de  que   el  acuerdo  del  Se- 
nado 6  de  la  Comisión  Permanente  en  materia  de  misiones  diplomá- 
ticas, es  tan  bolo  respecto  de  la  conveniencia  de  los  objetos  á  que  ta- 
les misiones  se  dirigen,  no  de  las  personas  á  quienes  hayan  de  enco- 
mendarse, cuya  elección  sostiene  ser  de  su  atribución   exclusiva.  La 
Comisión  no  ha  podido  conciliar  esas  razones   ni  con  la  letra,  ni  con 
el  espíritu  de  la  Constitución  del   Estado.  Efectivamente:  estable- 
ciéndose por  el  artículo  constitucional  que  «al  Poder  Ejecutivo  com* 
pete  proveer  los  empleos  civiles  y  militares  conforme  á  la  Constitu- 
ción y  á  las  leyes,  con  obligación  de  solicitar  el  acuerdo  del  Senado 
ó  de  la  Comisión  Permanente  para  los  de  enviados  diplomáticos,  co- 
roneles y  demás  oficiales  superiores  de  las  fuerzas  de   mar  y  tíenra», 
resultaría  que  á  ser  ciertos  los  fundamentos  de  que  hace  mérito  el  Po- 
der Ejecutivo,  á  él  exclusivamente  competiría  la  facultad  de  conferir 
los  grados  de  coronel  y  demás  oficiales  superiores,  lo  mismo  que  la 
de  nombrar  los  enviados  diplomáticos,  no  siendo  de  la  atribución  de 
V.  H.  sino  el  acuerdo  sobre  la  conveniencia  de  crear  esos  altos  em- 
pleos, con  prescindencia  absoluta  de  los  méritos  y  aptitudes  de   las 
personas  que  á  ellos  hubieren  de  ser  destinadas.  La  Comisión   no 
cree,  desde  luego,  que  la  extensión  del  argumento,  que  sin  embargo 
es  inevitable,  al  nombramiento  de  coroneles  y  demás  oficiales  supe- 
riores, haya  estado  en  la  mente  del  Poder  Ejecutivo;  y  no  obstante, 
su  inexactitud  parece  resultar  aún  más  notablemente,  si  de  la  atribu- 
ción de  proveer  empleos  se  pasa  á  la  de  destituir  á  los  empleados  por 
ineptitud  ú  omisión,  para  lo  que  es   igualmente  indispensable,  según 
el  mismo  artículo  constitucional,  el  acuerdo  del  Senado  ó  de  la  Comi- 
sión Permanente;  pues  que  entonces  resultaría  necesitarse  ese  acuer- 
do, tan  sólo  respecto  de  la  conveniencia  de  destituir  empleados,  que- 
dando de  la  exclusiva  atribución  del  Poder  Ejecutivo  el  determinar 
los  que  hubieren  de  ser  destituidos. 


Preeisando  taneiones. 

Existen  varios  informes  acerca  de  venias  del  Poder  Ejecutivo  y  re- 
presentaciones de  particulares,  en  que  se  precisa  la  función  constitu- 
cional de  la  Comisión  Permanente. 


ÁdTUÁCI<ÍN    PABLAlÍBkTABIÁ  20d 


ResHinen  de  la  labor  de  1852. 

Haciendo  el  resumen  de  la  actuación  de  la  Comisión  Permanente 
durante  el  período  extraordinario  de  1852,  dice  así  el  informe  presen- 
tado por  una  Comisión  especial  de  la  que  también  formaba  parte  el 
doctor  Acevedo: 

«De  esos  actos,  los  unos  se  reducen  á  la  prestación  de  la  simple 
aquiescencia  de  la  Comisión  á  varias  disposiciones  del  Poder  Ejecu- 
tivo por  encontrarlas  perfectamente  arregladas;  otros  á  declarar  su 
abstención  respecto  de  autorizaciones  que  el  Poder  Ejecutivo  le  pedía, 
por  no  tener  constitucionalmente  facultad  para  concederlas;  otras  en 
fin,  á  contestaciones  con  el  mismo  Poder  Ejecutivo  sobre  reclamacio- 
nes que  en  el  hecho  han  sido  atendidas,  pero  que  han  dado  ocasión  á 
notables  divergencias  sobre  puntos  de  derecho  constitucional,  las  cua- 
les han  quedado  diferidas  á  la  declaración  de  Vuestra  Honorabilidad, 
y  á  advertencias  que  la  Comisión  se  ha  creído  en  el  deber  de  dirigir 
igualmente  al  Poder  Ejecutivo,  cumpliendo  con  lo  prevenido  en  el 
artículo  56  de  la  Constitución  sobre  actos  en  que  ésta,  á  su  juicio,  ha 
sido  grave  y  trascendentalmente  infringida.  Esas  advertencias,  la  Co- 
misión siente  decirlo,  no  han  sido  justamente  avaloradas,  sin  embargo 
de  haberse  hecho  hasta  por  segunda  vez  y  esto  ¡después  de  haber  lla- 
mado á  su  seno  al  Ministerio.  Grave  y  delicada  es  la  [situación  del 
país  y  grandes  son  también  los  servicios  que  el  Poder  Ejecutivo  le  ha 
rendido  para  cimentar  la  paz  pública  y  con  ella  la  libertad  de  que 
gozamos,  y  que  rápidamente  nos  conduce  al  engrandecimiento  y  la 
prosperidad.  La  Comisión,  en  consecuencia,  se  ha  detenido  ante  la 
consideración  de  la  proximidad  del  período  legislativo  y  el  vivo  deseo, 
de  que  jamás  pudo  prescindir,  de  no  menoscabar  el  crédito  y  autori- 
dad del  Poder  Ejecutivo». 

EN  LA  CÁMARA  DE  SENADORES 

£1  doctor  Acevedo,  ingresó  en  la  Cámara  de  Senadores  en  febrero 
de  1863  y  sucesivamente  ocupó  la  presidencia  de  la  Cámara  y  la  pre- 
sidencia de  la  Comisión  Permanente,  hasta  el  23  de  agosto  del  men- 
cionado año,  en  que  ocurrió  su  fallecimiento. 

liOs  militares  en  la  Cámara. 

En  la  sesión  de  3  de  marzo  de  1863  el  doctor  Acevedo  presentó  un 
proyecto  de  ley  estableciendo:  que  en  la  prohibición  del  inciso  l.o  del 

14 


Si  o  lBt>ÜAltt>0   AGEVEDO 


artf  culo  25  de  la  Gonstífcuoión  de  la  República,  no  están  comprendi- 
dos los  coroneles  efectivos  y  demás  jefes  superiores  del  ejército,  y  que 
no  pueden  ser  electos  los  jefes  militares  que,  al  tiempo  de  la  elección^ 
desempefien  alg^n  mando  militar. 

£1  diario  de  sesiones  se  limita  á  decir  que  el  proyecto  fué  fundado 
por  su  autor,  sin  otra  indicación  que  permita  conocer  los  fundamentos 
expresados  en  esa  oportunidad. 

Los  borradores  que  extractamos  en  otro  capítulo,  demuestran  que 
el  doctor  Acevedo  tenía  en  preparación  algunos  proyectos  de  impor- 
tancia, que  el  mal  estado  de  su  salud  le  impidió  presentar  al  Senado. 


CAPÍTÜLOiV 


Antes  y  después  del  motín 


Al  iermlnar  la  Oaerra  Grande. 

£1  fracaso  de  todas  las  gestiones  realizadas  en  favor  de  la  termina- 
ción de  la  Guerra  Grande,  había  producido  en  el  ejército  sitiador  el 
convencimiento  de  que  si  la  paz  no  se  formalizaba,  era  pura  y  exclu- 
sivamente por  la  resistencia  de  Rozas.  Sobre  la  base  del  descontento 
que  esa  convicción  había  generalizado,  le  fué  fácil  á  Urquiza  iniciar 
el  plau  militar  que  debía  conducir  al  aniquilamiento  de  la  tiranía  de 
Rozas. 

Cuando  el  general  argentino  cruzó  el  río  Uruguay  y  salió  á  su  en- 
cuentro el  general  Oribe,  el.  grito  de  guerra  fué  sustituido  por  un  in- 
menso clamoreo  de  paz.  Ya  no  debía  tirarse  una  sola  bala  más,  y 
comprendiéndolo  así  los  batallones  orientales  se  trasladaban  con  sus 
jefes  y  con  sus  bandas  de  música  á  las  filas  del  mediador  de  la  paz. 
Sólo  los  soldados  argentinos  volvieron  al  cuartel  general.  La  lucha 
era  imposible,  y  Oribe  pidió  al  doctor  Eduardo  Acevedo,  de  quien  es- 
taba distanciado,  que  se  entrevistara  con  el  general  Urquiza  para 
arreglar  la  entrega  del  resto  de  las  tropas. 

Conocía  mucho  el  doctor  Acevedo  á  un  teniente  Castilla,  que  du- 
rante los  nueve  años  de  la  guerra  había  desempeñado  el  cargo  de  jete 
de  una  escucha  á  la  altura  de  la  playa  de  la  Agiiada,  con  una  asidui- 
dad prodigiosa,  como  que  era  fama  que  apenas  tenía  una  media  doce- 
na de  faltas  por  razón  de  enfermedad  todas  ellas.  Pues  bien:  al  cruzar 
el  comisionado  la  línea  en  cumplimiento  de  su  misión,  la  primera  fuer- 
za avanzada  de  Urquiza  con  que  tropezó,  estaba  á  cargo  de  ese  mismo 
oficial,  quien  explicando  su  actitud,  dijo  simplemente  al  doctor  Ace- 
vedo: «que  la  hora  de  la  paz  había  sonado» . 

En  el  caso  del  teniente  Castilla,  estaban  todos  los  contendientes.  Y 
eso  explica  el  júbilo  con  que  fueron  acogidos  los  planes  de  reconcilia* 


Úli  ÉbüABDO  ACEVBDÓ 


oión  del  general  ürquiza,  y  el  abrazo  fraternal  y  sin  doblez  que  se 
daban  Iob  hombres  de  uno  y  otro  bando  al  grito  de  «no  hay  vencidos 
ni  vencedores». 

Los  antagonismos  renacieron  después,  y  renacieron  á  despecho  de 
todos  los  obstáculos  con  que  pretendió  vencerlos  el  espíritu  bien  in- 
tencionado y  conciliador  de  la  inmensa  mayoría  del  país. 

Del  archivo  del  doctor  Acevedo  vamos  á  extraer  diversas  cartas  y 
documentos  que  permiten  caracterizar  las  alternativas  del  medio  am- 
biente político. 

lina  earta  de*IljPi«tea. 

Los  comienzos  de  la  presidencia  Giró  fueron  de  viva  agitación.  La 
mayoría  parlamentaria  conquistada  por  el  partido  que  había  actuado 
fuera  de  Montevideo,  y  la  solución  dada  por  ella  al  problema  presi- 
dencial, provocaron  cierta  tirantez  de  relaciones  y  debates  de  marca- 
do corte  partidista,  que  felizmente  no  fueron  de  larga  duración.  La 
minoría  protestaba  crudamente  cada  vez  que  se  ponía  en  tela  de  jui- 
cio algo  de  lo  que  ella  califícaba  de  «hechos  consumados»  del  Go- 
bierno de  la  Defensa.  A  ese  factor  de  temibles  sacudidas,  se  agrega- 
ba el  intenso  sentimiento  de  protesta  causado  por  los  tratados  con  el 
Brasil,  que  el  patriotismo  tenía  que  sofocar  en  holocausto  á  la  situa- 
ción de  la  República,  amenazada  de  gravísimos  conflictos  interna- 
cionales cuando  recién  salía  de  una  guerra  destructora  de  diez  años, 
que  todo  lo  había  destruido,  que  todo  lo  había  desquiciado. 

De  esa  atmósfera  caldeada  por  las  pasiones  y  los  intereses  debió 
salir  alguna  denuncia  ó  voz  de  alarma,  que  el  general  Urquiza  se 
creyó  obligado  á  atender,  mediante  la  siguiente  carta  al  doctor 
Eduardo  Acevedo: 

«Buenos  Aires,  mayo  7  de  1852.— Muy  señor  mío:  En  los  momentos 
de  conflicto  en  que  se  halla  el  país,  y  en  el  que  pueden  ser  envuel- 
tas en  grandes  peligros  ambas  Repúblicas  del  Plata,  permita  usted 
que  me  dirija  á  su  patriotismo,  y  que  haga  oir  mi  voz,  proclamando 
los  comunes  intereses,  y  la  necesidad  de  que  todos  nos  aunemos 
para  cimentar  de  un  modo  sólido  el  bien  y  prosperidad  de  la 
patria. 

Ella  no  puede  ser  sospechosa:  trabajé  siempre  por  el  bienestar  de 
mis  conciudadanos;  trabajé  por  el  bienestar  de  esa  República  her- 
mana, y  al  darle  la  libertad  para  que  pudiese  fundar  sus  instituciones 
nacionales,  y  funcionar  en  la  órbita  constitucional,  todos  han  debido 
conocer  mis  buenos  deseos  y  la  completa  imparcialidad  que  han 
guiado  mis  actos  públicos. 


ANTES  Y  DESPüás    DEL  MOTÍN  213 


Gomo  general  vencedor  pade  imponer  condiciones,  pude  apoyar  mi 
triunfo  en  uno  de  los  partidos  que  allí  contendían.— No  quise  hacer-* 
le.  Preferí  unir  al  pueblo  oriental,  y  dándole  garantías  para  que  fun- 
dase sus  instituciones,  quise  dejarlo  unido  y  que  prosperara  á  la  som- 
bra de  los  buenos  sentimientos  de  sus  hijos. 

Desgraciadamente,  parece  que  estos  mid  votos  no  se  realizan.  La 
situación  interior  del  Estado  Oriental  se  complica,  y  quizá  va  á  ser 
envuelto  en  la  guerra  civil.  Su  situación  externa  se  ha  hecho  también 
muy  crítica,  y  viene  á  complicar  la  primera.  La  cuestión  de  los  trata- 
dos con  el  Brasil,  ha  tomado  proporciones  tan  gigantescas  que  ame- 
naza turbar  la  paz  de  esa  Bepéblica  oon  el  Im^perio,  f  arraetvar  á  ia 
República  Argentina  en  los  vaivenes  de  esa  guerra.  Esto  es  deplora- 
ble y  nunca  debí  preverlo.  ¿Pero  cuál  es  la  causa  de  esos  males? 
Permita  usted,  mi  amigo,  que  lo  diga  con  franqueza.  Los  orientales 
han  olvidado  los  sucesos  de  octubre:  han  olvidado  qne  yo  senté,  como 
condiciones  de  paz,  la  unión  de  los  orientales  de  todos  los  colores; 
que  proclamé  el  olvido  de  lo  pasado,  y  declaré  no  había  en  la  Repú- 
blica vencidos  ni  vencedores.  Así  entendí  hacer  la  felicidad  futura  de 
los  hijos  de  ese  suelo.  Y  con  todo,  poco  tiempo  ha  pasado,  y  ya  se 
han  olvidado  estas  santas  máximas.  La  reacción  está  á  la  puerta; 
la  reacción  con  el  mismo  fuego,  la  misma  intensidad,  las  mismas  pa- 
siones de  otra  época.  Hoy  se  discuten  hasta  los  hechos  consumados; 
hasta  los  hechos  envueltos  en  esa  amnistía  plena  y  entera,  que  bajo 
mi  inspiración  se  dieron  los  partidos. 

Se  quiere  hacer  retroceder  la  vida  de  ese  pueblo,  olvidando  que  ni 
á  los  hombres  ni  á  las  naciones  es  dado  este  milagro;  y  lo  que  es  más, 
se  desoyen  los  ecos  de  la  justicia  y  de  la  conveniencia  pública  para 
dar  cabida  al  grito  disonante  de  las  malas  pasiones. 

Yo  nu  puedo  ser  indiferente  á  semejante  situación,  cuando  me  em- 
peño en  proteger  con  una  política  franca  y  amistosa^  la  suerte  futura 
de  esa  República,  tan  enlazada  con  la  de  la  Confederación  Ar- 
gentina. 

No  puedo  serlo  porque  también  tengo  que  mirar  por  los  intereses 
argentinos  que  están  confiados  á  mi  dirección;  y  en  ambos  casos  ten- 
go un  derecho  pleno  para  pedir  á  los  hombres  públicos  de  ese  país, 
toda  la  moderación,  toda  la  dignidad  de  que  son  capaces,  para  no 
comprometer  tan  altos  intereses. 

Con  ese  derecho  es  que  me  permito  dirigir  á  usted  estas  cortas  ob- 
servaciones, para  estimular  su  patriotismo,  á  fin  de  que  influya  en 
todo  lo  posible,  para  que  se  conserve  inalterable  el  programa  que  yo 
tracé  en  octubre  á  la  vista  de  Montevideo,  para  que  agrupándose  to- 
dos á  los  esfuerzos  que  por  la  paz  hace  la'  Legación  especial,  que  he 
mandado  á  esa  República,  se  le  faciliten  los  medios  de  cumplir  su  mi- 
aión  i^mistosa  y  honorífica-  Para  que  los  oriéntale?  olvidei)  sus  dea* 


S14  EDüABDO  ACEVEDO 


graciadas  divisioneB  anteriores  y  se  acuerden  sólo  que  son  orientales, 
y  que  todos  están  animados  del  verdadero  bien  de  su  país. 

Yo  no  dudo,  mi  amigo,  que  usted  obrará  en  ese  sentido,  único  ca- 
paz de  poder  conducirnos  al  arreglo  deseado  en  los  negocios  con  el 
Brasil,  y  al  establecimiento  del  orden  y  prosperidad  nacional  que 
tanto  anhelo. 

En  esta  confianza  es  que  me  dirijo  á  usted,  y  le  ruego  acepte  los* 
sentimientos  de  consideración  y  aprecio  de  su  atento  servidor  Q.  8 
M.  B. — JiMto  J.  de  ürquixa.* 

Contestaelón  del  doetor  Aeevedo. 

He  aquí  la  respuesta  del  doctor  Acevedo,  concordante  con  la  pro- 
paganda altamente  conciliadora  que  encabezó  en  las  columnas  de 
«La  Constitución»  y  en  las  bancas  de  la  Representación  Nacional: 

«Montevideo,  mayo  15  de  1852.'-Seffon  Recién  antes  de  anoche  lle- 
gó á  mis  manos  la  carta  de  V.  E.  del  7  del  corriente,  en  que,  con  una 
benevolencia  que  sinceramente  le  agradezco,  me  habla  de  las  causas 
que  en  su  opinión,  han  influido  para  traer  la  situación  actual,  y  de 
los  medios  de  que  podemos  valemos  para  salir  airosamente. 

Permítame,  señor  general,  que  ante  todo  le  asegure,  que  pienso 
completamente  como  V.  E.;  y  que  todos  los  actos  de  mi  corta  y  poco 
importante  vida  pública,  han  sido  consecuentes  con  esas  ideas. 

Es  un  hecho  que  este  país  se  encontraba  dividido  en  partidos  con 
pretensiones  exclusivas  y  encontradas.  Esos  partidos,  ligados  con  los 
que  dividían  la  Confederación  Argentina,  lucharon  por  mucho  tiempo, 
merced  á  la  intervención  extranjera  que  sostenía  á  los  unos  y  á  los 
otros. 

.  Sin  entrar  ahora  al  examen  de  los  derechos  que  cada  uno  alegaba, 
sentaré  otro  hecho  que  nadie  con  ánimo  desprevenido  puede  poner 
en  duda. 

En  los  últimos  nueve  años  han  existido  dos  gobiernos  ó  autorida* 
des  de  hecho,  en  la  República  Oriental. 

El  uno,  que  dominaba  todo  el  país,  excepto  Montevideo.  El  otro, 
que  se  limitaba  al  terreno  encerrado  dentro  de  los  muros  de  la  ca- 
pital. 

La  lucha  empeñada  pudo  concluir  de  tres  modos:  por  el  triunfo  del 
Gobierno  que  existía  fuera  de  Montevideo,  por  el  triunfo  del  que  se 
sostenía  en  la  capital,  ó  por  la  unión  de  los  orientales,  tomando  por 
base  la  Constitución  de  la  República. 

En  el  primer  caso  habría  quedado  establecido  que  el  (Gobierno  le- 
gítimo de  la  Repúblicit  era  el  que  había  existido  fue^a  de  Montevideo; 


ANTES  Y  DEBPUéS    DEL  MOTÍN  215 

qne  el  otro  no  era  más  que  nna  autoridad  nominal  sostenida  por  el 
extranjero. 

En  el  segando,  se  habría  reconocido  que  la  autoridad  nacional  era 
la  que  existía  en  Montevideo:  que  la  otra  no  era  más  que  un  simu- 
lacro, creado  por  Rozas  y  para  Rozas. 

En  el  tercero^  abjurando  ambos  partidos  sus  pasados  errores,  ha- 
brían tirado  sus  divisas,  y  tomando  por  estandarte  y  por  norma  la 
Constitución  de  la  República,  habrían  trabajado  todos  por  el  bienes- 
tar futuro  del  país,  sin  que  ninguno  tuviera  facultad  de  enrostrar  fd 
otro  con  el  pasado  y  sus  consecuencias. 

De  estos  tres  modos  posibles  de  solución,  ¿cuál  es  el  que  se  realizó? 
Ahí  están  los  hechos.  Ahí  están  las  memorables  palabras  de  V.  E.— 
no  habrá  vencidos  ni  vencedores— todos  los  orientales  tienen  ¡guales 
méritos,  iguales  servicios,  es  decir,  ninguno  de  los  partidos  tendrá 
derecho  á  decir  al  otro:  <yo  he  sostenido  los  verdaderos  principios}  he 
estado  en  la  buena  senda;  tú  has  traicionado  la  causa  de  tu  país,  te 
has  puesto  al  servicio  de  un  tirano  extranjero,  ó  te  has  prostituido  á 
pretensiones  injustas  y  extrañas.» 

Ese  pensamiento  de  V.  E.  que  mis  amigos  y  yo  adoptamos  con  todo 
el  entusiasmo  que  nos  inspiraba  el  deseo  de  cegar  el  abismo  de  las 
revoluciones,  se  ha  falseado.  La  reacción  está  á  la  puerta,  como  dice 
V.  E.  tan  acertadamente:  la  reacción  con  el  mismo  fuego»  la  misma 
intensidad,  las  mismas  pasiones  de  otra  época. 

Pero  .es  necesario  averiguar  de  dónde  viene  esa  reacción.  Esa  reac- 
ción no  viene  del  partido  que  se  denominó  blanco»  ni  de  la  mayoría 
del  que  se  llamó  colorado.  Esa  reacción  viene  de  una  muy  pequefia 
parte  del  antiguo  partido  colorado:  de  la  parte  interesada  en  perpe- 
tuar la  marcha  torcida  que  las  circunstancias  imprimieron  al  gobier- 
no que  existía  dentro  de  Montevideo. 

La  posición  que  nosotros  tomamos,  y  con  nosotros  una  gran  parte 
de  los  que  se  denominaron  colorados,  es  muy  franca  y  muy  leal. 
Nosotros  decimos:— unos  y  otros  hemos  cometido  errores—abjurémos- 
los—unos y  otros  hemos  estado  fuera  de  la  verdadera  senda— tome- 
mos la  senda  constitucional.  Que  la  fusión  no  se  verifique  en  el  cam- 
po de  los  blancos  ni  en  el  campo  de  los  colorados:  que  la  fusión  se 
verifique  en  el  campo  nacional,  bajo  la  égida  sagrada  de  la  Constitu- 
ción! 

Estos  principios  que  hemos  sostenido  constantemente  desde  el  8  de 
octubre,  fecha  memorable,  para  siempre  enlazada  con  el  glorioso 
nombre  de  V.  E.,  se  encuentran  vertidos  en  la  proposición  que  hici- 
mos á  la  minoría  de  la  Cámara,  cuando  apuntó  la  reacción  de  que 
todos  nos  aquejamos. 

Nosotros  pretendíamos  echar  un  velo  sobre  el  pasado:  nosotros 
pretendíamos  no  discutir  loa  hechos  envueltos  en  la  amnistía  plena  y 


tí6  EDÜABDO  ACBTSDO 


entera  que,  bajo  la  inspiración  de  V.  E.,  se  dieron  los  partidos.  Pero 
exijamos,  quedar  los  unos  á  la  par  de  los  otros;  exigíamos  que  se 
dejase  á  la  historia  el  juzgamiento  de  la  legitimidad  de  las  pretensio- 
nes respectivas,  ya  que  no  se  adoptase  la  política  franca  que  propo- 
níamos, de  reconocer  que  todos  habíamos  errado — que  nadie  tenía 
derecho  de  tírar  la  primera  piedra. 

A  eso  se  nos  ha  contestado,  falseando  las  nobles  palabras  de  V.  E.— 
Se  nos  ha  contestado  que  el  partido  blanco  fué  vencido,  que  el  colo- 
rado fué  vencedor;  que  el  primero  no  tenía  otro  carácter  político  en 
esta  tierra,  que  el  de  hombres  que  se  habían  puesto  al  servicio  de  los 
intereses  del  tirano  de  Buenos  Aires,  mientras  que  el  segundo  defen- 
día la  causa  nacional;  y  que  las  palabras  de  V.  E.  no  se  referían  á 
los  partidos,  sino  á  los  individuos.  Algo  por  el  estilo  de  la  explica- 
ción que  Rozas  daba  del  «mueran  los  salvajes  unitarios». 

V.  E.  fácilmente  concebirá  que  no  podemos  aceptar  semejantes 
consecuencias  de  una  reacción,  que  nos  lleva  de  nuevo  á  la  guerra 
de  que  acabamos  de  salir. 

El  partido,  á  quien  se  quiere  humillar  lucharía  como  es  natural, 
para  librarse  de  la  mancha  que  se  le  quisiera  inferir,  y  aprovecharía 
la  primera  ocasión  de  sobreponerse,  para  sostener  á  su  vez  pretensio- 
nes tan  exclusivas  y  absurdas,  como  las  mismas  de  los  adversarios. 

Eso  es  lo  que  hemos  querido  evitar,  trabajando  para  llevar  adelante 
á  todo  trance  el  programa  que  proclamó  V.  E.  el  8  de  octubre.  La 
base  de  ese  programa  es  la  igualdad  de  los  diversos  partidos  en  que 
se  hallaba  dividida  la  República:  igualdad  que  haría  posible  la  fusión 
en  un  gran  partido  nacional,  que  no  tendría  más  adversarios  que  los 
restos  de  los  viejos  partidos  personales. 

Desde  que  esa  igualdad  no  exista,  desde  que  se  establezca  que  de 
los  dos  partidos,  el  uno  traicionó  los  intereses  legítimos  del  país,  que 
el  otro  defendía,  yo  pregunto:  ¿qué puede  esperarse  para  el  futuro?  Si 
al  que  va  á  trabajar  con  nosotros  en  la  reconstrucción  social,  empeza- 
mos por  escupirle  en  la  cara,  ofreciéndole  apenas  la  impunidad  de 
sus  erimenes  pasados,  ¿qué  podemos  esperar  de  su  colaboración  en  la 
grande  obra?  Esa  es  precisamente  la  situación,  general;  y  nadie  más 
á  propósito  que  V.  E.  para  juzgar  si  ella  es  conforme  á  nuestro  pun- 
to de  partida— el  8  de  octubre. 

una  de  las  más  generales  acusaciones  que  nos  hacen,  es  la  de  no 
querer  tender  un  velo  sobre  el  pasado.  Falsedad  muy  grande.  Nos- 
otros queremos  el  velo,  porque  sin  él  no  puede  haber  paz  ni  tranqui- 
lidad. Las  acusaciones  y  recriminaciones  nos  llevan  á  la  anarquía. 
Queremos  el  velo  sobre  el  pasado;  pero  un  velo  que  no  humille  á  los 
unos  á  la  presencia  de  los  otros.  Un  velo  que  nos  habilite  á  todos 
para  trabajar,  con  nuestras  frentes  erguidas,  en  el  sólido  afianza- 
miento de  las  iiistituciones  de  la  República, 


ANTES  Y  DESPIT^   DEL  MOTÍN  217 

A  eso  se  liga  la  acusación  de  no  respetar  los  hechos  consumados. 
Nosotros,  colocándonos  en  el  punto  de  vista  de  la  Constitución  y  de 
la  justicia,  rechazamoá  toda  solidaridad  con  los  actos  malos  de  los 
dos  partidos.  No  queremos  responsabilidad  moral,  ni  de  las  degolla- 
ciones y  confiscaciones  de  los  unos,  ni  de  los  asesinatos  y  depreda- 
ciones de  los  otros;  pero  aceptamos  todos  los  actos  de  los  dos  go- 
biernos en  que  no  ha  habido  infracción  de  la  ley,  dejando  á  los 
tribunales,  siempre  que  fuere  necesario,  la  decisión  de  si  se  ha  in- 
fringido ó  no  la  ley. 

Los  actos  verdaderamente  consumados  nadie  entre  nosotros  piensa 
tocarlos,  ya  vengan  de  los  blancos  ó  de  loa  colorados;  ¿pero  se  llama- 
rá, por  ejemplo,  acto  consumado,  que  se  presente  un  hombre  con  un 
crédito  de  37,000  patacones  por  40  bolsas  de  fariña  que  vendió  al  Go- 
bierno hace  tres  ó  cuatro  años?  ¿No  nos  asistirá  el  derecho  á  los  que 
representamos  la  Nación  para  examinar  esos  créditos,  ya  vengan  de 
los  unos  ó  de  los  otros?  Esta  es  la  verdadera  dificultad,  señor  gene- 
ral. Una  dificultad  de  plata,  y  nada  más,  es  lo  que  se  encuentra  en 
el  fondo  de  la  cuestión  interna.  £1  país  entero  lo  sabe;  y  V.  £•  se 
convencerá  de  ello  muy  pronto. 

Respecto  de  la  cuestión  brasileña,  hoy  arreglada,  creo  inútil  entrar 
en  detalles  que  serían  intempestivos.  Con  la  aceptación  de  los  trata- 
dos que  el  país  entero  ha  repudiado,  se  nos  pone  en  el  caso  de  ser 
brasileños.  ¡Quiera  Dios  que  no  haya  con  el  tieinpo  motivo  de  arre- 
pentirse, y  se  eche  de  menos  la  base  de  la  Convención  de  1828  que 
dio  existencia  á  esta  Bepúbbca! 

Dispense  V.  E.,  señor  general,  que  me  haya  extendido  tanto,  abu- 
sando de  sus  preciosos  momentos;  pero  á  ello  me  ha  impulsado  la 
noble  franqueza  de  V.  E.  y  la  necesidad  que  he  sentido  de  que  no 
altere  la  opinión  que  tiene  formada  de  la  lealtad  de  mi  carácter. 

En  esta  esperanza,  ruego  á  V.  E.  acepte  los  sentimientos  de  consi- 
deración y  aprecio  con  que  B.  L.  M.  de  V.  E.-^EdtMrdo  Ácevedo*. 

lia  propaganda  de  «Ija  Constltaclón». 

Las  cartas  de  los  doctores  José  Ellauri,  Carlos  Tejedor  y  Alejandro 
Magariños  Cervantes  y  del  señor  Juan  José  Soto,  que  extractamos  á 
continuación,  reflejan  el  juicio  favorable  de  la  época  á  la  propaganda 
periodística  del  doctor  Acevedo. 

Del  constituyente  Ellauri: 

«  París,  octubre  4  de  1852.—  .  . .  Acabo  de  leer  los  números  que 
basta  el  5  de  agosto  ha  publicado  usted  de  su  excelente  periódico 


218  EDÜÁBDO  ACEVBDO 


«La  Constítuciónv.  El  proj^^ma,  la  claridad  y  sencillez  de  su  estilo, 
al  alcance  de  todas  las  inteUgencias,  son  calidades  no  muy  comunes 
en  los  periodistas,  y  yo  creo  que  continuando  así  usted  hará  un  fiaran 
servicio  á  nuestra  tierra.  En  el  fondo,  las  ideas  son  las  más  prácticas 
y  las  más  útiles  en  las  circunstancias.  Yo  lo  felicito  á  usted  sincera- 
mente iK)r  esa  noble  liberalidad  de  ideas  que  usted  emite,  sin  preocu- 
parse de  antecedentes  ni  de  exclusivismos  mezquinos,  unión  leal 
bajo  el  estandarte  sublime  de  la  Constitución,  y  llegaremos  al  término 
de  nuestro  destino — José  Ellaurt.» 


Dbl  dootob  Gablob  Tejedob: 

«  Buenos  Aires,  julio  27  de  1852. ~  . .  .Su  periódico  lo  he  leído  con 
mucho  gusto.  Encuentro  en  él  sobre  todo  tendencias  honradas  y  un 
aire  de  calma  y  satisfacción.  ¿Pero  le  será  posible  mantenerse  así  por 
mucho  tiempo  en  época  como  la  nuestra?  ¿Qué  piensa  usted  en  el 
fondo  de  su  corazón,  de  ese  gobierno  y  del  porvenir  del  país? 

«  Al  verle  tan  sereno  y  doctrinario  en  medio  de  las  nubes  que  nos 
rodean  y  de  que  su  patria  no  está  exenta,  llego  á  pensar  que  ese  país 
no  ha  perdido,  como  el  nuestro  al  parecer,  la  facultad  de  nutrirse  de 
buenas  ideas:  que  todavía  es  tiempo  de  moralizar  allí,  mientras  que 
aquí  todo  se  hace  y  deshace  á  látigo  ó  golpes  de  sable. 

«  Me  pide  usted  trabajos  para  su  diario.  ¿Puedo  dárselos,  conve- 
nientes, en  este  estado  de  mi  espíritu?  Cada  día  pierdo  un  pedazo  de 
la  gran  esperanza  que  me  hizo  regresar.  No  podría  escribir  sino  cosas 
tristes.  Feliz  usted  que  no  desespera  todavía  del  porvenir  de  su 
patria!  ....  —  Carlos  Tejedor. » 

Del  doctor  Alejandro  MagariSíos  Cervantes: 

«  París,  diciembre  7  de  1852.— He  visto  con  placer  algunos 

números  de  «La  Constitución»,  periódico  consagrado  exclusivamente 
&  los  verdaderos  intereses  del  país  y  órgano  sin  disputa  del  verdadero 
partido  nacional.  Al  ver  á  su  frente  á  un  hombre  del  saber  y  talento 
de  usted,  al  notar  los  principios  y  doctrinas  que  sustenta,  no  he  du- 
dado que  toda  la  juventud  inteligente  se  agrupará  alrededor  de  la 
bandera  levantada  por  usted,  y  trabajará  con  patriotismo,  con  celo» 
con  inteligencia  y  acierto  en  la  grande  obra  de  nuestra  reorganización 
política  y  social.  Desde  Europa  ofrezco  á  usted  mi  pobre  contingente, 
en  la  esfera  en  que  desde  aquí  me  es  posible  hacerlo. . . .  -^Alejandro 
Magariños  Cervantes,* 

«  París,  febrero  5  de  1853.—  . . . .  Supongo  que  usted  estará  ocupa- 
dísimo  en  las  ^aves  y  patrióticas  tareas  á  que  se  ha  consagrado,  en 


ANTES  7  DESPUÉS  DEL  MOTÍN  219 

pro  de  las  doctrinas  que  con  tanto  acierto  defíende  en  «La  Constítu- 
ciónD  y  que  le  valen  sinceros  y  ardientes  elogios  lo  mismo  en  América 
que  en  Europa.  No  he  hablado  con  un  solo  americano  del  Río  de  la 
Plata,  que  no  esté  de  acuerdo  sobre  el  particular.  Con  el  señor  Ellauri 
j  Frías  en  particular  hablo  mucho  de  usted,  con  placer,  con  orgullo, 
con  la  satisfacción  que  inspira  el  amor  á  la  patria  y  las  altas  espe 
ranzas  á  que  se  abre  el  corazón  al  ver  en  el  palenque  de  la  política 
hombres  tan  sensatos,  tan  inteligentes  y  tan  amantes  de  su  país 
como  usted —Alejandro  Magariños  Cervantes,* 

Del  sElfoB  Juan  José  Boto: 

«  Bío  Janeiro,  junio  23  de  1853.—. . . .  usted  que  ha  sido  el  primero 
en  predicar  y  que  ha  mostrado  de  un  modo  práctico  que  el  respeto  á 
la  Constitución  es  nuestra  única  áncora  de  salvación,  sea  también  el 
primero  en  reunir  y  formar  el  nuevo  partido,  el  partido  que  podría 
Uamarse  propiamente  eonsiiiueional  y  en  el  cual  al  designar  á  cada 
uno  su  puesto  no  se  le  preguntada  de  dónde  viene  sino  cuáles  son 
BUS  aptitudes  y  su  capacidad. 

«  Entre  las  inmensas  ventajas  que  eso  traería,  resalta  desde  luego 
la  de  poder  estrechar  sincera  y  positivamente  con  el  Imperio  del  Bra- 
sil las  relaciones  de  amistad  y  buena  inteligencia.  El  Brasil  no  podría 
ver  entonces  un  partido  que  le  era  simpático  y  otro  que  le  era  hostil: 
las  simpatías  y  los  rencores,  si  es  que  existen,  se  habrían  confundido, 
y  el  partido  constitucional  representado  por  la  mayoría  de  los  orien- 
tales, inspiraría  en  el  exterior  más  respeto  por  el  país,  más  confianza 
en  su  porvenir  y  consiguientemente  habría  para  con  él  mejor  dispo- 
sición, más  consideraciones ^Juan  José  Sotoi», 

«  Bío  Janeiro,  septiembre  11  de  1853.— No  se  desaliente  usted 

por  los  ataques  de  la  envidia.  Hombres  de  su  probidad  y  sus  talentos, 
lanzados  en  una  sociedad  como  la  nuestra,  necesariamente  han  de 
hallar  detractores  y  opositores  sistemáticos;  pero  usted  está  muy 
arriba  de  los  ataques  de  sus  enemigos,  su  inmaculada  reputación  lo 
pone  á  cubierto  de  los  tiros  de  la  calumnia,  y  el  aprecio  y  la  grande 
opinión  que  goza  usted  en  la  mayoría  del  país,  le  designan  con  justi- 
cia el  primer  puesto  entre  los  orientales.  •  .  ^Juan  José  Soto  ». 

Ni  Maneo  ni  eolorado. 

La  carta  del  constituyente  Ellauri,  ya  extractada,  fué  contestada  en 
los  siguientes  términos  por  el  doctor  Acevedo: 

■ 

«  Jíontevideo^  diciepibre  i  de  1852.— Cop  vivísimo  placer  hs  r^ci- 


220  EDÜABDO  ACKYBDO 


bido  la  carta,  que  con  fecha  4  de  octubre  ha  tenido  usted  la  bondad 
de  dirigirme.  Aunque  no  tuviera  el  honor  de  conocerlo  personalmente, 
me  había  acostumbrado  á  mirarle  desde  hace  mucho  tiempo  como  uno 
de  los  hombres  que  más  han  contribuido  á  afirmar  en  nuestra  tierra 
el  orden  constitucional. 

«  Babia  la  parte  principal  que  á  usted  había  tocado,  asi  en  la  redac- 
ción de  <La  Constitución»,  como  en  la  discusión  que  tuvo  lugar  en 
la  Asamblea.  Conocía  el  excelente  discurso  de  que  usted  conserva 
ahora  sólo  un  vago  recuerdo,  y  que  tantas  veces  me  ha  servido  para 
descubrir  el  espíritu  y  tendencias  de  nuestra  ley  fundamental. 

«Eso  le  explicará  á  usted,  mi  estimado  doctor,  la  clase  de  impresión 
que  me  han  causado  las  lisonjeras  palabras  que  se  ha  servido  usted 
dirigirme,  con  motivo  del  periódico  que  me  creí  en  el  caso  de  fundar 
después  del  8  de  octubre,  en  que  lució  la  paz  para  nuestro  pobre  país 
tan  desgarrado. 

«  Esas  palabras,  agradables  en  cualquier  caso,  lo  son  doblemente 
cuando  vienen  de  un  hombre  como  usted.  Ellas  sirven  de  estímulo  á 
la  vez  que  de  recompensa.  Vivamente  penetrado  de  la  necesidad  de 
la  unión  de  los  orientales  bajo  el  estandarte  sagrado  de  la  Constitu- 
ción, he  tratado  únicamente  de  hablar  con  mi  corazón,  y  sobre  todo, 
de  encaminar  la  prensa  hacia  las  mejoras  materiales,  dejando  comple- 
tamente á  un  lado  esas  cuestiones  políticas  que  nunca  han  producido 
otra  cosa  que  trastornos  y  guerra  civil. 

«  Hoy  no  hay  nada  que  separe  en  el  porvenir  á  los  orientales  que 
pertenecieron  á  los  diversos  partidos  que  han  dividido  á  la  Repú- 
blica, ¿por  qué  entonces  no  reunimos  todos  en  un  común  deseo  de 
sostener  la  Constitución?  ¿por  qué  empeñarse  en  buscar  en  el  pasado 
motivos  de  división  y  de  encono? 

«Ese  es  el  sentimiento  que  me  ha  hecho,  contra  mi  inclinación  y  mis 
verdaderos  intereses,  redactor  de  un  periódico.  Yo  he  creído  que  el 
mejor  modo  de  borrar  los  vestigios  del  pasado  y  de  que  desaparecie- 
ran los  antiguos  partidos,  no  era  ensalzar  los  hechos  del  uno,  para 
deprimir  los  del  otro,  sino  sostener  la  igualdad  de  ambos  ante  la 
Constitución  de  la  República. 

«He  elegido  ese  camino,  precisamente  porque  no  soy,  ni  quiero  ser, 
blanco  ni  colorado;  y  sin  embargo,  hay  hombres  que  gritan  contra  la 
reacción  que  suponen  que  encabezo,  y  me  suponen  animado  de  las 
ideas  más  exaltadas  y  atrabiharias. 

«En  tal  situación,  acosado  por  el  grito  casi  general  de  los  hombres 
que  hacen  gala  en  llamarse  de  la  Defensa,  cuando  quizá  no  han  hecho 
más  que  trabarla,  se  hará  usted  cargo  que  sus  palabras  han  venido  á 
caer  como  un  bálsamo  sobre  heridas  que,  por  más  que  diga,  no  puedo 
dejar  de  sentir  más  ó  menos  vivamente. 

«Cuando  hombres  como  usted,  que  han  ocupado  lugar  tan  conspicuo 


ANTB8  T  DB8PÜ1Í8   DBL  MOTÍN  22Í 


en  el  partido  contrario  de  aquel  donde  yo  me  encontré  un  día,  hacen 
la  justicia  de  creer  en  la  rectitud  de  mis  intenciones,  eso  me  da  nuevo 
brío  para  continuar  en  la  misión  que  he  tomado  sobre  mí. 

«Yo  le  pido  encarecidamente,  mi  estimado  doctor,  que  si  usted  cree 
olguna  vez  que  me  separo  de  la  línea  de  conducta  que  he  sefi^uido  en 
mis  primeros  pasos,  y  á  la  que  ha  dado  usted  su  aprobación,  tencha  la 
bondad  de  indicármelo  con  entera  franqueza.  Será  un  nuevo  favor  que 
le  agradeceré  tanto  6  más  que  el  primero ^Eduardo  Áceveio.y^ 

La  carta  que  antecede,  mereció  del  constituyente  Ellauri  las  muy 
favorables  apreciaciones  que  se  leerán  á  continuación: 

«París,  marzo  6  de  1853 —Habiendo  leído  todos  sus  diarios  pos- 
teriores á  la  mía  hasta  el  5  de  enero,  veo  que  no  se  separa  usted  de  la 
buena  línea  que  adoptó  desde  el  principio,  á  pesar  de  las  tracaserías 
de  algunos  díscolos  (que  le  aseguro  á  usted  que  son  muy  pocos)  y  á 
quienes  les  ha  de  llegar  también  su  día  de  convencimiento.  No  se 
afecte  usted,  mi  amigo,  de  esos  que  no  son  más  que  ladridos  á  la  luna. 
El  sacerdocio  que  ejerce  un  escritor  público  es  muy  sagrado,  aunque 
no  le  falten  sus  amarguras.  Pero  en  usted  tiena  mucho  de  sublime  y 
elevado  y  no  le  pueden  alarmar  los  tiros  de  la  maledicencia.  Para  el 
que  sabe  lo  que  es  en  Montevideo  la  carrera  de  un  abogado  de  crédito 
como  el  que  usted  goza;  para  el  que  conoce  las  circunstancias  espe- 
ciales de  familia  y  de  fortuna  de  usted,  es  indudable  que  sólo  una 
intima  convicción  y  el  más  puro  patriotismo  han  podido  decidirlo  á 
usted  á  tomar  sobre  sus  hombros  una  carga  cuyo  peso  no  todos  saben 
apreciar.  Aquí  no  hay  interés  personal,  no  hay  especulación;  y  eso  le 
hace  y  le  hará  á  usted  siempre  un  grandísimo  honor.  El  estandarte 
sacrosanto  de  la  Constitución  es  el  único  que  ha  podido  salvarnos  no 
sólo  aquende,  sino  también  allende  el  Río  de  la  Plata.  La  diferen- 
cia favorable  para  nosotros,  ha  estado  en  que  la  República  del  Uru- 
guay, buena  ó  mala,  la  tenía  ya  hecha;  y  en  la  Argentina  aún  está 
por  redactarse.  De  ahí  nace  que  nos  pudimos  poner  pronto  en  orden 
de  este  lado,  y  del  otro  aún  hay  obstáculos  que  imperan. 

«Lo  que  más  me  agrada  en  su  modo  de  escribir  (creo  que  ya  se  lo 
dije),  es  la  claridad  al  alcance  de  todas  las  inteligencias;  que  no  tro- 
pieza usted  en  el  escollo  (tan  frecuente  en  la  juventud)  de  las  teorías 
seductoras  y  de  los  programas  pomposos.  Se  va  usted  á  lo  práctico,  á 
lo  hacedero  y  posible,  sin  vagar  por  los  espacios  imaginarios.  Siga 
usted,  mi  amigo,  así;  y  usted  verá  el  fruto  de  sus  patrióticos  esfuer- 
zos  —José  Ellauri, » 

El  motín  militar  de  Jallo  de  1853. 

Al  recorrer  los  últimos  editoriales  de  «La  Constitución»,  diríase 
que  el  doctor  Acevedo  no  se  había  dado  cuenta  de  la  inminencia  da 


¿22  ÍBDÜARDÓ  ÁosVsbd 


la  crisis  política,  tal  js  la  serenidad  de  su  propaganda  y  la  absoluta 
confianza  demostrada  en  la  cordura  del  país.  Esa  serenidad  y  esa 
confianza  no  eran  infundadas.  £1  ambiente  del  país  excluía  en  abse- 
luto  la  posibilidad  de  una  revolución  popular.  El  motín  militar  era 
posible,  se  dirá.  Pero  la  prensa  no  podía  combatirlo  anticipadamente, 
sin  aumentar  la  gravedad  del  mal.  De  ahí  que  las  columnas  de  «La 
Constitución»  reflejaran  impresiones  más  tranquilizadoras  de  las  que 
realmente  actuaban  en  el  ánimo  del  periodista.  Mencionaremos  dos 
antecedentes  de  última  hora  que  así  lo  acreditan. 

Guando  empezaron  los  preparativos  para  la  organización  de  la 
guardia  nacional,  que  era  uno  de  los  números  del  plan  de  festejos 
del  18  de  julio,  el  doctor  Acevedo,  que  estaba  alistado  en  una  de  las 
compañías,  conferenció  varias  veces  con  el  Presidente  Giró  j  con  sus 
Ministros  para  demostrarles  la  necesidad  de  que  los  soldados  cívicos 
recibieran  su  lote  de  municiones  á  la  par  de  los  de  línea.  En  la  vís- 
pera del  motín,  reiteró  esas  entrevistas  y  esos  pedidos,  sin  conseguir 
resultado  alguno.  De  ahí  que  las  fuerzas  de  línea  pudieran  hacer 
fuego  impunemente  como  lo  hicieron. 

Entre  los  papeles  del  doctor  Acevedo,  figura  una  exposición  del 
25  de  julio  de  1853,  siete  días  después  de  producido  el  motín  militar, 
(in  que  se  documenta  una  tentativa  para  desbaratar  el  plan  de  los  re- 
volucionarios. Estaba  el  doctor  Acevedo  amenazado  de  muerte  por 
algunos  ex  legionarios  y  «para  el  caso  no  probable  (dice  la  exposi- 
ción) de  que  esos  miserables  realicen  las  amenazas,  he  creído  conve- 
niente dejar  listas  estas  apuntaciones». 

Resulta  de  la  exposición  de  que  nos  ocupamos,  que  el  17  de  julio, 
víspera  de  la  revolución,  el  doctor  Acevedo  fué  invitado  á  una  con- 
ferencia por  tres  legionarios  de  representación,  y  que  de  esa  confe- 
rencia resultó  la  presentación  de  un  individuo  que  por  una  cantidad 
de  dinero  se  comprometía  á  presentar  la  prueba  de  la  criminalidad  de 
los  cabecillas  y  á  dar 'los  medios  de  burlar  sus  planes.  El  doctor 
Acevedo,  que  había  concurrido  á  la  entrevista  con  conocimiento  del 
Presidente  Giró,  puso  en  contacto  con  este  magistrado  al  legionario 
que  debía  descubrir  el  plan.  El  legionario  repitió  «poco  más  ó  menos 
lo  que  todo  el  pueblo  decía,  sin  presentar  una  sola  prueba  de  sus  aser- 
tos», por  lo  que  el  Presidente  y  el  doctor  Acevedo  le  dijeron  que  la 
promesa  no  se  cumpliría,  sin  que  se  diera  al  Gobierno  datos  para 
obrar.  El  legionario  se  retiró  etitonces  con  ánimo  de  procurarse  las 
pruebas  y  volver,  pero  no  hizo  ni  una  ni  otra  cosa. 

Del  mismo  archivo  del  doctor  Acevedo,  reproducimos  los  siguientes 
párrafos  de  una  carta  del  señor  Juan  José  Soto  que  corresponde  pre- 
cisamente á  la  fecha  del  motín  y  prueba  que  en  Río  Janeiro  se  cono- 
cía con  anticipación  el  movimiento  que  aquí  debía  estallar: 


ÁlStTEi  t  D£8PUéi    DEL  kOTÍN  ÍÍ3 


«Río  Janeiro,  jalío  18  de  1853.— Triste  C09a  es,  querido  amigo,  to- 
car el  convencimiento  de  que  el  miembro  gangrenado  va  á  llevar  el 
contagio  á  todo  el  cuerpo  y  no  poder  hacer  la  amputaciónl  ¡Triste  cosa 
es  que  divisando  el  puerto  no  haya  quien  sepa  manejar  el  timón  para 
guarecerse  en  él  y  ponerse  al  abrigo  de  la  borrasca!  ¡Triste  cosa  es» 
en  fin,  ver  correr  el  país  á  su  perdición  y  no  tener  la  facultad  de  de- 
tenerlo en  su  funesta  carrera]  Según  me  han  dicho  personas  bien  in- 
formadas, hoy  debe  haber  estallado  un  motfn  en  Montevideo.  Hoy 
habrá  reaparecido  la  anarquía  con  todos  sus  errores.  Hoy  se  habrá 
puesto  en  movimiento  esa  máquina  destructora  que  se  llama  guerra 
civiL  Hoy  se  habrá  cometido  un  nuevo  crimen  que  irá  á  aumentar  el 
largo  catálogo  de  los  atentados  con  que  desde  muchos  años  estamos 
escandalizando  al  mundo.  Hoy  se  habrá  dado  impulso  al  carro  de  la 
revolución,  sin  que  nadie  pueda  prever  cuándo  y  dónde  se  detendrá. 
Hoy,  en  6n,  los  exagerados,  por  no  decir  mentidos  patriotas,  fanati- 
zados por  sus  aspiraciones  y  cegados  por  su  ambición,  habrán  arras- 
trado al  sacrificio  centenares  de  ciudadanos  útiles! — Juan  José 

Soto.T» 

Carta  al  seftor  Franclseo  Ijeeoeq. 

Indicando  algunas  de  las  causas  de  la  crisis  poUtica,  se  expresa 
así  el  doctor  Acevedo  á  fines  del  mes  de  agosto,  ó  sea  en  la  mitad 
del  período  comprendido  entre  el  motín  militar  y  el  derrumbe  del 
gobierno  constitucional: 

«Agosto  24  de  1853 —Guando  á  costa  de  sacrificios  de  todo 

género  habíamos  conseguido  la  paz  y  empezaban  recién  á  cicatrizar  las 
llagas  que  nos  había  legado  una  guerra  de  diez  años,  un  nuevo  movi- 
miento revolucionario  viene  á  poner  en  problema  hasta  nuestra  exis- 
tencia política. 

«No  hay  que  alucinarse.  £1  motín  del  18  de  julio  que  no  vino  á  res- 
ponder á  ninguna  necesidad  del  país,  se  debe  exclusivamente  á  la 
poUtica  insensata  de  los  estadistas  brasileños,  que  creen  favorecer  los 
intereses  de  su  nación  aniquilando  la  nuestra  para  absorberla  des- 
pués más  cómodamente. 

«Llamo  insensata  esa  política  porque,  aún  suponiendo  que  los 
brasileños  consiguiesen  su  objeto  y  tngesen  sus  fronteras  hasta  el 
Río  de  la  Plata,  consumando  la  ruina  de  estos  habitantes  nacionales 
y  extranjeros,  no  harían  sino  aumentar  los  elementos  de  desorgani- 
zación que  encierra  en  sí  mismo  el  Brasil  y  que  más  tarde  ó  más 
temprano  traerán  su  desmembración.  La  adquisición  de  este  país, 
sería  para  el  Brasil  un  nuevo  vestido  de  Dejánira  que  sería  fatal  á 
su  poseedor. 


2Ü 


EDUARDO  AOEVEDO 


«  iQaé  lástíma  que  la  Francia  no  se  haya  apercibido  del  papel  que 
estaba  llamada  á  desempeñar  en  estos  pafse& ! 

« Cuando  estaba  por  retirarse  en  1852  la  columna  expedicionaria 
francesa  que  mandaba  Mr.Bertin  Ducbateau,  pedimos  al  almirante  L#e- 
Predour  que  retardara  la  partida  de  la  expedición,  para  que  nos  sir- 
viera de  escudo  contra  las  injustas  y  exageradas  pretensiones  brasileñas. 
M  almirante  no  se  creyó  autorizado  á  ceder  á  votos  que  salían  de  los 
mismos  que  más  ardorosamente  habían  combatido  la  intervención 
francesa  en  el  Plata.  £i  almirante  no  conoció  cuánta  ventaja  repor- 
tarían los  intereses  franceses  de  semejante  concesión  hecha  á  antijpios 
adversarios  que  venían  á  reclamar  la  acción  civilizadora  y  pacífica 
de  la  Francia  para  sostener  la  independencia  de  la  República  y  la 
consolidación  del  orden  constitucional  ». 

Coarta  al  señor  Juan  José  Soto. 

Después  de  terminado  el  proceso  del  motín,  con  el  derrumbe  del 
gobierno  de  Giró,  el  doctor  Acevedo  condensó  en  esta  forma  sus  opi- 
niones sobre  las  causas  de  la  grave  crisis: 

«Montevideo,  septiembre  30  de  1853.— Los  hombres  del  18  de  julio 
han  descorrido  completamente  el  ya  muy  transparente  velo  que  en- 
cubría sus  planes  de  desorganización  y  de  anarquía. 

«Le  escribí  el  24  por  el  transporte  «Charrúa»  en  los  momentos  en 
que  el  Presidente  de  la  República,  cediendo  á  la  violencia,  iba  á  bus- 
car un  refugio  en  la  casa  de  la  Legación  Francesa. 

«La  fuga  del  Presidente  desconcertó  por  un  momento  á  los  anar- 
quistas. £llos  que  pretendían  llevar  ese  día  la  violencia  á  sus  últimos 
límites  al  salir  de  un  banquete  de  doscientos  cubiertos  que  Pacheco 
había  mandado  preparar  en  una  fonda  de  la  plaza,  se  determinaron 
á  cejar,  y  el  banquete  se  concluyó  muy  tranquilamente.  Todos  loa 
preparativos  de  desorden  quedaron  sin  efecto. 

«Determinaron  hacer  creer  entonces  que  el  paso  del  Presidente  no 
había  sido  provocado:  que  no  había  existido  peligro  alguno,  ni  para 
su  persona  ni  para  su  autoridad,  y  que  el  asilo  que  había  ido  á  bus- 
car era  una  especie  de  acto  de  demencia. 

«Supongamos  que  así  fuera:  supongamos  que  el  Presidente  en  vez 
de  refugiarse  en  lo  de  Mr.  Maillefer,  hubiera  salido  tirando  piedras 
por  las  calles,  ¿era  ese  motivo  para  que  desconocieran  las  demás  auto- 
ridades constitucionales?  ¿para  que  prescindieran  de  la  Comisión  Per- 
manente, de  la  Asamblea  General  y  de  la  autoridad  que  ipso  jure  in- 
viste el  Presidente  del  Senado  en  los  casos  de  fallecimiento,  ausencia 
6  renuncia  del  Presidente  de  la  República? 

«La  conducta  de  los  revolucionarios  no  tiene  excusa  ni  pretexto. 


ANTES  t  DESPUÉS   DEL  kOTÍH  ¿25 


£n  una  reunión  tumultuaría  echaron  por  tierra  todae  las  autorídades 
constitucionales,  y  nombraron,  6  por  mejor  decir,  nombró  Pacheco  el 
singular  triunvirato  que  asume  hoy  el  nombre  de  Gobierno  Proviso- 
rio de  la  República-  Arrastraron  al  pobre  viejo  Lavalleja.  ..«in- 
cluyeron el  nombre  de  Rivera  á  quien  suponían  muerto  vel  quast,  y 
se  dispusieron  á  convocar  una  Asamblea  de  doble  número  de  senado- 
res y  representantes,  como  si  se  tratara  de  cambiar  la  forma  de  go- 
bierno de  la  República. 

«A  todo  esto  la  campaña  estaba  entregada  á  sí  misma.  Los  jefes  de- 
partamentales no  tenían  instrucciones  de  ninguna  cla^e,  y  el  Go- 
bierno se  víqo  abajo  en  la  capital,  sin  hacer  el  menor  esfuerzo  para 
sostenerse  en  otra  parte.  Eso  explica  que  Flores  haya  podido  llegar 
sin  ninguna  especie  de  obstáculo  hasta  San  José,  con  poco  más  de 
200  infantes  y  50  caballos. 

«A  mi  modo  de  ver,  no  por  eso  la  guerra  civil  es  menos  inevitable; 
pero  supongamos  que  así  no  fuese;  supongamos  que  Flores,  engrosan- 
do su  columnita  recorra  triunfante  todo  el  país,  haciendo  reconocer  la 
autoridad  del  gobierno  revolucionario  ¿puede  quedarnos  alguna  espe- 
ranza de  que  el  orden  se  consolide?  Desbordado  el  torrente,  pisoteada 
la  Constitución,  ¿qué  esperanzas  podemos  tener  para  lo  sucesivo?  ¿No 
se  creerá  autorizado  para  hacer  una  revolución  cualquiera  que  pue- 
da disponer  de  algunas  bayonetas? 

«En  países  como  los  nuestros,  acostumbrados  á  la  vida  de  caudillaje, 
quitando  los  caudillos  es  necesario  poner  algo  en  su  lugar,  y  ese  algo 
no  puede  ser  sino  la  ley,  la  Constitución.  Quítelas  usted,  y  se  encon  - 
trará  de  nuevo  con  los  caudillos  y  su  inevitable  cortejo  de  desórdenes 
y  arbitrariedades. 

«Herrera  se  ha  portado  bien  en  toda  esta  jarana,  como  creo  que  se 
portará  Lamas.  Herrera  no  ha  reconocido  el  gobierno  revolucionario 
y  hasta  ha  visto  durante  unos  días  amenazada  su  existencia.  César 
Díaz  no  se  ha  plegado  tampoco  al  movimiento,  y  muchos  de  los  anti- 
guos colorados  están  en  el  mismo  caso. 

uTodos  los  que  tienen  ojos,  ven  que  siguiendo  en  esta  senda  vamos  á 
la  anarquía,  y  como  necesaria  consecuencia,  á  la  pérdida  de  nuestra 
nacionalidad. 

«¡Qué  papel  tan  lucido  habría  tenido  que  representar  el  Presidente 
en  todo  este  negocio!  Viva  la  Constitución  de  la  República,  mueran 
los  blancos  y  los  colorados,  es  decir,  los  que  con  los  ojos  en  el  pasa- 
do, no  quieren  ver  el  porvenir.  Tuda  la  parte  sana,  que  es  la  más  nu- 
merosa, le  habría  rodeado  y  el  país  se  habría  salvado  sin  luchas  y  sin 
trastornos. 


U 


Í2i  I:düárdo  acetbdo 


ftTenfjfo  el  triplísimo  consuelo  de  que  se  los  predije  á  todos  hace  mu- 
cho tiempo. 

«Estoy  siempre  en  lo  que  le  dije  la  primera  ves  que  le  hablé  del 
motín  de  julio.  La  situación  se  debe  tanto  á  la  ineptitud  de  algunos 
hombres,  como  á  la  perversidad  de  otros. 
•     ■••••••      ••.••..      •••      •■■• 

«Paranhos  ha  procedido  con  mucha  indiscreción  en  todo  este  nego- 
cio. No  solamente  ha  ayudado  debajo  de  cuerda  cuanto  ha  podido  á 
los  revolucionarios,  sino  que  requerido  por  el  Gobierno  para  que  hicie- 
ra efectivo  el  auxilio  estipulado  en  los  tratados  de  octubre,  ha  con- 
testado que  no  se  creía  en  el  caso  de  verificarlo.  Ahora  me  parece  que 
le  pes  i  haber  procedido  como  lo  ha  hecho,  pues  ha  conocido  cuan  fal- 
sa 68  ia  posición  que  asume.  No  lo  he  visto  después  de  los  últimos 
sucesos. 

«El  Presidente,  don  Bernardo  y  algunos  otros  ciudadanos  están  em- 
barcados. Yo  no  lo  he  hecho  todavía;  pero  tendré  que  hacerlo  uno  de 
estos  días.» 

Carta  del  doetor  Ambrosio  Velaseo. 

Durante  la  contienda  presidencial  de  1860,  el  doctor  Ambrosio  Ve- 
lasco  publicó  en  «La  República»  (17  de  febrero)  el  siguiente  párrafo  de 
una  carta  del  doctor  Acevedo  del  12  de  mayo  de  1854: 

«Cada  día  que  pasa,  cada  nueva  desgracia  que  asoma,  es  un  moti- 
vo para  deplorar  de  nuevo  y  con  más  fuerza,  que  se  hayan  esteriliza- 
do tantos  elementos  de  prosperidad  como  el  país  encerraba.  La  inep^^ia 
de  unos  y  la  perversidad  de  otros  ha  sido  más  poderosa  que  ia  volun- 
tad de  la  gran  mayoría  del  país.  Esto  que  creía  yo  en  julio  y  septiem- 
bre lo  creo  ahora  también.  Dios  quiera  que  tenga  compostura!» 

lia  polítlea  brasileña. 

De  una  carta  dirigida  por  el  señor  Juan  José  Soto  al  doctor  Ace- 
vedo varios  meses  después  del  derrumbe  de  la  situación  constitucio- 
nal, reproducimos  las  siguientes  apreciaciones: 

«Río  Janeiro,  febrero  4  de  1854.— Por  esta  vez  el  Ministerio 

brasileño  no  ha  demostrado  su  bien  merecida  reputación  de  débil, 
vacilante. . . 

«  No  estaba  contento  de  la  administración  Giró  y  creyó  operar  un 
cambio  sin  conmover  al  país.  Quizá  los  hombres  que  ambicionaban 
las  posiciones  oficiales  le  presentaron  al  señor  Paranhos  ese  cambio 
como  cosa  muy  sencilla  y  de  fácil  realización,  y  como   siempre  está 


ÁllTSS  t  DESPUÉS    DEL  MOTÍN  82t 


uno  dispuesto  á  creer  todo  lo  que  halaga  y  lisonjea  el  amor  propio,  el 
enviado  brasileño  creyó  hacer  la  cosa  más  meritoria  para  su  gobierno, 
trayendo  á  las  posiciones  oficiales  amigos  reconocidos  del  Brasil,  y 
sin  prever  todos  los  resultados  de  un  movimiento  revolucionario,  lo 
apoyó  desde  sus  primeros  pasos.  Cuando  se  parte  de  un  dato  falso, 
todas  las  consecuencias  son  falsas.  £1  cambio  iba  á  operarse,  pero  el 
país  entero  iba  á  conmoverse. 

«  Hubo  sin  embargo  un  momento  en  que  el  seflor  Paranhos  habría 
querido  retroceder,  pero  ya  no  era  tiempo,  y  tuvo  que  dejar  rodar  el 
carro  revolucionario  mucho  más  allá  de  lo  que  él  había  calculado. 

<K  La  conducta  del  señor  Paranhos  no  fué  un  miscerio  para  nadie  y 
mucho  menos  para  su  gobierno  que  tuvo  momentos  en  que  la  reprobó 
altamente.  Todo  el  mundo  veía  que  el  señor  Paranhos  rompía  Ioh 
tratados  dejando  de  cumplirlos,  y  la  conciencia  de  que  faltaban  á 
un  pacto  solemne,  alarmaba  á  todos  los  brasileños.  ..—Juan  José  Soto.» 

lia  prosranuí  fecundo. 

En  el  archivo  del  doctor  Acevedo  figura  el  siguiente  programa,  es- 
crito de  su  puño  y  letra.  No  tiene  fecha.  Pero  el  papel  es  idéntico  al 
empleado  en  los  borradores  de  las  cartas  de  los  señores  Juan  José 
Soto  y  Francisco  Lecocq,  que  anteceden,  y  todo  inclina  á  creer  que 
corresponde  á  una  gestión  iniciada  en  el  período  comprendido  entre 
el  motín  de  julio  y  el  derrumbe  del  gobierno  de  Giró,  para  apuntalar 
la  situación  mediante  un  gran  llamamiento  al  país.  Es  notorio  que  el 
Presidente  Oiró,  después  de  haberse  asilado  en  la  Legación  de  Fran- 
cia, consultó  á  varios  ciudadanos  de  importancia  acerca  de  la  actitud 
que  debía  asumir.  El  programa  formulado  por  el  doctor  Acevedo  puede 
relacionarse  también  con  esa  consulta. 

«En  el  exterior: 

unión  de  los  orientales  bajo  el  estandarte  constitucional. 

Observancia  estricta  de  la  Constitución  de  la  Bepública  hasta  en 
sus  menores  detalles,  sustituyendo  á  la  vida  de  caudillaje  que  ha  de- 
solado estos  países,  la  vida  del  derecho,  la  vida  déla  Constitución. 

Extinción  absoluta  y  completa  de  los  antiguos  partidos  que  nada 
representan,  ni  pueden  representar  en  principio. 

Necesidad  en  que  todos  estamos  de  tirar  las  antiguas  divisas  y  de 
trabajar  por  el  bienestar  futuro  del  país,  sin  que  nadie  tenga  facultad 
de  enrostrar  al  otro  con  el  pasado  y  sus  consecuencias. 

Arreglo  pronto  de  la  deuda  general  del  Eatado,  de  modo  que  con- 
cilio todos  los  intereses  legítimos. 

Reducción  de  los  gastos,  fiscalización  de  las  rentas  y  creación  de 
nuevos  recursos  que  nos  pongan  en  el  caso  de  equilibrar  nuestras  en- 
tradas con  las  cargas  que  reconocemos. 


t28  ftDÜABDO  ÁCSVfiDO 


Reprobación  explícita  de  los  medios  revolucionarios,  vengan  de 
donde  vinieren. 

Favor  á  la  introducción  de  brazos  y  capitales  extranjeros,  ha- 
ciendo al  efecto  prácticas  todas  las  garantías  que  la  Constitución 
concede  á  las  personas  y  á  las  propiedades. 

En  el  exterior: 

Respeto  á  todos  los  derechos  adquiridos  y  cumplimiento  de  todos 
los  deberes  que  imponen  la  amistad  y  buena  inteligencia. 

£n  lo  que  toca  al  Brasil,  principalmente,  hacer  que  los  intereses 
comerciales  vengan  en  apoyo  de  los  vínculos  que  ya  unen  á  los  dos 
paí^e:^  y  llevar  adelante  el  cumplimiento  de  los  tratados  existentes, 
sin  perjuicio  de  solicitar  las  modificaciones  que  sirven  para  estrechar 
más  y  más  la  amistad  y  buena  inteligencia.» 


CAPÍTULO  VI 


Ecos  de  la  propaganda 


De  acaerdo  con  los  antecedentes  y  extractos  ya  reg^istrados  y  otros 
que  se  insertan  en  el  capítulo  siguiente,  pueden  relacionarse  con  las 
ideas  preconizadas  por  el  doctor  Acevedo  en  las  columnas  de  «La 
Constitución»,  en  la  Cámara  de  Diputados  y  posteriormente  en  el 
Ministerio,  las  leyes,  decretos,  reglamentos  y  proyectos  que  van  enu- 
merados á  continuación: 

En  la  prensa. 

*  Preámbulo  del  decreto  de  aprobación  de  los  tratados  con  el  Bra- 
sil, para  gestionar  modificaciones  ulteriores  que  las  desgracias  del 
momento  impedían  exigir  en  1852. 

*  Creación  de  Comisiones  auxiliares  en  torno  de  cada  Ministerio, 
para  facilitar  el  estudio  de  las  grandes  cuestiones  y  atraer  el  concur- 
so de  los  hombres  más  preparados  en  cada  ramo. 

El  primer  Ministerio  de  Pereira  presidido  por  el  Constituyente 
EUauri,  proyectó  en  su  mes  escaso  de  vida  política  la  realización 
de  esa  idea,  creando  por  decreto  de  10  de  marzo  de  1856  un  Consejo 
consultivo  de  Gobierno,  compuesto  de  quince  individuos,  distribuidos 
en  los  tres  Ministerios  y  bajo  la  presidencia  de  los  respectivos  Secre- 
tarios de  Estado,  para  el  estudio  de  los  casos  sobre  los  cuales  consi- 
derase oportuno  el  Poder  Ejecutivo  recabar  su  dictamen.  Bajo  la 
Administración  Berro,  también  se  organizó  una  Junta  consultiva  de 
Hacienda,  cuyo  presupuesto  fué  rechazado  por  la  Cámara  de  Diputa- 
dos. 

*  Reglamento  de  ensefianza  primaria  y  superior.  Creación  de  escue- 
las de  adultos.  Publicación  de  un  catecismo  constitucional  en  conso- 
nancia con  dicho  Reglamento. 

*  Establecimiento  de  la  capital  de  la  República  en  el  centro  del  te- 
rritorio. 

La  idea  fué  aceptada  por  la  Cámara  de  Senado]:es  en  1853. 


230  KDÜÁRDO  ÁCOBTBDO 


*  Creación  de  la  sociedad  de  beneficencia  de  seftorae. 

Este  pensamiento  fuéacofi^ido  por  el  Poder  Ejecutivo.  Se  nombró 
una  Comisión  encarfl^ada  de  proyectar  la  organización  y  sobre  la  baae 
de  nn  informe  suscrito  por  los  sefiores  Eduardo  Acevedo,  Juan  Car- 
los GMmes,  Cándido  Juanicó,  Francisco  Magarifioe  y  Juan  Casas,  se 
dictó  el  decreto  de  l.<»  de  abril  de  1853,  orgranixando  una  sociedad  de 
sefioras  denominada  «Asociación  de  caridad»,  con  superintendencia 
sobre  las  escuelas  de  nittas,  casas  de  e3n>ÓBÍtos,  hospitales  de  muje- 
res y  cualquier  otro  establecimiento  relacionado  con  las  personas  de 
su  sexo. 

*  Organización  de  colonias  nacionales  en  los  alrededores  de  los 
pueblos,  para  librará  la  campatla  de  robos  incesantes  y  transformar 
los  hábitos  del  elemento  criollo  con  ayuda  de  la  agricultura. 

La  idea  fué  aceptada  por  el  Gk>biemo  y  tuvo  principio  de  ejecución 
en  suscripciones  públicas  para  costear  los  gastos  de  transporte  é  ins- 
talación de  las  familias. 

*  Establecimiento  de  granjas  experimentales  ó  chacras  modelos» 
destinadas  al  ensayo  de  los  procedimientos  adelantados  y  á  la  divul- 
gación de  los  progresos  agrícolas. 

ün  decreto  de  la  Administración  Oiró,  firmado  por  el  iVesidente 
del  Senado  en  ejercicio  don  Bernardo  P.  Berro,  recogió  la  idea  y  dis- 
puso su  realización  en  5  de  enero  de  1853. 

*  Creación  de  la  contribución  directa  y  afectación  de  su  producto 
al  pago  de  la  deuda  pública. 

Dos  leyes  de  julio  de  1853  tradujeron  esas  ideas,  que  en  la  mente 
del  doctor  Acevedo  formaban  parte  de  un  vasto  plan  de  revisión  de 
impuestos,  hasta  arribar  gmdo  por  grado  á  la  supresión  de  los  dere- 
chos de  aduana. 

*  Descentralización  departamental  de  rentas,  como  medio  de  dar 
incremento  al  pago  de  las  contribuciones  y  provocar  el  progreso  de 
las  localidades. 

Diversas  leyes  se  encargaron  posteriormente  de  traducir  esta  aspi- 
ración, á  la  que  el  propio  doctor  Acevedo  se  consagró  con  entusias- 
mo como  Ministro  de  Gobierno  de  la  administración  Berro. 

*  Establecimiento  de  municipalidades  ó  cabildos,  sin  afectar  la 
organización  de  las  Juntas  Económico-Administrativas. 

Un  proyecto  de  ley  de  la  administración  Berro,  tradujo  en  parte  es- 
ta viva  aspiración  del  periodista  de  1852  y  1853. 

*  Establecimiento  del  registro  público  de  ventas  y  reorganización 
del  registro  de  hipotecas,  para  el  conocimiento  eficaz  del  estado  de  la 
propiedad  territorial. 

La  amplitud  de  la  legislación  orgánica  vigente  en  esos  dos  ramos 
del  saneamiento  de  la  propiedad,  no  impide  desconocer  el  origen  pres- 
tigioso que  ella  tiene  en  los  editoriales  de  «La  Constitución»  y  en  el 
Ptoyeoto  de  Código  CiviL 


ECOS  BE  LA  PROPAGANDA  231 


*  Declaración  de  que  las  deudas  contraídas  por  f  uerza^)  revolucio- 
narías no  gravan  el  tesoro  público. 

Una  ley  de  1862  recogió  esta   idea  con  el  aplauso  del  país  entero. 

En  el  Parlamento. 

Jurisdicción  de  los  Jueces  de  Pas  en  materia  de  cumplimiento  de 
contratos  de  colonos,  para  facilitar  la  inmigración. 
Fué  convertido  en  ley. 

*  Reglamento  de  Administración  de  Justicia. 

Fué  convertido  en  ley  sucesivamente  en  1853  y  en  1866,  quedando 
encarpetados  varios  capítulos  de  importancia,  á  consecuencia  de  la 
revolución  de  julio. 

*  Establecimiento  de  una  caja  de  amortización  y  rescate  de  la  deu- 
da pública. 

Convertido  en  ley. 

*  Afectación  de  todas  las  tierras  y  propiedades  públicas  al  arreglo 
de  la  deuda. 

Convertido  en  ley. 

*  Creación  de  los  pueblos  de  Santa  Rosa  y  Sarandí. 
Convertido  en  ley. 

*  Abolición  de  las  levas  militares  para  ]a  remonta  del  ejército. 
Convertido  en  ley. 

*  Supresión  del  impuesto  de  alcabala. 

La  idaa  fué  propuesta  por  el  doctor  Acevedo  al  discutirse  un  pro- 
yecto de  reducción  del  impuesto  y  rechazada.  Pero  el  Senado  la  reco- 
gió en  el  acto  y  la  reforma  triunfó  en  las  dos  Cámaras  sin  esfuerzo. 

*  Homenaje  á  la  memoria  del  general  Alvear,  bajo  forma  de  pensión 
á  su  familia. 

*  Adidones  ala  ley  de  elecciones,  encaminadas  á  facilitarla  pureza 
del  sufragio. 

Convertido  en  ley. 

*  Revisión  de  pensiones  y  declaración  de  que  los  militares  que  no 
estén  en  servicio  activo  sólo  devengarán  medio  sueldo. 

incorporado  á  la  ley  de  presupuesto,  juntamente  con  otro  artículo 
que  destína  los  sobrantes  del  ejercicio,  calculados  en  seiscientos  mil 
pesos,  al  arreglo  de  la  deuda,  habiendo  presentado  este  último  el  doc- 
tor Estrázulas  por  encargo  del  doctor  Acevedo. 

*  E&tudio  de  las  bases  para  una  ley  de  reforma  militar,  que  el  Po- 
der Ejecutivo  encomendó  á  un  grupo  de  ciudadanos  del  que  formaba 
parte  el  doctor  Acevedo  y  pasó  luego  á  la  Asamblea  para  su  sanción. 

*  La  ley  de  hipotecas  dictada  en  1856  con  su  armazón  de  registro 
de  inscripciónjpública  tan  elogiado  en  diversas  épocas,  es  en  lo  fun- 


282  EDUARDO  AdÉYKDO 


damental  la  reproducción  de  varioe  capítulos  del  Proyecto  de  Código 
Civil  del  doctor  Acevedo,, habiéndose  conservado  en  la  copia  la  dis- 
tribución de  los  capítulos  de  la  obra  oriipnal  y  la  casi  totalidad  de  los 
artículos. 


En  el  minlsterto. 

Separación  de  las  funciones  de  Jefe  Político  y  de  comandante 
militar,  que  habían  sido  englobadas  con  evidente  perjuicio  para  la  bue- 
na selección  del  personal  administrativo  de  los  departamentos  (de- 
creto de  24  de  abril  de  1860). 

*  Recaudación  y  fiscalización  de  rentas  departamentales,  con  inter- 
vención Je  los  Jefes  Políticos  y  Juntas  Económico-Administrativas 
de  los  departamentos    (decreto  de  25  de  abril  de  1860). 

*  Reconocimiento  efectivo  del  patronato  nacional,  para  la  provisión 
de  empleos  eclesiásticos,  que  una  costumbre  inmemorial  había  entre- 
gado por  completo  á  la  Vicaría  Apostólica  (decretos  de  27  de  julio  y 
de  24  de  diciembre  de  1860). 

*  Secularización  de  los  cementerios  (decreto  de  18  de  abril  de  1861 
y  nota  á  la  Vicaria  de  19  del  mismo). 

*  Derogación  de  las  medidas  administrativas  de  extrañamiento  de 
ciudadanos  por  cuestiones  políticas,  emanadas  del  gobierno  anterior 
(decreto  de  30  de  marzo  de  1860  y  mensaje  complementiBurio  á  la  Asam- 
blea de  la  misma  fecha). 

*  Mensura  general  del  territorio  de  la  República  (decreto  de  mayo 
4  de  1860). 

*  Denuncia  de  tierras  públicas  con  señalamiento  de  término  á  fa- 
vor de  los  ocupantes  (mensaje  á  la  Asamblea  de  mayo  de  1860). 

*  Descentralización  de  rentas  municipales  (ley  de  presupuesto  de  la 
administración  Berro). 

*  De  Jas  colecciones  de  leyes  y  decretos  y  de  los  diarios  y  libros  de 
sesiones  de  la  época,  reproducimos  estas  otras  iniciativas  ministeriales 
del  doctor  Acevedo: 

Refundición  de  las  Fiscalías  de  Gobierno  y  del  Crimen  en  una 
Fiscalía  general  que  ejercería  sus  funciones  ante  el  Poder  Ejecutivo 
y  la  Cámara  de  Apelaciones,  y  una  agencia  fiscal  que  desempeñaría 
las  funciones  del  ministerio  público  ante  los  tribunales  inferiores  así 
en  materia  de  hacienda  como  en  las  civiles  y  criminales;  supresión 
de  la  obligación  impuesta  por  administraciones  anteriores  á  los  pasa- 
jeros del  exterior,  de  presentarse  á  la  Jefatura  Política;  declaración 
de  que  mientras  no  se  llegue  á  un  acuerdo  general  quedarán  cerrados 
á  la  navegación  extranjera  los  ríos  CeboUatí,  Tacuarí  y  Oiiraar;  apla- 
zamiento primero  y  retiro  después  del  tratado  de  permuta  de  territorios 


S009  BE   LA   PROPAGANDA  283 


fronterizos  celebrado  oon  el  Brasil  en  el  atlo  1857  y  pendiente  de  es- 
tadio en  el  Senado;  resolación  que  establece  que  las  capitanías  del 
puerto  de  la  Colonia  deben  estar  á  cargo  de  los  receptores  de  rentas 
drcnlar  á  las  Jefaturas  Políticas  preráiiéndoles  que  no  se  reconocerá 
en  adelante  préstamo  alguno  que  no  haya  sido  autorizado  previamen- 
te por  el  Poder  Ejecutivo;  creación  por  acto  administrativo  del  pueblo 
del  Tala,  á  propuesta  de  un  vecino  de  Canelones  en  terreno  de  su 
propiedad,  invocando  el  decreto  que  sólo  se  trata  de  una  facultad 
administrativa  sin  erogación  alguna  para  el  Estado  y  que  no  existe 
disposición  que  conceda  al  Cuerpo  Legislativo  la  atribución  exclusiva 
de  fundar  pueblos  ó  villas;  estudio  y  reglamentación  de  los  sistemas 
de  marcas  de  los  ganados  vacuno  y  caballar;  derogación  de  las  auto- 
rizaciones concedidas  á  los  empleados  de  diversas  reparticiones  públi' 
cas,  para  recibir  emolumentos  por  trabajos  de  interés  particular;  apli- 
cación de  las  disposiciones  sobre  explotación  y  conservación  de  los 
montes  públicos,  con  intervención  de  las  Juntas  Económico-Adminis- 
trat.ivas;  decreto  aprobatorio  del  reglamento  del  Asilo  de  Mendigos, 
en  cuyo  decreto,  como  consecuencia  del  establecimiento  del  Asilo,  se 
prohibe  la  mendicidad  en  las  calles,  agregándose  que  los  infractores 
eerán  conducidos  al  Asilo,  sin  perjuicio  de  que  los  que  resulten  váli- 
dos sean  considerados  vagos  y  puestos  á  disposición  del  juez  compe- 
tente; resolución  que  prohibe  la  inhumación  de  cadáveres  sin  que  se 
presente  el  boleto  expedido  por  la  Comisión  de  Cementerios,  ponién- 
dose así  término  á  una  práctica  abusiva,  de  la  que  resultaba  que  de 
los  enterramientos  practicados  en  el  Cementerio  Inglés,  no  quedaba 
constancia  alguna  ni  en  los  registros  parroquiales  ni  en  la  Comisión 
de  Cementerios;  convenio  con  los  propietarios  de  fincas  que  dan 
frente  á  la  Plaza  Independencia,  para  el  establecimiento  de  un  plano 
arquitectónico;  anulación  del  contrato  que  entregaba  la  renta  de  se- 
renos á  particulares,  restableciéndose  el  régimen  legal  que  ponía  la 
recaudación  é  inversión  del  impuestj  en  manos  do  una  Comisión  po- 
pular; resolución  que  prescribe  que  en  la  aceptación  de  propuestas 
ante  la  Junta  Económico-Administrativa  de  la  Capital  sean  oídos  la 
Contaduría  General  y  el  Fiscal  de  Gobierno. 

*  Y  entre  las  iniciativas  de  los  Ministerios  de  Hacienda  y  de  Gue- 
rra, que  traducen  ideas  y  planes  diécutidos  en  acuerdo  general  de  Mi- 
nistros y  en  armonía  con  ideas  sustentadas  en  otras  oportunidades 
por  el  doctor  Acevedo,  citaremos  las  siguientes:  reglamentación  de  su- 
ministros á  las  Jefaturas  y  comandancias  mediante  libretas  numera- 
das expedidas  por  la  Contaduría;  concesión  de  libre  depósito  en 
favor  de  los  pueblos  del  Cuureim  y  Santa  Rosa;  supresión  del  sistema 
de  las  órdenes  sueltas  en  el  pago  de  los  presupuestos;  facultad  de 
fraccionar  bultos  en  el  comercio  de  exportación;  creación  de  la  oficina 
de  estadística. 


2S4  EDUARDO  ACEYBDO 


Es  necesario  asimismo  vincular  á  la  labor  del  doctor  Acevedo,  se- 
gún resaltará  del  capítulo  respectivo  de  este  libro,  la  incorporación  i 
la  legislación  orgánica  de  la  República  del  Código  de  Comercio  y  del 
Código  avil. 


CAPÍTULO  vn 


En  el  Ministerio 


IbqjMitiiaelóa  del  doetor  Aeevedo. 


Gomo  consecuencia  de  la  revolución  del  18  de  julio  de  1853  y  del 
derrocamiento  del  gobierno  constitucionai,  el  doctor  Acevedo  tuvo 
que  radicarse  en  Buenos  Aires.  Y  allí  permaneció  durante  seis  años 
seguidos,  desvinculado  de  la  política  oriental,  que  tantos  sinsabores 
y  decepciones  le  había  producido. 

Las  dos  cartas  que  van  á  continuación,  dirigidas  á  su  padre  adop- 
tivo don  Luis  Ooddef roy  (archivo  de  este  último,  en  poder  del  sefior 
Eduardo  Oiró) reflejan  la  situación  de  espíritu  en  los  primeros  tiempos 
de  la  expatriación: 

«Marzo  24  de  1864.*  Su  carta  del  19  á  la  vez  que  me  tranquiliza  por 
las  nuevas  muestras  que  me  da  de  su  cariflo,  me  aflige  por  el  conoci- 
miento de  la  situación  de  espíritu  en  que  se  encuentra.  Diga  usted  lo 
que  quiera,  yo  creo  que  habría  medio  de  salir  de  ella,  haciendo  un  es- 
fuerzo. Pensando  en  eso,  deploro  no  estar  á  su  lado.  Vería  usted  có- 
mo le  ayudaba  á  llevar  la  cruz  y  á  sobreponerse  á  las  cosas  que  no  se 
puede  remediar.  Desgraciadamente  tengo  que  permanecer  algún  tiem- 
po por  acá.  Quiero  separarme  absolutamente  de  la  vida  pública,  y 
para  eso  necesito  pasar  inapercibido  por  algún  tiempo.  Después  me 
meteré  tranquilamente  en  mi  estudio». 

«Mayo  24  de  1855.— Tengo  esperanza  de  que  haya  desaparecido  su 
nueva  molestia  de  la  cara;  pero  si  así  no  fuere,  el  remedio  principal 
es  la  paciencia.  Bastante  he  tenido  que  ejercitar  la  mía  en  estos  vein- 
te días  que  he  pasado  á  obscuras,  para  que  tenga  derecho  á  hablar 


S36  EDÜABDO  ÁGEVEDO 


con  conocimiento  de  causa.  En  dsta  pobre  rida,  sólo  se  puede  ser  fe- 
liz, j migando  por  comparación»  y  poniendo  los  males  propios  en  paran- 
gón con  los  ajenos,  ó  los  que  pudieran  sobrevenir.  Ya  ve  usted  que 
los  sufrimientos  mehan  dado  más  filosofíaen  vez  de  quitármela  y  que 
también  echo  mis  sermones  de  vez  en  cuando.» 

Clefttioaes  iMura  reincorporarlo  á  la  polftlea. 

A  fínes  de  1857,  sus  numerosos  amigos  inscribieron  su  nombre,  en 
primer  término,  en  las  listas  de  diputados  por  el  departamento  de 
Montevideo  y  su  candidatura  triunfó  sin  esfuerzo,  juntamente  con  la 
de  los  señores  Francisco  Lecocq,  Joaquín  Suárez,  Cándido  Juanicó' 
Jaime  Illa  y  Viamont,  José  Duran,  José  Ellauri,  Francisco  Fernán- 
dez Fisterra,  Francisco  Hordeñana  y  Andrés  Lamas.  Uno  de  los 
ciudadanos  que  habían  trabajado  activamente  en  esas  elecciones,  el 
doctor  Jaime  Fstrázulas,  escrib'ó  al  doctor  Acevedo  el  1.^  de  febrero 
de  1858  una  larga  carta,  para  persuadirle  dala  necesidad  y  de  la  con- 
veniencia de  que  aceptara  la  banca. 

«Y  pues  que  estamos  de  reconstrucción  social  (decía  el  doctor  Es- 
trázulas  en  esa  carta),  es  preciso  que  pidamos  á  los  buenos  obreros  su 
concurrencia  inmediata:  antes,  cuando  podía  faltar  la  fe  en  el  resul- 
tado, era  demasiado  pedir  á  un  hombre  en  la  posición  de  usted  ahí, 
que  la  sacrificase  sin  esperanza  de  hacer  un  bien  á  su  país.  Hoy  todo 
ha  cambiado  y  no  sólo  es  indispensable  ese  sacrificio,  sino  que  usted 
mismo  lo  hará  con  mayor  voluntad,  con  más  fe,  con  más  esperanza^. 
Refiéreme  á  la  Representación  Nacional  que  debe  abrirse  el  15.  La 
Cámara  de  Diputados  posee  muchos  hombres  excelentes,  pero  poco 
prácticos  en  las  grandes  cuestiones  económicas  y  administrativas  que 
deben  tratarse.  Sabe  usted  que  no  sé  adular  ni  lisonjear  á  nadie,  que 
tengo  al  contrario  algo  de  seco  y  desabrido  en  mi  carácter;  por  lo 
mismo  tengo  derecho  mejor  que  otros  para  hablarle  así  en  la  confian- 
za íntima  de  la  amistad  y  para  pedirle  que,  pues  que  hoy  puede  usted 
hacer  mucho  bien  al  país  (no  sólo  en  la  Representación),  es  preciso  que 
lo  haga» 

La  aceptación  de  esa  banca,  debía  ser  el  primer  capítulo  de  un 
plan  de  trabajos  políticos  encaminados  á  la  proclamación  de  la 
candidatura  presidencial  del  doctor  Eduardo  Acevedo  para  el  período 
de  1860-1864. 

Así  permite  suponerlo  una  carta  del  doctor  José  María  Montero 
dirigida  desde  Montevideo  el  16  de  febrero  de  1858,  en  que  dicho  se- 
ñor dice  lo  siguiente  al  doctor  Acevedo:  «no  sé  qué  gangolina  hay  en 
las  altas  regiones  de  Estado,  pero  se  susurra  que  su  candidatura  para 
la  próxima  flaquea  y  que  se  levanta  la  del  doctor  Juanicó.  Dicen  que 


fiír    BL    MnfI9TBRIO  28t 


usted  68  hombre  maj  apagado  á  las  formas  y  que  eso  no  es  bueno  pa* 
ra  la  actualidad  del  país.» 

Es  de  advertir  qae  ya  había  llegado  á  la  Cámara  de  Representantes 
una  nota  del  doctor  Aoevedo  concebida  en  los  siguientes  términos: 
«Circunstancias  independientes  de  mi  voluntad  me  ponen  en  el  caso 
de  pedir  á  Y.  H.  se  sinra  admitir  la  renuncia  del  cargo  de  diputado 
por  el  Departamento  de  Montevideo.  Quedo  haciendo  votos  per  la 
completa  consolidación  del  orden  constitucional  y  por  que  el  acierto 
señale  todos  los  pasos  de  V.  H.» 

Acababa  de  producirse  la  hecatombe  de  Quinteros  y  ese  grave  su- 
ceüo  que  había  sido  reprobado  por  el  doctor  Aoevedo,  debió  predis- 
poner su  ánimo  contra  la  administración  Pereira  y  alejar  toda  idea 
de  reincorporación  á  la  política  del  país.  Sus  insistentes  negativas 
para  aceptar  la  diputación  y  la  proclamación  de  su  candidatura  pre- 
sidencial sobre  la  base  de  la  vuelta  á  la  patria  y  el  reconocimiento  de 
una  solidaridad  política  que  le  repugnaba»  encuentran  ahí  su  causa 
primordial  y  directa. 

En  el  archivo  del  doctor  Acevedo  figura  una  carta  del  doctor  An* 
tonio  de  las  Carreras,  fechada  en  Montevideo  el  16  de  febrero  de  1860> 
en  que  sé  dice  lo  siguiente,  á  propósito  de  una  segunda  tentativa  de 
trabajos  presidenciales  á  fines  de  1858: 

«usted  recordará  que  cuando  en  octubre  de  1858  le  manifestamos 
el  sefior  Juanicó,  el  señor  Estrázulas  y  yo,  el  deseo  de  trabajar  para 
traer  á  usted  á  la  Presidencia  de  la  República  el  1.»  de  marzo  <le 
1860,  le  hablé  á  usted  con  toda  franqueza,  diciéndole  que  su  candida- 
tura tendría  oposición  si  antes  no  venía  á  tomar  parte  en  los  traba- 
jos de  la  actual  administración;  que  se  le  juzgaría  como  advenedizo,  y 
por  lo  tanto  creíamos  indispensable  preparar  el  terreno,  haciendo  ve- 
nir á  usted  al  Senado  en  las  próximas  elecciones,  que  se  hicieron  en 
noviembre  siguiente.  Usted  se  resistió  á  lo  uno  y  á  lo  otro;  nos  expu- 
so sus  razones  y  motivos;  se  los  rebatimos  sin  obtener  vencerlo.  Des- 
pués en  otra  ocasión,  volvimos  á  hablar  de  lo  mismo,  oponiéndonos 
usted  la  misma  resistencia».  (El  objeto  de  esta  carta  era  pedirle  al 
doctor  Acevedo  que  desautorizara  los  trabajos  hechos  á  su  favor, 
á  fin  de  evitar  el  fracaso  de  la  candidatura  Berro.) 

A  mediados  de  1859  se  repitieron  los  trabajos  para  levantar  la  can- 
didatura presidencial  del  doctor  Acevedo,  con  el  mismo  resultado 
negativo.  La  razón  fundamental  debía  ser  la  misma :  el  propósito 
firme  y  decidido  de  no  vincularse  al  régimen  que  á  la  sazón  impe- 
raba en  el  país,  ni  entablar  gestiones  con  el  caudillaje  prepotente  de 
la  época,  de  cuyo  impulso  dependía  casi  siempre  el  rumbo  de  los  su* 
cesos  políticos.  A  esa  razón  fundamental,  se  agregaba  otra  secunda- 
ria de  la  que  echó  mano  el  doctor  Acevedo  en  la  nueva  oportunidad 
de  que  nos  ocupamos. 


Í3R  toüARDÓ  ACBTBDO 


En  oarta  de  16  de  jaaio  de  1859,  diris^ida  á  su  padre  político  don 
Luis  Ooddefroy,  se  ocupa  el  doctor  Acevedo  de  los  trabajos  presi- 
denciales iniciados  y  de  la  contestación  que  dio  á  loa  amigaos  que  se 
proponían  encabezar  el  movimiento.  Expresa  que  él  gana  en  Buenos 
Aires  el  duplo  de  su  presupuesto  de  gastos  y  que  podría  ganar  mu- 
cho más  si  quisiera.  Pero  no  tiene  rentas  fijas  y  permanentes  con  las 
que  pudiera  contar  después  de  la  disolución  de  su  importantísimo 
estudio  de  abogado.  Sus  propiedades  raíces  apenas  le  producen  cien 
patacones  mensuales.  «¿Cómo  podría  entenderme  (dice  el  doctor  Ace- 
vedo en  esa  misma  carta),  á  no  ser  que  malbaratase  mis  propiedades 
y  exponiéndome  á  dejar  á  mis  hijos  en  la  miseria?  Hablar  del  sueldo 
es  absurdo,  porque  me  consideraría  degradado  en  cobrar  un  peso, 
mientras  no  estuviera  pagado  el  último  inválido.  Es,  pues,  necesario 
no  pensar  en  eso  por  ahora». 

Su  aetuaelón  en  Buenos  Alresu 

Su  estudio  de  abogado  ocupó  desde  el  primer  momento  rango  pro- 
minente en  el  foro  de  Buenos  Aires,  reflejando  intenso  brillo  sobre 
la  reputación  y  la  competencia  del  jurisconsulto  oriental. 

Un  afto  después  de  haber  iniciado  sus  trabajos,  ya  era  designado 
por  la  notoriedad  de  sus  aptitudes  para  ocupar  la  cátedra  de  Juris- 
prudencia en  la  Academia  Argentina,  á  mérito  de  la  muy  honorífica 
representación  de  los  estudiantes  de  Derecho  á  que  se  refiere  la  si- 
guiente nota  de  «La  Nación  Argentina»,  reproducida  por  «El  Comer- 
cio del  Plata»  en  su  número  del  13  de  abril  de  1855:  «La  Alta  Cámara 
de  Justicia  de  Buenos  Aires  nombró,  como  es  de  costumbre,  tres  abo- 
gados, para  que  de  entre  ellos  fuese  elegido  uno  que  debe  dirigir  la 
cátedra  de  Jurisprudencia,  y  observando  los  alumnos  que  no  se  en- 
contraba el  doctor  Acevedo,  elevaron  una  solicitud  á  la  misma  Cá- 
mara para  que  en  lugar  de  alguno  de  los  tres  abogados  nombrados, 
colocase  al  doctor  Acevedo;  y  el  Tribunal  de  Justicia  accediendo  á 
tal  solicitud  pasó  entonces  al  doctor  Acevedo  el  oficio  de  su  nombra- 
miento, y  hoy  se  encuentra  el  doctor  Acevedo  dirigiendo  la  cátedra 
de  Jurisprudencia». 

Ocupó  la  presidencia  del  Colegio  de  Abogados  y  la  presidencia 
continuada  de  la  Academia  de  Jurisprudencia,  adquiriendo  tal  relieve 
su  personalidad  que  al  abordarse  el  primer  trabajo  de  codificación 
del  Estado  de  Buenos  Aires,  á  él  recurrió  el  Gobierno,  á  despecho 
de  las  críticas  que  el  localismo  se  encarga  siempre  de  formular  en  el 
mismo  dominio  sin  fronteras  de  la  ciencia.  Las  inteligencias  más  des- 
collantes de  la  juventud  argentina  hacían  el  aprendizaje  bajo  su  di- 
rección en  las  bancas  de  la  Academia  de  Jurisprudencia  ó  en  las 
mesas  de  su  propio  estudio  de  abogado,  siempre  solicitadas  por  nume- 
rosos practicantes. 


^N    EL    MINISTERIO  ¿3$ 


No  era  menos  indiscutible  su  piestigio  entre  los  orientales.  He  aquí 
tres  cartas  que  lo  demuestran: 

Del  doctor  Ambrosio  Velasco  (Montevideo,  12  de  mayo  de  lH5d): 

«Ocupando  el  redactor  del  Proyecto  de  Gódig^o  Civil  el  primer  lu- 
gar entre  nuestros  letrados,  faltaría  á  un  deber  de  justicia  si  no  con- 
sultara la  opinión  de  usted  como  una  de  las  primeras  en  esta  ma- 
teria». 

Del  doctor  Andrés  Lamas  (Río  de  Janeiro,  julio  5  de  1855): 

«¿No  cree  usted  que  era  tiempo  de  que  usted  como  yo  y  otros  de- 
claráramos bien  alto  que  no  somos  ni  lo  que  se  llama  blanco  ni  lo  que 
se  llama  colorado,  para  salir  del  sangriento  lodazal  en  que  esos  ne- 
fandos nombres  nos  mantienen? 

«Como  es  usted  uno  de  los  bombres  más  importantes  del  país,  y,  á 
mi  juicio,  de  los  bombres  más  indispensables,  si  bemos  de  bacer  algo 
sólido,  fecundo  y  digno,  no  be  podido  dejar  de  someterle  mis  ideas  y 
de  darle  particularmente  las  seguridades  que  tengo,  de  que  encontra- 
ríamos la  cooperación  externa  que  necesitásemos  si  los  buenos  hicie- 
ran prueba  de  buen  sentido  y  de  abnegación  uniéndose  públicamente 
para  levantar  al  país  del  abismo — y  de  valor  cívico  saliendo  de  la 
abstención  que  deja  libre  la  acción  de  los  facciosos  y  de  las  pandillas 
personales «. 

£1  Ministro  de  Francia  Mr.  Maillefer,  exteriorizando  el  voto  de  los 
orientales,  escribía  lo  siguiente  al  doctor  Acevedo  on  carta  de  8  de 
i^osto  de  1856»  datada  en  Montevideo: 

«Aprés  l'avantage  d'étudier  le  livre  (se  refiere  al  Código  Civil),  ne 
m'accorderez-vous  pas  la  felicité  d'en  connaitre  personnellement  l'au- 
teur?  Je  puis  vous  assurer  que  tous  les  esprits  éclairés  et  les  bons  cito- 
yens  font  des  voeux  pour  votre  procbain  retour  k  Montevideo  et,  si 
profitable  que  votre  volontaire  ostracismo  soit  k  Buenos  Aires,  il 
paraitbien  naturel  en  effet  que  vos  talents  et  vos  eminentes  qualités 
servent  d'abord  le  pays  ou  sont  vos  liens  et  vos  affeotions  de  fa- 
miUe». 

Proelamaelóii  presldenelal» 

Sobre  esa  atmósfera  de  trabajo  fecundo,  pero  grandemente  tran- 
quila, volvió  á  actuar  á  principios  del  afio  1860  la  política  oriental, 
esta  vez  con  más  éxito  por  hallarse  en  sus  postrimerías  la  adminis- 
tración Pereira,  á  la  que  el  doctor  Acevedo  no  babía  querido  vincu- 
larse. 

En  la  víspera  de  la  elección  del  l.o  de  marzo  fué  levantada  su  can- 
didatura á  la  presidencia  de  la  República.  Como  en  los  años  anterio- 


24o  £1>ÜÁBD0  AGEVeIK} 


res,  él  declinó  el  honor  en  el  primer  momento.  Pero  las  instancias 
fueron  muchas  durante  la  rápida  visita  que  tuvo  que  hacer  á  Monte  - 
video  con  motivo  del  fallecimiento  de  su  padre  adoptivo  don  Luis 
Goddefroy,  j  finalmente  consintió  en  el  retiro  de  su  negativa. 

Sus  amigos,  que  consideraban  plenamente  asegurado  el  triunfo,  insis- 
tieron en  la  necesidad  de  que  61  se  trasladara  á  Montevideo  para  poner- 
se al  frente  del  movimiento  presidencial,  persuadidos  de  que  ciertas 
resistencias  políticas  sólo  podían  vencerse  por  el  candidato  mismo, 
mediante  repetidas  conferencias  con  los  electores  y  muy  especialmente 
con  los  caudillos  que  sobre  ellos  actuaban.  Pero  en  ese  terreno  se 
mostró  inflexible,  y  como  consecuencia  de  ello  los  trabajos  no  pudie- 
ron prosperar. 

No  obstante  esa  circunstancia,  su  candidatura  surgió  en  ciertos  mo- 
mentos con  todas  las  apariencias  prestigiosas  del  triunfo.  Fué  nece- 
sario que  los  prepotentes  caudillos  militares  de  la  época  pusieran  su 
espada  en  la  balanza,  para  que  Ja  corriente  cambiara  de  rumbo.  Es 
que  el  caudillaje  comprendía  que  el  triunfo  del  doctor  Acevedo  era 
el  triunfo  de  los  principios  sobre  los  hombres  que  hasta  entonces 
ejercían  una  influencia  avasalladora  desde  la  campaña. 

Cinco  días  antes  de  la  elección,  los  votos  de  la  Asamblea  estaban 
todavía  distribuidos  así,  según  un  editorial  de  «La  República»  de  28 
de  febrero  de  1860:  por  general  Diego  Lamas  19  votos,  por  el  doctor 
£duardo  Acevedo  18  votos,  por  el  señor  Bernardo  P.  Berro  12  votos, 
quedando  algunos  electores  indecisos.  Pero  en  una  reunión  final  de 
legisladores,  se  formó  mayoría  considerable  á  favor  del  señor  Berro. 
¿Qué  había  ocurrido?  «La  Tribuna  Nacional»  del  24  de  febrero  de 
1860,  prestigiando  la  candidatura  triunfante,  se  expresaba  en  estos 
términos:  «Están  interesados  por  su  triunfo  todos  los  hombres  de 
acción  y  de  prestigio  que  tiene  la  República.  Los  Olid,  los  Burgueño, 
los  Crosa,  los  Muñoz,  los  Carnes,  los  Pérez,  los  Acuña,  los  Aparicio 
y  tantos  otros  ansian  por  la  elección  del  señor  Berro  para  la  presi- 
dencia de  la  República.» 

Aeeptaelón  del  ministerio. 

Triunfó,  pues,  la  candidatura  del  señor  Bernardo  P.  Berro,  y  el 
primer  pensamiento  político  del  nuevo  Presidente  fué  entregar  la  je- 
fatura del  Ministerio  al  doctor  Eduardo  Acevedo.  Al  día  siguiente  de 
prestar  juramento,  llamó  efectivamente  al  señor  Juan  Francisco  Gi- 
ró, con  el  objeto  de  encomendarle  la  gestión  á  que  se  refiere  la  si- 
guiente carta: 

«Montevideo,  marzo  2  de  1860.— El  Presidente  me  llamó  esta  maña- 
na para  preguntarme  si  yo  creía  que  tú  aceptarías  el  Ministerio  de 
Gobierno  y  Relaciones  Exteriores,  de  que  era  su  ánimo  encargarte. 


tS    St   llIKISTfiBlO  24l 


Contesté  que  ningún  antecedente  tenía  yo  de  esto,  y  me  pidió  te  es- 
cribiese manifestándote  su  deseo  y  la  urgencia  de  saber  tu  resolución, 
pues  no  proveería  ese  cargo  hasta  no  saberla.» 

La  contestación  del  doctor  Acevedo  al  seftor  Giró,  está  concebida 
en  los  siguientes  términos: 

«Mientras  tenía  motivos  para  declinar  la  candidatura  presidencial, 
los  tenía  igualmente  para  no  aceptar  el  Ministerio,  como  se  lo  dije  al 
mismo  seftor  don  Bernardo  la  última  vez  que  nos  vimos;  pero  habién- 
dome decidido  últimamente  á  aceptar  la  candidatura  para  la  presi- 
dencia, no  me  queda  fundamento  alguno  para  no  aceptar  el  Ministe- 
rio,—sobre  todo  si  se  considera  que  estoy  completamente  de  acuerdo 
con  el  Presidente,  así  en  lo  relativo  á  la  política  interior  como  á  la 
exterior.  £stoy  pronto,  pues,  á  aceptar  el  Ministerio  de  Gobierno 
contando  con  que  los  colegas  que  nombre  el  Presidente  serán  acep- 
tables para  mí;  pero  ocurre  un  inconveniente  grave.  Yo  no  podré 
estar  en  Montevideo  hasta  pasados  quince  ó  veinte  días.  Es  material- 
mente imposible.  ¿Puede  el  seftor  Presidente  esperar  ha  sta  enton- 
ces?» 

Pertenecen  los  siguientes  párrafos  á  la  carta  que  el  Presidente  Berro 
dirigió  al  doctor  Acevedo  anunciándole  la  publicación  del  decreto  de 
nombramiento: 

«La  ansiedad  pública  por  saber  quién  sería  llamado  á  desempeftar 
el  Ministerio  de  Gobierno  y  Relaciones  Exteriores,  era  tan  grande  y 
tantos  los  inconvenientes  de  guardar  silencio  á  este  respecto  por  más 
días,  que  dispuse  se  diera  el  decreto  del  nombramiento  de  usted  para 
ese  destino,  y  se  publicase.  Usted  lo  verá  en  los  diarios. 

«Ya  he  dicho  á  usted  que  estoy  enteramente  conforme  con  que  los 
otros  Mmistros  sean  del  gusto  de  usted.  Si  usted  quiere  indicarme 
alguno,  se  podía  adelantar  su  nombramiento,  suponiendo  como  debo 
suponer  que  sea  persona  digna.  £1  Ministerio  de  Hacienda  es  de 
grande  importancia  y  conviene  que  sea  el  nombrado  de  toda  nuestra 
confianza.  Es  probable  que  usted  no  tenga  hoy  el  conocimiento  que 
yo  tengo  de  los  hombres  de  nuestra  tierra.  Para  el  Ministerio  de 
Guerra  habría  dos  ideas.  La  una  aconsejaría  colocar  en  él  una  gran 
figura  militar;  la  otra  prefiriría  un  jefe  apto,  pero  sin  partido  ó  sé- 
quito mayor.  Yo  me  inclino  á  esto  último  por  varias  razones  que  á 
la  penetración  de  usted  no  pueden  ocultarse.  Anticipo  estas  indica- 
ciones para  que  usted  vaya  meditando  sobre  ellas. 

«Yo,  doctor  Acevedo,  debe  usted  conocerlo  bien,  no  lo  llamo  para 
satisfacer  una  exigencia  del  momento,  para  ocurrir  á  una  necesidad 
de  circunstancias.  Lo  llamo  como  Jef fers  on  llamó  á  Madison,  como 
éste  llamó  á  Munroe.  Profesando  una  misma  fe  política,  y  teniendo 
unos  mismos  sentimientos,  conformes,  por  lo  demás,  en  cuanto  á  la 
política  de  actualidad,  mi  aspiración  es  que  vayamos  juntos  hasta  el 


S42  IBDUARbO   ACEVEDO 


fin  y  que  lo  que  fundemos  pase  más  allá  de  mi  descenso  y  se  per- 
petúe.» 

Varías  cartas  dirífin^  ol  Préndente  Berro  al  doctor  Acevedo,  durante 
los  días  del  mes  de  marzo  que  éste  se  reservó  para  distribuir,  entre 
sus  amigos,  los  asuntos  de  su  valioso  Estudio  de  abogado.  He  aquí 
párrafos  de  algunas  de  ellas: 

«Aquí  se  hacen  correr  palabras  de  usted  con  aire  de  misterio.  El 
juego  viene  de  ahí  por  un  lado  y  sale  de  aquí  por  otro:  í Chismes  mi- 
serables! No  tendré  gusto  hasta  que  esté  usted  á  mi  lado.  Cuanto 
más  se  acerca  el  día,  más  lo  deseo  y  comprendo  la  necesidad» 

«Ya  me  he  figurado  lo  que  harán  ahí  para  intrigarlo  y  de  qué  ma- 
nera lian  de  jugar  con  su  nombre.  Guardaré  la  reserva  que  usted  me 
pide  respecto  del  día  preciso  de  su  venida.  El  deseo  de  que  usted 
esté  entre  nosotros  pronto,  es  mucho,  y  me  persiguen  con  preguntas 
para  saber  cuándo  llegará  usted.» 

«No  cesan  todos  de  preguntarme  cuándo  viene  usted.  Me  veo  en 
apuros  para  contestar  sin  revelar  lo  que  usted  me  ha  avisado  á  este 
respecto.  Sin  embargo,  he  guardado  y  guardaré  el  secreto  cual  usted 
lo  desea.  Por  lo  que  usted  me  ha  escrito»  lo  espero  mañana.  Escribo 
esta  para  ocultar  el  conocimiento  que  tengo  de  su  viaje  y  por  si  su- 
cediera que  aún  se  demorase  usted  algún  día  más.» 

La  razón  detenninante  del  saeriflelo. 

La  carta  de  don  Juan  Francisco  Giró  transmitiendo  la  propuesta  del 
Presidente  Berro,  produjo  en  el  seno  del  hogar  del  doctor  Acevedo 
una  viva  agitación.  La  familia  trabajaba  con  insistencia  á  favor  del  re- 
chazo, invocando  dos  circunstancias  decisivas.  En  prímer  lugar,  el 
estado  de  salud  del  doctor  Acevedo,  que  aunque  no  constituía  una 
preocupación  alarmante,  exigía  la  continuación  de  la  vida  tranquila 
de  Buenos  Aires.  Y  en  segundo  lugar,  que  los  seis  años  transcurridos 
en  aquella  ciudad  hermana,  habían  sido  de  una  felicidad  sin  límites, 
y  que  el  regreso  á  un  ambiente  todavía  caldeado  por  las  pasiones,  á 
una  atmósfera  todavía  envenenada  por  los  odios,  tenía  que  ser  y  sería 
de  dolorosísimas  consecuencias  para  él.  En  el  ánimo  del  doctor  Ace- 
vedo pudo  más,  sin  embargo,  la  consideración  que  contiene  la  respues- 
ta á  don  Juan  Francisco  Giró.  No  se  le  podía  ocultar  la  importancia 
de  las  razones  invocadas  por  su  familia,  ni  tampoco  la  probable  es- 
terilidad del  sacrificio.  Pero  en  la  víspera  de  la  elección  del  1.^  de 
marzo  había  cedido  á  las  reiteradas  instancias  de  los  amigos,  y  le 
pareció  que  habiendo  manifestado  que  estaba  dispuesto  á  abandonar 
su  posición  de  Buenos  Aires  en  el  caso  de  que  lo  nombraran  Presi- 
dente, no  tenía  el  derecho  de  sacarle  el  cuerpo  al  Ministerio  que  le 
ofrecía  el  candidato  triunfante . 


ÉN    EL    MDflSTERtO  248 


El  28  de  octubre  de  1858,  el  doctor  Vicente  Fidel  López,  ilustre 
pensador  argentino  que  vivía  en  Montevideo,  escribía  io  siguiente  al 
doctor  Eduardo  Acevedo: 

«Vivimos  bajo  la  influencia  de  ciertas  exterioridades  que  parecen 
habernos  hecho  un  destino  idéntico,  en  términos  que  cualquiera  diría 
que  hemos  cambiado  nuestros  roles.  ¿Por  qué  está  usted  en  Buenos 
Aires— por  qué  estoy  yo  en  Montevideo?  No  sé  si  puede  usted  decir- 
lo con  imparcialidad;  lo  que  sí  puedo  decir  yo  es  que  eso  no  hace  por 
cierto  el  elogio  de  Montevideo  ni  de  Buenos  Aires.  Sé  por  Frías  que 
usted  está  contentísimo  de  su  posición;  yo  también  lo  estoy  de  la  mía 
y  me  guardaré  de  trocarla,  porque  no  tengo  más  ilusiones  que  las 
que  puedan  referirse  al  bienestar  de  mis  hijos.  Y  la  verdad  es  que  pa- 
ra vivir  de  las  pasiones  y  de  las  miserias  de  que  se  vive  en  estos  paí- 
ses, usted  está  bien  y  yo  también  estoy  bien.» 

Así  también  debía  pensar  el  doctor  Acevedo*  Y  si  sus  pensamientos 
futimos  hubieran  triunfado  en  el  momento  histórico  en  que  llegó  á 
sus  manos  la  carta  del  señor  Giró,  la  muerte  no  lo  habría  arrebatado 
tan  prematuramente,  como  lo  arrebató,  á  los  tres  años  de  haber  aban- 
donado el  ambiente  sano,  aunque  de  inmensa  labor,  de  Buenos  Aires. 

Bfanlfestoelones  de  la  prensa* 

Lia  prensa  argentina  despidió  al  doctor  Acevedo  con  las  más  ex- 
presivas y  cariñosas  manifestaciones  de  simpatía.  He  aquí  dos  de 
ellas: 

De  «La  Patria»  de  Baenos  Aires,  reproducido  por  «La  República» 
de  Montevideo  del  29  de  marzo  de  1860: 

aOyendo  solamente  los  consejos  del  patriotismo  y  del  deber,  aban- 
dona su  estudio  de  primera  clase  para  ir  á  hacerse  cargo  del  Ministe- 
rio de  (Gobierno  y  Relaciones  Exteriores  en  la  difícil  situación  en  que 
se  encuentra  su  país.  Ojalá  que  no  sea  estéril  tan  grande  sacrificio. 

«El  doctor  Acevedo  deja  en  Baenos  Aires  un  gran  número  de  ami- 
gos y  un  vacío  notable  en  nuestro  foro. 

«Presidente  de  la  Academia  de  Jurisprudencia  durante  algunos 
años,  muchos  de  nuestros  jóvenes  se  han  formado  bajo  su  dirección. 
El  colegio  de  abogados  de  que  ha  sido  también  Presidente  le  debe  en 
mucha  parte  su  existencia  y  las  pocas  muestras  de  vida  que  está  dan- 
do. Deja  en  fin,  como  testimonio  de  su  capacidad,  el  Código  de  Comer- 
cio que  empezará  á  regir  dentro  de  breves  días.  El  foro  y  la  sociedad 
de  Buenos  Aires  recordarán  siempre  al  doctor  Acevedo  con  simpatía 
y  con  respeto.» 

De  «El  Nacional»  de  Buenos  Aires,  reproducido  con  simpatía  por 
la  «Reforma  Pacífica»  de  la  misma  ciudad  y  transcripto  por  «La  Na- 
ción» de  Montevideo,  el  7  de  marzo  de  1860: 


Í4A  XDUARiK)  ÁOBTÉDO 


«El  doctor  Eduardo  Acevedo  ha  dejado  de  ser,  después  de  seis 
afiosi  Presidente  de  la  Academia  de  Jurisprudencia,  y  debemos  á  lo 
menos  una  palabra  de  gratitud  los  que  hemos  recibido  de  él  dirección 
y  ensefianxa. 

«El  doctor  Acevedo  encontró  á  la  Academia  de  Jurisprudencia 
moribunda,  desamparada  por  los  discípulos,  poco  atendida  por  los 
maestros;  pero  desde  que  él  se  puso  á  su  frente  para  dirigir  sus  estu- 
dios, todo  cambió  de  faz  y  maestros  y  discípulos,  estimulados  por  su 
ejemplo,  aguijoneados  por  su  presencia  en  todas  las  sesiones,  se  vol- 
vieron estudiosos  y  asistentes. 

«Debe  también  la  Academia  de  Jurisprudencia  al  doctor  Acevedo 
la  nueva  dirección  que  ha  impreso  á  sus  estudios.  La  rutina  española 
dominaba  allí  omnipotente,  las  doctrinas  de  los  viejos  tratadistas 
eran  la  ley,  á  la  que  todos  se  sometían  sin  examen  y  sin  desabrimien- 
to; y  por  esto  el  primer  cuidado  del  doctor  Acevedo  fué  encender  en 
sus  discípulos  el  anhelo  de  la  investigación,  ensefiarltíH  á  remontarse 
hasta  la  fuente  misma,  hasta  la  ley,  para  que  -apoderándose  de  ella 
con  pleno  conocimiento  de  su  espíritu  y  de  su  historia,  pudieran  ellos 
mismos  traer  á  juicio  las  enseñanzas  de  los  comentaristas  que  casi 
siempre  resultaban  tan  erróneas. 

«En  Alemania  dicen  que  no  es  el  mejor  profesor  el  que  posee  más 
profundos  conocimientos,  sino  el  que  más  pasión  siente  por  la  ciencia 
y  sabe  transmitirla  á  sus  oyentes.  El  doctor  Acevedo  ama  la  ciencia, 
de  la  que  ha  hecho  la  profesión  de  su  vida  y  á  la  que  ha  consagrado 
todas  las  fuerzas  de  su  inteligencia;  es  comunicativo,  ardoroso  en  su 
entusiasmo  por  ella,  y  cumple  con  todas  las  condiciones  que  debe  re- 
vestir  un  maestro  según  el  ideal  alemán. 

«Los  estudios  de  jurisprudencia  que  eran  antes  tan  pesados,  tan 
estériles,  hoy  son  emprendidos  por  los  discípulos  del  doctor  Acevedo 
con  la  pasión  que  producen  todas  las  investigaciones  científicas, 
cuando  las  preside  el  anhelo  de  la  verdad  y  el  espíritu  de  discusión 
y  examen. 

«Esta  es  la  obra  del  doctor  Acevedo.  Empero,  seis  años  de  no  in- 
terrumpida existencia  eran  ya  una  carga  bien  pesada,  y  los  practican- 
tes de  jurisprudencia  no  han  querido  abusar  de  la  condescendencia 
del  doctor  Acevedo.  Por  esto  lo  han  exonerado  esta  vez  en  sus  fun- 
ciones, reservándose,  sin  embargo,  el  derecho  que  les  ha  dado  con  sus 
anhelos  tantas  veces  manifestados  por  el  progreso  de  los  estudios  ju- 
rídicos para  llevarlo  otra  vez  al  puesto  que  hoy  deja. » 

La  prensa  oriental  á  su  turno,  acogió  el  nombramiento  del  nuevo 
Ministro  en  los  términos  más  lisonjeros,  según  lo  demuestran  los  dos 
recortes  que  van  á  continuación: 

De  «La  Tribuna  Nacional»  de  10  de  marzo  de  1860: 

«8.  E.  el  señor  Presidente  de  la  República  ha  nombrado  su  primer 


EN    BL   MINISTERIO  245 


Ministro  en  la  persona  del  distíngniido  ciudadano  doctor  Eduardo 
Acevedo.  La  población  entera  ha  recibido  con  verdadero  entusiasmo 
ese  nombramiento  y  ha  respondido  con  aplauso  á  tan  importante  su- 
ceso.» 

De  «La  Bepública»  de  11  de  marzo  de  1860: 

«El  nombramiento  que  acaba  de  hacer  el  Presidente  de  la  Repú- 
blica en  la  persona  del  doctor  Acevedo  para  Ministro  Secretario  de 
Estado  en  los  Departamentos  de  Gobierno  y  Relaciones  Exteriores, 
merece  con  justicia  la  aceptación  general.  El  doctor  Acevedo  une  á 
sus  vastos  conocimientos  una  rectitud  ejemplar  y  una  voluntad  enér- 
S^ica  para  el  trabajo,  cualidades  poco  comunes  á  fe,  en  los  hombres 
que  hasta  el  presente  hemos  visto  figurar  al  frente  de  los  negocios 
públicos,  si  no  usurpando,  respondiendo  muy  mal  al  título  de  notabi- 
lidades que  tan  fácilmente  se  acuerda  entre  nosotros. 

«El  doctor  Acevedo  subirá  al  Ministerio,  no  lo  dudamos,  con  un 
plan  suyo,  con  ideas  propias  adquiridas  á  fuerza  de  estudio,  con  prin- 
cipios fijos  sobre  la  ciencia  del  gobierno  que  sabrá  aplicar  á  nuestra 
marcha,  dándole  el  impulso  de  progreso  que  reclama  nuestro  estado 
actual.  El  doctor  Acevedo  cimentará,  no  lo  dudamos,  una  política 
interna  que  responda  dignamente  á  las  necesidades  del  país,  una  po- 
lítica de  orden,  de  garantías,  de  estabilidad  y  de  confianza  para  el 
futuro.  El  doctor  Acevedo  afianzará  igualmente  la  base  de  una  polí- 
tica leal,  digna  y  recíproca  para  el  exterior;  política  que  nos  aleje  una 
vez  por  siempre  de  ese  enmarañamiento  de  desagra  ios  y  complicacio- 
nes á  que  tan  fácilmente  es  conducido  un  Estado  nuevo,  cuando  los 
hombres  que  son  llamados  á  dirigir  los  destinos  públicos,  todo  tienen 
menps  una  base  económica  y  rentística  en  que  fundar  la  defensa  de 
los  intereses  del  país. 

«El  país  reclama  hace  mucho  tiempo  la  presencia  en  la  dirección  de 
los  negocios  públicos,  de  un  hombre  cuyos  conocimientos  generales 
en  legislación,  en  organización  municipal  y  en  la  política,  vengan  á 
dar  á  esos  tres  resortes  que  hasta  hoy  marchan  en  un  desnivelamien  - 
to  reconocido  por  todos,  pero  no  remediado  por  ninguno,  la  organiza- 
ción uniforme  que  necesitan  para  no  contrariar  la  marcha  ascendente 
del  progreso  social.  El  país  necesita  para  garantía  de  los  intereses 
particulares  que  la  justicia  de  sus  Tribunales  sea  despojada  de  las 
fórmulas  embarazosas,  haciendo  más  expeditivos  los  juicios  y  menos 
dispendiosos  para  los  contendientes.  El  país  necesita  que  á  las  Jun- 
tas Económico- Administrativas  se  les  den  las  atribuciones  completas 
del  Municipio,  poniendo  á  su  disposición  las  rentas  que  han  de  servir 
para  el  sostén  de  las  escuelas  públicas,  mejoramiento  de  caminos  y 
establecimiento  de  puentes.  El  país  necesita  que  los  Jefes  Políticos 
de  los  departamentos  tengan  bien  definidas  sus  atribuciones  en  un 
Reglamento  general  de  Policías,  que  marque  con  precisión  los  debe- 


S4(  EDUARDO  AGETBDO 


res  del  habitante  y  los  derechos  de  la  autoridad.  Fáltanos  ver  unifor- 
midad en  estas  tres  ramas  de  la  administración  social  y  la  definición 
del  punto  de  separación  que  á  cada  una  compete,  sin  embargo  de  su 
dependencia  del  tronco  principal,  que  es  el  (Gobierno  de  la  República. 

«Al  asentar  estos  antecedentes  no  participamos  del  entusiasmo 
pueril  que  se  fascina  con  la  esperanza  de  ver  llevado  á  la  práctica 
con  prontitud  un  perfeccionamiento  que  por  vasta  que  sea  la  cabeza 
del  que  lo  emprenda,  no  puede  ser  realizado  sin  el  concurso  de  mu- 
chos datos,  del  tiempo  y  laboriosidad  que  necesita  una  combinación 
tan  vasta  y  uniforme  que  importa  por  sí  sola  un  sistema  completo. 
Hacemos  únicamente  en  esta  resefia  el  croquis  de  los  bienes  que  re- 
portará al  país  la  presencia  del  doctor  Acevedo  en  el  Gobierno,  como 
el  ejecutor  más  idóneo  de  las  miras  que  preocupan  al  sefior  Presiden- 
te de  la  República.  Nos  disponemos  desde  ahora  á  acatar  los  traba- 
jos de  la  nueva  Administración,  presentándole  en  los  diferentes 
asuntos  de  interés  público  de  que  vamos  á  ocupamos,  algunos  mate- 
riales importantes  que  someteremos  á  su  consideración. 

«Terminaremos,  pues,  deseando  el  pronto  arribo  del  doctor  Aceve- 
do, aplaudiendo  la  elección  que  de  él  ha  hecho  8.  E.>  por  conformar- 
se tanto  con  la  simpatía  general  de  que  goza  aquel  sefior  en  el  país; 
esa  simpatía  que  hubo  de  llevarle  á  la  presidencia  de  la  República  y 
que  para  nosotros  se  encuentra  patentizada  en  el  retrato  moral  que 
del  doctor  Acevedo  dejamos  hecho.» 

Organlaawdo  el  trábalo. 

Aunque  el  doctor  Acevedo  había  ocultado  cuidadosamente  la  fecha 
de  su  viaje,  se  iniciaron  preparativos  para  una  manifestación  en  su 
honor,  que  él  desbarató  haciendo  anticipar  en  Buenos  Aires  la  hora 
de  salida  del  vapor  y  desembarcando  aquí  de  madrugada  el  23  de 
marzo  de  1860. 

Pocas  horas  después  de  su  llegada,  prestaba  juramento  y  se  i)onía 
al  frente  de  los  dos  Ministerios  que  se  le  habían  confiado,  con  un 
empuje  y  una  dedicación  que  jamás  han  sido  superadas  y  que  difícil- 
mente lo  serán  en  el  porvenir,  porque  cada  día  el  hombre  público 
entre  nosotros,  consagra  menos  tiempo  al  desempefio  de  sus  funcio- 
nes oficiales,  por  altas  y  delicadas  que  ellas  sean. 

Su  horario  de  trabajo  causó  una  verdadera  revolución.  Los  emplea- 
dos de  los  dos  Departamentos  ministeriales  y  oficinas  subalternas, 
que  estaban  acostumbrados  á  presentarse  á  la  una  de  la  tarde,  reci- 
bieron orden  de  concurrir  á  las  diez  de  la  mafiana.  Hubo  protestas, 
pero  el  ejemplo  del  Ministro  se  impuso  á  todo  el  mundo,  y  de  ello 
resultó  una  masa  enorme  de  trabajo  realizado,  cual  lo  exigía  la  fe- 
cunda obra  de  reorganización  administrativa  que  se  iniciaba  con  tan- 
tos bríos* 


EN    EL    MINISTERIO  247 


El  Ministro  daba  á  su  horario  de  trabajo  toda  la  elasticidad  necesaria 
para  que  ningún  asunto  quedara  paralizado.  Uno  de  los  empleados 
superiores  del  Ministerio,  refiere  que  estando  el  doctor  A  ce  vedo  en 
su  escritorio,  se  anunció  un  distinguido  amigo  suyo,  que  iba  con  el 
propósito  de  solicitar  el  pronto  despacho  de  un  expediente  en  que  tenía 
interés.  £1  Ministro  preguntó  dónde  estaba  el  expediente  de  la  refe- 
rencia. De  las  averiguaciones  practicadas,  resultó  que  era  el  segundo 
ó  tercero  de  una  alta  pila  de  papeles,  que  estaba  precisamente  para 
estudio  y  resolución  en  la  mesa  de  despacho.  Por  toda  contestación, 
observó  entonces  el  doctor  Acevédo  á  su  visitante,  que  si  conservaba 
su  tumo  al  asunto  recomendado,  podría  sospecharse  en  la  existencia 
de  preferencias,  y  que  para  evitar  críticas  á  la  Administración  era 
indispensable  que  pasara  al  último  rango.  Y  así  sucedió  en  efecto, 
porque  el  empleado,  cumpliendo  la  orden,  levantó  la  pila  y  colocó  de- 
bajo de  ella  el  expediente  de  la  referencia.  Moraleja:  que  ya  nadie 
pensó  en  solicitar  preferencias  de  despacho. 

La  tarea  de  los  Ministerios  de  Gobierno  y  Relaciones  Exteriores 
absorbía  al  doctor  Acevedo  todas  las  horas  del  día  en  su  despacho 
de  la  Casa  de  Gobierno  y  en  su  despacho  particular.  Sólo  se  permitía 
un  paréntesis  para  visitar  las  escuelas  públicas,  de  cuya  organización 
se  había  preocupado  en  diversas  épocas.  Su  afición  debía  ser  conta- 
giosa, puesto  que  los  exámenes  escolares  de  1860  fueron  honrados  con 
la  presencia  del  Presidente  Berro  y  de  sus  Ministros  de  Gobierno  y 
Relaciones  Exteriores  y  de  Guerra.  Todavía  se  conserva  el  grupo 
fotográfico  de  los  tres  visitantes,  sacado  por  uno  de  los  alumnos. 

DEPARTAMENTO  DE  GOBIERNO 

La  influencia  del  eandllliUe. 

Para  seleccionar  convenientemente  el  personal  administrativo  de 
los  departamentos,  era  indispensable  separar  dos  funciones  que  las 
exigencias  políticas  habían  mantenido  en  deplorable  confusión  hasta 
ese  momento:  las  Jefaturas  Políticas  y  de  Policía  y  las  comandancias 
militares.  Llegado  el  momento  de  elegir  candidatos,  prevalecían  natu- 
ralmente los  caudillos  de  los  departamentos  y  quedaban  so  orificados 
los  grandes  y  permanenten  intereses  de  la  campaña.  Contra  ese  estado 
de  cosas,  se  propuso  reaccionar  desde  el  primer  momento  el  doctor 
Acevedo. 

El  decreto  de  24  de  abril  de  1860,  separó  la  Jefatura  Política  en 
cada  departamento  de  la  comandancia  de  la  guardia  nacional,  agre- 
gando que  el  Jefe  Político  en  los  casos  urgentes  podría  requerir  el 
auxilio  de  toda  la  guardia  nacional  ó  de  parte  de  ella  por  intermedio 


348  XDÜABDO  AOBYEDO 


del  jefe  respectivo.  Ta  se  podía  echar  mano,  en  consecuencia,  de 
hombres  competentes  para  la  dirección  del  gobierno  departamental, 
iniciándose  una  campaña  vigorosa  contra  el  caadiUaje  prepotente  que 
no  reconocía  barreras  j  que  se  mostraba  pronto  siempre  á  alzarse 
contra  la  autoridad  constituida. 

Al  día  siguiente,  se  dictó  otra  medida  por  el  Ministerio  de  Qobiernoi 
encaminada  á  regularizar  la  recaudación  y  la  aplicación  de  las  ren- 
tas departamentales.  Por  el  decreto  de  25  de  abril  de  1860,  que  enco- 
mendó la  recaudación  del  impuesto  departamental  en  cada  departa- 
mento á  los  respectivos  Jefes  Políticos,  se  estableció  efectivamente: 
que  la  percepción  se  verificaría  por  medio  de  los  Comisarios  asociados 
á  uno  ó  dos  vecinos  de  cada  sección;  que  los  Jefes  Políticos  entrega- 
rían el  producto  de  las  cobranzas  en  la  Tesorería  de  las  Juntas  E. 
Administrativas,  dándose  á  la  vez  cuenta  al  Ministerio  de  Gobierno 
y  á  la  Colecturía  General;  que  no  se  verificaría  pago  alguno  sin  orden 
escrita  del  Jefe  Político  respectivo,  intervenida  por  el  Presidente  de  la 
Junta  E.  Administrativa;  que  el  Jefe  Político  daría  cuenta  al  Minis- 
terio de  Grobierno  de  las  cantidades  libradas,  y  el  Presidente  de  la 
Junta  á  la  Colecturía  General  de  las  cantidades  pagadas. 

Esos  dos  decretos  y  muy  especialmente  el  relativo  á  la  intervención 
fiscalizadora  que  se  atribuía  á  las  Juntas  E  Administrativas,  «mien- 
tras no  se  establezcan  (dice  el  decreto)  las  Municipalidades  de  una 
manera  compatible  con  lo  dispuesto  en  la  Constitución  de  la  Repú- 
blica», llevaron  la  alarma  á  los  caudillos  departamentales  que  se  creían 
con  títulos  sobrados  para  disponer  libremente  de  los  fondos  y  mono- 
polizar las  Jefaturas  ó  por  lo  menos  hacerlas  tributarias  de  su  in- 
fluencia avasalladora  y  perniciosa. 

El  hecho  es  que  un  buen  día  se  CDContraron  reunidos  en  Montevi- 
deo Olid,  Aparicio,  Bargueño  y  otros  jefes,  en  actitud  de  protesta 
contra  las  reformas  ministeriales.  Fué  comisionado  Burguefio  para 
conferenciar  con  el  Ministro  de  Gobierno,  mientras  sus  colega  se- 
guían deliberando  en  la  Jefatura  de  la  capital.  Cuando  el  doctor 
Ace vedo  se  hubo  enterado  del  objeto  de  la  entrevista,  se  limitó  á 
decir  al  comisionado  que  si  antes  del  preciso  plazo  de  dos  horas  no  se 
ponían  él  y  sus  compañeros  en  viaje  para  sus  respectivos  departamen. 
tos  y  asumían  tranquilamente  las  funciones  de  que  estaban  investidos, 
el  Gobierno  se  vería  en  el  caso  de  dictar  contra  ellos  las  más  enérgi- 
cas medidas.  El  Ministro  de  la  Guerra,  ocupaba  un  escritorio  en  la 
planta  baja  de  la  casa  del  doctor  Ace  vedo,  y  éste,  en  presencia  de 
Bargueño,  se  asomó  á  la  galería,  enteró  al  general  Lamas  de  la  venida 
de  los  jefes  y  le  pidió  que  estuviera  pronto  para  las  medidas  que  la 
continuación  del  desacato  pudiera  reclamar.  Ante  una  actitud  tan 
distinta  de  la  que  estaban  acostumbrados  á  observar  en  los  altos  man- 
datarios del  Estado,  los  jefes  se  pusieron  inmediatamente  en  marcha 


SN    EL    MINIBTEBIO  249 


y  ya  no  yolTieron  á  chistar,  quedando  desde  ese  momento  corregido 
eficaxmente  el  hábito  inveterado  de  imponer  su  voluntad  á  los  g^obier- 
nos  y  de  hacer  pesar  su  influencia  en  las  grandes  decisiones. 
£1  caudillaje  se  declaró  vencido. 


lia  ««eattón  rellgloMu 

Patronato  nacional.— Había  adquirido  el  Vicariato  Apostólico 
la  costumbre  de  autorizar  por  sí  mismo  todo  género  de  nombramien- 
tos, limitándose  á  comunicarlos  al  Poder  Ejecutivo.  Con  ayuda  de 
los  decretos  de  27  de  julio  y  de  24  de  diciembre  de  1860,  el  doctor 
Acevedo  restableció  la  doctrina  constitucional,  previniendo  al  Vica- 
riato que  en  lo  sucesivo,  y  antes  de  practicarse  una  provisión  cual- 
quiera, debía  recabar  la  aprobación  del  Poder  Ejecutivo  en  su  cali- 
dad de  patrono  de  la  Iglesia  nacional,  y  estableciendo  además  que 
las  designaciones  de  la  Curia  constituían  simplemente  una  propuesta 
que  el  Poder  Ejecutivo  podía  ó  no  aceptar.  Si  no  estamos  equivoca- 
dos, es  esa  la  primera  reivindicación  del  patronato  nacional  que  re- 
gistran nuestros  anales  oficiales. 

Sbcularización  r>B  cementerios.—  Otra  medida  de  mayor  reso- 
nancia hubo  que  adoptar  con  motivo  de  la  tiadicional  y  no  discutida 
intervención  de  la  Iglesia  en  los  cementólos. 

Dio  lugar  al  conflicto  el  fallecimiento  de  un  sefior  Jacobsen,  ocurrido 
^  mediados  del  mes  de  abril  de  1861,  en  la  ciudad  de  San  José. 
Según  las  cartas  del  Jefe  Político  sefior  Silvestre  Sienra  al  doctor 
Acevedo,  Jacobsen,  «aunque  protestando  su  deseo  de  morir  como  ca- 
tólico no  había  querido  abjurar  la  masonería»,  habiendo  tomado  pie 
en  tal  circunstancia  el  cura  párroco  •para  negarse  á  conceder  él  respec' 
tivo  permiso  de  inhumación  y  cerrar  las  piterias  del  cementerio».  Los 
interesados  reclamaron  y  la  Jefatura  se  dirigió  en  consulta  al  Minis- 
terio. Pero,  antes  de  que  la  contestación  llegara,  el  cadáver  fué  trans- 
portado á  Montevideo  á  pedido  de  una  Comisión  masónica  que  asu- 
mió la  dirección  de  los  trabajos  respectivos.  El  incidente  debía  repe- 
tirse y  se  repitió  en  la  capital  de  la  República,  agigantado  por  la  ma- 
yor amplitud  del  escenario.  £o  las  puertas  de  la  iglesia  Matriz  hubo 
escenas  tumultuosas  alrededor  del  cadáver.  La  población  entera,  es- 
taba caldeada  por  la  propaganda  eclesiástica  y  el  estado  de  los  áni- 
mos parecía  arrastrar  á  hondas  sacudidas. 

El  Ministerio  de  Qobierno  autorizó  la  inhumación  de  los  restos  de 
Jacobsen,  provocando  esa  medida  una  nota  violentísima  del  Vicariato 
Apostólico,  en  que  se  afirma  que  «el  cementerio  público  ha  sido  es- 
candalosamente violado  contra  las  leyes  canónicas,  civiles  y  admi- 
nistrativas, inhumándose  allí  el  cuerpo  de  un  individuo  que  había 


250  EDUARDO  AGEVSDO 


fallecido  no  sólo  fuera  de  la  Iglesia,  sino  desconociendo  sus  leyes  hasta 
el  último  instante  de  su  vida».  Por  la  misma  nota  el  Vicariato  Apos- 
tólico, declara:  «en  entredicho  el  cementerio  déla  capital  mientras  no 
sea  exhumado  el  cadáver»  y  agrega  «que  los  párrocos  no  podrán  hasta 
nueva  orden  dar  licencias  de  enterramientos  y  que  nadie  está  facultado 
para  enterrar  en  dicho  cementerio,  bajo  apercibimiento  de  las  más  se- 
veras penas  eclesiásticas».  A  la  vez,  solicita  el  Vicariato  medidas 
contra  la  propaganda  anticlerical  de  un  diario. 

La  réplica  del  Ministerio  de  Gobierno,  está  contenida  en  el  decre- 
to de  18  de  abril  de  1861  y  en  la  nota  al  Vicariato  del  día  siguiente. 
«Siendo  contrarío  á  la  higiene,  dice  el  primero,  que  los  cadáveres,  en 
estado  á  veces  de  corrupción  completa,  sean  conducidos  á  las  igle- 
sias para  celebrarse  allí  misa  de  cuerpo  presente,  con  peligro  de  in- 
feccionar á  los  asistentes,  y  tratándose  de  negocio  de  pura  adminis- 
tración múnicipal^^  resuelve  el  Gobierno  que  en  adelante  los  cadá- 
veres sean  conducidos  directamente  de  la  casa  mortuoria  al  cemente- 
río;  que  ningún  cadáver  sea  sepultado  sin  que  hayan  transcurrido 
veinticuatro  horas  de  la  muerte  y  se  halla  expedido  un  certificado 
médico  haciendo  constar  la  defunción  y  las  causas  que  la  hayan  de- 
terminado; y  que  la  Junta  Económico- Administrativa,  á  quien  queda 
encomendado  el  cumplimiento  del  decreto,  cuidará  de  que  en  el  ce- 
menterio haya  un  sacerdote  cuyo  servicio  se  determinará  por  un  re- 
glamento especial.  En  la  nota  del  19  de  abríl,  dirígida  al  Vicariato 
Apostólico,  dice  el  Ministerio  de  Gobierno:  que  el  permiso  de  entie- 
rro fué  concedido  con  la  autorización  del  Gobierno  por  la  autoridad 
á  cuyo  eargo  está  el  cementerio;  que  el  decreto  recientemente  dictado 
sobre  conducción  directa  de  los  cadáveres  al  cementerio,  contribuirá 
á  evitar  en  lo  sucesivo  dificultades  de  la  naturaleza  de  las  que  aca- 
ban de  producirse;  que  en  un  país  libre  donde  está  garantida  la  li- 
bertad de  conciencia  y  la  de  cultos  que  es  su  consecuencia  necesaria, 
no  puede  pretenderse  seriamente  renovar  con  la  aquiescencia  de  la 
autoridad  esas  luchas  desastrosas  que  perturbaron  la  crístiandad  en 
épocas  muy  remotas;  que  el  Gobierno  confía  que  la  meditación  sobre 
los  derechos  y  obligaciones  de  cada  uno,  hará  que  todos  obren  con 
moderación  y  que  se  eviten  colisiones  que  para  todo  pueden  servir 
menos  para  dar  lustre  á  la  religión  y  para  encumbrar  la  moral.» 

Después  de  varios  días  de  intensa  agitación  popular,  en  que  hubo 
conferencias  para  el  arreglo  del  conflicto,  el  Vicariato  propuso  una 
fórmula  conciliatoria  sobre  la  base  de  que  volvieran  las  cosas  á  su 
estado  anteríor  y  fuera  renovada  la  bendición  al  cementerío.  Aceptó 
el  Ministerío  la  fórmula,  con  las  salvedades  contenidas  en  la  nota 
de  19  de  abríl  y  en  el  decreto  del  18  que  seguiría  en  vigencia.  «Si  S. 
S.,  concluía  la  nota,  considera  que  por  su  parte  debe  renovar  la  ben- 
dición al  cementerio,  el  Gobierno  no  se  opondrá  á  ese  acto  en  su 
sentido  puramente  religioso  ó  espiritual». 


EH  BL    MUriBTEBIO  251 


Quedó  así  establecida  la  secularización  de  los  cementerios. 

Expulsión  cb  un  fbailb.— Ante  la  Comisión  Permanente  se  de- 
batió otro  tema  candente  de  política  relig^iosa. 

En  la  sesión  del  27  de  noviembre  de  1860  se  dio  cuenta  de  un  es- 
crito de  Fray  Vicente  de  Argencio,  agregado  de  la  misión  franciscana, 
reclamando  contra  una  intimación  de  la  Jefatura  Política  de  Monte- 
video. Fué  llamado  para  dar  explicaciones,  en  la  misma  sesión,  el 
Ministro  de  Gobierno  y  Relaciones  Exteriores  doctor  Acevedo,  pro- 
duciéndose el  siguiente  debate  (debemos  advertir  que  el  doctor  Ace- 
vedo no  corregía  sus  discursos  y  que  las  extremas  deficiencias  del 
servicio  taquigráfico  de  la  época  desfiguran  enteramente  la  forma): 

«8b.  VjÍzqubz  Sagastume— Uno  de  los  padres  franciscanos 
que  componían  parte  de  la  misión  apostólica  que  estuvo  en  este  país 
desde  algún  tiempo  á  esta  parte,  se  presentó  días  pasados  á  Y.  H. 
solicitando  una  resolución  con  motivo  de  una  orden  de  destierro  que 
se  le  había  intimado.  La  Mesa  pasó  este  asunto  á  una  Comisión  de  la 
que  el  que  habla  forma  parte.  Hoy  se  ha  dado  conocimiento  de  otra 
solicitud  del  padre  diciendo  que  ha  recibido  orden  de  dejar  el  país  den- 
tro de  veinticuatro  horas,  y  con  este  motivo. pide  una  resolución  inme- 
diata. La  Comisión  Permanente  ha  hecho  á  esta  Comisión  especial  el  en- 
cargo de  que  se  expida  sobre  tablas.  La  Comisión  especial  no  tiene 
antecedentes  para  conocer  la  justicia  con  que  se  haga  esta  reclama- 
ción, y  se  ha  permitido  hacer  la  indicación  para  que  V.  H.  llame  á 
su  seno  al  sefior  Ministro  con  el  objeto  de  obtener  de  él  las  explica- 
ciones necesarias  para  tomar  una  medida  que  sea  justa  inmediata- 
mente. Como  el  sefior  Ministro  está  presente,  considero  que  sería  opor- 
tuno que  la  Mesa  se  sirviera  hacer  dar  lectura  á  esos  documentos  á 
que  se  ha  hecho  referencia,  para  que  el  señor  Ministro  los  conociese 
antes. 

<  8b.  Ministbo  de  GoBiEBNO— Debo  declarar  ante  todo  á  la  H.  Co- 
misión Permanente,  que  no  hay  nada  que  se  parezca  á  destierro. 
He  oído  con  mucha  sorpresa  varias  de  las  aserciones  del  padre  fran- 
ciscano que  se  queja,  y  aún  oigo  que  el  sefior  miembro  informante 
de  la  Comisión  especial  ha  supuesto  que  había  un  destierro  de  un 
fraile  franciscano.  No  hay  cosa  parecida,  sefior  Presidente. 

«La  H.  Comisión  Permanente  sabe  que  una  misión  franciscana 
vino  al  país  mediando  previo  acuerdo  entre  la  autoridad  civil  y  la 
eclesiástica.  Muy  pronto,  después  de  establecida  esta  misión,  empe- 
zaron á  tener  lugar  ciertos  escándalos  que  dieron  lugar  á  quejas.  El 
Gobierno  permanecía  completamente   ajeno  á  estas  quejas. 

«La  Curia  se  quejaba  de  escándalos  cometidos  por  los  padres  de 
la  misión,  y  éstos  suponían  que  la  Curia  era  inspirada  por  los  jesuí- 
tas y  que  los  perseguían  como  á  tales  enemigos  de  los  jesuítas.  Este 
era  el  hecho,  cuando  se  presentó    el  superior  entonces  de  la  misión. 


262  BDÜABDO  AOSTEDO 


qnejindose  de  prooedímientos  de  la  Curia  respecto  á  su  persona— que 
lo  había  suspendido  á  él  y  á  varios  hermanos  de  los  frailes  francisca- 
nos, y  que  le  había  hecho  tales  y  cuales  apercibimientos.  El  Gk>bier- 
no  declar6  que  no  tenía  nada  que  ver  en  el  caso;  que  podían  hacer 
uso  cuando  más  de  los  recursos  que  se  conocen  en  derecho  bajo  el 
nombre  de  recursos  de  fuerza,— y  que  esos  no  era  al  Poder  Ejecutivo 
sino  al  Judicial  á  quien  competían. 

«En  efecto,  se  siguió  un  procedimiento  á  este  respecto^  mantenién- 
dose siempre  el  Poder  Ejecutivo  completamente  ajeno  á  esa  situa- 
ción.—T  habiendo  llegado  no  solamente  al  conocimiento  del  Nuncio 
Apostólico,  residente  en  el  Paraná,  sino  al  de  la  misma  Curia  Ro- 
mana, los  desórdenes  que  había,  vino  un  Visitador  general  con  en- 
cargo de  examinar  los  hechos  y  tomar  la  medida  que  creyese  más 
conveniente. 

«Ese  Visitador,  después  de  examinar  los  hechos,  se  dirigió  al  Pre- 
sidente de  la  República  y  le  declaró  que  en  su  opinión  el  único  ca- 
mino que  conciliaria  todos  los  intereses  legítimos,  era  separar  todo  el 
personal  de  la  misión.  El,  el  jefe  de  la  misión,  el  Visitador,  el  que 
traía  esos  poderes  generales,  declaraba  que  en  su  opinión,  lo  mejor, 
lo  único  que  había  que  hacer,  era  que  la  misión  toda  se  retirase. — 
Pero  decía  que  había  un  obstáculo  para  ello  en  la  protección  inde- 
bida que  la  Curia  prestaba  á  dos  frailes  que  se  habían  separado  de 
los  otros,  uno.  Fray  Cándido  de  Nonántola,  y  un  Daniel  de  Fogia,  á 
quienes  suponía  adheridos  á  la  Curia 

«Entonces  el  Gobierno,  aceptando  completamente  la  idea— porque 
en  efecto  se  hacía  muy  conveniente  la  separación  de  los  padres— di- 
jo—que  no  sería  obstáculo  la  negativa  respecto  de  esos  individuos, 
porque  se  allanarían  los  obstáculos  y  se  facilitaría  todo  para  que  sa- 
liere la  misión  completa. 

«En  efecto,  el  Padre  Visitador  se  presentó  al  Grobierno  solidtando 
el  auxilio  del  brazo  secular  para  que  saliesen  los  frailes  á  quienes  me 
he  referido— Fray  Cándido  de  Nonántoia  y  Fray  Daniel  de  Fogia— 
y  entonces,  oída  la  Curia,  expresó  la  conveniencia  que  había  de  que 
se  fuesen  no  solamente  esos  sino  todos  los  demás,  llegando  hasta  de- 
cir que  había  conveniencia  en  que  no  se  toleraran  ulteriores  misiones. 

«El  seflor  Presidente  vio  entonces  que  había  completo  acuerdo  de 
opiniones:  el  Visitedor,  jefe  de  la  misión,  quería  que  se  fuesen  todos, 
la  Curia  quería  que  se  fuesen  todos,  y  el  Grobierno  no  hizo  más  que 
acceder  á  la  opinión  de  todos  ellos,  diciendo:— Vayanse  los  padres. 

«Pero  como  siempre  asuntos  de  la  naturaleza  del  presente  se  hacen 
servir  para  malos  fines,  empezó  á  esparcirse  la  voz,  que  llegó  á  oídos 
del  Gobierno  también,  de  que  eran  los  jesuítas  los  que  estaban  mo- 
viendo este  negocio. 

«Puede  ser  que  así  fuese 


feÑ    tBL   ]tllíI9TtBIO  26d 


«Pero  á  la  vez  entoacea  movían  al  Padre  Visitador,  al  Vicario 
Apostólico  6  su  representante,  al  Presidente  de  la  Bepública,  á  los 
Ministros,  en  fín,  debía  suponérseles  un  grado  de  habilidad  mayor 
que  el  que  generalmente  se  les  atribuye,  que  es  muy  grande* 

«Pero  sea  de  esto  lo  que  fuere,  el  Gobierno  se  limitó  á  decir:— «que 
habiendo  llegado  á  noticia  del  Gobierno  que  los  padres  Cándido  de 
Nonántola  y  Daniel  de  Fogia,  han  salido  ya  del  país,  y  de  conformi- 
dad con  lo  informado  por  8.  8.  y  lo  expuesto  por  el  Padre  visitador 
sobre  la  conveniencia  de  que  se  retire  del  país  todo  el  person  al  de  la 
misión  franciscana,  hágase  saber  al  referido  padre  que  debe  salir  del 
país  con  los  demás  misioneros  dentro  del  perentorio  término  de  quin- 
ce días,  contados  desde  la  fecha,  sin  perjuicio  de  que  se  acuerde  lo 
conveniente  en  oportunidad  sobre  nuevas  misiones.  Comuniqúese  al 
señor  Provisorio  y  Vicario  General  y  al  Departamento  de  PoluAa*. 

«Hago  notar  esto  del  Departamento  de  Polieíaf  porque  esto  va  á 
explicar  la  medida  de  que  se  queja  hoy  Fray  Vicente. 

«En  este  estado,  el  Padre  Visitador  se  presentó  acatando  la  medida, 
diciendo^que  sus  subordinados  estaban  prontos  á  cumplirlas;  pero 
se  les  movían  dificultades  sobre  objetos  del  Culto  de  que  varios  indi- 
viduos habían  hecho  donaciones  á  la  misión  y  que  creían  que  no  eran 
personales  á  la  misión  sino  al  sitio  donde  esa  misión  estaba. 

«El  Gobierno,  después  de  recoger  los  informes  convenientes,  deter- 
minó y  acordó  con  la  Curia,  facilitar  la  retirada  de  los  padres  y  que 
se  llevasen  todos  sus  objetos,  aunque  fuesen  de  esos  en  que  había 
duda»  recabando  el  acuerdo  de  los  donantes.  Debió  creerse  entonces 
que  el  negocio  estaba  completamente  concluido. 

«Nadie  be  acordaba  de  Fray  Vicente.  Porque  la  Honorable  Comi- 
sión Permanente  sabe  muy  bien  que  un  fraile  suelto  es  una  cosa  sin 
nombre,  es  algo  que  no  se  concibe:  un  fraile  no  tiene  derechos  políti- 
cos ni  civiles,  un  fraile  hace  parte  de  una  cosa de  un  convento, 

de  una  comunidad  y  es  su  superior  el  que  lo  gobierna.  Yo,  hasta 
cierto  punto,  no  concibo  que  un  fraile,  conservándose  como  tal  fraile, 
haga  recursos;  porque  desde  que  no  goza  de  derechos  políticos  ni  ci- 
viles, está  absolutamente  en  el  mismo  caso  que  un  niño  ó  que  un  loco. 
Y  si  un  hombre  notoriamente  loco,  un  hombre  que  tirase  piedras  por 
la  calle  se  presentase  haciendo  un  recurso,  ese  recurso  no  podía  ser 
oído. 

«Pero  bien;  el  Gobierno  no  se  acordaba  de  Fray  Vicente,  no  in- 
tervenía para  nada»  ni  había  mediado  queja  tampoco  sobre  su  per- 
manencia en  el  país,  de  modo  que,  propiamente,  el  Presidente  de  la 
República,  ignoraba  que  Fray  Vicente  estuviese  aquí. 

«En  esa  situación,  anteayer,  (como  dice  en  su  solicitud)  se  presentó 
en  mi  despacho  mostrándome  un  periódico  que  yo  no  conozco,  que 
por  primera  vez  llegaba  á  mi  noticia  y  que  me  dijo  era  «La  Bandera 


2&4 


«DÜABDO   ACBVBDO 


Católica»  6  «La  Revista  Católica»,  y  me  dijo:  «Vea,  seftor  Ministro,  lo 
que  dice  este  artículo»,  y  yo  le  contesté:  «no  tengro  nada  que  ver  con  el 
artículo,  padre;  no  tengo  nada  que  ver  con  la  prensa;  no  conozco  el 
periódico,  no  lo  he  leído»,  y  en toaced  alega  esos  derechos,  eso  que  di- 
ce ahí  de  que  está  en  trámites  de  secularización  y  que  no  podía  sa- 
lir. Le  dije:  «no,  padre,  las  disposiciones  del  Gobierno  se  han  de 
cumplir  y  aquí  no  hay  cosas  de  jesuítas  sino  cosas  de  deberes  que  lle- 
nar, y  usted  tiene  que  seguir  la  suerte  de  sus  compañeros;  el  Padre 
Visitador  no  ha  hecho  comunicación  ninguna  á  su  respecto».  Y  en- 
tonces se  retiró,  y  muy  ajeno  estaba  yo  de  pensar  el  camino  que  to- 
maba, porque  lo  más  sencillo  era  esperar  su  breve  de  secularización 
que  le  va  á  llegar,  entonces  como  un  sacerdote  que  tuviera  una  con- 
grua asegurada,  que  tuviera  existencia  en  la  sociedad,  podría  quedar; 
pero  como  un  fraile  suelto  que  hasta  está  suspendido  in  scteris,  repito, 
no  concibo  cómo  podrá  quedar— solamente  en  la  calidad  de  vago  po- 
dría admitírsele  en  la  sociedad. 

«Sin  embargo,  á  pesar  de  que  el  Poder  Ejecutivo  entendía  que  el  re- 
curso que  elevó  á  la  Honorable  Comisión  Permanente  no  podía  te- 
ner fuerza  suspensiva,  las  simples  conveniencias  aconsejaban  que  se 
suspendiese  todo  procedimiento.  Bastaba  una  queja  que  hubiese  su- 
cedido para  que  no  se  prosiguiese  adelante;  sobre  todo,  cuando  no  ha* 
bía  ningún  hecho  grave  que  autorizase  una  premura  semejante. 

«Así,  fui  muy  sorprendido  al  recibir  la  citación  del  secretario  de  la 
Honorable  Comisión  Permanente  diciendo  que  se  había  hecho  una 
intimación:  en  el  acto  llamé  al  Jefe  de  Policía,  y  éste  me  ha  dicho 
que  no  tenía  más  objeto  que  cumplir  aquella  disposición  anterior  de 
que  antes  di  conocimiento»  que  encargaba  al  Departamento  de  Poli- 
cía la  ejecución  del  decreto  del  mes  pasado.  Y  entonces,  sin  esperar 
á  más,  el  Presidente  de  la  República,  ordenó  que  se  suspendiese  todo 
procedimiento. 

«Es  cuanto  puedo  decir  sobre  este  negocio. 

«Si  los  señores  miembros  de  la  Honorable  Comisión  Permanente 
quieren  otras  explicaciones,  tengo  todas  las  constancias  aquí  de  lo 
que  ha  sucedido  y  podré  darlas». 

(Repetiremos  que  el  doctor  Acevedo  jamás  vio  ni  corrígió  las  ver- 
siones taquigráficas  de  sus  discursos  y  que  el  servicio  de  la  época 
era  muy  deficiente). 

El  asunto  pasó  á  estudio  de  una  Comisión  especial  que  produjo  el 
siguiente  dictamen,  que  fué  rechazado  por  la  Comisión  Permanente: 

«La  Comisión  especial,  encargada  de  dictaminar  en  el  asunto  del 
religioso  franciscano  Fray  Vicente  de  Argencio,  ha  estudiado  deteni- 
damente las  diversas  solicitudes  que  dicho  religioso  ha  presentado, 
así  como  los  antecedentes  remitidos  por  el  Poder  Ejecutivo  y  Supe- 
rior Tribunal  de  Justicia  á  pedido  de  Vuestra  Honorabilidad. 


ÉS    EL    MnÍI8TBttlO  26& 


«De  esos  antecedentes  resulta:  Primero,  que  el  recurso  de  fuerza  de 
que  Fray  Vicente  de  Argencio  hace  mérito,  ha  concluido  de  todo  pun- 
to en  caanto  atañe  al  enunciado  fraile.  Seg^undo,  que  es  completa- 
mente falso  que  dicho  Fray  Vicente  haya  sido  secularizado.  Tercero, 
que  lejos  de  estarlo,  y  sea  cual  fuere  el  valor  del  certificado  de  ex- 
claustración que  ha  exhibido,  la  instancia  de  secularización,  dado  que 
tal  instancia  haya  sido  intentada,  lo  ha  sido  sin  autorización  del  Po- 
der Ejecutivo  y  en  abierta  contravención  con  lo  dispuesto  por  las  le- 
yes. Cuarto,  que  el  Poder  Ejecutivo  admitió  en  el  territorio  de  la 
República  á  Fray  Vicente  de  Argencio,  como  miembro  de  la  misión 
franciscana,  y  que  no  ha  consentido  la  separación  del  mismo  de 
dicha  misión.  Quinto,  que  el  Poder  Ejecutivo  ha  revocado  el  per- 
miso que  había  concedido  á  la  misión  franciscana  decretando  su  ex- 
pulsión. 

«En  mérito  de  estas  resultancias,  y  atento  á  que  el  recurrente  no 
ha  dejado  ni  puede  dejar  de  ser  fraile,  sino  llenando  todos  los  requi- 
sitos legales,  considerando  que  es  fraile  extraño  al  país,  y  como  tal 
no  tiene  derecho  de  residencia  en  él,  y  que  cesando  de  ser  misionero, 
ha  cesado  la  causa,  por  que  esa  residencia  le  fué  permitida,— la  Comi- 
sión especial  opina  que  V.  H.  debe  pasar  á  la  orden  del  día,  hacién- 
dolo saber  al  Poder  Ejecutivo,  y  mandando  se  le  devuelva  el  expe- 
diente sobre  recurso  de  fuerza,  así  como  el  escrito  y  certificado  que 
ha  remitido  originales.— Montevideo,  diciembre  31  de  lOOO.— Gandido 
Juanicó-'José  VáxqtMZ  Sagastume.* 

Viajes  del  Vicario.  —Agregaremos,  finalmente,  que  en  el  archivo 
del  doctor  Acevedo  figuran  algunas  cartas  del  Vicario  señor  Vera, 
que  demuestran  que  el  Ministerio  le  había  hecho  comprender  que  era 
un  funcionario  que  no  podía  ausentarse  sin  licencia.  Transcribimos 
una  de  ellas:  «Excmo.  señor  Ministro:  Mañana,  Dios  medíante,  salgo 
para  Canelones  á  continuar  la  misión  que  allí  quedó  principiada.  Co* 
mo  la  distancia  es  corta  y  no  pienso  alejarme  del  departamento  refe- 
rido, no  comunico  de  oficio  mi  ausencia  al  Gobierno.  Quiera  el  Cielo 
restablecer  su  salud.  Así  lo  ruega  su  afectísimo  Jacinto  Vera. — Ma- 
yo 10.» 

Todos  estos  incidentes,  que  sirvieron  para  fundar  de  una  manera 
definitiva  los  derechos  de  la  autoridad  civil,  acentuados  después  del 
cese  del  Ministerio  del  doctor  Acevedo  por  otras  complicaciones  más 
que  dieron  margen  al  destierro  del  Vicario  apostólico,  tuvieron  honda 
repercusión  política  dentro  del  partido  dominante  y  hasta  dentro  del 
partido  adverso,  como  que  dieron  bandera  de  circunstancias  al  movi- 
miento revolucionario  de  1863. 


¿66  KDtrAKOO  áobtMdo 


lia  aoirespondenela  eonfldenelal. 

Era  necesario  llevar  la  vida  á  todos  los  ámbitos  del  país,  y  una  de 
las  más  grandes  tareas  del  doctor  Acevedo  está  representada  por  la 
nutrida  correspondencia  oficial  y  particular  con  todos  y  cada  uno  de 
los  Jefes  Políticos.  Sin  perjuicio  de  las  comunicaciones  destinadas  á 
provocar  y  transmitir  resoluciones  gubernativas,  se  carteaban  constan- 
temente el  superior  y  ios  delegados  departamentales*  franqueándose 
todos  en  beneficio  de  los  intereses  públicos,  sin  las  molestias  y  re- 
trancas del  formulismo  oficinesco  y  ordi nanamente  hueco. 

De  los  legajos  de  cartas  particulares,  que  ha  respetado  la  acción 
del  tiempo,  vamos  á  extraer  algunos  pocos  párrafos  que  reflejan  á 
la  vez  que  la  situación  anterior  de  desquicio,  el  anhelo  de  reformas  y 
la  ínviole  y  las  tendencias  de  esa  correspondencia  fecunda  que,  exa- 
minada en  conjunto  y  en  sus  grandes  líneas,  presenta  al  Ministro 
frente  á  un  tablero  de  ajedrez,  en  que  las  piezas  son  las  Jefaturas  y  el 
fin  de  la  partida  la  reorganización  del  país  y  la  conquista  de  su  feli- 
cidad. No  hay,  desgraciadamente,  ni  borradores  ni  copias  de  las  car- 
tas del  Ministro  á  que  contestan  centenares  de  comunicaciones  de  los 
Jefes  Políticos. 

Jefatura  de  Maldonado,  á  cargo  del  señor  Gabriel  Rodríguez: 

San  Carlos,  mayo  12  de  1860.— «El  malestar  se  agrava,  especialmen- 
te en  Rocha  y  Maldonado,  donde  las  policías  no  funcionan,  porque  no 
hay  quien  les  dé  lo  único  que  les  daban,  esto  es,  la  carne  y  el  pan, 
porque  los  abastecedores  están  impagos  hace  mucho  tiempo.  Lo  mis- 
mo sucede  aquí,  pero  yo  me  he  hecho  responsable  de  los  suministros 
que  se  hagan  desde  el  1.^*, 

Rocha,  julio  23  de  1860. ^Describe  el  estado  del  pueblo  de  Rocha 
que  conceptúa  el  más  próspero  de  todo  el  departamento  por  su  situa- 
ción y  por  sus  elementos  de  riqueza;  dice  que  la  recaudación  de  im- 
puestos estaba  tan  descuidada,  que  apenas  existía  lo  necesario  para 
cubrir  el  presupuesto  de  las  escuelas;  que  el  producto  de  los  derechos 
de  abasto  no  alcanzaba  para  la  manutención  de  la  policía;  que  á  su 
llegada  al  pueblo  se  jugaba  en  plena  calle  onzas  de  oro  á  la  taba  y 
en  todas  las  pulperías  á  la  baraja,  provistos  invariablemente  los  ju- 
gadores de  facón  y  trabuco  á  la  cintura. 

Maldonado,  septiembre  3  de  1860.— Da  cuenta  de  una  larga  recorri- 
da por  las  fronteras  del  departamento  para  combatir  á  las  gavillas  de 
ladrones  y  reorganizar  las  policías,  y  dice: 


EN    EL  MINISTERIO  257 


«Mucho  me  ha  complacido,  estimado  doctor,  conocer  prácticamente 
el  espíritu  de  orden  y  de  paz  que  domina  en  la  masa  de  la  población 
-que  he  visitado,  así  como  también  su  adhesión  al  gobierno  personiñ- 
cado  en  usted.  Era  muy  consolador  para  mí,  ver  con  mis  propios  ojos 
que  la  opinión  general  de  esas  poblaciones  tan  manifiestamente  pro- 
nunciada, no  se  equivocaba  en  sus  apreciaciones,  y  que  el  nombre  de 
usted  es  tan  popular  y  conocido  en  ellas  que  siempre  lo  pronuncian 
con  entusiasmo,  porque  lo  creen  vinculado  á  los  futuros  destinos  de 
nuestro  infortunado  país*. 

Maldonado,  noviembre  28  de  1860.— Después  de  dar  cuenta  de  una 
gira  hecha  á  todos  los  distritos  del  departamento,  dice: 

«En  cada  uno  de  ellos  he  hablado  con  sus  principales  vecinos  y  to- 
dos ellos,  blancos,  colorados  ó  negros,  nacionales  y  extranjeros,  todos 
á  una  se  manifiestan  contentos  de  la  marcha  del  gobierno  y  de  la  con* 
iianza  que  les  inspira  la  situación.  No  me  gusta  lisonjear  á  nadie  y 
mucho  menos  á  usted.  Pero  en  obsequio  á  la  verdad  debo  asegurarle 
que  pocos  nombres  son  hoy  tan  populares  como  el  del  señor  Presiden- 
te y  el  suyo.  To  me  complazco  en  ello,  porque  veo  que  á  través  de 
tantas  maldades,  la  opinión  pública  hace  justicia  al  mérito».  Habla 
en  la  misma  carta  de  las  diversas  denuncias  que  han  circulado  con 
motivo  de  los  trabajos  electorales  patrocinados  por  elementos  de  los 
-dos  partidos»  y  de  la  aparición  en  el  departamento  de  individuos  con 
divisa  colorada,  manifiesta  que  á  él  lo  califícan  de  «conservador»  los 
que  explotan  el  partidismo,  y  agrega:  «al  designarme  con  ese  epíteto, 
me  hacen  el  honor  de  considerarme  como  la  personifícación  de  usted, 
y  como  tal,  encargado  de  propagar  por  cuenta  de  usted  las  doctrinas 
de  aquel  círculo». 

Maldonado,  diciembre  27  de  1860— «Me  ha  sorprendido  el  aviso  de 
usted  de  no  haber  recibido  la  que  le  escribí  en  noviembre  comunicán- 
dole las  variaciones  que  se  habían  introducido  en  las  listas  de  repre- 
sentantes y  no  me  queda  duda  de  que  ha  sido  sustraída  del  correo  ma- 
liciosamente. Felizmente  en  esa  carta  escrita  muy  apresuradamente,  muy 
poco  ó  nada  habrán  encontrado  que  les  interese,  porque  era  avisán- 
dole simplemente  el  cambio  introducido  en  las  listas  y  las  medidas 
policiales  que  pensaba  tomar  para  garantir  el  libre  ejercicio  del  su- 
fragio é  impedir  la  perturbación  del  orden.  La  circunspección  que 
observé  en  esa  carta,  fué  proscripta  por  el  respeto  con  que  creí  deber 
acatar  el  silencio  que  usted  guardó  conmigo  en  la  cuestión  electoral 
desde  que  se  iniciaron  los  trabajos  en  este  departamento  y  sobre  los 
cuales  escribí  á  u^ted  en  septiembre  pidiéndole  instrucciones,  y  sen- 
tiría muy  mucho  si  lo  he  interpretado  mal  guardando  la  más  completa 
abstención,  cuando  hubiera  podido  inclinar  la  balanza  al  lado  que 
Jiubiera  querido». 

17 


268  EDÜABDO  ACBVEDO 


Maldonado,  abril  27  de  1861.— «La  eetrechei  del  tiempo  es  tanta, 
que  aún  corriendo  el  riesgo  de  parecer  exagerado  no  puedo  menos  que 
asegurarle  que  víto  ahogado.  Como  mis  antecesores  (con  muy  rara 
excepción)  eran  Jefes  Políticos,  Alcaldes  Ordinarios,  Jueces  de  Pas, 
etc,  etc^  las  gentes  quedaron  tan  acostumbradas  y  conformes  con  la 
tramitación  breve  y  sumaria  que  seguían,  que  todavía  hoy  tengo  que 
perder  mucho  tíenpo  en  oir  á  los  litigantes  y  persuadirles  de  que  hoy 
no  se  pueden  hacer  muchas  cosas  que  se  hacían  antes». 

Jefatura  de  Soriano,  á  cargo  del  señor  J.  Eduardo  Fregueiro: 

Mercedes,  julio  8  de  1860.— Establece  que  los  pasos  del  río  Negro- 
que  corresponden  á  su  departamento,  con  ser  de  mucha  importancia, 
han  sido  arrendados  en  épocas  anteriores  por  precios  mezquinos;  que 
el  servicio  se  realiza  en  condiciones  deplorables;  que  con  el  impulso 
de  la  misma  renta  y  de  las  otras  del  departamento  se  pueden  atender 
todas  las  necesidades,  sin  crear  las  nuevas  gabelas  de  que  se  habla 
en  las  Cámaras;  que  sería  muy  honorable  para  la  actual  administra- 
ción y  todas  sus  ramificaciones,  evitarle  al  país  la  complicación  de 
nuevas  cargas;  que  la  contribución  directa  del  departamento  ha  pro- 
ducido doce  mil  pesos  contra  seis  mil  en  el  aflo  anterior;  que  el  de- 
partamento tiene  de  setecientas  á  ochocientas  suertes  de  estancia  y 
apenas  psgaron  contribución  en  elafio  anterior  doscientas  veinticinco; 
que  sólo  figuran  tres  casas  de  comercio  al  por  mayor  con  diez  y  ocho 
mil  pesos  de  capital,  habiendo  declarado  la  que  es  propiedad  del  ciu- 
dadano que  desempeña  la  Jefatura,  catorce  mil  pesos;  y  agrega:  «to- 
dos se  admiran  que  en  el  solo  mes  de  mayo,  sin  violencias  y  sin  mul- 
tas hayan  pagado  impuestos  de  marcación  49,602  terneros  y  3,206  po- 
trillos y  todo  lo  demás  en  relación». 

Mercedes,  enero  23  de  1861.— Da  cuenta  de  que  los  mismos  que 
creían  en  la  posibilidad  de  la  invasión  de  Flores,  consideran  ya  con- 
jurado todo  peligro,  y  agrega: 

«Sin  embargo,  siempre  pensaré  que  el  cuerpo  político  es  como  el 
humano,  que  para  preservarlo  bien  es  más  eficaz  la  higiene,  que  los 
fuertes  remedios.  Atendiéndose  debidamente  á  lo  que  da  seguridad  y 
respeto,  creo  será  lo  ba&tante  para  alejar  y  contener  á  los  que  cre- 
yesen fácil  la  subversión  del  orden  y  de  la  autoridad  constituida». 

Mercedes,  febrero  8  de  1861.— Habla  del  capí  tan  de  la  Urbana  y  de 
todos  sus  subalternos,  que  obedecen  y  cumplen  lo  que  se  les  manda, 
persuadidos  de  que  el  Jefe  del  Departamento  sabe  respetar  y  hacer- 
se respetar.  «Rousseau,  agrega,  decía  que  el  instrumento  del  hombre 
es  el  mismo  hombre,  que  el  caso  es  saberse  servir  de  él,  y  la  máxima 
de  ese  filósofo  me  ha  servido  de  mucho». 

Mercedes,  mayo  19  de  1861.  —  Comunica  las  listas  de  la  elección 


EN  EJL  MOnSTBRlO  259 


para  senador  y  agrega:  «en  fin,  yo  no  tengo  parte  alguna,  ni  he  in- 
finido por  ano  ni  por  otro,  dejtodoles  en  bu  libre  voluntad  la  elec* 
don  sin  que  ni  una  indicación  amistosa  mía  sirva  de  peso  en  la  ba- 
lanza». 

Jefatura  de  San  José,  á  carn^  del  señor  Silvestre  Sienra: 

San  José,  septiembre  10  de  1860.— «Por  desgracia,  mis  temores  re- 
sultan fundados.  La  lucha  electoral  se  traba  entre  nosotros,  y  parece 
impracticable  ya  toda  conciliación.  Las  elecciones  se  realizarán  aquí 
dentro  de  una  libertad  absoluta,  rigurosamente  constitucional.  Ni  un 
adarme  de  lo  que  se  llama  influencia  oficial  ha  de  ir  á  pesar  en  la 
balanza  en  que  ha  de  pesarse  la  voluntad  de  los  ciudadanos,  esté  us- 
ted seguro  de  ello.« 

San  José,  septiembre  27  de  1860.— Comunica  que  en  las  elecciones 
del  día  25  fué  levantada  la  candidatura  del  Jefe  Político  y  empezada 
á  votar,  lo  que  dio  mérito  á  disidencias  que  los  interesados  resolvie- 
ron ilustrar  con  la  opinión  del  candidato;  y  que  él  por  toda  contesta, 
ción  les  leyó  el  artículo  25  de  la  Constitución  que  impide  la  e^cción 
de  los  Jefes  Políticos,  conniguiendo  por  ese  medio  solucionaríél  con- 
flicto. V   - 

Jefatura  de  la  Colonia,  á  cargo  del  señor  Lucas  Moreno:       \ 

Colonia,  16  de  septiembre  de  1860.~« Comprendiendo  que  los  em-> 
picados  públicos  deben  ser  responsables  de  sus  actos  y  hab¡end(> 
nombrado  á  algunos  que  no  estaban  designados  en  el  presupuesto 
(aunque  sin  salir  de  él),  he  resuelto  dejar  en  caja  mi  sueldo  desde  el 
mes  pasado,  para  responder  á  ios  cargos  que  se  me  pueden  hacer  por 
Contaduría,  á  la  que  daré  cuenta.  Como  creo  bastante  esa  suma  para 
pagar  los  subcomisaríos  y  el  aumento  de  veinte  pesos  al  comisario  de 
órdenes,  no  ofrezco  hacerlo  de  mi  fortuna  particular,  pero  si  fuera 
necesario  no  esquivo  responder  con  ella.  Al  aceptar  el  cargo  de  Jefe 
Político,  nada  ha  pesado  tanto  en  mí  como  complacer  á  usted  y  poderle 
demostrar  que  en  mi  pequeña  esfera  deseaba  ayudarle;  así  es  que  no 
hago  ningún  sacrificio  al  desprenderme  del  sueldo  que  la  ley  me  se- 
ñala para  pagar  el  que  devenguen  los  subcomisarios  en  el  poco  tiem- 
po que  estarán  á  mis  órdenes,  pudiendo  yo  de  este  modo  llenar  las 
del  gobierno,  sin  las  dificultades  que  ha  de  tocar  el  que  sólo  tenga 
un  comisario  en  cada  sección.» 

Jefatura  de  la  Colonia,  á  cargo  del  señor  José  Agustín  Iturriaga: 

Colonia,  marzo  22  de  1861.— «En  el  concepto  de  la  tranquilidad  pú- 
blica, de  la  armonía  entre  nuestros   compatriotas  tan   ridiculamente 


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I 


I 


260  EDUARDO   ÁCEYEDO 


alborotados  por  pequeneces,  muchísimo  he  adelantado.  Empecé  por 
los  del  Rosario,  y  los  tenia  ya  tan  quietos,  que  nadie  se  acordaba 
casi  de  elecciones  de  alcaldes  ni  de  nada  que  los  molestara.  Pero 
ahora  viene  la  necesidad  de  entrar  otra  vez  en  esa  vía  olvidada  por 
acá,  á  consecuencia  de  la  resolución  del  Tribunal  Superior  para  ha- 
cer la  nueva  elección  de  Jueces  en  el  Rosario,  es  decir,  de  alcalde, 
suplente  y  defensor  de  menores.  Ya  he  dicho  á  unos  y  diré  á  todos 
que  no  juego  más  rol  que  el  de  mi  deber,  que  es  garantir  la  libertad 
de  sufragio  y  mantener  el  orden,  y  me  propongo  lograr  ambas  cosas 
con  mi  presencia  en  el  Rosario  el  día  de  la  elección;  pero  para  ser 
testigo  únicamente  de  que  hay  libertad,  que  cada  uno  votará  por 
quien  quiera  y  que  la  policía  no  se  meterá  en  nada.  Ella  estará  en  su 
cuartel  ó  donde  convenga  al  orden,  pero  lejos  de  la  mesa.  Por  allí 
no  se  acercará  ningún  policiano,  sino  yo,  y  eso  para  conversar  con 
todos  y  para  hacerles  dar  la  mano  á  los  votantes  de  una  y  otra  lista, 
y  para  que  la  hostilidad  no  pase  del  mal  humor  de  los  que  pierdan, 
sin  que  se  rían  los  que  ganen.  Todo  ha  de  ir  bien;  tenga  usted  con- 
fianza. Por  lo  menos,  la  autoridad  no  ha  de  quedar  comprometida 
ante  la  opinión  pública. « 

Colonia,  marzo  27  de  1861.— «Sabe  usted  que  había  el  propósito  de 
mandar  una  comisión  á  entenderse  conmigo  para  que  le  diera  mi 
opinión  sobre  las  personas  que  hubieran  de  ser  electas,  y  aunque  yo 
no  aceptaría  semejante  honra,  procuraría  conciliarias,  como  se  lo  di- 
je en  mis  cartas  al  Rosario.  Les  dije  que  lo  que  me  era  permitido  ha- 
cer, buenos  oficios  simplemente,  y  lo  que  debía  hacer  para  el  mante- 
nimiento del  orden,  ya  estaba  hecho  hasta  donde  es  posible  y  como 
lo  requería  un  asunto  de  esa  naturaleza  urgente.» 

Colonia,  marzo  27  de  1861.— «Vamos  á  luchar  á  brazo  partido  con 
el  egoísmo  y  las  trapacerías  de  los  que  se  hacen  un  mérito  en  defrau- 
dar á  la  renta  pública,  no  pagando  ó  pagando  menos  de  lo  que  de- 
ben por  contribución  directa.  Del  resultado  de  esa  operación  depen- 
derá en  este  año  la  necesidad  de  la  subvención  que  el  Gobierno  pasa 
al  Departamento  ó  que  yo  pida  su  cese  inmediatamente  que  no  sea 
precisa.  Si  los  que  todavía  no  han  pagado,  si  les  que  se  obligan  á 
pagar  por  no  haber  manifestado  sus  capitales  ó  por  haber  ocultado' 
una  parte,  nos  da  para  cubrir  los  presupuestos  y  gastos  indispensa- 
bles, en  el  momento  pido  la  suspensión.  Estoy  seguro  que  en  el  pró- 
ximo año,  conocida  la  verdadera  riqueza  por  el  censo  que  ahora  se 
hace  y  que  comparado  con  las  manifestaciones  nos  va  á  dar  una 
buena  suma  de  multas,  el  departamento  se  bastará  y  quizá  le  sobren 
rentas.» 


EN  EL  MIKISTERIO  261 


Jefatura  de  Tacuarembó,  á  cargo  del  señor  Trístán  Azambuya: 

Tacuarembó,  junio  6  de  1860.— «El  Jefe  Político  del  departamen- 
to es  sin  duda  al|2runa,  señor  Ministro,  la  fuerza  motora  que  tiene  el 
deber  de  imprimir  ese  movimiento  de  progreso  y  adelanto  á  las  demás 
partes  del  cuerpo  social,  y  por  consiguiente  es  indispensable  que  61 
sea  el  primero  en  dar  el  ejemplo  de  la  tolerancia,  déla  honradez  y  de 
la  pureza  en  todas  las  ramas  de  la  administración.» 

Jefatura  de  Paysandú,  á  cargo  del  señor  Basilio  Pinilla: 

«Tengo  ya  educándose  en  la  campaña  más  de  doscientos  niños  en 
cinco  escuelas  que  nada  cuestan  al  Estado.  Creo  poder  establecer 
otras,  habiendo  conseguido  también  que  don  Nicanor  establezca  una 
en  su  saladero.  Esto  me  anima  en  el  pronto  engrandecimiento  por  el 
departamento.  Quisiera  poder  multiplicarme  para  atender  á  todas 
partes.  Es  tanta  la  fe  que  tengo  en  el  porvenir  de  nuestro  paísl» 

Jefatura  de  Canelones,  á  cargo  del  señor  Pantaleón  Pérez: 

Canelones,  septiembre  5  de  1860.— «Me  anticipo  á  decirle  antes  que 
vayan  mis  cuentas  á  la  Contaduría  General,  que  este  mes,  pago  como 
el  anterior  por  completo,  el  presupuesto  del  Departamento,  incluso 
el  de  la  compañía  municipal,  escuelas,  juzgados,  etc.  Espero  con  an- 
sia su  contestación  sobre  una  consulta  á  la  patente  que  deben  pagar 
los  rodados,  porque  si  es  como  creo  ceñido  á  la  letra  de  la  ley  de 
patentes,  creo  que  concluiré  el  año  sin  pedir  al  Gobierno  un  real.» 

Jefatura  de  Florida,  á  cargo  del  señor  Juan  P.  Caravia: 

Florida,  diciembre  1.*  de  1860.— «Es  de  todo  punto  falso  lo  que  se 
ha  dicho  de  haber  distritos  que  en  este  departamento  no  han  pagado 
la  contribución  directa  en  años  anteriores,  lo  que  por  otra  parte  no 
habría  sido  de  extrañar  en  el  despilfarro  é  irresponsabilidad  en  que 
ha  marchado  esta  renta  aquí.  Habrían  dicho  la  verdad  si  dijeran  que 
cada  uno  pagaba  lo  que  quería,  hasta  que  este  año  los  empecé  á  ha- 
cer entrar  por  vereda  y  exigí  que  antes  de  pagar  la  contribución  é 
impuestos,  justificasen  haber  pagado  lo  del  año  anterior.» 

Jefatura  de  Cerro  Largo,  á  cargo  del  doctor  José  Gabriel  Palo- 
meque: 

En  otro  capítulo  de  este  libro  se  encontrarán  varias  cartas  del 
doctor  Pp.lomeque,  que  bastan  para  caracterizar  las  patrióticas  é  ilus- 
tradas tendencias  de  la  Jefatura  á  cuyo  cargo  estaba. 


262  EDUAHDO  ÁCEVEDO 


Vn  dato  liiiere«aiiie« 

De  esta  frecuencia  de  comunicaciones  confidenciales,  reveladora 
de  la  asombrosa  dedicación  ministerial,  sui^an  con  frecuencia  con- 
sejos amistosos  6  frases  inconvenientes  de  los  Jefes  Políticos. 

El  seCLor  Silvestre  Sienra  le  dice  al  Ministro  el  26  de  mayo  de 
1860:  «  sé  que  usted  literalmente  se  mata  trabajando.  No  querría  que 
se  recargara  por  mí:  no  me  escriba » . 

El  seflor  José  Antonio  Iturríaga  le  manifiesta  el  18  de  abril  de  1861* 
<  me  permitirá  decirle,  señor  doctor,  que  entiendo  que  hay  dos  modos 
de  servir  á  la  patria  bien.  El  uno,  sirviéndola  mucho,  pero  sacrificando 
la  salud  y  por  consiguiente  comprometiendo  la  existencia.  El  otroi 
sirviéndola  largo  tiempo,  pero  consultando  el  beneficio  propio  yelde 
sus  hijos  con  ello.  Escoja  usted  el  segundo  y  cuídese  >. 

En  una  de  sus  notas  oficiales,  se  deslizaron  al  sefíor  J.  Eduardo 
Fregueiro,  frases  poco  parlamentarías  con  relación  á  la  actitud  del 
Gobierno^  y  eso  dio  mérito  á  una  observación  ministerial.  El  11  de 
diciembre  de  1860,  ocupándose  el  señor  Fregueiro  de  esa  observación 
replicó  que  ella  no  ha  de  arredrarlo  <  para  dirigirse  al  patriota 
recto  que  no  ha  tenido  la  intención  de  confundirlo  con  nadie-  Es 
cierto  que  V.  E.  no  me  ha  autorizado  para  tanta  libertad,  pero  cuando 
me  dirijo  al  patriota,  al  hombre  probo,  que  desea  solo  el  bien  de  su 
patria,  me  enajeno  y  me  olvido  del  Ministro,  porque  me  parece  que 
hablo  al  hermano  >. 

Jnlelos  del  exterior. 

Como  consecuencia  del  trabajo  de  reorganización  á  cuyo  frente  se 
colocó  decididamente  el  doctor  Acevedo,  el  crédito  del  país  mejoró 
notablemente  en  el  extranjero.  Las  apreciaciones  que  aquí  provocaba 
la  marcha  del  Ministerio,  tenían  simpática  resonancia  en  los  países 
vecinos,  según  lo  revelan  los  dos  siguientes  recortes : 

El  «  Jornal  do  Commercio  >  en  su  retrospecto  correspondiente  al 
año  1860  ( reproducido  por  «  La  Nación  »  de  Montevideo  el  16  de 
enero  de  1861),  después  de  dar  cuenta  de  la  organización  del  Minis- 
terio, dice : 

«  Esta  organización  era  liberal,  porque  aparte  del  mérito  personal 
de  los  nombrados,  parecía  que  debía  concentrar  en  torno  de  la  nueva 
presidencia  la  unanimidad  de  la  opinión,  que  había  estado  dividida 
entre  ellos  al  tratarse  de  la  elección  presidencial. . .  Con  razón  se  re- 
gocijan los  orientales  de  la  creciente  y  ya  notable  prosperidad  de  su 
país  >. 


BN  EL  MINISTERIO  263 


La  «  Reforma  Pacífica  >  de  Buenos  Aires,  en  su  revista  mensual 
para  el  extenor  reproducida  por  «  La  Nación  »  de  Montevideo  de  31 
-de  julio  de  1860,  se  expresa  así : 

«  El  señor  Berro  tuvo  una  inspiración  feliz  en  la  elección  de  sus 
consejeros,  y  el  hecho  solo  de  la  elección  de  su  Ministerio  le  dio  una 
irresistible  fuerza  moral.  Jamás  ha  tenido  el  país  una  administración 
que  goce  de  mayor  ni  más  merecido  prestigio:  ella  está  finalmente 
4ifianzada  en  la  opinión  pública,  que  ha  hecho  plena  justicia  al  Go- 
bierno, que  ha  tomado  por  base  la  ley,  la  moral  y  la  verdad.  Cinco 
meses  cuenta  apenas  la  administración  Berro,  y  en  ese  lapso  de 
tiempo  la  fisonomía  del  país  ha  cambiado  completamente.  La  con- 
fianza se  ha  airaigado,  el  crédito  del  país  que  estaba  muerto,  ha  re- 
vivido, el  principio  de  autoridad  se  ha  afianzado,  no  por  el  poder  de 
las  bayonetas,  sino  por  la  austeridad  de  los  hombres  que  dirigen 
la  administración ;  en  una  palabra,  la  ilustrada  y  progresista  admi- 
nistración del  señor  Berro  ha  sabido  conquistarse  simpatías  y  respeto 
dentro  y  fuera  del  país.  £1  estado  de  la  industria  y  del  comercio  es 
próspero,  y  el  adelanto  en  todos  los  departamentos  es  visible.  En 
nuestra  opinión,  pasaron  ya  para  la  República  Oriental  los  tiempos 
de  los  disturbios,  para  hacer  lugar  á  la  era  de  paz  y  de  orden,  bajo 
cuya  influencia  marcha  á  grandes  pasos  á  su  mejora  y  engrandeci- 
miento. La  fiebre  de  los  partidos  se  ha  calmado  y  de  ello  da  pruebas 
relevantes  la  moderación  y  buen  sentido  de  la  prensa  oriental  >. 

La  misma  «  Reforma  Pacífica  >  en  su  revista  para  el  exterior,  de 
diciembre  de  1860,  dice  lo  siguiente : 

«  La  administración  del  señor  Berro  siempre  bien  inspirada,  conti- 
núa su  marcha  liberal  y  progresista,  dando  cada  día  mayores  garan- 
tías de  orden  y  de  estabilidad ;  bajo  su  acertada  dirección  el  comercio 
prospera  y  el  crédito  del  país  se  ha  elevado  á  una  altura  que  asombra 
á  los  que  conocían  su  postración  y  los  escasos  recursos  de  sus  finan- 
zas. El  prodigio  operado  en  la  hacienda  de  la  República  Oriental  es 
el  fruto  de  la  moralidad  que  distingue  á  los  Ministros  del  señor  Berro, 
hombres  verdaderamente  probos,  honrados  é  inteligentes.  Según  da- 
tos fidedignos  que  tenemos  de  aquel  país,  no  se  advierte  en  él  el  me- 
nor síntoma  de  descontento,  y  la  administración  del  señor  Berro  ha 
tenido  el  tacto  de  satisfacer  las  exigencias  de  la  opinión  pública  y  de 
marchar  tan  de  acuerdo  con  ella  que  ha  desarmado  aún  á  sus  mismos 
enemigos  políticos,  que  no  han  lenido  pretexto  para  atacarla  ». 

El  señor  Carlos  Calvo  escribía  lo  siguiente  al  doctor  Acevedo  desde 
París  el  7  de  julio  de  1861 : 

«  He  sabido  por  cuantas  personas  llegan  del  Río  de  la  Plata  el 
impulso  que  su  política  hábil  y  conservadora  ha  dado  al  progreso  y 
desarrollo  de  la  riqueza  pública  de  esa  República,  y  toda  la  dedi- 
cación con  que  usted  se  ha  consagrado  al  bienestar  del  pueblo  que 


264  EDÜABDO  AC£Y£I>0 


le  ha  confiado  8U8  destinos.  Reciba  usted,  mi  querido  doctor,  mis  má& 
cordiales  felicitaciones.  Yo  esperaba  esos  resultados  desde  que  supe 
que  usted  había  aceptado  el  Ministerio  del  sefior  Berro  >. 

Las  elecciones  de  1860. 

Al  aproximarse  los  comicios  genérale»  de  1860,  se  dictó  el  siguiente 
acuerdo  sobre  la  actitud  de  los  Jefes  Políticos : 

<  Habiendo  llegado  al  conocimiento  del  Poder  Ejecutivo  que  se  ini- 
cian trabajos  electorales  en  los  departamentos  invocando  el  nombre 
del  Presidente  de  la  República ;  y  siendo,  por  otra  parte,  necesario 
hacer  conocer  á  los  Jefes  Políticos  las  reglas  que  han  de  servirles  de 
norma  en  las  próximas  elecciones,  para  que  el  cumplimiento  de  las 
leyes  sea  una  verdad,  el  Presidente  de  la  República,  en  acuerdo  ge- 
neral de  Ministros,  ha  acordado  se  comunique  á  todos  los  Jefes  Polí- 
ticos :  —  Que  el  Presidente  de  la  República  ha  resuelto  no  dar  direc- 
ción ni  prestar  cooperación  á  ningún  trabajo  electoral,  manteniéndose 
en  una  completa  abstención  á  tal  respecto ;  que  para  los  fines  que  se 
propone  con  ese  proceder,  quiere  que  los  Jefes  Políticos  guarden  y  ha- 
gan guadar  á  sus  subalternos  la  misma  actitud ;  que  en  esta  virtud, 
deben  abstenerse  de  una  manera  absoluta  de  emplear  medios  oficia- 
les en  favor  ó  en  contra  de  las  candidaturas  que  se  presenten ;  que 
sobre  todo,  les  es  prohibido,  bajo  la  más  seria  responsabilidad,  hacer 
valer  su  autoridad  para  intimidar,  impedir  ó  dificultar  en  cualquier 
forma  la  libertad  y  legalidad  de  la  elección ;  que  igual  responsabili- 
dad pegará  sobre  ellos  si  llegasen  á  compeler  á  sus  dependientes  á 
que  voten  contra  su  conciencia  ;  que  deben  disponer  lo  conveniente^ 
'  á  fin  de  que  los  agentes  de  policía  é  individuos  de  la  Compañía  Ur- 
bana que  tengan  derecho  á  votar,  no  se  presenten  en  cuerpo,  ni  bajo 
la  dirección  de  sus  jefes  á  dar  su  voto,  sino  individualmente  y  por  sf 
mismos ;  que  la  abstención  que  ae  les  impone  no  obsta,  sin  embargo, 
á  que  se  adhieran  á  las  candidaturas  de  su  gusto  y  voten  libremente 
por  ellas  en  su  calidad  de  ciudadanos ;  que  interesado  el  Gobierno  en 
que  haya  una  elección  verdaderamente  libre  y  legal,  cual  conviene, 
deberán  propender  con  sus  consejos  y  con  los  demás  medios  que 
buena  é  imparcialmente  pueden  emplear,  á  que  no  haya  violencia,  en- 
gaños, ni  falseamientos  de  la  ley  ;  que  las  presentes  instrucciones  se 
circulen  á  quienes  corresponda  y  se  publiquen  para  que  lleguen  á 
conocimiento  de  todos.  —  Rúbrica  de  S.  E.  —  Acevedo  —  Lamas  — 

ViLLALBA». 

Los  extractos  de  la  correspondencia  de  esa  época,  contenidos  en 
otros  parágrafos  de  este  capítulo,  dan  idea  de  cómo  entendían  sus  de* 
beres  los  delegados  del  Poder  Ejecutivo  y  de  su  perfecta  corrección; 


EN  EL  MIMISTEBÍO  265 


de  piocederes.  Algunos  de  ellos,  como  el  doctor  José  Gabriel  Palo- 
meqae,  Jefe  Político  de  Cerro  Largo,  y  el  señor  Sienra,  Jefe  Político 
de  San  José,  arrastraban  sin  embargo  de  tal  manera  las  simpatías 
populares,  que  hasta  se  vieron  en  el  caso  de  tener  que  dirigir  una 
ardorosa  campaña  contra  los  que  pretendían  constituirlos  por  la  fuerza 
en  candidatos  populares  á  la  Representación  Nacional. 

En  el  departamento  de  Tacuarembó  ocurrieron  incidentes  que  dic 
ron  lugar  á  la  intervención  de  la  Comisión  Permanente.  El  coronel 
Jacinto  Barbat  denunció  varios  atropellos  cometidos  por  el  Jefe  Po- 
lítico don  Tristán  Azambuya.  T  el  Ministro  de  Gobierno,  doctor  Ace- 
vedo,  fué  interpelado  con  el  resultado  que  establece  la  versión  taqui- 
gráfica de  la  sesión  del  29  de  diciembre  de  1860,  que  parcialmente 
reproducimos  á  continuación.  (Reiteramos  nuestra  advertencia  de  que 
el  doctor  Acevedo  no  corrigió  nunca  sus  discursos  parlamentarios  y 
que  las  deficiencias  del  servicio  taquigráfico  de  la  época  convertían 
frecuentemente  al  traductor  en  mal' redactor  del  trabajo  ajeno). 

«Sk.  Vázquez  Saoastume. — Ayer  fué  convocada  extraordinaria- 
mente la  Honorable  Comisión  Permanente  para  <[ue  tomase  conoci- 
miento de  una  queja  entablada  por  el  señor  coronel  don  Jacinto  Bar- 
bat, y  la  Mesa  nombró  una  Comisión  Especial  con  el  encargo  de 
dictaminar  pronto  sobre  ella.  La  Comisión  no  tenía  más  datos,  señor 
Presidente,  que  los  que  revelaba  la  nota  que  se  leyó  del  señor  Bar- 
bat. En  esa  queja  hay  acusaciones  de  hechos  muy  graves.  Se  hace 
mención  de  la  violación  de  la  Constitución  y  de  las  leyes,  de  agravios 
á  los  derechos  del  ciudadano,  de  coacción  á  la  libertad  del  sufragio- 
y  no  sé  qué  otras  acusaciones  de  carácter  muy  grave.  La  Comisión 
no  podía  expedirse  sin  conocer  lo  que  hubiese  de  cierto  y  que  moti- 
vaba la  queja  del  señor  Barbat  y  su  prisión;  creyó»  de  acuerdo  con  la 
Honorable  Comisión  Permanente,  que  lo  más  acertado  era  oir  las 
explicaciones  que  el  Poder  Ejecutivo  pudiese  dar  á  este  respecto. 

«Con  ese  motivo,  la  Honorable  Comisión  Permanente  resolvió  que 
se  llamase  á  los  señores  Ministros  de  Gobierno  y  de  Guerra,  que  pa- 
rece podrían  dar  la  iluminación  de  la  cuestión.  Para  que  las  explica- 
ciones puedan  ser  pertinentes  al  asunto,  me  parece  que  lo  más  acer- 
tado que  habría  que  hacer  seria  que  se  diese  lectura  á  la  nota  del 
señor  Barbat,  para  que  los  señores  Ministros  conocieran  los  hechos 
de  que  se  queja.  Pediría  á  la  Mesa  se  sirviese  dar  lectura. 

«Sr.  Presidente.— Se  leerá. 

«Sr.  JuANicó. — Ampliando  algo  de  lo  que  acaba  de  expresar  mi  co- 
lega de  la  Comisión  Especial,  diré :  que  hay  dos  series  de  hechos  en 
la  queja  que  va  á  ocupar  á  la  Comisión  Permanente.  Los  unos  rela- 
tivos al  Jefe  Político  de  Tacuarembó,  á  actos  abusivos,  según  se  re- 
fiere en  la  queja;  los  otros  relativos  á  la  prisión  que  sufre  en  un  cuar- 
tel de  la  capital  el  coronel  Barbat.  Y  como  son  hechos  que  los  unos 


2416  EDUARDO  ÁGB?BDO 


sólo  perteneoen  al  Ministerio  de  Gobierno  y  los  otros  al  Ministerio 
de  la  Guerra»  es  la  raxón  que  tavo  la  Comisión  ayer  {Mira  pedir  qne 
fuesen  invitados  ambos  setiores  Ministros.  He  creído  conveniente 
hacer  esta  explicación. 

«Sr.  Ministro  db  (Gobierno.— Es  una  cosa  sabida  que  en  todos 
los  países  libres,  en  todos  los  países  en  que  las  funciones  democráti- 
cas se  ejercen,  las  elecciones  son  más  6  menos  exaltadas;  hay  acusa- 
ciones, hay  recriminaciones,  y  casi  siempre  los  derrotados  suponen 
violaciones. 

«£n  el  caso  actual  (me  refiero  á  lo  que  la  Honorable  Comisión  Per- 
manente debe  conocer  por  los  diarios)  hay  quejas  de  Tacuarembó, 
de  la  Colonia,  de  Cerro  Largo,  de  San  José,  de  Canelones,  como  las 
ha  habido  en  la  capital  misma. 

«El  Gk>b¡erno  ha  debido  obrar  con  mucha  circunspección  en  el  caso. 
No  basta  que  se  diga— ha  habido  tal  violación;  sobre  todo,  en  un  país 
en  que  funcionan  los  Poderes  constitucionales,  y  en  que  cada  ciuda- 
dano tiene  el  derecho  de  acusar  á  cualquiera  que  mfrinja  sus  debe- 
res;— desde  el  funcionario  más  inferior  hasta  el  mismo  Presidente  de 
la  República. 

«I)e  consiguiente,  las  voces  que  llegaron  al  Gobierno  de  que  en  Ta- 
cuarembó había  habido  tales  ó  cuales  desórdenes,  no  llamaron  en 
nada  su  atención,  tanto  más  cuanto  que  no  había  hecho  patente,  setior 
Presidente.  El  Gobierno  tenía  conocimiento  de  los  candidatos  de  una 
y  otra  lista.  Esa  que  se  llama  lista  del  Pueblo,  era  la  lista  del  coronel 
Barbat.  El  coronel  Barbat  me  escribía  particularmente  lo  siguiente: 
«me  he  fijado  en  tales  candidatos,  dígame  usted  si  es  de  su  aproba- 
ción (ese  era  el  pueblo),  cómo  está  organizada,  y  permitiéndome  que 
si  esa  lista  no  me  gustaba,  hiciera  las  alteraciones  convenientes.  Ya 
se  hará  cargo  V.  H.  que  como  Ministro  de  Grobiemo  en  una  Admi- 
nistración que  había  declarado  que  no  tomaría  parte  en  las  eleccio- 
nes, yo  no  podía  entrar  en  esa  clase  de  arreglos,  y  de  consiguiente  me 
negué,  sin  decir  al  coronel  Barbat  si  me  gustaban  ó  no  sus  candida- 
tos. Pero,  como  se  hace  aparecer  esto  como  un  negocio  tan  grave,  no 
tengo  inconveniente  en  declarar  que  la  lista  del  coronel  Barbat  era 
exactamente  igual  á  la  otra,  excepto  una  persona:  los  unos  (el  coronel 
Barbat)  proponían  al  doctor  Carreras,  y  los  otros  proponían  al  doctor 
Vázquez  Sagastume,  el  segundo  en  las  dos  listas  era  el  sefior  Nadal. 

«El  señor  Presidente  puede  juzgar  de  que,  con  estos  elementos,  no 
se  pueden  hacer  revoluciones,  y  no  hay  motivos  para  que  los  hombres 
se  rompan  la  cabeza:  no  había  lucha  y  no  había  partidos  opuestos. 
Y  yo  rechazo  hasta  la  sospecha  de  que  el  Gobierno  tomase  parte  en 
esto,  y  tratándose  de  personas  que  todas  eran  conocidas  como  amigas 
del  Gobierno;  ya  sea  que  triunfara  una  ú  otra  lista,  el  Gobierno  no 
tenía  que  buscar  enemigos  en  ninguno  de  los  dos  bandos. 


BN  EL  MINI0TBRIO  267 


«Esto,  en  cuanto  al  primer  panto  á  que  se  refirió  un  señor  miembro 
-de  la  Comisión  Especial.  El  Gobierno  no  ha  tomado  medidas  porque 
no  ha  creído  que  debía  tomarlas :  espera  y  deja  libre  la  acción  de  las 
leyes.  En  cuanto  al  segundo  punto,  con  relación  al  coronel  Barbat, 
«1  (Gobierno  ha  hecho  un  papel  puramente  pasivo.  El  Jefe  Político 
obrando  dentro  de  la  esfera  de  sus  atribuciones  procedió  á  la  prisión 
del  coronel  Barbat,  y  levantó  un  sumario  del  que  se  pretende  apa- 
rezca que  el  coronel  Barbat  desprestigiaba  á  la  autoridad  departamen- 
tal; hacia  de  su  casa  un  receptáculo  de  desertores  de  la  policía  y  del 
cuadro  veterano;  pronunciaba  amenazas  de  muerte  contra  tales  ó 
usuales  individuos  y  hasta  hacía  compra  de  armas.  Sea  de  esto  lo  que 
fuere,  con  objetos  anárquicos  ó  no,  el  Gobierno  no  tiene  juicio,  no 
podría  decir  si  esto  es  cierto.  Los  antecedentes  del  coronel  Barbat 
hacen  que  el  Gobierno  rechace  la  idea  de  una  revolución  encabezada 
por  61.  No  admite  el  Gobierno  que  el  coronel  Barbat  pudiera  ponerse 
al  frente  de  una  revolución;  pero  entretanto  no  es  el  Poder  Ejecutivo 
el  que  falla  en  esas  causas. 

«Viniendo  con  un  sumario,  y  con  un  sumario  en  que  se  referían  he- 
chos tan  graves,  por  el  Ministerio  de  Gobierno  se  pasó  al  de  la  Gue- 
rra como  acaba  de  decir  mi  colega,  y  entonces  se  entabló  un  conflicto 
porque  el  Fiscal  de  lo  Civil  sostenía  que  era  de  la  competencia  de  los 
Tribunales  militares,  y  el  Fiscal  Militar,  que  era  de  la  competencia 
de  los  Tribunales  civiles.  El  27,  me  parece  que  se  expidió  el  Fiscal 
Militar;  el  mismo  día  27,  antes  de  ayer,  se  dio  vista  al  Fiscal  de  Go- 
bierno; el  Fiscal  de  Gobierno  insistió  en  su  primitiva  opinión  ayer  28; 
y  hoy  29,  el  Gobierno,  por  el  Ministerio  de  la  Guerra,  declaró,  sepa- 
rándose del  dictamen  del  Fiscal  de  lo  Civil  y  conforme  á  la  declara- 
oión  del  Fiecal  Militar,  que  la  causa  era  de  la  competencia  de  los 
Tribunales  ordinarios  y  mandó  que  pasase  al  Juez  Letrado  de  la 
2.'  sección,  y  en  efecto,  en  este  momento  acaba  de  pasar,  pero  vinien- 
do naturalmente,  sin  haber  perdido  un  solo  día  la  causa  en  el  despa- 
cho; porque  no  se  puede  acusar  al  Gobierno  de  que  quisiera  prolon- 
gar los  padecimientos  de  ningún  ciudadano  y  mucho  menos  del 
coronel  Barbat. 

«El  Gk>bierno,  pues,  no  ha  tomado  parte  ninguna  activa  en  este  ne- 
£^cio.  El  Jefe  Político  de  Tacuarembó  con  fecha  28  de  noviembre  se 
quejaba  de  la  conducta,  según  él,  anárquica  que  observaba  el  coronel 
Barbat,  y  decía  que  creía  que  no  podría  tolerarse  y  que  había  recibi- 
do tales  y  cuales  anuncios,  y  con  fecha  2  del  corriente,  me  parece, 
el  Gobierno  le  contestó:  «dígase  al  Jefe  Político  de  Tacuarembó  que 
absteniéndose  en  lo  relativo  al  coronel  Barbat  de  toda  medida  que 
no  sea  urgentemente  reclamada,  se  limite  al  desarme  inmediatamente 
de  los  25  ó  30  hombres  que  dice  tener  reunidos  en  su  casa.»  Pero  esa 
nota  llegó  á  Tacuarembó  cuando  estaba  ya  en  el  Salto   el  coronel 


268  EDÜA.RDO  ACEVEDO 


Barbat.  Ahora,  aquí  el  Gobierno  no  tiene  otra  cosa  que  hacer  que  es- 
perar la  declaración  de  los  Tribunales.  Si  el  coronel  es  inocente,  lo 
declararán  así  los  Tribunales,  y  si  resulta  al^^n  culpable  caerá  sobre 
él  la  ley.  No  habrá  dificultad  ninfi^una  en  esto»  señor  Presidente,  sea 
quien  fuere;  no  se  hará  excepción  de  persona,  como  espera  el  Gobier- 
no que  no  la  hagan  los  Tribunales. 

«Es  cuanto  creo  tener  que  decir,  pero  estoy  pronto  á  dar  todas  las 
demás  explicaciones  externas,  se  puede  decir,  que  se  necesiten,  pues- 
to que  las  internas  no  las  puedo  dar  porque  no  conozco  el  sumario.» 

En  un  dictamen  posterior  de  la  Comisión  Especial  se  establece  que 
las  sentencias  absolvieron  á  Barbat  y  que  el  Poder  Ejecutivo  debe- 
ría haber  hecho  efectiva  la  responsabilidad  de  su  delegado  en  el  de- 
partamento de  Tacuarembó. 

A  una  segunda  interpelación  de  la  Cámara  de  Diputados,  dio  origen 
la  actitud  del  mismo  Jefe  Político  de  Tacuarembó  don  Tristán 
Azambuya  en  las  elecciones  de  Alcalde  Ordinario,  produciéndose 
con  tal  motivo  las  explicaciones  que  reproducimos  en  seguida  del 
«Diario  de  Sesiones»,  de  2  de  marzo  de  1861: 

«Sr.  de  Lafuente. — En  la  sesión  anterior  hice  moción  para  que  se 
llamase  al  señor  Ministro  de  Gobierno,  á  fin  de  que  tuviese  la  bon- 
dad de  dar  explicaciones  á  esta  Cámara  sobre  los  procedimientos  del 
delegado  del  Poder  Ejecutivo  en  el  departamento  de  Tacuarembó  en 
la  elección  de  Alcalde  Ordinario.  El  motivo  que  he  tenido  para  lla- 
mar la  atención  sobre  ese  hecho,  son  las  publicaciones  que  han  visto 
la  luz  pública  estos  días  y  en  las  cuales  se  hacen  cargos  gravísimos 
al  Jefe  Político  sobre  el  uso  de  la  fuerza  armada  contra  los  vecinos 
pacíficos,  hasta  el  extremo  de  hacerse  correr  sangre  y  de  aprisionar 
ciudadanos.  Se  comprende  bien,  señor  Presidente,  que  cuando  se  ha- 
cen revelaciones  de  esa  clase  por  la  prensa  pública  y  á  presencia  del 
Gobierno,  es  porque  algo  ha  habido,  porque  de  lo  contrario  no  se  hu- 
biera atrevido  ninguno  á  hacer  esas  publicaciones.  El  Gobierno  podía 
perfectamente  haber  hecho  que  el  Fiscal,  cumpliendo  con  su  deber, 
como  encargado  de  velar  por  los  derechos  de  la  sociedad,  las  hubiera 
acusado.  Y  yo,  señor  Presidente,  que  no  sé  lo  que  ha  sucedido  en  Ta- 
cuarembó, por  mi  parte  he  querido  oír  al  señor  Ministro  de  Gobierno 
sobre  el  particular,  y  estoy  seg^iro  de  que  sus  explicaciones  han  de 
satisfacer  á  la  Cámara  como  á  todos  los  demás  ciudadanos.  Mi  deseo 
es  que  las  garantías  que  se  gozan  á  la  sombra  del  superior  Gobierno 
alcancen  á  todos  los  habitantes  de  la  campaña. 

♦Sr.  Ministro  de  Gobierno.— Es  indudable,  señor  Presidente,, 
como  acaba  de  decir  el  señor  diputado  que  deja  la  palabra,— que  algo 
ha  habido  en  el  departamento  de  Tacuarembó;  pero  ese  algo  es  hoy 
perfectamente  conocido  á  la  Honorable  Cámara  y  al  público,  por  las 
publicaciones  oficiales  que  se  han  hecho  en  los  diarios.  Es  decir  que 


£N  EL  MINISTERIO  269 


«1  Poder  Ejecutivo  al  publicar  los  únicos  datos  oficiales  que  tiene 
sobre  ese  negocio,  ha  hecho  cuanto  estaba  á  su  alcance.  Pero  sin  em* 
bargo,  como  esos  datos  no  satisfacen  completamente  al  Gobierno; 
como  había  duda  sobre  el  uso  que  haya  podido  hacerse  de  la  fuerza 
pública,  se  ha  mandado  levantar  un  sumario.  La  verdad,  pues,  de  los 
hechos,  el  último  resultado  que  ellos  den  no  se  conocerá  sino  cuando 
el  resultado  del  sumario  sea  conocido.  Sin  embargo,  tengo  mucho 
placer  en  declarar  á  la  Honorable  Cámara  que  no  ha  habido  nada 
que  se  parezca  á  ataques  de  los  derechos  del  ciudadano  en  el  acto  de 
las  elecciones,  ni  la  carnicería  á  que  se  hacía  referencia.  Es  necesario, 
sefior  Presidente,  que  si  queremos  ser  republicanos  y  que  funcionen 
las  instituciones  democráticas,  nos  acostumbremos  también  á  la  li- 
bertad de  la  prensa,  y  que  conBideremos  que  ni  es  posible  andar 
siempre  atrás  de  todos  los  diarios  para  que  digan  la  verdad,  ni  se 
puede  hacer  acusación  por  cualquier  hecho  inexacto  que  se  publique. 

«He  dicho  que  no  había  nada  que  se  pareciese  á  un  ataque  á  los 
derechos  electorales;  y  en  efecto,  así  resulta  de  todos  los  anteceden- 
tes que  el  Gobierno  ha  recibido.  Con  el  temor  de  abu&ar  del  tiempo 
de  la  Honorable  Cámara,  tengo  sin  embargo  necesidad  de  hacer  la 
relación  de  los  hechos  que  han  tenido  lugar. 

«La  Excelentísima  Cámara  de  Apelaciones  en  uso  de  las  atribuciones 
que  le  da  la  ley,  declaró  nulas  las  elecciones  de  Alcalde  Ordinario 
que  se  hicieron  en  Tacuarembó  el  1.^  de  enero,  y  comunicándolo  al 
Poder  Ejecutivo  tuvo  éste  que  determinar  día  para  las  nuevas  eleccio- 
nes, y  señaló  en  efecto  el  3  de  febrero.  Muy  pocos  días  después  de 
haberse  comunicado  esta  resolución  al  Jefe  Político  del  departamento, 
observó  la  Cámara  de  Justicia  que  no  había  tiempo  bastante,  bCgún 
ella,  para  que  se  llenasen  las  formalidades  establecidas  por  la  última 
ley  electoral,  y  entonces  el  Gobierno  accediendo  á  los  deseos  manifes- 
tados por  el  Tribunal,  señaló  nuevo  día;  señaló  el  17  de  febrero  por 
ser  el  domingo  10  día  de  Carnaval.  Pero  esa  resolución  llegó  tarde  á 
Tacuarembó,  llegó  cuando  ya  se  habían  verificado  las  elecciones  el 
día  3  y  entonces,  remitieron  sus  resultados  al  conocimiento  de  la  Cá- 
mara de  Apelaciones  y  suspendieron  como  era  natural  la  elección  del 
17.  Una  parte  del  vecindario  de  Tacuarembó  á  cuya  noticia  había  lle- 
gado que  debían  hacerse  las  elecciones  el  17,  se  puso  en  marcha  en 
número  de  ochenta  ó  noventa  hombres,  según  unos,  y  menos,  según 
otros,  con  el  objeto  de,  según  decían,  ir  á  votar,  á  pesar  de  que  no 
habían  sido  convocados,  que  por  consiguiente  debían  creer  que  no 
había  elecciones;  tanto  más  cuanto  que  las  últimas  se  habían  declara- 
do nulas  porque  no  se  habían  hecho  los  avisos  que  la  ley  prescribe;  y 
de  consiguiente,  si  se  hacían  éstas  sin  aviso,  eran  también  nulas  in- 
dudablemente. Entretanto  el  Jefe  Político  recibió  la  noticia  de  que 
un  grupo  de  hombres  considerable  se  acercaba  á  la  capital  del  depar- 


270  EDUABIM)  AOBTBDO 


tamento:  lo  mandó  reconocer  y  disolver,  porque  no  pueden  permitirse- 
reuniones  de  esa  clase  en  los  departamentos.  Aquí  mismo,  á  pesar  do 
la  libertad  de  nuestras  instituciones  y  de  lo  que  acaba  de  decir  el  se- 
flor  diputado,  se  tiene  que  prevenir;  se  tiene  que  dar  cuenta  á  la  au- 
toridad: porque  una  reunión  puede  tener  diversos  objetos,  y  es  nece* 
sano  que  la  autoridad  sepa  de  esas  reuniones,  aunque  no  sea  más  que 
para  conservar  el  orden  de  ellas. 

«Bien:  resultó  entonces  (j  hasta  aquí  todas  las  relaciones  están  con- 
testes) que  los  hombres  iban  á  votar  y  convencidos  de  que  no  había 
elecciones,  determinaron  volverse  á  sus  respectivos  domicilios. 

«Hasta  aquí  los  hechos  que  acabo  de  referir  son  plenamente  ciertos, 
porque  hay  plena  concordancia  entre  el  decir  de  todos.  Pero  de  aquí 
en  adelante  empiezan  á  diferir,  y  es  donde  tengo  que  guardar  la  re- 
serva que  impone  al  Gobierno  la  necesidad  en  que  se  ha  encontrada 
de  mandar  levantar  un  sumario.  Según  unos,  el  comisario  encargado 
de  ir  á  reconocer  ese  grupo,  abusó  de  las  armas,  hiriendo  á  un  ciuda- 
daño  que,  según  ellos,  no  había  faltado  á  su  deber.  Según  los  otros, 
fué  ese  ciudadano  quien  hizo  armas  contra  la  autoridad,  obligando  á 
la  fuerza  pública  á  desarmarlo.  Eso  resultará  de  la  información  que 
se  está  levantando.  Pero  de  todas  maneras,  el  Presidente  de  la  Be- 
pública,  desde  el  primer  día  de  su  administración  ha  manifestado  la 
firme  resolución  en  que  está  de  no  contemporizar  con  los  abusos;  y  si 
abuso  hay,  y  si  ha  habido  infracción  de  deberes  por  parte  de  esos  agen* 
tes  de  la  autoridad,  ellos  serán  castigados,  señor  Presidente,  no  hay 
que  dudarlo. 

«El  Gobierno  ha  demostrado  en  todos  sus  actos  desde  el  principio, 
que  no  reconoce  en  materias  del  servicio,  amigos  ni  enemigos,  y  que 
aplica  á  cada  uno  la  resolución  que  corresponde». 

Se  hizo  luego  por  uno  de  los  interpelantes  (el  señor  Carreras)  el 
proceso  del  Jefe  Político  Azambuya,  tomando  entonces  el  debate  el 
giro  que  se  indica  á  continuación: 

«Sr  Pérez— La  orden  del  día  es  para  interpelar  al  señor  Ministro 
de  Gobierno  sobre  los  sucesos  de  Tacuarembó  en  las  elecciones  de 
Alcalde  Ordinario,  y  nada  más. 

«Sr.  Carreras— No,  señor:  yo  cuando  apoyé  la  moción  me  referí 
á  otros  hechos. 

«Sr.  Pérez— Si  el  señor  representante  quiere  interpelar  al  Minis- 
tro sobre  otros  hechos,  sobre  el  asunto  del  coronel  Barbat,  haga  otra 
moción;  sino  es  venir  aquí  á  poner  en  confusión  á  la  Cámara. 

«Sr  Carreras— Beclamo  de  la  lealtad  de  la  Cámara— si  es  cierto 
que  dije  que  iba  á  ampliar  la  interpelación  que  proponía  el  se&or  la 
Fuente. 

uSr.  Ministro  de  Gobierno— No  rae  consideraba  en  el  caso  de 
intervenir  en  el  Beglamento  de  la  Cámara;  pero  es  imposible,  señor 


EN  EL  MIHIBTBRIO  271 


Presidente,  que  haya  un  diputado  que  crea  que  pueda  traerse  á  un  Mi- 
nistro á  los  bancos  de  la  Cámara,  para  responder  á  cuentos  como  los 
que  acaba  de  hacer  el  señor  representante. 

«He  dicho,  sefior  Presidente,  que  es  imposible,  y  la  Cámara  violaría 
su  propio  Reglamento.  £1  artículo  174  dice  expresamente  que  los  Mi-* 
nistros  no  pueden  ser  interpelados  sino  sobre  negocios  que  están  á 
la  consideración  de  la  Cámara. 

«Y  pregunto,  señor  Presidente,  si  la  vida  entera  del  comandante 
Azambuya  está  á  la  consideración  de  la  Cámara:  si  puedo  constituir- 
me aquí,  como  parece  pretende  el  señor  representante,  en  defensor  de 
Azambuya  contra  el  defensor  del*  coronel  Barbat;  si  me  sería  permiti- 
do hacer  la  denuncia  de  los  hechos  escandalosos  habidos  en  el  depar- 
tamento de  Tacuarembó,  mientras  el  coronel  Barbat  era  su  jefe.  Si 
me  sería  permitido  digo. . .  • 

«Sb.  Cabreras— Yo  no  he  sostenido  eso. 

«Sb.  Ministbo— Yo  no  falto  nunca  á  las  conveniencias.  8e  ha 
hablado  de  muchos  hechos.  He  dicho,  señor  Presidente,  que  son 
cuentos.  Se  viene  á  hacer  una  enumeración  larguísima  de  impuestos. 
Puedo  declarar  á  la  Honorable  Cámara  que  esos  impuestos  han  sido 
establecidos  por  el  coronel  Barbat.  Y  el  señor  representante  que  ha 
hecho  la  alusión,  habiendo  sido  Ministro  de  esta  tierra,  es  extraño  que 
ignore  que  no  hay  una  ley  que  determine  los  impuestos  de  policía,  y 
quizás  no  hay  dos  departamentos  en  este  Estado  que  cobren  los 
mismos. 

«El  Ministerio  preparándose  para  un  trabajo  que  debe  presentar  á  la 
Cámara  pidió  á  todos  los  Jefes  Políticos  de  la  República,  que  man- 
dasen una  relación  de  los  impuestos  que  cobraban,  y  no  hay  dos  de- 
partamentos, señor  Presidente,  en  que  ellos  sean  iguales:  el  coronel 
Barbat  se  distinguía  entre  todos,  por  la  enormidad  de  los  impuestos 
que  cobraba.  Hasta  hay  sobre  esto  un  expediente. 

«Podría  decir  mucho  sobre  cada  uno  de  los  casos.  Sobre  ese  Juez  de 
Paz  que  unas  veces  es  Juez  de  Paz  y  otras  veces  es  ciudadano  espa- 
ñol. Podría  decir  mucho  sobre  ese  mismo  Yaz,  en  cuyo  asunto  se  ha 
mandado  levantar  un  sumario.  Pero  creo  que  la  Cámara  no  permitiría 
que  pudiese  concurrir  á  la  violación  de  su  Reglamento  para  traer  á^ 
consideración  doscientos  easos  diversos. 

«En  cuanto  al  robo  de  criaturas,  se  ha  querido  conmover  las  pasio- 
nes públicas,  mostrándose  al  Gobierno  como  cómplice  de  este  robo. 
A  eso  no  puedo  contestar.  Si  hubiese  llegado  al  conocimiento  del  Go- 
bierno un  hecho  semejante  y  él  hubiera  sido  tolerado,  el  Gobierno  de 
la  República  sería  el  culpable.  Pero  no  concibo  que  un  representan- 
te pueda  venir  ala  Cámara  i  acusar  á  un  Jefe  Político. 

«Infringe  la  ley  un  Jefe  Político  y  el  Presidente  de  la  República  lo 
tolera:  entonces  el  infractor  de  la  Constitución  es  el  Presidente  de  la 


272  EDUARDO  ACEYflDO 


República,  y  es  á  ese  Presidente  de  la  República  que  debe  acusarse. 
Y  sería,  sefior  Presidente,  muy  extraño,  que  fuese  el  actual  Presi- 
dente de  la  República,  acusado  de  infracciones  á  la  Constitución. 

«Por  lo  demás,  si  la  Cámara  quiere  ocuparse  de  los  ciento  y  un  ne- 
gocios independientes  á  que  se  refiere  el  sefior  representante  por 
Montevideo,  tiene  que  señalar  día:  buscaré  antecedentes  como  los  he 
buscado  respecto  al  punto  en  cuestión.  Dije  que  estaba  dispuesto  á 
responder  sobre  cualquier  hecho;  es  decir,  hecho  referente  á  esta  in- 
terpelación. Pero  hay  muchas  cosas  que  ignoraba.  No  estoy  dispues- 
to ni  á  hacer  la  historia  del  coronel  Barbat,  ni  la  historia  del  coman- 
dante Azambuya.  Pero  si  el  señor  representante  quiere  precisar  su 
interpelación  y  la  Cámara  determina  que  el  Ministerio  conteste,  ven- 
dré preparado  con  todos  los  antecedentes.» 

(Observó  el  mismo  señor  Carreras  que  en  el  asunto  del  coronel  Bar- 
bart,  á  que  se  refiere  la  primera  interpelación,  el  Grobierno  había  pro- 
metido castigar  á  los  culpables,  y  que,  entretanto,  tal  castigo  no  se 
había  producido.  Esa  observación  dio  lugar  á  estas  nuevas  palabras 
del  doctor  Acevedo:) 

«Sr.  Ministro  de  Gobierno— La  promesa  hecha  ante  la  Comisión 
Permanente  (apelo  á  las  actas,  á  las  publicaciones»),  fué  que  sería  so- 
metido el  negocio  á  los  Tribunales  y  que  caería  la  cuchilla  de  la  ley 
sobre  el  que  resultase  culpable. 

«(M  señor  Carreras  hace  una  observación  que  no  se  oye). 

((Pero  ¿qué  tiene  que  ver  el  Gobierno  con  eso,  si  viene  una  senten- 
cia de  un  Tribunal  que  manda  el  sobreseimiento  de  la  causa?  ¿No 
sabe  acaso  el  señor  representante  lo  que  importa  la  palabra  sobresei- 
miento? ¿No  sabe  que  eso  importa  la  absolución  plena?  ¿Cómo  en- 
tonces ha  podido  decir  que  en  una  causa  en  que  se  manda  sobreseer 
debe  haber  culpable?  ¿Con  qué  derecho  iba  á  castigar  el  Gobierno? 
La  promesa  hecha  fué  que  se  aplicaría  la  ley  ante  los  Tribunales.  El 
Gobierno  no  ha  dicho,  ni  ha  podido  decir,  que  á  tontas  y  locas  casü  ■ 
garía;  el  Gobierno  no  ha  dicho  ni  ha  podido  decir  que  se  constituiría 
en  intérprete  de  la  voluntad  de  un  círculo,  de  círculo  de  ninguna  cla- 
se. El  Gobierno  no  tiene  tampoco  ahijados,  señor  Presidente;  no  tie- 
rno Jefes  Políticos  á  quienes  desee  sostener  por  tales  ó  cuales  motivos 
particulares.  Y  si  se  ha  sostenido  y  si  se  sostiene  como  Jefe  Político 
del  Departamento  de  Tacuarembó  al  señor  Azambuya,  es  porque  me- 
rece todavía  la  confianza  del  Gobierno;  el  día  que  no  merezca  esa 
•  confianza,  será  destituido  como  lo  fué  el  coronel  Barbat. 

«El  señor  representante  parece,  por  lo  demás,  que  no  ha  comprendi- 
do el  motivo  que  he  tenido  para  invocar  el  artículo  174  del  Regla- 
mento de  la  Cámara,  y  para  no  contestar  improvisadamente  á  una 
docena  de  cuentos  que  ha  hecho  sobre  distintos  puntos.  ¿Cómo  quie- 
re que  sin  examen  previo,  sin  decírseme  nada,  pueda  hablar  ahora  de 


ten  EL  Mn^BTÉBld  2tá 


negocios  qae  oigo  por  primera  vez?  Baste  saber  que  ese  llamado  Juez 
de  Paz  Sasias,  unas  veces  oriental  Juez  de  Paz,  y  otras  veces  es- 
pañol, hace  reclamaciones  por  la  Legación  Española— y  hace  recla- 
maciones por  actos  de  la  administración  del  coronel  Barbat.  Que  en 
ese  asunto  Yaz,  que  por  primera  vez  también  oigo  decir  que  se  han 
hecho  violencias  hasta  con  su  mujer,  se  ha  levantado  un  sumario,  y 
hasta  la  Legación  Brasileña  ha  quedado  satisfecha  con  las  explica- 
ciones que  se  le  han  dado. 

«Se  ha  dicho  también,  como  si  el  Gobierno  hubiese  sostenido  lo  con- 
trario, que  debe  atender  á  las  indicaciones  de  la  prensa;  y  hasta  se 
ha  pretendido  conmover  el  ánimp,  poniendo  ejemplos  sobre  casos  en 
que  peligren  la  Constitución  y  la  independencia  de  la  República.  Po- 
dría mostrársele  en  el  archivo  del  Ministerio  al  señor  representante, 
que  no  hay  una  sola  publicación  de  la  prensa  que  haya  pasado  in- 
apercibida. Siempre  que  se  denuncia  algún  hecho,  se  piden  informes; 
pero  no  se  hace  como  el  señor  representante  ha  pretendido. 

«Entre  el  comandante  Azambuya  que  presenta  una  vida  entera  de 
moralidad,  de  patriotismo  y  de  abnegación,  y  un  Fulano  de  los  Beyes 
ó  cualquier  otro  así,  ¿quién  dice  la  verdad?  ¿Quién  miente?  ¿Es  el  pa- 
triota Azambuya?  ¿Es  Azambuya  el  que  ha  hecho  esos  sacrificios? 
Eso  no  lo  dirá  el  Gobierno.  No  hará  mucho  que  he  oído  que  todo 
cuanto  se  dice  del  comandante  Azambuya  es  una  infamia.  Empieza, 
como  03  natural,  á  pedir  los  informes  al  mismo  comandante  Azambuya. 
Sin  decir  por  esto  que  equivalga  á  decirlo  todo  él.  Pero  el  señor  re- 
presentante que  ha  sido  ministro,  sabe  que  siempre  que  viene  una 
queja  de  un  delegado  del  Poder  Ejecutivo,  el  primer  paso  es  pedir  in- 
formes, y  entonces,  ó  éstos  son  completamente  satisfactorios  y  el  ne- 
gocio no  tiene  curso,  ó  no  son  satisfactorios  y  entonces  se  toman  otras 
medidas,  porque  para  desticuír  á  un  Jefe  Político  no  es  preciso  una 
causa  plenamente  probada,  justificada  ante  los  tribunales:  basta  sólo 
que  deje  de  merecer  la  confianza  del  Presidente  de  la  República:  el 
día  que  deja  de  merecerla,  acabó  el  Jefe  Político. 

«En  cuanto  al  hecho  de  la  Quebrada,  se  dice  que  hay  nuevos  aten- 
tados cometidos,  no  por  el  señor  Azambuya  sino  por  fuerzas  á  sus  ór- 
denes Debo  agregar,  señor  Presidente,  á  lo  que  dije  antes,  que  la  pri- 
mera noticia  de  estos  hechos  la  tuve  por  los  que  se  llaman  víctimas; 
la  tuve  por  una  exposición  dirigida  al  comandante  Azambuya  por 
varios  individuos  entre  los  cuales  figura  ese  Melchor  de  los  Reyes  y 
otros;  y  en  esa  exposición  no  se  dice  una  palabra  de  semejante  hecho; 
lo  mismo  que  del  de  ese  Bermúdez,  capataz  del  coronel  Barbat,  que 
por  primera  vez  llega  á  mi  noticia,  á  no  ser  que  se  refiera  el  señor 
rei>resentante  á  «La  Nación»  de  esta  noche,  y  eso  es  una  Nación  casi 
contemporánea,  señor  Presidente,  que  se  ha  repartido  tal  vez  cuando 
estábamos  en  la  Cámara,  y  hacer  reproches  al  Gobierno  porque  no  ha 

is 


274  fiDÜARIK)  acbVbdo 


tomado  medidas  sobre  un  hecho  que  se  ha  denunciado  hace  media 
hora... 

«Por  lo  demás,  yo  puedo  asegurar,  porque  tales  son  las  instrucciones 
que  tengo  del  Presidente  de  la  República,  que  los  hechos  se  averi- 
guarán; pero  no  puedo  decir  que  se  mudará  tal  jefe  porque  no  guste 
á  tales  6  cuales  individuos;  no,  porque  la  Constitución  establece  que 
al  Presidente  de  la  República  es  á  quien  corresponde  la  elección  de 
ios  Jefes  Políticos,  y  aunque  el  de  un  departamento  no  guste  á  tales 
ó  cualeí»  individuos,  si  ese  Jefe  Político  merece  la  confianza  del  Pre- 
sidente de  la  República,  será  conservado. 

«Lo  que  ha  debido  hacerse  lo  he  dicho  antes.  Un  Jefe  Político  ha 
infriug^ído  la  Constitución  y  el  Presidente  de  la  República  lo  tolera; 
acúsese  al  Presidente  de  la  República;  hágase  efectiva  su  responsa- 
bilidad. Sería  muy  bueno  un  ejemplo  de  esta  naturaleza,  y  yo  en  todo 
loque  sea  seguir  la  Constitución  y  hacerla  efectiva,  ayudaré  con 
gusto,  con  todas  mis  fuerzas,  al  setter  representante  y  á  cualquier 
otro  que  esté  en  ese  caso.» 

Arrendamiento  de  la  Isla  de  Gorritl. 

Una  interpelación  menos  ruidosa  tuvo  lugar  en  el  seno  de  la  Cá- 
mara de  Diputados,  con  motivo  de  las  gestiones  iniciadas  por  la  Le- 
gación de  Inglaterra,  para  arrendar  una  parte  de  la  Isla  de  Qorriti 
durante  catorce  afios,  para  depósito  de  municiones  navales  y  repara- 
ciones de  buques,  con  expresa  exclusión  de  obras  defensivas  y  de 
fortificaciones,  sin  que  pudiera  desembarcar  en  la  isla  fuerza  militar 
inglesa,  salvo  los  celadores  necesarios  para  la  seguridad  de  las  mu- 
niciones, debiendo  quedar  sin  efecto  el  contrato  á  requisición  del 
Gobierno  oriental  en  caso  de  perturbación  exterior  ó  por  exigirlo  así 
la  defensa  nacional.  El  Poder  Ejecutivo  se  había  manifestado  dis- 
puesto á  entrar  en  negociaciones  y  ordenó  como  paso  previo  la  publi- 
cación de  todos  los  antecedentes  del  asunto. 

En  la  Cámara  de  Diputados,  se  presentó  con  motivo  de  esa  publi- 
cación, un  proyecto  por  el  que  se  declara  que  no  está  en  las  atribu- 
ciones del  Poder  Ejecutivo  celebrar  contrato  alguno  de  arrenda- 
miento ó  enajenación  de  parte  del  territorio  de  la  República  á  parti- 
culares ó  á  naciones  extrattas,  agregándose  que  en  caso  de  iniciarse 
alguna  negociación  de  esa  especie,  el  Poder  Ejecutivo  recabaría  la 
aprobación  de  la  Asamblea.  Fué  interpelado  el  Ministro  de  Qobiemo 
y  Relaciones  Exteriores  doctor  Acevedo,  produciéndose  el  siguiente 
debate  con  tal  motivo.  (La  versión  taquigráfica  ea  defectuosísima  y  el 
taquígrafo  hn  tenido  que  alterar  notablemente  la  forma). 

«Sr.  Ministro  de  Gobierno—EI  Gobierno,  setter  Presidente,  tiene 


feN    IBL   imriSTÉRtO  2t6 


siempre  mucho  gusto  en  dar  las  explicaciones  que  deseen  los  honora- 
bles representantes  de  la  Nación.  Busca  la  publicidad  y  es  precisa- 
mente la  que  sirve  para  todos  sus  actos.  Pero  en  este  caso  yo  me  en- 
contraría muy  embarazado  para  dar  explicaciones,  porque  precisa- 
mente se  ha  publicado  todo  lo  que  contiene  la  carpeta  del  negocio. 
El  Ministerio  no  ha  reservado  nada:  se  han  publicado  hasta  pequeñas 
notas  verbales;  y  ha  puesto  nota  hasta  de  conferencias  y  hasta  de  pa- 
labras» cosa  que  generalmente  no  se  hace;  y  lo  ha  hecho  así  porque  ha 
querido  que  el  público  sepa  cuánto  ha  sucedido  en  este  negocio. 

«Si  los  sefiores  representantes,  sobre  todo  el  señor  diputado  autor  de 
la  interpelación,  quisiera  precisar  losi  puntos  sobre  que  quiere  explica- 
ciones, yo  tendría  mucho  placer  en  darlas;  pero  en  general  no  sé  si 
quiere  que  entre  á  la  historia  del  negocio,  cuál  fué  el  principio,  el 
curso  y  el  fin  de  ese  preludio,  porque  todavía  no  se  ha  hecho  nada, 
como  la  Honorable  Cámara  habrá  visto  por  la  publicación  de  ayer; 
no  hay  nada  sino  una  autorización  que  el  Poder  Ejecutivo  ha  dado 
al  Ministerio  de  Relaciones  Exteriores  para  entrar  á  negociar  bajo  las 
bases  propuestas  por  el  encargado  de  negocios  de  Inglaterra. 

«Ahora,  por  lo  que  acaba  de  decir  el  señor  diputado  que  deja  la  pa- 
labra, entiendo  que  se  ha  puesto  en  duda  la  facultad  que  el  Poder 
Ejecutivo  tenga  de  arrendar.  Yo  entiendo  que  la  facultad  de  arren- 
dar es  una  facultad  puramente  administrativa.  Pero  no  quisiera  ex- 
traviarme tampoco  entrando  en  explicaciones  que  no  sé  si  serán  ade- 
cuadas á  las  dudas  que  se  tienen.  Por  eso  desearía,  como  dije  antes, 
que  se  precisasen  los  puntos  de  dificultad,  seguro  de  que  daré  las  ex- 
plicaciones que  se  pidan. 

«Sr.  ErrXzquin— Mi  objeto,  como  he  dicho,  al  pedir  que  se  citase 
al  señor  Ministro  de  Relaciones  Exteriores  para  la. sesión  de  esta  ma- 
ñana, fué  únicamente  para  que  la  Cámara  no  procediese  precipitada  • 
mente.  Se  había  puesto  en  duda  la  facultad  del  Gobierno  para 
arrendar,  y  se  había  hablado  del  peligro  que  había  en  hacer  ese 
arrendamiento:  y  se  propuso  una  minuta  de  decreto  que  pasó  á  la 
Comisión.  Con  ese  motivo  pedí  que  se  suspendiese  todo  procedimien- 
to hasta  oir  al  señor  Ministro.  Para  mejor  explicación  de  lo  que  pasa, 
desearía  que  el  señor  Presidente  mandase  leer  la  moción  que  se  pre- 
sentó ayer.  Eso  diría  todo  cuanto  yo  puedo  decir. 

«Sr  Ministro  de  GosiERNO.—Ahora  veo  más  claramente  la  duda. 
Se  propone  un  proyecto  que  en  una  parte  es  ley  de  la  República,  es 
decir,  la  prohibición  de  enajenar  tierras  públicas  y  propiedades  de 
cualquier  género.  Eso  está  sancionado  y  el  Gobierno  lo  cumple.  No 
enajena  de  ninguna  manera.  Pero  los  abogados  que  hay  en  la  Cá- 
mara saben  que  el  arrendamiento  nunca  es  considerado  como  enaje- 
nación en  derecho,  sino  cuando  es  lo  que  se  llama  arrendamiento  por 
largo  tiempo,  que  pasa  de  diez  años.  El  Ejecutivo  ha  tenido  en  vista 


%?6  ¿ÜÜARÍK)  ACÉVfibO 


esto,  7  sería  una  de  las  bases  de  la  negociación  que  el  arrendamiento 
que  se  hiciera  no  pasara  de  diez  años,  aunque  la  propuesta  fué  de  ca- 
torce años  renovable.  Pero  como  he  dicho  antes,  no  hay  sino  bases 
para  servir  de  punto  de  partida:  todavía  tiene  que  negociarse  el 
arrendamiento.  Esto  en  cuanto  á  la  primera  parte  de  la  ley:  está  pro- 
hibida la  enajenación  de  tierras  públicas  ya  sea  con  naciones  extran- 
jeras, ya  sea  con  particulares. 

«En  cuanto  á  prohibir  el  arrendamiento,  si  la  H.  Asamblea  General 
dispusiera  que  el  Ejecutivo  no  puede  arrendar,  estaría  en  su  derecho; 
no  habría  nada  que  decir.  Pero  como  esa  prohibición  no  existe  ahora, 
y  lejos  de  eso,  el  Ejecutivo  ha  estado  en  posesión  de  sus  derechos  al 
verificar  el  arrendamiento,  el  Poder  Ejecutivo  los  ponía  en  práctica. 
Pero  si  se  diese  una  ley,  no  haríamos  oposición  absolutamente:  la 
acataríamos  como  á  todas  las  leyes* 

«Sr.  BARBCN9A~Preferí  anoche,  señor  Presidente,  presentar  este 
proyecto,  habiendo  tenido  en  vista  también  que  el  señor  Ministro  po- 
día concurrir  á  la  Cámara  á  dar  explicaciones;  pero  en  la  lectura  de 
los  documentos  indicados  no  encontré  duda  alguna  y  comprendí  que 
el  Poder  Ejecutivo  se  creía  facultado  para  celebrar  esta  clase  de 
contratos  con  naciones  extrañas.  Como  yo  veo,  por  la  Constitución, 
que  el  Poder  Ejecutivo  no  puede  celebrar  tratados  sin  el  previo  con- 
sentimiento del  Senado,  creía  que  este  caso  era  análogo.  Y  como  en 
mi  concepto,  considero  peligrosas  las  negociaciones  con  naciones  po- 
derosas, (se  han  visto  algunos  ejemplos)  me  propuse,  sin  embargo, 
provocar  una  resolución  legislativa  que  dejase  bien  definidas  sobre  el 
particular  las  atribuciones  del  Poder  Ejecutivo,  y  de  consiguiente  el 
principio  de  si  el  Poder  Ejecutivo  podría  hacer  por  sí  esa  clase  de 
contratos,  fundándome,  como  antes  dije,  en  la  facultad  que  tiene  el 
Poder  Ejecutivo  con  conocimiento  del  H.  Senado,  de  celebrar  trata- 
dos, y  en  que  los  tratados  celebrados  así,  son  aprobados  después  ó 
reprobados  por  la  Asamblea  General.  Era  en  ese  concepto  que  me 
había  decidido  á  formular  ese  proyecto,  estando  él  á  la  consideración 
de  la  Cámara... 

«Sb.  Ministro  de  Gobierno— Ahora  es  una  nueva  objeción.  Por 
eso  deseaba  antes,  para  no  molestar  á  la  H.  Cámara  tomando  tan  re- 
petidas veces  la  palabra,  que  se  hubieran  hecho  todas  las  objeciones 
que  había  que  hacer  al  contrato  para  haber  tenido  ocasión  de  refu- 
tarlas á  la  vez.  Se  pretende  que  el  Poder  Ejecutivo  ha  hecho  un  tra- 
tado. £1  Poder  Ejecutivo  desea  cumplir  la  Constitución  de  la  Repú- 
blica, y  trata  de  hacerlo  por  cuantos  medios  están  á  su  alcance,  pero 
no  ha  creído  que  en  un  acto  administrativo  de  esta  clase  se  encuentre 
un  tratado,  sino  un  contrato  de  derecho  internacional  privado,  una 
cosa  parecida  á  la  que  han  hecho  nuestros  gobiernos  muchas  veces; 
por  ejemplo:  no  hace  muchos  años,  creyendo  que  en  nuestro  Parque 


Bir    EL  MINIBTSBIO  277 


había  materiales  de  guerra  sobrantes,  el  Gobierno  vendió  al  Gobierno 
del  Paraguay  una  cantidad  de  cañones,  de  vestuarios  y  de  fusiles- 
nadie  creyó  que  había  celebrado  un  tratado  con  el  Paraguay;  nadie 
creyó  que  estuviera  el  Poder  Ejecutivo  en  el  caso  de  venir  á  la 
H.  Asamblea  General  á  pedir  el  consentimiento  para  iniciar  un  tratado 
para  la  venta  de  fusiles.  Lo  mismo  ha  sucedido  en  casos  análogos* 
Hace  poco  el  Gobierno  inglés  necesitó  una  cantidad  de  caballos  para 
llevar  á  la  India  y  pidió  permiso  al  Gobierno  de  Buenos  Aires  para 
exportar  esos  caballos.  No  se  consideró  que  hubiese  un  tratado  con 
la  Gran  Bretaña,  en  decirle  «le  vendo  á  usted  tantos  caballos». 

«Ese  mismo  depósito  de  que  hoy  se  trata  (depósitos,  no  de  guerra, 
sino  en  beneficio  de  la  navegación)  está  en  Río  Janeiro,  como  están 
aquí  entre  nosotros,  en  Montevideo,  los  depósitos  de  carbón  que  tie- 
nen los  norteamericanos  y  brasileños,  sin  que  hasta  ahora  se  haya 
alarmado  ni  haya  creído  ver  en  eso  un  tratado  que  la  Repáblica  haya 
firmado. 

«Lejos  de  eso,  es  un  hecho  notorio  que  la  Isla  de  Gorriti  aparece 
vendida  á  varios  subditos  ingleses,  entre  ellos  un  almirante  inglés, 
señor  Greorge  Sartorius  Honihl.  De  consiguiente,  los  ingleses  hubie- 
ran podido  ocupar  la  Isla  como  lo  han  pretendido  entendiéndose  con 
eeos  propietarios  de  los  cuales  uno  hace  parte,  como  he  dicho,  de  la 
marina  inglesa,  y  en  todo  caso  á  nosotros  nos  hubiera  quedado  el  re- 
medio de  las  protestas,  remedio  bien  estéril  cuando  se  trata  de  los 
débiles  contra  los  fuertes. 

«Entonces,  el  Gobierno  que  veía  este  peligro,  creyó  que  en  el  hecho 
de  hacer  las  propuestas  el  Encargado  de  Negocios  de  S.  M.  B.  venía 
á  reconocer  el  pleno  dominio  de  la  República,  á  reconocer  su  juris- 
dicción, á  declarar  que  no  desembarcaría  soldados  en  la  Isla  y  que 
no  izaría  bandera  inglesa,  porque  todo  eso  ha  sido  materia  de  estipu- 
laciones; he  encontrado  embarazos  para  consultar  la  susceptibilidad 
nacional  hasta  en  un  artículo  por  el  cual  no  se  izaría  bandera  inglesa 
sino  la  del  yatch  de  la  Unión,  y  he  conseguido  que  solamente  se 
pondría  una  bandera  de  señal.  Como  he  dicho,  no  habrá  soldados 
sino  un  depósito  puramente  naval.  Más:  tengo  las  instrucciones  del 
señor  Presidente,  para  no  consentir  que  en  el  convenio  que  se  haga 
se  permita  la  introducción  de  materiales  de  guerra,  sino  simplemente 
materiales  de  navegación,  es  decir,  velas,  carbón,  jarcias,  etc. 

«¿Qué  tiene  esto  que  ver  con  la  facultad  que  se  confiere  á  la  Asam- 
blea General  sobre  tratados  celebrados  con  potencias  extranjeras?. . . 

«Más:  en  el  artículo  81,  que  el  señor  secretario  va  á  leer,  si  el  señor 
Presidente  lo  permite,  no  se  habla  sino  de  pedir  el  acuerdo  del  Sena- 
do para  iniciar  tratados  de  paz,  de  amistad  y  de  navegación;  y  yo 
creo  que  por  muy  lata  que  sea  la  interpretación  que  quiera  hacerse  de 
este  artículo,  no  se  dirá  que  el  acto  de  arrendar  una  pequeñísima 


278  EDUARDO  ACEYSDO 


porción  de  territorio  de  la  Nación,  es  un  tratado  ni  de  amistad,  ni  de 
pazy  ni  de  comercio. 

«Nada  más:  esos  son  los  únicos  tratados  que  debe  iniciar  el  Poder 
.  Ejecutivo  con  previo  consentimiento  del  Senado.  Pero  francamente,  á 
pesar  de  todo  nuestro  deseo  de  ceñirnos  estrictamente  á  la  Constitu- 
ción, habíamos  creído  que  no  podíamos  ir  al  Senado  con  esta  cues- 
tión, aunque  pudiera  pretenderse  que  conforme  al  artículo  17  de  la 
Constitución  que  habla  ya  en  tono  ¿general  de  cualquier  tratado,  ten- 
dría que  precisarse  la  ratificación  de  la  Asamblea  (General. 

«Es  cosa  muy  distinta.  Pero  por  ahora  no  hay  nada,  no  hay  más 
que  una  autorización  para  empezar  la  negociación.  Yo  creo  que  la 
H.  Cámara  no  tendría  tiempo  anoche  para  hacerse  cargo  del  verda- 
dero negocio  de  que  se  trata:  hasta  la  prisa  de  la  citación  indica  que 
se  consideró  que  había  peligro  de  que  se  hiciera  algo  malo  en  muy 
pocas  horas.  No  es  así,  señor  Presidente,  ayer  9  recién  se  pidió 
por  el  Encargado  de  Negocios  señalamiento  de  día  para  empezar  á 
negociar:  todavía  no  se  ha  señalado  el  día,  no  había  peligro  por  con- 
siguiente, y  no  había  nada  que  temer  aunque  pasasen  algunos  dias 
más;  ni  el  Gobierno  haría  nada.  En  el  caso  de  duda^  siempre  estaría 
para  ocurrír  á  la  H.  Asamblea  General.  Pero  la  H.  Cámara  declara- 
rá  si  este  es  el  caso. 

«Sr.  Fuentes— Yo  creo,  en  efecto,  señor  Presidente,  que  en  el  caso 
actual  el  Poder  Ejecutivo  puede  iniciar  el  contrato  á  que  se  refieren 
las  bases  iniciadas;  pero  opino  que  ese  contrato  debe  someterse  des- 
pués de  celebrado,  antes  de  ponerse  en  ejecución,  á  la  aprobación  de 
la  H.  Asamblea  General,  porque  como  lo  ha  observado  el  señor  Mi- 
nistro, el  artículo  17  que  declara  atribución  del  Cuerpo  Legislativo 
el  aprobar  tratados,  hace  mención  de  cualquier  tratado.  De  consi- 
guiente, señor  Presidente,  yo  creo  que  quedaría  satisfecho  por  mi  par- 
te, desde  que  el  Poder  Ejecutivo  ó  el  señor  Ministro»  siendo  su  órga- 
no, declarase  que  celebrado  este  convenio  lo  presentase  á  la  aproba- 
ción del  Cuerpo  Legislativo;  porque  según  entiendo  por  la  redacción 
y  según  las  condiciones  establecidas,  podría  ser  matería  de  aproba- 
ción del  Cuerpo  Legislativo.  Veo,  por  ejemplo,  que  en  una  de  las  ba- 
ses publicadas  se  usarán  los  materiales  que  hay  en  la  Isla.  De  modo 
que  creo  que  esta  es  una  enajenación:  á  lo  menos,  en  mi  concepto, 
esta  es  una  enajenación  de  materiales.  Veo  también  que  después  el 
Gobierno,  si  necesitase  de  la  Isla,  las  obras  hechas  se  habían  de  pa- 
gar. Y  para  todo  eso  el  Poder  Ejecutivo  no  tiene  facultad  si  esos 
contratos  no  fuesen  aprobados.  Por  esta  razón,  repito,  que  si  el  con- 
trato ha  de  venir  ala  aprobación  de  la  Asamblea  antes  de  su  ejecu- 
ción, por  mi  parte  quedaría  satisfecho  y  opinaría  que  estaban  termi- 
nadas las  explicaciones  del  señor  Ministro  en  este  caso. 

«Sr.  Ministro— He  dicho,  señor  Presidente,  que  el  Poder  Ejecuti- 


EN    EL   MINISTERIO  279 


vo  no  ha  entendido  que  necesitase  la  ratificación  de  la  H.  Asamblea 
Oeneral  en  esta  clase  de  convenios  ó  de  contratos  particulares,  por- 
que si  se  entendía  de  otro  modo,  tendría  mucho  placer  el  Poder  Eje- 
cutiyo  (tales  son  las  instrucciones  que  tengo  á  ese  respecto)  en  some- 
ter el  negocio  á  la  H.  Asamblea  General,  porque  en  caso  de  duda 
siempre  quiere  ponerse  del  lado  que  no  le  sea  favorable,  del  lado  que 
tienda  á  restringir  sus  atribuciones,  más  bien  que  ampliarlas. 

«Pero  lo  que  no  concibo  que  se  ponga  también  en  duda,  es  la  justi- 
cia de  la  cláusula  sobre  el  material.  Quien  conozca  la  Isla  de  Gorriti 
sabe  que  allí  no  hay  otros  materiales  que  arena  y  un  poco  de  piedra: 
esos  son  los  únicos  materiales  que  existen.  ¿Y  c6mo  desconocer  que 
el  Poder  Ejecutivo  tenga  derecho  de  vender  la  piedra,  derecho  que 
está  ejercitando  todos  los  días  en  las  calles?  Cada  vez  que  se  llama  á 
propuesta  para  el  desmonte  de  peftascos,  vende  la  piedra  ó  la  da  en 
parte  de  pago  al  que  ha  de  hacer  el  desmonte.  Por  consiguiente,  el 
decirle  que  puede  hacer  uso  de  los  materiales,  es  decirle  qué  los  use, 
no  que  los  saque  ni  que  los  lleve  á  Inglaterra,  sino  que  con  ellos 
haga  las  obras  que  necesite  hacer,  que  quedarán  según  la  mente  del 
Gk>bierno  á  disposición  de  la  Nación  después  que  el  contrato  se  con- 
cluya. El  Encargado  de  Negocios  de  S.  M.  B.  en  el  caso  de  pedirle  la 
Isla  antes  del  tiempo  estipulado,  tiene  que  devolvernos  eso.  Sobre 
eso  también  tengo  una  instrucción  para  que  no  se  pueda  abusar  de 
nosotros,  estipulando  en  el  contrato  que  se  haga,  que  esas  obras  no 
excedan  de  tal  valor,  y  que  en  ningún  caso  pueda  pedirse  más  de  tal 
ó  cual  precio,  porque  estamos  decididos  á  tomar  todas  las  precaucio- 
nes á  este  respecto.  Nos  han  asegurado  que  no  piensan  hacer  obra  de 
material,  sino  algo  parecido  á  loque  tienen  en  Río  Janeiro,  es  decir* 
barracas  de  madera;  pero  la  arena  y  piedra  la  aprovecharán  en  el 
sentido  de  cubrir  el  carbón,  nada  más.» 

Otras  observaciones  se  hicieron  en  el  curso  del  debate  y  el  Minis- 
tro pronunció  con  tal  motivo  las  siguientes  palabras: 

«Yo  no  he  dicho  que  esté  dispuesto  el  Poder  Ejecutivo  á  someter 
este  tratado  á  la  ratificación  de  la  Asamblea  General:  he  dicho  por 
dos  veces  que  al  hacer  el  contrato  de  arrendamiento  que  impropia- 
mente he  llamado  tratado,  el  Poder  Ejecutivo  ha  creído  que  usaba  de 
una  atribución  administrativa;  que  ese  contrato  de  arrendamiento  no 
era  de  los  tratados  internacionales  á  que  se  refiere  el  artículo  17  de 
la  Constitución,  y  tan  es  así  que  en  la  autorización  que  se  concedió 
al  Ministro  de  Relaciones  Exteriores  para  negociar  las  bases,  se 
mandó  también  que  estipuladas,  sean  reducidas  á  escritura  pública; 
es  decir,  no  hay  nada  de  tratados,  se  ha  considerado  como  un  contra- 
to administrativo.  Pero,  agregué  más,  que  si  la  H  Asamblea  deter- 
minase que  se  le  sometiese  ese  contrato,  el  Poder  Ejecutivo  tendría 
mucho  gusto,  que  no  entablaría  cuestión  ninguna  constitucional,  que 


280  EDUABDO   ACSVBDÓ 


estaba  siempre  dispuesto  á  interpretar  resiríetívamente  las  funciones 
qae  le  estaban  atribuidas.  No  he  contraído,  pues,  compromisos  que  no 
podía  contraer,  porque  no  estoy  autorizado.» 

Antes  de  levantarse  la  sesión,  volvió  el  Ministro  á  pedir  la  pala- 
bra. Basta,  dijo,  que  el  Poder  Ejecutivo  sepa  que  hay  un  negocio 
pendiente  á  la  consideración  de  la  Cámara,  para  que  se  abstenga  de 
consumar  este  contrato,  mientras  no  haya  resolución.  (Se  refería  el 
Ministro  al  proyecto  de  ley  sobre  arrendamiento  y  enajenación  de 
tierras  que  se  acababa  de  presentar  á  la  Cámara.) 

Rumores  de  Invaaióni 

En  los  comienzos  de  1861  circuló  con  insistencia  el  rumor  de  que 
el  país  sería  convulsionado,  dándose  detalles  circunstanciados  acerca 
de  una  invasión  á  cuyo  frente  se  colocarían  el  general  Flores  y  el 
coronel  Bandes. 

De  la  correspondencia  que  figura  en  el  archivo  del  doctor  Aoe- 
vedo,  extraemos  los  siguientes  párrafos  respecto  de  esa  invasión: 

Buenos  Aires,  enero  12  de  1861.-- -«Son  pamplinas,  como  usted  las 
llama,  esas  empresas  militares  que  se  supone  se  crían  aquí  contra  ese 
Gobierno.  Lo  felicito  mil  veces  por  el  progreso  de  su  país,  debido  á 
la  Administración  de  que  ui^ted  hace  parte.— DaZmeu^  Véhx  Sars' 

Buenos  Aires,  enero  13  de  1861— «El  Gobierno  de  Montevideo 
goza  aquí  de  gran  crédito,  y  á  mi  ver  cualquiera  hostilidad  injustifi- 
cada que  se  le  infiriese  sería  mirada  con  general  indignación  y  no 
puede  este  Gobierno  provocarlo  impunemente,  porque  harto  tiene  que 
hacer  en  lidias  de  casa  antes  de  preocuparse  de  ir  á  inquietar  la 
ajena.— Juan  Bautista  Peña». 

Paysandú,  enero  14  de  1861.— «Creo,  como  usted,  que  no  se  deben 
economizar  precauciones.  Me  persuado  también  que  aunque  promue- 
van alguna  revuelta  no  han  de  llevarla  á  cabo  por  falta  de  coopera- 
ción. No  hay  disposición  en  el  país  para  la  anarquía,  y  no  puede  ser 
de  otro  modo  desde  que  se  siente  un  bienestar  general,  al  que  se 
agrega  el  valor  siempre  creciente  de  la  propiedad  territorial— Am- 
lio  A.  Pinilla.» 

Florida,  febrero  10  de  1861.— «Han  circulado  rumores  déla  invasión 
de  Flores  que  no  se  creen  verosímiles.  En  Florida  y  Minas,  que  po- 
dían ser  los  departamentos  más  indicados  para  la  propaganda  revo- 
lucionaria, ni  una  mosca  se  ha  movido,  «y  por  el  contrario  varios  de 
los  antiguos  conservadores  que  tomaron  parte  en  la  última  rebelión, 
aquellos  que  algo  valen,  se  me  han  presentado  ofreciendo  sus  servi- 
cios y  protestando  su  adhesión  al  actual  orden  de  cosas  en  que  en- 
cuentran completas  garantías  para  sus  personas  é  intereses.— /t«an  P. 
Canma.* 


SN    EL  MINISTERIO  281 


San  José  del  Uruguay,  febrero  18  de  1861.— «El  general  XJrquiza 
á  quien  hice  presente  el  encargo  de  usted,  se  muestra  muy  satisfecho 
de  la  administración  de  ustedes  y  muy  decidido  á  ayudarla  en  cual- 
quier represión  que  por  desgracia  fuera  necesaria  contra  los  aten- 
tadores  del  orden  y  de  la  autoridad.^Jo^^  Vázquez  Sagastume.* 

Montevideo,  abril  3  de  1861.— «Acabo  de  recibir  una  carta  de  mi 
condiscípulo  el  doctor  Derqui,  presidente  de  la  Confederación  Ax^ 
gentína,  fecha  26  del  próximo  pasado,  y  en  ella  me  dice  lo  siguiente: 
«he  estado  muy  á  la  mira  de  los  sucesos  con  relación  á  la  invasión  á 
esa  de  los  emigrados  en  Buenos  Aires  que  se  ha  circulado  con  tanta 
repetición,  y  he  llegado  á  convencerme  de  que  nada  hay  y  de  que 
nada  se  piensa  á  este  respecto;  al  contrario  tengo  datos  para  creer 
que  si  el  gobierno  local  de  aquella  provincia  sintiera  preparativos 
de  agresión  á  ese  Estado,  la  evitaría.— Joaquín  Esquena.» 

Colonia,  abril  8  de  1861.— «El  dueño  de  una  casa  de  negocio  que 
existe  en  el  mismo  lugar  en  que  Flores  puebla  una  de  las  estancias 
de  Lezama,  supo  que  aquél  tuvo  días  pasados  una  fuerte  discusión 
con  Sandes  y  Fausto  Aguilar,  que  querían  hacer  una  incursión  al 
país,  por  su  cuenta,  á  lo  que  Flores  se  opuso.— «/o^á  Agustín  Hu- 
rriaga.» 

Colonia,  abril  13  de  1861.  «Me  aseguraba  una  persona  que  llegó 
de  Buenos  Aires  hace  dos  días  y  que  había  hablado  con  algunos  emi- 
grados, que  ellos  confiesan  su  impotencia  para  hacer  algo  en  este 
país,  y  el  crédito  de  que  goza  el  Gobierno  oriental  á  quien  no  pueden 
menos  que  respetar.— /o^á  Agustín  Iturriaga,* 

Buenos  Aires,  abril  10  de  1860.— «Aunque  «El  Comercio  del  Plata» 
dice  que  Flores  está  en  su  estancia  y  que  ha  colgado  su  espada,  me 
consta  que  está  en  su  casa  en  la  calle  Independencia  y  que  le  han 
hecho  proposiciones  para  que  tome  nuevamente  el  servicio.  Esto  lo  sé 
por  un  joven  Artayeta  que  visita  en  la  casa  y  que  conversa  con  él 
con  frecuencia  y  largamente.  Hace  tres  ó  cuatro  días  que  Flores  le 
dijo  que  estaba  muy  contento  con  el  proyecto  de  amnistía  y  que  si 
éste  alcanzaba  hasta  él  se  aprovecharía  inmediatamente  de  ello  para 
regresar  á  su  patria.— /uan  José  Soto,» 

Sobre  amiiUitía. 

La  primera  y  más  persistente  aspiración  del  Ministerio  del  doctor 
Acevedo,  fué  en  el  sentido  de  encauzar  las  energías  del  país  hacia  el 
porvenir,  suprimiendo  ó  combatiendo  los  factores  que  podían  arras- 
trar otra  vez  hacia  el  pasado  con  grave  perjuicio  de  la  tranquilidad 
pública. 

£1  30  de  marzo  de  1860  se  dictó  un  decreto  abriendo  las  puertas 


282  BI>UABI>0  ACBYEDO 


de  la  patria  á  los  que  podían  volver  á  ella  por  simple  acto  adminis- 
trativo, 7  se  dirigió  á  la  vez  un  mensaje  á  la  Asamblea,  por  el  que 
se  amnistiaba  á  todos  los  individuos  que  habían  tomado  parte  en  los 
movimientos  subversivos  de  los  aftos  anteriores,  y  se  establecía  que 
los  ex  jefes  militares  á  quienes  alcanzaba  la  amnistía  residirían  en  el 
departamento  que  designara  el  Poder  Ejecutivo,  salvo  que  pretirieran 
vivir  en  el  de  la  capital. 

Tuvo  tiempo  el  doctor  Acevedo  de  abandonar  el  Ministerio  antes 
que  el  proyecto  de  amnistía  recibiera  la  sanción  de  la  Asamblea,  ta- 
les eran  las  exaltaciones  políticas  de  la  época,  no  obstante  las  repe- 
tidas recomendaciones  de  urgencia  á  los  legisladores,  entre  las  que 
figuran  las  siguientes  palabras  del  mensaje  de  apertura  de  las  sesio- 
nes ordinarias  en  febrero  de  1861:  «Persisto  en  mirar  como  una  me- 
dida provechosa  y  justa  la  amnistía  que  os  propuse  el  año  anterior  y 
que  de  nuevo  os  recomiendo.  Al  buscar  la  reconciliación  de  todos  los 
orientales  con  el  orden  actual,  cuento  con  la  seguridad  de  poder  re- 
primir, no  bien  aparezca,  la  osadía  criminal  de  quienquiera  que  in- 
tente destruirlo.» 

En  cuanto  al  decreto  de  30  de  marzo  de  1860,  dio  origen  á  una  in- 
terpelación en  la  Cámara  de  Diputados  que  es  ilustrativo  conocer. 
He  aquí  la  respectiva  versión  taquigráfica,  debiendo  prevenir  que  las 
notables  deficiencias  de  redacción  de  esa  versión,  provienen  de  que 
el  doctor  Acevedo  jarnos  vio  ni  corrigió  las  pruebas  de  sus  discur- 
sos parlamentarios: 

<Sr.  Arrascaeta— Hallándose  presentes  los  señores  Ministros  del 
Poder  Ejecutivo,  en  la  sala,  yo  les  pediría  se  sirviesen  dar  algunas 
explicaciones  á  la  Cámara  respecto  de  un  decreto  del  Poder  Ejecu- 
tivo que  se  ha  publicado  en  los  periódicos  con  fecha  de  ayer,  por  el 
cual  declara  que  «  habiendo  cesado  los  motivos  que  hicieron  necesa- 
rio el  alejamiento  de  ciertos  individuos,  declara  sin  efecto  las  medidas 
gubernativas  que  ordenaron  su  extrañamiento». 

«Ese  decreto,  señor  Presidente,  que  como  decreto  gubernativo  em- 
pieza á  tener  sus  efectos  inmediatamente  que  ha  sido  publicado  y 
comunicado»  se  encuentra  en  los  mismos  periódicos  con  un  proyecto 
de  ley  de  la  misma  fecha  dirigido  á  la  H.  Asamblea  General,  propo- 
niendo que  se  declaren  amnistiados  todos  los  individuos  que  han  to- 
mado parte  en  los  movimientos  subversivos  de  los  años  anteriorec,  y 
estableciendo  que  los  ex  jefes  á  quienes  comprende  el  artículo  ante- 
rior establecerán  su  residencia  en  el  departamento  que  el  Poder  Eje- 
cutivo les  designe  á  cada  uno  «si  no  prefieren  permanecer  en  la  ca- 
pital». El  texto  de  estas  dos  disposiciones,  tanto  del  decreto  como 
del  proyecto  de  ley,  parece  establecer  dos  categorías  de  individuos 
que  han  sido  extrañados.  El  proyecto  de  ley  comprende  tanto  á  los 
individuos  civiles  como  militares,  que  han  tomado  parte  en  los  movi- 


EN    EL    MimSTEfUC  283 


mientos  subverBivos  de  los  attos  anteriores.  En  el  decreto  habla  de 
iodividuoB  que  han  sido  alejados  por  ciertos  motivos.  Sin  embargo, 
para  la  Cámara  es  una  cosa  incierta  6  muy  dudosa  que  existan  tales 
categoría.-^:  todos  ]os  individuos  que  han  sido  alejados  6  extrañados 
del  país,  lo  han  sido  como  perturbadores  del  orden  público,  y  de  to- 
das esas  medidas  que  el  Poder  Ejecutivo  en  esos  tristes  momentos  ha 
tomado  con  arreglo  al  artículo  81  de  la  Constitución,  ha  dado  cuenta 
á  la  Comisión  Permanente,  la  que  las  ha  aprobado,  y  á  la  vez  la 
Asamblea  General  cuando  se  le  ha  dado  conocimiento  de  ellas.  Por 
consiguiente,  por  mi  parte,  señor  Presidente,  encuentro  el  decreto 
muy  vago  en  su  disposición,  no  encuentro  definido  quiénes  son  esos 
individuos  á  quienes  alude,  no  sé  tampoco  á  qué  medidas  gubernati- 
vas se  refiere;  pues  que,  como  antes  he  dicho,  todas  han  merecido  la 
aprobación  del  Cuerpo  Legislativo,  y  deduzco  de  ahí,  que  habiendo 
merecido  la  aprobación  de  este  Poder  y  habiéndose  tomado  esas  me- 
didas con  acuerdo  suyo,  no  pueden  declararse  sin  efecto,  sin  bu  par- 
ticipación. .. 

«En  vista,  decía,  señor  Presidente,  de  lo  vago  del  decreto  en  lo 
dispositivo,  indudablemente  el  país  ha  de  eaiar  inquieto,  y  esta  Cáma- 
ra también  (y  mucho)  no  pudiendo  saber  qué  clase  de  individuos  son 
esos,  á  quienes  se  permite  la  vuelta  al  país  en  momentos  en  que  entra 
la  República  en  una  era  nueva  de  paz  y  de  adelanto;  en  que  la  aten- 
ción del  Ejecutivo  ha  de  contraerse  á  la  reorganización  administra- 
tiva del  país  y  al  afianzamiento  de  este  orden;  ha  de  inquietarse,  digo, 
de  que  vengan  al  país  ciertos  hombres  (puesto  que  no  se  puede  decir 
quiénes  son),  ciertos  hombres  que  el  país  conoce,  señor  Presidente, 
que  son  capaces  de  todo,  continuos  perturbadores  del  orden  público. 
Permitir  que  vengan  al  país  los  antiguos  redactores  de  «El  Sol»,  de 
«La  Estrella»,  el  ex  redactor  de  «El  Nacional»  y  jefes  que  fueron 
alejados  del  país,  que  vendrían,  señor  Presidente,  primero  conmo- 
viendo la  paz  pública,  atacando  al  Gobierno  en  el  interior  y  compro- 
metién  dolo  en  el  exterior;  vendrían  dañando,  por  eso  mismo,  á  su 
crédito,  á  la  riqueza  pública,  muy  en  progreso  en  el  país,  y  acabarían 
por  abrir  una  ancha  brecha,  sino  por  conculcar  las  instituciones,  que 
tantos  sacrificios  ha  costado  mantener  en  la  situación  en  que  se  en- 
cuentran. 

«En  vista,  pues,  de  tantos  temores  que  el  país  ha  de  abrigar  (declaro 
que  por  mi  parte  los  abrigo),  y  creo  interpretar  los  sentimientos  de 
esta  Cámara,  si  digo  que  los  abriga  también,  pediría  á  los  señores 
Ministros,  al  señor  jefe  del  Ministerio,  se  sirviese  salvar  las  dudas 
que  dejo  expuestas. 

«Sr.  Ministro  de  Gobierno  y  Relaciones  Exteriores— Debo, 
señor  Presidente,  declarar  ante  todo,  que  el  Ministerio  no  tiene  jefe. 
Los  tres  Ministros  somos  solidarios  en  todas  las  medidas   políticas 


384  XDUABDO  ACBTEDO 


hasta  aquí,  y  oon  la  intenoión  de  serlo  igualineute  mientras  estemos 
en  el  Ministerio.  No  tenemos  jefe:  somos  todos  ¡guales:  todos  secre- 
tarios del  despacho  de  las  Secretarías  de  £stado  que  establece  la 
Constitución  de  la  República. 

«En  general,  sefior  Presidente,  yo  no  estoy  porosas  interpelaciones 
inmediatas  á  los  Ministros.  Yo  no  creo  que  nunca  puede  exigirse  de 
los  Ministros  que  estén  prontos  para  responder  á  cualquiera  interpe- 
lación que  se  quiera  hacerles  en  el  acto.  Considero  que  siempre  debe 
dárseles  el  tiempo  necesario.  Pero,  por  circunstancias  especiales  estoy 
completamente  habilitado  para  responder  á  la  interpelación  que  ha 
hecho  uno  de  los  sefiores  diputados,  que  no  sé  qué  departamento  re* 
presenta. 

«Voy  á  responder  en  dos  palabras  á  nombre  de  todos  mis  colegas, 
en  virtud  de  la  solidaridad  que  he  dicho  antes  que  existe  entre  nos- 
otros. 

«El  Gobierno  ha  considerado  que  entre  los  individuos  que  se  en- 
cuentran fuera  del  país  hay  dos  categorías;  una,  la  de  aquellos  que 
han  tomado  parte  en  los  movimientos  subversivos  de  los  aflos  ante- 
riores. Respecto  de  esos,  que  tienen  pendientes  sobre  sí  la  espada  de 
la  ley,  el  Poder  Ejecutivo  no  puede  hacer  nada;  ya  sea  que  hayan 
salido  del  país  en  virtud  de  órdenes  gubernativas,  sea  que  hayan  sa- 
lido espontáneamente,  el  Poder  Ejecutivo  no  se  mete  con  ellos  por  la 
razón  muy  sencilla  de  que  el  Poder  Ejecutivo  no  puede  protegerlos. 
Ellos  vendrían,  y  si  son  culpables  serían  acusados,  juzgados  y  con- 
denados. Hay  otros  individuos  que  no  han  tomado  parte  en  movi- 
mientos subversivos  y  que  existen  sin  embargo  fuera  del  país.  Enton- 
ces el  Grobierno  dice:  «habiendo  cesado  los  motivos  que  hicieron  nece- 
sario el  alejamiento  de  ciertos  individuos,  se  declara  que  quedan  sin 
efecto  las  disposiciones  gubernativas  que  de  aquí  los  alejaban.» 

«Yo  entendía,  señor  Presidente,  que  no  podía  haber  dos  interpreta- 
ciones; que  la  lectura  de  dos  documentos  juntos  era  sobradamente 
clara.  Es  decir,  el  Ejecutivo  dice:  si  esos  hombres  son  ¡nocentes,  si 
no  han  tenido  parte  en  los  movimientos  subversivos,  vengan;  si  son 
culpables,  si  han  tomado  parte  en  ellos,  se  guardarán  muy  bien  de 
venir  por  la  razón  muy  sencilla  de  que  sólo  á  la  Asamblea  Qeneral 
compete  la  amnistía. 

«Yo  creo  que  las  explicaciones  que  el  señor  representante  nos  ha 
pedido  deberían  concluir  aquí,  es  decir,  explicando  cuál  ha  sido  la 
mente  del  Grobiemo,  cuál  lo  que  resulta  de  los  documentos  esos  que 
han  visto  la  luz  pública.  Yo  creería,  sin  haber  tenido  el  tiempo,  como 
es  natural,  de  consultar  á  mis  colegas,  que  no  deberíamos  entrar  á 
hablar  del  peligro  que  podría  traer  para  el  país  la  vuelta  de  los  re- 
dactores deJ  «Bol  Oriental»,  de  «Lia  Bruja»  y  «El  Nacional.»  Yo  me 
avergonzaría  de  declarar,  como  Ministro  del  despacho,  que  el  Poder 


to   JfiL  klKIBTBtelO  28^ 


Ejecutivo  de  la  República,  y  más,  que  la  H.  Asamblea  General  tíene 
miedo,  ve  comprometida  la  paz  pública  porque  yuelran  el  redactor 
de  «El  Sol»,  de  «La  Bruja»  6  de  «El  Nacional.» 

«To  creo  que  no  es  el  tiempo.  El  Ministerio  no  ha  sido  llamado  to- 
davía para  dar  sus  ideas  en  cuanto  á  la  amnistía:  no  podemos  entrar 
en  eso  porque  no  está  en  discusión;  no  podemos  desde  luego,  decir 
todo  el  bien  que  para  el  país  resultará  de  que  en  el  exterior  se  sepa 
que  realmente  tenemos  confianza  en  nosotros  mismos,  que  realmente 
■abemos  que  los  pocos  hombres  que  están  en  el  exterior  no  pueden 
causarnos  mal  y  de  que  llegase  esa  noticia  por  el  paquete,  que  tan 
consolidado  consideramos  el  orden,  que  decimos,  vuelvan.  Pero  creo 
que  no  podemos  entrar,  repito,  en  eso,  porque  no  ha  llegado  el  mo- 
mento. Ahora  simplemente  trato  de  dar  las  explicaciones  pedidas  por 
el  sefior  diputado. 

«Si  necesita  algo  más,  yo  tendré  mucho  gusto  en  decirle  explícita- 
mente. .  • 

«Sb.  Arbascaeta— Siento,  sefior  Presidente,  manifestar  que  las 
explicaciones  en  que  ha  abundado  el  sefior  Ministro  de  Gk>bierno  y 
Relaciones  Exteriores,  no  me  han  satisfecho.  El  sefior  Ministro  se 
concretó  en  el  primer  punto  de  su  réplica,  á  manifestar  que  el  decre- 
to se  refiere  únicamente  á  individuos  que  no  tenían  una  grave  culpa, 
que  se  habían  alejado  espontáneamente.  El  decreto  habla  de  indivi- 
duos que  han  sido  alejados  en  virtud  de  medidas  gubernativas,  que 
se  declaran  sin  efecto.  Por  consiguiente,  comprende  únicamente  á 
aquellos  individuos  que  se  han  extrafiado  en  virtud  de  medidas  gu- 
bernativas. Este  es  el  caso:  no  habla  nada  de  los  que  voluntariamen- 
te se  han  ido;  deja  sin  efecto  las  medidas  gubernativas.  He  aquí 
por  qué  antes  dije  que  el  decreto  era  vago,  porque  no  dice  qué  me- 
didas... 

«Sr.  Ministro  de  Gobierno— ¿Me  permite  una  rectificación?... 

«Sk.  Arbasoaeta—  Pediría  al  sefior  Ministro  que  no  me  interrum- 
piese. Continúo.  El  sefior  Ministro  habló  refiriéndose  al  proyecto  de 
amnistía  y  también  abrazó  en  sus  razones  al  decreto  que  da  lugar  á 
estas  explicaciones,  y  expresó  la  feliz  idea  que  daría  en  el  exterior  la 
manifestación  que  el  Poder  Ejecutivo  hace  de  la  confianza  que  tiene 
en  la  solidez  de  la  paz  pública.  Pero,  sefior  Presidente,  ¿estamos 
ahora  meciéndonos  con  la  ilusión  de  la  feliz  idea  que  puedan  tener  en 
Europa  respecto  de  una  solidez  que  en  efecto  no  existe?  ¿Qué  hace 
el  país  con  que  la  Europa  tenga  la  feliz  idea  de  que  nosotros  estamos 
sólidamente  establecidos,  si  como  antes  dije,  en  un  diario  licencioso, 
incendiario,  que  empieza  atacando  á  las  potencias  amigas,  á  sus  go- 
bernantes, se  pone  en  conmoción  á  la  sociedad?  La  atención  del  Go- 
bierno entonces  tendría  que  contraerse  puramente  á  los  perturbado- 
res; tiene  que  abandonar  el  cuidado  de  la  administración,  como  ha 


^8ft  XDüAKDo  kcÉrmbo 


sucedido  aquí,  va  para  ocho  6  diez  años  que  ha  tenido  que  abando- 
narse todo.  La  administración  tj^eneral,  todo  lo  que  es  adelanto,  todo 
lo  que  es  progreso  moral  del  país,  todo  lo  que  es  justicia,  todo  ha  te- 
nido que  abandonarse  para  fijar  los  ojos  del  Gobierno  en  los  pertur- 
badores, únicamente  para  entrar  en  lucha  con  ellos  años  y  años. 
¿Cuál  es  el  resultado  de  esto,  señor  Presidente?  ¿La  idea  feliz  que  se 
tenga  en  £uropa,  nos  libra  de  la  conmoción,  de  la  sangre  que  f>e  de- 
rrama, de  la  riqueza  que  se  aniquila? 

«¡Ah!  no,  señor  Presidente:  démosle  á  Europa  hechos  y  no  ilusiones; 
verdad  real.  No  le  enviemos  por  el  paquete  documentos  para  que 
produzcan  impresión;  enviémosle  la  expresión  de  la  verdad,  la  expre- 
sión de  la  realidad,  de  esa  realidad  que  es  lo  que  importa  al  país,  que 
es  lo  que  importa  al  pueblo  oriental.  Está  fundamentalmente  intere- 
sado, puede  decirse  que  es  cuestión  de  vida,  en  el  mantenimiento  de 
su  orden,  de  su  paz,  en  la  vía  pacífica  en  que  marche,  en  el  adelanto 
de  su  riqueza,  en  el  establecimiento  de  sus  instituciones  y  mejoras 
administrativas  de  que  el  país  carece,  y  sobre  cuya  reorganización 
tiene  tantas  esperanzas  el  país  en  el  nuevo  Ministerio.  Eso  es  lo  que 
el  país  espera  con  satisfacción,  señor  Presidente,  que  el  Ministerio  se 
ocupe  de  la  reorganización  del  país.  Esto  en  cuanto  á  la  impresión 
que  había  de  causar  en  Europa. 

«Por  lo  demás,  repito,  el  país  no  ha  de  saber  á  qué  individuos  se 
refiere  el  decreto,  y  el  decreto  ha  de  causar  inquietud  en  el  país  como 
ha  causado  en  esta  H.  Cámara-  Creo  que  si  el  Poder  Ejecutivo  expli- 
case, definiese  á  qué  individuos  se  refiere  ese  decreto,  quedarían  sal- 
vados estos  temores;  mientras  no  se  haga  esto,  con  esa  medida  así 
general  y  vaga,  el  país  se  inquietará,  porque  el  país,  más  que  medi- 
das políticas,  espera  medidas  administrativas.  He  aquí  por  qué  dije, 
señor  Presidente,  que  por  mi  parte  no  me  satisfacían  las  explicaciones 
dadas  por  el  señor  Ministro. 

«Sr.  Ministro  de  Gobierno— Quería  simplemente  rectificar  un 
error  del  señor  representante  que  lo  ha  puesto  en  el  caso  de  combatir 
fantasmas. 

«Yo  había  dicho,  á  mi  modo  de  ver  bastante  claramente:  el  decreto 
no  se  refiere  á  otra  cosa  que  á  los  individuos  que  no  han  tomado 
parte  en  los  movimientos  subversivos;  pero  parece  que  en  la  rapidez 
de  la  palabra  se  le  ha  escapado  al  señor  representante  el  dilema  que 
de  paso  me  permitirá  la  Cámara  que  repita. 

«Digo:  los  individuos  ó  son  culpables  Ó  inocentes:  si  son  culpables 
(llamo  la  atención  del  señor  representante,  porque  si  no  me  va  á  con- 
testar después  otra  cosa),  ó  han  salido  del  país  en  virtud  de  decretos 
ó  medidas  gubernativas,  ó  han  salido  espontáneamente.  A  esos  indi- 
viduos culpables,  ya  sean  los  que  hayan  salido  en  virtud  de  decretos 
6  espontáneamente,  no  puede  el  Ejecutivo  protegerlos;  si  vienen 


SK    ÉL  MTNtflTKBlO  ¿8^ 


serán  acusados,  juzgados  y  condenados.  ¿Qué  más  se  puede  decir? 
Para  los  individuos  culpables  viene  el  Poder  Ejecutívo  á  pedir  á  la 
H.  Asamblea  General  que  se  les  conceda  la  admnistía;  pero  míen- 
tras  la  amnistía  no  se  les  concedaí  vendrán  y  so  expondrán  á  los  pe- 
ligros que  son  consiguientes  á  todos  los  hombres  que  han  faltado  á 
sus  deberes. 

«Pero,  ya  que  he  pedido  la  palabra  para  esta  rectificación,  debo 
agregar  dos  palabras  sobre  una  consideración  que  se  me  escapó  la 
primera  vez. 

«Se  ha  dicho  que  cuando  el  Poder  Ejecutivo  consideró  indispensa- 
ble para  la  conservación  de  la  paz  pública  hacer  alejar  del  país  á 
ciertos  individuos,  sometió  sus  actos  á  la  Comisión  Permanente  y  fue- 
ron aprobados,  y  que  de  consiguiente,  cuando  el  Ejecutivo  considera 
ahora  que  la  paz  pública  no  puede  ser  afectada  ya  por  la  presencia 
de  esos  individuos,  necesita  venir  también  á  pedir  autorización  á  la 
Asamblea  General.  Creo,  señor  Presidente,  que  eso  es  un  error. 

«Como  la  Constitución  de  la  JRepúbiica  prohibe  que  nadie  sea  pe- 
nado sin  forma  de  proceso  y  sentencia  legal,  el  Ejecutivo  puede  ve- 
nir á  la  Asamblea  General  á  decir:  en  virtud  del  artículo  81,  he  to- 
mado medidas  prontas  de  seguridad,  y  entonces  tener  que  estar  á  los 
resultados.  Pero  cuando  el  Poder  Ejecutivo  dice:  tal  prisión,  tal  ex- 
trañamiento que  tuve  que  hacer  por  tal  motivo,  ahora  debe  cesar,  no 
necesita  para  nada  la  autorización  de  la  H.  Asamblea  General,  por 
la  sencilla  razón  de  que  el  Poder  Ejecutivo  no  pide  la  suspensión  de 
ningún  artículo  constitucional:  hace  sólo  uso  de  8U&  prerrogativas, 
porque  el  Poder  Ejecutivo  las  tiene  también  con  arreglo  á  la  Cons- 
titución de  la  República. 

«Por  lo  demás,  bastante  conocido  es  el  modo  de  pensar  de  los  indi- 
viduos que  componen  el  Ministerio,  y  que  son  ahora  el  órgano  del 
señor  Presidente  de  la  República,  para  creer  que  busquen  oropeles 
para  cubrir  su  desnudez,  y  que  quieran  engañar  á  la  Europa. 

«No  me  parece  que  he  hablado  de  feliz  idea:  he  dicho  que  había  una 
coincidencia  en  que  el  paquete  llevase  la  noticia  de  la  consolidación 
del  orden.  El  señor  representante  cree  que  no  está  ese  orden  conso- 
lidado: yo  siento  que  sea  esa  su  creencia,  pero  felizmente  para  el  país 
es  una  verdad  que  el  orden  está  consolidado,  y  es  por  eso  que  el  Poder 
Ejecutivo  dice  precisamente:  «habiendo  cesado  los  motivos».  Si  hubie. 
se  el  más  mínimp  temor  de  trastorno  para  el  orden,  no  hubiese  dicho 
eso.  Por  lo  demás,  si  los  desórdenes  se  repitiesen,  si  hubiese  diarios 
licenciosos,  si  se  presentasen  esos  fantasmas  que  ha  evocado  el  señor 
representante,  el  Poder  Ejecutivo  dice  que  tiene  la  voluntad  y  los 
medios  de  someter  á  esos  hombres  á  la  línea  del  deber;  que  tiene  la 
voluntad  y  los  medios  de  impedir  que  esos  hombres  lleven  adelante 
sus  planes  de  conmoción.  Si  la  Cámara  cree  que  no  es  así,  que  el  Po- 


2dd  XbUÁBBO  ÁOEVEDÓ 


der  Ejecutívo  no  tíene  esos  medios,  entonces,  como  es  una  cuestión  de 
apreciación  personal,  una  cuestión  de  mayor  6  menor  prudencia,  el 
Ministerio  no  hará  una  cuestión  de  eso. 

«No  entramos  ahora  para  nada  en  la  ley  de  amnistía,  porque  consi- 
deramos que  no  es  del  caso:  cuando  el  proyecto  se  ponga  á  la  discu- 
sión de  la  Cámara,  entonces  tendremos  el  honor  de  exponer  las  ideas 
del  Gk)biemo;  por  ahora  no  decimos  más  que  si  los  hombres  que  vie- 
nen son  culpables,  si  son  los  perturbadores  del  orden,  ellos  serán 
castillados.» 

Como  consecuencia  del  criterio  predominante  en  la  Cámara  de  Di- 
putados, se  sancionó  la  siguiente  minuta  de  comunicación  al  Poder 
Ejecutivo,  en  completa  contradicción  con  el  espíritu  de  concordia  de 
que  estaba  animado  el  Poder  Ejecutivo: 

«Habiendo  el  Cuerpo  Legislativo  prestado  su  sanción  á  las  medir 
das  de  extrañamiento  que  en  diversas  ocasiones  se  ha  visto  el  Poder 
Ejecutivo  en  la  necesidad  de  adoptar,  de  conformidad  con  el  artículo 
81  de  la  Constitución,  la  H.  Cámara  de  Representantes  ha  autorisado 
al  infrascripto  para  rogar  al  Poder  Ejecutivo  se  sirva  suspender  los 
efectos  del  decreto  de  fecha  30  del  presente  mes  hasta  que  la  Cáma- 
ra pueda  ocuparse  del  proyecto  de  ley  sobre  amnistía  pasado  á  la 
Asamblea  General  en  la  misma  fecha.  El  infrascripto  saluda  al  Po- 
der Ejecutivo  con  su  mayor  consideración.— Montevideo,  marzo  31  de 

1Q60.— Fuentes^  Arraaccieta— Lapido —  Pérez. » 

Hé  aquí  la  contestación  del  Poder  Ejecutivo  á  la  Cámara  de  Re- 
presentantes pasada  el  4  de  abril  de  1860: 

«El  Poder  Ejecutivo  ha  recibido  la  nota  que  con  fecha  31  del  pasa- 
do se  ha  servido  dirigirle  el  señor  Presidente  de  la  H.  Cámara  de  Re- 
presentantes, relativamente  al  decreto  del  día  anterior  que  dejó  sin 
efecto  las  medidas  gubernativas  que  decretaron  el  extrañamiento  de 
varios  individuos. 

«Por  más  que  el  Poder  Ejecutivo  desee  marchar  siempre  en  armo- 
nía con  las  Cámaras  Legislativas,  no  puede  sacrificar  á  ese  deseo,  sus 
deberes  y  sus  convicciones. 

«La  Constitución  de  la  República  establece  (artículo  136)  que  nadie 
puede  ser  penado  sin  forma  de  proceso  y  sentencia  legaL  pero  el  Po- 
der Ejecutivo  en  uso  de  las  atribuciones  que  le  confiere  el  artículo  81 
de  la  misma  Constitución,  en  casos  graves  é  imprevistos,  de  conmo- 
ción interior  ó  ataque  exterior,  procede  á  la  prisión  de  uno  ó  más  in- 
dividuos. Tiene  entonces  que  dar  cuenta  inmediatamente  á  la 
H.  Asamblea  General,  estando  á  su  resolución. 

«Hay  necesidad  de  que  la  Asamblea  General  apruebe  la  medida; 
pero  cuando  el  Poder  Ejecutivo  cree  que  la  prisión  debe  cesar,  no  ne- 
cesita para  nada  de  la  autorización  de  la  Asamblea  General.  La  ra- 
zón es  evidente.  La  autorización  se  necesita  para  salir  del  orden  le- 


fiN  EL  MiMivrifiRio  389 


gaL  para  tomar  medidas  extraordinarias;  pero  es  inútil  para  volyer  á 
él,  para  entrar  al  estado  normal. 

«El  Poder  Ejecutivo  ai  dictar  el  decreto  del  30  del  pasado  no  ha 
invadido,  pues,  atribución  algui^A  que  no  le  pertenezca,  cifiéndose  por 
el  contrario  á  un  proceder  estrictamente  constitucional. 

«Esa  es  su  convicción  más  íntima. 

«El  Poder  Ejecutivo  espera  que  estas  explicaciones  satisfarán  á 
Y.  H.  á  quien  Dios  guarde  muchos  años.~BEBNABDO  P.  BERRO 
— Eduardo  Acbvbdo— Dieoo  Lamas— Tomíb  Villalba.* 

El  decreto  de  5  de  septiembre  de  1860,  fijó  el  alcance  del  que  ha- 
bía dado  lugar  á  tantos  y  apasionados  debates: 

«Habiéndose  suscitado,  dice,  dudas  sobre  la  inteligencia  del  de- 
creto de  30  de  marzo  del  corriente  afio  que  declaró  sin  efecto  las  me- 
didas gubernativas  en  cuya  virtud  se  había  procedido  en  años  ante- 
riores al  extrañamiento  de  varios  individuos,  el  Presidente  de  la  Re~ 
pública  en  acuerdo  general  de  Ministros,  decreta:  que  de  conformidad 
con  el  referido  decreto  pueden  volver  al  país  en  el  pleno  goce  de  sus 
derechos  todos  los  individuos  que  fueron  obligados  á  salir  de  él  por 
medidas  gubernativas,  y  cualesquiera  otros  que  no  hayan  tomado  par- 
te en  los  movimientos  subversivos  de  los  años  anteriores— que  los  que 
han  figurado  en  los  referidos  movimientos  y  no  han  sido  amnistiados 
no  pueden  volver  sin  exponerse  á  procedimientos  judiciales  contra 
los  cuales  no  podría  protegerlos  el  Poder  Ejecutivo  mientras  la 
H.  Asamblea  General,  á  quien  compete  por  la  Constitución,  no  haya 
sancionado  la  amnistía  solicitada  por  el  Poder  Ejecutivo  en  el  último 
período  legislativo.» 

lia  prensa  j  la  propas^anda  parUdista. 

De  otra  medida  política  echó  mano  el  doctor  Acevedo  para  comba- 
tir el  resurgimiento  de  las  pasiones  de  partido.  A  mediados  de  1860, 
la  propaganda  de  uno  de  los  diarios  de  Montevideo  dio  origen  á  la 
publicación  del  siguiente  acuerdo  gubernativo: 

«Montevideo,  julio  16  de  1860.— El  Presidente  de  la  República,  á 
quien  está  especialmente  cometida  por  la  ley  fundamental  la  conser- 
vación del  orden  y  la  tranquilidad  en  lo  interior,  no  puede  tolerar 
que  se  pongan  en  práctica  los  medios  que  más  de  una  vez  han  ser- 
vido, por  desgracia,  entre  nosotros,  para  trastornar  el  orden  y  las  ins^ 
títuciones.  Amigo  ardiente  dé  la  libertad  de  la  prensa,  garantida  por 
la  Constitución  de  la  República,  no  puede  aceptar  que,  bajo  el  pre- 
texto de  esa  libertad,  se  cometan  verdaderos  crímenes  contra  la  se- 
guridad del  Estado.  En  la  tentativa  de  resurrección  de  los  viejos  par- 
tidos con  sus* banderas  de  sangre  y  de  exterminio,  no  ve  sino  la  exci- 
tación á  la  guerra  civil  y  á  la  anarquía.  Un  hombre  que  saliera  á  la 
Vi 


290  EDUARDO   ACBVEDO 


calle  pública  levantando  la  bandera  blanca  6  la  bandera  colorada^  j 
evocando  los  viejos  odioB  y  rencores,  sería  considerado  como  un 
perturbador  del  sosiego  público  y  sometido  á  los  jueces  competentes. 
El  hecho  de  que  esa  excitación  á  la  anarquía  se  haga  por  la  prensa, 
lejos  de  debilitar  la  gravedad  del  delito,  lo  aumenta.  £1  Presidente 
de  la  República,  decidido  á  cumplir  lealmente  el  juramento  prestado 
de  observar  la  Constitución  de  la  República,  respetando  todas 
las  libertades  que  ella  garante,  no  encuentra  entre  éstas  la  li- 
bertad de  delinquir,  la  libertad  de  envolver  de  nuevo  al  país  en  las 
ruinas  y  la  sangre!  £1  Presidente  de  la  República  tiene  la  firme  re- 
solución de  no  permitir  que  se  enarbolen  de  nuevo  con  ningún  mo- 
tiVo  ni  pretexto,  las  viejas  banderas  de  partidos  personales  que  nada 
representan  ni  pueden  representar  en  principio,  y  considera  cualquier 
tentativa  de  ese  género,  como  una  excitación  á  la  anarquía  y  á  la 
guerra  civil. 

«Por  estas  consideraciones  ha  ordenado  en  acuerdo  general  de  Mi- 
nistros que  el  Jefe  de  Policía  llamando  á  su  presencia  al  redactor 
principal  de  «El  Pueblo»,  le  haga  saber  el  contenido  de  este  acuer- 
do, manifestándole  que  el  Gobierno  está  dispuesto  á  valerse  de  to- 
dos los  medios  legítimos  á  su  alcance  para  que  el  orden  no  sea  alte- 
rado, y  que  no  tolerará  las  excitaciones  á  la  guerra  civil  y  á  la  anar- 
quía sea  cual  fuere  la  forma  en  que  se  presente,  sin  que  esto  impor- 
te en  manera  alguna  la  prohibición  del  libre  examen  délos  actos  del 
Gobierno,  garantido  por  la  Constitución  de  la  República.  Comuni- 
qúese.—Rúbrica  de  S.  £.— AOEVEDO— LaMAB— ViLLALBÁ.» 

Seis  meses  más  tarde,  habiéndose  acentuado  la  violencia  de  la  pro- 
paganda partidista  que  el  Gobierno  se  había  propuesto  combatir,  se 
dictó  el  nuevo  acuerdo  que  va  á  continuación: 

«Montevideo,  febrero  4  de  1861.— El  Poder  Ejecutivo,  de  conformi- 
dad con  las  ideas  contenidas  en  el  acuerdo  general  de  16  de  julio  de 
1860;  y  no  pudiendo  tolerar  que,  no  solamente  se  levanten  las  viejas 
banderas  de  partido,  sino  que  se  haga  la  apología  del  crimen  y  se 
propalen  principios  incompatibles  con  la  existencia  de  toda  autoridad 
regular,  acuerda  pase  el  número  164  de  «El  Pueblo»  al  Fiscal  del 
Crimen  para  que  acuse  á  los  individuos  que  suscriben  la  nota  dirigi- 
da á  la  señora  de  Hocquart,  exceptuando  al  señor  don  Joaquín  Buá- 
rez  atenta  su  avanzada  edad  y  el  papel  que  notoriamente  ha  repre- 
sentado en  el  negocio  de  que  se  trata.— Rúbrica  de  S.   £.— Aoe- 

VEDO.» 

El  Gobierno  no  se  había  propuesto  ciertamente,  como  observaba 
un  diario  de  la  época,  por  su  primer  acuerdo,  ni  cerrar  imprentas,  ni 
encarcelar  ciudadanos,  ni  desterrar  periodistas:  había  querido  limitar- 
se y  se  limitaba  á  excitar  el  celo  del  Fiscal  para  la  acusación  corres- 
pondiente ante  los  Tribunales  de  Justicia. 


mt  EL  lOEnBTBBfO  801 


La  rápida  sanción  de  la  ley  de  amnistía  que  aguardaban  con  viva 
ansiedad  todos  los  emigrados  que  vivían  en  Buenos  Aires  soñando 
siempre  con  revoluciones,  habría  contribuido  vigorosamente  al  defi- 
nitivo afianzamiento  de  la  paz.  Pero,  aún  sin  ella,  porque  es  notorio 
que  cuando  el  doctor  Acevedo  abandonó  el  Ministerio  todavía  la 
amnistía  era  materia  de  controversias  parlamentarias,  la  enorme  pre- 
sión de  los  progresos  del  país  y  del  ensanche  de  sus  intereses  ma- 
teriales, bastó  para  sofocar  el  espíritu  revolucionario  y  para  rodear 
durante  largos  meses  de  un  prestigio  sin  límites  al  Gh)biemo  de 
Berro. 

Mensura  ^reneral  del  territorio. 

Por  decreto  de  4  de  mayo  de  1860  ordenó  el  Ministerio  de  Gobier- 
no la  mensura  general  del  territorio,  previa  exhibición  y  examen  de 
los  títulos  respectivos  de  propiedad,  nombrando  con  ese  objeto  una 
Comisión  asesora  compuesta  de  los  señores  Joaquín  F.  Egaña,  Cán- 
dido Juanicó,  Joaquín  Bequena,  Ambrosio  Velasco,  José  María  Be- 
yes, Manuel  Serví,  Víctor  Babú,  Antonio  de  las  Carreras,  Vicente  F. 
López,  Enrique  Jones,  José  A.  Orta,  Jaime  Boldós  y  Pons,  Enrique 
de  Arrascaeta,  Pedro  Fuentes,  Octavio  Lapido,  Francisco  Pico  y 
Julio  Oasser. 

La  Comisión  se  constituyó  en  el  acto  dividiéndose  en  dos  seccio- 
nes, una  de  ellas  bajo  la  presidencia  del  general  de  ingenieros  don 
José  María  Beyes,  y  la  otra  bajo  la  presidencia  del  doctor  Cándido 
Juanicó.  Antes  de  finalizar  el  año,  produjeron  dos  informes  cuyos 
lincamientos  se  habrían  definido  sin  duda  alguna,  con  amplias  pro- 
yecciones, si  el  Ministerio  hubiera  tenido  una  vida  más  larga  de  la 
que  tuvo. 

La  Comisión  presidida  por  el  doctor  Juanicó  indicó  la  medida  pre- 
via á  que  se  refieren  los  extractos  que  van  á  continuación: 

«Como  trabajo  geodésico,  la  Comisión  cree  que  su  encargo  no  ofre- 
ce, científicamente  hablando,  ningún  problema  que  no  pueda  ser  re- 
suelto por  los  medios  conocidos  ya  de  todos  los  hombres  competentes 
en  la  materia.  Así  es  que  su  tarea  se  reducirá  en  definitiva  á  aconse- 
jar el  sistema  que,  entre  los  practicados,  haya  de  adaptarse  mejor  á 
nuestro  territorio;  ya  sea  que  se  inicie  el  trabajo  por  zonas  geográfi- 
cas, ya  sea  que  se  arranque  de  puntos  apropiados  en  la  periferia  que 
se  halla  científicamente  asegurada  por  nuestras  tres  costas  y  por  la 
frontera  brasileña  para  converger  en  operaciones  simultáneas  hacia 
uno  ó  varios  centros  departamentales;  ya  sea,  en  fin,  que  se  proceda 
con  mensuras  parciales  sobre  áreas  dadas  en  diversos  perímetros  ais- 
lados que  vengan  á  canjearse  recíprocamente  en  un  resultado  gene- 
ral Cualquiera  de  estos  sistemas  que  haya  de  adoptarse  para  resol- 


292  SDÜÁIttK)  ÁCBVEDÓ 


ver  el  problema  geodésico,  será  necesario,  señor  Ministro,  que  los 
medios  científicos  conocidos  de  que  aquí  pueda  disponerse,  se  concen- 
tren y  organicen  en  un  instituto  de  ingenieros.  En  esto  no  hay  ni  puede 
haber  invención;  y  esa  ha  de  ser  la  base  indispensable,  cualquiera 
que  sea  el   dictamen  que  la  Comisión  prefiera  dar  sobre  la  materia. 

«Pero,  además  de  esto,  V.  E.  nos  permitirá  observarle  que,  aún 
considerados  bajo  su  aspecto  legal  los  objetos  sometidos  en  nuestro 
dictamen,  no  es  posible  prever  resultado  alguno  práctico  sin  que  los 
procederes  judiciales  que  hayan  de  adoptarse  para  resolver  los  con- 
flictos de  los  títulos  de  dominio,  se  combinen  prudentemente  con  la 
ubicación  científica  de  los  marcos,  con  la  denominación  indisputable  de 
los  punto»  de  arranque  y  con  la  precisión  de  las  áreas  á  que  sean  re* 
ferentes  esos  títulos.  Porque,  divididos  éstos  en  categorías,  según  su 
origen  (que  quizás  sería  la  mejor  manera  de  clasificarlos  para  proce- 
der con  orden),  la  más  numerosa  de  esas  categorías  sería  la  de  los  con- 
flictos de  ubicación;  y  aún  en  los  que  tuvieren  otro  carácter,  V.  E.  no 
podría  establecer  el  sistema  de  compensaciones  que  probablemente 
sancionarán  las  leyes  ulteriores  sobre  esta  materia,  sin  tomar  como 
punto  de  partida  la  ubicación  matemática  y  cabal  de  todas  las  áreas 
del  territorio. 

«La  Comisión,  pues,  después  de  haberse  reunido  las  dos  seccio* 
nes  que  la  componen  y  de  haber  conferenciado  muy  seriamente  sobre 
sus  objetos,  se  halla  en  la  necesidad  de  informar  á  V .  E.  que  toda  la 
base  de  las  ideas  y  método  que  detallará  en  su  dictamen,  cuando  ha- 
ya formulado  con  toda  madurez  el  sistema  que  le  parezca  más  apro- 
piado, consiste  en  la  creación  de  un  instituto  científico,  ya  sea  que 
haya  de  ser  exclusivamente  topográfico  ó  que  hsysL  de  llevar  anexa 
alguna  comisión  de  jurados,  algún  cuerpo  arbitral  ó  algún  proceder 
de  jurisdicción  ordinaria,  según  que  se  adopte  la  forma  común  de  los 
juicios  para  resolver  los  conflictos  que  oprimen  nuestra  propiedad  te- 
rritorial ó  que  se  adopte  alguna  forma  especial  extraordinaria  de  sus- 
tanciarlos y  de  definirlos.» 

La  subcomisión  presidida  por  el  general  Beyes  que  tenía  el  encargo 
de  dictaminar  acerca  de  la  manera  más  eficaz  de  resolver  las  difícul- 
tades  y  conflictos  en  que  se  hallaba  una  gran  parte  de  la  propiedad  te- 
rritorial de  la  campaña,  se  expresó  en  los  siguientes  términos: 

«V.  E.  no  desconocerá,  ciertamente,  que  puede  decirse  en  general, 
que  ese  mal  que  se  quiere  remediar  tan  justa  como  previsoramente, 
procede  de  títulos  contradictorios  que  pesan  sobre  la  propiedad.  Esos 
títulos  son  emanados,  ya  de  las  diversas  autoridades  que  ha  tenido 
la  República,  ya  de  los  actos  del  gobierno  colonial,  ya  de  comisiones 
dadas  ó  desempeñadas  con  más  ó  menos  justificación  á  causa  de  la 
imperfección  de  los  archivos,  ya  en  fin  de  la  mera  detentación  que 
ha  venido  á  dar  color  y  razón  á  la  actual  posesión  en  lucha  contra 


EN  EL  MINISTERIO  293 


algún  otro  género  de  los  títulos  enunciados,  y  la  Comisión  no  habría 
podido  sistema  ese  desorden  y  levantar  la  categoría  necesaria  entre 
esos  títulos,  sin  consagrar  exclusivamente  un  tiempo  muy  largo  á  la 
inspección  de  los  archivos,  y  sin  poseer  una  parte  necesaria  de  juris- 
dicción pública  para  completar  sus  trabajos  sobre  el  terreno  mismo, 
compeliendo  á  los  renuentes,  y  para  consagrar  y  hacer  derecho  con  las 
resoluciones  que  expidiese.  Pero  le  ha  bastado  á  esta  Comisión  ob- 
servar su  propia  composición  y  tomar  por  base  el  decreto  de  V.  E., 
para  comprender  que  no  habían  sido  tales  los  objetos  con  que  se  le 
había  formado  y  que  no  tenían  sus  miembros  tiempo  ni  carácter  para 
desempeñar  esa  tarea. 

«Sentado  esto,  la  Comisión  ha  tenido  que  limitarse  á  las  generali 
dades  de  la  materia  para  enunciarla  en  sus  principales  dificultades» 
7  aconsejar  á  V.  E.  los  métodos  ó  procederes  con  que  cree  que  se  de- 
ben emprender  los  primeros  pasos  que  deben  llevar  á  V.  E.  á  una 
resolución  que,  para  ser  feliz,  tiene  que  ser  lenta  y  gradual.  . 

«En  la  primera  nota  que  esta  Comisión  dirigió  á  V.  E.  tuvo  ya  la 
ocasión  de  indicar  que  la  primera  condición  para  llegar  á  resultados 
eficaces,  era  la  de  crear,  dotada  por  el  Estado,  una  oficina  central 
exclusivamente  contraída  á  recoger  y  sistemar  los  datos  dispersos 
que  deben  servir  de  base  al  registro  gráfico  de  la  propiedad  rural,  y 
á  la  protocolización  fundamental  é  incuestionable  de  todos  los  títulos 
valiosos  existentes  y  expedidos  sobre  aquella  propiedad.  Esta  ofici- 
na, como  es  fácil  comprenderlo,  creemos  que  debe  hallarse  compuesta 
de  elementos  y  de  personas  adecuadas  á  su  objeto,  sobre  cuyo  detalle 
creemos  de  más  hacer  indicación  alguna  á  V.  E.  Ella  debe  residir  en 
la  capital,  y  tener  agentes  directos  en  los  demás  departamentos,  que 
recojan  oficialmente  los  datos  respectivos,  ya  sea  sobre  las  porciones 
de  territorio  tenidas  por  escrituras  sucesivas  y  originarias,  ya  sobre  los 
meramente  poseídos  por  sola  ocupación,  fechas,  circunstancias,  con- 
flictos y  demás  incidentes  que  se  puedan  recoger,  formando  sobre 
todo  esto  asientos  provisionales  para  cada  departamento,  en  que  cons- 
te, con  tanta  exactitud  como  se  pueda  al  principio,  no  sólo  el  estado 
presente  sino  el  origen  histórico  de  cada  área  de  terreno  particular  de 
las  contenidas  en  el  departamento  respectivo.  Para  empezar  este  tra- 
bajo preparatorio  de  la  protocolización  futura  y  definitiva  de  la  pro- 
piedad territorial,  debería  ponerse  á  disposición  de  esa  oficina  el 
archivo  de  la  Escribanía  de  Gobierno  y  Hacienda,  en  donde  deben 
hallarse  consignados  (en  su  mayor  parte  al  menos)  los  títulos  expe- 
didos por  el  Gobierno  Nacional. 

<t Visto  el  valor  que  la  propiedad  ha  tomado  en  el  país,  es  evidente 
que  los  títulos  de  las  otras  categorías  deben  tener  una  existencia  más 
ó  menos  notoria  ante  los  Tribunales;  y  sobre  esta  base  sería,  pí  no  fá- 
cil, muy  posible  al  menos,  que  dando  conocimiento  á  la  oficina  cen- 


294  EDUARDO  ACSYEDO 


tral  de  los  títulos  que  se  hallan  en  oontrovereias  pendientes  y  aque- 
llos que  desde  1830  hasta  hoy  hayan  sido  definitivamente  fallados 
por  los  Tribunales,  se  pueda  recoger  asi  noticia  auténtica  de  ana 
gran  copia  de  ellos,  con  echar  las  bases  de  la  protocolixación  defini- 
tiva y  de  la  unificación  de  todo  el  registro  ó  catastro  territorial,  clasi- 
ficado según  el  origen  administrativo  6  judicial  de  cada  uno  de  los 
títulos  que  lo  compusieron. 

«En  cuanto  al  registro  gráfico  y  ubicación  de  las  áreas  respectivas 
que  lo  compusiesen,  la  copia  de  datos  con  que  ha  de  empeiar  á  con- 
signarse, debe  recogerse,  ya  sea  de  la  parte  cuyas  mensuras  y  antece- 
dentes se  hallen  en  el  archivo  de  la  Comisión  topográfica,  ya  sea 
comprometiendo  á  los  agrimensores  á  que  pongan  á  disposición  de  la 
oficina  central  un  informe  con  copia  circunstanciada  de  los  antece- 
dentes y  operaciones  sobre  todos  y  cada  uno  de  los  trabajos  realiza- 
dos por  ellos,  cuyos  datos  conserven  en  su  poder. 

«Probable  es  que  estos  medios  no  den  un  resultado  completo,  por- 
que la  materia  es  de  suyo  diñcil  para  que  así  se  consiga  de  otro 
moiio  que  con  el  tiempo  y  la  asiduidad  en  el  examen  y  aprovecha- 
miento de  sus  diversas  fuentes  de  información.  Pero  sí  á  las  ya  refe- 
ridas se  agrega  el  de  que  se  reduzcan  á  áreas  gráfícas  de  terreno, 
aquellas  escrituras  ó  documentos  de  que  no  se  pueda  haber  plano, 
poniéndolas  en  relación  matemática  con  las  porciones  medidas  y  co- 
nocidas, creemos  que  se  alcanzará  á  llevar  empresa  tan  necesaria  y 
valiosa  como  la  que  V.  E.  medita  á  un  punto  muy  cercano  de  la  per- 
fección por  lo  menos. 

«Mucho  tiempo  ha  empleado  esta  parte  de  la  Comisión  en  investi- 
gar si  este  trabajo  debe  preceder  ó  no  al  de  la  mensura  general  con 
que  y.  E.  lo  ha  relacionado  en  su  decreto;  y  después  de  un  maduro 
examen  de  todas  las  dificultades,  complicaciones  y  resultados  proba- 
bles, se  ha  decidido  para  aconsejar  á  V.  E.  que  lo  haga  verificar  si- 
multáneamente; no  sólo  para  no  hacer  depender  del  uno  los  benefi- 
cios especiales  que  ha  de  dar  el  otro,  sino  para  que  los  asientos,  datos 
é  investigaciones  de  la  mensura  general  sirvan  en  su  progreso  res- 
pectivo de  contraste,  de  justificativo  ó  de  corrección  á  los  trabajos  del 
registro,  recibiendo  á  su  vez  esclarecimiento  esa  mensura  de  lo  que 
archive  y  consigne  la  Comisión  del  registro. 

«Para  el  completo  desempefio  de  los  objetos  determinados  por 
y.  E.  en  el  decreto  de  creación,  la  oficina  central  cuya  formación 
aconsejamos  debe  hallarse  compuesta  de  modo  que  pueda  inquirir  y 
determinar  las  acciones  fiscales  que  le  revele  el  examen  de  los  titules 
y  datos  que  hemos  referido;  para  que  en  cualquier  documento,  litis  ó 
caso  ocurrente  en  que  descubra  derecho  fiscal,  dé  cuenta  inmediata 
al  Gobierno,  quien  apercibido  del  caso  procederá  como  sea  de  regla 
y  justicia  según  las  leyes  existentes  ó  las  que  se  puedan  crear  para 


EN    EL   MIKlSTERtO  295 


dar  mayor  eficacia  y  brevedad  á  los  pronuDciainientos  judiciales. 
Esto  objeto  se  llenaría  de  un  modo  casi  perfecto  si  el  Gobierno  im- 
pone sobre  las  Comisiones  encargadas  de  la  mensura  general,  el 
deber  de  remitir  á  la  oficina  central  los  títulos  que  se  le  exhiban  so- 
bre el  terreno,  para  anotarlos  y  establecer  su  origen  en  caso  que  no 
lo  están  ya  y  devolverlos  á  cada  propietario  después  de  constatada  su 
anotación.» 

La  resolución  gubernativa  recaída  al  pie  de  la  primera  nota,  esta- 
blece que  sin  perjuicio  de  que  el  Gobierno  se  ocupe  de  la  convenien- 
te organización  de  la  Comisión  topográfica,  es  indispensable  que  la 
Comisión  lleve  adelante  el  objeto  de  su  encargo,  contrayéndose  la 
primera  sección  á  los  medios  más  expeditos  para  llegar  al  desenma- 
rañamiento de  los  títulos  de  propiedad,  y  la  segunda  á  los  medios 
científicos  más  apropiados  para  proceder  á  la  mensura  general  del  te- 
rritorio. 

I>eiiii]icla  de  tterras. 

Otro  proyecto  de  tierras  se  presentó  por  intermedio  del  Ministerio 
de  Gobierno  á  la  Asamblea,  estebleciendo  que  los  ocupantes,  por 
cualquier  título,  de  propiedades  públicas,  aunque  sean  de  las  llama- 
das sobras,  podrán  denunciarlas  dentro  del  término  y  en  la  forma 
que  establezca  el  Poder  Ejecutivo;  que  vencido  el  término  seffalado 
á  los  ocupantes,  se  admitirá  la  denuncia  que  haga  cualquier  individuo, 
sin  que  bajo  ningún  pretexto  pueda  acordarse  preferencia  á  los  ocu- 
pantes que  no  hubieren  usado  de  la  facultad  que  se  les  concede;  que 
los  individuos  cuyas  denuncias  hayan  sido  admitidas  por  el  Poder 
Ejecutivo  gozarán  de  preferencia  para  la  compra  sobre  cualquier  otro 
que  la  pretenda,  fuere  cual  fuese  el  pretexto  que  alegare;  que  quedan 
en  todas  sus  fuerzas  las  leyes  que  absolutamente  prohiben  la  enaje- 
nación de  tierras  sea  cual  fuere  la  razón  que  se  invoque;  que  se  auto- 
riza al  Poder  Ejecutivo  para  conceder  en  arrendamiento  los  terrenos 
denunciados  mientras  no  se  proceda  á  la  vente. 

«La  experiencia  ha  demostrado,  dice  el  mensaje  de  10  de  mayo  de 
1860,  que  si  bien  la  prohibición  de  dar  curso  á  los  expedientes  de  de- 
nuncias de  tierras,  pudo  en  un  tiempo  producir  buenos  resultados, 
contribuye  hoy  poderosamente  á  la  ocultación  de  las  propiedades  y 
á  su  pérdida  total  para  el  Estado  con  el  transcurso  del  tiempo.  El 
Poder  Ejecutivo  acepta  completamente  todas  las  razones  que  tuvo 
la  Asamblea  General  para  prohibir  la  venta  de  tierras  públicas,  pa- 
ra suspender  la  tramitación  de  las  denuncias,  y  aún  para  impedir  que 
se  presentasen  otras  nuevas;  pero  cree  también  que  habría  conve- 
niencia en  admitir  hoy  esas  denuncias  desde  que  no  produjesen 
otro  resultado  en  favor  de  los  denunciantes  que  la  preferencia  para 
el  arrendamiento  y  para  la  compra  en  su  caso». 


396  EDUARDO  AOlSyBDO 


^  Parecieron  tan  evidentes  á  la  Cámara  de  Diputados  estas  obserya- 
ciones,  que  el  proyecto  fué  sancionado  en  una  sola  sesión  oon 
ras  modificaciones. 


Pres«p«efitiMi  m«iiiei|Müefi« 

En  el  proyecto  de  presupuesto  de  Juntas  Económico- Administra- 
tivas de  campafia  para  el  afto  1863,  que  suscribe  en  primer  término  el 
Ministro  de  Gobierno  doctor  Acevedo  (Diario  de  Sesiones  de  la  Cá- 
mara de  Diputados,  de  26  de  junio  de  1861),  se  afecta  á  los  departa- 
mentos el  producto  de  la  contribución  directa,  el  de  los  corrales  de 
abasto  y  el  de  los  ramos  llamados  policiales,  agregándose  estas  dos 
disposiciones  complementarias:  que  en  el  caso  de  que  las  rentas  de 
un  departamento  excedan  de  la  suma  de  su  presupuesto  de  gastos, 
queda  autorizado  el  Poder  Ejecutivo  para  facultar  á  los  Jefes  Políti- 
cos y  á  las  Juntas  Económico- Admínistrativad  á  invertir  esos  so- 
brantes en  mejoras  materiales  urgentes;  y  que  en  el  caso  contrario 
de  no  alcanzar  los  ingresos  á  cubrir  los  gastos  presupuestados,  el  Po- 
der Ejecutivo  podrá  destinar  de  rentas  generales  hasta  la  suma  de 

seiscientos  pesos  mensuales  con  destino  al  déScit. 

La  tendencia  manifiesta  del  Ministerio  era  en  favor  de  una  amplia 
y  liberal  descentralización  administrativa.  Be  discutía  en  la  sesión 
de  julio  3  de  1860  la  planilla  de  la  Municipalidad  de  Montevideo, 
y  el  doctor  Acevedo  condensó  esa  tendencia  en  los  siguientes  térmi- 
nos: 

<  Toda  la  dificultad  consiste  en  que  la  Junta  no  exceda  en  sus  gas- 
tos á  sus  recursos.  Y  entonces  yo  creo  que  todo  quedaría  allanado, 
si  se  propusiese  respecto  de  la  Junta  un  artículo  como  el  que  el  Po- 
der Ejecutivo  propone  que  se  sancione  respecto  de  los  gastos  genera- 
les. Se  dice  en  el  artículo  3.o  del  proyecto  de  presupuesto:  se  autori- 
za al  Poder  Ejecutivo  para  hacer  trasposiciones  cuando  lo  crea  ne- 
cesario en  las  rentas  del  presupuesto»  sin  exceder  de  la  suma  general 
destinada  á  los  gastos  públicos.  ¿Qué  inconveniente  habría  entonces 
en  que  se  di